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 22 de Febrero 2017


Joan Manuel Serrat en frases o canciones.

 


Joan Manuel Serrat en pósters. (13)


Joan Manuel Serrat visto por otros.

LOQUILLO (Cantante)
«Serrat supone el ejemplo de artista total. Es de los pocos que aún consideran la tradición europea de hacer música. Además, posee la gran virtud de la interpretación, tan ausente hoy en los escenarios. Fue fundamental en la transición política, como gran letrista y artista comprometido. Es un símbolo de Barcelona tan grande como el Nou Camp.»
«Es el jefe de la música española. Si me dice que le vaya a visitar a las cinco de la mañana allí estaré.»


LA VERDAD IRREMEDIABLE DE SERRAT.

El País Semanal
Número 320
29 de Mayo de 1983
Texto de Maruja Torres
Fotos: Juan Ramón Yuste

Ha sido uno de los grandes triunfadores de las fiestas de San Isidro. Quiso ser sexador de pollos y optó por la canción. Canta al amor, a la vida, a los niños, a Maradona y al farero de Capdepera; en definitiva, a todo lo humano. Dentro de unos meses cumplirá sus primeros 40 años. Es Joan Manuel Serrat.

LA VERDAD IRREMEDIABLE DE SERRAT
El túnel, interminable, de paredes amarillas, con algún Tápies, esporádico y anónimo, arañado en gris. La voz de Joan Manuel Serrat, que hace ejercicios de garganta, va a dar rebotada contra el techo. De arriba llega un rumor de oleaje espeso. Casi 10.000 personas nadando en la espera. Los músicos ya están en el escenario, y también ellos envían aquí abajo el lenguaje cifrado de sus instrumentos acoplándose. Serrat está solo, y tiene frío, porque el subterráneo es húmedo, y hay algo en esta escenografía desnuda del solemne desamparo del atleta antes de ser arrojado a la arena del circo.

Resultaría erróneo, sin embargo, creer que este hombre ha llegado indefenso hasta el rugido que va a tragarle de un momento a otro. Joan Manuel Serrat, casado y mayor de edad –40 años cumple en diciembre–, de profesión cantautor, ha evolucionado parejamente a lo que lo ha hecho el país desde que empezó en esto, hace poco menos de 20 años; y, como el país, ha aprendido a llevar sus propias riendas, a controlar la dirección de su galope.

Quizá, al principio, era un potrillo cimarrón deslumbrado por el éxito, que se enredaba las patas delicadas entre las malas hierbas. El tiempo le ha convertido en un soberbio ejemplar de pura sangre que rebrinca tan sólo al son de su propia música.

Dentro de nada subirá al escenario, esbozará un gesto irónico adelantando las manos, pequeñas y velludas; achicará con picardía los ojos oscuros, muy vivaces, y moverá la cadera en calculado coqueteo. Renovará, una vez más, el idilio que mantiene con su público desde que empezó a cantar, siendo un chaval. Hoy les va a entregar la última copla amorosa que ha inventado, va a pedirles algo, una vez más: "No tomes sólo una parte, tómame como me doy, entero y tal como soy, no vayas a equivocarte". Porque, como concluye la canción más adelante, "nunca es triste la verdad. Lo que no tiene es remedio".

La verdad de Joan Manuel Serrat no tiene ya remedio; como la de casi nadie. Lo que le diferencia de muchos otros es que la ha convertido en arte, en materia de comunicación.

Serrat presentó en San Isidro su nuevo disco ''Cada loco con su tema'' Había en el Barrio Chino de Barcelona, por la calle Lancaster –muy cerca de donde hoy está la avenida de García Morato–, dos hombres que vendían, casi el uno junto al otro, mercancías muy diversas; el uno, cancioneros de a peseta; el otro, neules, que son los barquillos catalanes. Había muchas otras cosas, en aquellos postreros cuarentas en que el pequeño Juanito era un mocoso y la posguerra todavía arrastraba su cola de arpillera por las zonas más desasistidas de la ciudad: la sordidez de los patios bajos en donde convivían decenas de familias, en lechos cubiertos, todavía, por mantas del ejército; ratas que zigzagueaban entre los pies, y el olor, el olor nauseabundo a gachas, a miseria, al petróleo con que se untaban las cabezas de los niños para combatir los piojos.

Juanito apenas se fijaba en eso porque iba, de la mano de la única abuela a la que conoció –la yaya Antonia, madre de su padre–, cavilando sobre cómo se gastaría la peseta que la mujer iba a darle: aunque siempre acababa haciendo lo mismo, comprando uno de los preciosos cancioneros impresos en colores que, en aquella época, parecían casi el arco iris: rojo, verde, azul.

