En
invierno la tribu de los chonkes (tehuelches) comenzaban
su viaje hacia el norte, donde el frío no era tan
intenso, y además la caza no faltaba, en ese tiempo
el viaje se hacía a pie.
Koonek,la
anciana curandera de la tribu, no podía caminar más,
sus viejas y cansadas piernas estaban agotadas, pero la
marcha no se podía detener y es una ley natural cumplir
con el destino. Ella lo comprendió. Las mujeres de
la tribu le hicieron un kau (toldo) con pieles de guanaco
y juntaron abundante leña, prepararon charque, reunieron
huevos conservados en sacos con grasa y se despidieron de
ella con el gayau (canto familiar), luego ella, con un hilito
de voz, entonó el milenario canto de la raza y envuelta
en su kaiajnun, fijó sus ojos en la distancia, hasta
que la gente de su tribu se perdió tras el filo de
una meseta.
Se
quedaba sola para morir, ya que los alimentos no le alcanzarían
para pasar el largo invierno, aunque tal vez algún
puma hambriento le acortara la espera.
-Mejor
si me encuentra dormida, total es un ratito -pensó.
Terro,
terro; repetían los teros, que en Chonke quiere decir:
malo, malo..y agregaban...no volveremos más...
Se
quedaba sola sintiendo el silencio como un sopor pesado
y envolvente. El cielo multicolor se fue extinguiendo lentamente
en un oeste de mesetas grises y azuladas, hasta perderse
el último rayo de luz reflejada en los más
altos picachos del Chaltén. Pasaron muchos soles
y muchas lunas, y volvió la vida en todas sus expresiones.
Sobre
los cueros del abigarrado toldo de Koonek,se posó
una bandada de avecillas cantando alegremente. De pronto
se escuchó la voz de la anciana curandera, que, desde
el interior del kau, les reprendía por haberla dejado
sola el largo y duro invierno. Kiken, tras la sorpresa,
le respondió: Nos fuimos porque en otoño comienza
a escasear al alimento, además no tenemos donde abrigarnos
en invierno.
Los
comprendo..por eso, desde hoy en adelante, tendrán
alimento en otoño y buen abrigo en invierno. Ya nunca
más me quedaré sola...diciendo esto, calló.
Cuando
la brisa volteó los cueros del toldo, en lugar de
la anciana, se hallaba un hermoso arbusto espinoso, de perfumadas
flores amarillas. Al promediar el verano, las flores se
hicieron frutos y antes del otoño comenzaron a madurar
tomando un color azul-morado, de sabor exquisito y gran
valor alimenticio.
Algunos
pajaritos no emigraron nunca más y los que se habían
ido para no volver, al enterarse de la novedad, regresaron
para probar el nuevo fruto, del que quedaron prendados.
También los Chonkes lo probaron, adoptándolo
para siempre y desparramaron sus semillas, dándole
el nombre de Koonek. Desde entonces.."el que come Calafate,
vuelve...."
de"LEYENDAS
PATAGONICAS"