Magisterio de la Iglesia

San Francisco de Sales

CARTA ABIERTA A LOS PROTESTANTES
PRIMERA PARTE
DEFENSA DE LA AUTORIDAD DE LA IGLESIA
CAPÍTULO III
Las notas de la Iglesia
  

§13 — La verdadera Iglesia debe ser antigua.

   Para que la Iglesia sea católica debe ser universal en el tiempo, y para ser universal en el tiempo debe ser antigua; por consiguiente, la antigüedad es una propiedad de la Iglesia, y, en comparación con las herejías, debe ser más antigua y precederlas, porque, como muy bien dice Tertuliano338, si la falsedad es una corrupción de la verdad, la verdad debe precederla. La buena simiente es sembrada antes de que el enemigo siembre la cizaña339; Moisés es anterior a Abiron, Datan y Coré; los ángeles anteriores a los diablos; Lucifer estuvo de pie en pleno día antes de caer en las tinieblas eternas; la privación debe seguir la forma. San Juan dice de los heréticos: De entre nosotros han salido340, es decir, estaban dentro antes de salir de allá. La salida es la herejía, estar dentro es la fidelidad. La Iglesia precede la herejía; del mismo modo, la túnica de Nuestro Señor estuvo entera antes de haber sido dividida341; y a pesar de que Ismael fue anterior a Isaac, no quiere esto decir que la falsedad sea anterior a la verdad, sino que la sombra verdadera del judaísmo es anterior al cuerpo del Cristianismo, como dice San Pablo342.

§14 — La Iglesia Católica es antiquísima, y la pretendida es totalmente nueva.

   Decidnos ahora, por favor, si podéis señalar el tiempo y el lugar en el cual por primera vez nuestra Iglesia salió a luz desde el Evangelio, y el autor y el doctor que la convocó; emplearé las mismas palabras que un doctor y mártir de nuestra época343, dignas de ser bien pesadas: «Reconocéis —y no podría ser de otro modo— que la Iglesia romana fue santa, católica y apostólica: —cuando mereció los santos loores del Apóstol: vuestra fe es celebrada por todo el mundo344; continuamente hago memoria de vosotros345; y sé de cierto que en llegando a vosotros, mi llegada será acompañada de una abundante bendición del Evangelio de Cristo346; a vosotros os saludan todas las Iglesias de Cristo347 porque vuestra obediencia se ha hecho célebre por todas partes348, ya que San Pablo, en libertad vigilada, allí sembró el Evangelio349; —cuando estando en ella San Pedro gobernó la Iglesia reunida en Babilonia350; —cuando Clemente, tan loado por el Apóstol351, estuvo a su timón; —cuando los césares profanos Nerón, Domiciano, Trajano, Antonino, mataron a los obispos romanos en la época en que Dámaso, Siricio, Anastasio, Inocencio tenían el gobierno apostólico; y aun en el testimonio de Calvino, ya que libremente confiesa que en aquel tiempo aún no se habían extraviado de la doctrina evangélica. Sabiendo esto, ¿cuándo perdió entonces Roma esta fe tan celebrada? ¿Cuándo dejó de ser lo que era? ¿En qué época, bajo qué obispo, por qué medio, por qué fuerza, por causa de qué progreso la religión extraña se apoderó de la ciudad y del mundo entero? ¿Qué voces, qué perturbaciones, qué lamentaciones suscitó? ¿Acaso dormían todos en el mundo entero mientras Roma, digo bien, Roma, forjaba nuevos sacramentos, nuevos sacrificios y nuevas doctrinas? ¿No es extraño que ni siquiera un historiador, ni griego ni latino, ni local ni extranjero, haya dejado una alusión, en sus comentarios o memorias, a un acontecimiento tan grande»?