"Los cancioneros de pela fueron la gran compañía de mi infancia. Mi abuela me los compraba cuando me llevaba desde su casa de la calle Nueva a la mía del Poeta Cabanyes. Yo los prefería a las neules porque me duraban mucho más, como disfrutaba cuando podía comprarme libretos de zarzuela que vendían en los teatros, en el Cómico o en el Victoria, para leerlos y aprenderlos de memoria en casa. Supongo que esto es, de alguna manera, lo que forma esos encabronamientos de infancia que luego acaban llamando vocaciones. Con los cancioneros, y con la radio, se formó mi cultura musical".

En la radio, sobre todo, Concha Piquer. "La radio fue un elemento de información tan fuerte para mí que hay canciones que no he podido volver a escuchar nunca porque me producían miedo, porque ésta fue la impresión que recibí cuando las oí por primera vez. Por ejemplo, cada vez que escucho 'La casita de papel' me acuerdo de dos mujeres tremendas, madre e hija, que iban teñidas y maquilladas de una forma muy rara, lo que mi madre llamaba dos mujeres muy extremadas. A un paso de ser dos putones, claro. Me daban mucho miedo. Y hay también sensaciones placenteras, desde luego. Por ejemplo, 'Cría cuervos', de Imperio Argentina, que siempre me acordaré del pueblo de la provincia de Teruel en donde la aprendí. Y 'El reloj', que estaba yo en la provincia de Navarra, y allí la memorice. Porque entonces no había magnetofón ni tocadiscos; tenías que hacer todo un ejercicio para aprender una canción, y vivías ese encanto maravilloso de utilizar las cosas que uno tiene. Eso que el consumismo te hace perder, porque a medida que las necesidades creadas para el consumo crecen, disminuye el aprovechamiento de lo que poseemos".

Zarzuela, Imperio Argentina, Concha Piquer. Mónica Randall, que se llama Aurora Juliá y es del mismo barrio que Joan Manuel, del Pueblo Seco, y que le conoció cuando prácticamente empezaban, le dijo un día, en broma, que en este país sólo hay dos grandes tonadilleras: la Piquer y Serrat. Desde entonces, cariñosamente, los amigos íntimos catalanes del cantante le llaman así: 'la tonadillera'. Y él, parece, no se ofende. La verdad es que le gusta, cuando está en pequeño comité, tomar una guitarra y, entre dos rondas de vino, cantar romanzas o cuplés: "Lo que no haría por nada del mundo sería cantar cosas mías, que las tengo más que aburridas".

El barrio de Serrat, el Pueblo Seco, tenía –tiene aún– como arteria principal el Paralelo, que conservaba todavía, en aquellos años, el ritmo sosegado de la vida vecinal. Una vida vecinal muy específica, porque las de allí no eran gentes como las de cualquier parte. "Al Paralelo le hicieron una faena muy grande cuando decidieron estrechar las aceras. Mejor dicho, lo que Porcioles hizo fue ensanchar la calzada para los coches. Se lo cargaron. Desapareció la costumbre de caminar, aquel paseo que empezaba en el teatro Talía, seguía por el Cómico, el Molino, el Victoria, hasta llegar a la cervecería Bohemia, con cine al aire libre, y el Ambos Mundos, un local de varietés. Había terrazas, y en ellas músicos tocando, y un ambiente que era otra cosa. Otra vida. Era un sitio de convivencia ciudadana muy fuerte, muy fuerte".

Que nadie conoce ya al vecino, canta él, en "A quien corresponda". En aquel entorno actuaba la Gilda del Paralelo, una bella vocalista de cabellos de fuego que murió abrasada por un cortocircuito. Las madres enlutadas y enfajadas de entonces contaban que había sido un castigo divino. Serrat se echa a reír: "La Gilda era amiga de la familia. Es que había una represión... La pobre Bella Dorita dice que ha sufrido mucho por esa imagen de mujer sola, libre, que tenía, y por eso, el otro día, cuando la vi en un programa de la tele, me sentí profundamente solidario con ella. En el Paralelo, la gente del barrio estaba muy mezclada. Por un lado, son casas que empiezan a construirse en los últimos años veinte y primeros treinta, antes de la República. Esas casas se nutren de un personal del país, mínimo, de familia catalana, y luego de gente que trabaja cerca, en los teatros: iluminadores, tramoyistas, electricistas, acomodadores. Muchos realquilados. Bailarinas, gentes a salto de mata. Ya sabes".

A partir de los últimos cuarenta y de los primeros cincuenta se produce la segunda gran avalancha de inmigración. Y los recién llegados no se instalan en la zona habitable, en donde hay pisos, aunque mínimos. Ya empieza, desde el paseo de la Exposición, ese mundo terrible de las chabolas, en donde la gente limpia no tenía otro remedio que echar zotal para desinfectarse, y aquello despedía un olor que les marcaba. "Eso colocaba a aquella gente en un círculo terrible del que nunca acababan de salir. Yo siempre he despreciado profundamente a esa panda de malas personas, tan abundantes, que nunca se acercaban a aquel mundo, pero que cuando tenían que hablar por radio o a los periódicos y dar su opinión, desde su elegancia y su ir bien vestidos, decían que los de las chabolas no se iban de allí porque no querían, que incluso conocían a gente que tenía televisión, que si les dabas un piso quemaban las puertas y se vendían las cañerías".

