La Radio

a Galena

 

un cuento ferroviario

Después de llover toda la noche amaneció nublado y frío. A las ocho de la mañana, como casi todas las mañanas, el loquito del pueblo cruzó la calle de circunvalación saltando para evitar los charcos y entró a la estación por la puerta del lado del andén.

El Jefe sentado junto a su escritorio, leyendo el recién llegado diario de Mar del Plata,  apenas lo saludó con un movimiento de cabeza.

“Un tren de alta velocidad, unirá Buenos Aires con Mar del Plata y Bahía Blanca” decía un titular en la portada del matutino, “Funcionario de Ferrobaires habla del proyecto y destaca que su realización es inminente” se leía mas abajo,

-         Buen día Jefe… saludó el loquito.

-         Buenas… respondió el Jefe sin abandonar la lectura.

-         Esteee, anoche le dejaron un vagón? Volvió a la carga el muchacho con tono de gran curiosidad.

El Jefe perdió el hilo de la lectura y trató de entender lo que preguntaba el pibe. Levantó la cabeza y mirando por encima de los anteojos respondió fastidiado con otra pregunta: - Que vagón ?

-         La vivienda esa que está en la vía del brete, ayer no estaba y aquí que yo recuerde, hace años que no queda ningún vagón, retrucó el loquito, que podrá ser loquito pero no tonto.

El Jefe cerró el diario y ya estaba por contestarle mal, pensando que era una de las tantas jodas que cada tanto le hacía el pibe, pero por las dudas, antes de hacerlo, se puso de pié y salió al andén, miró la vía principal hacia Mar del Plata, hacia el brete que está como a doscientos metros y se quedó helado; allí había un viejo vagón destartalado, pintado hacía mucho tiempo de un rojo gastado y quemado por el sol, con una V blanca, enorme casi borrada en el frente que miraba hacia la estación.

Lo primero que pensó el Jefe fue que a la noche un tren le había dejado el vagón sin avisarle nadie de antemano, pero enseguida recapacitó, y al salir de la oficina, se dio vuelta y mirando al pibe que lo había seguido le dijo o en realidad se dijo a si mismo,

-         Como carajo van a dejar un vagón si al cambio a la playa le sacaron hace años las agujas.

Cuando se convenció que el asunto no tenía explicación, con la mirada clavada en el vagón, el Jefe, seguido por el loquito y el perro del loquito que hasta ese momento andaba entre los yuyos de la playa buscando alguna perdiz, se fueron caminando por la vía segunda para ver de cerca al extraño intruso.

A medida que se iban acercando comenzaron a notar que aquel viejo vagón, además de la extraña manera en que había llegado hasta allí, irradiaba un misterio aún mas irreal, mas inquietante, misterio que el perro fue el primero en percibir, deteniéndose de golpe para recular ladrando.

En ese momento se largó a llover. El perro, el Jefe y el loquito, en ese orden, volvieron corriendo a refugiarse bajo la marquesina del andén.

 

En su dilatada vida de ferroviario el Jefe había visto de todo, su oficio lo llevó por estaciones de toda la línea Roca donde vivió un sinnúmero de situaciones difíciles y a veces tuvo que apelar a todo su conocimiento y experiencia para cumplir con su función de jefe, auxiliar o simple peón, pero esta era la primera vez que aunque buscaba una respuesta lógica, no lograba entender una situación tan extraña.

Sentado junto a su escritorio, mientras la lluvia golpeaba el tejado de la estación y algunas gotas se filtraban entre el cielorraso de madera y el caño de la salamandra, recordó casi como en una película toda su vida en el ferrocarril. Recordó por ejemplo que había ingresado como simple peón en la estación Emma, cerca de General Alvear. Que fue a parar como relevante a un par de estaciones en La Patagonia, Que años después fue auxiliar en Tandil y luego Jefe en Tamangueyú y que allí lo sorprendió el desmantelamiento del ferrocarril. Cobró la indemnización y se fue sin chistar, con toda su tristeza a cuestas.

Tiempo después alguien ligado a Ferrobaires le ofreció hacerse cargo de la estación Las Armas, con sueldo y todo y como era solo y no tenía otra cosa, se vino pensando que después de todo la vida le daba una segunda oportunidad de ser un ferroviario. Cuantas cosas vivió desde aquel lejano año 1952 en el que entró a la empresa como peón, pero rara como esta… en la puta vida.

A eso de las once paró de llover.

Se calzó las botas de goma, se puso la capa de lluvia y salió caminando, esta vez solo, hacia el vagón intruso.

