Narraciones y otros cuentos

 

EL CHOCATO

Personajes fantásticos de la vida real.


Honor a quien honor merece. La pinta es lo de menos cuando el corazón se nos sale del pecho, quien iba a pensar que un día, un remoto día, de esos que se atraviesan por nuestra mente sin siquiera darnos cuenta, volverían a mi mente empolvadas historias de hidalguía, tragedia y bizarría. Los sucesos acontecieron casi como un relámpago, pasaron por mi vida casi sin darme cuenta, pero dejaron bajo mi epidermis huellas indelebles de esas que no se borran pero tampoco afloran fácil a la mente.
Erase una vez un sujeto achaparrado, regordete y barbifeo, campechano de veras, de diminutos ojos, bizcorneto y adornado con un bigotillo sutil y chocarrero a lo nazi, piel escamosa y altanera con claros vestigios de otrora acne juvenil indestructible que daba a su imagen un talante entre guasón y sandunguero.
El atributo más imperativo de su aspecto era su vocecilla frágil y arrogante, con entre saltos arítmicos chillones al hablar que matizaban categóricamente su personal distintivo, enmarcando de manera sublime la nobleza de su altanera sencillez y hombría. Era un hombre definitivo.
Un varón de esos que se la juegan toda por una causa generosa a sabiendas que es una causa fallida. Que defienden al más canijo conociendo de antemano que lo único poderoso de su capacidad defensiva es su propia impotencia encubierta en los deleznables velos de su quijotismo a ultranza.
Adornaba al pobre iluso un propio caminar lento y contoneado, embutido en sus sempiternos botines charolados, puntiagudos y escarapelados de tacón corrido como las botas de los charros mexicanos. Era el Chocato un héroe de verdad, el semidiós de su barriada. Un personaje noble de fachada excéntrica al que la vida le regalo el halito de ser superior entre sus gentes de la periferia. El defensor pertinaz de las causas nobles y perdidas que no soportaba ver a través de sus entreverados ojuelos la incorrección y el desabrigo.
Amigo sin límite de sus amigos, también era nuestro héroe de esos hombres que se ganan enemigos anónimos por el solo hecho de ser quienes son, los ídolos de los desamparados.
La vida fue generosa con nuestro personaje, indefectiblemente infiel en el amor pero inmutable hasta los tuétanos en el fervor por su única hija Esmeralda quien era "la luz de mis vistas" a mal decir de nuestro protagonista. La llamó así en honor a lo que la vida de ofrendó para ser el sustento de su interminable familia de amigos y compadres, esas piedras preciosas de verde profundo y radiante como "gotas de aceite" que son únicas en el mundo y que se encuentran justamente en el terruño que le vio nacer, Santa Bárbara un pueblecito olvidado anexo al municipio Boyacense de Chiquinquirá.
Chocato era minero por tradición y traficante de esmeraldas desde su establecimiento en la capital.
"Ninguna esmeralda en el mundo puede compararse en color, en brillo y en viveza a la que se encuentra en las minas de Colombia y pocas regiones como aquellas que se identifican en los mapas con los nombres indígenas de Muzo, Gachalá Chivor, Coscuez y Somondoco, reservan a la imaginación tanta leyenda de belleza, aventura, peligro y sacrificio.
En el corazón de la república a pocos kilómetros del Río de la Magdalena, un pueblo, Santa Bárbara, vive en la soledad y el olvido administrativos. La insipiente agricultura y una artesanía primitivas permiten a sus habitantes sobrevivir, mezclando al catolicismo tradicional las creencias y los ritos heredados de sus ancestros indígenas.
La brujería con sus polvillos de amor, los perfumes del olvido, el jabón del siete machos, hechizos de fecundidad, la purga de la mochilita y las cortezas anticonceptivas alterna con las plegarias para recuperar los maridos, desgraciar los amantes infieles o encontrar la veta que los hará millonarios. La justicia legal nunca llega por estas tierras, se resuelven las querellas a punta de revólver en las cantinas al borde de los atajos o aun en las rústicas alcaldías de los pueblos vecinos.
A lo largo de la ribera del río Itoco, pedregoso y con escaso caudal, se esparcían las miles de personas buscadoras de esmeraldas.
El río corría manso, arrastrando trozos de calcita y pizarra. No quedaba un recodo que no hubiera sido examinado por los buscadores. Sobre las piedras, en la playa, en las matas, se apostaban los viejos y niños con una varita de palo o de metal. Los más ambiciosos no dormían. Los más confiados, madrugaban, pensando que en la noche el río habría traído las gemas. Los amaneceres después de la lluvia eran llenos de esperanzas, porque los derrumbes que arrastraba el río, seguramente guardaban piedras verdes.
Las minas, a cielo abierto, se encuentran en una zona abrupta y montañosa. En torno a ellas viven centenares de campesinos que aprovechan la oscuridad de la noche para horadar la tierra, sometidos a dos temores: los celadores, unos jinetes armados que disparan antes de preguntar quién es. O que sus propios vecinos descubran que han hallado una gema de valor. En los dos casos, pagarán su suerte con la vida.
