¿Puede alguien oírme?
Ersi
Sotiropoulos
Galiana
Petrova se dirigía al trabajo bajo el peso de un
sofocante calor húmedo. Serian sólo dos cuadras
nada mas, pero había comenzado arrastrando los
pies. Se detuvo en el quiosco de la esquina a tomar
aliento y bebió de su botella de agua. Pensó en la
conversación que había tenido esa mañana con su
marido Liosha e instintivamente se mordió el labio.
Así es como los pájaros hacen sus nidos, por el
robo. Bueno, somos aves, también. Aquellos habían
sido sus palabras exactas. Agotada, se cruzó la
calle. El edificio, una propiedad de esquina recién
pintado, se destacó del resto de las casas con sus
techos bajos y terrazas cubiertas de viñedos. Al
acercarse, se dio cuenta de Nelly, inmóvil en una
de las ventanas del tercer piso. Había algo tan
inquietante en su inmovilidad, algo que la oprimía,
sin que supiera por qué.
Ese
verano Nelly estaba tan blanca como la leche y no
había crecido más que un centímetro. Su rostro se
había contraído y los ojos se notaban hundidos.
Sus codos y rodillas estaban rojos y agrietados,
como si los hubiera raspado contra una piedra. Pero
Nelly había dejado de salir de la casa, el otoño
anterior. Tenía miedo de resbalar y caer sobre la
tierra.
‒¿Caída
de dónde? ‒Le preguntaban sus amigas cuando
vinieron a visitarla, primero todos los días
durante la primera semana, y luego con menos
frecuencia.
Nelly
no sabía qué decir. Boca abajo en la cama, se
apoderó de la bancada y los miró.
‒Quiero
a mi hija‒, la señora había susurrado al teléfono.
Desde
que Nelly se había enfermado, Galiana había estado
trabajando en doble turno. Llegó a las ocho de la
mañana y se fue a las nueve de la noche. Algunas
noches, cuando la dueña la necesitaba, no se iba de
la casa en absoluto, y dormía en la pequeña
habitación junto a la cocina. Al principio Liosha
se quejó, pero pronto se acostumbró a la nueva
disposición. Con el dinero extra podía comprar
tanta cerveza como quería; en abril se podría
negociar con coches, y en junio se las arregló para
comprar un Fiat un poco usado.
**
‒Buenos
días, Galiana, ‒dijo la señora.
Ella
estaba fumando, ya vestida con unos pantalones
blancos y una blusa amarilla. Le repitió las mismas
cosas que le había dicho el día anterior Galiana,
‒instrucciones sobre Nelly, su medicación,
las gotas en el preciso tiempo de las 11:00 p.m.
‒¿Entiendes?
‒suspiró en el cierre.
‒Entiendo‒,
dijo Galiana. Pero su mente estaba en otra parte,
estaba pensando en Liosha y en sus trucos.
‒El
doctor estará aquí a las dos, ‒afirmó la señora‒.
Pregúntale si quiere café.
Nelly
había pasado el invierno y la primavera en la clínica,
y aunque ella había sido capaz de levantarse de la
cama y pasear de habitación en habitación, ya
principios de junio, nunca volvió afuera.
‒Ten
cuidado, Galiana, ¿entendido?
Galiana
asintió.
Una
maleta estaba bostezando abierto en el sillón de la
habitación, algo de ropa cuidadosamente doblada al
lado de una funda de almohada. La señora cogió su
bolsa de maquillaje, abrió la cremallera y metió
en una botella de protector solar. Luego abrió el
armario, buscó en los cajones y sacó dos trajes de
baño.
‒¿Me
necesita para algo más? ‒Preguntó Galiana,
volviéndose para irse.
‒Nelly
esta en la sala, ‒dijo la señora. Por favor,
échele un vistazo..."
‒Voy
a hacer sus hamburguesas para el almuerzo, dijo
Galiana.
La
señora se volvió y la miró como si estuviera
tratando de adivinar lo que estaba pensando. Es una
reunión muy importante, ‒dijo. De lo
contrario no me voy."
‒Yo
me ocuparé de ella.
Estaban
de pie en el vestíbulo frente a la puerta abierta.
Sr. Tsirimokos de al lado aparecieron en el pasillo,
arrastrando un carrito lleno de comestibles. ¿Te
vas de vacaciones? , ‒le preguntó.
