LA COSMOLOGÍA Y LA EXISTENCIA DE DIOS

Para este trabajo vamos a utilizar los argumentos que nos ofrece el estado actual de la ciencia y la filosofía.

En primer lugar, vamos a exponer la situación actual del conocimiento científico con respecto a esta materia. En una segunda parte, trataremos el tema desde las diferentes perspectivas filosóficas.





LA COSMOLOGÍA CRISTIANA Y LA CIENCIA

Ya desde que el hombre tuvo uso de razón se planteó la gran pregunta: "¿de donde venimos?" Hace unos dos millones de años que el hombre apareció en la tierra, y tanto desde el primer momento, como ahora, esta pregunta aún sigue sin una respuesta definitiva por parte de la ciencia.

Las dos posturas que tradicionalmente se tomaron al respecto fueron la religiosa: Dios es el Creador de todas las cosas; y la atea: el universo es una entidad autocreada o sin creación en un momento preciso, pero que es eterna. En esta segunda postura las variantes son muchas, pero todas coinciden en una misma cuestión: hasta el momento nadie, ni científicos ni filósofos, ha sabido dar una respuesta definitiva a la gran pregunta: si no fue creado por un Dios Omnipotente, ¿de dónde procede el universo? y en el caso de que este universo sea eterno, ¿cómo explicar esa eternidad que contradice el principio general de causalidad que rige el cosmos?



Una vez expuesto el problema a tratar, vamos a explicar las diferentes respuestas que la humanidad ha ofrecido hasta el momento.



En el mundo occidental, la religión ha sido hasta hace sólo un par de siglos la única respuesta posible al problema. Las culturas prehistóricas no nos han dejado expuestos por escrito sus pensamientos al respecto, pero sus obras de arte religioso -dólmenes, enterramientos, templos- demuestran una fuerte presencia del elemento místico en sus vidas.

En la civilización clásica, se sostenía que el universo era eterno, no una creación divina. Los dioses grecolatinos no eran dioses creadores como el de los judíos, ya que la existencia del cosmos era anterior a ellos. Este punto de vista resulta sorprendente hoy en día, pero, al parecer, los clásicos no podían concebir que el cosmos pudiera estar completamente vacío en algún momento del pasado. Los astros estaban ahí y las cosas no podían ser de otra manera.

Con la llegada del Cristianismo, la situación cambió un poco. Dios era ahora el Creador universal, del que procedía todo lo existente. Esto solucionaba el problema de la causalidad, ya que Dios, como Entidad que no está ligada al tiempo ni al espacio, no está sujeta al principio de causalidad. Dios era el Alfa y el Omega, principio y fin, por consiguiente, no había lugar a plantearse por la causa originaria de Dios; al contrario de lo que sucedía con el esquema anterior, donde el cosmos, aunque considerado eterno, difícilmente podía explicarse sin una causa previa a él.

Esta argumentación fue desarrollada plenamente por Santo Tomás, que con sus cinco vías demostraba la necesidad de una Causa Primera, para él necesariamente Dios. Estas argumentaciones fueron tomadas a su vez de Aristóteles, con el cual coincidía en la necesidad de una primera causa, aunque éste filósofo no afirmase que tuviera que ser necesariamente una divinidad.

Realmente lo que han hecho estos dos pensadores ha sido certificar una realidad evidente ya expuesta en el Génesis: que el mundo no se explica a sí mismo. Las leyes de la causalidad, del movimiento, de los estados de la materia, etc, sólo explican estos procesos hasta un determinado punto, llegados al cual, es necesario plantearse el origen de todo el proceso, pues aún en el caso de ser un proceso infinito, precisaría de una explicación sobre el origen mismo de ese proceso en el infinito.

El esquema de un Dios Creador planteado por el cristianismo perduró en occidente durante unos mil quinientos años. Según este esquema, el universo actual tendría su fecha de inicio en el año 5000 antes de Cristo. Una fecha calculada a partir de las genealogías bíblicas. Adán y Eva eran los padres de toda la humanidad, y las especies fueron creadas como tales por Dios, según relata el génesis.

Con la aparición del evolucionismo de Darwin, este esquema se tambaleó como nadie había podido hacerlo antes. Muchos pensadores consideraron que el esquema bíblico había quedado desfasado, y por extensión, todas las religiones. La Iglesia tuvo que cambiar las interpretaciones literales que hasta entonces había mantenido sobre este tema para afirmar que se trataba de una metáfora para explicar el origen del cosmos al pueblo pastoril que habitaba en Judea dos mil años antes de Cristo.

