John Barbot

“DA LA IMPRESIÓN... DE QUE LOS EUROPEOS ESTÁN AFICIONADOS A SU  CARNE"

John Barbot, un agente de la Real Compañía Africana francesa, hizo por lo menos dos viajes a la costa del oeste de África, en 1678 y 1682.

 

Aquellos vendidos por los negros son en su mayor parte prisioneros de guerra, tomados ya sea en lucha, o en el acoso, o en las incursiones hacen en los territorios enemigos;  otros robados y enviados lejos por sus propios paisanos;  y algunos hay, que venderán a sus propios niños, parientes, o vecinos.  Esto se ha visto a menudo, y para conseguirlo, ellos piden a la persona que se preponen vender, que les ayude a llevar algo a la factoría para comerciarlo, y cuando allí llegan, la persona así engañada, no entendiendo la lengua, es entregada como esclavo, a pesar de toda su resistencia, y de clamar contra la traición...

 Los reyes son tan absolutos, que sobre cualquier pretexto leve de ofensas cometidas por sus súbditos, ordenan que sean vendidos como esclavos, sin consideración alguna hacia el rango o propiedad...  

Abundantes niños negros de ambos sexos también son robados por sus vecinos, cuando los encuentran en los caminos, o en los bosques;  o bien en los campos de maíz, en la época del año cuando sus padres les tienen allí todo el día para espantar a los voraces pájaros pequeños, que vienen a alimentarse del mijo, en enjambres, como se ha dicho arriba.

 En épocas de penuria y hambre, mucha de esa gente se venderá a sí misma, para que los mantengan, y evitar morir de hambre.  Cuando arribé por primera vez a Gorea, en diciembre de 1681, yo habría podido comprar un gran número, a precios muy reducidos, si hubiera podido encontrar provisiones para mantenerlos;  tan grande entonces era la penuria, en esa parte de Nigritia. 

Para concluir, traen a estos negros, desde países interiores muy alejados, por comercio, y se venden a cambio de cosas de valor muy insignificante;  pero estos esclavos son generalmente pobres y débiles, por causa de la bárbara costumbre que tienen de viajar desde tan lejos, siendo continuamente azotados, y casi famélicos;  tan inhumanos son los negros a otros... 

El comercio de esclavos es de la manera más peculiar el negocio de los reyes, hombres ricos, y los comerciantes principales, excluyente para la clase inferior de los negros. 

Estos esclavos son tratados severa y bárbaramente por sus amos, que los mantienen pobremente, y los azotan inhumanamente, como puede verse por las cicatrices y heridas en los cuerpos de muchos de ellos cuando son vendidos a nosotros.  Escasamente les proporcionan el último de los trapos para cubrir su desnudez, que también les sacan cuando los venden a los europeos;  y van siempre con la cabeza descubierta.  Las esposas y los hijos de esclavos, son también esclavos del amo que los casa;  y cuando mueren, nunca los entierran, sino que tiran los cuerpos en cualquier lugar, para ser devorado por los pájaros, o las bestias de presa. 

Esta bárbara costumbre de esos desafortunados, hace parecer, que el destino de los que son comprados y transportados desde la costa hacia América, u otras partes del mundo, por europeos, es menos deplorable, que el de los que terminen sus días en su país nativo;  para embarcarlos se toma todo el cuidado posible para preservarlos y mantenerlos en interés de los propietarios, y cuando son vendidos en América, el mismo motivo parece prevalecer en sus amos para utilizarlos bien, para que puedan vivir lo más posible, y hacerles el mayor servicio.  Para no mencionar la ventaja inestimable que pueden cosechar, de convertirse en cristianos, y de salvar sus almas, si hacen un uso apropiado de su condición...

Muchos de esos esclavos que transportamos de Guinea hacia América tienen como prejuicio la opinión, de que los llevan como ovejas al matadero, y que los europeos están aficionados a su carne;  esta noción prevalece tanto en algunos, como para hacerlos caer en una melancolía y desesperación profundas, y rechazar todo sustento, estos son compelidos e incluso azotados para obligarlos a tomar algo de alimento:  a pesar de todo lo cual, se dejan morir de hambre; de lo cual tuve varios ejemplos en mis propios esclavos tanto a bordo como en Guadalupe. Y aunque debo decir que soy compasivo por naturaleza, sin embargo me vi obligado a romper los dientes de esos infelices, porque no abrían sus bocas, sin ser convencidos por ninguna  súplica en el sentido de que se alimentaran; y así forzar la entrada de algo de sustento dentro de sus gargantas...

