David Ben-Gurion

El reino del espíritu

 

El pueblo judío no es sólo una unidad nacional y política. Desde su primera aparición en el escenario de la historia ha sido la  personificación de una voluntad moral y el portador de una visión histórica heredada de los profetas de Israel. Es imposible entender  la historia del pueblo judío y su lucha por la existencia – tanto cuando   era una nación enraizada en su propio suelo y más o menos dominadora de  su propio destino, y cuando era un pueblo errante, exiliado y disperso – a menos que tengamos en mente la idea única que encarna su historia, y la tenaz oposición, no sólo física, política y militar, sino también  espiritual, moral, e intelectual, que los judíos siempre han afrontado.

 

En los tiempos antiguos, nuestros vecinos más importantes eran Egipto y Babilonia. La lucha contra estos poderosos vecinos era política y militar así como cultural y espiritual. Los profetas de Israel hablaban contra  la influencia espiritual de estos vecinos de acuerdo a conceptos religioso-morales y patrones sociales de Israel. Abogaban por la fe en un solo Dios, la unidad de la raza humana, y la prevalencia de la justicia. Hoy, el pueblo judío, habiéndose valido por sí mismo, aparece nuevamente en el mismo territorio donde se desarrolló. El ambiente de esta región en su conjunto ha sido completamente transformado desde los tiempos bíblicos. Las lenguas, las religiones, las civilizaciones, y los mismos nombres de los antiguos pueblos del Medio Oriente han desaparecido. No obstante Israel, aunque desarraigado durante dos milenios, continua sus antiguas tradiciones de lengua, fe, y cultura.

 

Poco se conoce sobre la historia de nuestro pueblo durante el período del gobierno persa. La era Helenística iniciada por la conquista de Oriente    por Alejandro Magno en el 331 a.C. condujo a un desesperado combate entre el Judaísmo y la grandiosa cultura Helenística. La lucha no fue sólo la de un pueblo pisoteado contra opresores extranjeros. Principalmente, fue un enfrentamiento cultural dramático entre dos pueblos únicos profundamente diferentes desde los puntos de vista material, político, y filosófico, pero similares en cuanto a grandeza espiritual.

 

La prueba más dura para el pueblo judío llegó, sin embargo, tras el nacimiento del Cristianismo. A diferencia de las culturas de Egipto y Babilonia, Grecia y Roma, el Cristianismo no era extraño al Judaísmo. Surgió del pueblo judío; se inspiró en un judío cuyas ideas pertenecían al marco conceptual judío de la época. La nueva fe se apartó del Judaísmo  con Saulo de Tarso. Llamado Pablo, era hijo de un ciudadano judío de Roma que vivía en Siria. Fue criado en el espíritu del Judaísmo y fue un ferviente Fariseo, pero en tanto judío de la Diáspora había absorbido algo de la cultura helenística. Fanático opositor de los Cristianos al comienzo, luego "vio la luz", viendo a Jesús como el Hijo de Dios, y dándole una nueva dirección a la secta. Su misión, él creía, era entre los Gentiles, y creó una iglesia opuesta al Judaísmo. En el nombre de Jesús, expresó "No vengo a destruir [la ley] sino a cumplirla”. Pablo, sin embargo, estaba decidido a extirpar la ley.

 

Cinco siglos después de la derrota de Bar Kochba en 135 d.C., la tierra de Israel fue conquistada por los árabes. A diferencia de la mayor parte   de los conquistadores precedentes, estos invasores no eran meramente  una fuerza militar; estaban armados con una nueva fe, el Islam. Esta religión, aunque no había surgido en la tierra de Israel, mostraba claros  signos de influencia judía. Las conquistas de Mahoma y sus discípulos  fueron más rápidas y remarcables que las de la Cristiandad. Todos los   pueblos del Medio Oriente y el Norte de África sucumbieron ante la nueva religión. Sólo el pueblo judío la rechazó.

 

Una nueva tendencia ideológica contraria al pueblo judío sobreviviente surgió con las grandes revoluciones de los tiempos modernos, en Francia y Rusia. La Revolución Francesa, inspirada por el lema "Libertad, igualdad, fraternidad," tuvo poderosos efectos a lo largo de Europa: socavó la monarquía y el feudalismo; brindó a los judíos el primer ímpetu hacia la  emancipación y la igualdad de derechos. Pero esta revolución exigía a los  judíos olvidarse de su carácter nacional. Muchos judíos occidentales sucumbieron voluntariamente, surgiendo un movimiento asimilacionista   que amenazaba anonadar al pueblo judío.

