Por Alejandro Agostinelli
1952. Se crea la primera comisión de encuesta en el seno de la Marina de Guerra, según el jefe de informaciones de la Base Naval Puerto Belgrano, capitán de corbeta Luis Sánchez Moreno.
1955. El capitán Jorge Milberg traduce y
prologa Flying Saucers From Outer Space, primer libro del
mayor (RE) Donald Keyhoe. Se publica bajo el título Platos
voladores del espacio y es editado por la Biblioteca del Círculo
Aeronáutico.
1960. La tarde del 3 de julio, el capitán Hugo
F. Luis Niotti, por entonces destinado en la Escuela de Suboficiales
en Córdoba, observa y fotografía, en camino a Yacanto,
un objeto cónico, horizontal al suelo, que se aleja a unos
200 km/h. Según un informe de la Aeronáutica, la
base oscura del objeto (que Niotti vio gris) "podría
atribuirse a la sensibilización de la película fotográfica
por influencia de radiaciones no comprendidas en el espectro luminoso
y de naturaleza desconocida".
1962. La Marina pone en marcha la Comisión Permanente
de Estudios del Fenómeno OVNI (COPEFO), integrada por los
entonces capitanes de fragata Constantino Núñez,
Omar Roque Pagani y los periodistas Eduardo A. Azcuy
y Guillermo Gainza Paz.
1962. El Servicio de Informaciones de la Aeronáutica
crea su propia División OVNI. Un comunicado firmado por
el comandante Juan Alberto Sosa instruye "informar
a este organismo todo suceso relacionado con el tema".
1965. En la noche del 3 de julio, personal militar de las
bases antárticos argentinos de Orcadas y Decepción
y de la chilena Pedro Aguirre Cerdá, entre ellos el teniente
de fragata Daniel A. Perissé, presencian el desplazamiento
de un objeto no identificado que irradia colores verdes, rojos
y amarillos. Tres días después, la Marina difunde
un comunicado oficial donde confirma la observación.
1967. Ocaso de la Comisión OVNI que operaba en la
Armada. Para algunos, a causa de declaraciones del capitán
Pagani que habrían sido tergiversadas por algunos
medios: Pagani presenta un fuerte alegato a favor de la existencia
de los OVNI y la Armada lo desautoriza. "Sus opiniones -aclaró
en un comunicado- no son las de la fuerza".
1967. Se crea la División OVNI en el seno de la
Subjefatura II del Servicio de Inteligencia de Aeronáutica,
integrada, entre otros, por el suboficial principal Roalde
Moyano. Como Pagani, este militar es partidario de la existencia
de los OVNI.
Esta toma, lograda el 3 de julio de 1960 por el
Capitán Hugo F.L. Niotti, continúa siendo la evidencia
fotográfica más sólida de la casuística
OVNI argentina.
1968. En julio, el brigadier general Adolfo T. Alvarez,
comandante en jefe de la Fuerza Aérea Argentina, admite
la factibilidad de los platillos volantes. "Sino, no sería
aviador", declara. Ese año el presidente de facto,
general Juan Carlos Onganía, dice: "Creo que
los platos voladores existen".
1979. El Brigadier General Rubens Omar Graffigna
instruye formar la División OVNI a cargo de los capitanes
Carlos Augusto Lima y Elanio Rodríguez. La
oficina operó en el seno de la Comisión Nacional
de Investigaciones Espaciales (CNIE), dependiente de la Fuerza
Aérea, hasta 1987.
1991. El comodoro (RE) Juan Carlos Mascietti, secretario
general del Instituto de Investigaciones Científicas y
Técnicas de las Fuerzas Armadas (CITEFA), el capitán
de fragata (RE) Daniel A. Perissé y el espeleólogo
Julio Goyén Aguado ponen en marcha un grupo de encuesta
semioficial.
1997. El grupo comisionado por el CITEFA entrega un dossier
de 300 páginas al Ministerio de Defensa. Sus conclusiones
serían favorables a la existencia de un "fenómeno
original". La comisión se sigue reuniendo extraoficialmente,
pero interrumpió sus investigaciones.