Así como los esclavos bajaban a Fida desde el interior, eran puestos dentro de una cabina o prisión, construida para ese propósito, cerca de la playa, todos ellos juntos, y cuando los europeos estaban para recibirlos, era revisada cada parte de cada uno de ellos, hasta el menor de los miembros, estando hombres y mujeres totalmente desnudos. Aquellos que eran encontrados buenos y sanos, eran puestos a un lado, y los otros dejados; los esclavos así rechazados eran denominados mackrons, teniendo más de treinta y cinco años de edad, o siendo defectuosos en sus miembros, ojos o dientes; o cabellos grises, o enfermedad venérea, o cualquier otra imperfección. Esos puestos aparte, que habían pasado como buenos, son marcados en el pecho, un hierro al rojo, imprimiendo la marca de las compañías francesa, inglesa u holandesa, de manera que cada nación pueda distinguir lo propio, y para prevenir que fueran cambiados por otros peores, como los nativos eran capaces de hacer. En este particular, se tiene el cuidado de que las mujeres, como más tiernas, no sean quemadas demasiado.

Los esclavos marcados, luego de esto, son retornados a sus celdas, donde el encargado de la factoría  los alimenta hasta su carga, con un monto de aproximadamente dos peniques al día por cada uno, con pan y agua, que es toda su ración. Allí ellos continúan a veces diez o quince días, hasta que el mar esté calmo como para enviarlos a bordo; muy frecuentemente éste continúa muy tumultuoso por tan largo tiempo, excepto en enero, febrero y marzo, que es comúnmente la estación más calma: y cuando es así, los esclavos son acarreados por lotes, en canoas de troncos, y puestos a bordo de los buques en marcha. Antes de que entren en las canoas, o salgan de su celda, sus antiguos amos negros los despojan de todo harapo que ellos tengan, sin distinción de hombres o mujeres; para suplir lo cual, en los barcos bien ordenados, se le da a cada uno de ellos a medida que llega a bordo una pieza de lienzo, para enrollar alrededor de la cintura, lo que es muy aceptable para esos pobres infelices...

Si ocurre que no hay una cantidad suficiente de esclavos en Fida, el encargado de la factoría debe adelantar a los negros sus bienes, hasta el valor de ciento cincuenta o doscientos esclavos; bienes que ellos transportan hacia el interior para comprar esclavos en todos los mercados, por arriba de doscientas leguas dentro del país, donde ellos son guardados como el ganado en Europa; los esclavos vendidos allí son generalmente prisioneros de guerra, tomados a sus enemigos, como botín, y quizá algunos pocos vendidos por sus propios compatriotas, en extremo estado de necesidad o durante una hambruna; así como en el caso de algunos como castigo por crímenes infamantes: A pesar de que muchos europeos creen que los padres venden a sus propios hijos, los hombres a sus mujeres y parientes, cuando esto ocurre, si es que ocurre, esto es tan raro que no puede justamente cargarse a la nación entera, como una costumbre y práctica habitual.

Una cosa es para ser tomada en cuenta por los hombres que viajan por el mar, es que los esclavos de Fida y Ardra son de entre todos los otros, los más capaces de una revuelta a bordo de los buques, mediante una conspiración llevada adelante entre ellos mismos; especialmente aquellos que son traídos a Fida desde muy lejanos países del interior, quienes fácilmente atraen a otros a su complot: por haber visto comer carne humana en su propio país, y mercados que la venden, están muy llenos de la idea de que nosotros los compramos y transportamos para ese mismo propósito; y entonces acecharán todas las oportunidades de escaparse, asaltando a la tripulación de los barcos, y matándolos a todos, si pueden: de lo cual tenemos casi todos los años algunos ejemplos, en un barco europeo u otro, cuando están llenos con esclavos.

Fuente: John Barbot, "A Description of the Coasts of North and South Guinea," in Thomas Astley and John Churchill, eds., Collection of Voyages and Travels (London, 1732). Traducción: Luis César Bou

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