En el momento actual, la Iglesia no se ha pronunciado sobre el evolucionismo, dejando libertad a los creyentes para que opinen lo que les parezca -aunque el papa Juan Pablo II afirmó el 22 de octubre de 1996 ante la Academia Pontificia de las Ciencias que los "nuevos acontecimientos llevan a pensar que la teoría de la evolución es más que una hipótesis" y que hay "argumentos significativos en favor" de la teoría del Evolucionismo.

Actualmente el evolucionismo es una teoría que pocos científicos discuten, aunque no es tampoco definitiva su veracidad debido principalmente a la complejidad extrema de los organismos vivientes. A muchos les resulta imposible aceptar que el simple azar unido a un largo período de tiempo pueda crear criaturas tan extremadamente complejas como un hombre. Últimamente, algunos científicos vinculados al protestantismo defienden de nuevo el creacionismo con la teoría del "diseño inteligente" basándose en la carencia de pruebas definitivas que demuestren la aparición de unas especies a partir de otras.

En cualquier caso, como ya se ha dicho, esto no cambia más que el aspecto fisiológico de la procedencia humana. La Iglesia mantiene que, sea cual fuere el origen físico del hombre, "el alma procede de Dios". Es decir, cuando el homínido pasa a ser un ser racional capaz de diferenciar el bien del mal, debe considerarse que ha entrado en la esfera de lo que se considera humano.

Esta nueva teoría darwinista nos retrotrae en el tiempo de una forma realmente inaudita, ya que pasamos de los siete mil años que nos separaban de Adán y Eva hasta los dos mil millones de años que, se estima, han transcurrido desde que aparecieron las primeras formas de vida sobre este planeta.

Resumiendo brevemente, el hombre procedería de los homínidos, éstos de los simios, éstos de mamíferos diversos, los mamíferos de los reptiles, éstos de los anfibios, éstos de los peces, éstos de diversas criaturas marinas, que a su vez procederían de las bacterias. En este punto, es difícil diferenciar el reino animal del vegetal, pues los animales monocelulares pueden tener propiedades de ambos reinos.

En resumen. El origen del hombre, habría que buscarlo en estas primeras bacterias aparecidas en los océanos después del enfriamiento que sucedió a la formación del planeta Tierra a partir de materia cósmica.

Llegados a este punto, nos encontramos con la misma pregunta. ¿Cuál es la causa de estas bacterias? Era evidente que no podían haber surgido sin más. Algunos enciclopedistas como Diderot ya aventuraban que el origen de la vida animada estaba en la materia inerte. Sin embargo, tuvo que pasar otro siglo hasta que las evidencias científicas fuesen lo suficientemente consistentes al respecto.

En la década de 1950 se reprodujo en un laboratorio las condiciones que se suponía existían en los océanos primitivos. En una probeta se mezclaron amoníaco, auga, metano, oxígeno y otros componentes minerales, en unas condiciones de calor y con sucesivas descargas eléctricas que imitaban a los rayos que probablemente se producirían sobre los océanos primitivos. Al cabo de algunas semanas se descubrió en el análisis de la mezcla algunos aminoácidos. Este tipo de compuestos existen en las cadenas de ADN que forman la base de la vida. Este descubrimiento se consideró que demostraba el paso de la materia inerte a la vida.

A pesar de ello, aún aparecen esporádicamente teorías sobre la posibilidad de que la vida llegase a la tierra en forma de bacterias que se hubieran formado en el espacio exterior y serían transportadas hasta éste y otros planetas por meteoritos.

Con estos descubrimientos, nuevamente se retrotraía enormemente el comienzo del cosmos, pues los cálculos más recientes calculan para este universo una vida de trece mil millones de años.

El paso siguiente, era el de encontrar el origen del mismo cosmos. Las observaciones radiotelescópicas del universo revelaron un dato sorprendente: el universo estaba en expansión. A partir de aquí, se formuló la nueva teoría del Big Bang o Gran Explosión para explicar la enorme velocidad con la que unas galaxias se alejaban de las otras.

Hoy, esta teoría parece la más probable a nivel científico. Se supone que hace trece mil millones de años, toda la materia del universo estaba concentrada en un único punto, que algunos dicen que era como el planeta Tierra, y otros lo reducen incluso a la cabeza de un alfiler. Esto es posible porque la mayor parte de la materia que nos rodea está prácticamente hueca. Un átomo se compone de un minúsculo núcleo con unos protones y neutrones, y proporcionalmente a mucha distancia en relación al tamaño de éstos, giran los electrones, que al parecer ni siquiera son materia, sino una especie de "onda". Es decir, resumiendo, este universo está prácticamente vacío y sería posible concentrar toda su materia en una esfera minúscula, que por algún motivo aún no explicado, estallaría hace trece mil millones de años formando después de millones de años de continua expansión, las galaxias, estrellas y planetas que conocemos.

Y hasta aquí es donde llega el estado actual de la ciencia. En trescientos años, hemos pasado de la creación de Adán y Eva por Dios, a la creación del Big Bang, por...???