‒Me
gustaría‒, dijo la señora. Su tono era un
poco amargo, pero luego sonrió. Un viaje de
negocios, me temo... pero voy a tratar de encontrar
el tiempo para darse un baño.
**
La
mañana pasó rápidamente. Galiana limpiaba la casa
con la radio encendida, abriendo la puerta a la sala
de vez en cuando para ver qué estaba haciendo
Nelly. Ella permanecía siempre de pie, en la misma
posición, frente a la ventana.
En
eso sonó el teléfono. Era Liosha.
‒Creo
que me ven, ‒dijo.
‒Voy
a perder mi trabajo, ‒le dijo Galiana.
Liosha
rió; luego se quedó en silencio. Galiana podía
imaginarle con los pies sobre la mesa de la cocina y
una cerveza en la mano.
‒Hablaremos
más tarde, ‒dijo, y colgó.
Galiana
se limpió las manos en el delantal y miró por el
pasillo al piso que brillaba en la luz del atardecer.
Abrió la puerta de la sala y se acercó a Nelly.
‒¿Qué
miras? ‒le preguntó.
‒El
nido‒, dijo Nelly, y Galiana siguió su mirada.
En
el exterior, pegada a la pared del balcón, había
un largo y estrecho nido, en forma de embudo de
barro.
‒Lo
he estado viendo durante tres horas y no ha pasado
nada.
Justo
en ese momento voló un gran pájaro, chirriando.
Dio vueltas al nido un par de veces y se fue.
‒¿Y
has visto qué?
‒Que
no hay pajaritos.
‒Deben
estar durmiendo, ‒dijo Galiana.
‒Un
gran pájaro los mató, ‒dijo Nelly.
El
gran pájaro volvió. En su pico tenía una astilla
de madera, y trataba de presionar en el barro del
nido. Tan pronto como metió la astilla, el pájaro
salió volando.
‒Ha
hecho eso todo el día, ‒dijo Nelly. Luego miró
a Galiana, a la espera de una respuesta.
El
nido parecía ser herméticamente sellado, no había
ninguna abertura, ni siquiera un pequeño agujero
que permitiera el aire.
‒Ese
nido es una tumba, ‒dijo Nelly.
Galiana
no podía pensar en qué decir. Entró a la sala,
donde estaba el teléfono. Marcó su propio número
y dejar que sonara varias veces. Nadie respondió.
Liosha ya debía de haber salido.
**
A
las dos llegó el médico, llamado por Nelly Nariz
de Gorrión. Estaba sudando y se quejó de calor.
‒Sí
está muy caliente. ‒Galiana hizo eco de sus
palabras y se fue a la cocina.
Cuando
regresó a la sala con una bandeja de café y
galletas, el médico estaba de pie detrás del
escritorio. Nelly estaba sentada frente a él. Su
rostro estaba pálido y tenso. El médico indicó a
Galiana que esperara.
‒La
tierra está girando, ‒Nelly decía‒, y
estamos muy pegados a ella... tenemos que aguantar
para no caer... como hormigas aterrorizados...
‒Magnífico‒dijo
Nariz de Gorrión interrumpiendo. Miró absorto por
la ventana y se sentó en el sillón.
‒Por
lo tanto, la forma en que la veo, la he sujetado
firmemente por... oh, cinco, y seis mil años...
‒Diez
mil", ‒dijo Nelly.
‒Diez‒
exclamó nariz de Gorrión. Imagínese, diez mil años,
y ni uno solo de nosotros ha caído!
Pero
eso no era prueba suficiente para Nelly, quien se
levantó furiosa y se acercó a la ventana. Galiana
tuvo la oportunidad de poner la bandeja en la mesa y
se fue.
**
Al
mediodía Nelly no quería comer. Galiana hizo papas
fritas, una tortilla de queso y una hamburguesa.
‒Come,
pajarito, ‒dijo.
Nelly
empujó el plato a un lado y se levantó.
‒Tengo
sueño, ‒dijo, y se fue a su habitación.
Debían
ser las seis cuando Galiana oyó el timbre de la
puerta. El salón estaba hirviendo por el sol de la
tarde y ella estaba bañada en sudor. Liosha se había
apoyado en el marco de la puerta, sonriendo
ampliamente.