El barrio, la infancia. Quizá lo más importante en la vida de Joan Manuel Serrat.

"La división fuerte que había entonces entre los chicos del barrio no era entre los chabolistas y los no chabolistas, si vivíamos cerca. Yo conservo no sólo el recuerdo, sino también la amistad, de tíos como el Fali, el Bernardo y el Rafa, a los que sigo viendo cuando la vida nos va juntando. En donde había una diferencia brutal era cuando ya pasabas la carretera de la Exposición, cuando subías más allá de los Tres Pinos, por allí o por Can Valera. Tú, para los críos de aquella zona, eras un chico que venía de Barcelona. Y no estaban equivocados. Lo de ellos no era Barcelona, sino el infierno. Lo tenía claro, lo tenían muy claro".

La terrible, simbólica montaña de Montjuic. Con el cementerio metiéndose casi en el mar, frenado tan sólo por los hangares de la Zona Franca. El castillo en lo alto, con la estatua ecuestre de Franco, en donde fusilaron a Companys y a tanto luchador. Y las chabolas, las barracas, como se llamaban entonces. Serrat rozó muy de cerca esa realidad, y difícilmente va a poder olvidarla. Fue Serrat de esos barceloneses que supieron que habían mejorado socíalmente cuando traspasaron determinado límite urbano. Pero de eso hablaremos más adelante.

Cuando Juanito ensaya –y sigue siendo Juanito para los suyos– establece entre él y los demás, sobre todo los músicos, una relación estrechamente amistosa, casi erótica. Es evidente que ejerce una vigorosa fascinación sobre quienes le rodean. La misma a que somete al público. "Yo me he ido dando cuenta de que, además de gustarles lo que les cantaba, la gente me quería, a medida que me han ido queriendo. Lo que pasa es que siempre he sido desconfiado en este sentido, siempre he tenido un mecanismo de defensa, y lo sigo teniendo. Lo que puedo decir es que las veces en que he perdido esta referencia, por suerte me han pegado una hostia en los morros que ha hecho que me diera cuenta".

Y dice que el éxito estrepitoso, como el que él obtuvo a partir de "Cançó de matinada", modifica muchas cosas. "Tu estructura familiar, tu relación familiar. A mí me modifica tanto como que soy capaz de llevar a los míos al límite de su sacrificio. Es decir, cuando llega el momento en que empiezo a ganar pasta y decido comprar un piso en un barrio elegante, y llevármelos allí, como es la obligación de todo buen hijo de nuestra generación y de clase humilde si progresa en la vida. Eso lo hemos podido hacer muy pocos, pero lo hemos soñado todos".

Entonces Juanito va a su padre, que ha estado trabajando toda su vida en la Catalana de Gas, y le dice, padre, cuánto ganas, esta mierda, pues pide el retiro por anticipado, y el hombre se lo cree y lo pide. "Y yo en ese momento no me doy cuenta de lo que estoy haciendo. Porque, claro, no pasó nada, pero yo estaba, primero, desclasando a toda mi gente, sacándoles de su entorno, porque yo me piro y ellos se quedan allí. Y, segundo, a mi padre le hago abandonar su trabajo para vivir a expensas de la hipotética fortuna de su hijo, que no existía, porque su hijo no tenía más que lo que podía sacar en adelante. Y, si me ocurre cualquier cosa, coloco a mi familia en la más espantosa de las miserias. Y yo tuve mucha suerte, porque todo fue bien, pero el desequilibrio que eso te causa tienes que arrastrarlo siempre".

Ensaya a medía voz las canciones que grabará más tarde, hace como una parodia de sí mismo, salta a los brazos de Ricard Miralles, como un bebé o un simio, intercambia mensajes cifrados con Josep Maria Bardagí, filosofa con Francis Rabassa o Jordi Clúa. Son sus músicos, sus compinches, su equipaje. Llevan muchos años juntos, y se entienden bien.

"Los músicos tenemos unas claves muy especiales, no sólo en cuanto a contenido, sino también en la utilización del lenguaje. Empleamos vocablos que la gente que no está en la historia no puede entender. Supongo que eso viene de que el mundo de los músicos tiene unas características determinadas, y unas soledades muy específicas. Es decir, es un mundo tremendamente solitario y, por lo tanto, supongo que, como los que se pinchan, inventamos un lenguaje, unas normas de comportamiento, unos mecanismos, y todo esto lo hacemos para crear una barrera de protección delante de toda la agresión que pueda venir de fuera. Porque es un mundo absolutamente puteado por todo lo que son sistemas de consumo, por el mal trato de todos los ignorantes que viven de la música, ignorantes con corbata y traje blazer, todo ese personal lamentable que rodea este mundo y que opina, ¡que dan su opinión!, que dan sus criterios estéticos como fórmulas de avance cultural. Si la cultura musical tuviera que avanzar por ellos, madre mía. Bueno, sus frutos los tenemos allí, en la calle, los frutos de sus ideas. Esos personajes que creen que son nuestros inventores, que van por la calle diciendo: 'A fulano lo he inventado yo'. Ellos, que no han inventado ni una piula (espécimen mínimo de petardo verbenero, intraducible al castellano)".

