Magisterio de la Iglesia

San Francisco de Sales

CARTA ABIERTA A LOS PROTESTANTES

PRIMERA PARTE

DEFENSA DE LA AUTORIDAD DE LA IGLESIA

CAPÍTULO II
Errores de los ministros sobre la naturaleza de la Iglesia

 

§1 — La Iglesia Cristiana es visible

   Por el contrario, señores, la Iglesia, que se opuso y contradijo a vuestros primeros ministros y que aún hoy en día se opone a sus sucesores, es tan visible que nadie, por muy ciego que sea, puede pretender ignorar el deber que todos los cristianos tienen de reconocer que ella es la verdadera, única, inseparable y muy querida esposa del Rey celestial, lo que hace que vuestra separación sea aún más inexcusable. Porque salir de la Iglesia y contradecir sus decretos será siempre convertirse en herejes y publicanos1, aunque sea como consecuencia de la persuasión de un ángel o serafín2; pero si es debida a la persuasión de hombres pecadores en grande, como cualesquier otros, personas particulares sin autoridad, sin mandato, sin ninguna cualidad requerida a los profetas y predicadores, y nada más que el simple conocimiento de algunas ciencias, entonces romper todos los lazos y la más religiosa obligación de obediencia que hay en este mundo, como es la que se debe a la Iglesia como Esposa de Nuestro Señor, es una falta que no puede repararse sino con un gran arrepentimiento y penitencia, a la cual, en nombre del Dios vivo, yo os invito.

   Los adversarios, sabiendo que, de esta forma, su doctrina sería considerada como oro falso, trataron por todos los medios de escamotear esta prueba invencible, que nosotros tenemos como una de las marcas de la Iglesia verdadera, y por eso quisieron defender que la Iglesia es invisible e imperceptible, y por consecuencia, irreconocible. Creo que esto es extremamente absurdo, y que hasta raya en el delirio y la rabia.

   Por dos caminos diversos llegan ellos a formular esta opinión de la invisibilidad: unos dicen que es invisible porque ella está formada solamente por personas elegidas y predestinadas; otros atribuyen esta invisibilidad a la raridad y disipación de los creyentes y fieles. Los primeros aseguran que la Iglesia es invisible siempre; los segundos afirman que esta invisibilidad duró cerca de mil años, más o menos, es decir, desde San Gregorio a Lutero, mientras el papado estaba en paz entre los cristianos. Dicen que durante ese tiempo habían muchos verdaderos cristianos secretos, que no revelaban sus intenciones y se contentaban con servir a Dios secretamente. Esta teología es tan condenable e imaginaria que los otros prefirieron decir que la Iglesia, durante esos mil años, no era visible ni invisible, sino que estaba sofocada y abolida por la impiedad e idolatría.

   Permitidme, os pido, que diga la verdad libremente. Todos esos discursos revelan tonteras, y no son más que sueños que se tienen velando, que no valen más que el que tuvo Nabucodonosor durmiendo; son precisamente lo contrario, si creemos en la interpretación que de él hizo Daniel3. Nabucodonosor vio cómo, sin que mano ninguna la moviese, se desgajó del monte una piedra, la cual hirió la estatua en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó … y la piedra que había herido a la estatua, se hizo una gran montaña, y llenó toda la tierra. Daniel interpreta esto como referido al Reino de Dios: un reino que nunca jamás será destruido y subsistirá eternamente4. Y, si este reino es grande, una montaña que llenó toda la tierra, ¿cómo podrá ser invisible o secreta? Y, si dura eternamente, ¿cómo podría haber desaparecido por espacio de mil años? Es evidente que este pasaje se refiere a la Iglesia Militante; si se refiriese a la Iglesia Triunfante, llenaría el cielo y no sólo la tierra, y tendría lugar al fin de los tiempos, como interpreta Daniel, y no en medio de otros reinos de este siglo. Lo que dice referente a la piedra que cayó de la montaña sin intervención humana, lo dice de la generación temporal de Nuestro Señor, concebido en el vientre de la Virgen María, de su propia substancia, no por obra humana, pero sí solamente por intervención del Espíritu Santo. Por consiguiente, o Daniel se engañó en su interpretación del sueño o se engañan los adversarios de la Iglesia Católica cuando dicen que la Iglesia es invisible, o está escondida o abolida. Tened paciencia, en nombre de Dios: por orden y con brevedad mostraremos la inconsistencia de estas opiniones.