Mirándolo de cerca parecía que hacía 100 años que estaba allí, las llantas y los ejes herrumbrados, la madera podrida por todos lados y sin embargo, un par de ventanitas con cortinas limpias y en la única puerta una escalerita y un candado asegurando el cerrojo. Para mas evidencia que el vagón estaba habitado, afuera, junto a la puerta, había un balde, una palangana de plástico y colgado de un alambre que iba del vagón a una rama del árbol mas cercano, un pantalón y una camisa de colores inciertos que parecían estar lavándose con la lluvia.

Estuvo a punto de golpear la puerta, pero, el candado cerrado le hizo comprender que adentro no habría nadie, miró la vía por la que el vagón debió haber llegado hasta el brete y al verla cubierta de yuyos, volvió sobre sus pasos aún mas confundido.

Cruzó la calle de circunvalación chapoteando en el barro rumbo al boliche de enfrente, sentía la imperiosa necesidad de tomar algo fuerte o al menos de hablar con alguien conocido y tener con quien compartir el misterio que a esa altura se había convertido en una carga mas que pesada.

-         Ya no tengo edad para estas boludeces, Liborio me va a entender, hace 20 años que nos conocemos,  se decía a si mismo mientras abría y cerraba la puerta del almacén y se arrimaba al mostrador.

Allí estaba Liborio, como siempre del otro lado del mostrador, recostado sobre el estaño con un trapo rejilla en la mano. El Jefe lo saludó e instintivamente echó una mirada alrededor; notó que en el rincón de siempre estaba el loquito muy ensimismado leyendo una revista vieja, en otra mesa dos parroquianos habituales, cada uno con un vaso en la mano miraban por la ventana y al Jefe se le ocurrió que la escena parecía una pintura de Molina Campos. Lo que no estaba era la vieja radio que estuvo allí, en el segundo estante, del otro lado del mostrador desde el primer día en que el Jefe entró al almacén.

-         Y la radio?, preguntó como queriendo olvidar el tema que lo había hecho cruzar.

-         La vendí, contestó Liborio.

-         Pero si no funcionaba,  insistió el Jefe,

-         Se la vendí al balancero, contestó con toda naturalidad el bolichero.

El Jefe se quedó pensando un rato como tratando de entender la respuesta que parecía tan simple y ahora mas preocupado que cuando entró y con un dejo de impaciencia volvió a preguntar

-         Que balancero?

-         El que vino a arreglarte la balanza de la estación, estuvo aquí temprano, se quedó un rato, tomó una caña, me preguntó por la radio, le dije que no funcionaba y ofreció comprármela, nos arreglamos y se la llevó.

      -    Pero que balancero ni ocho cuartos, contestó casi a los gritos el Jefe,

-         Si la balanza de la estación está arrumbada hace años en el galpón de encomiendas y no se usa para nada.

Lo miró de reojo al loquito que seguía con su revista sin prestar atención  y siguió hablando como para que escuchen todos,

-         Ustedes me están haciendo una joda?

Liborio se echó para atrás,  - escuchame viejo loco – le dijo mirándolo a los ojos, - Aquí vino ese tipo que según contó vive en un vagón con el que recorre toda la línea arreglando y calibrando las balanzas, vino a Las Armas, hizo su trabajo y ahora está esperando que lo lleven a otra estación.

Ah, antes que me preguntes a los gritos para que quería la radio, me dijo que está haciendo una radio a galena y necesitaba una bobina y condensador variable o algo así y que para eso mi vieja radio le venía bien.

Acto seguido el bolichero tiro, aparatosamente, el trapo rejilla sobre el mostrador como para poner punto final a la conversación.

-         Escuchame Liborio, si lo ves venir de nuevo, haceme el favor, decile que me venga a ver, decile que estoy en la estación, decile… decile que quiero hablar con él.

 

Después del medio día empezó a llover de nuevo.

A eso de las seis de la tarde lo vio venir por el andén del lado del brete, se quedó clavado en la silla, mirando a través de la ventana con los ojos muy abiertos, el tipo enfundado en una capa como la suya, de esas que daba el ferrocarril, caminaba apurado bajo la lluvia tenue y traía una revista en la mano.

Llegó hasta la puerta de la oficina y sin entrar, golpeó respetuosamente.

El Jefe se levantó de su silla y fue hasta la puerta, abrió un poco nomás, como para poder hablar.

-         Si? – preguntó

-         Buenas tardes Jefe, tiene alguna novedad para mi?

-         Novedad?, de que? – preguntó el Jefe como midiendo las palabras.

-         A que hora me pasan a buscar – respondió el extraño como si estuviera diciendo una obviedad.

-         Si claro… este, averiguo con Control y le aviso,  respondió el Jefe como para no contradecirlo.

El hombre agradeció, - me voy a preparar – respondió y se fue como vino, caminando hacia el vagón.

