Textos de los escritos enviados por un grupo de tradicionalistas al Rey Don Javier y al Príncipe Don Carlos Hugo de Borbón Parma

 

Un grupo de carlistas de distintas regiones españolas, han venido cambiando impresiones desde hace varios años, seriamente preocupados por la creciente separación que el carlismo oficial mantenía en ideología y conducta política, de su motivación fundamental histórica condensada en el lema de Dios, la Patria, los Fueros y el Rey.

Agotados todos los medios privados cerca del Príncipe Don Carlos Hugo, Jefe Delegado del partido, para obtener una rectificación o cuando menos una detención en el declive emprendido, que suponía la desnucleización del Carlismo, reducido a un nombre sin contenido que venía a amparar una actitud política, totalmente diferente a lo que más de cien años de historia representan, se pensó en una actuación conjunta que, dentro de la más acendrada lealtad a la Dinastía, procurase un remedio a esta lamentable situación.

En este estado de cosas la Junta Regional de Asturias —que ya había manifestado públicamente su discrepancia de la llamada "nueva línea" del llamado "partido carlista"— convocó una reunión en Madrid (como punto geográfico más asequible) sin orden del día alguno para que, sin cauces prefijados, las personas asistentes pudieran exponer con total independencia su criterio sobre la cuestión planteada.

Como resultado de esta reunión que tuvo lugar el día 6 de abril de 1975, se acordó la redacción de una carta que una comisión compuesta por Raimundo de Miguel (en representación de Castilla), Antonio Garzón (Andalucía), Auxilio Goñi (Navarra) y Sánchez Runde (Cataluña) llevara en mano a Don Javier de Borbón, al que expondría ampliamente el pensamiento de los reunidos y que la carta sintetizaba.

Estando ausente en Italia Don Javier por aquellos días, el viaje de la comisión se demoró en espera de su regreso. La noticia de la llegada a París del Rey, coincidió con la de su abdicación en Don Carlos Hugo, con lo que la visita proyectada resultaba inútil. Pero escrita ya la carta, fue confiada al correo, constando su acuse de recibo con fecha de 28 de abril de 1975.

No se ha recibido contestación.


Escrito al Rey Don Javier

 

Señor:

El domingo 6 de Abril de 1975 nos hemos reunido en Madrid dos docenas de carlistas procedentes de distintas regiones españolas, al objeto de cambiar impresiones sobre la situación política actual de España y del Carlismo. La convocatoria ha sido limitada y no pública y los asistentes son bien conocidos de V.M. por su acreditada lealtad.

De manera unánime delegaron en mí —según el documento improvisado allí mismo que acompaño— para que en su nombre me dirigiera a V.M. por escrito en los términos que refleja la presente carta. Cumpliendo este encargo tengo el honor de manifestaros el pensamiento de los reunidos.

La situación actual del Carlismo se considera dolorosamente lamentable, habiendo perdido toda la influencia y el prestigio de que gozaba hasta hace muy pocos años en la vida pública y encontrándose desarticulado e inoperante como organización política.

La causa hay que encontrarla en el abandono deliberado que se ha hecho en los últimos años del ideario carlista de Dios, Patria, Fueros, Rey, para sustituirlo por una ideología contraria, aconfesional, democrático-liberal y socialista. Esta nueva postura política para tratar de justificarse, no sólo ha hecho tabla rasa del pensamiento y de la historia del Carlismo, sino que lo ha querido interpretar conforme a los puntos de vista con los que nos contemplan nuestros seculares enemigos (en un afán inmoderado de congraciarse con ellos) manchando la memoria de nuestros reyes, nuestros políticos y nuestros soldados. Se desvincula del Alzamiento del 18 de Julio al que el Requeté acudió por mandato expreso de V.M. y se alía a los partidos que aquél combatió con las armas, en un Frente Democrático Revolucionario.

