Venture Smith

YO TENÍA PUESTA UNA CUERDA ALREDEDOR DE MI CUELLO

Capturado a la edad de seis años, Venture Smith fue vendido al sobrecargo de un barco negrero y transportado a Connecticut. A la edad de 31 años, luego de varios cambios de dueño, compró su libertad con dinero que él había ganado arrendando su trabajo y “limpiando ratas almizcleras y visones, cultivando papas y zanahorias, y pescando por la noche, aprendiendo a deletrear clandestinamente” Para comprar a su mujer e hijos, él hizo de pescador, navegó en un ballenero, transportó madera desde Long Island a Rhode Island, y cultivó sandías. Luego, el se convirtió en un verdadero propietario de esclavos, comprando al menos tres. En el momento de su muerte a la edad de 77 años en 1805 en East Haddam, Connecticut, dejó una granja de cien acres y  tres casas.

Yo nací en Dukandarra, en Guinea, por el año 1729. El nombre de mi padre era Saungm Furro, príncipe de la tribu de Dunkandara. Mi padre tenía tres esposas. La poligamia no era extraña en ese país, especialmente entre los ricos, a cada hombre le estaba permitido tener tantas mujeres como pudiera mantener...

La primera cosa digna de reparar que recuerdo es, una disputa entre mi padre y mi madre, respecto al matrimonio de mi padre con su tercera esposa sin el consentimiento de la primera y más antigua, que era contraria a la costumbre generalmente observada entre mis compatriotas. Como consecuencia de esta ruptura, mi madre dejó a su esposo y el país, y viajó lejos hacia el este con sus tres hijos. Yo tenía entonces cinco años... Luego de cinco días de viaje...mi madre decidió detenerse y buscar un refugio para mí. Ella me dejó en la casa de un granjero muy rico. Yo estaba entonces, según juzgué, a no menos de ciento cincuenta millas de mi lugar natal, separado de todos mis parientes y conocidos...

Mi padre envió a un hombre y un caballo tras mí. Después de acordar con mi guardián la cuestión  de mi tenencia, me llevó de vuelta a casa. Había pasado entonces un año desde que mi madre me llevó allí. No nos ocurrió nada remarcable en nuestro viaje hasta que arribamos a casa a salvo.

Encontré entonces que se había saldado la diferencia entre mis padres previamente a enviar a buscarme. A mi retorno, fui recibido por ambos mi padre y mi madre con gran alegría y afecto, y fui retornado nuevamente a mi casa paterna en paz y alegría. Yo tenía entonces como seis años de edad.

No habían pasado más de seis semanas de mi retorno antes de que fuera traído un mensaje a mi padre por un habitante del lugar donde yo había vivido el año precedente, decía que ese lugar había sido invadido por un numeroso ejército de una nación no muy distante, provisto con instrumentos musicales, y toda clase de armas entonces en uso; que ellos eran instigados por alguna nación blanca que los equipaba y enviaba a sojuzgar y poseer el país; que su nación no había hecho ningún preparativo para la guerra, habiendo estado por largo tiempo en profunda paz; que ellos no podían defenderse por si mismos contra tan formidable séquito de invasores, y por lo tanto deberían evacuar sus tierras dejándolas al feroz enemigo, y ponerse bajo la protección de algún jefe; y que si él lo permitía ellos vendrían a ponerse bajo su gobierno y protección cuando tuvieran que retirarse de sus propias posesiones. Mi padre era un príncipe benévolo y misericordioso, y entonces consintió a estas propuestas...

Él les dio todos los privilegios y la protección que su gobierno podía ofrecer. Pero no habían estado allí más de cuatro días cuando llegaron noticias de que los invasores habían desbastado su país, y estaban viniendo rápidamente para destruirlos en los territorios de mi padre. Esto los aterró, y por lo tanto huyeron inmediatamente hacia el sur, hacia los países desconocidos de allí, y nunca más oímos de ellos.

Dos días después de su retirada, la noticia demostró ser muy verdadera. Un destacamento enemigo llegó hasta mi padre y le informó, que el ejército todo estaba acampado no lejos de sus dominios, e invadiría el territorio y privaría a su pueblo de sus libertades y derechos, si él no cumplía con los términos siguientes. Estos eran pagarles una gran suma de dinero, trescientas cabezas de ganado gordo, y un gran número de cabras, ovejas, asnos, etc.