Quizá por todo eso ahora, mientras comen, tú te quedas al margen de lo que cuentan, de la historia del padre y el hijo, los dos músicos, muy pulcros, que llegaban siempre puntualmente a las grabaciones, a los conciertos, que vivían juntos y eran el uno para el otro; y que un día murió el hijo y el padre le siguió poco después, porque no sabía para quién vivir ni junto a quién tocar. O de aquel hombre, músico también, que cuando murió le dijo a su hijo que legaba su instrumento favorito a fulano de tal, y entonces todos se explicaron por qué fulano de tal, que vivía en el otro extremo del mundo, se parecía al músico que se estaba muriendo como una gota de agua a otra. Y luego empiezan a hablar de los músicos valencianos, que dicen que el día que se vayan de Madrid todas las orquestas, empezando por la del Real, van a quedarse en cuadros.

Y está Joan Manuel entre sus músicos, en el estudio de grabación, como en casa. Soportando la gripe que le agobia, acudiendo al remedio casero con el que suele viajar: cazuelita, toalla y hojas de eucaliptus para hacer vahos.

Pero estábamos en que el éxito desequilibra, en que cuando uno pierde el punto de referencia, que para Joan Manuel es la desconfianza, lo mejor es recibir un buen trastazo: "Entonces dices, augh, y vuelves a colocarte en la maroma, como puedes. Todo esto halaga mucho, es goloso. Hay muchas tentaciones; algunas son muy agradables, y otras, de muy mal despertar, de muy difícil control. Yo sigo peleándome, porque las cosas son diferentes a los 40 años. El envase es muy otro". Del envase dice, en una ocasión, que le fastidia que el cuerpo no responda como antes, que al final de un partido de fútbol te encuentres con el aliento fuera del pecho.

Además de los platillos, Serrat tiene entre manos crear ''Taller 83'' Mucho más joven, y más fuerte, era Serrat en la época en que cayó en manos de José María Lasso de la Vega, un manager de acero, que le sometió a una verdadera maratón de la que el cantante salió agotado pero convertido en figura internacional. Fue la época del barrido en Latinoamérica, de los demenciales veranos transcurridos en avioneta, de una gala a otra, con intervalos de pocas horas. Fue la época del "La, la, la", de su tan cacareado plante a Eurovisíón. Hoy día te da casi vergüenza hablarle de esas cosas. Puedes imaginar a Serrat, con sus repentes, esos arrebatos que siempre han sido pieza de escándalo y que a él le han servido para irse haciendo. De Lasso de la Vega no quiere hablar: "Hay un refrán que dice que al burro muerto, la cebada al rabo". Y de sus arrebatos, lo que él llama 'mis hostias' –lo del festival de Eurovisión de 1968, su encierro en Montserrat cuando el proceso de Burgos, en 1970, y sus declaraciones en México, en 1975, cuando las últimas ejecuciones del franquismo–, dice:

"Yo nunca he sabido exactamente por qué hacía estas cosas; bueno, evidentemente lo sabía, pero quiero decir que tenía mucho más claro lo que no tenía que hacer. Y el saberlo te facilita la acción, no en el sentido de que sea sencillo, sino de que no tienes dudas. Lo que pasa es que al mismo tiempo sientes miedo, y pareces el Flecha Verde pero con la caca encima, y eso no le gusta a uno nada".

Lo de 1975 es, quizá, lo que más repercutió en su evolución personal. Aquellas duras palabras suyas condenando las ejecuciones le valieron un exilio que duró 11 meses, porque Franco murió entre tanto, y en este país empezaron a pasar cosas; pero cuando Serrat habló, el final del régimen era todavía una incógnita.

Y cuando vuelve, en 1976, se produce el desconcierto. El 20 de agosto de ese año se encuentra con un país que se le ha escapado de las manos, con unas situaciones y unos nombres que, para descifrarlos, necesita el libro de claves continuamente. "Muchos libros de claves, porque aparecen siglas, terminologías que no conozco. Hay una avalancha tan grande, que el tren pasa a toda leche, y un año fuera es un desmarque terrible".

Lo de las siglas, sin embargo, lo tenía Joan Manuel muy diáfano desde hacía tiempo. Quizá desde que se inició en él un proceso de concienciación, precisamente al haber sido testigo de las luchas de América Latina. En París le contactan los socialistas; gentes como Quico Sabater o Quico Vilabadal son fundamentales para que se una a su causa. Aunque lo fundamental, diría yo, es el origen del propio Serrat, lo que ha visto y oído desde pequeño, lo que ha vivido.

