Monstruos
aéreos del orden de los reptiles, clasificados como serpientes
(el nombre se deriva del griego draca = serpiente) y divididos
en cinco familias y numerosos géneros, especies y subespecies.
Las
cinco familias de dragones son el Europeo (Draconis teutónica),
que se encuentra en Alemania del Norte, Escandinavia y numerosas
islas del Atlántico Norte; el Occidental (Draconis galli),
de Francia, Italia y España; el Británico (Draconis
albionensis), cuya principal especie es el Dragon Escupefuego,
con dos subespecies principales, el Wyvern, que tiene dos patas
(Draconis bipedes) y el Gusano, con alas pero sin patas (Draconis
nematoda); el Mediterráneo o Levantino (Draconis cappadociae),
de Grecia, Asia Menor, sur de Rusia y norte de África;
y el Oriental (Draconis sionensis) de Asia e Indonesia.
Se
han encontrado algunas especies de Draconis en otras partes del
mundo, pero nunca se han visto en Norteamérica, Australia,
las islas del Pacífico, ni en África tropical y
del sur.
La
palabra griega draca tienen la misma raíz que las palabras
que implican visión aguda, que es una característica
común a todas las especies de dragón. Todos son
astutos, despiertos, sabios y con vista muy aguda, pero aparte
de esas cualidades, hay muchas familias, géneros y especies.
Algunos tienen más de una cabeza (el Draconis ladoni tiene
100 cabezas); una subespecie del Dragón Mediterráneo
no duerme nunca, el Wyvern y el Gusano son diferentes de los demás
dragones, que son cuadrúpedos.
La
gran mayoría son capaces de volar. Aunque no siempre aprovechan
esta capacidad. Todos, excepto los dragones orientales se impulsan
con alas membranosas y utilizan una técnica de despegue
y aterrizaje vertical. Los dragones orientales se distinguen de
todas las demás especies por su carencia de alas, su cabeza
semejante a la de un caballo y sus afilados cuernos. Vuelan gracias
a un sistema de equilibrio entre el campo magnético de
la tierra y los vientos predominantes.
La
mayoría de los dragones poseen glándulas inflamatorias,
que permiten la emisión nasal de fuego. Normalmente, los
dragones sólo recurren a resoplar fuego como mecanismo
de advertencia o defensa. Una llamarada suele bastar para alejar
a los merodeadores, y es muy posible que las glándulas
inflamatorias contengan sólo fuego suficiente para llamaradas
cortas, y luego tengan que recargarse. Sin embargo, se conocen
numerosos casos de dragones enfurecidos que han castigado a una
comunidad incendiando todos sus campos y sus casas.
Es
extraño que los alquimistas, hechiceros y otros practicantes
de la magia no hayan investigado más a fondo a los dragones
(quizás se deba a la dificultad de encontrar ejemplares
intactos). Los cuerpos de estas criaturas proporcionan poderosos
recursos sobrenaturales. El que se coma el corazón de un
dragón podrá entender el lenguaje de las aves; comer
lengua de dragón permite al consumidor ganar cualquier
discusión, y la sangre del dragón es un profiláctico
infalible para las heridas de arma blanca.
Antes
de la expansión del cristianismo, los dragones del mundo
occidental vivían en una precaria coexistencia con la humanidad.
Sus poderes físicos, su impresionante aspecto, su aguda
visión y su avispado intelecto les convertían en
guardianes ideales para toda clase de tesoros, y era corriente
emplearlos para este propósito. Es indudable que una clase
especial de magos y hechiceros conocían el medio de persuadir
a los dragones de que actuaran como centinelas. Los dragones,
como otros reptiles, siempre permanecen en su territorio, comen
muy de tarde en tarde, contentándose con un buey, unas
cuantas ovejas y algún humano que otro; y sólo se
aparean una o dos veces por siglo. En consecuencia, un dragón
encargado de guardar un tesoro permanecerá casi siempre
en su puesto, enroscado en la entrada o volando por encima para
vigilar la llegada de extraños. Normalmente, un dragón
no molesta a los humanos, aparte de algún almuerzo ocasional,
pero si los ladrones intentan robar su tesoro (lo que se llama
drachenstalh) su ira suele ser terrible.
La
abundancia de dragones en el mundo occidental se demuestra por
la existencia de nombres geográficos como Drakelow (que
significa montículo del dragón) Drakefor y Dragons
Hill (colina del dragón) en Inglaterra; Drachenfels y Drakensberg
(montañas del dragón) en Alemania; Dracha, Dragashani,
Draga y Draconis en el sudeste europeo.