Ello ha conducido a la vergüenza y el retraimiento de los leales (los 100.000 asistentes a Montejurra se han reducido a 5.000) en espera de una rectificación, que reiteradamente pedida, ha sido desoída sistemáticamente.

El mal es tan profundo y el daño que se está produciendo a España tan grave, en estos momentos tan difíciles para el mundo y para nuestra Patria, que los reunidos (que representan el sentir de la gran masa del pueblo carlista) han decidido salir de su respetuoso retiro y de sus quejas individuales, para dirigirse a V.M. como grupo, en solicitud de un rápido remedio que ya sólo puede esperarse de vuestra indiscutible autoridad. No hacen con ello otra cosa que ejercitar un derecho, ya que el Carlismo no significa una actitud servil hacia sus príncipes, sino una exigencia mutua de Dinastía y Pueblo para el común servicio de Dios, la Patria, los Fueros y el Rey.

Cualquiera que de ese lema se separe, niega la razón de ser de su titularidad carlista. Si es el súbdito, cae en rebeldía; si es la Dinastía, pierde su legitimidad. Esto es algo que constituye la esencia del Carlismo. Los tradicionalistas que aún diciendo conservar el ideario, cambiaron de lealtades, no sólo dejaron de ser carlistas, sino que también abandonaron la tradición política española que pretendían retener. Los reyes que por sucesión lineal deberían haber debido continuar la Dinastía legítima, se vieron decaídos en su derecho en cuanto se separaron de los principios (Don Juan, respecto de su hijo Carlos VII y en nuestros tiempos, el actual D. Juan, por decisión de Don Alfonso Carlos, tuvo que dejar el paso a V.M.). Por esta razón es por lo que dicho Rey nos dejó la mejor definición del Partido Carlista, denominándolo Comunión Tradicionalista-Carlista.

Con la fuerza conjunta de los principios y de la historia, aunque sin mengua alguna de la lealtad y el amor que os profesamos, nos permitimos exponer ante V.M. estas consideraciones.

Don Alfonso Carlos en el Decreto de 23 de Enero de 1936 instituyendo la Regencia, dejó señalados los cinco puntos que sus sucesores deberían respetar como intangibles y bajo juramento "conforme a las leyes y usos históricos y principios de legitimidad que ha mantenido durante un siglo la Comunión Tradicionalista". "Porque jamás podría yo cometer y protesto solemnemente que no cometeré, la inconsecuencia de entregar las huestes leales, que tantos esfuerzos realizaron por el triunfo de nuestros inmortales principios, a la dirección de quienes no acertaron a comprender la magnitud de tanto sacrificio y el deber de reparar el daño inmenso que un siglo de liberalismo y revoluciones originó en España" (Manifiesto a los españoles, 29 de Junio de 1934).

Estos puntos o principios son en substancia: confesionalidad católica, constitución orgánica, federación regional, monarquía tradicional y tradición política española.

Estos principios juró V.M. seguir ante la tumba de Don Alfonso Carlos, así como el aceptar la continuación en la realeza al contestar al requerimiento que a tal efecto os hizo el Consejo Nacional de la Comunión Tradicionalista con fecha 30 de Mayo de 1952 y en ocasión del Congreso Eucarístico de Barcelona.

Pero el caso es, Señor, que la "nueva línea" por la que hoy se rige de manera oficial el llamado partido carlista, está en evidente contradicción con aquellos cinco principios. Se proclama laico; propugna un régimen de partidos en un sistema de democracia inorgánica; se autocalifica de monarquía socialista y reniega de la tradición política española anunciando la revolución; en cuanto a federación regional se pospone al logro de una revolución social ilimitada y se construye en forma desconocedora y disolvente de la superior unidad de España.