A veces, el pequeño Juanito llegaba al piso de la calle del Poeta Cabanyes, llegaba con la cartera colgando del bracito delgado, con las rodillas churretosas y la respiración acelerada. Y encontraba a Ángeles, la madre, callada, entristecida en un rincón. "No es nada, no es nada. Es que un día como hoy, hace tantos años, mataron a tu abuelo". Y otro día: "Es que hace tantos años que mataron a tu tío". Y a tu abuela, y a... Sangrienta historia familiar la de la madre, con 32, 32 parientes asesinados a manos de los fascistas, en aquel pueblito de Teruel en el que ella creció, recia como un roble. Una historia que Joan Manuel ha tenido siempre presente, así como el espíritu de clan.

"En mi familia, hemos estado muy unidos en todo momento. Porque no se trataba de una familia reducida al padre, la madre y los hijos, sino de una familia grande, un clan. Aparte de mi hermano y yo, aparecen dos chicas, que son hijas de una hermana de mi madre, muerta al parir la más pequeña, y a cuyo padre lo mataron también en la guerra. Mi madre las crió. Y luego estaban todos los huérfanos y las viudas que dejó la contienda, que hemos estado siempre muy juntos. La necesidad crea la relación y, evidentemente, la relación ha creado la necesidad de seguir viéndonos y seguir funcionando muy unitariamente. Yo puedo decir con orgullo que, cuando a alguien de la familia le ha ocurrido algo, siempre ha habido cuatro para salir a la calle a tapar el agujero sin ni siquiera hacerlo notar. Y esto es algo que te da mucha fuerza. Hoy en día se entiende poco, porque nos han celulificado la familia para convertir al individuo en la cosa más indefensa que pueda haber. Hay muy mala leche suelta; saben perfectamente, los que pretenden administrarnos, que un hombre, una mujer y unos hijos, eso que llaman la familia, no es más que una caca. La familia es otra historía, algo de mucha gente; que cuando está enfermo los otros trabajan para él, sin problemas y sin tener que depender del presente usted este papel, venga usted mañana a las cuatro, y he dicho Martínez, no González. Es el clan lo que importa. Y si el clan es ampliable, si se convierte en algo de lo que todos formamos parte, esto seguramente será la sociedad, esa que los poca vergüenzas llaman utópica".

Serrat ha aumentado el clan, por su parte. Un hijo ya mayorcito, Queco, habido de sus relaciones con la modelo Mercedes Doménech, que vive en Madrid, con su madre, y al que el cantante ve siempre que puede. Una hija chiquita, María, producto de su matrimonio con Candela, bella y silenciosa mujer que suele seguirle a todas partes, envuelta en jerséis de colorines. El clan, sin embargo, sufrió no hace mucho una baja importante: la muerte del padre. Le pregunto cómo se supera eso y hace un gesto de desaliento.

"Muy mal. No se supera. Es imposible. Fue por esta época, ahora hará tres años. Para nosotros, los hijos, es otra historia, pero los viejos... La madre lo echa mucho a faltar. Pero te iba a hablar como si fuera ella, y me doy cuenta de que no puedo ponerme en su lugar; yo no sé cuál es su mundo de sensaciones; no sé si he llegado a saber lo que siente en relación con la pérdida de mí padre".

Es una maña fuerte, la madre, que cuando era joven ayudaba a pasar rojos por las montañas y que hoy sigue velando por su hijo, enérgica, valiente. La ves en los recitales, preocupada porque se le enfríe Juanito, reacia a admitir que los chicos son otra cosa. Un amigo, al final de un concierto, le promete a Joan Manuel que algún diría irá a verle con una botella de whisky, y ella que está en el otro extremo del camerino, salta rápida: "Ah, no, eso no, que no le conviene". "Mi madre es la ley seca", se ríe él, que seguramente ha sentido el peso de esa maternidad excesiva volcada en él, el hijo pequeño, ya que su hermano es mucho más mayor. Y:

"Ha sido para mí un hermano extraordinario. Porque él ha sido el oscuro, y yo el brillante, y, a pesar de todo, no me tiene ninguna manía, al contrario, y yo le respeto tanto que cuando he tenido problemas de cualquier tipo siempre he acudido a él. Hay una absoluta confianza entre los dos aunque a veces no sabemos por qué funciona el uno y por qué no funciona el otro, aunque a veces no nos entendemos; y siempre estamos atentos a que el otro no patine".

Luego te habla de Queco, que se ha cortado los tendones de dos dedos y le han tenido que enyesar un brazo, y de María: "Ah, la María; ha sido mi consuelo durante todo este tiempo de médicos, de nervios, de malas rachas con la salud... La María se me acerca, se agarra a mi pierna, y hay que verla crecer". Te cuenta que está aleccionándola para que le grabe en vídeo sus películas, sus programas favoritos: "La María me lo hará, porque ya sabe para qué sirve cada botón, es una nena del futuro". Y, con un guiño misógino dirigido a los músicos, "porque mi mujer no me graba nada de lo que le pido, así son ellas".

