Magisterio de la Iglesia

San Francisco de Sales

CARTA ABIERTA A LOS PROTESTANTES
PRIMERA PARTE
DEFENSA DE LA AUTORIDAD DE LA IGLESIA
CAPÍTULO II
Errores de los ministros sobre la naturaleza de la Iglesia

   5. San Pablo escribe a la Iglesia de Dios que estaba en Corinto63, y, no obstante, quiere que sea expulsado de la misma un incestuoso64; si se expulsa es porque está dentro, y si lo estaba y la Iglesia es solamente la asamblea de los elegidos, ¿cómo entonces se lo podría expulsar de ella? Los elegidos no pueden ser réprobos.

   6. ¿Pero cómo podrán negar que los réprobos y malos puedan ser miembros de la Iglesia, si hasta pueden ser en ella pastores y obispos? Esto es cierto. ¿No es Judas un réprobo? Y, sin embargo, fue Apóstol y obispo, según el Salmo 108, 8, y también según San Pedro, que dice haber formado parte del ministerio del apostolado65, y aún según todo el Evangelio, que lo incluye siempre en el colegio apostólico. Y Nicolás de Antioquia, ¿no fue diácono como San Esteban66? Y, con todo, muchos de los antiguos padres, entre ellos Epifanio, Filastro y Jerónimo, no hallan dificultades para tenerlo por heresiarca. Y, de hecho, los Nicolaítas, sus seguidores, anteponen sus abominaciones y son considerados verdaderos herejes por San Juan en el Apocalipsis67. San Pablo amonesta los sacerdotes de Éfeso, diciendo que el Espíritu Santo los instituyó obispos para apacentar la Iglesia de Dios68, pero también les asegura que algunos de entre ellos se levantarán, sembrando doctrinas perversas con el fin de atraerse discípulos69; habla a todos cuando dice que el Espíritu Santo los constituyó obispos, inclusive cuando dice que algunos entre ellos se levantarían algunos cismáticos.

   ¿Pero cómo podría yo traer aquí la recordación de tantos obispos y prelados que, habiendo sido colocados legítimamente en este oficio y dignidad, perdieron su primera gracia y murieron en la herejía? ¿Alguien vio jamás persona más santa, casta, caritativa y docta que el simple sacerdote Orígenes? ¿Quién puede leer lo que de él escribió Vicente de Lérins, uno de los más refinados y doctos escritores eclesiásticos, que relata su vejez abominable después de una admirable y santa vida, y no consternarse al ver cómo tan grande y valiente navío que, después de tantas tempestades pasadas, después de tantos y tan estupendos debates realizados con hebreos, árabes, caldeos, griegos y latinos, volviendo lleno de honra y riqueza espiritual, naufraga y se pierde en el puerto de su propia sepultura? ¿Quién se atrevería a decir que no hubiera pertenecido a la verdadera Iglesia un hombre que siempre combatió en defensa de la Iglesia y a quien toda la Iglesia honraba y tenía como uno de sus mayores doctores? Y bien: al fin de su vida, vedlo ahí hereje, excomulgado, fuera del arca santa, pereciendo en el diluvio de sus propias opiniones. Todo esto se asemeja a la santa palabra de Nuestro Señor70, que tiene a los escribas y fariseos como verdaderos pastores de la verdadera Iglesia de sus tiempos, llegando a mandar que se les obedezca; y, sin embargo, dice que son réprobos y no elegidos71. ¿Comprendéis el absurdo que resultaría si únicamente los elegidos estuviesen en la Iglesia? Sería entonces cierta la creencia de los Donatistas deque no podríamos conocer a nuestros prelados, ni, por ende, obedecerlos, porque, ¿cómo conoceríamos realmente que son de la Iglesia aquellos que se dicen prelados y pastores (ya que es evidente que, mientras estamos vivos, no podremos saber quién está predestinado y quien no, como diré más adelante)? Y si no son miembros de la Iglesia, ¿cómo podrán ser sus jefes? Sería monstruoso que aquellos que son jefes de la Iglesia no perteneciesen a la misma. Por consiguiente, no solamente puede un réprobo ser miembro de la Iglesia, sino inclusive su pastor; de la Iglesia no se puede decir que sea invisible, basándose en la afirmación de sólo es constituida por predestinados.