Porque la gran pregunta continúa ahí. Los científicos están de acuerdo en una cosa: la materia y la energía no han podido surgir de la nada. Las leyes de la termonidámica nos dicen que nada se crea ni se destruye, sino que se trasforma. La ley de la causalidad nos dice que todo en este universo tiene una causa previa, así pues, la pregunta es la misma de antes: ¿De dónde surgió el Big Bang y toda su materia?

Ésto, hasta la fecha, es un misterio.

En conclusión. Debemos aceptar que aunque la investigación científica ha conseguido atrasar considerablemente la edad del universo, no ha conseguido explicar la pregunta acerca de su origen. Es decir, el argumento cosmológico sostenido desde el principio por los defensores de una Creación por Dios sigue siendo válido, pues la ciencia no ha sido capaz de dar respuesta alguna a tan intrigante cuestión.









EL ARGUMENTO COSMOLÓGICO Y LA FILOSOFÍA



A continuación vamos a exponer los argumentos filosóficos sobre esta cuestión basándonos en algunos autores pertenecientes a diferentes escuelas filosóficas del presente y el pasado.



En el mundo clásico, el hombre estaba completamente dominado por el destino, el fatum, que era preciso aceptar obligatoriamente porque así lo disponían los dioses.

Con la llegada del cristianismo, surgió una inusitada liberación. Llegaba el Dios que se declaraba amigo del hombre, lo que supuso para los conversos una inmensa alegría al verse libres de la tiranía despótica del destino.

Con la llegada de la Ilustración, y los avances científicos de los siglos XVIII, XIX y XX, empezó a considerarse otra vez a Dios como una especie de carga que lastraba el avance de la humanidad, y por lo tanto, de la que había que deshacerse. Y así empezaron a surgir filósofos que abogaban por la extinción de la Divinidad. Uno de los primeros fue Laplace, quien argumentaba que "una inteligencia que por un instante dado, conociera todas de las fuerzas de que la naturaleza está animada y la estructura respectiva de los seres que la componen, si por otra parte fuese lo bastante amplia como para someter estos datos al análisis, abarcaría en la misma fórmula los movimientos de los mayores cuerpos del universo y los del más leve átomo; nada sería incierto para ella, y el porvenir, como el pasado, se presentaría a sus ojos. Todos los esfuerzos del espíritu humano tienden a acercarnos incesantemente a la inteligencia que acabamos de concebir y de la que él siempre permanecerá infinitamente alejado." Es decir, el mundo es una especie de organismo mecánico regulado por leyes matemáticas que el hombre debe descubrir para utilizar a su favor. Es curioso, pero la frase de Laplace habla precisamente de una inteligencia omnisciente, divina, de Dios, en el cual él no creía por considerarlo una "hipótesis innecesaria".

Todo este proceso estuvo muy animado por la aparición de las teorías darwinistas, que por un momento parecieron desbancar definitivamente los argumentos bíblicos. Una posición que aún hoy en día muchos mantienen ingenuamente, pensando que la evolución es capaz de explicar el origen del cosmos.

A partir de estos años, aparecieron las primeras filosofías que trataban de encuadrar las religiones dentro de un esquema humanista. La religión como creación humana.

Feuerbach diseñó una filosofía atea muy elaborada. Su idea consistía en eliminar toda noción de la religión encuadrando esta ciencia teológica en la antropología. De esta forma, Dios no vendría a ser sino la reunión de todos los atributos positivos anhelados por el hombre. De hecho, este concepto convertía al cristianismo en la peor de las religiones, pues su Dios es la Perfección absoluta, el Infinito, y por consiguiente, es también la que mejor se presta a la alienación total del hombre.

Estos conceptos pueden resumirse en este adagio latino: homo homini Deus, el hombre es el dios del hombre.

Estas ideas de Feuerbach tuvieron una considerable influencia en la sociedad de mediados del siglo XIX. Pero cuando alcanzarían su apogeo sería con Marx y Bakunín, los padres del comunismo y el anarquismo respectivamente. Estos dos filósofos aceptaron con entusiasmo las teorías antropológicas de Feuerbach con respecto a la religión, por lo que puede considerárselo como el padre espiritual del marxismo. La expresión homo homini Deus se transformó en Marx en "La religión es el opio del pueblo", es decir, un alimento espiritual que sirve para mantener al proletariado sometido al injusto régimen socioeconómico imperante.

Nietzsche repite la filosofía de Feuerbach y la amplía hasta el límite. La religión no es más que un desdoblamiento de la personalidad en la que el hombre refleja todo aquello que quisiera ser y no es. Es como un espejo. El hombre religioso suele ser piadoso, débil, malo, sumiso e insignificante en su rutina diaria. Mientras que el Dios al que adora es precisamente lo opuesto: la fuerza, la bondad, lo extraordinario, etc. Dios no es más que una proyección mental creada por el individuo para poder salir de la aplastante rutina diaria y vivir más feliz.