   Ciertamente, sería un caso insólito si los historiadores, que muestran tanta curiosidad en señalar la menor transformación de las ciudades y pueblos, hubiesen olvidado la más formidable de cuantas se pueden hacer, que es la transformación de la religión, en la ciudad y región más importante del mundo, como eran Roma e Italia. Decidme, señores, si sabéis cuando comenzó nuestra Iglesia ese pretendido error; decídnoslo con franqueza, porque es cosa cierta que, como dice San Jerónimo352, hæreses ad originem revocasse refutasse est. Remontemos el recorrido de la historia hasta los pies de la cruz mirando a uno y otro lado: nunca veremos una época, un paso, en que esta Iglesia católica haya mudado de rostro: siempre sigue siendo ella misma, en su doctrina y en sus sacramentos.

   A este respecto, no necesitamos más testimonios contra vosotros del que los ojos de nuestros padres y abuelos, para decir cuando comenzó vuestra iglesia. En el año de 1517, Lutero comenzó su tragedia, y en los años de 1534 y 1535 se llevó a la escena una pieza dramática en estas tierras, y Zwinglio y Calvino fueron los dos principales personajes. ¿Queréis que os diga con todos los pormenores por qué sucesos y acciones, debido a qué fuerzas y violencia, esta reforma triunfó en Berna, Ginebra, Lausana y otras ciudades? ¿Qué lamentos y perturbaciones engendraron? Vemos y sentimos que no os agradaría este relato: en una palabra, vuestra iglesia no tiene aún ochenta años, su autor es Calvino, y sus efectos son la desgracia de nuestra época. Y si queréis hacerla más antigua, decidnos dónde estuvo anteriormente; no digáis que era invisible, porque si no se veía, ¿quién sabe donde podría haber estado? Además de eso, Lutero os contradice, ya que afirma que al principio estaba sólo.

   Luego, si Tertuliano, ya en su tiempo, afirma que los católicos rechazaban a los herejes por su novedad y posteridad, siendo así que la Iglesia no era aún sino una adolescente —Solemus, hæreticos, compendii gratia, de posteritate præscribere353¿cuánta más razón tendremos ahora nosotros? Porque, si una de nuestras dos iglesias debe ser verdadera, ese título pertenece a la nuestra, que es antiquísima, y a vuestra novedad le toca el infame título de herejía.

§15 — La verdadera Iglesia debe ser perpetua.

   Aunque la Iglesia fuese antigua, no sería universal en el tiempo si hubiese desaparecido en alguna época. La herejía de los Nicolaítas es antigua, pero no universal, ya que duró pocos años, y como una borrasca, que parece querer mover todo el mar y de prisa desaparece, o como un hongo, que nace de cualquier mal vapor, en una noche aparece y en un día se pierde, de la misma manera todas las herejías, por muy antiguas que hayan sido, todas desaparecieron, mientras la Iglesia dura perpetuamente.

   ¿Acaso no recordáis las palabras del Señor: Cuando Yo seré levantado en la tierra, todo lo atraeré a Mí354? ¿No fue levantado en la cruz? ¿Cómo entonces dejaría la Iglesia, que había atraído, abandonada en la mitad del camino? ¿Cómo abandonaría esta presa que tan cara Le costó? El diablo, príncipe de este mundo, ¿habría sido vencido por el árbol de la cruz solamente por 300 o 400 años, para volver a ser amo durante mil años? ¿A tal punto queréis vaciar la cruz de su fuerza? ¿Tan inicuamente queréis comparar a Nuestro Señor, poniendo una alternativa entre él y el diablo? En la verdad, cuando un hombre valiente bien armado guarda la entrada de su casa, todas las cosas están seguras. Pero si otro más valiente que él asaltándolo lo vence, lo desarmará de todos sus arneses, en que confiaba, y repartirá sus despojos355. ¿Ignoráis que Nuestro Señor ha ganado Su Iglesia con Su Sangre356? ¿Quién podrá entonces quitársela de sus manos? Tal vez digáis que puede conservarla, pero no quiere; entonces acusáis su providencia.

