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Estos días de Semana Santa son propicios para la lectura de temas
como el título de esta nota. Se trata de un bello libro, escrito
por un inglés, católico, Paul Johnson, especializado en el
oficio. Es autor de diez libros.
Me interesó el capítulo "Iglesia, dogma, autoridad, orden
y liturgia" La libertad de elegir credos es reciente porque lo que antes
existía eran las iglesias del Estado y aún quedan países,
como Inglaterra, en donde el Jefe del Estado debe ser anglicano. El islam
tiene un status especial en varios países.
Los persas, con Ciro a la cabeza, comenzaron la tolerancia religiosa.
Por eso los judíos pudieron volver a Jerusalén desde Babilonia.
El cristianismo fue tolerado, si era discreto, durante los tres primeros
siglos, hasta que se convirtió en la religión del Imperio
Romano. Según este autor, la iglesia no es lo concreto, lo material
(el Vaticano), sino algo espiritual. Los primeros cristianos al llamarse
a sí mismos una "ecclesia" se consideraban como el pueblo escogido
por Dios.
Y así nos creemos los católicos, a mucho honor. Debemos
dar testimonio de nuestra fe, para compartir la divinidad con Dios. La
autoridad de la iglesia es indiscutible. Pero esto no debe hacernos creer
a los católicos que somos poseedores de la verdad. Tenemos que ser
humildes y saber entender a quienes dudan.
Cristo fue un líder carismático. Amable y suave o duro
cuando debía serlo. Así formó a sus discípulos
a quienes en Pentecostés el Espíritu Santo infundió
la sabiduría.
El último gran dogma proclamado por la iglesia fue la Asunción
de Nuestra Señora. Ha tenido una posición dogmática
al defender el derecho a la vida desde antes de nacer. El riesgo de este
nuevo siglo es que permitamos que hombres y mujeres jueguen con los abortos
provocados y la eutanasia. La liturgia de la iglesia se moderniza pero
aún conserva rasgos de la liturgia israelita, como lecturas del
antiguo testamento y de los salmos. Es bueno saber que en algún
lugar del mundo, hay una celebración eucarística a cualquier
hora del día, en un planeta donde el sol nunca se pone.
Leonor Uribe de Villegas
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