Era febrero de 1993, en Mendoza. Se desarrollaba un encuentro místico denominado "Humanidad 2000". La chica del stand de libros, una cantante no trascendida, conoció a quien atendía el stand de piedras semipreciosas; un coleccionista y vendedor que, sobre todo, recorría los paraísos minerales de Brasil. Inspirada en ese muchacho a quien apenas había visto un par de veces, a las 11.44 del día ocho, ella colocó su nombre completo, fecha y hora, al término de la letra de su nueva canción:
El "muchacho"de las piedras
Muchos le llaman
el Alquimista
pero yo, no diría
que sea así.
Te llamaría
el muchacho de las piedras.
Regalando mil colores
que cosechas desde lejos.
Estribillo:
Muchacho de las piedras
regálame aguamarinas
un cristal que alivie
todo este mal.
Muchacho de las piedras.
¿Qué es lo que me hace falta
para ver lo que tú con
tus ojos puedes lograr?.
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Abres tus manos
ofreces humildad.
Si miran tus ojos
encuentras destellos
de felicidad.
Te imagino libre.
Recorriendo un millón
de cielos.
Si pudieras cambiar
el mundo con
tus piedras maravillosas
(Estribillo)
(Autora y fecha)
Llegó marzo, y quedando
atrás el cierre de la Fiesta, la nueva Reina de la Vendimia abría
el pesado paquete. El que a la salida del Anfiteatro le había entregado
un desconocido de barba y gorra excéntrica, al cual, muy simpáticamente,
le agradeciera con un beso, llevándose en sus manos la incógnita
del contenido. El metalizado envoltorio abierto por la suavidad de sus
manos, dejó al descubierto una bandeja metálica, cuyo contenido
dejó encantada a la soberana vendimial. Racimos de uva del tamaño
de un puño, hechos cada uno en un tipo distinto de cuarzo: verde,
rosa, citrino, amatista y cristal de roca. Los acompañaba una cartita
con una breve referencia al significado trascendente de esas gemas:
"Vi Mendoza llena
de fotos de Reinas, algo que no había visto en otras ciudades. Fue
como si hubiera llegado la primavera, tanta belleza agradando a los ojos.
Me voy enriquecido, como si hubiera ido a un museo de arte, o a un paraíso
de celestiales ninfas, apenas más real que en las mitologías.
Y te dejo estos racimos, apenas más irreales que los de uva. Y en
cada uno, te entrego un poder:
CRISTAL: Iluminación.
AMATISTA: Transmutación.
CITRINO: Sabiduría.
CUARZO VERDE: Salud.
CUARZO ROSADO: Amor.
En cada color, una magia.
En tu mágico encanto, fuerza de vida. Que mi energía grabada
en estos racimos, se sume a tu energía y tu función en el
mundo: la función de transmitir en belleza, buena onda al planeta.
Que la belleza es como una caricia para el espíritu.
Con mi más sincero
anhelo de que seas una Reina diferente, sabedora de los secretos de la
vida, que van desde una piedra hasta el Universo todo, y que con él
en armonía vivas.
Hasta siempre".
También las otras reinas
departamentales habían recibido algo del enigmático visitante:
paquetitos conteniendo canastillas con dos pequeños racimos: uno
de amatista y el otro de cristal de roca. Dos tarjetas aludían a
lo que ese regalo simbolizaba energética y cósmicamente.
El "muchacho de las piedras"
estaba, así, generando pequeños nuevos focos de conciencia
de las realidades trascendentes a las que una mente puede acceder, activada,
despertada por una simple gema. Como un mensajero cósmico, dejando
claves codificadas en piedra, como una siembra que, en el momento propicio,
germinaría, como parte del florecimiento definitivo de la
Nueva Conciencia.
Al año siguiente, en
medio de todo eso, y dentro de un plan de colocación de cristales
de cuarzo en lugares públicos (al cual dirigiera con el nombre de
Proyecto
Quartz), en el Museo de Arte de San Rafael fue colocado un cristal
de cuatro kilogramos que donó, con la finalidad de ser utilizado
como transmisor de energías positivas para la ciudad.
Y por aquel tiempo, no lejos
de allí, fue robada la corona de la Reina de la Vendimia, en ocasión
de una de las salidas de ella. Y como si todo aquello que es destruido,
diera lugar a una reconstrucción más fuerte, sucedió
que un calificado orfebre tuvo a su cargo la concepción y elaboración
de una corona que no sólo reemplazaría a la perdida, sino
que la superaría en belleza y en valor: con metales preciosos, esmeraldas,
diamantes, zafiros, granates... treinta mil dólares de costo.
