Promeleón
Nanos
Valaoritis
La
sentencia de Hermes Trismegisto, la conozco
" ...cuando todos los seres estaban sin formar y
no se podía ver a través de ellos... recogían en
sí mismos la simiente del renacer... y rebrotaban
en lo que serían grandes monumentos de su industria
que dejaban sobre la tierra...pues lo divino es la
amalgama entera del cosmos renovada por la
naturaleza" (Tercer discurso sagrado de
Hermes*.) Conozco
la sentencia y la repito con otras palabras, mías
esta vez; muchos retazos de medio cuentos refundidos
en un redondel convincente, experimentado y antiquísimo.
En
los viejos tiempos vivía un rey que se llamaba
Promeleón porque era medio hombre medio león. Este
hombre quería casarse y buscaba una mujer como él,
medio humana medio leona. Pero no era justo ni
apropiado el que encontrara una señorita así.
Rebuscaban los sabios en sus cuadernos, a ver si se
había dado algún caso semejante, y los no sabios
también escudriñaban por
toda la tierra en busca de la leona de forma humana.
La estúpida humanidad se creía todo esto y difundía
e inventaba, angustiada, teorías y consejos; y no
se hablaba de otra cosa, se hacían cálculos sobre
quién sería el afortunado que la encontrase,
porque Promeleón, el antiguo y poderoso rey, había
prometido muchas cantidades muy convenientes y dones
y regalos y una gran
recompensa a quien le encontrara la leona, la mortal
sacada medio de animales medio de humanos que le
estuviese uno a uno, aparejada. Los días pasaban,
los meses pasaban, los años se iban, los años
desaparecían y Promeleón seguía soltero. Al final
de los finales Dios tomó el parecer de arreglar el
asunto y una noche de invierno le nació a un hombre
pobre una hija medio niñita medio leoncita. Al
principio éste y su mujer se asustaron tanto que
faltó bien poco para que hicieran caso al cura y la
mandaran al diablo, de donde había venido. Pero se
pusieron a darle vueltas en la cabeza a la promesa
de Promeleón y cambiaron de opinión y decidieron
ir a ver si tenían la suerte de que su hija le
gustara a aquel rey inmortal.
Enviaron pues una noche un mensajero a escondidas, no fueran a enterarse
en el pueblo y cayera sobre
ellos la vergüenza de prometer en matrimonio a un
bebe. La contestación llegó enseguida; y al día
siguiente ya la llevaban al palacio del rey,
envuelta en pañales para que no se viera su cuerpo
de león. Allí le quitaron primero que todo los pañales,
para ver si habían dicho su padre y su madre la
verdad, y luego les pagaron con muchas monedas de
oro y de plata, y con piedras preciosas y cuanto se
pueda imaginar. Al volver al pueblo la pareja, como
no se sabía cómo unas personas tan pobres se habían
vuelto ricos de repente, en una sola mañana,
sospecharon de ellos; empezaron a pensar mal
y terminaron corriendo la voz de que andaba por
medio el diablo, y de que los florines eran un
embeleco y si los tocabas, se convertían en carbón.
Con esta justificación fueron una noche y rompieron
la puerta de la casa y buscaron por todos los
armarios y cajones y arcones; pero no encontraron
nada. Porque dio la casualidad de que en el bargueño
donde los tenían escondido no miraron. Y se
marcharon enfurecidos diciendo que se vengarían de
que les hubiesen mentido y los hubiesen humillado
por no haber encontrado nada de cuanto se rumoreaba.
Pero el tiempo no sufre detenciones y su hija se
hizo mayor; y dejó de ser una niña; y se convirtió
en una jovencita; y entonces el rey quería casarse
con ella, y hacerla reina suya, y compartir su lecho
con ella, y tener muchos hijos humano-leoncitos.
