El Ilusionista

                    Marcelo Arcas

 

La primera vez que lo vi, fue en uno de los tantos viajes en tren a Bahía Blanca que realicé desde 1968.

Entonces yo trabajaba en la superintendencia de mecánica del Ferrocarril Roca. Cada diez o quince días debía estar en Bahía, recorriendo los talleres de Spurr, Noroeste y Maldonado por cuestiones administrativas, por ello viajar desde Constitución en el nocturno con camarote y comedor de madera, se convirtió para mi en una agradable e interesante rutina.

Lo vi en el coche restaurante, aquella noche de uno de mis primeros viajes. Advertí su presencia después de la cena al notar que varias personas se agrupaban entorno a su mesa. El tipo de baja estatura vestido de traje gris con camisa mas o menos blanca y una corbata de color incierto, tenía su cara redonda, nariz y orejas desproporcionadas y una mirada sumamente expresiva en los ojos, bajo un par de cejas muy tupidas.

Le hablaba a su modesta audiencia y cada tanto movía su mano derecha como enfatizando sus palabras cuyas frases solían terminar en un: me explico ?.

 

Todo un personaje el tipo que terminó acaparando mi atención. En determinado momento los presentes, incluso el adicionista y el mozo, miraron al unísono la mesa ubicada detrás de mi, yo me di vuelta y noté que sobre ella no había nada extraño, el mozo rato antes había levantado la vajilla, sacudido el mantel y sobre él ahora lucía el clásico florerito de alpaca con una rosa amarilla de plástico. El fulano siguió hablando y al cabo de un ...me explico ? y el clásico ademán, todos se dieron vuelta para comprobar que sobre aquella mesa había ahora una botella de fino vino tinto y una hermosa copa servida.

La aparición llenó de asombro y admiración a la pequeña audiencia y yo quedé sumamente confundido. Detrás de mí no quedaban comensales en el coche restaurante y nadie había abierto la puerta del salón que comunicaba a éste con los coches dormitorios, ya que de haberlo hecho, el ruido del traqueteo del tren hubiera invadido el salón e incluso quienes estaban de pie lo habrían visto entrar.

La función siguió un rato mas, con objetos varios apareciendo por todo el coche y hasta el rostro de una hermosa mujer se vio claramente mirando desde afuera por una ventanilla, como si el tren estuviera detenido en una estación. Pero el tren seguía su monótona marcha en la inmensidad de la noche.

En sucesivos viajes volví a ver a este personaje ejecutando su rutina que parecía haber perfeccionado al tiempo que su auditorio crecía en forma alarmante. Había en el viejo coche de madera mas gente después de la cena que a la hora de comer. El tipo siempre sentado junto a la ventanilla en la primera mesa del lado de la cocina, mirando hacia el salón donde estaban sus espectadores y acompañando sus dichos con aquel ademán tan característico.

 

En cierto viaje me tocó en suerte cenar con él, nos saludamos como viejos compañeros de travesía y durante la comida charlamos con las otras dos personas con quienes compartíamos la mesa. Lo hicimos de cuestiones intrascendentes, del viaje, de la comida, del tiempo y de las razones que cada uno tenía para estar esa noche a bordo de aquel tren, él dijo ser de Bahía Blanca y que viajaba permanentemente a Buenos Aires por asuntos de negocios.

Se interesó por mi trabajo en el ferrocarril, y entre otras muchas cosas, me preguntó si los trenes de carga tenían un itinerario fijo, si lo hacían todos los días y si se respetaba el horario de pasada por las distintas estaciones. Después me preguntó si había visto muchos accidentes fatales y en el caso de los arrollamientos de personas, si estas en algún caso habían resultado ilesas y por último quiso saber si en todos los casos el cuerpo de la infortunada víctima era rescatado en forma reconocible.

 

Con un silbato largo el maquinista anunció que el tren dejaba atrás la estación Olavarría, terminó la cena y la charla, el mozo levantó rápidamente la mesa y algunos pasajeros que no habían comido en el coche, entraron al salón y se acomodaron en las mesas vacías, minutos después comenzó la función.

Cuando el ilusionista dio por finalizado su acto, la nutrida concurrencia se fue maravillada a sus asientos y camarotes para quedarnos en el salón comedor, él, yo y el mozo a quien le pedimos un par de posillos de café recalentado y sendas copitas de coñac como para poder digerir el café y así tener la excusa para prolongar la charla abortada por el acto artístico.

Ya en confianza me dijo que en realidad su trabajo estaba en aquel tren, mas precisamente en ese coche comedor donde desarrollaba su acto de ilusionismo, así lo llamó, y que por ello, a manera de gratificación, los presentes le dejaban algún dinero, que no era poco.

Yo no quise preguntarle como hacía para que aparezcan objetos y personas donde en realidad no estaban, aunque siempre sospeché que contaba con al menos un ayudante en este arte de confundir la mente humana, pero él me habló de la holografía que es una técnica avanzada de fotografía que consiste en crear imágenes tridimensionales, aunque me contó que él había descubierto una forma asombrosa de crear imágenes tridimensionales sin el uso de la fotografía, solo haciendo aparecer junto a él objetos o personas que están en otro ambiente.

Estoy perfeccionando esto, me dijo haciendo el clásico ademán. ...me explico?.

 

Al tiempo dejé de viajar, pero ya el ilusionista del que nunca supe su nombre, se había hecho famoso. El asunto es que en su acto comenzaron a aparecer personas que decían venir del mas allá y los presentes le preguntaban por sus seres queridos e incluso un curda que allí estaba sin entender mucho que ocurría, insistió en saber si su suegra estaba en el infierno, no sea cosa que cuando me muera me la vuelva a encontrar, repetía a todo el mundo. Pero el colmo del acto fue la aparición una noche, del mismísimo General Roca, que ataviado con su uniforme de gala y banda presidencial, su rostro era idéntico a la imagen que de este ilustre personaje aparece en los billetes de cien pesos.

