Una
mujer, a quien la leyenda conoce con el nombre de Taamta,
fue la habitante de un profundo cráter de origen
volcánico, en la meseta del Lago Buenos Aires, poseedora
de poderes mágicos que usaba solamente en los momentos
extremos.Tenía especial dominio sobre los animales
y las plantas, conviviendo pacíficamente con ellos.
También tenía un hijo al que amaba profundamente,
y para quien dispensaba los mejores cuidados. Nada dice
la leyenda de su origen, ni quien podría ser el padre
del niño, dándosele un tinte sobrenatural
a su presencia en la tierra.
Cierto
día el zorro, siempre dispuesto a jugar y a hacer
picardías, asustó a los animales, produciendo
un desorden generalizado que concluyó con el desbande
hacia todas direcciones. Cuando la mujer se percató
de lo ocurrido, comenzó a correr a pie, en procura
de rodearlos para unirlos en majadas, forma más práctica
de arrearlos hacia el cráter, pero viendo que su
velocidad era insuficiente, utilizando sus poderes mágicos,
se transformó en una guanaca blanca muy veloz,de
manera que los animales se sorprendieran por su color y
regresaran.
El
niño, viendo la desesperación de la madre,
corrió largo rato para ayudarla, pero los animales
se distanciaron más y más. Se detuvo un instante
en un faldeo al ver a su progenitora galopando raudamente
hacia el horizonte, entonces decidió aunarse a la
transformación diciendo: nau orrenke zorke
- (guanaco blanco ligero), y al momento, convertido en un
chulengo blanco continuó corriendo por los campos,
cruzando mesetas, valles y cerros, tras los animales,tratando
de hacerlos retornar, tarea muy difícil en caso de
una estampida, donde estos huyen enloquecidos sin responder
a nada que no sea su instinto natural de correr despavoridos
sin dirección ni sentido alguno.Tras mucho andar,
cansado por el esfuerzo, el chulengo blanco avistó
la laguna conocida con el nombre chonke de Gootchel Aike
(paradero gato montés) según lo aseveraba
la anciana Kánotsman, conocedora profunda
de las tradiciones de Ush güent.Y hacia allí
se encaminó para calmar la sed que lo abrumaba. Las
ansias de beber, lo hicieron olvidar lo pantanoso de esa
orilla, de manera que mientras sorbía el agua, se
fue hundiendo sin poder salir a tiempo y murió ahogado.
Al
enterarse Taamta de la infausta noticia, retomó
su forma humana para llorar desconsoladamente su cruel pérdida.Ya
no tiene sentido que los junte -se dijo. Y desde ese momento
comenzaron los animales a dispersarse libremente, hasta
poblar la Patagonia en toda su extensión. La mujer,
sola y desesperada, deambulaba afligida por los campos repitiendo:¿qué
ganaré con llorar y lamentarme? sé que mi
hijo no volverá a la vida...
El
tiempo transcurría sin sentido para la desconsolada
madre,que no hallaba forma de aceptar su desgraciado destino,y
pensó que no tenía razón para seguir
viviendo en ese estado desesperante..
Tal
vez la muerte me consuele...¡eso es! ¡morir!
¿pero cómo? La muerte no llegaba por sí
misma. ¡quiero morir! se repetía una y otra
vez..,día tras día, mientras caminaba sin
rumbo ni destino.. Decidió no comer y beber únicamente
agua salada para apurar la muerte, hasta que cierto día
estando al reparo de un matorral de calafates, decidió
utilizar sus poderes mágicos que le permitían
cambiar de estado, pero no actuar sobre la vida y la muerte,
¡ya no sería más un ser vivo y pensante!
los seres vivos sienten, sufren y piensan...
Con
ese razonamiento concentró su mente hasta convertirse
en un trozo de metal, duro, frío, insensible, mientras
entonaba el gayau tradicional que se viene repitiendo
de generación en generación, desde épocas
inmemoriales, cuya letra llegó hasta nuestros tiempos
y dice así:
- iámego táan póguening gue a-
, lo que traducido significa: hierro pesado de mi raza,
de mi sangre...
Los
chonkes, consideraban a este trozo de metal, como algo muy
especial y sobrenatural, y sobre su razón de ser
se tejieron muchas historias que afloran a los labios de
los más ancianos, con un dejo de misterio.
Cuando
fue conocido por el hombre blanco (MUSTERS-1868), el trozo
de metal era aún venerado y utilizado en una prueba
de fuerza realizada anualmente por los chonkes. Esta prueba
consistía en alzarlo y llevarlo al hombro, hasta
donde fuera posible, tarea no muy viable, dado su peso,
superior a los cien kilos, quién más lejos
lo llevase, más años viviría.
Todo
esto duró hasta que alguien, identificándolo
con un meteorito, lo llevó a Buenos Aires, desconociéndose
su actual destino.