Una noche en el

Cinta de Plata

                         Gustavo Gastaldo

 

Voy, voy a abordar, voy a abordar,
Voy a abordar el tren de media noche.
Tengo que ir, voy a abordar
Voy a abordar
Voy a abordar el tren de media noche

(Midnight Train To Georgia - Gladys Knight & The Pips)

 

S on las 19,45 hs. del 16 de Octubre de 1970. Un anochecer bastante fresco para esa altura del año, producto de una suave brisa del Sudoeste que con mucho disimulo había comenzado a soplar después del mediodía. Entro al hall de la estación Retiro del Ferrocarril General Belgrano, no sin apuro y con la ansiedad  característica que me invade siempre que comienzo un viaje. Los andenes, atestados de gente, los que regresan a sus hogares luego de una jornada de trabajo y  los que partimos al interior del país. El bullicio es quebrado cada tanto por el sibilante sonido de las English Electric, inolvidables máquinas diesel inglesas cuyo motor emite un agudo silbido, por lo que les ha valido el mote de “grillo de las pampas“, y que en esos años garantizaban eficientemente los servicios locales a Villa Rosa.

Ya ubicado en mi asiento, me dedico a disfrutar de los instantes previos a la partida, con la ansiedad que aun persiste, pero mitigada ahora por un cigarrillo, cuyo humo dejo salir, cómplice, por la ventanilla abierta.

Era impresionante la cantidad de gente que viajaba, a tal punto, que muchos pasajeros de primera ocuparon los baños con  equipaje, situación que se solucionó con la intervención del guarda y del inspector quienes tras varios minutos de acalorada discusión con los responsables de la irregularidad, los hicieron desistir de la anómala situación.

A las 20 hs. en punto, con los pitazos de nuestra locomotora, una Alco RSD35, como fondo, se pone en movimiento el tren más emblemático del Ferrocarril Belgrano: el Cinta de Plata, está en marcha.

Más de 2.000 Km. o 48 horas traducidas en tiempo, lo separan de su destino en Salta y Jujuy, aunque mi destino final es la estación Alta Córdoba.

 

Luego de más de dos horas de viaje a muy buen ritmo pasa el mozo anotando comensales para el primer turno de la cena. No dudo en anotarme, por experiencia se que en los coches comedor del Belgrano se come bien. Churrasco a la plancha con papas saltadas a la manteca, sopa y un café conforman el menú, simple pero efectivo a la hora de llenar el estómago.  

Nuevamente en mi asiento, la noche hace rato que ha invadido con su negro tul el exterior, fugazmente se deslizan nombres casi imperceptibles  por la velocidad del convoy: Santa Coloma, Ing. Moneta, Doyle, La Violeta, J.B. Molina, son solo destellos en la noche.

Pasada la medianoche, arribamos a Rosario Oeste, hay recambio de pasajeros, siendo muchísimos más los que suben que los que descienden. En esa época el tren es el medio más cómodo e idóneo para aventurarse en un viaje al Norte argentino. Vago por el andén tratando  infructuosamente de conseguir un ejemplar del diario La Capital. Me conformo con un atado de Fontanares,  el viaje es largo y el humo del cigarrillo es el compañero ideal paras las largas travesías, y sobre todo para los que preferimos viajas en tren de noche y no dormir.

Después de casi 20 minutos, con una yunta nueva de maquinista y foguista y con el tanque de la locomotora rebosante de combustible, retomamos la marcha.

 

Las últimas luces de Rosario, a medida que nos alejamos, se apagan una a una y quedamos nuevamente a merced de su majestad la noche. Arrullado por el incesante y rítmico traqueteo del tren interrumpido muy de tanto en tanto por el profundo retumbar que significa el paso sobre un puente, el sueño no tarda en venir y pugna por atraparme, pero no debo caer. Si los viajes en tren tienen magia, los viajes nocturnos la potencian, porque de noche los fantasmas del pensamiento se mueven sin la limitación visual del paisaje a que se ciñen en los viajes diurnos. Juegan y se ocultan libres en la oscuridad mas allá del vidrio de la ventanilla, provocándome las sensaciones más variadas, y eso no se puede desperdiciar durmiendo.   

Afuera, siguen las estrellas fugaces: Totoras, San Genaro, Cañada Rosquín y otras que ni llegan a leerse.

Una suave claridad se enciende desde mi derecha, la mañana, tímida, comienza a hacerse notar con una suave y brillante pincelada celeste. La noche, mi amiga, se bajará en la próxima estación y allí quedara a la espera de un nuevo viaje.

Los primeros rayos de sol nos sorprenden en Sastre y a media mañana llegamos a San Francisco, en la cual se registra un inusitado movimiento de pasajeros. Nuevo cambio de personal de conducción; la nueva pareja que se hace cargo de la locomotora será la encargada de llevarnos hasta Alta Córdoba.

Con el sol ya alto, arribamos a Arroyito, para llegar sobre el mediodía a Alta Córdoba. Gran cantidad de gente colma el andén. Punto final para mí en el Cinta de Plata, al que abandono no sin ganas de seguir rumbo al Norte. En el andén vecino me espera el coche motor Ganz que me llevará al Valle de Punilla, por el hermoso y siempre verde “Ramal de las Sierras”, hasta mi adorada Capilla del Monte. Pero esa…esa es otra historia.

Han pasado los años y el “Cinta de Plata” hoy es solo un recuerdo y como tal continúa recorriendo vivaz las vías de mi alma, con su monótono traqueteo y acompañado por huidizos fantasmas, camaradas infaltables en este viaje…nocturno, por supuesto.