Por eso Señor, aún comprendiendo la delicadeza interna de la situación y no desconociendo las dificultades que su inmediato remedio encierra, como el mal ha llegado tan hondo y el daño que se está haciendo a España y el Carlismo es tan grande —y que llegará a hacerse irreparable si no se toman medidas urgentes para corregirlo— los reunidos han decidido requerir respetuosamente a V.M. para que reafirme solemnemente los principios inmutables del Carlismo que prometió cumplir a Don Alfonso Carlos y a sus leales y para que conforme a ellos se rectifiquen las desviaciones actuales, acomodándose la actuación política del Carlismo al Dios, Patria, Fueros, Rey.

Los asistentes a la reunión nos hemos dado cita para otra segunda en el mes de Junio (ya que la situación crítica por la que atraviesa España no permite más dilaciones) y para entonces recibir de V.M. una respuesta satisfactoria.

A los reales pies de V.M.C.

Firmado: Raimundo de Miguel

Los nombres de las personas adheridas a esta carta son: Alberto Mª Caso, Julio Fonseca, Ramón Mª Rodón, Ignacio Hernando de Larramendi, José Cabrero, Antonio Segura, Miguel Virgós, Juan Arredondo, Pascual Agramunt, Antonio Garzón, Jaime de Carlos, Domingo Fal, Auxilio Goñi, Benito Tamayo, José Miguel Orts, Ignacio Laviada, José Antonio Cabrero, Modesto Botella, Carlos de Miguel, Ángel Onrubia.

Madrid, veintiuno de Abril de 1975


El hecho de la abdicación alteraba totalmente los términos de los que en esta carta se partía. Al transmitir Don Javier sus derechos a D. Carlos Hugo y prescindiendo de otros motivos de procedimiento, nos encontrábamos ante una circunstancia distinta: la necesidad por parte del príncipe de afirmar los principios tradicionales antes de que pudiera ser reconocido como rey por los carlistas. Don Javier tenía la autoridad para disponer lo que en la carta anterior se le pedía; a D. Carlos Hugo no podía pedírsele nada en el sentido indicado, porque sería tanto como reconocerle por rey antes de su juramento. Lo único que se le podía pedir —si voluntariamente no lo hacía— era que jurase, para que uniendo la legitimidad de ejercicio a la de origen que ostentaba, pudiera ser considerado como sucesor de la Dinastía carlista.

Se esperó con ansiedad el primer domingo de Mayo, conmemoración de Montejurra. Pero en aquel acto que ofrecía una ocasión inmediata y solemne para el reconocimiento de los principios que Don Alfonso Carlos proclamara como de respeto intangible para su sucesor en el derecho a la corona, D. Carlos Hugo no efectuó declaración alguna.

Ello dio motivo a la convocatoria de otra reunión en Madrid para el 18 de Mayo, en la que considerada la nueva situación, se acordó dirigir a D. Carlos Hugo la carta que a continuación se traslada. Carta que fue enviada por conducto del Notario de Valencia don Daniel Beunza y cuyo acuse de recibo es de fecha 29 Mayo 1975.

Copia de la misma fue enviada por correo ordinario a Don Javier, quien la recibió el día 3 de Junio de 1975.


Primer escrito al Príncipe Don Carlos Hugo

 

Señor:

Conocida la noticia de la abdicación en V.A. de vuestro padre el Rey, las personas cuyos nombres se relacionan al final de esta carta (cuya lealtad dinástica y consecuencia política es patente a lo largo de muchos años y a través de muchas pruebas) nos hemos reunido en Madrid el día 18 de este mes y hemos reflexionado seriamente sobre las responsabilidades que nos incumben en estos momentos, tanto por los cargos que hemos desempeñado en el Carlismo, como por nuestra conocida y pública actuación en su servicio, e impelidos por un deber grave de conciencia en relación con la continuidad histórica de ciento cuarenta años de presencia y actividad política, en cuyo obsequio hicieron oblación de sus sacrificios y sus vidas miles de carlistas, nos consideramos en la imperativa obligación de manifestaros lo que yo, en su nombre y delegación como el último Presidente del Consejo Real, os expongo a continuación:

Según la constitución tradicional política española (que por otra parte es compartida universalmente) el derecho de sangre en la sucesión dinástica no constituye más que un título necesario, pero inicial para acceder a la realeza. Pero ningún príncipe puede ser reconocido como rey, si antes no jura la aceptación y el respeto de las leyes, fueros y libertades por las que se rige la nación.

