Una iglesia romana expone "pruebas" de la existencia del purgatorio

En Roma, a la orilla del Tíber, a diez minutos del Vaticano, se levanta una extraña y minúscula iglesia neogótica que no tiene ni cien años y suele llamar la atención de los turistas porque no pega nada con la ciudad. Pero lo que contiene es aún más raro. Es la parroquia del Sagrado Corazón del Sufragio, una de las pocas dedicadas expresamente a las almas del purgatorio y seguramente, única: alberga un museo sobrenatural de 'pruebas' de la existencia de ese lugar. Es en realidad una vitrina con 19 objetos sobre diez casos de presuntos rastros dejados por difuntos a familiares para meterles prisa en la celebración de misas y oraciones a su favor.

Debían de ser efectivos, porque es de suponer que causaron sustos tremebundos. Por ejemplo, a sor Maria Herendorps le puso la mano encima el fantasma de sor Chiara Schoelers, compañera de fatigas en el coro de un convento de Westfalia, y ahí mismo dejó una huella de fuego en su casto 'grembiule'.

Todo son impresiones de misteriosas manos nocturnas en sábanas, camisones y hasta gorros de dormir. También en libros. La mayoría, curiosamente, a mujeres, varias de ellas monjas.

El caso más destacado, fue el de un sacerdote del monasterio italiano de San Leonardo de Montefalco, que tras su muerte dejaba todos los días un billete de 10 liras en la puerta del convento para que hicieran misas por él. Así hasta 300 liras del 18 agosto al 9 de noviembre de 1919, según explica el folleto del museo. Y allí está una copia de uno de los billetes.

La misma fundación de la iglesia y la idea del museo se debe a un suceso de este tipo. Cuando el padre Victor Jouet visitó el terreno en 1894, los propietarios le llevaron a un rincón donde había un pequeño altar en memoria de los difuntos, como muchos de los que todavía se ven en las calles de Roma. En una esquina había una mancha que, con un poco de imaginación era una cara de gesto dolorido, según muestran las fotos del museo. No hubo más que hablar y quedó claro que era un alma del purgatorio, por lo que la iglesia se dedicó a este sector del más allá.

El barrio, la verdad, ya tenía tradición al respecto, según explicaba el párroco:

�En esta zona tuvieron lugar muchas batallas, desde la antigüedad, y quien tenía un huerto encontraba día sí día no una calavera o unos huesos. Esta presencia tan constante de los muertos hizo que la gente fuera especialmente sensible y a menudo hacía altares en su memoria, para quedarse más tranquilos�.

Lo cierto es que el padre Jouet se apasionó con el tema y recorrió Europa en busca de más pruebas. No obstante, el párroco actual se cuida mucho de precisar que el valor del museo �es puramente humano y no constituye una prueba de la realidad del purgatorio�.






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