Vasilis Gkourogiannis

Vasilis Gkourogiannis (nació en 1951 en Granitsa, Ioannina) autor de tres novelas y varias colecciones de cuentos y ensayos. Su obra explora el nacionalismo griego. Se graduó de la escuela superior de Oania, estudió leyes en la escuela de Derecho de Tesalónica. Autor de varias novelas traducidas a otros idiomas, es abogado de profesión. Casado y con dos hijos. Reside actualmente en Atenas. Entre sus cuentos se destacan Historias de fenómenos paranormales, y las novelas En compañía de los atenienses, y Vuelo profano, entre otras. (Los títulos no significan que haya traducción de estos libros al castellano.)

 

 

Nazif el turco de Oania

Vassilis Gkourogiannis

El último coche -llamémosla el guía -brilló los faros, y la señal se transmitió desde un coche a otro hasta llegar a la primera fila, que fue responsable por encontrar veloz un lugar adecuado para estacionarse.

La caravana de coches lujosos, se deslizó a propósito en la pista, las ruedas estremeciéndose por la gravilla hasta detenerse, puestas al azar como sombras que se cruzan dispersas. Los chóferes salieron y se dirigieron hacia el último coche para ver qué era exactamente lo que acontecía. Uno de ellos, miró con una mueca de exasperación en el rostro, tenía un complicado reloj de buzo que se veía como un peso en su brazo izquierdo.

Pasó casi una hora y cuarto desde que los inmigrantes turcos desembarcaron del inmenso ferry, y sin perder un segundo, salieron corriendo dejando en Igoumenitsa sólo los gases de escape de los motores diesel, alemanes. Estaban empeñados en adelantar rápidamente la mayor brevedad sus dieciocho ruedas como si fuera posible que si quedaban atrapados detrás de ellos, hasta el ascenso serpenteante de Oania, perderían como veinte minutos por no hablar de los peligros a que los exponía su inevitable e ilegal intento de pasar por el tránsito contrario que se aproximaba. Aquel camino abismal estaba sembrado a cada lado con juguetes de niños, frecuentemente se puede espiar un granizado de vidrio roto por los parabrisas y los faros destrozados.

Este fue el tercer verano consecutivo en el que la guerra en Yugoslavia los había obligado a coger el barco en Brindis, para desembarcar en Igumenitsa, atravesar todo el norte de Yunanistan* todo el tiempo hasta el Evro, todo este plan de juego sorbiendo tres días enteros de vacaciones. Había rumores de que hay cierta gran vía en construcción, la llamada Egnatia Odos, según oyeron, y cada verano, creen que esta será su ruta por seis horas de Igoumenitsa a Evro; y cada septiembre hacen el camino de vuelta por la misma senda asesina. De vez en cuando, espían en la distancia gruñidos de palas mecánicas que juegan dentro de las cajas de arena en las colinas. Han perdido la esperanza de volver a conducir por esa carretera; es más probable que todos los yugoslavos terminen unos a otros vaciando sus tierras para que se excave una nueva carretera, sin protestas de los habitantes locales, que pase por la salida de las ciudades y los pueblos y les lleve en línea recta de Alemania a Austria y de Tracia a Estambul.

Algo grave debe de haber provocado este extraordinario embotellamiento que se toma mucho tiempo de parada; debido a que la parada próxima está programada después en Metsovo, a la sombra fresca de los manantiales naturales de la Pass Katara. En la tranquilidad de sus claros de hierba, compondrían sus alimentos sobre mantas, y comerían y fumarían y harían sus necesidades bajo los abetos, a fin de reunir fuerzas hasta su próxima parada en Xanthi.

Una multitud de pasajeros emergió de los automóviles para estirar las piernas; mujeres con velo, niños pequeños de coloridos pantalones cortos, hombres bigotudos, viejas, hombres envejecidos en la tierra. ¿En qué lugar cabrían? Obviamente, los turcos son expertos en embalar gente, no hay otra explicación.

Al otro lado de Oania, se encuentra el camino a Mitsikeli. Desde el último BMW 730, el coche del líder, Nazif de mediana edad, saltó primero y, corrió veloz abajo de la pendiente de maleza con una bolsa de plástico negro y una botella de agua en mano. Todos entendieron la razón por la extraordinaria parada: Nazif estaba de carreras. Otros aprovecharon la oportunidad para quedarse dormidos. Fuera de la vía, mujeres con velo hacían pis, rodeadas en un anillo por otras mujeres como si estuvieran dando a luz; un turbante se sumergía en tanto otro tomaba su lugar alzándose. Una turbia y delgada corriente se derramaba entre sus zapatillas y se abría camino hasta mezclarse con las aguas del Lago Pamvotidas.