   Quiero concluir este discurso con las comparaciones evangélicas que muestran claramente esta verdad. San Juan compara la Iglesia con un campo, en el cual hay grano y paja; el primero, para ser guardado en los graneros, la segunda para ser quemada en el fuego eterno72. ¿No alude aquí a los elegidos y a los réprobos? Nuestro Señor la compara con la red lanzada al mar, en la cual se recogen peces buenos y malos73; con el grupo de diez vírgenes, de las cuales cinco son prudentes y cinco necias74; con tres criados, uno de los cuales es un inútil y es arrojado a las tinieblas exteriores75; finalmente, la compara con una fiesta de bodas, a la cual fueron invitados buenos y malos, y estos últimos, no teniendo vestido adecuado, son arrojados a las tinieblas exteriores76. ¿No bastan estas pruebas para comprender que no sólo los elegidos, sino también los réprobos están en la Iglesia? Cerremos, pues, a tales opiniones la puerta de nuestro propio juicio, y a este propósito concluyamos con esta proposición que nunca se meditaría bastante: Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos77. Todos los que están en la Iglesia fueron llamados, pero no son todos elegidos; Iglesia no significa elección, pero sí convocación.

   ¿Dónde encontrarán en las Escrituras un pasaje que pueda servirles de excusa para tal absurdo, o contrapruebas tan claras como las que acabamos de ver? A los pertinaces nunca les faltan razones en contra.

   ¿Recordarán lo que se encuentra escrito de la Esposa en el Cantar de los Cantares, diciendo que es un huerto cerrado y fuente sellada, pozo de aguas vivas...78 Toda hermosa y sin defecto, o como dice el Apóstol: Llena de gloria, sin mácula, ni arruga; santa e inmaculada79? De buena gana les ruego que vean lo que quieren concluir de estos pasajes, porque si quieren concluir que en la Iglesia no hay más que santos e inmaculados, sin arruga y gloriosos, les haré ver con el mismo pasaje que en la Iglesia no hay ni elegidos ni réprobos, porque, ¿no es la misma voz humilde de los justos y elegidos, como dice el gran Concilio de Trento80, la que suplica: «Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores»? Considero al Apóstol Santiago un elegido, y, sin embargo, él confiesa que todos tropezamos en muchas cosas81. San Juan cierra la boca a todos los elegidos, a fin de que nadie se gloríe de no cometer pecado; bien por el contrario, quiere que cada uno confiese el suyo82. Creo que David, en su arrebatamiento y éxtasis, sabía que era un elegido del Señor, y sin embargo dice que Todos los hombres son falaces83. Si queremos, pues, tomar a la letra estas santas cualidades de la Iglesia Esposa, de que no tiene mancha ni arruga, será preciso salir de este mundo para encontrar la verificación de tal retrato, porque los elegidos en este mundo no lo producen. Pongamos en limpio esta verdad.    

1. La Iglesia, en lo que se refiere a su doctrina y costumbres, es un cuerpo bello, santo y glorioso. Las costumbres dependen de la voluntad; la doctrina del entendimiento; nunca habrá falsedad en el entendimiento de la Iglesia, ni maldad en su voluntad. Con la Gracia de su Divino Esposo, la Iglesia puede también decir, como Él: ¿Quién de vosotros me convencerá de pecado?84. De ahí no se sigue que en la Iglesia no haya personas malvadas. Acordáos de cuanto dije anteriormente. La Esposa tiene uñas y cabellos que no están vivos, aunque ella lo esté; el senado es soberano, pero no cada uno de los senadores; el ejército es victorioso, pero no cada uno de los soldados; gana las batallas, pero muchos soldados mueren en ellas. Así, la Iglesia Militante es siempre victoriosa y gloriosa frente a las puertas y potencias del infierno, aunque algunos de los suyos, o porque se pierden y no obedecen —como vosotros ahora estáis perdidos— queden disgregados y perdidos, o por otro accidente, sean heridos y mueran.

   Notad bien cada uno de los loores a la Iglesia de que están sembradas las Escrituras, haciéndole una corona, pues le son bien merecidos, así como las maldiciones a quien, estando en tan real camino, se pierde; es un ejército formado en batalla85, pese a que algunos deserten.

   2. ¿Quién no sabe que, con frecuencia, se atribuye a todo el cuerpo lo que en la realidad es propio de una sola de sus partes? La Esposa dice que su Esposo es blanco y rubio, y a continuación añade que sus cabellos son negros86; San Mateo dice que los ladrones que estaban crucificados junto a Jesús blasfemaban87, pero sólo uno de ellos lo hacía, como nos relata San Lucas88; se suele decir que la azucena es blanca, pero también tiene partes amarillas y verdes. Quien habla en términos amorosos usa este lenguaje, y el Cantar de los Cantares es un cántico casto y amoroso. Todas esas cualidades son justamente atribuidas a la Iglesia debido al grande número de santas almas que en ella se encuentran, y que observan estrictamente los santos mandamientos de Dios, y alcanzaron la perfección que es posible alcanzar en esta peregrinación, pero no aquella perfección que esperamos en la bienaventurada Patria.