En el caso del Carlismo (en ausencia del Poder) este compromiso del príncipe ha de recaer sobre el ideario de Dios, la Patria, los Fueros y el Rey, que como representativo de la constitución política patria es el propósito en que comulgan Dinastía y Pueblo durante ciento cuarenta años y la única razón de ser del Carlismo como agrupación política. Aquel ideario constituye el verdadero pacto entre el Rey y sus leales, en el que pesan más los muertos que los vivos, y al que Don Alfonso Carlos (de quien derivan los derechos que hoy ostenta la rama de Borbón Parma) se refirió en repetidos documentos y muy especialmente en el Decreto de 23 de Enero de 1936, para imponer como ineludible obligación su profesión y defensa a los que fueren sus sucesores.

Este explícito juramento es imprescindible para poder ostentar la continuidad dinástica; pero en el caso de V.A. no es bastante. V.A. ha hecho públicas manifestaciones de discrepancia con los principios que Don Alfonso Carlos señalara como intangibles, proclamando una ideología de democracia liberal y socialismo y manteniendo unas alianzas con partidos revolucionarios contrarios por esencia a la tradición política española. Por lo tanto, a aquel juramento de fidelidad al ideario carlista ha de preceder la retractación de vuestra anterior conducta política; ambos de manera expresa y pública, para que no se dé lugar a equívocos y el honor y la continuidad histórica, doctrinal y política del Carlismo queden patentes ante España.

Ejercitamos, Señor, un derecho que no puede ser considerado como humillante, ni siquiera irrespetuoso hacia V.A., ya que no es más que la puesta en juego, llegado su momento, de una prevención constitucional en la tradición política española y cuya aceptación servirá tanto para honrar y enaltecer a V.A. como para legitimarlo en el ejercicio de la realeza.

Si estas protestas públicas y solemnes no se producen en un plazo no superior a un mes, los reunidos nos consideraremos desligados de toda vinculación política con la persona de V.A., que por su propia voluntad habrá dejado de reunir las condiciones para ser considerado como Príncipe carlista y declinando de su derecho, sin autoridad alguna para exigirnos el deber de lealtad.

B.l.m. de V.A.R.

Firmado: Raimundo de Miguel

Rufino Menéndez, Ignacio Laviada, Julio Fonseca, Antonio Garzón, Ángel Onrubia, Antonio Segura, Domingo Fal, Pedro Lozano, Juan Arredondo, Auxilio Goñi, José G. Sarasa, Daniel Beunza, Pascual Agramunt, José Miguel Orts, Modesto Botella, Vicente Porcar, Ramón Mª Rodón, José Antonio Cabrero, Fernando Díaz de Bustamante Quijano, Ignacio Igea, José Millaruelo, Juan Sáenz-Díez, Jaime de Carlos, José Cabrero, Carlos de Miguel.

Madrid, 23 de mayo de 1975.


Ante el silencio de D. Carlos Hugo, en cumplimiento de lo convenido en la reunión del 18 de Mayo para tal supuesto, se redactó el borrador de una tercera carta que circulada a las personas citadas en las otras ocasiones y con las modificaciones por algunas sugeridas, dio lugar a la que de segunda se transcribe, remitida a D. Carlos Hugo por el mismo conducto notarial que la anterior y cuyo acuse de recibo lleva fecha de 23 de Julio de 1975.


