Ioannis Kondilakis


Ioannis Kondylakis, en griego: Ιωάννης Κονδυλάκης; 1862 murió en Heraclión, 1920) Novelista, traductor, ensayista y columnista griego. Fundó la Unión de Periodistas Griegos y se le considera uno de los pilares de la narrativa moderna de la nación. Nació en Ano Viánnos (Creta, Grecia), en el seno de una familia de reconocidos revolucionarios griegos. Cuando tenía cinco años, su familia se exilió a El Pireo a raíz de la revolución de 1866. Allí permaneció tres años, hasta 1869, cuando volvió a Creta y acabó la educación primaria. Posteriormente entró en el gimnasio de Heraclión, para luego trasladarse a Atenas, donde continuó sus estudios de gimnasio. En 1877 regresó a Creta y ayudó en la revolución contra los otomanos. Durante el mismo periodo, trabajó en varios tribunales y en la autoridad portuaria, al tiempo que comenzó su actividad periodística en periódicos de La Canea. En 1884 volvió a Atenas, donde finalizó sus estudios secundarios. Ganó varios premios por sus relatos y publicó su primer libro, Διηγήματα (Diiyímata, Relatos). Aunque se inscribió en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Atenas, se vio obligado a interrumpir sus estudios por motivos económicos. Trabajó de maestro, periodista y escritor de textos escolares. Su contribución fue igualmente importante en la prosa. Junto con Alexandros Papadiamantis y Andreas Karkavitsas se le considera uno de los pilares de la narrativa griega moderna, encuadrada en el realismo social. En 1919, tras haber visitado Alejandría, regresó a La Canea con un estado psicológico bastante negativo. En 1920 fue ingresado por hemiplejía en el hospital Pananio de Heraclión, donde murió al poco tiempo. Es autor de la novelita Primer amor, muy conocida en su patria.

*Información proveniente de Wikipedia

 

Cómo el pueblo se volvió cristiano

 Ioanis Kondylakis

He tenido una semana extraña, y como venganza contra los elementos, he hecho una cosa un poco extraña.

Había oído hablar a menudo a mi padre la historia de por qué tuvo que vender en Modi y pasarse a la aldea montañesa de Akaranou. La razón fue por “un musulmán”con perdóny por un cerdo con permiso, así es como hablaba y expresaba su odio hacia los musulmanes en particular, y a los musulmanes en general. Modi en aquel entonces era todavía una aldea musulmana. Había algunos cristianos, pero era en las tierras bajas y eran humildes, eran “terceros”es decir, los que cultivaban las fincas de los musulmanes por un porciento de los ingresos. Eran casi siervos. El único que tenía cierto grado de dignidad y orgullo, porque tenía bienes suficientes como para no tener que trabajar para los aghas, era mi padre Mikhalis Alefouzos. Pero, precisamente porque tenía un espíritu independiente y su columna vertebral no se doblaba fácilmente, se ganó la antipatía de Kerim Agha, el musulmán más rico y poderoso de Modi, un hombre fanático y tiránico, que quería que los cristianos sintieran que vivían sólo a través del sufrimiento por cuenta de los musulmanes. Por esa razón, cada vez que Alefouzos pasaba y saludaba con un simple: Buenas noches, Kerim Agha, él sacudía su cabeza y lo miraba amenazante. Pero él siguía su camino.

Un día, dijo a otro musulmán:

Ese hombre, por Alá, Alefouzos,  no solo es revoltoso, sino que se atreve a mirarle a uno a los ojos, no es sumiso.

Cuando el período de la dominación egipcia trajo algo de alivio a la situación de los cristianos de Creta, Alefouzos se animó lo suficiente como para cometer un gran acto de audacia. Compró un cerdo y lo alimentó para la fiesta de Navidad. ¡Un cerdo en Modi! ¡Un cerdo en la aldea de Agha Kerim, justo al lado de su casa! ¡Como una sífilis! ¡Que se confunda su madre, la infiel!