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Entre la última etapa de la dictadura militar y los primeros años del gobierno democrático del doctor Raúl Alfonsín, la Fuerza Aérea Argentina derivó el dossier OVNI a una división de la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE). Esta nota revela, por primera vez, los entretelones de aquella peripatética peripecia pseudoinvestigativa.
Por Alejandro Agostinelli
En 1979, el Brigadier General Rubens Omar Graffigna, a la vez comandante en jefe de la Fuerza Aérea Argentina durante el gobierno militar, firmó el decreto por el cual se forma una División OVNI, a cargo del capitán ingeniero (RE) Carlos Augusto Lima y el capitán Elanio Rodríguez, en el seno de la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE). En 1980, el autor de estas líneas (por entonces director del Centro de Estudios de Fenómenos Aéreos No Convencionales, CEFANC), junto con Alejandro Chionetti (secretario del Servicio de Investigaciones Ufológicas, SIU), celebramos tres ásperas reuniones con el capitán Lima, interesados en conocer las conclusiones sobre un objeto no identificado presuntamente precipitado en el sur argentino.
El Capitán Ingeniero
(RE) Carlos Augusto Lima, titular de la División OVNI de
la Fuerza Aérea Argentina desde 1979.
Según distintos
medios, en octubre de 1979 personal de la CNIE había sobrevolado
un cañadón del Cerro Negro, cerca de Bariloche,
localizando y tomando muestras de una supuesta "huella de
impacto". El funcionario no mostró el menor entusiasmo
por compartir los resultados de esa investigación, ni de
ninguna otra, con la prensa o con aficionados civiles. Sólo
exhibió, presionado por nuestra curiosidad, un armario
donde, entre libros y folletería platillista, se apilaban
algunas decenas de cuestionarios que, según dijo, habían
sido completados a lo largo del tiempo tanto por personal de la
Fuerza Aérea como por civiles. Si bien no nos permitió
examinar esos expedientes, nos ilusionó la idea de ganar
su confianza y modificar su opinión: en aquellos tiempos
vivíamos bajo el más férreo régimen
militar y un reclamo "por las malas", hubiera sido una
vía muerta. Para demostrarle a Lima que, si bien eramos
amateurs, actuábamos de manera seria y profesional, le
acercamos una copia del Catálogo de Avistamientos del Tipo
1 en la Argentina, elaborado por Guillermo Roncoroni (presidente
de la SIU), con el aura de respetabilidad que le daba el hecho
de que se trataba del primer trabajo computarizado en su clase
realizado en América latina. Creíamos que la estrategia
iba a funcionar. Veinte años atrás comprenderá,
misericordioso lector- cultivábamos una ingenuidad a toda
prueba.
Aquellas gestiones, al menos, sirvieron para allanarles el camino al doctor J. Allen Hynek y al licenciado Roncoroni, quienes, en diciembre de 1982, finalmente fueron recibidos por Lima. En el curso de aquella reunión (de la que también participó el comodoro Hugo F. Luis Niotti, protagonista del principal caso fotográfico de la historia ufológica argentina), Lima prometió estudiar un "programa de acción conjunta" con la SIU. Esa larga charla quedó en agua de borrajas y el proyecto jamás se concretó.
De izq. a der.: Dr. Joseph
A. Hynek, Cap. Ing.(RE) Carlos A. Lima, Dr. Willy Smith y Lic.
Guillermo Roncoroni. Como fondo, el escudo de CNIE. La foto prueba
el vínculo entre ufólogos civiles del máximo
nivel internacional y las Fuerzas Armadas Argentinas.
Luego supimos que el interés del
militar del aire respondía a un objetivo bastante más
terrenal: a través de la SIU -y no por sus propias investigaciones-
la CNIE se estaba desayunando de que el famoso avistamiento masivo
que conmocionó al país la noche del 14 de junio
de 1980 no había sido causado por un experimento de la
NASA (como los militares argentinos creían) sino por la
reentrada del combustible de la última etapa del cohete
vector que llevó hasta su órbita al satélite
soviético Kosmos 1188. Un dato que Lima habrá considerado
interesante para su legajo sin lectores.
Como se advierte, por aquellos días no nos faltaban razones para celebrar en silencio cada vez Jacques Vallée (quien acababa de visitar Buenos Aires) calificaba a los militares encargados del dossier OVNI como "ignorantes" o "incompetentes" antes que "celosos vigías de la verdad." Su definición, al menos para el caso argentino, calzaba como un guante.