‒No
debiste haber venido, ‒dijo Galiana.
Ella
miró para asegurarse de que la puerta del vecino
estaba cerrada, y dio luego un paso a un lado para
dejarlo entrar
‒Hace
calor, ‒dijo, y fue a la cocina.
Había
ido a la casa anteriormente, cuando Nelly se
encontraba en la clínica y la señora seguía
pasando las noches con ella. Fue para el invierno, y
él y Galiana habían dormido abrazados uno al otro
e hicieron el amor en la cama de la señora, pese a
las protestas de Galiana. Por la mañana le frió
unos huevos, y comieron desnudos en la cama, con la
bandeja apoyada sobre las cubiertas. Pero ese había
sido un Liosha diferente, un Liosha más tranquilo,
más razonable, que sólo bebía los fines de semana,
no a diario.
‒Sobraron
hamburguesas, ‒dijo Galiana.
‒?Hamburguesas
de nuevo? ‒preguntó, alzando la voz.
‒La
niña está durmiendo, ‒dijo Galiana.
‒Me
importa una mierda la chica, ‒gruñó Liosha.
Se sentó a la mesa, encendió un cigarrillo y miró
a su alrededor. ‒Vaya, ‒dijo, exhalando
humo. Vaya, vaya...
‒Puedes
comer, pero luego te tienes que ir, ‒dijo
Galiana.
Liosha
la miró con los ojos entrecerrados. No tenía
ninguna intención de irse, era perfectamente obvio.
Comió, fumó otro cigarrillo, y entró en la sala.
Galiana trajo un poco de cerveza. Se sentaron en el
sofá y vieron las noticias. Liosha puso un brazo
alrededor de su hombro, él tenía sus maneras de
conquistarla. ¿Y qué hay de malo en eso? Pensó
Galiana. Se siente solo, es por eso que vino,
para tener un poco de compañía.
**
Ya
era de noche, y una brisa fresca soplaba a través
de las ventanas abiertas. Galiana trajo un plato de
papas fritas, unas aceitunas y la tortilla que sobró
del almuerzo. Habían limpiado los platos de las
golosinas cuando la puerta se abrió y entró Nelly
a la habitación.
Este
es Liosha, mi esposo, ‒le dijo Galiana. Comenzó
a levantarse, pero Liosha la haló hacia abajo.
‒Hola,
‒dijo Nelly.
‒Siéntate
aquí con nosotros, ‒dijo Liosha, haciéndole
espacio a ella en el sofá.
Nelly
lo miró sin moverse.
‒¿Qué
hora es?
‒Tengo
que darte tu medicina, ‒dijo Galiana, dándose
cuenta que había olvidado por completo la medicina
de Nelly, y las gotas, también.
‒No
vas a darle nada, ‒dijo Liosha, y señaló de
nuevo a Nelly para que se sentara.
La
niña se acercó a ellos vacilante.
‒¿Quieres
una cerveza? ‒Preguntó Liosha.
‒No
es justo, ‒dijo Galiana.
‒Sí,
‒dijo Nelly, y se sentó en el sofá.
Liosha
llenó su vaso y se lo dio a Nelly. Se lo bebió de
un solo trago y lamió la espuma.
‒Bueno,
ya basta, ‒dijo Galiana. Pero se sentía
entumecida, e incapaz de reaccionar.
‒¿Cómo
es que no va a salir afuera? ‒Preguntó Liosha.
‒No
quiero hacerles el favor, ‒dijo Nelly seria.
Liosha
abrió otra cerveza y se sentó allí pensando.
"Bien por ti", dijo, y sonrió. Galiana le
dio un codazo en el costado, pero él no pareció
darse cuenta.
‒Todos
están en contra de mí, ‒dijo Nelly un poco más
tarde.
‒¿Quién
está contra ti? ‒Preguntó Liosha, hablando
inusualmente lenta.
‒Los
que quieren que yo no me agarre al caer.
‒¿Caerte
adónde?
‒Al
universo, la galaxia, no lo sé. ‒Nelly hizo
un gesto vago‒. Nunca se sabe exactamente
donde uno puede caer.
‒Mmm...
buen punto. ‒Dijo Liosha.