 

La voluntad histórica judía derrotó también a este poderoso contrincante. La emancipación condujo a nuevas expresiones de su carácter nacional y  de sus anhelos mesiánicos. Muchos judíos dejaron de lado sus vestimentas    teocráticas y adoptaron un aspecto secular, pero su ligazón con sus orígenes históricos y su tierra natal se tornó más fuerte; su antigua lengua renació; se creó una literatura hebrea secular; y surgieron los movimientos de Chibbat Zion ("Amor a Sión") y el Sionismo. La  emancipación que llegaba desde afuera se transformó en una auto-emancipación -- un movimiento de liberación de los lazos de dependencia respecto de otros y de la vida en tierras extranjeras – y se levantaron los primeros cimientos para el resurgimiento de la independencia nacional en la antigua tierra patria.

 

Al igual que la Revolución Francesa, la Revolución Rusa también provocó  -- y continúa provocando-- repercusiones a través del mundo. Una vez más  el pueblo judío se involucraba en un combate ideológico y afrontaba una prueba histórica, no menos grave y difícil que todas aquellas enfrentadas  con anterioridad.

 

En 1917 se emitió la Declaración Balfour; por primera vez desde la  Destrucción del Templo, los judíos fueron reconocidos por un poder mundial como una nación separada, y se les prometió el derecho al retorno a su tierra. La Liga de las Naciones, establecida al final de la Primera Guerra Mundial, dio confirmación internacional a la Declaración Balfour y reconoció la vinculación histórica del pueblo judío con su antigua tierra patria.

 

En el mismo año, el Partido Bolchevique se hizo con el poder en Rusia, y el nuevo régimen, que prometía la redención mundial, propinó un duro golpe al pueblo judío: los judíos rusos, la comunidad judía más vasta  y más vital de la comunidad judía mundial, fue apartada violentamente del resto del pueblo judío y de su patria que estaba renaciendo.

 

Pero poco tiempo después de que el régimen bolchevique hubiera logrado  el poder absoluto, los judíos rusos ofrendaron lo más selecto de su juventud pionera para el renacimiento del pueblo judío en la tierra de Israel. Los logros de esta juventud testimonian las capacidades latentes en la comunidad judía rusa y sus aspiraciones, que todas las presiones externas, físicas y espirituales, no pueden aplastar. Los cimientos para  el resurgimiento del estado judío fueron colocados principalmente por judíos oriundos de Rusia y el este de Europa, y en mayo de 1948, se  proclamó el estado de Israel.

 

Los partidarios de la independencia judía rechazaron confiar en un   veredicto extranjero. Eran concientes del número limitado y de la capacidad del pueblo judío; respetaban y apreciaban a los grandes poderes que eran responsables del destino de decena de millones de personas y  cuya influencia se extendía más allá de los límites de sus respectivos territorios. Pero hay un reino al cual los judíos consideran como un igual en todos los aspectos, incluso en la capacidad de influenciar a la humanidad en su conjunto y a las generaciones venideras, y ése es el reino del espíritu. En este reino, ni la cantidad ni la magnitud del armamento tienen la última palabra. No ha sido a través de la fuerza numérica o política y del poder económico que Jerusalén y Atenas han dejado su impronta en la cultura de una gran parte de la raza humana.

 

Señalar al mundo un nuevo camino hacia la libertad, la paz, la justicia, y la igualdad, el avance y la redención de la humanidad, y la realización de las más caras esperanzas de la humanidad -- en estas esferas las grandes potencias no tienen ningún monopolio.

 

El pueblo judío, que tras dos mil años de vida errante y tribulaciones en todas partes del mundo ha llegado al primer escalón de una soberanía renovada en la tierra de sus orígenes, no abandonará su histórica perspectiva y su gran herencia espiritual -- la aspiración de combinar su redencióón nacional con la redención universal de todos los pueblos del  mundo. Incluso la más grande tragedia infringida por un hombre contra un pueblo – el holocausto hitlerista, que destruyó la tercera parte del pueblo judío – no empaña la profunda fe de todos los judíos, incluyendo aquellos que murieron en los hornos crematorios de Europa, en su  redención nacional y en la de la humanidad.

 

El pueblo judío no se someterá al dominio extranjero ni se rendirá ante  los poderosos respecto de la determinación de su futuro y de su senda  hacia la visión de los Últimos Días. En el estado de Israel no hay una barrera entre el judío y el hombre que hay en nosotros. La independencia es indivisible.

 

No existe contradicción entre independencia espiritual y vinculación a la    humanidad como un todo, de la misma manera que la independencia política no es incompatible con los lazos internacionales y que la independencia económica no requiere la autarquía económica. Cada pueblo logra sus sustento a partir de otros, tanto en cuanto a lo heredado de las generaciones precedentes, como de los logros del espíritu humano a lo largo de todas las épocas y de todos los países. La dependencia mutua es una ley cósmica y eterna. No existe nada en el mundo, grande o pequeño, desde el invisible electrón hasta los grandes cuerpos celestes, que no mantenga lazos con sus semejantes o con entes diferentes. La existencia en su conjunto es una cadena infinita de mutuas relaciones, y esto se aplica tanto al mundo del espíritu como al de la materia. Resulta menos concebible hoy que en épocas previas que un pueblo pueda desarrollarse sin necesidad de otros.