Más tarde, una insólita serie de circunstancias confirmaron que la llamada División OVNI de la CNIE era un sello de goma que sólo resucitaba cada vez que el tema se instalaba en los medios. A los pocos meses del encuentro con Hynek, por ejemplo, la CNIE trabaría la solicitud de Personería Jurídica de la CICFA (Comisión para la Investigación Científica de los Fenómenos Aéreos), sigla con que varios grupos, entre ellos la SIU, pretendían unificarse. ¿Motivos? Los objetivos de esa Comisión "invadían la juridicción (aérea)" de la CNIE... Tres años después, regresamos a las oficinas de Lima, y el capitán, escaso de memoria, nos aconsejó que "dirigiéramos nuestras inquietudes a dos organizaciones muy serias dedicadas a estas cosas", pasando a exhibir ¡boletines de la SIU y el CEFANC! Esto podía probar dos cosas: que solía utilizar nuestro material para sacarse curiosos de encima o que (consuelo de tontos) con tanta "estadística" y "casuística" (esdrújulas típicas de la pretenciosa prensa platillista de la época, como recordaba Rubén Morales) habíamos logrado impresionarlo.
Para concluir esta peripatética odisea espacial, corresponde decir que el capitán Lima pasó a retiro en 1987, se mudó a alguna ciudad del interior del país y ya nadie volvió a tener noticias de él. Sin duda, se habrá jubilado convencido de haber prestado un valioso servicio a la comunidad.
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En 1988, el Poder Ejecutivo Nacional decidía disolver la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE), reemplázandola por la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), entrando así en la órbita de Presidencia de la Nación y a ser tutelada ya no por militares sino por civiles. Todos los esfuerzos por localizar los archivos que el capitán Carlos A. Lima administró mientras estuvo al frente de la División OVNI del área, fueron infructuosos. En 1994, Roberto Sanutell, asesor de prensa de la Fuerza Aérea, nos indicó que "si ese material todavía se archiva en el Edificio Cóndor (sede de la aviación militar argentina), pierden el tiempo". El radioastrónomo Raúl Fernando Colomb, director de la CONAE desde 1991, nos dijo que jamás había oído hablar de aquellos archivos. Brilló una luz de esperanza cuando recordó que tal vez "pudiera quedar algo" en la Biblioteca del Centro Espacial San Miguel, provincia de Buenos Aires. Allí, efectivamente, se almacenaba una parte de los antiguos archivos de la CNIE. Pero el material disponible, por desgracia, eran más figuritas repetidas: sólo había boletines y libros ufológicos. De "expedientes X", apenas un relato: una amable empleada nos confió que cierta vez vio pasar una pila de carpetas, etiquetadas M.S. ("Material Secreto"). Embaladas con sogas, pemanecieron allí unas semanas hasta que alguien (ignoraba quién) las retiró, con destino desconocido.
Versión completa del artículo publicado en el Monográfico N° 35 de la revista Más allá, "Ovnis Alto secreto". Madrid, España, diciembre de 2000, pp-10-11.
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DE LAS FF.AA.
Por Alejandro
Agostinelli
En 1991, un grupo de científicos y militares impulsado por el Ministerio de Defensa inició una investigación sobre los informes OVNI denunciados en la localidad entrerriana de Victoria y otras zonas de la Argentina. El proyecto finalizó en 1997, pero sus conclusiones aún se mantienen en secreto. Hoy, su historia sólo puede ser reconstruida a partir de filtraciones y furtivas entrevistas con miembros del grupo que luego dirán que ellos no hablaron.
ANTES DE JULIO DE 1991, el cerro
Uritorco, en Capilla del Monte, Córdoba, monopolizaba la
atención de los aficionados a los OVNIs. Después
de esa fecha, el foco de interés se desplazó a la
ciudad de Victoria, provincia de Entre Ríos, situada a
330 kilómetros de Buenos Aires. Un paraje con su encanto,
pero sin la tradición ufológica que poseían
las sierras cordobesas. En poco tiempo, habitantes, turistas y
ufólogos en vigilia denunciaron desde avistamientos comunes
y silvestres hasta espeluznantes encontronazos con humanoides,
desde historias de rapto hasta sorprendentes relatos de teleportación.