Para que Joan Manuel Serrat, estudiara, los suyos se dejaron el alma. "Mis padres se comprometieron con ellos mismos para que yo tuviera una carrera, estaban completamente convencidos de que un tío que estudiaba conseguía un título y de que ese título le permitía aplicar todo lo que había aprendido. Trazaban un círculo muy pequeño, y yo también me lo creí. Evidentemente, es una gran mentira, porque la Universidad sólo sirve para educarse de una manera general y abstracta, y es cuando acabas cuando realmente has de ponerte a estudiar, si quieres poner en práctica lo poco que has aprendido. Yo nunca fui un buen estudiante de bachillerato, lo hice todo con cincos, lo cual tiene mucho mérito, porque a la que te descuidas te dan un seis y se te va el montaje al carajo. Y, en la Laboral tampoco me esforcé. Fue cuando entré en la universidad, y vi que estudiar o no dependía de una mierda de beca de 6.0000 o 7.000 pelas, que ni siquiera eso podía pagar mí padre, pues entonces me puse fuerte".

"Realmente, yo no sé cómo están las cosas en este momento, supongo que mejor, pero en mis tiempos, a la universidad sólo iba un 12% de hijos de obreros, un veintitantos por ciento de hijos de funcionarios, y el resto, cachorros de clases adineradas. No, yo nunca sentí el clasismo, al menos no tengo recuerdos en ese sentido, quizá porque yo no iba con cara de pobre, y esas cosas a veces son como un bumerán. Porque pienso que si vas en pelotas con naturalidad, la gente acaba por no fijarse. Es como cuando era pequeño y llevaba a casa a chicos de un nivel más elevado: la verdad, yo estaba muy contento con los padres que me habían tocado, muy orgulloso de mi casa, que mi madre la tenía muy bonita y muy limpia".

Estaba en la Laboral cuando un chico de Huelva, que se llamaba Prieto y tocaba muy bien fandangos, le enseñó a poner las manos sobre una guitarra. Más adelante, cuando estudiaba para perito agrícola, dos compañeros –"el Blanch y el Tarrés, uno de Tarragona y el otro de Lleida"– le enseñaron a poner los dedos en el mástil y a hacer tónica y dominante. "Y lo hice con una guitarra que, siempre me acordaré, me compró mi padre. Un día se presentó en casa con una bolsa de papel de la que asomaba la guitarra, y fue el mejor regalo que mi padre me hizo nunca. Bueno, no, el mejor fueron los treinta y tantos años en que me hizo compañía".

Eran tiempos de Ten Tops, de Los Llopis, de conjuntos de aquí como Gatos Negros, Mustang y Sírex, y de los grupos que tocaban música italiana. "Aunque la movida fuerte aparece sin duda con el fenómeno Beatles, que es un revulsivo muy grande para formar conjuntos, que hubo gente que se forró vendiendo baterías, y nosotros aprendimos a hacernos las guitarras eléctricas comprando pastillas y metiéndolas en la caja de las guitarras españolas, con un agujero para sacar el cable, porque no podíamos ni soñar con comprarnos una eléctrica".

Así que empezó a tocar y, muy estimulado por el movimiento de la Nova Cançó en Cataluña, y por su conocimiento de Brel y Brassens, se animó a componer. "Recuerdo que la primera canción que escribí fue "Ella em deixa". Y no, no me acababa de dejar nadie, qué va. Si yo siempre digo, y lo digo muy en serio, que uno de los motivos por los que yo tengo esta profesión es porque empecé a tocarles el culo a las chicas con mucha más facilidad. Y esto, para mí, siempre ha sido muy importante, y sigue siéndolo, seguramente es lo que más me divierte en el mundo".

Luego hizo "El mocador", "La mort de l'avi" y "Una guitarra", que fue su primer disco sencillo, grabado para la mítica Edigsa en 1964-1965. A Edigsa –en donde Salvador Gratacós, Claudi Martí y Antoni Ros Marbá creyeron inmediatamente en él– había llegado la mano de Salvador Escamilla y su programa Radioscope. "Otra vez aparece la radio en mi vida. Para mí fue el punto de lanzamiento, y el punto de soporte, porque en aquel tiempo las audiciones cara al público se pagaban, poco, pero bueno, 200, 300 o 400 pesetas, dependía de tu grado de popularidad. Y te hacías 10 programas al mes y te llevabas tres o cuatro billetes, que era mucho más de lo que cobraba dando clases particulares de cualquier cosa, que yo tenía mucha cara y me apuntaba a todo, o trabajando de tornero en la Vasco Catalana, o en Bicicletas Orbea, o en Correos, durante las vacaciones. Yo he hecho los oficios más diversos, porque estudiaba con becas, pero en los días libres tenía que ganarme la vida, y bien contento que estaba de sacarme unas pesetas".

