SEMANA SANTA EN EL SIGLO XIX
Viernes 12 de marzo, 2004
De: Mario Pachajoa Burbano

Amigos payaneses:

José María Quijano Wallis, en sus "Memorias autobiográficas" (París 1915) nos describe cómo era la Semana Santa en el Popayán de los 1890s. Amigo: ¿La encuentra muy diferente a la actual?

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( ... ) Las procesiones empiezan en la noche del Lunes Santo que corresponde a la Iglesia de la Compañía de Jesús, la cual por bastante tiempo sirvió de Catedral, por haberse destruído por un terremoto la Iglesia principal de la plaza, que hoy está elegantemente reconstruida. El paso principal del Lunes Santo es el de San Pedro, al pedir perdón por sus debilidades en la noche del martirio de Cristo y señalando con sus manos (de la cual penden las llaves del Cielo) el Paraíso Divino a los que tengan la gracia de Dios para poder entrar en él.

La procesión del Martes Santo corresponde a San Agustín la iglesia preferida por la clase popular y que está situada en el barrio del empedrado, que era el cuartel de los plebeyos en oposición al aristocrático de la Pamba. En esta procesión, el paso principal es el Señor del Perdón, que representa a Jesús Cristo de rodillas sobre un globo plateado, símbolo del mundo, ofreciendo a su Padre Divino la Cruz en que él había muerto como holocausto cíe su martirio y pidiéndole el perdón para la humanidad doliente y pecadora.

El Miércoles Santo la procesión sale de la Ermita, pequeña iglesia situada en la parte oriental de la ciudad. El paso que descuella en ella es un grupo de efigies que representa el Arresto de Cristo en el Huerto de las Olivas y la traición de Judas.

La procesión del Jueves Santo es la más solemne y la mas grandiosa. La componen doce pasos, que llevan en sus andas esculturas magníficas y hermosas agrupaciones de efigies. Corresponde a la bella iglesia de San Francisco, anexa al gran Convento de religiosos de esa orden que después de la Desamortización fue convertido en palacio del Gobierno del Estado soberano del Cauca. Este soberbio edificio, vasto y elegante, tiene galerías que procuran una vista espléndida sobre los prados y jardines de las riberas del Cauca.

El gran paso de la procesión del Jueves Santo representa a Cristo crucificado sobre la Roca del Calvario y en medio de pequeños arbustos, compañeros solitarios del Gran Mártir. Dicen los devotos cargadores de este paso que es el más pesado de la procesión y el que más hiere sus hombros, no obstante que hay una sola efigie en él, porque la enorme cruz es toda de plata, o por lo menos de madera doblada, en toda su extensión, por gruesas láminas del metal blanco, artísticamente esculpido. El dosel que cubre la efigie está sostenido sobre las andas por cuatro gruesas columnas de plata y cuando marcha la procesión, los movimientos oscilantes del colosal y pesado crucifijo hieren los hombros de los cargadores, cuya devoción les impide suavizar el peso de las andas con pequeñas almohadas o durmientes de lana.

En la procesión del Jueves Santo, dedicada especialmente al sexo masculino, era costumbre que todos los caballeros jóvenes y los niños de la ciudad concurrieran al acompañamiento y alumbrado del sagrado cortejo.

La gran procesión del Viernes Santo, cuyo acompañamiento o y alumbrado corresponden a las damas de Popayán, salía de la iglesia da Santo Domingo y su paso
principal era el de la Madre de Cristo, llamado de la Dolorosa, porque en una magnífica escultura estaba representada la Madre de Dios revestida de un ríquisimo manto adornado de verdaderas piedras preciosas, obsequio de los ricos y piadosos payanenses. En esta procesión se exhibía un maravilloso Sepulcro de Cristo que era un gran sarcófago cubierto en toda su extensión de purísimas láminas del más puro carey con remates de bruñida plata. Después del sermón de tres horas, se descendía materialmente de la Cruz, que estaba levantada en la iglesia, una magnífica efigie de Cristo crucificado - que se colocaba entre sábanas mortuorias en el -expresado sarcófago, el cual se cubría con una hermosa tapa también de plata y carey para colocarse sobre andas hacer parte de la procesión de la noche.

Las procesiones eran suntuosas, silenciosas y magníficas. La salida de la respectiva iglesia tenía lugar a las 8 de la noche y a ellas concurría casi toda la población de Popayán, de tal manera que casi no quedaban como espectadores sino los provincianos o villanos de las vecindades que acudían a la ciudad durante la Semana Santa, atraidos por los esplendores de las fiestas religiosas.

La procesión empezaba siempre por un grupo de monaguillos que llevaban campanas e incensarios, luego seguían el Sacristán mayor y dos acólitos llevando aquél una gran Cruz enarbolada llamada popularmente la Cruz Alta. Los primeros pasos en todas las procesiones, excepto la del Viernes Santo, eran los de la efigie de San Juan, la Magdalena y la Verónica, no llevaban sitiales o doseles y su pesadumbre era liviana por lo cual los cargadores eran siempre devotos principiantes. Luego venían los grandes pasos con grupos de efigies representando los diversos episodios del martirio y de la muerte de Cristo. Estos pasos llevaban doseles o sitiales muy hermosos y marchaban distanciados a considerable espacio. Su marcha era pausada y silenciosa y entre los pasos marchaban también bandas de música, turiferarios y cantores. A uno y otro lado de la extensa procesión, se dezlizaban las filas compactas de acompañantes correctamente vestidos y llevando en sus manos grandes cirios encendidos. El silencio, el recogimiento y la compostura que reinaban en la procesión daban a esta un aspecto majestuoso y solemne y formaban a su paso esa atmósfera mística que se siente bajo las bóvedas de las grandes basílicas durante las festividades religiosas.

En la procesión del Viernes Santo, las andas no llevaban ninguna efigie sino los atributos del Martirio de Cristo, como los clavos, la caña irrisoria, la corona de espinas, las sábanas mortuorias, la Cruz, etc. etc. y, por último, el Santo Sepulcro de carey y plata con el cuerpo de Cristo, y la magnífica efigie de la Mater Dolorosa.

Cargar los pasos de la procesión era una gran devoción de los hijos de Popayán que nunca dejaban de cumplir ni en las más aciagas circunstancias. Mientras mayor era la pesadumbre del paso que cargaban, era mas grande en su conciencia el tributo que rendían a la sagrada efigie que sobre sus hombros llevaban.
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Cordial saludo,

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