La versión según la cual un anónimo grupo
cívico-militar "realizaba operaciones" en el
lugar emergía en un contexto fántastico. Por aquellos
días, una oleada de rumores comenzó a proliferar
como corros de brujas: el 17 de Setiembre, por ejemplo, el principal
medio gráfico del país, el diario Clarín,
publicó que un periodista local vio a "técnicos
de la NASA" entrevistando testigos. Mientras tanto, algunos
ufólogos hablaban de helicópteros negros que sobrevolaban
el Delta del Paraná y otros denunciaban bases subacuáticas
de Entidades Biológicas Extraterrestres (EBE's). Desde
la ciudad de Rosario, un tal Eduardo Fuentealva, editor
del periódico Zona Prohibida, aseguraba que en Gualeguaychú,
cerca de Victoria, habían caído cinco naves alienígenas.
Gendarmería Nacional -advirtió- había cercado
el área porque estaba "infectada de Grises".
El mismo ufólogo mencionaba la presencia de antenas parabólicas
misteriosas, vehículos sin identificación con parabrisas
polarizados, servicios de inteligencia comprando el silencio de
los testigos, cañones láser apuntando al refugio
de los EBE's
Lo malo no era que, en franco ejercicio de su libertad de expresión, alguien hiciera estas declaraciones; lo grave era que hubiese un auditorio dispuesto a aceptarlas. De hecho, por aquellos días, los integrantes del grupo evangélico-contactista Radar-1 anunciaban a quienes quisieran escucharlos que se preparaban para "defenderse de un inminente ataque de los Grises". Y en la misma ciudad de Victoria, Guillermo Romeu, el ahora difunto líder de aquel grupo platillista, daba pruebas de la seriedad con que se tomaba sus creencias exhibiéndose con armas de grueso calibre.
Así, aquel apacible paisaje mesopotámico, que hasta entonces sólo era conocido por sus siete colinas y su cordial abadía benedictina, acababa de convertirse en el nuevo santuario platillista nacional. Y el efecto bola de nieve se volvió imparable. Por eso, cuando trascendió que aquel "misterioso grupo cívico-militar" iba a rastrear el fondo de la Laguna del Pescado, escenario privilegiado de los fenómenos de Victoria, las suspicacias se tornaron inevitables.
LEJOS DEL
RUIDO
Pero aquellos rumores
eran ciertos. Desde 1991, Victoria había comenzado a ser
visitada por investigadores civiles y militares empleados en áreas
oficiales, algunos de los cuales formaban parte del Instituto
de Investigaciones Científicas y Técnicas de las
Fuerzas Armadas (CITEFA), un organismo dependiente del Ministerio
de Defensa.
Vista
aérea de las importantes instalaciones del Instituto de
Investigaciones Científicas y Técnicas de las Fuerzas
Armadas (CITEFA), en Villa Martelli, Pcia. de Buenos Aires. Fuente:
http://www.citefa.gov.ar/
La
confirmación sobre la existencia del llamado Grupo de Trabajo
corrió por cuenta del capitán de fragata (RE) Daniel
Alberto Perissé en Diciembre de 1991, durante un congreso
ufológico celebrado en la ciudad santafesina de San Lorenzo.
En aquella ocasión, Perissé -uno de los militares
cuya biografía está más imbricada con la
historia de la ufología argentina- admitió que él
mismo estaba entre sus miembros más activos. Testigo central
de los avistamientos en la Base Naval de la isla Decepción
en 1965, desde entonces investigó centenares de casos,
tanto mientras acompañó al capitán Omar
Roque Pagani en la División OVNI de la Armada Argentina
como cuando colaboró apasionadamente con distintos grupos
ufológicos. Retirado de la Marina en 1985, hasta 1988 formó
parte de la Comisión de Investigaciones Ufológicas
(CIU), el mismo grupo que integraba el autor de estas líneas.
Nadie mejor que él, entonces, para dar detalles sobre aquella
singular iniciativa. Pero, tras recibir un tirón de orejas
oficial por su infidencia en San Lorenzo, no volvió a abordar
el tema.
