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Ho Chi Minh

 

LA EXPLOTACIÓN DE LOS INDÍGENAS

 

Después de haber robado las tierras fértiles, los tiburones franceses exigen, sobre las malas tierras, tributos cien veces más escandalosos que los tributos feudales.

Vigne D’octon

 

Antes de nuestra ocupación, el registro de contribuyentes territoriales incluía, por categoría de cultivos, todas las tierras del poblado, bienes comunales y bienes particulares. El interés del impuesto variaba de 1 piastra a 50 centavos por los arrozales. Para los demás terrenos desde 1 piastra 40 a 12 centavos. La unidad de superficie era el mâu cuadrado de 150 thuoc de lado. El largo del thuoc variaba. Era, según las provincias, de 42, 47 y 64 centímetros, y las superficies correspondientes del mâu eran de 3970, 499 y 6200 metros cuadrados.

 

Para aumentar los ingresos del estado, se tomó como base de todas las medidas un largo de 0,40 m, inferior a todas las unidades de medida empleadas: la superficie del mâu fue fijada de esta manera en 3600 metros cuadrados. El impuesto territorial se encuentra aumentado por esto mismo en proporciones que varían con las provincias; una doceava parte en algunas localidades, un tercio en otras, dos tercios en las menos favorecidas.

 

De 1890 a 1896, los impuestos directos se duplicaron; de 1896 a 1898, aumentaron todavía en un 50%. Cuando se imponía un aumento a un poblado, éste se resignaba y pagaba: ¿a quién habría presentado sus quejas? El éxito de estas operaciones animó a los residentes a repetirlas. A los ojos de muchos franceses, la docilidad de las comunas era una prueba manifiesta de que la medida no se había colmado.

 

 

 

El impuesto personal pasó de 0,14 piastras a 2,50 piastras. Los no inscriptos, es decir, los jóvenes por debajo de los 18 años, que hasta entonces no tenían que pagar nada, están gravados con un impuesto de 30 centavos, o sea, más del doble de lo que pagaban antes los inscriptos.

 

Según un decreto del residente superior de Tonkín, de fecha 11 de diciembre de 1919, todo indígena de 18 a 60 años de edad, está sujeto a un impuesto personal de 2,50 piastras.

 

Se exige que cada indígena lleve consigo, constantemente, su tarjeta y que la presente ante cualquier requerimiento. El que olvide o pierda esta tarjeta, es arrestado y encarcelado.

 

Para remediar la baja de la piastra, simplemente el gobernador general aumentó el número de inscriptos.

 

Cada año, se atribuye a cada poblado un cierto número de inscriptos, una cierta extensión de tierras de diversas categorías: ¿que se desea un aumento de recursos? Se modifican las cifras en curso, se obliga a los poblados a pagar un número de inscritos, una superficie de tierras mayores que el número y la superficie que se les había distribuido al principio. De esta manera, en la provincia de Nam Dinh (Tonkín), cuya superficie total no llega a 120.000 hectáreas, las estadísticas mencionan 122.000 hectáreas de arrozales y el anamita está obligado a pagar un impuesto por tierras que no existen. Si grita, nadie lo oye.

 

No solamente los impuestos son aplastantes sino que cambian a diario.

 

Incluso existen ciertos derechos de circulación. Es imposible concebir equitativamente impuestos de este tipo: se concede un permiso para 150 kilos de tabaco, y se las arreglan para gravar varias veces sucesivas este producto cuando cambia de propietario, cuando estos 150 kilos sean repartidos entre tres o cuatro compradores diferentes. No hay más reglas que la imaginación de los aduaneros: inspiran un temor tal que el anamita, cuando los ve, abandona en la carretera la cesta de sal, de tabaco o de areca que transportaba: prefiere renunciar a sus bienes que pagar eternas rentas por ellos. En ciertas regiones se ven obligados a arrancar las plantes de tabaco o de areca por no poder soportar los engorros que las acarrearía un nuevo impuesto.

 

En Louang Prabang, quejosas mendigas cargadas de hierros están empleadas en la limpieza de las carreteras. Ellas no son culpables de no haber podido pagar.