Pero ella quería conocer antes a sus padres y
pedirles su consentimiento; y, entonces ya sí,
volverse reina con la ceremonia que se estilaba en
su pueblo. Así ocurrió y la muchacha se marchó y
quiso obtener el permiso de sus padres. Pero ellos,
que temían reconocieron; aseguraron que no era hija
suya, por más que hubiera llegado con escolta real
y con el aparato oficial de bulas y escrituras donde
ponía que era hija de ellos; los muy ignorantes no
se enteraban de nada y votaban a Dios y al diablo
que si sabían algo de su hija, no vieran más la
luz del día. Entonces el pueblo dio rienda suelta a
la lengua; y concluyeron que no podían haber tenido
aquella visita tan principesca sin que allí hubiera
gato encerrado y enterrado en algún lado; y
volvieron a ir a la casa armados de picos y palas y
levantaron hasta los pisos de las habitaciones; y al final encontraron el tesoro
enterrado en el jardín,
donde habían tenido la precaución de esconderlo
después del primer asalto a su casa; y se lo
repartieron entre ellos después de haberlo
exorcizado para que no se les convirtiera en ceniza
entre los dedos. La hija, entretanto, se fue
desconsolada a Promeleón y le dijo que no quería
ni podía casarse; ya que sus padres no la reconocían
como hija suya, ni le daban su permiso y su bendición.
Entonces
Promeleón volvió a hacer llamar a los padres y les
ofreció un banquete espléndido y les prometió de
nuevo incontables regalos si reconocían a su hija y
le permitían casarse. Aquellos, sospechándose algo
malo, hicieron de la necesidad y del interés virtud;
y ya que habían perdido todo lo que les había dado
anteriormente el rey, aceptaron; y se celebró la
boda en palacio con sus bendiciones. Pero al volver
a casa los asaltaron en un bosque oscuro unos
bandidos. Y se contaba que mientras los asaltaban se
oían gruñidos y rugidos de león. Y se dijo que su
propia hija había prometido una paga a los bandidos
para que los asaltaran. Y cuando llegaron al pueblo
se encontraron con otras desgracias: las bestias
robadas y la casa quemada por los del pueblo.
Entonces maldijeron la hora en que engendraron aquel
monstruo y regresaron donde Promeleón llorando
amargamente su desgracia; mas esta vez el rey no se
conmovió en absoluto y los echó con dureza; porque
en lo único que pensaban era en el dinero. Y se
murieron de hambre y de sed, y se los comieron las
fieras salvajes en los montes. Mientras tanto su
hija se arrepintió de haber dejado a Promeleón
echar a los autores de sus días; y marchó al
pueblo para llevárselos.
Cuando
vio la casa quemada y que ellos no aparecían,
supuso que los habían matado los del pueblo y se
detuvo a comérselos uno tras otro, hombres, mujeres
y niños. Promeleón al enterarse de la conducta de
su mujer lo lamentó mucho; pero, qué podía hacer
el desdichado, que estaba orgulloso de tenerla y la
colmaba de atenciones y no le decía que no a ningún
capricho, le pidiera lo que le pidiera. En aquel
tiempo apareció un mago poderoso que pregonaba y
presumía de poder convertir en personas a los
leones reales, si ejercía todo su poder y en ese
momento no eran contrarios los demonios dea tierra y
los astros del cielo; y que poseía el secreto de un
bebedizo que tornaba a su forma humana incluso a los
árboles; y ordenó que le trajeran una tortuga y la
hizo beber allí mismo y la convirtió en persona
humana capaz de caminar, no sólo a cuatro o tres
patas, sino también a dos e incluso a una.
Y
la fama de sus proezas se extendió por Oriente y
Occidente y llegó a los oídos de Promeleón que le
mandó llamar y le dijo que si le convertía a él y
a su compañera en personas le daría muchas
riquezas indecibles, que no las había visto ni en
sueños; y le enseñó algunas de sus riquezas y el
mago se quedó pasmado y aceptó. Pero el rey le
pidió por si acaso antes, que uno nunca sabe, que
probase primero con su mujer, la reina, y luego con
él, porque no quería ser humano él solo y que
ella siguiera como antes y se separaran. El mago
probó entonces primero a hacer humana a la mujer;
pero le resultó imposible conseguirlo, y entonces
el rey le dijo que le había engañado; e iba a
expulsarlo de allí cuando el mago, sin pedirle
permiso, para salvar el pellejo, lo convirtió en
persona. En cuanto se convirtió en persona, el rey
se olvidó de todo, tan contento se puso; y no sólo
no castigó al mago; sino que
le pagó la mitad de los dineros que le había
prometido; ya que no había conseguido convertir
también en persona a la reina, sino solamente a él.
