Ersi Sotiropoulos


Ersi Sotiropoulos es autora de poemas, narraciones breves y novelas. Estudió Filosofía y Antropología Cultural. Ha vivido muchos años en Italia. Ha participado en exposiciones de poesía visual y de poesía concreta. Sus obras se han traducido al francés, alemán e inglés. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura así como el Premio de la Revista "Diavazo" ("Yo leo") por su novela Zig-zag entre los bergamotos, en el 2000. Es autora de Manzana Muerte, 1980; Plétron, 1980; Vacaciones sin cadáver, Ákmon, Kastaniotis, 1997; de 3 días festivos en Oania, Nefeli, Kédros, 2001 y Domando a la fiera, Kedros, 2003, entre otras.

 

¿Puede alguien oírme?

Ersi Sotiropoulos

Galiana Petrova se dirigía al trabajo bajo el peso de un sofocante calor húmedo. Serian sólo dos cuadras nada mas, pero había comenzado arrastrando los pies. Se detuvo en el quiosco de la esquina a tomar aliento y bebió de su botella de agua. Pensó en la conversación que había tenido esa mañana con su marido Liosha e instintivamente se mordió el labio. Así es como los pájaros hacen sus nidos, por el robo. Bueno, somos aves, también. Aquellos habían sido sus palabras exactas. Agotada, se cruzó la calle. El edificio, una propiedad de esquina recién pintado, se destacó del resto de las casas con sus techos bajos y terrazas cubiertas de viñedos. Al acercarse, se dio cuenta de Nelly, inmóvil en una de las ventanas del tercer piso. Había algo tan inquietante en su inmovilidad, algo que la oprimía, sin que supiera por qué.

Ese verano Nelly estaba tan blanca como la leche y no había crecido más que un centímetro. Su rostro se había contraído y los ojos se notaban hundidos. Sus codos y rodillas estaban rojos y agrietados, como si los hubiera raspado contra una piedra. Pero Nelly había dejado de salir de la casa, el otoño anterior. Tenía miedo de resbalar y caer sobre la tierra.

‒¿Caída de dónde? ‒Le preguntaban sus amigas cuando vinieron a visitarla, primero todos los días durante la primera semana, y luego con menos frecuencia.

Nelly no sabía qué decir. Boca abajo en la cama, se apoderó de la bancada y los miró.

‒Quiero a mi hija‒, la señora había susurrado al teléfono.

Desde que Nelly se había enfermado, Galiana había estado trabajando en doble turno. Llegó a las ocho de la mañana y se fue a las nueve de la noche. Algunas noches, cuando la dueña la necesitaba, no se iba de la casa en absoluto, y dormía en la pequeña habitación junto a la cocina. Al principio Liosha se quejó, pero pronto se acostumbró a la nueva disposición. Con el dinero extra podía comprar tanta cerveza como quería; en abril se podría negociar con coches, y en junio se las arregló para comprar un Fiat un poco usado.

**

‒Buenos días, Galiana, ‒dijo la señora.

Ella estaba fumando, ya vestida con unos pantalones blancos y una blusa amarilla. Le repitió las mismas cosas que le había dicho el día anterior Galiana, ‒instrucciones sobre Nelly, su medicación, las gotas en el preciso tiempo de las 11:00 p.m.

‒¿Entiendes? ‒suspiró en el cierre.

‒Entiendo‒, dijo Galiana. Pero su mente estaba en otra parte, estaba pensando en Liosha y en sus trucos.

‒El doctor estará aquí a las dos, ‒afirmó la señora‒. Pregúntale si quiere café.

Nelly había pasado el invierno y la primavera en la clínica, y aunque ella había sido capaz de levantarse de la cama y pasear de habitación en habitación, ya principios de junio, nunca volvió afuera.

‒Ten cuidado, Galiana, ¿entendido?

Galiana asintió.

Una maleta estaba bostezando abierto en el sillón de la habitación, algo de ropa cuidadosamente doblada al lado de una funda de almohada. La señora cogió su bolsa de maquillaje, abrió la cremallera y metió en una botella de protector solar. Luego abrió el armario, buscó en los cajones y sacó dos trajes de baño.

‒¿Me necesita para algo más? ‒Preguntó Galiana, volviéndose para irse.