 

Arrasada por la inundación, la provincia de Bac-Ninh fue obligada a pagar 500.000 piastras de contribuciones.

 

 

Ustedes han oído a M. Maurice Long, gobernador general de Indochina, y a M. Albert Sarraut, ministro de las colonias y a su prensa –una prensa desinteresada- anunciar con clarines y trompetas el éxito del empréstito indochino. Sin embargo, se cuidan muy bien de decir por qué medio obtuvieron ese éxito. Quizás tienen razón en no divulgar su secreto profesional: éste es el secreto: Primero, se comienza con amaestrar a los tontos con incentivos de beneficios. Como eso no rinde bastante se despoja a los poblados de sus bienes comunales. Esto no es siempre suficiente: entonces se hace venir a los indígenas acomodados, se les da un adelanto y no tienen más que arreglárselas para esparcir las sumas escritas en los recibos. Como la caja gubernamental es muy amplia y los comerciantes e industriales indígenas no son muy numerosos, los préstamos obligatorios de éstos no llenan el insondable fondo de aquella. Entonces el estado pedigüeño golpea en el montón de los más golpeados:¡se obliga a dos, tres, cuatro o más individuos a suscribir una acción en común!

 

He aquí, por ejemplo, un truco que nuestros administradores emplean para sacar el dinero de los bolsillos de los cai-ao [chaqueta utilizada por los vietnamitas].

 

Sucedía en una provincia del oeste algunas semanas antes de la apertura del empréstito indochino.

 

El jefe de esa provincia reunió a todos los jefes de cantón de su jurisdicción, y después de haberles hecho explicar por un intérprete las circunstancias del empréstito, les dice en señal de conclusión:

 

-Bueno, mi deber es darles estas explicaciones.

 

Ahora ¡suscriban!

 

Encontrándose entonces un jefe de cantón de pie al lado suyo, el distinguido “quan-lon” [término vietnamita equivalente a mandarín] preguntó:

 

-Y usted, ¿con cuánto puede colaborar su cantón?

 

El pobre hombre, a quien la pregunta había tomado desprevenido balbuceó algunas palabras para hacer comprender que no podía dar cifras, no habiendo visto a sus administrados para conocer sus posibilidades.

 

-Cierre el hocico. Usted no es digno de sus funciones. ¡Queda destituido!

 

 

 

El empréstito se abre. El gobernador de Cochinchina, a lo largo de su gira, se detiene en la capital y se interesa por la cifra de las suscripciones de una semana.

 

-¡73.000 piastras! –se le dice.

 

El gobernador no pareció contento con la cifra, teniendo en cuenta que la provincia está considerada como la más rica del oeste cochinchino, y ha reunido más que eso en los últimos empréstitos.

 

Después de la partida del jefe de la colonia, el jefe de provincia se decide a hacer sus giras de propaganda en su feudo. Ve a todos los indígenas ricos que poseen armas de fuego. A cada uno le fija una cifra, y para hacer comprender bien al interesado que el asunto no es para divertirse, le confisca el fusil.

 

-Ya tú sabes, si no andas derecho, no se te devolverá tu arma.

 

Y la gente anda derecho.

 

Señalemos de paso que el mismo administrador gastó 30.000 piastras en hacer una carretera de 9 kilómetros que se está hundiendo en un canal vecino. Deseemos que el ferrocarril trasindochino tenga una suerte mejor.

 

 

Una pagoda estaba en construcción. La mano de obra era proporcionada por los prisioneros bajo las órdenes de un notable. Las nóminas, los jornales de los obreros eran asignados y pagados regularmente por los empresarios. Pero era el señor residente quien se guardaba el dinero.

 

El señor residente acababa de ser condecorado. Para costear su condecoración, se abrió una suscripción pública. El monto de las suscripciones era imperiosamente fijado a los funcionarios, agentes y notables, el mínimo era de seis piastras. Suma recogida; 10.000 piastras. Una hermosa condecoración ¿no?

