Carta del Emperador Quian Long al rey Jorge III

 

Nota: Quian Long (1735-1795) gobernó China durante gran parte del siglo XVIII, el último período en que el Imperio Chino fue lo suficientemente fuerte como para resistir e incluso desdeñar la influencia externa. Esta es la carta que él envió en respuesta a un pedido de Jorge III de Inglaterra (1760-1820) en el sentido de  establecer relaciones diplomáticas y comerciales.

 

Usted, Rey, vive más allá de los confines de muchos mares, sin embargo, impulsado por su humilde deseo de participar de los beneficios de nuestra civilización, ha despachado una misión para que respetuosamente trajera su memorial. Su enviado ha cruzado los mares y presentado sus respetos en mi corte en el aniversario de mi nacimiento. Para mostrar vuestra devoción, también me ha traído ofrendas de productos de vuestro país.

He leído con cuidado vuestro memorial: En los términos en que está elaborado revela una respetable humildad de vuestra parte, que es altamente digna de alabanza. En consideración a que vuestro embajador y su delegación hicieron un largo camino para traer vuestro memorial y tributo, les he mostrado una alta consideración y los he introducido a mi presencia. Para manifestar mi indulgencia, los he agasajado con un banquete y les he hecho numerosos regalos. Les he dado también presentes para ser entregados al Comandante Naval y a seiscientos de sus hombres y oficiales, a pesar de que ellos no vinieron hasta Pekín, así ellos también pueden apreciar que mi bondad llega a todas partes.

En cuanto a vuestra súplica de enviar a uno de vuestros nacionales para ser acreditado en mi Corte Celeste y tener el control del comercio de vuestro país con China, este pedido es contrario a todas las costumbres de mi dinastía y no hay posibilidad de concederlo. Es verdad que a algunos europeos, al servicio de la Dinastía, les ha sido permitido vivir en Pekín, pero ellos están obligados a adoptar vestimentas chinas, están confinados en sus propios precintos y no les está permitido regresar a sus hogares. Presumiblemente está usted familiarizado con nuestras reglamentaciones dinásticas. Vuestro supuesto enviado a mi Corte no podría estar en una posición similar a la de los funcionarios europeos empleados en Pekín, que tienen prohibido dejar China, ni tendrían, por otra parte, permitida la libertad de movimientos y el privilegio de mantener correspondencia con su propio país; por lo tanto no ganaría usted nada con su residencia en nuestro medio.

Por otra parte, nuestra Dinastía Celeste posee vastos territorios, y las misiones de tributo desde sus dependencias son previstas por el Departamento de Estados Tributarios, que atiende sus pedidos y ejerce un control estricto sobre sus movimientos. Sería imposible dejarlas a su propio arbitrio. Suponiendo que vuestro enviado viniera a nuestra Corte, su lenguaje y vestimenta diferiría de la de nuestro pueblo, y no habría lugar en el que recibirlo. Se podría sugerir que él puede imitar a los europeos que residen permanentemente en Pekín y adoptar las vestimentas y costumbres de China, pero no ha sido nunca el deseo de nuestra Dinastía forzar a la gente a hacer cosas inconvenientes y desusadas. Además, suponiendo que yo enviara a un embajador a residir en vuestro país ¿Cómo podría usted hacer posible para él los arreglos requeridos? Europa consiste de muchas otras naciones además de la vuestra: Si cada una de ellas demandara ser representada en nuestra Corte ¿Cómo nos sería posible consentir?  La cuestión es completamente impracticable ¿Cómo podría nuestra Dinastía alterar su entero proceder y sistema de etiqueta, establecido desde hace más de un siglo, en orden a coincidir con vuestras opiniones individuales? Si se dijera que vuestro objetivo es ejercer control sobre el comercio de vuestro país, vuestros connacionales han tenido entera libertada para comerciar en Cantón desde hace muchos años, y han recibido la mayor consideración de nuestra parte. Portugal e Italia han enviado misiones con demandas similares. El Trono apreció su sinceridad y las colmó de favores, además de autorizar medidas para facilitar su comercio con China. No debe dudar acerca de ello: Cuando mi mercader de Cantón, Wu Chaopiung, estuvo en deuda con los barcos del extranjero, yo hice que el Hoppo [N. del T: funcionario chino a cargo del comercio en Cantón] adelantara el dinero comprometido, recurriendo al tesoro provincial, y le ordené que castigara severamente al culpable. ¿Por qué entonces las naciones extranjeras habrían de proponer el pedido completamente irracional de estar representadas en mi Corte? Pekín está a una distancia de dos mil millas de Cantón, y a tal distancia ¿Qué control podría ejercer cualquier representante británico?