El Jefe ya no recordaba cuando había hablado por última vez con Control, es mas no sabía si aún existía una oficina llamada Control. Hacía tiempo que en Las Armas no había mas desvíos de vagones, maniobras ni cruces de trenes, la dos únicas formaciones que recorrían la línea se cruzaban en Dolores y desde allí hasta Mar del Plata era todo una sola sección de bloqueo.

Abrió el cajón del escritorio buscando un papel que tuviera anotado algún teléfono donde avisar en el caso que un rayo partiera la estación en dos, invadieran los marcianos o un vagón vivienda con un balancero adentro, apareciera de la noche a la mañana en la playa sin desvío y no, no encontró nada de eso.

Lo que encontró le heló la sangre.

Entre un montón de papeles viejos había un telegrama de servicio fechado una semana después que la provincia se hiciera cargo de la línea a Mar del Plata. Allí le avisaban al jefe de la estación Las Armas que ese día a las 21 horas, el tren de servicio Nº… que recorre la línea levantando vehículos dejados por la anterior administración en las playas de estaciones de la línea, tomará el vagón vivienda Nº … asignado al balancero para ser dejado con su personal, en la estación General Guido y seguía con texto de forma para terminar con una firma ilegible y al pié: Jefe de Tráfico, U.E.P.F.P.

 

El Jefe, se dio cuenta que aquel telegrama debió haberlo recibido el ultimo jefe de FA, pero que al llegar tarde, tal vez ni siquiera llegó a leerlo.

En ese momento volvieron a golpear la puerta.

-         Soy yo, Mariano, dijo el balancero que aunque la puerta estaba semiabierta no se animó a entrar.

De pronto el Jefe se dio cuenta que el misterioso personaje tenía nombre, se llamaba Mariano.

-         Pase, pase, le respondió el Jefe, - Tengo buenas noticias para Ud., y le extendió el telegrama.

El balancero dejó sobre el escritorio la revista que tenía en la mano y buscando la tenue luz de la lámpara de mesa, se puso a leer.

-         Bien, dijo con inocultable alegría, - parece que por fin me voy.

Tendió la mano al jefe y se despidió no sin antes comentarle con un dejo de resignación:

-         Parece que al fin se acordaron de mi, hace tanto que estoy aquí, sin hacer nada, vió?; no se que está pasando, yo no me entero de nada, ni el sueldo cobré en los últimos meses, diga que igual me arreglo, que va a hacer, así es el ferrocarril ahora, no como antes, era otra cosa.

Salió apurado y tras cruzar la puerta hacia el andén, se dio vuelta y a modo de despedida, casi le gritó al Jefe, - Si algún día anda por Labardén, venga a visitarme, pregunte por mi,

Por Mariano, el balancero, todos me conocen, aunque la verdad, estoy tan poco…

Y se fue perdiendo en la oscuridad de la noche, caminando por el andén hacia el lado de Mar del Plata, hacia el vagón colorado en la vía del brete.

 

Esa noche el Jefe se quedó dormido en su silla junto a la salamandra. Se quedó dormido esperando que al otro día saliera el sol y esperando ver lo que vio ni bien amaneció, mirando por la ventana hacia el lado del brete, el vagón vivienda no estaba mas.

Dos días después, temprano, aprovechando el franco y que el barro en los caminos había secado, sacó el Renault 12 que guardaba en el garage que había sido de la zorra de vía y cruzando la ruta 74 enfiló para Labardén.

Llegó al pueblo y al primero que se le cruzó, le preguntó donde podía encontrar a Mariano.

-         Mariano, el que trabajaba en el ferrocarril?  Llegó tarde, diga, murió hace tres días.

Pobre, siguió diciendo el paisano, se murió de tristeza, sabe, toda una vida en el ferrocarril y decía que al final se olvidaron de él. Lo dejaron con su vagón en una estación de morondanga  de donde hasta el jefe se fue, lo dejaron solo y esperando. Cuando se cansó, juntó sus trastos y se vino para Labardén, se puso viejo de golpe, sabe, es como le digo, se murió de tristeza.

El Jefe anduvo toda la tarde con su Renault 12 por esos caminos vecinales, sin rumbo fijo y cuando se hizo de noche volvió a Las Armas. Antes de guardar el auto pasó por el boliche, en el rincón de siempre estaba el loquito con unos audífonos en la cabeza, conectados a un extraño aparato sobre la mesa que manipulaba haciendo girar la perilla de la vieja radio de Liborio; parecía un astronauta en viaje a Venus,  - me la regaló Mariano, le dijo al Jefe cuando lo vio.

Después de un rato cruzó la calle de circunvalación, guardó el auto en el garage de la zorra de vía y se fue a su oficina en la estación.

Encendió la lámpara de mesa del escritorio y lo primero que vio fue una vieja revista Mecánica Popular, adentro una hoja estaba doblada señalando un artículo que decía:

“Construya Usted mismo una radio a galena”.

 

Marcelo Arcas