 

El suministro para la construcción de los puentes de madera y las escuelas comunales había dejado a nuestro íntegro gobernador una pequeña propina de aproximadamente 2.000 piastras.

 

La inscripción de los animales era gratuita. El señor residente permitió a sus empleados recibir de 0,50 a 5 piastras por cabeza de animal. A cambio, él recibe de ellos una renta mensual de 200 piastras.

 

 Una clasificación falsificada de arrozales reporta a este funcionario –ahora condecorado- 4.000 piastras.

 

Una concesión ilegal de algunas hectáreas de terreno añade 2.000 piastras a la caja del residente.

 

Civilizador, patriota, el señor residente ha sabido aprovecharse ampliamente de los empréstitos de la Victoria: ciertos poblados suscribieron el empréstito de 1920 –adviértase que tenemos un empréstito por cada victoria y una victoria cada año- por 55.900 francos con un interés de 10,25 francos por piastra, o sea, 5466 piastras. En 1921, habiendo bajado la piastra a 6 francos, el señor residente tomó generosamente todos esos títulos por su cuenta e hizo rembolsar 5.466 piastras. Mas tarde, a causa de un alza, obtuvo 9325 piastras.

 

 

 

Destacamos el hecho siguiente publicado en el periódico oficial primera edición del 22 de diciembre de 1922:

 

“Durante la guerra los tiradores africanos habían enviado a sus familias giros postales que, a menudo, consistían en sumas considerables. Estos giros postales nunca llegaron a los destinatarios.”

 

Muy recientemente un compatriota nos señalaba un “fenómeno” análogo. Esta vez se trata de la isla de la Reunión. Desde hace meses los habitantes de la isla no han podido recibir ningún paquete destinado a ellos.

 

“Un fenómeno tal, dice el periódico, sorprende a la vez a los que envían y a los que reciben. Hubo quejas. Hubo una investigación y ésta, apenas comenzada, trajo, con la explicación del misterios, el descubrimiento de una serie de robos cometidos con una aplicación y una constancia dignas de destacar. Se detuvo a un empleado, después a otro, después a un jefe de servicio, finalmente cuando todos los empleados estaban detrás de las rejas, el director fue a reunirse con su personal en la prisión.”

 

“La investigación reveló un hecho nuevo cada día. Había más de 125.000 francos en paquetes robados;  la contabilidad estaba falsificada y los embrollos eran tales que para llegar a ordenarla se necesitaron más de seis meses.”

 

“Si a veces puede encontrarse un empleado deshonesto en una administración, es raro que todo un servicio de arriba a abajo, haya sido contagiado; pero lo que es más extraño, es que toda esta banda de ladrones haya podido operar durante varios años sin que nadie los molestara.”

 

 

En ocasión de la discusión del proyecto de ley relativo a los gastos de la aeronáutica militar, gastos para los cuales las colonias, es decir, los indígenas estarían obligados a  contribuir (Indochina 375.000 francos, África  occidental 100.000), M. Morinaud, diputado de Argelia, dijo:

 

“En esta ocasión me permitirán mis queridos colegas, después de todas las felicitaciones que les fueron dirigidas, incluso la del Times de Londres que calificó este hecho de milagroso, llevar a nuestro regreso el homenaje de nuestra admiración a los franceses que acaban de realizar tan hermosa hazaña, homenaje que merece ser compartido por M. Citroën, el industrial desinteresado que no dudó un instante en proveer los medios financieros y técnicos. (Aplausos)

 

¿Que ocurrió desde el día siguiente de este gran acontecimiento? Que los puestros militares que tenemos en el sur argelino solicitaron rápidamente estos medios de transporte inigualables en el Sahara, que han llamado autos orugas.

 

Los puestos de Touggourt y de Ouargla –estas informaciones me fueron proporcionadas, estos últimos días por el gobierno de Argelia- acaban de pedir dos.

 

Todos nuestros fuertes, evidentemente, van a ser provistos de ellos rápidamente.

 

Es necesario, en breve plazo, instalar cuatro o cinco más de tal manera que se sucedan cada doscientos kilómetros.