Serrat, que se licenció de perito agrónomo con premio extraordinario, que quiso ser sexador de pollos –"no por vocación, sino porque estaba muy bien pagado y pensaba que eso me permitiría hacer otras cosas que me gustaban, pero no pudo ser, porque de sexar pollos los únicos que saben son los japoneses"–, se encontraba en el Centro Investigador de Jaca, haciendo un cursillo, cuando las cosas de la canción le empezaron a funcionar. Hasta entonces, había ido combinando su vida de estudios con la guitarra, pero el éxito de "Ara que tinc vint anys" y, más adelante, la salida de su tercer disco, con "Cançó de matinada" y "Paraules d'amor", le hizo tomar la gran decisión. "Porque ese disco se convirtió en número uno de ventas en todo el Estado español; era el primer caso en que esto le sucedía a una canción de habla no castellana. Y te estoy hablando de los tiempos en que los hit-parades eran una cosa seria".

Eso, y el hecho de que las relaciones sexuales mejoraban sensiblemente, le decidieron: "Me dije, noi, ésta es la profesión con que he estado soñando toda mi vida". En ese momento ya había dado recitales, primero como telonero, luego como segunda figura y, finalmente, toda la segunda parte, en el Palau de la Música –el templo de la Cançó– para él solo: "Sí, recuerdo que en la primera parte actuaron Jacinta, Marià Alberó y Jocelyne Jocá, que era francesa y, claro, cantaba en francés, y le arrojaron cosas por eso. En estos momentos hemos mejorado bastante, en Cataluña. Ahora pueden venir actores catalanes a hacer el Moliére y nos ponemos todos muy orgullosos. Luego se vuelven, evidentemente, a seguir haciendo el Moliére en francés".

Y entonces llega el éxito, el éxito fulgurante, ese que desequilibra y abruma de tentaciones. Un éxito que no parece haberle desmejorado. De Serrat dice Ricardo Muñoz Suay: "En aquellos años en los que la gauche divine, con esnobismo y baile de San Vito, convertía cualquier hecho más o menos cultural en cita obligada del antifranquismo, el Serrat acudía al festival de Molins de Rei para ver un cine más o menos marginado. Allí le conocí y siempre, desde entonces, conservamos la buena amistad. Joan Manuel no pertenecía a la familia de los comisarios políticos ni a la de los ayatollah de la canción. Era un chaval que tenía más de un motivo para entristecerse y que, sin embargo, su fórmula no era el canto gregoriano. Era una época en la que cambiaba de novia indígena por novia nórdica con cierta frecuencia. Y en la que, por amistad, colaboraba en alguna que otra alocada película de la 'escuela de Barcelona'. Para bien de todos, Serrat sigue hoy tan ávido y cordial como siempre".

El chico que sólo a los 20 años había atravesado la línea divisoria que siempre, para alguien nacido en los barrios bajos, está invisiblemente trazada en alguna parte de la ciudad, triunfó en la Cançó vertiginosamente. Superó en éxito a los demás, porque Serrat no sólo cantaba bien: cantaba lo que la gente deseaba oír, sus pequeñas cosas, sus sentimientos cotidianos. Era un poeta de la calle que a veces te ponía los pelos de punta con sus deslumbrantes metáforas. Y era también un chico guapo, con pinta de indefenso, que encima de un escenario se te comía el corazón.

en el camerino del Palacio de Congresos de Madrid Por eso no es demasiado aventurado pensar que quienes le volvieron la espalda cuando decidió cantar también en castellano, se la hubieran vuelto ya antes, mucho antes, cuando comprobaron que aquel muchacho de familia humilde, aquel charnego, les iba a pasar la mano por la cara con muy poquísimo esfuerzo. Frente a los anatemas que le arrojaron en aquel momento, hubo quien permaneció incondicional a Joan Manuel. Entre ellos, Guillermina Motta, de quien es amigo entrañable y que le enseñó a vestirse con gusto, a elegir bien la ropa, en los tiempos en que a Serrat le daba vergüenza llevar manga corta porque tenía los brazos demasiado delgados.

Pero, para entonces, y a pesar del dolor que eso podía causarle, Serrat había atravesado ya la Vía Augusta –que ésa y no otra fue su línea divisoria–, precisamente yendo a buscar a una chica, y estaba abocado a un camino que iba a seguir, inevitablemente, solo. Éxitos, tentaciones y novias, muchas novias, esas a las que se refiere Muñoz Suay. Algunas de ellas, con derecho a canción, como la famosísima "Conillet de vellut", que quienes le conocimos en aquella época asociaremos siempre a una bellísima modelo nórdica. Para entonces, Serrat tenía un horizonte tan abierto como el que los otros componentes de la Cançó no se podían atrever a soñar, un horizonte en el que cabían todos los retos.

