Yamnal Al-Afgani

 Las causas de la debilidad del Islam

 

“Dios no cambiará la condición de un pueblo mientras éste no cam­bie lo que en si tiene. Esto es así porque Dios no modifica la gracia que dispensa a un pueblo mientras éste no cambie lo que en sí tiene”.

 

El Corán es el libro de Dios. Ha sido enviado para guiar y dirigir a los hombres. Ha sido concebido en árabe simple y claro. En él se encuentra prescrito todo aquello de que el hombre tiene necesidad, todo lo que le puede servir en su vida presente y futura (...). El Dios Altísimo, en su libro ilustre, nos ha hecho, a todos los musulmanes, milla­res de promesas. Nos ha anunciado la buena nueva según la cual el Islam debería ocupar un rango superior al de las demás religiones. Los musulmanes deberían ser los mejores de los humanos y los señores de la humanidad (...).

Cuando Dios dio nacimiento a los pueblos musulmanes, éstos últimos eran poco numerosos y no formaban más que una población insignifican­te. Y pese a ello Dios los elevó al más alto grado del poderío. Así, pudie­ron conducir sus pasos hasta las cumbres de las cadenas elevadas y su poderío hizo vibrar las montañas. El eco de sus nombres hizo sacudir a los corazones. Su aspecto terrorífico hizo temblar los cuerpos y estallar las vísceras de los valientes. Su extraña aparición inspiró temor a todos. Su avance extraordinario conmovió a los espíritus. El mundo entero quedó perplejo ante este sorprendente progreso realizado en tan corto período. Se preguntaba de dónde vendría este “tren eléctrico” que le permitía reco­rrer millares de kilómetros en un guiño (...).

Nadie pudo imaginar que este pequeño y débil grupo de hombres llevara a la derrota a tantas naciones poderosas e implantara así en el mun­do entero su propia religión: la del Islam (...). ¿Cuáles fueron las razones? Que los musulmanes quedaron fieles a los compromisos que habían con­traído hacia Dios. También Dios les acordó en este mundo y en el otro su abundante gratitud: la gloria en éste y el honor en el otro (...)

Echemos ahora un breve vistazo a la situación actual de los musul­manes y comparémosla con su condición pasada. Hoy en el mundo, el número de los musulmanes sobrepasa los 600 kurur (1 kurur = 500.000): eso significa que multiplican por 2.000 el número de los que conquista­ron los otros países. Su territorio, desde el océano Atlántico (...) hasta el corazón de China, comprendía países independientes y prósperos. Eran  las mejores regiones del mundo, dotadas de una naturaleza bella, de un clima puro, de tierras fecundas de todas las riquezas (los dones de Dios, aptas para todos los cultivos, centros de todos los recursos y fuentes de todas las ciencias y los conocimientos (...)

A pesar de eso y desgraciadamente, hoy las ciudades musulmanas son saqueadas y despojadas de sus bienes, los países del Islam domina­dos por los extranjeros y sus riquezas explotadas por otros. No transcurre un día sin que los Occidentales pongan la mano sobre una parcela de estas tierras. No pasa una noche sin que pongan bajo su dominio una parte de estas poblaciones que ellos ultrajan y deshonran.

Los musulmanes no son ni obedecidos ni escuchados, Se les ata con las cadenas de la esclavitud. Se les impone el yugo de la servidumbre. Son tratados con desprecio, sufren humillaciones. Se quema sus hoga­res con el fuego de la violencia. Se habla de ellos con repugnancia. Se cita sus nombres con términos groseros. A veces se les trata de salva­jes (...)

¡Qué desastre! ¡Qué desgracia! Y ¿eso por qué? ¿Por qué tal miseria? Inglaterra ha tomado posesión de Egipto, del Sudán y de la península de la India, apoderándose así de una parte importante del territorio musul­mán. Holanda se ha convertido en propietaria omnipotente de Java y las islas del océano Pacífico. Francia posee Argelia, Túnez y Marruecos. Rusia tomó bajo su dominio el Turquestán occidental, el Cáucaso, la Trans-Oxia­na y el Daguestán. China ha ocupado el Turquestán oriental. Sólo un peque­ño número de países musulmanes han quedado independientes, pero en el miedo y el peligro (...). En su propia casa son dominados y sometidos por los extranjeros que los atormentan a todas horas mediante nuevas arti­mañas y oscurecen sus días a cada instante con nuevas perfidias. Los musulmanes no encuentran ni un camino para huir ni un medio para com­batir (...)

Oh, qué gran calamidad! ¿De dónde viene esta desgracia? ¿Cómo han llegado a este punto las cosas? ¿Dónde la majestad y la gloria de antaño? ¿Qué fue de esta grandeza y este poderío? ¿Cómo han desa­parecido este lujo y esta nobleza? ¿Cuáles son las razones de tal deca­dencia? ¿Cuáles son las causas de tal miseria y de tal humillación? ¿Se puede dudar de la veracidad de la promesa divina? “¡Que Dios nos preserve!”. ¿Se puede desesperar de su gracia? “¡Que Dios nos pro­teja!”.

¿Qué hacer, pues? ¿Dónde encontrar las causas de tal situación? Dón­de buscar los móviles y a quién preguntar, sino afirmar: “Dios no cambia­rá la condición de un pueblo mientras éste no cambie lo que en sí tiene”.

 

(1) Cita compuesta de dos versículos extraídos de dos azoras: de la 13 (“El True­no”), aleya 11 y de la azora 8 (“El Botín”), aleya 53.

 

Extraído de la obra de Homa Packdamar, Djama] al-Din Assad dit a]-Afghani,

París, 1996, pp. 268-274.

1