 

Serán creados nuevos puestos que solicitarán en seguida autos orugas. De esta manera todos los fuertes del Sahara podrán comunicarse fácilmente entre ellos. Podrán asegurarse también sus abastecimientos de puesto en puesto con una facilidad sorprendente. Recibirán su correo regularmente. (Aplausos)”

(Del Periódico Oficial, 22/1/1922)

 

 

Las corveas no sirven solamente para habilitar bellos paseos alrededor de las residencias para el bienestar de algunos europeos: los indígenas, siempre a la merced de los residentes, ejecutan rápidamente los trabajos más duros y penosos.

 

Con sólo el anuncio del viaje del ministro de las colonias a Indochina fueron empleados 10.000 hombres para acabar las líneas de V.L. que se quería que él inaugurara.

 

Durante el verano del... algún tiempo antes del hambre que asoló el centro de Annam, 10.000 anamitas, guiados por los alcaldes de sus poblados, fueron reclutados para dragar un canal. Una buena parte de esta mano de obra se encontró sin trabajo: se mantuvo incluso durante meses alejada de los arrozales, en el momento en que la presencia de tantos brazos desocupados era indispensable en los campos. Es necesario señalar que nunca se reunieron ejércitos semejantes cuando se trataba de evitar una calamidad pública; a fines de 18.. la mayor parte de los desgraciados que perecieron de hambre en el Annam, hubieran sido salvados si se hubiera organizado, a partir de Tourane, un servicio de transporte para aprovisionar las regiones que azotaba el hambre; los 10.000 anamitas del canal hubieran podido repartir en sus provincias, 2000 toneladas de arroz en un mes.

 

Si se reemplazan las rentas por los reclutamientos, entre los dos sistemas no hay más que una diferencia: que la duración de las rentas es limitada y la de los reclutamientos, no. Las dos satisfacen todas las necesidades; si la aduana quiere hacer transportar sal, recluta barcas; hay que construir un almacén, se reclutan obreros y materiales a la vez.

 

El reclutamiento es sobre todo una deportación mal disimulada. Sin tener en cuenta las fiestas religiosas, los trabajos agrícolas, arrastran comunas enteras hacia las canteras. No regresa más que una pequeña partes, y por supuesto no se hace nada para asegurar este regreso.

 

En cambio hacia Langbain, en el camino hacia la montaña donde la muerte los esperaba, alimentados con parsimonia, incluso pasando días sin víveres, rentistas y reclutas, se desbandaban o se rebelaban, por convoyes enteros, provocando una terrible represión por parte de los guardias y cubriendo la carretera con sus cadáveres.

 

La administración de Kouang-tcheou-wan recibió órdenes del gobernador de reclutar. En esta ocasión, se tomó a todos los indígenas que trabajaban en los muelles. Fueron amarrados y tirados en el barco del convoy.

 

Los habitantes de Laos, pobres indígenas, viven en el temor perpetuo a las rentas. Cuando los oficiales reclutadores llegan ante sus chozas, las encuentran vacías.

 

En Thu-dau-mont, un administrador juzga que tiene necesidad de un cilindro compresor. ¿Qué hace? Se las entiende con una sociedad concesionaria que busca mono de obra barata. La sociedad compra el cilindro y lo cede al administrador en 13.500 francos. El administrador impone la renta a sus administrados, conviniendo que el jornal de un rentista vale 0,50 francos. Durante tres meses los habitantes de Thu-dau-mont están a disposición de esta sociedad y pagan en renta el cilindro que el señor administrador quiso comprar para su jardín.

 

En otra localidad, una vez terminada su jornada, los rentistas estaban obligados a transportar gratuitamente, a través de un kilómetro, las piedras destinadas a la construcción de la muralla del hotel del administrador.

 

De esta forma y en cualquier momento, el anamita puede ser raptado, dedicado a las peores labores, mal alimentado, mal pagado, reclutado por tiempo ilimitado y después abandonado a varios kilómetros de su poblado.