Han pasado muchos años. Esos años en que ha aprendido a llevar sus riendas. Con grandes baches, como esos 11 meses de exilio que le devolvieron desconcertado y que, luego, dieron como fruto la mejor época de su vida, la última, en la que sigue siendo esencialmente fiel a lo que fue, sigue escribiendo versos sencillos y tremendamente definitorios: "Prefiero el farero de Capdepera al vigía de Occidente". A continuación, te cuenta que el farero de Capdepera –que es un pueblo mallorquín– ha muerto hace poco, y que nunca le vio. "Porque yo me iba al faro a fumarme canutos, y lo único que veía de él eran los ojos, que me miraban a través del recuadro de una mirilla". Sus fareros, sus traperos, sus titiriteros, sus vabagundos, su tío Alberto, sus niñas que se van de casa, sus baladas de otoño, su piel de manzana, su calle, su infancia, su paisaje, su Mediterráneo.

Todo eso desfila por tu cabeza cuando estás hablando con él, relajadamente, en el hotel en donde para cuando pasa por Madrid. Y cuando te habla de su nuevo disco, "Cada loco con su tema", que es, otra vez, una declaración de principios, de los mismos principios. Cuando te cuenta ese Taller 83 que lleva entre manos, que pretende, desde las ideas y la imaginación, potenciar la producción. Cuando se angustia ante el porvenir de los jóvenes, a los que nadie ayuda porque no tienen empleo ni poder adquisitivo, porque ya no son un filón a explotar como los niños. Cuando te dice que ésta es una sociedad cruel para los viejos, una sociedad injusta y desagradecida.

O cuando te habla de las fans –"qué corte, tú; de vez en cuando sale una que me trata de usted"–; y de la memoria –"que hay canciones mías que no recuerdo"–, o de la vez que estuvo en Saint Paul de Vance y conoció a Simone Signoret, sentada en el jardín, bajo un árbol, escribiendo sus recuerdos con las gafas caladas. "Ella es la que sabe, porque lo que es el otro, Yves Montand, no se entera de nada". O cuando te dice que, este país, lo ve como la medalla del amor: "Mejor que ayer y peor que mañana. Mañana estarán mejor las cosas, a medida que seamos capaces de hacerlas mejor. Porque nadie nos va a regalar nada, no hay ninguna panacea, nadie puede organizamos lo que no nos organicemos nosotros; nadie va a defender lo que nosotros no seamos capaces de defender".

También te dice que él no distingue su trabajo de su ocio, porque "mi profesión no consiste sólo en cantar hoy en Logroño y mañana en Salamanca; también consiste en que sé qué carretera he de coger para disfrutar más con el paisaje aunque tarde más tiempo, en qué restaurante es el adecuado para comer muy bien, en qué dos bares pasan cosas, y a dónde ir, a quién llamar cuando he acabado de tocar en Salamanca. Y, además, entre esto, hay un rato en que me subo al escenario y canto".

El rumor de oleaje espeso se intensifica y se disuelve en palmas cuando Joan Manuel avanza hacia la parte delantera del escenario. No he querido subir a verle, porque este hombre todavía te hace sufrir, con esa fragilidad que le adivinas debajo y, al fin y al cabo, no va ser diferente esta ocasión de aquella vez, en el Palau, en que caminaba valerosamente por el pasillo, hacia lo que le estaba cambiando la vida. "En aquel café pequeño", cantó entonces, "en donde no quieren entrar ni la luz de la calle, ni la gente sensata". Era una Navidad, creo recordar, y Serrat se había convertido en el fetiche de la Barcelona. Nos gustaban sus canciones, nos gustaba él. Apetecía alborotarle el pelo y pedirle, a media voz, que nunca se lo acabara de creer. En el fondo, produce satisfacción verle subir por el túnel hacia los aplausos, y saber que mañana le tendremos, entre dos copas, riéndose de todo, riéndose de él, y tomándoselo todo, al mismo tiempo, pavorosamente en serio.

Y sigue siendo del Barça, y canta, imitando la música de "Mare Lola": "S'alça i es troba tot sol, centra i marca un gol... Maradona!". ("Se eleva y se encuentra solo, centra y marca un gol... ¡Maradona!"). Y vuelve a reír, a reír, que esa risa no le falta nunca.

Material extraído y recopilado de la antigua página de Paco Martín.


Otro Honoris Causa para Joan Manuel Serrat, ahora por la Universidad de Lleida.

Tiene esta distinción en universidades de México, Argentina y España
La investidura oficial como Doctor será el próximo 24 de mayo

El consejo de gobierno de la Universitat de Lleida (UdL) ha aprobado este miércoles el nombramiento del cantautor Joan Manuel Serrat como Doctor Honoris Causa, ha informado la UdL en un comunicado.

El "chico del Poble Sec", que ya cuenta con esta distinción por parte de cuatro universidades de México, dos de Argentina y tres de España: la Miguel Hernández de Elche, la Complutense de Madrid y la Pompeu Fabra de Barcelona, será investido el próximo 24 de mayo en un acto en el Auditorio Municipal Enric Granados.

Serrat ha recibido la Medalla de Honor del Parlament de Catalunya, la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo que concede el Consejo de Ministros, dos premios Ondas, un Grammy Latino, el premio Ciutat de Barcelona y la Medalla de Oro de la ciudad condal.


© Pere Mas Pascual (1997-2017)