Los primeros chillidos del cerdo propagaron terror en el pueblo, y el pelo de muchos musulmanes se erizó. Hubo un consejo de los aghas de Kerim Agha y decidieron que los de Alefouzos, los rebeldes, deberían ser expulsados de la aldea o matados. Pero antes que todo lo demás: el cerdo también tenía que ser asesinado. Sencillamente intolerable. El día anterior, mientras Kerim Agha fumaba su pipa en el patio, vio al sucio meter su hocico a través de la puerta de su patio semicerrado. ¡Una sífilis es! ¡Sea su padre!

Un día de estos, por Alá, se va a llegar hasta la mezquita ¡y nos arruina el día! dijo el otro Afga. Se asoma allí adonde encuentre una apertura en su camino y, ¡chui, chui!

‒Lo tengo que matar, mis afgas, al chancho, dijo el bulbashi musulmán albanés, una especie de sargento de policía, que representaba la autoridad en el pueblo. El que aprobaba totalmente las decisiones tomadas en las reuniones.

Al día siguiente, al pasar frente a casa de Alefouzos, sacó su pistola y mató al cerdo.

¿Por qué no lo amarró, señora, a la bestia, adentro? ¿Por qué Dios lo condene, y lo dejó asomarse entre nuestros pies? dijo a la mujer de Alefouzos que había oído el disparo y se apareció preocupada a la puerta.

Alefouzos era terco; dentro de una semana tenía otro cerdo más grande, traído desde Platania.

Por amor a Dios, ¿estás buscando a morirte, Mikhalis? ‒Le preguntó uno de los hermanos cristianos de la aldea. ¡Que no levante sus narices, porque te asesinan!

No me matan, respondió Alefouzos con calma. El tiempo de los jenízaros es cosa del pasado.

Pero la época de los jenízaros no era tan del pasado como suponía. El bulbashi le mató el otro cerdo, ahora con la excusa de que le había virado su pipa hookah. Por lo que Alefouzos concluyó que, si seguía insistiendo en la compra de cerdos, estaría ayudando a los albaneses musulmanes en sus prácticas de tiro.

Pero Karim Agha, furioso, finalmente consiguió su liberación un día, cuando se encontró con Alefouzos en la calle:

¿Qué es toda esa confrontación? Cochino, infiel. ¿Qué es lo que estás trayendo a este pueblo?

No es ninguna confrontación, Kerim Agha, dijo Alefouzos en tono respetuoso, pero firme. Nuestra fe nos permite comer carne de cerdo, con perdón…

Su fe... ¡su fe!

Al mismo tiempo alzó la pipa y golpeó a Alefouzos. Pero aquel evitó la trifulca aguantando la mano de Agha.

‒¡Levantas la mano contra mí, perro infiel! gritó Kerim Agha y comenzó a golpearlo furiosamente. Otros musulmanes se allegaron, a él y a Alefouzos, y pronto se lo llevaron a su casa, inconsciente y ensangrentado. Después de un mes, al salir una noche para alimentar a sus bueyes, fue baleado por unos desconocidos; resultó herido en el hombro, y estuvo cerca de morir; quedó postrado durante mucho tiempo. Seguro de cuanto los musulmanes tenían decidido hacerle, se vio obligado a vender todo y buscar refugio en un pueblo de la montaña en Akaranou.

Su hijo, Stamatis, a menudo había oído aquella historia sobre su padre en su niñez, y había acumulado suficiente odio en su alma contra los musulmanes y en especial contra los de Modi. Soñaba vengarse.