‒Nelly esta en la sala, ‒dijo la señora. Por favor, échele un vistazo..."

‒Voy a hacer sus hamburguesas para el almuerzo, dijo Galiana.

La señora se volvió y la miró como si estuviera tratando de adivinar lo que estaba pensando. Es una reunión muy importante, ‒dijo. De lo contrario no me voy."

‒Yo me ocuparé de ella.

Estaban de pie en el vestíbulo frente a la puerta abierta. Sr. Tsirimokos de al lado aparecieron en el pasillo, arrastrando un carrito lleno de comestibles. ¿Te vas de vacaciones? , ‒le preguntó.

‒Me gustaría‒, dijo la señora. Su tono era un poco amargo, pero luego sonrió. Un viaje de negocios, me temo... pero voy a tratar de encontrar el tiempo para darse un baño.

**

La mañana pasó rápidamente. Galiana limpiaba la casa con la radio encendida, abriendo la puerta a la sala de vez en cuando para ver qué estaba haciendo Nelly. Ella permanecía siempre de pie, en la misma posición, frente a la ventana.

En eso sonó el teléfono. Era Liosha.

‒Creo que me ven, ‒dijo.

‒Voy a perder mi trabajo, ‒le dijo Galiana.

Liosha rió; luego se quedó en silencio. Galiana podía imaginarle con los pies sobre la mesa de la cocina y una cerveza en la mano.

‒Hablaremos más tarde, ‒dijo, y colgó.

Galiana se limpió las manos en el delantal y miró por el pasillo al piso que brillaba en la luz del atardecer. Abrió la puerta de la sala y se acercó a Nelly.

‒¿Qué miras? ‒le preguntó.

‒El nido‒, dijo Nelly, y Galiana siguió su mirada.

En el exterior, pegada a la pared del balcón, había un largo y estrecho nido, en forma de embudo de barro.

‒Lo he estado viendo durante tres horas y no ha pasado nada.

Justo en ese momento voló un gran pájaro, chirriando. Dio vueltas al nido un par de veces y se fue.

‒¿Y has visto qué?

‒Que no hay pajaritos.

‒Deben estar durmiendo, ‒dijo Galiana.

‒Un gran pájaro los mató, ‒dijo Nelly.

El gran pájaro volvió. En su pico tenía una astilla de madera, y trataba de presionar en el barro del nido. Tan pronto como metió la astilla, el pájaro salió volando.

‒Ha hecho eso todo el día, ‒dijo Nelly. Luego miró a Galiana, a la espera de una respuesta.

El nido parecía ser herméticamente sellado, no había ninguna abertura, ni siquiera un pequeño agujero que permitiera el aire.

‒Ese nido es una tumba, ‒dijo Nelly.

Galiana no podía pensar en qué decir. Entró a la sala, donde estaba el teléfono. Marcó su propio número y dejar que sonara varias veces. Nadie respondió. Liosha ya debía de haber salido.

**

A las dos llegó el médico, llamado por Nelly Nariz de Gorrión. Estaba sudando y se quejó de calor.

‒Sí está muy caliente. ‒Galiana hizo eco de sus palabras y se fue a la cocina.

Cuando regresó a la sala con una bandeja de café y galletas, el médico estaba de pie detrás del escritorio. Nelly estaba sentada frente a él. Su rostro estaba pálido y tenso. El médico indicó a Galiana que esperara.

‒La tierra está girando, ‒Nelly decía‒, y estamos muy pegados a ella... tenemos que aguantar para no caer... como hormigas aterrorizados...

‒Magnífico‒dijo Nariz de Gorrión interrumpiendo. Miró absorto por la ventana y se sentó en el sillón.

‒Por lo tanto, la forma en que la veo, la he sujetado firmemente por... oh, cinco, y seis mil años...

‒Diez mil", ‒dijo Nelly.

‒Diez‒ exclamó nariz de Gorrión. Imagínese, diez mil años, y ni uno solo de nosotros ha caído!

Pero eso no era prueba suficiente para Nelly, quien se levantó furiosa y se acercó a la ventana. Galiana tuvo la oportunidad de poner la bandeja en la mesa y se fue.

**

Al mediodía Nelly no quería comer. Galiana hizo papas fritas, una tortilla de queso y una hamburguesa.