Cuando
el mago se marchó, le asaltaron al llegar la noche
unos bandidos en el mismo sitio que habían asaltado
a los padres de la muchacha, y se oyeron otra vez
rugidos de león mientras los bandidos hacían presa
en él. Pero Promeleón, que ahora era humano, olvidó
a su mujer y tomó otra esposa, humana. Entonces
Promeleona, así la llamaban, fue al bosque y se
escondió con los bandidos y no dejaba pasar un solo
viajero sin comérselo, después de que le hubieran
afanado los bandidos. Por último, el mal llegó a
tal extremo que Promeleón se vio obligado a ordenar
que la prendieran; y cuando la capturaron, la metió
en una jaula y le daba de comer todas las mañanas
coderitos tiernos, pero la nueva mujer se puso
celosa y pagó a unos hombres para que la mataran.
Estos la llevaron a un lugar desierto y la
torturaban; entre los tormentos Promeleona decía:
"¡Ay! ¿por qué habré nacido de tales padres
que no me dieron permiso para casarme, y que me
maldijeron para que no me volviera jamás humana y
para que no funcionara la magia conmigo, y que me
quisiera comer lo que vieran mis ojos; y que no
tuviese corazón para dolerme ni lágrimas para
llorar, y que me los comiera vivos y todo? que si me
libré de ellos, de su maldición no me libré. Y
poco después expiró; y los hombres
esos regresaron donde la mujer de Promeleón, la
nueva, y le contaron como la habían matado y lo que
les dijo antes de morir y aquélla se alegró; pero
Promeleón lo escuchó todo a escondidas y ordenó
que ahorcaran inmediatamente a los asesinos, y a
ella la hizo aherrojar, diciéndose "no esperes
nada bueno de los hombres."
Entonces
ocurrió un milagro y llegó un día un hombre con
una piel de león por capa; y Promeleón reconoció
la piel de Promeleona y le preguntó donde la había
encontrado. Aquel contestó que se la había
comprado a unos bandidos que la vendían. Pero
Promeleón era astuto y no lo creyó y volvió a
preguntárselo hasta que confesó el hombre de la
piel que era el cuero de una leona humana, que la
había encontrado herida y agonizante en un lugar
desierto; y que le había dado pena y la llevó al médico
que la curó; pero ella permanecía inconsolable y
se fue muriendo poco a poco de una pena que no quiso
explicar a nadie; y que un poco antes de morirse le
hizo jurar que se pondría su piel e iría al
palacio de Promeleón; pero que no le dijera de quién
era la piel hasta que la reconociera él mismo. Y
entonces fueron todos al lugar donde la había
enterrado y levantaron un león de piedra con rostro
de mujer, y le pusieron alas para indicar que
Promeleona estaba ya en el cielo; y así surgió la
historia de que quizá en cierta ocasión había
preguntado a uno: "¿Qué es lo que primero
nada, después pasea y luego vuela?" y contestó:
"El hombre; porque primero nada en el vientre
de su madre; después pasea sobre la tierra; y luego,
cuando expira, su alma vuela al cielo." Y
aquella le contesto que no la quería nadie, ni sus
padres, ni su marido, como para que cobrara alma
para volar; y por eso la llamó Esfinge, porque la
esfingía (apretaba) la pena, el misterio y la
angustia del mundo.
Nanos
Valaoritis
*El
autor transforma el texto que cita uniendo
fragmentos muy separados unos de
otros. Además introduce un par de
modificaciones puntuales que cambian aún más el
sentido: αδιοράτων (impenetrables, imperspicuos,
opacos) en lugar de "αδιερίστων" "(que se considera debe leerse αδιαιρίστων" -no divididos-) y "ανακυθέναι ("rebrotan", -pasiva insólita de
"κύω", "preñar" o "estar preñada" + "ανά"-, "re-"-.) en lugar de "αναλυθέναι" (se disuelven). Por último, no son citas del "tercer
discurso sagrado", sino del que
convencionalmente se designa como "tercer
tratado hermético"
cuyo título es "discurso sagrado."
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