   Dios dio dones a los hombres, apóstoles, profetas, evangelistas, pastores, doctores, para la consumación de los santos, en función del ministerio para la edificación del Cuerpo de Cristo357. ¿La consumación de los santos estaba ya hecha hace mil cien años? La edificación del Cuerpo Místico de Nuestro Señor, que es la Iglesia, ¿estaba ya terminada? O dejáis de llamaros constructores, o decid que no; y si no estaba terminada, ¿por qué hacéis daño a la bondad de Dios, diciendo que quitó a los hombres lo que anteriormente les había dado? Los dones y gracias de Dios son irrevocables358, o sea, no los otorga para volver a quitarlos. Su providencia divina conserva perpetuamente la generación del pajarillo más pequeño del mundo; ¿cómo, pues, abandonaría su Iglesia, que Le costó toda su Sangre, trabajos y sufrimientos? Dios sacó a Israel del Egipto, de los desiertos, del Mar Rojo, de las calamidades y cautiverios; ¿cómo creeremos que abandonaría el Cristianismo en la incredulidad? Si tanto amó a su Agar, ¿cómo despreciaría a Sara?

   Refiriéndose a la Iglesia, canta el salmista: Dios la ha fundado para siempre359; su trono (y habla de la Iglesia, trono del Mesías) resplandecerá para siempre en mi presencia, como el sol, y como la luna llena, y como testimonio fiel del cielo360; Haré que subsista su descendencia por los siglos de los siglos361; Daniel la llama reino que no se desvanecerá eternamente362; el ángel dice nuestra Señora que su reino no tendrá fin363; Isaías dice de Nuestro Señor: si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días364; y en otro lugar: Asentaré con ellos eterna alianza … Cuantos los vieren los conocerán por ser ellos el linaje bendito del Señor365.

   Nuestro Señor, hablando de la Iglesia, ¿no dijo que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella366, y no prometió a los Apóstoles, para ellos y para sus sucesores: Yo estaré siempre con vosotros, hasta la consumación de los siglos367? Si este designio o estas obras son de los hombres, dice Gamaliel, desaparecerán, pero si son de Dios no podréis destruirlas368. La Iglesia es obra de Dios: ¿quién podrá destruirla? Dejad a esos ciegos, porque toda planta que mi Padre Celestial no ha plantado, arrancada será de raíz369. Pero la Iglesia fue plantada por Dios, y nadie podrá arrancarla.

   Dice San Pablo que todos revivirán en Cristo, pero cada cual a su vez: Cristo como el primero, después los que son de Cristo, y después será el fin370; no hay interrupción entre los que son de Cristo y el fin, visto que la Iglesia debe durar hasta el fin. Es forzoso que Nuestro Señor reine entre sus enemigos hasta que haya sometido a sus adversarios debajo de sus pies371. ¿Y cuándo los sujetará a todos sino al fin de los tiempos, en el día del juicio? Entretanto, es necesario que reine en medio de los enemigos. ¿Y dónde están sus enemigos sino en la tierra? ¿Y dónde reina él sino en su Iglesia?

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NOTAS

338 Apologética, cap. 43; Contra Marcos, lib. 4, cap. 5

339 Mt 13, 24-25

340 1 Jn 2, 19

341 Jn 19, 23-24

342 He 10, 1

343 Beato Edmundo Campion, Decem Rationes, § 7, Historia

344 Rm 1, 8

345 Rm 1, 9

346 Rm 15, 29

347 Rm 16, 16

348 Rm 16, 19

349 Hech 28, 30-31; 2 Tm 2, 9

350 1 Pe 5, 13

351 Fp 4, 3

352 Contra Lucifer § 28

353 Contra Hermog., cap. 1

354 Jn 12, 32

355 Lc 11, 21-22

356 Hech 20, 28

357 Ef 4, 11-12

358 Rm 11, 29

359 Sl 47, 9

360 Sl 88, 37-38

361 Sl 88, 30

362 Dn 2, 44

363 Lc 1, 33

364 Is 53, 10

365 Is 61, 8-9

366 Mt 16, 18

367 Mt 28, 20

368 Hech 5, 38-39

369 Mt 15, 13

370 1 Cor 15, 23

371 Sl 109, 1-2; 1 Cor 15, 25

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