Usted sostiene su que su reverencia por nuestra Celeste Dinastía lo llena de deseo de adquirir nuestra civilización, pero nuestras ceremonias y código legal difieren tan completamente de los vuestros que, aún si vuestro enviado fuera apto para adquirir los rudimentos de nuestra civilización, no podría usted trasplantar nuestras maneras y costumbres a vuestro suelo extranjero. Por lo tanto, aún cuando viniera vuestro enviado, nada se ganaría con ello.

Conociendo el vasto mundo, yo tengo solamente un objetivo específico en vista: mantener un gobierno perfecto y cumplir las tareas del estado. Los objetos extraños y costosos no me interesan. Si he ordenado que se acepte el tributo enviado por usted, Rey, fue solamente en consideración al espíritu que lo incitó a despacharlo desde tan lejos. La majestuosa virtud de nuestra dinastía ha penetrado en todos los países bajo el Cielo, y los reyes de todas las naciones han ofrendado sus valiosos tributos transportándolos por tierra y por mar. Como vuestro embajador puede apreciar por sí mismo, nosotros poseemos de todo. Yo no doy valor a los objetos extraños o ingeniosos, y no tengo uso para los productos de vuestro país. Esta es entonces mi respuesta a vuestro pedido de instalar un representante en mi Corte, pedido contrario a nuestras costumbres dinásticas, que únicamente puede resultar en inconvenientes para usted. He expuesto mis opiniones en detalle y ordenado a vuestra embajada de tributo partir en paz de regreso a su país. Si desea, Rey, respetar mis sentimientos y exhibir aún mayor devoción y lealtad en el futuro, hágalo por medio de una sumisión perpetua a nuestro Trono, de allí en más podrá asegurar paz y prosperidad a su país. Además de darles regalos a cada miembro de vuestra misión (de los cuales le adjunto un inventario) le confiero a usted, Rey, presentes valiosos en un número que excede el usualmente concedido en tales ocasiones, incluyendo sedas y una larga lista de curiosidades. Reciba estos presentes reverentemente y tome nota de mi benigna bondad hacia usted. Un especial mandato.

 

 

Nota: El emperador chino no enviaba mensajes sino mandatos a los reyes que consideraba sus tributarios. En el mandato reservado que sigue a la carta, y al que el embajador británico no tenía acceso, se abunda en detalles sobre la embajada, sus propuestas y las razones para declinarlas

 

 

Usted, Rey, desde la lejanía ha anhelado las bendiciones de nuestra civilización, y en el por ser tocado por nuestra influencia transformadora ha enviado una embajada a través del mar trayendo un memorial. He tomado nota de vuestro respetable espíritu de sumisión, he tratado a vuestra misión con extremo favor y la he colmado de regalos, además de darle un mandato para usted, Rey, y honrarlo con el otorgamiento de valiosos presentes. Así se ha manifestado mi indulgencia.

Ayer vuestro embajador peticionó a mis ministros el recordarme cuidar el comercio entre Inglaterra y China, pero su propuesta no es consistente con nuestras costumbres dinásticas y no puede ser concedida. Hasta ahora, todas las naciones europeas, incluyendo a los mercaderes bárbaros de vuestro propio país, han llevado adelante en Cantón su comercio con nuestro Imperio Celeste. Tal ha sido el procedimiento por muchos años, si bien nuestro Imperio Celeste posee todas las cosas en prolífica abundancia y no carece de ningún producto dentro de sus fronteras. No hay, por lo tanto, necesidad de importar manufacturas de los bárbaros del exterior a cambio de nuestra propia producción. Pero como el té, la seda y la porcelana que produce el Imperio Celeste son absolutamente necesarios para las naciones europeas y para la vuestra propia, hemos permitido, como una señalada muestra de favor, que hongs [N. del T. firmas comerciales] extranjeras se establecieran en Cantón, de manera que vuestros pedidos puedan ser satisfechos y así vuestro país participar de nuestra caridad. Pero vuestro embajador ahora ha transmitido nuevos requerimientos que fallan completamente en el reconocer el principio del Trono de “tratar a los extranjeros con indulgencia”, y ejercer un control pacífico sobre las tribus bárbaras exteriores. Por otra parte, nuestra Dinastía, teniendo en cuenta la gran cantidad de razas que hay sobre la tierra, extiende la misma benevolencia sobre todas. Vuestra Inglaterra no es la única nación comerciando en Cantón. Si otras naciones, siguiendo vuestro mal ejemplo, erróneamente importunaran mis oídos con ulteriores pedidos imposibles ¿Cómo sería posible para mí tratarlas con indulgencia? No obstante, no olvido la remota soledad de vuestra isla, separada del mundo por inmensos mares, ni descuido vuestra excusable ignorancia de las costumbres de nuestro Imperio Celeste. Consecuentemente, he ordenado a mis ministros instruir a vuestro embajador en la materia, y he ordenado la partida de la misión. Pero tengo dudas de que, luego del retorno de vuestro enviado, él pueda fracasar en transmitirle mi opinión en detalle o que él pueda carecer de lucidez, de manera que ahora procederé a emitir mi mandato sobre cada cuestión separadamente. De esta manera, confío, usted comprenderá mi intención.

