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El salto de Tequendama
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Cada
tres meses en Bacatá, los Chibchas organizaban fiestas
en honor de Bochica, bebiendo y bailando. Hacían fiestas
también cuando se prolongaban las lluvias, porque antiguamente
las lluvias eran enormes.
Chibchacún
se enfurecía al ver que la gente no adoraba a los
dioses en las lagunas, abandonaban los cultivos y se peleaban
constantemente.
En una ocasión memorable, El dios Chibchacún
se molesto demasiado con la gente y les envió como
castigo espesos nubarrones que comenzaron a cubrir el cielo,
convirtiendo el día en una noche oscura. Entre los
incontables rayos comenzaron a caer pesadas gotas de lluvia,
las nubes se tornaron en gigantescas cataratas que hinchaban
las quebradas y los ríos exterminando animales, plantíos
y poblados. La gente huyó a las colinas con hambre
y frío, mientras la tormenta parecía eterna.
Pedían perdón pero el agua continuaba aumentando.
El buen Bochica tuvo piedad por su pueblo, y se dio cuenta
de que quizás el castigo de Chibchacún había
sido demasiado severo. Comenzó a pasearse entonces
sobre el arco iris y los chibchas comenzaron a saludarlo
con cantos de alabanza. Allá donde se prolonga la
cordillera y se amontonaban las aguas, Bochica abrió
las peñas con su vara de oro, entonces el agua comenzó
a precipitarse desde las alturas. Así fue como se
formó el salto de Tequendama.
Una vez que las aguas abandonaron el valle, Bochica condenó
a Chibchacún a cargar la tierra, que antes descansaba
sobre los vigorosos Guayacanes, sobre los hombros. Cuando
Chibchacún siente el cansancio de cargar a la tierra
la cambia de hombro, y cuando esto sucede se producen en
ella temblores.
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