Así, por otras vías, supimos que el presidente del
grupo era el comodoro (RE) Juan Carlos Mascietti, en cuya
foja de servicios constaba haber sido jefe de Planeamiento del
Estado Mayor Conjunto durante el gobierno democrático de
Raúl Alfonsín y secretario general del CITEFA. Desde
el principio, el Grupo optó por el "perfil bajo".
La contraparte civil era liderada por el espeleólogo Julio
Goyén Aguado, recordado por sus exploraciones en la
cueva de los Tayos, Ecuador, con el astronauta Neil Armstrong.
Goyén, presidente del Centro Argentino de Espelología
(CAE), justificaba su mutismo alegando que "todavía
no había nada para decir".
En 1996, el comodoro Mascietti, derrotado por la insistencia del
autor de estas líneas, aceptó dar un breve -y único-
reportaje. Así, para la revista Descubrir, explicaba:
"Actuamos con prudencia porque no nos interesa meternos en
el ruido. Además, debemos proteger la privacidad de científicos
que no están interesados en ver su nombre en letras de
molde. Tampoco, por las características de este trabajo,
queremos contaminar ni ser contaminados".
En un intervalo del Congreso
sobre OVNIs de San Lorenzo, (San Lorenzo, Santa Fe, 1991), el
Capitán Perissé dialoga con Alejandro Agostinelli.
En segundo plano caminan Juan Carlos Spadafora y Javier Stagnaro.
(Foto: Rubén Morales)
Si bien Mascietti admitió que poseían un "aval
informal" de las Fuerzas Armadas (consistente en su mayor
parte de elementos logísticos), esperaba que de un momento
a otro el Ministerio de Defensa oficializara el Grupo, para lo
cual "no contaban con la simpatía de las autoridades
militares, pero con poco consenso a nivel político. No
era para menos: por aquellos años gobernaba Carlos Saúl
Menem, recordado por sus brutales índices de corrupción.
Esa administración podía permitirse cualquier lujo,
menos que se dijera que había autorizado presupuesto para
investigar platos voladores.
Cauteloso y midiendo cada palabra, Mascietti declinó dar
su opinión personal sobre los OVNIs. De paso, me rogó
que no confundiera a su gente con un grupo ufológico más:
"Aquí se comparten unos pocos criterios: 1) nuestro
compromiso de no revelar opiniones personales; 2), que debemos
ser escépticos y 3), que hay ciertos fenómenos que
deben ser explicados." Y finalizó con una definición
servida como para titular: "Antes que ufólogos, somos
científicos que estamos buscando la verdad."
Si tal era el caso, la siguiente pregunta debía apuntar
al corazón del hermetismo: "¿No cree que un
exceso de 'secretismo' confirma o potencia las ideas conspirativas
a la que son propensos ciertos ufólogos?", le pregunté.
"Vea, eso nos tiene sin cuidado -contestó Mascietti-.
Por ahora, nuestra actividad es extraoficial, y costeamos los
pocos gastos que esto nos insume de nuestros propios bolsillos.
Si no hablamos es sencillamente porque no tenemos nada que informar."
La informalidad alegada por Mascietti se contradecía con
el argumento que daba alguno de sus compañeros civiles
para no dar entrevistas: "El protocolo del proyecto -dijo
uno de ellos- nos exigió firmar un 'convenio de confidencialidad'
y, según el contrato, el dueño de la investigación
es el Ministerio de Defensa." El mismo profesional justificó
los dichos de Mascietti (en el sentido de que "los gastos
salían de sus bolsillos") por la posición que
ocupaba y por los magros sueldos del Estado.
Durante años, el Grupo de Trabajo -integrado por un químico,
un matemático, un geólogo y un psicólogo
forense, docentes en la Universidad de Buenos Aires o investigadores
del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(CONICET)- celebró discretas reuniones semanales en dependencias
del CITEFA. La mayoría de ellos tenía en común
su amistad con Goyén Aguado, alma mater del grupo, y su
temor a ser "escrachados" por la prensa. Esa alergia
a la publicidad también obececía a otras razones:
cualquier publicación inoportuna podía trabar la
oficialización.