Segundo escrito al Príncipe Don Carlos Hugo

 

Señor:

Tenemos fundados motivos para suponer que no ignoráis la carta que con fecha de 21 de abril pasado dirigimos a vuestro padre el Rey un grupo de carlistas. En ella sometíamos a su consideración y remedio la desviación ideológica y de actuación política por la que actualmente atraviesa el Carlismo. Poníamos así fin a una actitud de respetuoso silencio, en espera de una rectificación de conductas que, individualmente pedida una y otra vez, no se producía y que por el tiempo transcurrido y las graves consecuencias que para España comporta, entendíamos que no podía prolongarse más.

Cuando dicha carta llegó a su destino, Don Javier ya había abdicado en V.A. y, consecuentemente, cambiaba el planteamiento anterior. V.A. aparece ahora ostentando unos iniciales derechos a la realeza, que deberán ser confirmados con la aceptación de los principios tradicionales de Dios, Patria, Fueros, Rey, constitutivos del Carlismo. Pero esta pública proclamación que todos los reyes carlistas efectuaron de manera inmediata en caso semejante, no se produjo (a pesar de la propicia ocasión que Montejurra ofrecía) lo que nos obligó a dirigiros la carta de 23 de mayo, requiriéndoos para ello, como requisito necesario e imprescindible para poder consideraros como rey carlista.

Ha transcurrido más de un mes del recibo de esta carta (plazo en el que prudencialmente os incitábamos a hacerlo, para saber a qué atenernos en tan delicado e importante asunto) y no ha llegado a nuestro conocimiento que V.A. haya hecho manifestación alguna en el sentido indicado.

Queda así puesto en evidencia y sin lugar a dudas, que no compartís aquellos principios y que con esta actitud os separáis de la continuidad histórica, doctrinal y política que el Carlismo significa.

No pretendemos con esta carta, Señor, más que dejar patente este hecho y sacar las consecuencias que del mismo se derivan en cuanto a nuestra conducta política futura, que queda libre de todo compromiso con vuestra persona, ya que nosotros permanecemos fieles y firmes en los principios doctrinales del Carlismo y es V.A. quien de ellos se separa.

No queremos tampoco atribuirnos representaciones que no tenemos, aún cuando estamos ciertos de que nuestra postura es compartida por la gran mayoría de los carlistas. Nos basta nuestra simple condición de tales para ejercitar este derecho, que es consecuencia imperativa de la fidelidad que debemos a los reyes de la Dinastía legítima y a la sangre derramada en cuatro guerras en defensa de Dios, la Patria, los Fueros y el Rey.

Ante un acontecimiento similar al presente, Doña María Teresa de Braganza y Borbón, Princesa de Beira, viuda de Don Carlos María Isidro, Carlos V, respondiendo a la ansiedad de los carlistas sobre a quién habían de considerar como rey (ya que Don Juan, su hijo, al que por sangre correspondía el derecho, había abandonado los principios, a pesar de sus exhortaciones para que los aceptara) proclamaba en carta dirigida a los españoles y fechada en Baden a 25 de septiembre de 1864 que "ni el honor, ni la conciencia, ni el patriotismo, permiten a ninguno reconocerle como rey".

Parecida coyuntura iba a producirse setenta años más tarde ante el problema que la falta de sucesión directa de Don Alfonso Carlos planteaba. Y este Rey, en su manifiesto a los españoles de 29 de junio de 1934, mantuvo la misma doctrina y actitud expuesta:

"Que ante Dios y España soy y tengo que ser el más fiel guardador de las leyes tradicionales, que no puedo modificar por mi sola voluntad, lo que significaría un absolutismo del que reniego, ni por presiones de grupos más o menos numerosos, lo que significaría estar en manos de oligarquías y demagogias".

"Que no teniendo sucesor directo, sólo podrán sucederme quienes, sabiendo lo que este derecho vale y significa, unan la doble legitimidad de origen y de ejercicio, entendida aquélla y cumplida ésta al modo tradicional, con el juramento solemne de nuestros principios y el reconocimiento de la legitimidad de mi rama".