1) Usted pide por una pequeña isla cerca de Chusan, donde vuestros comerciantes puedan residir y los bienes ser almacenados, proviniendo esto de vuestro deseo de desarrollar el comercio. Como no hay hongs extranjeros en o cerca de Chusan, donde ninguno de vuestros navíos nunca ha tocado puerto, tal isla sería útil solamente a vuestros propósitos Cada pequeña fracción del territorio de nuestro Imperio está marcada en el mapa y se ejerce una vigilancia estricta sobre todo él. Cada pequeño islote y banco de arena está claramente definido como parte de las provincias a las que pertenecen. Considere, además, que Inglaterra no es la única tierra bárbara que quiere establecer comercio con nuestro Imperio: Suponiendo que otras naciones imitaran vuestro mal ejemplo y me suplicaran darles a cada una un lugar para propósitos comerciales ¿Cómo podría yo cumplir? Esto también es una infracción flagrante de las costumbres del Imperio y no es posible que sea concedido.

2) El pedido siguiente, por un pequeño sitio en la vecindad de Cantón, donde vuestros comerciantes bárbaros se podrían albergar o, alternativamente, que no haya más restricciones a sus movimientos en Amoen, surge de las siguientes causas. Hasta ahora los comerciantes bárbaros de Europa han tenido asignada una localización en Amoen para residencia y comercio, y han tenido prohibido salir una pulgada fuera de los límites asignados para tal localización. Si estas restricciones fueran retiradas podrían ocurrir inevitables fricciones entre los chinos y vuestros sujetos bárbaros, y las consecuencias podrían ir en contra de la consideración benevolente que siento por usted. Desde todo punto de vista, entonces, es mejor que las regulaciones ahora en vigencia continúen sin cambiarse.

3) En cuanto al culto de vuestra nación por el Señor del Cielo, es la misma religión que la de otras naciones europeas. Desde el principio de la historia, sabios emperadores y grandes gobernantes, han implantado en China un sistema moral e inculcado un código que ha sido observado rigurosamente desde tiempos inmemoriales por los muchos millones de mis súbditos. No ha habido seguidores de doctrinas heterodoxas. Incluso los funcionarios europeos en mi capital tienen prohibido tener relaciones con súbditos chinos; están restringidos dentro de los límites de las residencias que se les han establecido, y no pueden ir por cualquier parte propagando su religión. La distinción entre chinos y bárbaros es muy estricta, y el pedido de vuestro embajador de que se conceda a los bárbaros total libertad para diseminar su religión es totalmente irrazonable.

Puede ser, Rey, que las propuestas antedichas hayan sido hechas erróneamente por vuestro embajador bajo su propia responsabilidad; o que, por desgracia, usted mismo es ignorante de nuestras regulaciones dinásticas y no tenía intención de transgredirlas expresando esas ideas y pedidos salvajes... Si, después de recibir este explícito decreto, usted presta oídos a las demandas de sus subordinados y permite a vuestros mercaderes bárbaros llegar hasta Chekiang y Tientsín, con el objeto de desembarcar y comerciar allí, las ordenanzas del Imperio Celeste son en extremo estrictas, y los funcionarios locales, tanto civiles como militares, están prestos para obedecer reverentemente las leyes. Desde el momento en que vuestros barcos toquen la costa, vuestros comerciantes pueden estar seguros de que nunca les será permitido desembarcar o residir allí, sino que serán objeto de una expulsión inmediata. En tal caso vuestros mercaderes bárbaros habrán hecho un largo viaje para nada.

Traducción: Luis César Bou

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