   Antes de todo, digamos qué es la Iglesia. Iglesia viene de la palabra griega que significa llamar; iglesia significa, pues, la asamblea o congregación de gente que ha sido llamada; sinagoga quiere decir, propiamente hablando, rebaño. La asamblea de los judíos se llamaba sinagoga, la de los cristianos se llama Iglesia, por cuanto que los judíos eran como un rebaño de ovejas, reunidos por el temor, al paso que los cristianos están congregados por la palabra de Dios, llamados continuamente en unión de caridad por la predicación de los Apóstoles y de sus sucesores. De ella dijo San Agustín: «La Iglesia se denomina convocación, la sinagoga rebaño; porque ser convocado es propio de los hombres, así como ser reunidos en rebaño es propio de animales». Con razón se llamó al pueblo cristiano convocación o Iglesia, ya que el primer don que Dios hace al hombre para comunicarle su Gracia es llamarlo a la Iglesia; éste es el primer efecto de su predestinación: A éstos que ha predestinado, también los ha llamado5, decía San Pablo a los romanos, y, en la Carta a los Colosenses: Y la paz de Cristo triunfe en vuestros corazones, a la cual fuisteis asimismo llamados para formar un solo cuerpo6. Ser llamado a un cuerpo es ser llamado en Iglesia, y en las semejanzas de la viña y del banquete con la Iglesia, que el Señor hace en el Evangelio de Mateo, a los trabajadores de la viña y a los invitados para el banquete los llama convocados y llamados: Muchos —dice— son los llamados, pero pocos los escogidos7. Los atenienses llamaban «iglesia» a la convocación de los ciudadanos, aunque la reunión de los extranjeros fuese llamada «diaclesia»; por eso, la palabra Iglesia conviene a los cristianos de manera propia, ya que ya no son extraños ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios8.

   Si esta es la etimología de la palabra Iglesia, veamos cuál puede ser su definición. La Iglesia es una santa9 universidad o congregación general de hombres, unidos10 en la profesión de una misma fe cristiana, en la participación de los mismos sacramentos y sacrificio11 y en la obediencia12 al mismo vicario y lugarteniente general en la tierra de Nuestro Señor Jesucristo y sucesor de San Pedro, y bajo la dirección13 de los legítimos obispos. Antes de todo, dije que es una santa compañía o asamblea, ya que la santidad interior...

   Quiero hablar de la Iglesia militante, de la cual las Escrituras nos dejaron tantos testimonios, y no de la que proponen los hombres. Pues bien, no se encuentra en todas las Escrituras una sola vez en que se diga que la Iglesia sea invisible. Éstas son las razones, simplemente explayadas:

   1. Nuestro Maestro y Señor nos remite a la Iglesia en nuestros diferendos14; San Pablo enseña a Timoteo como ha de conversarse en ella15, convoca a los presbíteros de la Iglesia de Mileto16 y les recuerda que fueron instituidos por el Espíritu Santo para apacentar la Iglesia17. Él mismo es enviado por la Iglesia, juntamente con San Bernabé18, es recibido por la Iglesia, confirma las Iglesias19, instituye presbíteros y congrega la asamblea de la Iglesia20, saluda a la Iglesia de Cesarea21 e, inclusive, persiguió a la Iglesia22. ¿Cómo podría entenderse todo esto de una Iglesia que fuese invisible? ¿Cómo se podría recurrir a ella para presentar las quejas, reunirla o gobernarla? Cuando la misma Iglesia enviaba a San Pablo, o lo recibía, o era saludada o perseguida, cuando él constituía presbíteros o los confirmaba, ¿acaso era solamente en figura, o de manera espiritual y sólo por la fe? Pienso que no hay nadie que no vea claramente que se trataba de una Iglesia visible y perceptible. Y cuando escribía sus epístolas, ¿acaso se dirigía a una quimera invisible?

   2. ¿Qué nos dirán de las profecías, que nos presentan una Iglesia no solamente visible, sino también clara, ilustre, manifiesta y magnífica? Píntanla como una reina con vestido bordado de oro, y engalanada con varios adornos23, como una montaña24, como un sol, como un plenilunio, como el arco iris, testigo fiel y cierto del favor de Dios a los hombres descendientes de Noé, que es lo que el salmo recuerda en nuestra traducción: Su trono resplandecerá para siempre en mi presencia, como el sol, y como la luna llena, y como testimonio fiel del cielo25.