Y es que la obsesiva preocupación de Don Alfonso Carlos era la de encontrar un príncipe "que de veras asegure la lealtad a la Santa Causa, que no está al servicio de una sucesión de sangre porque ésta es la que ha de servir a aquélla, como ordenado todo al bien común de los españoles". (Carta a Don Javier de Borbón sobre la cuestión sucesoria, de 10 de marzo de 1936).

El Carlismo es algo, Señor, que tenemos recibido con ciento cuarenta años de historia: se acepta tal cual es, o se rechaza. Lo que no puede pretenderse es quebrar la consecuencia de su doctrina política, o degradarlo haciéndole perder su autenticidad.

Nos faltan hoy una Princesa de Beira y un Carlos VII, que con su autoridad indiscutida puedan resolver la nueva crisis que afecta al Carlismo. Pero la Comunión está madura para superar esta difícil prueba.

Carlos VII dejó escrito en su testamento político (6 de enero de 1897) lo siguiente: "Mi hijo Jaime. o el que en derecho y sabiendo lo que este derecho significa y exige me suceda, continuará mi obra. Y aún así, si apuradas todas las amarguras la Dinastía legítima que nos ha servido de faro providencial estuviera llamada a extinguirse, la dinastía de mis admirables carlistas, los españoles por excelencia, no se extinguirá jamás. Vosotros podéis salvar a la Patria..." Y Don Alfonso Carlos en el manifiesto antes citado: "A las grandes causas nunca les falta su caudillo y aunque se extinguieran todas las legitimidades posibles, hay un derecho sagrado que jamás prescribe en los pueblos y es el supremo derecho que la Tradición española conoció más de una vez, de otorgarse el Príncipe que sepa representar dignamente la causa de la Patria, que es la causa de la Fe y de aquellas gloriosas tradiciones que nuestra Comunión supo encarnar y encarnará siempre, por encima de todas las mudanzas de la Historia".

Esta decisión la tomamos, Señor, con la conciencia plenamente tranquila de haber agotado todos los medios para evitarla, e impelidos por un ineludible deber. Huelga decir que no significa preparación para un cambio de lealtades e incorporación tardía a un régimen del que continuamos discrepantes. Permanecemos en el mismo lugar en el que estuvimos siempre y del que os vemos alejaros con el sentimiento de tantos entusiasmos, amores, esperanzas, trabajos y sacrificios puestos con ilusión en V.A. y que han quedado defraudados, a pesar de nuestros pacientes esfuerzos por reteneros.

Confiamos en Dios que no querrá consentir que la Comunión Tradicionalista-Carlista, fructificada en sangre, generosidades y afán principal de su servicio, pueda llegar a desaparecer sin gloria, en estos momentos en los que España tiene necesidad de ella más que nunca.

Nuestro propósito es salvar el honor del Carlismo ante la historia y hacer efectivas, cuando el caso desgraciadamente ha vuelto a presentarse, sus formulaciones políticas.

Atentamente saluda y se despide de V.A. en nombre propio y en el de las personas que a continuación se relacionan.

Firmado: Raimundo de Miguel

Rufino Menéndez, Ignacio Laviada, Julio Fonseca, Amparo Cuervo-Arango, Antonio Garzón, Ángel Onrubia, Antonio Segura, Domingo Fal, Pedro Lozano, Juan Arredondo, José Ángel Zubiaur, Daniel Beunza, Pascual Agramunt, José Miguel Orts, Modesto Botella, Vicente Porcar, Ramón María Rodón, José María Andreu, José Antonio Cabrero, Luis García, Ignacio Igea, José Millaruelo, Juan Sáenz-Díez, Jaime de Carlos, José Cabrero, Carlos de Miguel, Fernando Díaz de Bustamante Quijano.

Madrid, 10 julio de 1975.


 

Cartas que para general información de carlistas y no carlistas, se procede a su divulgación, transcurrido el tiempo en que por la gravedad y delicadeza del asunto se han mantenido prudentemente reservadas.

 

DIOS PATRIA FUEROS REY


Secretaría Política de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón

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