 

 

Los anamitas, en general, son aplastados por los favores de la protección francesa. Los campesinos anamitas, en particular, son todavía más odiosamente aplastados por esta protección; son oprimidos como anamitas; expropiados como campesinos. Son ellos quienes pagan las rentas, los que producen para toda la banda de parásitos, civilizadores y otros. Son ellos quienes viven en la miseria cuando hay abundancia en casa de sus verdugos; y mueren de hambre cuando hay mala cosecha. Son robados por todas partes y de todas formas, por la administración, por el feudalismo moderno. Antes, bajo el régimen anamita, las tierras estaban clasificadas en varias categorías, según su capacidad de producción. El impuesto estaba basado en esta clasificación. Cuando necesita encontrar dinero la administración francesa hace modificar simplemente las categorías. De un trazo mágico, transforma una tierra estéril en una tierra fértil.

 

Esto no es todo. Se aumenta artificialmente la superficie de los terrenos reduciendo la unidad de medida. Por este hecho el impuesto queda automáticamente aumentado en un tercio en algunas localidades y en dos tercios en otras. Esto no basta para calmar la voracidad del estado protector que aumenta los impuestos de año en año. Así, de 1890 a 1896 los impuestos se duplicaron. De 1896 a 1898, aumentaron en un 50% y así sucesivamente. Los anamitas se dejan esquilar siempre, y envalentonados por el éxito de estas operaciones, nuestros protectores continúan sus malversaciones.

 

En 1895, el administrador de una provincia de Tonkín despojó a un poblado de varias hectáreas en beneficio de otro, católico este último. Los desposeídos se quejaron. Se les encarceló. No crea que el cinismo administrativo se detiene allí. ¡Los desgraciados despojados estuvieron obligados a pagar hasta 1910 los impuestos de las tierras que se les habían quitado en 1895!

 

Después de la administración ladrona vienen los ladrones concesionarios. A los europeos que no tienen más que un gran vientre y la piel blanca, se les dan concesiones cuya extensión a menudo pasa de las 20.000 hectáreas.

 

La mayor parte de las concesiones se fundan en robos legalizados. Durante la conquista, los campesinos anamitas, -como los alsacianos en 1870- habían abanddonado sus tierras para refugiarse en la parte libre del país. Cuando regresaron, sus tierras estaban “arrendadas”. De esta manera poblados enteros fueron despojados, y los indígenas, reducidos a trabajar para los señores del feudalismo moderno que a veces se apropian hasta del 90% de la cosecha.

 

Con el pretexto de alentar la colonización, se exime del impuesto territorial a un gran número de grandes arrendatarios.

 

Después de haber obtenido gratuitamente el suelo, los concesionarios obtienen gratuitamente, o casi, la mano de obra. La administración les proporciona un cierto número de prisioneros que trabajan por nada, o bien emplea su influencia para reclutarles trabajadores a los que se paga un salario de hambre. Si no son numerosos los trabajadores que vienen, o si no están contentos, se recurre a la violencia; los arrendatarios a los alcaldes y notables de los poblados, los apalean y los torturan hasta que hayan firmado un contrato comprometiéndose a proporcionar el número de trabajadores solicitado.

 

Junto a este poder temporal, están los salvadores espirituales que, predicando a los anamitas la virtud de la pobreza, no buscan menos el enriquecerse con el sudor y la sangre de los indígenas. Nada más que en Conchinchina, la santa misión apostólica posee la quinta parte de los arrozales de la comarca. Aunque no sea enseñado por la Biblia, el medio de adquirir estas tierras es muy simple: la usura y la corrupción. La misión se aprovecha de las malas cosechas para prestar dinero a los campesinos obligándolos a gravar sus tierras como garantía. El interés de los impuestos es usurero y los pobres anamitas no pueden pagar cuando se produce el vencimiento; entonces las tierras hipotecadas pertenecen definitivamente a la misión.

 

Los gobernadores, más o menos generales, a quienes la madre patria ha confiado los destinos de Indochina, son generalmente crápulas e ignorantes. A la misión le basta con poseer algunos de sus papeles secretos, comprometedores, para aterrorizar a los gorriones y obtener de ellos todo lo que desea. De esta forma, un gobernador general concedió a la misión 7.000 hectáreas de tierra de riberas que pertenecían a los indígenas y que, de pronto, se vieron condenados a la mendicidad.