 

La cuestión es que la rutina del ilusionista en el coche comedor del nocturno a Bahía tomó tal cariz que finalmente la Gerencia General del ferrocarril prohibió terminantemente la ejecución de estos actos, el ilusionista dejó de viajar y poco a poco fue quedando en el olvido entre los asiduos pasajeros de aquel tren mítico.

 

Cierta mañana, ya alejado de mi función de ferroviario, estaba yo esperando un tren en la estación Temperley y me encontré con el mozo con quien compartimos aquellas desconcertantes experiencias, sabiendo que él también era bahiense, le pregunté si sabía algo de aquel personaje tan enigmático y lo que me contó me dejó helado.

 

Parece ser que después que tuvo que dejar sus actuaciones en el tren alquiló la sala de un teatro céntrico de Bahía pero no le fue bien, terminó en la ruina viviendo en la estación, en un viejo coche de madera que fue la comuna del personal de paso de los coches comedores.

En la estación todos lo conocíamos, me dijo, muchas veces iba y venía entre las vías y aunque hablaba poco con la gente siempre fue muy educado y saludaba respetuosamente a quienes se cruzaban con él.

Pero un día memorable, mediante algún ardid que nadie pudo explicar se metió en el tesoro del Banco Provincia y logró alzarse con una gran suma de dinero, la cuestión es que  dejó evidencias y toda la policía de la provincia salió a buscarlo. Durante tres días no lo pudieron encontrar, al cuarto día todos los pasajeros que estaban en la estación y parte del mismo personal del ferrocarril, lo vieron venir cruzando las vías rumbo al coche de la comuna, caminaba lentamente y aparentemente sin ver el tren de vagones vacíos que desde la playa de  White sale siempre a la misma hora rumbo a Saavedra pasando raudamente  por la estación.

La cosa es que el tren lo arrolló a la vista de todos y siguió su marcha a toda máquina para vencer la pendiente que hay desde allí hacia el norte.

 - Y que pasó con la plata ?

Pregunté azorado.

Nunca apareció, me contestó el mozo, es mas, el cuerpo de él tampoco apareció o al menos no hay certeza que haya aparecido.

Resulta que al tren recién lo pararon en La Vitícola, se supuso que el cuerpo había quedado enganchado entre los fierros de los vagones, pero no se encontró nada.

Se rastrilló minuciosamente la vía en ese tramo pero nada. Luego se especuló que tal vez desde el tren haya caído en el puente del arroyo Napostá, que está a unos dos mil metros de la estación y un mes después se encontró en el arroyo como tres kilómetros aguas abajo del puente, un cadáver vistiendo sus mismas ropas, imposible de identificar por el estado de los restos, aunque se dijo que tal vez era un ciruja conocido en la zona que encontrando el cadáver del infortunado, se quedó con sus pertenencias.

Finalmente el caso se cerró en el mayor de los misterios y al día de hoy aunque existe un sinnúmero de especulaciones la verdad no se conoce y estoy seguro, sentenció el mozo, no se va a conocer nunca.

 

Años después la vida me llevó a radicarme en Tandil. Allí conocí a otro famoso ilusionista que hace su espectacular rutina con naipes. Una mañana en una charla informal en una esquina céntrica de Tandil le conté a René Lavand que yo había conocido a otro extraño ilusionista bahiense que noche a noche desplegaba su habilidad en el coche restaurante del tren nocturno.

Si, yo lo conocí, me respondió Lavand, era un genio, un tipo fuera de serie.

Lástima su trágica muerte, respondí, por un descuido perdió la vida y se llevó a la tumba su genial habilidad.

Lavand se quedó unos segundos mirándome con una pequeña sonrisa, mire, me dijo, la vida es una ilusión y a veces, la muerte también.

 

La elíptica respuesta de René Lavand no hizo mas que agregar incertidumbre a mi recuerdo de aquel extraño personaje, su actividad a bordo del coche restaurante del tren nocturno a Bahía, el robo al banco, su trágica muerte y el misterio acerca de su cuerpo y el destino del dinero robado eran para mi como el libro de una novela que perdí antes de terminar de leer o una película que estaba viendo por televisión cuando se cortó la luz.

Aquella mañana recordé la sentencia del mozo en la estación de Temperley, la verdad no se va a conocer nunca.

 

Sin embargo la vida te da sorpresas. Mi actual actividad me lleva a recorrer permanentemente pueblos y ciudades del sudeste bonaerense. Una mañana, hace unos pocos días, estaba yo tomando un café en el London, conocido bar del centro de General Madariaga y junto a mi mesa había otra con varios parroquianos que compartían una amable conversación, me llamó la atención entre esa gente, una cara conocida, de esas caras difíciles de olvidar.

Cuando vino el mozo a cobrarme, le pregunté si lo conocía y si, me dijo, se trata de un vecino muy conocido y querido aquí en Madariaga, tiene campo y suele venir a este lugar asiduamente a encontrarse con amigos.

El hombre nos miró muy serio como percibiendo que estábamos hablando de él y fijó su atención en mi. De a poco fue cambiando la expresión de su rostro y al reconocerme me dijo apenas moviendo los labios: me explico ?  e hizo aquel clásico gesto con su mano derecha.

 

Comprendí finalmente que aquella mañana supuestamente trágica en la estación de Bahía Blanca, el ilusionista había puesto en escena su obra póstuma, la  mas espectacular y redituable de todas.