La explotación ilícita de las minas de esmeraldas en Boyacá, que son patrimonio de la Nación, ha sido la fuente de poder para dos familias, ambas enraizadas en la misma historia política de Colombia. La primera fue dirigida por Efraín González Téllez -- un veterano luchador de la violencia política de la década de los 50s -, catalogado por la prensa como un legendario Robin Hood colombiano.
González era buscado por los campesinos boyacenses y santandereanos como su juez supremo. Dirimía en conciencia, y sin trámites ni abogados, cualquier pleito familiar, de tierras e incluso aquellos con ribetes penales. Pero también lo buscaban como su patrono, porque aseguraban que poseía dotes sobre las cuales existe toda clase de leyendas y de mitos: si la policía lo buscaba se transformaba, por ejemplo, en una flor o cualquier otro ser inanimado que despistaba a las autoridades. La recóndita esperanza de los campesinos radicaba en descubrir sus secretos.
En un pueblo por esencia religioso, como el constituido por los boyacenses, era muy bien visto que González bajara todos los domingos de la montaña a confesar sus pecados y recibir la absolución del párroco de Chiquinquirá.
La otra familia, que trabajó en sociedad con la de González, era la dirigida por Humberto Ariza Ariza, "El Ganso Ariza", un asesino nato (purgó una larga condena en Bogotá), que basó su poder en la fuerza. Durante la época de su reinado en la zona esmeraldífera se asegura que asesinó o mandó hacerlo a más de 800 personas.
Efraín González murió en Bogotá el 9 de junio de 1965, luego de un gigantesco operativo que incluyó dos batallones del Ejército y un cañón, bajo la dirección de un militar especialista en lucha contraguerrillera, el general José Joaquín Matallana.
Fue todo un día de lucha contra la destartalada casa de un piso, cuyas paredes tuvo González la previsión de cubrir con colchones para evitar el rebote de los proyectiles. Un sargento, cuatro soldados y un civil murieron, mientras que otros 11 resultaron heridos.
El bandolero, como lo denominaban los boletines oficiales, estuvo a punto de burlar tan estrecho cerco, pero terminó derrotado por la cámara de un fotógrafo de prensa que, más por temor que por solidaridad con el operativo, la estrelló contra la cabeza de González. Hasta ese momento, se le imputó la comisión de 117 asesinatos.
Este curioso hecho sirvió para reforzar la leyenda sobre los supuestos atributos de Efraín González.
"Aquí libraron su lucha dos valientes batallones contra un cobarde que se defendió con una escopeta", decía la placa que la gente propuso para que fuera colocada en la pared de la vetusta casa del barrio de Bogotá donde murió González. Era una burla al exceso de fuerza exhibido por los militares.
El Ganso Ariza fue acribillado, al salir de su residencia, el 10 de octubre de 1985.
Los dos protagonistas del negocio de las esmeraldas controlaban una verdadera mafia de pobres: campesinos desempleados y el lumpen delictivo del nororiente de Boyacá, de parlamento que vive de la industria sin chimeneas -- la política --, como la califican ellos mismos para burlarse de su propia condición de abandono.
Tras la muerte de Efraín González se desató una ola de violencia en la región, que se conoció como la Guerra Verde. Esta guerra produjo más de 1.200 muertos en los municipios de Chiquinquirá, Muzo, Coscuez, Borbur y Somondoco. El campo de batalla se trasladó también a Bogotá y a Miami.
Fue por esto que lo de ayudar a los desvalidos lo llevaba el Chocato en la sangre y por este mismo carácter intransigente y soberbio que exhibía y que es propiedad exclusiva de los héroes, se dejó murir sin dejar rastro, nuestro antihéroe de los grandes valores perdidos en una sociedad delusoria sin respeto ni sentimientos.
La historia comenzó justamente el día que tuve la suerte de conocer a nuestro trascendental personaje. Acabada iniciar un viaje malhadado de descanso junto a mis tres hijos, donde para colmo de males el vehículo en que viajabamos fue estropeado al borde de la carretera por un conductor embriagado, que haciendo caso omiso a las luces de parqueo se abalanzó sobre mi automóvil, mientras junto a mis párvulos aplacábamos el calor girardoteño con una deliciosa avena helada. Tuve entonces que recurrir a un amigo, por no decir otra cosa, para que me enviara un dinero que debería retirar de mi banco, al que yo daría autorización perentoria telefónicamente. Contrate una grúa para llevar el automóvil hasta un taller de reparaciones en el pueblo y me dirigí al hotel mas cercano a hospedar a mis hijos y a esperar que el susodicho amigo me enviara el paquete con el dinero vía aeropuerto-aeropuerto. La espera fue desde un principio sospechosa, las llamadas a mi amigo no eran correspondidas como yo lo esperaba, hasta que la madre de mi interlocutor lo presionó para que se pusiewra al habla conmigo; fue entonces cuando me hizo saber después de tres días de espera, que había sufrido una inesperada demora en el retiro del dinero de la entidad bancaria pero que lo había llevado al aeropuerto precisamente ese día para que yo lo recogiera horas mas tarde en el aeropuerto de destino.