 

Ahora que, tras un largo camino a través de la historia mundial y de todos los países del mundo, hemos retornado a nuestro punto de partida, y que por tercera vez hemos establecido el estado de Israel, no dejaremos de lado la rica experiencia internacional que hemos adquirido; no nos refugiaremos en nuestra concha. Abriremos bien nuestras ventanas para apreciar los diversos aspectos de la cultura mundial, y trataremos de adquirir todos los logros espirituales e intelectuales del presente. Aprenderemos de todos nuestros maestros, pero cuidaremos nuestra  independencia. No sucumbiremos ante el separatismo o el aislacionismo; preservaremos nuestros lazos con el mundo exterior, pero no aceptaremos la dominación extranjera. Las raíces de la independencia están en el corazón, en el alma, en la voluntad del pueblo, y sólo a través de la   independencia interior es posible obtener y mantener la independencia exterior. La forma más peligrosa de sujeción es la sujeción del espíritu.

 

La rechazo del pueblo judío al dominio de la fuerza física, sin embargo, no significa negar el lugar de la misma en la existencia como medio de defensa, para asegurar la vida. Estaríamos negando la historia desde  los días de Joshua Bin-Nun hasta las Fuerzas de Defensa de Israel si negáramos el hecho de la necesidad de la fuerza física en determinadas   ocasiones para preservar la vida. Eso sería extraño al espíritu del pueblo judío.

 

Desde los días de los profetas hasta la época de Einstein, la intuición judía, tanto religiosa como científica, siempre ha creído en la unidad del universo y de la existencia, a pesar de sus numerosas formas y expresiones. No obstante que, desde la antigüedad, los más excelsos hijos   del pueblo judío, los profetas, sabios y maestros, siempre han considerado la suprema misión of Israel como residiendo en el reino del espíritu, ellos no han menospreciado el cuerpo y sus necesidades, porque  no hay alma sin un cuerpo, y no pueden existir ideales humanos universales sin la existencia de la independencia nacional. En  el establecimiento del estado judío, en la victoria judía sobre los árabes, las armas jugaron un rol decisivo, pero la raíz de esta victoria yace en la superioridad moral y espiritual de los defensores judíos.

 

La fe del pueblo judío en la superioridad del espíritu está ligada con su  creencia en el valor del hombre. El hombre, de acuerdo a la fe del pueblo judío, fue creado a imagen de Dios. No puede existir expresión más profunda, exaltada y de mayor alcance de la grandeza, importancia y valor del mismo que ésta; porque el concepto de "Dios" en el Judaísmo simboliza la cumbre de la bondad, belleza, justicia y verdad. La vida humana, ante  los ojos del pueblo judío, es preciosa y sagrada. Los hijos del hombre, creado a imagen de Dios, son iguales en derechos; son un fin en sí mismos, no un medio. No debe sorprendernos que los sabios de este  pueblo basaran la ley entera sobre un gran principio: "amarás al prójimo como a ti mismo." El amor al prójimo se aplica no solo a los ciudadanos judíos. "El extranjero que reside junto a ustedes deberá ser tratado como un nativo, y lo amarán tanto como a ustedes mismos; porque ustedes fueron extranjeros en Egipto."

 

Incluso en los tiempos antiguos, el pueblo de Israel se distinguió por una original concepción de la historia que no tenía paralelo entre los pueblos del Este y del Oeste, ni de Egipto ni de Babilonia, ni de la  India ni de China, ni de Grecia y Roma y de sus herederos en Europa, hasta los tiempos modernos. A diferencia de otros pueblos antiguos, el nuestro no miraba hacia atrás en búsqueda de una legendaria edad dorada que nunca volverá, sino que dirigía su mirada hacia el futuro, hacia los Últimos Días, cuando la tierra se llenará de conocimiento de la misma manera que las aguas cubren los mares, cuando las naciones convertirán sus espadas en rejas de arados, cuando una nación ya no levantará su espada contra otra.

 

Esa fue la filosofía histórica que los profetas de Israel legaron a su pueblo y a través de él a lo mejor de todas las naciones.

 

Esta expectativa y fe en el futuro pervivió en nuestro pueblo durante las tribulaciones de su largo camino a través de la historia y se ha convertido en el cimiento de nuestra redención nacional, cuando nosotros también podemos ver los primeros destellos de la redención de toda la humanidad.

 

The Atlantic Monthly; November, 1961; "The Kingdom of the Spirit"; Volume 208, No. 5; pages 85-87. Traducción: Ricardo Vicente Accurso.

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