El
rostro de Galiana se barrió de la cerveza. El
sonido de la televisión golpeaba en su cráneo.
Cogió el control de la TV para cambiar de canal.
‒Apágalo,
‒dijo Liosha: Que quiero pensar‒. Puso
los pies sobre la mesa y entrelazó las manos detrás
de la cabeza. Dime, ‒se volvió hacia Nelly,
¿quiénes son esa gente?
‒Nariz
roja, Nariz de Gorrión, Babosa y Orejotas, ‒explicó
Nelly.
Eran
los médicos que la habían tratado desde que dejó
la clínica.
‒Yo
me encargaré de ellos, ‒dijo Liosha.
‒Son
los caracoles en trajes, una nube de negro de
gusanos, ‒dijo Nelly emocionada.
‒Lo
sé, ‒y Liosha estuvo de acuerdo.
‒¿Qué
le estás diciendo? ‒murmuró Galiana.
‒Vamos
a ir a buscarlos, ‒dijo Liosha. Sus ojos
brillaban: Nelly y yo vamos a ir.
‒Espera,
‒interrumpió Galiana Espera, por favor...
Trató
de levantarse, pero volvió a caer. Se sentía extrañamente
mareada. Vio a Nelly mirando a Liosha con un brillo
en sus ojos borrosos y luego vio Liosha mirando a la
chica, también, magnetizado. Con gran esfuerzo, se
apartó el brazo del sofá y se puso de pie. Ella
salió de la sala y se detuvo en medio de la sala.
Tenía que hacer algo, de inmediato, en ese instante.
Dio unos pasos hacia atrás y cerró la puerta de la
sala, luego se puso a pensar de nuevo en el centro
de la sala. Rápido, Galiana, rápido. Abrió la
puerta del apartamento, sonó la campana de la
vecina y esperó. Parecía oír pasos en alguna
parte, dentro del apartamento. El señor Tsirimokos,
‒susurró. Tocó el timbre otra vez. Nada.
‒¿Alguien
puede oírme? ‒gritó.
Sin
aliento, corrió hacia la entrada principal. En el
exterior, las tiendas habían cerrado todo. La gente
iba y venía por la acera. Ella dio la vuelta. Una
vez más le pareció escuchar pasos en el
apartamento del señor Tsirimokos. Golpeó la puerta
con los puños.
‒¿Alguien
puede ‒oírme? ¿Alguien puede oírme?
Volvió
a entrar en el apartamento, cerró la puerta detrás
de sí y se apoyó en ella. Se quedó allí durante
unos minutos, respirando profundamente. Luego fue a
la sala. El tiempo para nosotros seguir adelante, ‒dijo
Liosha, y tendió la mano a Nelly. Nelly lo miró,
luego miró a Galiana y se levantó.
‒Espera,
‒dijo Galiana.
‒Quiero
salir a la calle, ‒dijo Nelly‒. Y comenzó
a caminar.
Nelly
bajó las escaleras del edificio de apartamentos,
aferrándose a Galiana y a Liosha de brazos.
Salieron a la calle. Dio entre ellos varios pasos
por su cuenta.
‒Da
miedo caminar sin agarrarse de nada, ‒dijo.
‒Sí‒,
dijo Galiana‒. Su corazón estaba a punto de
estallar.
‒Ahora
soy una equilibrista.
‒Sí,
una equilibrista, ‒repitió Galiana.
Se
metieron en el Fiat, los tres de ellos hacinando el
asiento delantero. Liosha encendió el motor. El
coche comenzó a moverse.
‒Una
fuerza desconocida me ha tomado bajo su ala, ‒dijo
Nelly. Y colgaba por la ventana mirando, fascinada.
Liosha
se volvió hacia ella, extático, y pisó el
acelerador.
Aceleraron.
El coche iba volando y todo lo demás, también. El
quiosco, los vendedores ambulantes que venden maíz
a la parrilla y coco en carritos desde la fuente, el
follaje marchito de los árboles, junto al periódico.
Todo el camino estaba volando, desapareciendo en la
distancia.
Es
aterrador que ni una sola imagen se quede en mi
mente,
‒pensó Galiana.
Sólo
el cielo, y la luna tambaleando entre ellos, las
nubes dispersas; sólo estas permanecían quietas.
De
la traducción inglesa de Karen
Emmerich
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