Las actividades del grupo no
se limitaron a Victoria. En 1995, sus integrantes investigaron
el llamado "caso Bariloche" (el sonado encuentro aéreo
protagonizado por el comandante de Aerolíneas Argentinas,
Jorge Polanco) y recogieron el testimonio de las observaciones
denunciadas en Laguna Setúbal (Santa Fe), donde algunos
ufólogos alertaron sobre las incursiones de unos misteriosos
helicópteros negros (en realidad, unidades adaptadas para
vuelos nocturnos que la Fuerza Aérea Argentina había
comprado a la USAF para luchar contra el narcotráfico).
Entrevistaron a testigos en Capilla del Monte (Córdoba),
en Navarro (Buenos Aires) y se interesaron en la caída
de un objeto, seguido de una explosión, en la provincia
de Salta, un aún misterioso suceso ocurrido el 17 de agosto
de 1995.
Todas estas encuestas fueron solventadas con el apoyo financiero
del Ministerio de Defensa, personal rentado del CONICET y el apoyo
logístico de la Gendarmería Nacional. La colaboración
que prestó a título informal este último
organismo merece una explicación aparte: tiempo atrás,
Goyén Aguado había contribuido a crear un departamento
espeleológico en Gendarmería. Así, a Goyén
Aguado (quien recibía de ese organismo un sueldo simbólico)
le resultaba sencillo obtener permisos especiales para que los
miembros del grupo pudieran pernoctar en pabellones militares
o se les facilitara equipos. Goyén fue quien se ocupó
-a pedido de Mascietti- de reunir al personal científico.
Fue sencillo: reclutó al mismo staff que colaboraba con
él en el Centro Argentino de Espeleología.
SECRETOS EN
DEFENSA
La oficialización
del Grupo que, si las cosas salían como estaban previstas,
iba a llamarse Comisión de Estudios de Fenómenos
Espaciales (CEFE) o Comisión Nacional Investigadora de
Fenómenos Anómalos (CNIFA), nunca se concretó.
Cuando se estaba por cumplir el plazo de cinco años que
Mascietti se había propuesto para ofrecer un balance público
de los estudios, una serie hechos (dos de ellos trágicos)
fueron retrasando hasta prácticamente paralizar la iniciativa:
el capitán Perissé, uno de los puntales del grupo,
enferma gravemente; el comodoro Mascietti deja Buenos Aires con
destino incierto y, ya en el 2000, Goyén Aguado pierde
la vida en un dramático accidente. La desaparición
de Goyén fue -por muchas razones- una pérdida irreparable.
En el caso del Grupo de Trabajo, algunos integrantes admiten que
su empuje es irremplazable.
Tras la dolencia que alejó a Perissé, sin duda quien poseía más experiencia y conocimientos sobre el tema, el grupo sumó a otros ufólogos. Algunos juran que jamás revelarán lo que saben (que no debe ser mucho) por un pacto de amistad con Goyén Aguado y sus compañeros. Otros, en cambio, custodian presuntos secretos con la misma cerrazón que se le suele atribuir a los militares, confirmando que no existe mayor "conspirador del silencio" que un ufólogo bajo el ala de una autoridad oficial.
Este culto al secretismo, en un grupo que además estaba integrado por civiles, era toda una novedad. "Las esferas de seguridad argentinas escribió el doctor Oscar A. Galíndez en Los OVNIS ante la ciencia, publicado en 1971- abordan al fenómeno con mayor franqueza que en otros países del orbe". Galíndez, pionero de la ufología científica nacional, se refería así a la actitud de las Fuerzas Armadas ante los informes sobre OVNIs, donde los encargados del dossier hablaban sin protocolo sobre sus investigaciones. El capitán Pagani, por ejemplo, escribía columnas sobre el tema en la prensa, colaboraba con organismos ufológicos y mantenía un diálogo franco con sus colegas civiles. Pero aquellos tiempos habían quedado lejos, demasiado lejos: los '90 eran los años de la paranoia, por lo que había que actuar en consecuencia.