   3. La Escritura muestra por todos lados que la Iglesia puede ser vista y reconocida. ¿No dice Salomón, en el Cantar de los Cantares, hablando de la Iglesia: Viéronla las doncellas y la aclamaron dichosísima; viéronla las reinas y demás esposas, y la colmaron de alabanzas?26 Y en la continuación pone en los labios de las jóvenes las siguientes palabras: ¿Quién es ésta que va subiendo cual aurora naciente, bella como la luna, brillante como el sol, terrible como un ejército formado en batalla?27 ¿Acaso no es esto declararla visible? Y cuando la llama así: «Vuélvete, vuélvete, oh Sulamite; vuélvete para que te veamos bien»28, y ella responde: «¿Qué podréis ver en la Sulamite sino coros de escuadrones armados?»29, ¿no es también declararla visible? Leyendo estos admirables cánticos y representaciones pastorales de los amores del celestial Esposo con la Iglesia, podrá verse cuán visible surge para dondequiera que nos volvamos. Así habla de ella Isaías: Allí habrá una senda y camino que se llamará camino santo: no lo pisará hombre inmundo; de tal suerte que aun los lerdos no se perderán30. ¿Por ventura no es evidente que debe estar descubierta y fácilmente reconocible, ya que en ella hasta los necios no se podrán perder?

   4. Los pastores y doctores de la Iglesia son visibles y, por consiguiente, la Iglesia es ella misma visible; sino decidme: ¿acaso no son los pastores de la Iglesia una parte de la misma Iglesia? ¿No es necesario que los pastores y su rebaño se reconozcan entre si? ¿No es preciso que las ovejas conozcan la voz de sus pastores y los sigan?31 ¿No debe el buen pastor buscar la oveja perdida, que reconoce sus pastos y su redil? ¡Buena sería la clase de pastores que no supiesen reconocer ni ver su rebaño! No sé si necesitaré probar que los pastores de la Iglesia son visibles. ¡Niéganse tantas cosas evidentes! Creo yo que San Pedro era pastor, ya que el Señor le dijo: Apacienta mis ovejas32; también lo fueron los Apóstoles, y todos se veían33. Y creo que San Pablo veía a quienes decía: Velad sobre vosotros y sobre toda la grey, en la cual el Espíritu Santo os ha instituido obispos, para apacentar la Iglesia de Dios34. Y cuando ellos, como niños en los brazos de sus padres, le besaban y bañaban su cara [de San Pablo] con lágrimas35, creo que era porque los tocaba, sentía y veía, y lo que más firmemente me hace creer en eso es que lamentaban su ida, ya que les había dicho que no lo volverían a ver36. Por consiguiente, ellos veían a San Pablo, y San Pablo también los veía. Digamos finalmente que Zwinglio, Ecolampadio, Lutero, Calvino, Beza y Muscule son visibles, tal como sus contemporáneos, que muchos vieron y son llamados pastores por sus sectarios. Evidentemente, si ven los pastores, luego, también las ovejas.

   5. Es propio de la Iglesia hacer la verdadera predicación de la palabra de Dios y la verdadera administración de los sacramentos. ¿No es todo eso visible? ¿Cómo podría entonces ser invisible el sujeto?   

   

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NOTAS

1 Mt 18, 17.2 Gal 1, 8.

3 Dan 2, 34-35

4 Dan 2, 44

5 Rm 8, 30

6 Col 3, 15

7 Mt 20, 16; 22, 14

8 Col 2; Ef 2, 19

9 Ef 5, 27

10 Jn 11, 52; Ef 4, 4; cf. S.Cipr., De unitate Ecclesiæ

11 1 Cor 10, 16-21; He 7, 11

12 Jn 10, 16; 21, 17

13 Ef 4, 11-12

14 Mt 18, 16-17

15 1 Tim 3, 15

16 Hech 20, 17

17 Hech 20, 28

18 Hech 15, 3-4

19 Hech 15, 41

20 Hech 14, 22/26

21 Hech 18, 22

22 Gal 1, 13

23 Sl 45, 10

24 Is 2, 2; Miq 4, 1-2

25 Sl 88, 38; cf. Cant 6, 9; Gn 9, 13

26 Cant 6, 8

27 Cant 6, 10

28 Cant 6, 12

29 Cant 7, 1

30 Is 35, 8

31 Jn 10, 4

32 Jn 21, 17

33 Mt 1, 16

34 Hech 20, 28

35 Hech 20, 37

36 Hech 20, 38

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