Kerim murió, y el viejo Alefouzos también, ‒¡vamos, a los dos les va bien en el Inframundo, a donde seguramente se llevaron su odio consigo!. Pero de igual manera que Alefouzos había dejado un hijo atrás, también Kerim; uno llamado: Arif Agha. Ambos ansiosos de ajustar cuentas a la familia de uno y otro. Pero Arif era completamente diferente a su padre. Era un hombre de buen corazón, amaba el vino y el entretenimiento, andaba en buenas relaciones con los cristianos y con los musulmanes. Dividía su tiempo entre Modi donde tenía esposa e hijos, y en Chania, donde además tenía amantes más compañeros de bebida. Su única preocupación era divertirse y pedir prestado o vender, cuando sus ingresos eran insuficientes a sus necesidades.

Stamatis, había heredado la laboriosidad de su padre, y su venganza particular contra los musulmanes de Modi. Era de la misma edad de Arif, un joven de acaso treinta y cinco años, de hercúlea constitución, barba rubia y áspera, y los ojos llenos de chispa y astucia.

Un día el pueblo, de repente, descubrió que Alefouzos Stamatis había vuelto y comprado la propiedad de su padre. En pocos días se habìa instalado en ella junto a la villa de Arif. Una de las primeras cosas que hizo fue traer de Akaranou una cerda con seis o siete lechones, tan ruidosos que por estar todo el tiempo en movimiento se pensaría que todo el pueblo estaba lleno de ellos. Que, de hecho, así era, porque los cristianos de Modi tenian ya otros cerdos comprados y los habían dejado libres de pasearse por el pueblo y por las granjas de los alrededores, o visitar la cafetería musulmana, y hasta entrar en los patios musulmanes para angustia y horror de las damas caseras, pues le destruian sus huertas.

Ahora ya no había un bulbashi, y el tiempo de los jenízaros estaba tan distante que había quedado casi en el olvido. Modi había pasado de ser un pueblo musulmán a uno cristiano, pues durante la rebelión última, muchos musulmanes murieron o se quedaron en Chania. A los musulmanes restantes, le sucedieron los cristianos de los pueblos de la montaña, siguiendo el ejemplo de Stamatis, que también le compraron sus fincas a los musulmanes que andaban vendiéndolas. Así, al ver la población cristiana crecer y a la musulmana disminuir, Stamatis se regocijó. Un día dijo a Arif, con burlona sonrisa:

Hey, Arif Agha, ¡si su difunto padre estuviera vivo para ver lo que ha pasado con el pueblo!

Arif frunció el ceño.

¿Y qué ha pasado con el pueblo?, ‒dijo con voz ahogada.

Pues que se volvió cristiano, te digo. ¡Mira, mira!

Y con gesto triunfal, señalaba una manada de cerdos que iban por allí tras su madre de lento andar. Pero Arif observaba a los lechones, sin escupir ni jurar, como su padre habría hecho.

Si tu padre viviera, añadió Stamatis, estaría a punto de estallar.

Pero al ver que Arif no se enojaba, y en su lugar se entristecía por la burla, la terquedad de Stamatis se aplacó. Así  abandonó el acto de venganza que había planeado por mucho tiempo: enviarle al hijo de Kerim Agha su mejor cochinillo de regalo.

Pero el alma de Stamatis nunca se alegró tanto como aquel día de Nochebuena, cuando todo Modi se hizo eco del sonido de los cerdos sacrificados. Para reforzar el regocijo, con una sonrisa de oreja a oreja, segun se dice, repetía:

‒¡Hoy,  por primera vez, veo que Modi se ha hecho cristiano!

Siempre andaba con la idea que, pese a la apatía demostrada por Arif, en sus adentros este debía sentirse devastado. ¡No fue cosa pequeña, matar a dos cerdos frente a su puerta! Pero tras unos días, Arif al volver de Chania, detuvo su caballo ante la puerta de Stamatis.

Buenas noches, vecino, ‒le dijo. Tráeme vino como invitado. Estoy de buen humor esta noche.

Stamatis fue a traer el vino, pero Arif lo detuvo.

Y algo bueno de picar.

Luego se bajó del caballo, y en voz baja le dijo:

‒¡Un buen pedazo de salchicha de cerdo...!  

 

Traducción del inglés. No decía nombre del traductor.

 

 

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