Mi padre dijo al mensajero que el cumpliría esto antes de que sus súbditos fueran privados de sus derechos y privilegios, los que él no estaba en condiciones de defender ante una invasión tan repentina. Habiéndose llevado estos artículos, el enemigo prometió por su honor que no lo atacaría. En esto mi padre creyó y por lo tanto pensó que era innecesario estar en guardia contra el enemigo. Pero sus promesas de honor mostraron no ser mejores que aquellas de otras naciones hostiles y sin principios; unos pocos días después un cierto pariente del rey vino y le informó, que el enemigo que había establecido términos de paz con él y recibido tributo a su satisfacción, a pesar de eso pensaba atacar a sus súbditos por sorpresa y que probablemente ellos comenzarían su ataque en menos de un día, y concluyó advirtiéndole, que como él no estaba preparado para la guerra, ordenara rápida la retirada de su familia y súbditos. Él obedeció esta advertencia.

La misma noche que estaba fijada para la retirada, mi padre y su familia partieron hacia el amanecer. El rey y sus dos esposas más jóvenes iban en un grupo, y mi madre y sus hijos en otro. Dejamos nuestras casas sucesivamente, y el grupo de mi padre partió primero. Conducimos nuestro camino por una gran planicie achaparrada, a alguna distancia, donde intentamos escondernos del cercano enemigo, hasta que pudimos refrescarnos un poco. Pero pronto vimos que nuestra retirada no era segura. Habiendo prendido un pequeño fuego con el propósito de cocinar algunas vituallas, el enemigo que estaba acampado a poca distancia, había enviado una partida de exploradores que nos descubrió por el humo del fuego, justo cuando estábamos apagándolo, y por comer. Tan pronto como habíamos terminado de comer, mi padre descubrió la partida, e inmediatamente comenzó a descargar flechas sobre ella. Esto fue lo primero que vi, y me alarmó tanto a mi como a las mujeres, que eran incapaces de oponer ninguna resistencia, inmediatamente nos dirigimos hacia el alto y espeso cañaveral no lejos de allí, y dejamos al viejo rey luchando solo. Por algún tiempo lo contemplé desde el cañaveral defendiéndose con gran coraje y firmeza, hasta que finalmente fue obligado a rendirse y caer en sus manos.

Ellos luego vinieron hacia nosotros al cañaveral, y el primer saludo que tuve de ellos fue un violento golpe en la parte trasera de la cabeza con la culata de un arma, y al mismo tiempo un apretón alrededor del cuello. Yo tenía puesta una cuerda alrededor mi cuello, al igual que todas las mujeres que estaban conmigo en la maleza, y donde inmediatamente condujeron a mi padre, que estaba igualmente maniatado e incapacitado para liderarnos. En esta condición fuimos conducidos todos al campamento. Las mujeres y yo siendo bastante sumisos, tuvimos un tratamiento tolerable por parte del enemigo, en tanto mi padre era interrogado estrechamente respecto al dinero que ellos sabían que él podía tener. Pero como él no les dio cuenta del mismo, fue instantáneamente cortado y golpeado en su cuerpo con gran inhumanidad, para inducirlo por la tortura que sufría a revelar el secreto. Todo esto era con el objetivo de hacer que él les diera su dinero, pero él despreció todas las torturas de que era víctima, hasta que el continuo ejercicio e incremento del tormento, lo obligó a hundirse y expirar. Así él murió sin informar a sus enemigos donde estaba su dinero. Yo lo vi en tanto él era torturado hasta la muerte. La chocante escena está hasta hoy fresca en mi mente, y a menudo quedo anonadado pensando en ella...