La
era de los dragones terminó en los primeros siglos de la
cristiandad, cuando los profetas y misioneros errantes empezaron
a presentar a estas criaturas, relativamente inofensivas y útiles,
como emisarios del mal. Tuvieron pocas dificultades para convencer
a los supersticiosos caballeros y campesinos que los monstruos
que respiraban fuego, con sus cuernos escamosos y sus terribles
garras y dientes, eran encarnaciones del pecado y debían
ser destruidos. Por añadidura, algunos hechiceros contribuyeron
a reformar la creencia, utilizando dragones para vigilar a vírgenes
raptadas o para protegerse a si mismos de las investigaciones.
Los
buenos caballeros cristianos, ansiosos por demostrar su fe y su
caballerosidad, descubrieron muy pronto que la caza de dragones
era una empresa muy provechosa. Un joven caballero podía
ganarse una reputación y hacer fortuna matando a un dragón
y apoderándose de su tesoro. Como mínimo, volvería
del combate con una bella virgen cabalgando a la grupa. El uso
de mejores armaduras para los caballeros y sus caballos, cotas
de malla, lanzas de hasta 4 metros de longitud e incluso espadas
con poderes mágicos, redujo considerablemente el peligro
de la caza de dragón y pronto estas criaturas se convirtieron
en una especie en peligro de extinción. Muchas de las casas
nobles de Europa se formaron a costa de los tesoros robados a
los dragones. Probablemente fue en esta época cuando las
comunidades de hadas se trasladaron a los montículos funerarios
y a las colinas huecas inglesas, ocupadas antes por los ladrones
con sus tesoros.
En
la actualidad, es muy raro ver a un dragón británico
o europeo, y a la primera noticia se congregan multitudes de observadores
de dragones. Afortunadamente, no sucede lo mismo en Oriente, donde
los dragones nunca han estado sometidos a la despiadada caza practicada
en el mundo occidental.
Los
dragones orientales son totalmente diferentes a los de otras regiones.
En lugar de actuar como meros guardianes de tesoros, intervienen
en toda clase de asuntos humanos y cósmicos. La principal
familia de dragones orientales vive en china y comprende innumerables
especies, cuyo tamaño varía desde unos pocos metros
hasta el gran Chien-Tang, que mide 300 metros desde el hocico
a la cola. La mayoría son de carácter extrovertido
e intervienen a menudo, para bien o para mal, en el destino de
los humanos.
Los
dragones chinos están íntimamente conectados con
los elementos agua y aire. Diferentes Reyes Dragones gobiernan
los océanos del norte, el sur, el este y el oeste, y cada
uno de los grandes ríos de China. El gran Chien-Tang, que
es de color rojo brillante, con melena de fuego y ojos que brillan
como el relámpago, es el jefe de todos los dragones fluviales.
Los dragones de los mares y ríos tienen todos temperamentos
muy inestables: a veces son plácidos, otras veces inquietos,
y en ocasiones rabiosos y destructivos. Se acoplan en pleno aire,
con mucha más frecuencia que los dragones occidentales,
provocando al hacerlo grandes tormentas y chaparrones de lluvia.
El
señor de todos los dragones es el Celestial Lung, que vive
en el cielo en primavera y verano, y en el océano en otoño
e invierno. Lung tiene cola de serpiente, cabeza de caballo, cinco
garras en cada pata y, a diferencia de otros dragones orientales,
posee un par alas membranosas.
Lung
supervisa la fertilidad de la tierra y todas sus criaturas, y
extiende esta responsabilidad básica hasta una influencia,
generalmente benigna, en los asuntos del Reino Central. Tiene
numerosos parientes, cada uno de los cuales controla alguna rama
de las actividades humanas, como la música, la literatura,
al ardor militar, los pleitos, la resistencia de los edificios
y las tentaciones del peligro.
El
poder de un dragón oriental no se refleja necesariamente
en su tamaño. Fei Ling, el poderoso dragón que controla
los vientos, no es mayor que un tigre.
Aparte
de los dragones principales, existen otras criaturas mucho menos
poderosas que, en conjunto, son serviciales y benéficas,
aunque el temperamento de los dragones es sumamente sensible y
siempre hay que tratarlos con gran respeto. La historia de los
dragones de China describe muchos individuos de inclinaciones
malignas, pero parece que la mayoría de ellos fueron eliminados
por dioses, héroes o magos.
La
aparición de un dragón en el cielo se considera,
por lo general, un presagio de buena suerte, a menos que sus acciones
indiquen otra cosa. Los observadores de dragones pueden predecir
el futuro estudiando el sector del cielo en el que aparece el
dragón, sus actitudes y comportamiento, y cualquier acción
significativa, tal como rugir o resoplar fuego.