‒Come, pajarito, ‒dijo.

Nelly empujó el plato a un lado y se levantó.

‒Tengo sueño, ‒dijo, y se fue a su habitación.

Debían ser las seis cuando Galiana oyó el timbre de la puerta. El salón estaba hirviendo por el sol de la tarde y ella estaba bañada en sudor. Liosha se había apoyado en el marco de la puerta, sonriendo ampliamente.

‒No debiste haber venido, ‒dijo Galiana.

Ella miró para asegurarse de que la puerta del vecino estaba cerrada, y dio luego un paso a un lado para dejarlo entrar

‒Hace calor, ‒dijo, y fue a la cocina.

Había ido a la casa anteriormente, cuando Nelly se encontraba en la clínica y la señora seguía pasando las noches con ella. Fue para el invierno, y él y Galiana habían dormido abrazados uno al otro e hicieron el amor en la cama de la señora, pese a las protestas de Galiana. Por la mañana le frió unos huevos, y comieron desnudos en la cama, con la bandeja apoyada sobre las cubiertas. Pero ese había sido un Liosha diferente, un Liosha más tranquilo, más razonable, que sólo bebía los fines de semana, no a diario.

‒Sobraron hamburguesas, ‒dijo Galiana.

‒?Hamburguesas de nuevo? ‒preguntó, alzando la voz.

‒La niña está durmiendo, ‒dijo Galiana.

‒Me importa una mierda la chica, ‒gruñó Liosha. Se sentó a la mesa, encendió un cigarrillo y miró a su alrededor. ‒Vaya, ‒dijo, exhalando humo. Vaya, vaya...

‒Puedes comer, pero luego te tienes que ir, ‒dijo Galiana.

Liosha la miró con los ojos entrecerrados. No tenía ninguna intención de irse, era perfectamente obvio. Comió, fumó otro cigarrillo, y entró en la sala. Galiana trajo un poco de cerveza. Se sentaron en el sofá y vieron las noticias. Liosha puso un brazo alrededor de su hombro, él tenía sus maneras de conquistarla. ¿Y qué hay de malo en eso? Pensó Galiana. Se siente solo, es por eso que vino, para tener un poco de compañía.

**

Ya era de noche, y una brisa fresca soplaba a través de las ventanas abiertas. Galiana trajo un plato de papas fritas, unas aceitunas y la tortilla que sobró del almuerzo. Habían limpiado los platos de las golosinas cuando la puerta se abrió y entró Nelly a la habitación.

Este es Liosha, mi esposo, ‒le dijo Galiana. Comenzó a levantarse, pero Liosha la haló hacia abajo.

‒Hola, ‒dijo Nelly.

‒Siéntate aquí con nosotros, ‒dijo Liosha, haciéndole espacio a ella en el sofá.

Nelly lo miró sin moverse.

‒¿Qué hora es?

‒Tengo que darte tu medicina, ‒dijo Galiana, dándose cuenta que había olvidado por completo la medicina de Nelly, y las gotas, también.

‒No vas a darle nada, ‒dijo Liosha, y señaló de nuevo a Nelly para que se sentara.

La niña se acercó a ellos vacilante.

‒¿Quieres una cerveza? ‒Preguntó Liosha.

‒No es justo, ‒dijo Galiana.

‒Sí, ‒dijo Nelly, y se sentó en el sofá.

Liosha llenó su vaso y se lo dio a Nelly. Se lo bebió de un solo trago y lamió la espuma.

‒Bueno, ya basta, ‒dijo Galiana. Pero se sentía entumecida, e incapaz de reaccionar.

‒¿Cómo es que no va a salir afuera? ‒Preguntó Liosha.

‒No quiero hacerles el favor, ‒dijo Nelly seria.

Liosha abrió otra cerveza y se sentó allí pensando. "Bien por ti", dijo, y sonrió. Galiana le dio un codazo en el costado, pero él no pareció darse cuenta.

‒Todos están en contra de mí, ‒dijo Nelly un poco más tarde.

‒¿Quién está contra ti? ‒Preguntó Liosha, hablando inusualmente lenta.

‒Los que quieren que yo no me agarre al caer.

‒¿Caerte adónde?

‒Al universo, la galaxia, no lo sé. ‒Nelly hizo un gesto vago‒. Nunca se sabe exactamente donde uno puede caer.