El ejército del enemigo era grande. Supongo que consistía de cerca de seis mil hombres. Su jefe era llamado Baukurre. Luego del destruir al viejo príncipe, ellos levantaron campamento y marcharon inmediatamente hacia el mar, en dirección al oeste, llevándome a mi y a las mujeres prisioneras. Sobre la marcha fue destacada una partida de exploradores del ejército principal. Yo fui convertido en el sirviente del jefe de esta partida, teniendo que cargar sus armas, etc. Mientras estábamos explorando cruzamos una manada de ganado gordo, consistente de treinta cabezas. Estas fueron arreadas, e inmediatamente arrebatadas a sus dueños, y luego convertidas en comida para el ejército. El enemigo tenía un éxito remarcable en destruir el país por cualquier lugar que pasara. Tan lejos como había penetrado, dejaban las viviendas desbastadas y la gente capturada. La distancia a la que ahora me habían traído era de cerca de cuatrocientas millas. Durante toda la marcha me impusieron duras tareas, que yo cumplí ante el pánico al castigo. Fui obligado a llevar sobre mi cabeza una gran piedra usada para moler el grano, que pesaba como pude suponer, tanto como veinticinco libras; además de vituallas, y utensilios de cocina y esteras. A pesar de que era muy alto y corpulento para mi edad, esta carga era muy penosa para mi, teniendo solo seis años de edad.

Llegamos luego a un lugar llamado Malagasco. Cuando entramos en el lugar no pudimos ver la menor traza de habitantes u hogares, pero con una búsqueda estricta encontramos, que en lugar de casas sobre la tierra ellos tenían cuevas en los costados de las barrancas, contiguas a estanques y corrientes de agua. En estas percibimos que todos ellos se habían escondido, como supuse que hacían usualmente en tales ocasiones. En orden a compelerlos a rendirse, el enemigo se las ingenió para ahumarlos con haces de leña. Pusieron estos en las entradas de las cavernas y les prendieron fuego. En tanto estaban ocupados en este asunto, para su gran sorpresa algunos fueron angustiosamente heridos con flechas que cayeron desde arriba de ellos. Pronto descubrieron este misterio. Percibieron que el enemigo descargaba estas flechas a través de agujeros en la cima de las cuevas, directamente al aire. Ellos intentaron hacerlos retroceder, apuntando hacia abajo sobre las cabezas de sus enemigos, mientras estos estaban intentando hacerlos salir con humo. Las puntas de sus flechas estaban envenenadas, pero su enemigo tenía un antídoto para el veneno, que ellos inmediatamente aplicaron en la parte herida. El humo finalmente obligó a la gente a salir. Ellos salieron de sus cavernas, primero poniendo las palmas de sus manos juntas, e inmediatamente después extendieron sus brazos, cruzados en sus muñecas, listos para ser maniatados...

Los invasores ataron entonces a los prisioneros sin discriminación de sexo o edad, tomaron sus rebaños y todas sus pertenencias, y siguieron su camino hacia el mar. En la marcha los prisioneros fueron tratados con clemencia, como consecuencia de su temperamento sumiso y humilde. Habiendo llegado a la tribu siguiente, el enemigo la sitió e inmediatamente tomó a los hombres, mujeres, niños, rebaños, y todos sus objetos de valor. Entonces se dirigieron al próximo distrito que era contiguo al mar, llamado en África, Anamabu. Las provisiones del enemigo estaban entonces casi agotadas, así como su fuerza. Los habitantes sabiendo que conducta habían tenido, y cuales eran sus actuales intenciones, buscando la oportunidad favorable, los atacaban, y tomaban enemigos, prisioneros, ganados y todos sus efectos. Yo fui entonces tomado prisionero por segunda vez. Todos nosotros fuimos puestos en el castillo [una factoría europea], y guardados para el intercambio comercial. En cierto momento yo y otros prisioneros fuimos puestos en una canoa, bajo nuestro amo, y remaron hacia un velero perteneciente a Rhode Island, comandado por el capitán Collingwood, y su socio Thomas Mumford. Mientras estábamos yendo hacia el velero, nuestro amo nos dijo todo lo necesario para parecer de la forma más ventajosa posible para la venta. Yo fui comprado a bordo por un tal Robert Munford, sobrecargo de dicho barco, por cuatro galones de ron, y una pieza de calicó, y llamado Venture, porque me había comprado a su propio riesgo [venture]. De allí vino mi nombre. Todos los esclavos que fueron adquiridos para el cargamento de ese velero, eran un total de doscientos siete.

Fuente: A Narrative of the Life and Adventures of Venture, A Native of Africa (New London, Conn., 1798; expanded ed., Hamden, Conn., 1896). Traducción: Luis César Bou.

1