Me dirigí con mi hijo mayor al aeropuerto, que estaba retirado como 30 kilometros del área urbana, recogimos el paquete y al abrirlo nos encontramos con la sorpresa que en lugar de billetes estaba repleto de trocillos de papel perfectamente cortados a manera de papel moneda.
Me llené de furia y desesperación al comprobar que no contábamos con un quinto para cancelar la habitación y los gastos del hotel y mucho menos para retirar el vehículo que se encontraba refaccionado y listo para continuar nuestro viaje.
Fue entonces como por designios de Dios que se atravesó por mi vida nuestro héroe de Santa Bárbara, se encontraba en el lobby del hotel con un atuendo vistoso de papagayo y parloteando con alguna dama que no observé a causa de mi exasperación.
Acabada de llegar de la comisaría de policía donde había ido a colocar la respectiva denuncia por el robo del dinero. Hasta ese momento creía que algún deshonesto empleado de la aerolínea hubo tomado el dinero. Me acerqué al teléfono para hacer una nueva llamada a mi casa en la capital, cuando el Chocato se me acercó por detrás puso su mano en mi hombro y con una sonrisa de entera tranquilidad me dijo sonriente. -"No se afane señor, los niños no pueden quedarse sufriendo este tormento, tome este dinero, yo vivo también en la capital y esta es mi dirección, cuando usted pueda vaya a mi casa y me lo paga".- cuan grande fue mi sorpresa al ver que un completo desconocido ponía en mis manos más del doble del dinero que necesitaba para salir del apuro, sin darme tiempo ni siquiera a contarlo y sin otra alternativa que recibirlo, se retiro a proseguir la que se notaba amena conversación con la dama.
A partir de ese momento supe que existen personas superiores, como ángeles anónimos que están para darnos una mano, sin distingos de clase, cultura o educación.
La segunda vez que supe de él fue cuando lo llamé para agradecerle tan grande favor y para confirmarle que me recibiera en su residencia para devolverle el dinero adeudado. -"Haremos una fiesta, será un honor tenerle por mi casa"- traiga a su amigo me replicó gentilmente.
La residencia del Chocato se encontraba en los extramuros de la ciudad en un barrio de clase baja. Sentí temor al cruzar los limites del barrio, mientras un grupo de jóvenes de mal talante nos observaban detenidamente como haciéndonos inventario.
Me arriesgué a preguntarles con una sonrisa simulada por la casa del Chocato como rezaba su tarjeta de presentación: "Chocato" a secas sin nombre propio ni apellido conocido.
Los jóvenes cambiaron automáticamente su expresión y nos condujeron amablemente al lugar citado.
Detuve el auto sobre la berma sin pavimentar, nos apeamos del auto y tan pronto me aprestaba a golpear, se abrió la puerta como por arte de magia encontrándome frente a frente con mi benefactor que me daba la bienvenida con los brazos abiertos, con una risa amistosa y estridente como sólo se recibe a los viejos y gratos amigos. Me senti un poco turbado ante aquellas muestras inequívocas de amistad y paso seguido opté por presentarle a mi malhadado amigo.
El Chocato, como un acto reflejo, dió un giro ágil sobre su corpulenta humanidad, tomó la tranca de la puerta y como un relámpago se abalanzó sobre mi amigo rompiéndole el palo contra la cabeza, mientras le gritaba enfurecidamente: - "eso no se le hace a un amigo, desgraciado"- y dirigiéndose al grupo de muchachos se los entregó entre aturdido y extrañado.
Llévenlo y denle su merecido para que aprenda el infeliz como es que se trata a las personas de bien. Nunca volví a saber de mi amigo, nunca más se atrevió a darme la cara, solo supe de él cuando me envió un sobre con su madre con una nota de desagravio y el dinero que yo no sabía hasta entonces que él lo hubiera robado.
Nunca supe que fue lo que le hicieron, ni de que artificios se valió el Chocato para hacer entrar en cintura a tan fullero amigo.
Cultive por algún tiempo la amistad de tan original personaje. A través suyo conocí algunos otros protagonistas de la barriada, tan apreciables como insólitos.
Y fue por uno de ellos. Un caballero a carta cabal "La Manuela", como le llamaban amistosamente por su condición homosexual, pero muy recto y decente en todos sus detalles a pesar de sus modales afeminados tan impropios a mi modo de ver para un hombre de su edad. Era justo en los terrenos de este amanerado latifundista, heredero de grandes terrenos en los extramuros, donde nos reuníamos con cierta regularidad a jugar al tejo y a comer los sudados deliciosos que preparaba el anfitrión, acompañados de interminables petacos de cerveza.
Fue este personaje que considere siempre el amigo más allegado del Chocato, quien me llamó llorando un dia desconsoladamente para informarme que le habían matado a puñaladas a su compadre del alma por robarle un lote millonario de sus preciosas esmeraldas.

Proyecto | Biografía | Poemas | Fotografías | Magazine | Contácteme
   


Latiníssima.com © New York, All Rights Reserved. 2001
Design by:
Eddie Ferreira

No part of this website may be copied or reproduced without prior permission
Hosted by www.Geocities.ws

1