‒Mmm... buen punto. ‒Dijo Liosha.

El rostro de Galiana se barrió de la cerveza. El sonido de la televisión golpeaba en su cráneo. Cogió el control de la TV para cambiar de canal.

‒Apágalo, ‒dijo Liosha: Que quiero pensar‒. Puso los pies sobre la mesa y entrelazó las manos detrás de la cabeza. Dime, ‒se volvió hacia Nelly, ¿quiénes son esa gente?

‒Nariz roja, Nariz de Gorrión, Babosa y Orejotas, ‒explicó Nelly.

Eran los médicos que la habían tratado desde que dejó la clínica.

‒Yo me encargaré de ellos, ‒dijo Liosha.

‒Son los caracoles en trajes, una nube de negro de gusanos, ‒dijo Nelly emocionada.

‒Lo sé, ‒y Liosha estuvo de acuerdo.

‒¿Qué le estás diciendo? ‒murmuró Galiana.

‒Vamos a ir a buscarlos, ‒dijo Liosha. Sus ojos brillaban: Nelly y yo vamos a ir.

‒Espera, ‒interrumpió Galiana Espera, por favor...

Trató de levantarse, pero volvió a caer. Se sentía extrañamente mareada. Vio a Nelly mirando a Liosha con un brillo en sus ojos borrosos y luego vio Liosha mirando a la chica, también, magnetizado. Con gran esfuerzo, se apartó el brazo del sofá y se puso de pie. Ella salió de la sala y se detuvo en medio de la sala. Tenía que hacer algo, de inmediato, en ese instante. Dio unos pasos hacia atrás y cerró la puerta de la sala, luego se puso a pensar de nuevo en el centro de la sala. Rápido, Galiana, rápido. Abrió la puerta del apartamento, sonó la campana de la vecina y esperó. Parecía oír pasos en alguna parte, dentro del apartamento. El señor Tsirimokos, ‒susurró. Tocó el timbre otra vez. Nada.

‒¿Alguien puede oírme? ‒gritó.

Sin aliento, corrió hacia la entrada principal. En el exterior, las tiendas habían cerrado todo. La gente iba y venía por la acera. Ella dio la vuelta. Una vez más le pareció escuchar pasos en el apartamento del señor Tsirimokos. Golpeó la puerta con los puños.

‒¿Alguien puede ‒oírme? ¿Alguien puede oírme?

Volvió a entrar en el apartamento, cerró la puerta detrás de sí y se apoyó en ella. Se quedó allí durante unos minutos, respirando profundamente. Luego fue a la sala. El tiempo para nosotros seguir adelante, ‒dijo Liosha, y tendió la mano a Nelly. Nelly lo miró, luego miró a Galiana y se levantó.

‒Espera, ‒dijo Galiana.

‒Quiero salir a la calle, ‒dijo Nelly‒. Y comenzó a caminar.

Nelly bajó las escaleras del edificio de apartamentos, aferrándose a Galiana y a Liosha de brazos. Salieron a la calle. Dio entre ellos varios pasos por su cuenta.

‒Da miedo caminar sin agarrarse de nada, ‒dijo.

‒Sí‒, dijo Galiana‒. Su corazón estaba a punto de estallar.

‒Ahora soy una equilibrista.

‒Sí, una equilibrista, ‒repitió Galiana.

Se metieron en el Fiat, los tres de ellos hacinando el asiento delantero. Liosha encendió el motor. El coche comenzó a moverse.

‒Una fuerza desconocida me ha tomado bajo su ala, ‒dijo Nelly. Y colgaba por la ventana mirando, fascinada.

Liosha se volvió hacia ella, extático, y pisó el acelerador.

Aceleraron. El coche iba volando y todo lo demás, también. El quiosco, los vendedores ambulantes que venden maíz a la parrilla y coco en carritos desde la fuente, el follaje marchito de los árboles, junto al periódico. Todo el camino estaba volando, desapareciendo en la distancia.

Es aterrador que ni una sola imagen se quede en mi mente, ‒pensó Galiana.

Sólo el cielo, y la luna tambaleando entre ellos, las nubes dispersas; sólo estas permanecían quietas.

 De la traducción inglesa de Karen Emmerich

 

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