   3. Además, aun cuando no hubiese otra razón para así calificar a la Iglesia que la esperanza de subir, toda pura y bella, hasta lo alto, al único puerto a que corre y aspira, esta razón bastaría para poderla llamar gloriosa y perfecta, principalmente por tener tan hermosas garantías de la santa esperanza.

   No sería justo entretenerse aquí en las mil futilidades por las cuales mil se hacen sonar mil falsas alarmas al pueblo simple. Se nos presenta el texto de San Juan: Yo conozco a mis ovejas, y ninguno Me las arrebatará89; se nos alega que estas ovejas sean exclusivamente los predestinados que están en el rebaño del Señor, se alude a lo dicho por San Pablo a Timoteo: El Señor conoce a los Suyos90; y por San Juan a los apóstatas: De entre nosotros han salido, mas no eran de los nuestros91.

   ¿Qué dificultades hay en todo esto? Nosotros confesamos que las ovejas predestinadas oyen la voz de su pastor y tarde o temprano gozan de todas las propiedades de que habla San Juan92; pero también confesamos que en la Iglesia, que es el rebaño de Nuestro Señor, no hay ovejas solamente, sino también carneros. De lo contrario, ¿por qué se habría dicho que en el juicio, al fin del mundo, las ovejas serán separadas93 si no porque hasta el juicio, mientras la Iglesia esté en este mundo, en ella convivirán carneros y ovejas? Mal se los podría separar si nunca hubiesen estado juntos, y además, al fin de cuentas, tanto a predestinados como a réprobos se llama algunas veces ovejas, como atesta David: ¿Y por qué, oh Sión, nos has desechado para siempre, se ha encendido tu furor contra las ovejas que apacientas?94? He andado errante como una oveja descarriada95. Y en otro lugar, cuando él mismo dice: Escucha, ¡oh tú, Pastor de Israel!, tú que apacientas a José, como a ovejas96, por José se refiere al pueblo de Israel, porque a José fue dada la primogenitura97, y el primogénito da nombre a la raza. Isaías98 compara a todos los hombres, tanto réprobos como elegidos, con ovejas: Omnes nos quasi oves erravimus; y así lo hace con el mismo Nuestro Señor, cuando dice, en el versículo 7: Quasi ovis ad occisionem ductus est. Y también Ezequiel en todo su capítulo 34, donde, sin duda, llama rebaño a todo el pueblo de Israel sobre el cual David debería reinar. ¿Y quién no sabe que en el pueblo de Israel no todos eran predestinados y elegidos? Así y todo, se los llama ovejas, y todos se encuentran juntos bajo un mismo pastor. Creemos, pues, que hay ovejas salvas y predestinadas —de esas habla San Juan— y ovejas condenadas —de que se habla en otros lugares— y todas se encuentran en un mismo redil.

   De la misma forma, ¿quién niega que Nuestro Señor conozca a todos los suyos? Sin duda, Él sabía lo que se haría de Judas, y no por eso Judas dejó de ser Apóstol; supo lo que se tornarían sus discípulos que querían abandonarlo99 por causa de la doctrina de la comida de su Carne, y, pese a ello, los recibió como discípulos. Una cosa es ser de Dios para la Iglesia Triunfante, según la eterna presciencia divina, y otra cosa muy distinta es ser de Dios para la Iglesia Militante, según la comunión presente de los santos. Los primeros son conocidos exclusivamente por Dios; los otros son conocidos por Dios y por los hombres. San Agustín dijo: «Según la eterna presciencia, ¡cuántos lobos hay dentro y cuántas ovejas hay fuera!»100. Nuestro Señor conoce los que son suyos para la Iglesia Triunfante, pero además de esos hay otros en la Iglesia Militante que al final irán a la perdición, como enseña el mismo Apóstol cuando dice que en una casa grande hay todo tipo de vasos, unos para honra y otros para ignominia101.

   Lo que dice San Juan: De entre nosotros han salido, mas no eran de los nuestros102, no sirve de objeción, porque, como dice San Agustín, estaban con nosotros según el «número», mas no según «el mérito», es decir, como el mismo doctor explica: «Estaban entre nosotros y eran de los nuestros por la comunidad de los Sacramentos, pero según la peculiar propiedad de sus vicios estaban ausentes»; ya eran herejes de alma y de voluntad, pese a no serlo según las apariencias exteriores. Esto no quiere decir que los buenos no estén juntos con los malos en la Iglesia; por el contrario, ¿cómo podrían salir de la compañía de la Iglesia si no estuvieron en ella? Sin duda, estaban en ella de hecho, aunque fuera de ella de voluntad.