 

Por este breve recuento, se puede apreciar que, bajo la máscara de la democracia, el imperialismo francés ha llevado al Annam el maldito régimen de la Edad Media, y que el campesino anamita está crucificado por la bayoneta de la civilización capitalista y por la cruz del cristianismo prostituido.

 

 

 

Para enmascarar la fealdad de su régimen de explotación, el imperialismo colonial condecora siempre su blasón podrido con la divisa idealista: fraternidad, igualdad, etcétera.

 

En el mismo taller y por el mismo trabajo, el obrero blanco es varias veces mejor pagado que su hermano de color.

 

En las administraciones, los indígenas, a pesar de la duración del servicio y a pesar de la aptitud reconocida, reciben un salario ínfimo, mientras que un blanco recientemente empleado recibe asignaciones superiores haciendo menos trabajo.

 

Los jóvenes indígenas habiendo estudiado en las facultades de la metrópoli y habiendo obtenido su doctorado en medicina y en derecho, no pueden ejercer su profesión en su propio país si no están naturalizados, y Dios sabe las dificultades con que se encuentra un indígena, los trámites humillantes que tiene que hacer antes de obtener la naturalización.

 

Arrancados de su tierra, de su hogar, reclutados a la fuerza como “voluntarios”, los indígenas militarizados no tardan en saborear la exquisita “igualdad”.

 

Con el mismo grado que un indígena, el blanco siempre es considerado como un superior. Esta jerarquía “etnomilitar” es todavía más radical cuando militares blancos y militares de color viajan juntos en un tren o en un barco.

 

 

 

¿Cómo puede naturalizarse un indígena?

La ley del 25 de marzo de 1915, relativa a la adquisición de la condición de ciudadano francés por los súbditos franceses, dice así:

Artículo 1: Después de la edad de 21 años, pueden ser admitidos en el disfrute de los derechos del ciudadano francés los sujetos o protegidos franceses no originarios de Argelia, Túnez o Marruecos, que hayan fijado su residencia en Francia, en Argelia o en un país situado bajo el protectorado de la república y que hayan llenado los requisitos siguientes:

1.     Haber obtenido la cruz de la legión de honor o uno de los diplomas de estudios universitarios o profesionales cuya lista será determinada por decreto.

2.     Haber prestado servicios importantes a la colonización o a los intereses de Francia.

3.     Haber servido en el ejército francés y haber adquirido, bien el grado de oficial o suboficial o bien la medalla militar.

4.     Haberse casado con una francesa o tener un año de residencia.

5.     Haber residido más de diez años en los citados países y poseer un conocimiento suficiente de la lengua francesa.

A pesar de lo insuficiente de esta ley, todavía pasa si se aplicara sinceramente; pero no, los señores funcionarios se sientan sobre ella y, como imbéciles indiscretos, obligan a los candidatos a la naturalización a responder por escrito las preguntas siguientes:

A.     ¿Hablan francés su mujer y sus hijos?

B.     ¿Se visten a la europea?

C.     ¿Tiene usted muebles en su casa?

D.     ¿Y sillas?

E.      ¿Come usted en la mesa o en estera?

F.      ¿Qué come usted?

G.     ¿Come usted pan o arroz?

H.     ¿Posee usted bienes?

I.        ¿Y su mujer?

J.       ¿Cuáles son las rentas de su profesión?

K.    ¿Su religión?

L.      ¿A qué sociedades pertenece?

M.   ¿Cuáles son sus funciones en esas sociedades?

N.    ¿Por qué solicita usted la naturalización, siendo bueno y dulce el estatuto indígena?¿Para ser funcionario?¿Para engrandecerse o para buscar oro y piedras preciosas?

O.    ¿Cuáles son sus amigos más íntimos?

 ¡Un poco más y estos señores nos preguntarían si nuestra mujer nos mete los c...!

 

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