Aún así, el autor estableció que, en 1997, el equipo científico del grupo, por el CONICET, y el comodoro Mascietti, por el CITEFA, acudieron al Ministerio de Defensa para entregar un informe de unos 300 folios al entonces secretario de Asuntos Militares (y actual viceministro) del Ministerio Defensa, licenciado Jorge Pereyra De Olazabal, en presencia de representantes de las tres armas. Del contenido de ese expediente sólo recabamos que el proyecto habría determinado la existencia de "fenómenos no identificados que dejan efectos físicos comprobables". Aún así, el informe aclararía que "esto no arroja evidencia sobre la naturaleza de estos fenómenos, que permanecen sin explicación". Si se llegara a confirmar que éstas fueron las conclusiones, es curioso que el Ministerio no hubiera alentado estudios ulteriores ni volviera a convocar al grupo.
Ahora, el actual presidente del CITEFA, general brigadier Máximo Julio Abbate, y el licenciado Pereyra De Olazabal, tienen la palabra: esta "versión no autorizada" de los hechos (sin dudas tan subjetiva como llena de lagunas) sugiere que viene siendo hora de contar la "historia oficial". No sería justo que el dossier siga durmiendo en un despacho oficial.
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En Agosto de 1992, un integrante del Grupo de Trabajo me confirmó que se aprestaban a viajar a Victoria: "Fondearemos el lecho de la Laguna del Pescado con un sonar No digas nada, pero la sospecha es que allí existe una base de OVNIs" Por una casualidad que otro en mi lugar hubiera llamado sincronicidad, Claudio González, del periódico local Prensa Libre, me había invitado a dar una conferencia en Victoria ese mismo fin de semana. No podía imaginar que entre el ralo público que me oía hablar sobre las entonces populares "sectas platillistas", había varios integrantes del grupo del CITEFA. Algunos roncaron durante toda la charla y otros, a su término, se acercaron a saludarme. Así, supe que estaban especialmente interesados en un caso de aterrizaje con huellas (del cual ya habían tomado vaciados de yeso y cuyo trazado habían analizado mediante un simulador computarizado) y en el relato de un isleño que aseguraba haber protagonizado un encuentro de la tercera fase. Su relato, como el vino, mejoraba con el tiempo. "Lástima que en las primeras entrevistas olvidó mencionar lo de los humanoides", diría luego un integrante del grupo.
Allí admitieron que pensaban fondear la Laguna frente a la cual se concentraban las miradas de testigos, ufólogos y turistas curiosos. Si bien pensé para mí que la aventura era un tanto excéntrica, les pedí que me permitieran acompañarlos. No hubo modo de convencerlos. Por si debían irse con las manos vacías, le obsequié al geólogo del grupo una rara piedra negra que me había entregado un contactado victoriense. Según éste, se trataba de "un presente de los hermanos del espacio". El científico, demostrando una amplitud de criterios más generosa que la mía, me prometió que se ocuparía de analizarla. Ya en Buenos Aires, me confió que bajo el espejo de agua no hallaron nada del otro mundo. Y en cuanto al recuerdo del que se había desprendido el contactado, añadió que era "un cascote común en las sierras de Córdoba", prueba palpable de que el cerro Uritorco había comenzado a exportar su materia prima.
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El Instituto de Investigaciones Científicas y Técnicas de las Fuerzas Armadas (CITEFA) fue creado el 14 de enero de 1954 a instancias del Ministerio de Defensa de la Nación. En sus instalaciones se ponen a punto las tecnologías que utilizan las Fuerzas Armadas Argentinas en sus actitividades rutinarias. Allí se diseñan armas, nuevos materiales, biotecnologías, equipos láser y un largo etcétera de artefactos industriales también destinados al uso civil. Sus autoridades declaran ignorar la existencia de un "Grupo de Trabajo" dedicado al estudio de los informes sobre OVNIs. En Junio de 1994, el portavoz más cercano al coronel Enrique Krause, quien entonces presidía el CITEFA, se excusó de dar cualquier entrevista señalando que allí "no existe ningún departamento dedicado al tema OVNI ni nada que se le parezca", aunque no negó que parte del personal pudiera estar interesado en el tema "a título personal". Hoy, la respuesta sigue siendo la misma: "sin comentarios".
Versión
completa del artículo publicado en el Monográfico
N° 35 de la revista Más allá, "Ovnis Alto
secreto". Madrid, España, diciembre de 2000, pp-60-61.
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