Luego de pasar por varias
cabezas, la corona llegó a la Reina de San Rafael. Ella había
conocido al muchacho de las piedras un año atrás, y se reencontraron
durante la Vendimia 98. Luego, volvieron a encontrarse en Buenos Aires,
en la Feria del Libro. Y fue entonces cuando él prestó atención
al detalle en el que no había reparado cuando vio la corona puesta
en reinas anteriores; el detalle en el que la mayoría seguramente
tampoco reparó cuando la prensa mendocina informó sobre las
gemas componentes de la joya. Este muchacho que, en cuanto a piedras, ha
sido conocido más que nada por dedicarse principalmente a los cristales
de cuarzo, quedó sorprendido al encontrarse con que la piedra principal
de la corona, aquélla ubicada en el centro y en el frente, entre
las facetadas piedras preciosas, era un simple y rústico cristal
de cuarzo en bruto. Un cristal cuyo valor comercial rondaría el
mísero dólar. Como si fuera desentonante con la armónica
combinación de las valiosas gemas que hacían a la calidad
de la corona, esa piedra de cuarzo tiraba abajo el nivel de la joya. Sin
embargo, por algo y para algo fue puesto allí, en lo que sería
el punto de concentración energética, el centro de poder
de la diadema.
Se supondría que el
creador de esta pieza habrá tenido bien claro lo que un cristal
de cuarzo puede hacer, lo que simboliza, y lo que, algún día,
podrá comprender la gente, cuando esté más preparada
para entender lo que significa un cristal de cuarzo puesto en un lugar
central en la corona. Desde aquellos racimos de uva, el mensaje de las
piedras como transmisoras de energía y de conciencia de lo trascendente,
continuó propagándose, y estaba, ahora, coronándose
en el lugar más alto adonde en Mendoza podía llegar: la mismísima
la cabeza de la Reina de la Vendimia.
Si se le preguntara a los
mendocinos qué piensan o qué saben del por qué de
una corona elaborada con tantas piedras preciosas y un cristal de cuarzo,
seguramente la mayoría no habrá sabido en su momento, o no
recordará lo que al respecto se publicó. Porque entre las
sorpresas del joven piedrero, dos días después de lo sucedido
en la Feria del Libro, ocurrió que, comentado esto a una amiga mendocina
radicada en la zona rioplatense, ella le dijo algo muy curioso sobre el
hacedor de la corona. Como para confirmar que la cuestión del cristal
era energética y simbólicamente como se podía suponer,
ella dijo haber estado en una conferencia en la que el orfebre reveló
la intención de colocar todas esas gemas en la corona: generar una
fuerza de atracción hacia Mendoza en la gente, algo así como
un objeto de poder, que daría también fuerzas a la Reina
para cumplir con su papel.
Para los que no se enteraron
o que no comprendieron el sentido esotérico de la corona, hay en
esta joya mucho más que simple estética. ¿Se habrían
dado cuenta por sí solos los mendocinos, si primero el orfebre y
luego el muchacho de las piedras, divulgador de estas cosas, no lo decían?
Ser divulgador, muchas veces, consiste precisamente en explicarle a todos
lo que, estando a la vista de todos, no se ve ni se entiende en su oculto
mensaje; un mensaje en clave puesto en una corona, y que un intérprete
puede facilitar que sea comprendido. Os digo entonces, mendocinos, que
sobre la cabeza de vuestra Reina, hay un mensaje puesto allí por
un hacedor de joyas mágicas, y no de simples ornamentos. Un mensaje
que, en el conjunto de las piedras preciosas facetadas, no sería
visible, pero que en el cristal de cuarzo se revela, evidente, para los
que saben interpretarlo como la clave de identificación de lo que
es mágico, pues quien entiende de cristales, sabrá que donde
hay un cristal puesto por alguien, hay un mensaje, oculto para la mayoría,
pero visible a las conciencias preparadas para interpretarlo. Un mensaje
que en aquella Vendimia 93, las reinas departamentales recibieron en aquellos
racimos de cristal de cuarzo, y que iba escrito en una tarjeta, diciendo
así:
CUARZO
Luz del cosmos cristalizada en la Tierra,
para alumbrar el camino de las almas
al Nuevo Planeta, de Amor.