Miraron a través la ciudad. Podían ver los minaretes gemelos y en sus corazones se levantaba un poco porque les hacía sentirse como en casa; como si se tratara de su ciudad y se dieron cuenta de la grandeza de los otomanos, que hace siglos vienen a este mismo rincón del mundo. Vivieron aquí hasta el 22, cuando la tempestad del intercambio de población, los envió hasta Anatolia de refugiados.

Pero, ¡suficiente es suficiente! No podían darse el lujo de perder ni un precioso minuto más. Hubo un tiempo en el alboroto en el reloj complicado de Güney, blandiendo las manos como espadas y amenazando a sus vacaciones. Ya era hora que Nazif regresara. Después de todo, la diarrea de sus intestinos debía haberse vaciado y ya estar limpio, listo incluso para algunos kokoretsi.** Siguieron mirando con caras largas en sus relojes. Los niños comenzaron sus juegos, pero aún no Nazif no aparecía. Los minutos fueron escapando y el tiempo invertido inútilmente aquí, era tiempo muerto empleado entre el punto bajo el árbol de mora la familia ya de vuelta a la tierra; era tiempo perdido de natación a lo largo de las costas de Jonia; o de juegos de cartas con los ancianos en la aldea. Estos últimos comenzaron a gritar en dirección adonde se suponía que Nazif estuviera de cuclillas. ¡

-¡Nazif!, eh, eh, ya tú has cagado suficiente en el Yunancalar. ¡Je! –Se burlaban. Pero no aparecía. Trataron con sus silbatos de ganadería, tocando la bocina de manera insistente. Los pasajeros ya habían empacado por sí mismos en los coches y todos estaban esperando la señal de salida en algún momento. Prendieron los motores para tener el aire acondicionado en marcha.

Al líder le preocupaba que tal vez algo grave le habría sucedido a Nazif.

–Vamos, –dijo a los demás, –nos pondremos al día con ustedes.

Decidió empezar la pendiente. Caminó hacia abajo intencionalmente, ruidosamente, con claros de precaución en la garganta, levantando grava a cada paso. De pronto vio a Nazif disparar nerviosamente por entre los arbustos y lanzar rápidamente sus prismáticos y algo así como unas fotografías, soplado hacia arriba en la bolsa negra de plástico. Estaba completamente vestido. Fuera de sí, y se quedó mirando al líder. Estuvo de pie, como si se hubiera convertido en piedra, por unos segundos, y luego corrió con la velocidad de una bestia salvaje que se precipita hacia el lago. El jefe miró hasta al otro lado, hacia los minaretes y gritó:

–¡Amán, Alá, se ha vuelto loco!

Y lo siguió a toda velocidad, porque se dio cuenta de que con el impulso que llevaba Nazif, de seguro terminaría en el agua. Trató de detenerlo, pero no lo hizo. Nazif se metió hasta el pecho en el lago y chapoteaba histéricamente, como un ganso salvaje herido. Las aguas frías lo trajeron un poco de vuelta a sus sentidos. Comenzó vadeando, vacilante, como una tortuga de agua. Sus ropas estaban empapadas de algas y musgo. La bolsa con las fotografías y los mapas se hundió en el fango. Su barbilla temblaba. Estaba balbuceando frases incomprensibles, delirando con alguien, al parecer su abuelo:

–Abuelo Nazif, ¿dónde está nuestra casa? ¿Dónde está nuestro barrio? ¿Dónde está nuestra Bizani?*** ¡Alá! Todo ha cambiado, todo ha cambiado, ¡excepto por el agua!

Lo ayudaron a recomponerse. Ellos verían qué se había apoderado de él, más tarde.

Tenían que darse prisa para salir de aquella tierra hostil, en once horas a lo sumo. Para cruzar los Evros y descender a Eolia y a Jonia, tendrían que seguir el avance de la carretera de Estambul, Esmirna, Éfeso, Aidín y terminar en sus aldeas, en la región de Usak, la noche del 27 de julio, la misma hora en que, en lo alto de las cimas de las montañas, los huesos de los soldados griegos exudan el olor de las flores de canela, que se vuelve rancio con la edad.

De la Traducción inglesa de Patricia Felisa Barbeito

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*Yunanistan es la palabra turca para Grecia.

** pedazos de tripas de cordero (hígado, corazón, pulmones, bazo, riñón y grasa) perforados en un asador y cubiertos por el intestino delgado lavado enrollado alrededor de una forma similar a un tubo. El kokoretsi se tuesta y luego al carbón. Batalla

***El de Bizani (febrero de 1913) lucha entre los ejércitos helénicos y otomanos que llevó a la derrota a los otomanos y la captura de Oania, en Epiro.

 

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