   Finalmente, he aquí un argumento que parece salirse de lo común: consta que «quien no tiene a Dios por Padre, no tiene a la Iglesia por madre»; consta asimismo que quien no tiene a Dios por Padre, tampoco tendrá a la Iglesia por madre; es así que los réprobos no tienen a Dios por Padre, luego no tienen a la Iglesia por madre y por lo mismo no pertenecen a la Iglesia. Pero la respuesta es fácil: admitamos la primera premisa, mas no la segunda, que afirma que los réprobos no son hijos de Dios, y que deberá ser previamente explicada. Todos los fieles bautizados pueden ser llamados hijos de Dios, con tal que sean fieles; de lo contrario, habría que quitar al Bautismo el nombre de regeneración o nacimiento espiritual que Nuestro Señor le dio103; entendiéndolo así, hay muchos réprobos hijos de Dios, ya que hay muchos bautizados y fieles que serán condenados, los cuales, como dice la Verdad, creen por una temporada, y al tiempo de la tentación vuelven atrás104. Así, negamos vehementemente la segunda premisa, que afirma que los réprobos no son hijos de Dios: siendo miembros de la Iglesia, pueden ser llamados hijos de Dios por la creación, por la redención, doctrina, profesión de fe, a pesar de que Nuestro Señor Se lamente de ellos en Isaías, que dice: He criado hijos, y los he engrandecido, y ellos me han despreciado105. Si algunos pretenden decir que los réprobos no tienen a Dios por Padre porque no serán sus herederos —según las palabras del Apóstol: Si eres hijo, también eres heredero106— negaremos la consecuencia, porque no solamente están en la Iglesia los hijos, sino también los criados, con la diferencia que los hijos quedarán para siempre herederos, al paso que los criados no, que serán expulsados de casa cuando el Maestro juzgare oportuno. El mismo Señor es testigo en el Evangelio de San Juan107 de que el hijo pródigo reconocía bien que muchos criados tenían pan abundante en la casa de su padre, mientras él, verdadero y legítimo hijo, moría de hambre guardando cerdos108. Este argumento atesta la fe de la Iglesia Católica en este asunto.

   ¡Cuántos esclavos han sido vistos montados a caballo, y cuántos príncipes a pie como esclavos, puedo decir con el Eclesiastés109! ¡Cuántos cuervos y animales inmundos hay en esta arca eclesiástica, cuántas manzanas bellas y aromáticas aparecen en el manzano, que por dentro están llenas de gusanos, y aún así continúan unidas al árbol de que absorben su sustento! Quien tenga los ojos esclarecidos para ver el término del camino de los hombres, vería también en la Iglesia razones para decir: Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos, es decir, muchos que están en la Iglesia Militante no estarán en la Triunfante. ¡Cuántos hay dentro que estarán fuera, como San Antonio previó de Ario, y San Fulberto a Berengario! Es cierto entonces que no solamente los elegidos, sino también los réprobos, pueden estar y están en la Iglesia, y que aquellos que —por quererla tornar invisible— sólo incluyen a los elegidos, hacen como el mal discípulo, que para no socorrer a su maestro se excusa diciendo que no haber aprendido nada de su cuerpo, sino solamente de su alma.

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NOTAS

63 1 Cor 1, 2

64 1 Cor 5, 2

65 Hech 1, 17

66 Hech 6, 5

67 Ap 2, 6

68 Hech 20, 28

69 Hech 20, 30

70 Mt 23, 2-3

71 Mt 23, 12-13

72 Mt 3, 12

73 Mt 13, 47

74 Mt 25, 1-2

75 Mt 25, 26-30

76 Mt 22, 2

77 Mt 22, 14

78 Cant 4, 12/15

79 Ef 5, 27

80 Ses. 6, c.11

81 St 3, 2

82 1 Jn 1, 8

83 Sl 115, 11

84 Jn 8, 46

85 Cant. 6, 9

86 Cant. 5, 10-11

87 Mt 27, 44

88 Lc 23, 39

89 Jn 10, 27-28

90 2 Tm 2, 19

91 1 Jn 2, 19

92 Jn 10

93 Mt 25, 32; Ex 34, 17

94 Sl 73, 1

95 Sl 118, 176

96 Sl 79, 2

97 1 Cron 5, 1

98 53, 6

99 Jn 6, 67

100 Tract. 45 in Jn. 12

101 2 Tm 2, 20

102 1 Jn 2, 19

103 Jn 3, 5

104 Lc 8, 13

105 Is 1, 2

106 Gal 4, 7

107 8, 35

108 Lc 15, 15/17

109 10, 7

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