Con este planteamiento, Nietzsche deduce que Dios es un estorbo para alcanzar la grandeza humana, un nuevo concepto al que denomina super-hombre y que estaría dotado de las cualidades que actualmente le otorga a Dios.

Por supuesto, la muerte de Dios anunciada por Nietzsche conlleva otras consecuencias, la más importante es el fin de todo concepto moral. El bien y el mal dejan de existir una vez que no hay Divinidad alguna que vele por su cumplimiento. Es un retorno a la ley de la selva, la ley del más fuerte, una especie de selección natural en la que irán siendo eliminados los menos capaces hasta que aparezca el super-hombre. Esta teoría es, simplemente, el darwinismo aplicado a la especie humana y llevado al límite más brutal. Todo parece indicar que los nazis interpretaron estas ideas literalmente, con las consecuencias que todo el mundo conoce.

Una vez llegados a este punto, el drama del ateo contemporáneo que ha matado a Dios consiste en que también se mata a sí mismo. Matar a Dios supone matar toda trascendencia humana. El hombre sin Dios no es más que un animal que nace, vive y muere sin dejar rastro, no hay nada que permanezca en la eternidad, lo mismo que los animales también desaparecen para siempre. Es decir, matar a Dios, es matar al hombre. He ahí el drama de los ateos.

Aunque Nietzsche nunca dio muestras de tener demasiado interés en el tema de la trascendencia, supo hallar la manera de corregir este problema de su filosofía con la teoría del eterno retorno. Para Nietzsche, igual que para los clásicos, el universo era eterno, no creado, y el tiempo era infinito. Entonces, teniendo en cuenta que el número de átomos era limitado, sólo era posible combinarlos de una forma finita durante toda la eternidad. Por consiguiente, aunque un hombre muriese, volvería a la vida en el futuro, cuando una recombinación casual de la materia volviese a formar su cuerpo tal como había sido en el pasado. Es decir, Nietzsche podía jactarse de haber logrado demostrar que, a pesar de su ateísmo, tenía garantizada la eternidad.

Evidentemente, Nietzsche no conocía aún la teoría del Big Bang y la muerte térmica del universo, prevista para cuando la expansión del cosmos se complete. De todas formas, es importante desmontar esta tesis.

Refutación racional del eterno retorno

Si partimos de un mundo limitado (es decir, aceptamos la existencia de átomos o partículas últimas de realidad) en un tiempo infinito (esto es, damos por buena la hipótesis de la eternidad de la materia, que existiría sin principio ni fin demostrables), ENTONCES el eterno retorno es un hecho y una necesidad, tal como afirmaba Nietzsche.

Analicemos esto:

1) Si la materia es finita, no podemos obtener de ella infinitas combinaciones distintas.

2) La materia es finita, luego el ciclo también será finito. Habrá infinitos ciclos idénticos.

Bien hasta aquí. Habiendo explicado lo que toca rebatir, procedemos a ello alegando los siguientes contraargumentos:

1) En primer lugar, la finitud del hombre y de todo lo corruptible. Porque, de ser cierto el eterno retorno, ¿no sería nuestra limitación temporal poco más que una ilusión, procedente de la limitación de nuestros sentidos? En efecto, al repetirnos en los distintos eones de un tiempo infinito, moriríamos y renaceríamos un número indefinido de veces; seríamos de facto eternos por el mero hecho de haber existido en una ocasión. Nunca naceríamos, sino que habríamos nacido siempre. Nunca moriríamos, porque ya habríamos muerto tantas otras veces, sin sufrir un cambio de estado tangible.

2) En segundo lugar, el libre albedrío humano. Pocos renunciarían a él en favor de una ficción que presupone que todo se repite eternamente. Si la repetición es eterna, no tiene principio ni fin. Si no tiene principio, la voluntad no interviene en ella, no hay incoación del acto en ningún momento, sino que algo es porque es. Si no tiene fin, no hay intencionalidad en nuestro proceder, sino mera imitación inconsciente de un inflexible hado. De nuevo, al negar el tiempo, nos vemos reducidos a entelequias, a seres carentes de dynamis, reflejo de lo que siempre fue pero nunca comenzó a ser.

3) En tercer y último lugar, el principio de identidad de los indiscernibles. Pues, si todo vuelve sin cesar y de un modo idéntico, ¿por qué no decimos más bien que nada vuelve y que todo es desde siempre? Dado que un mundo que en nada se distinga de otro es, en realidad, el mismo mundo en tiempos distintos. Y, bien mirado, el factor tiempo no añade nada nuevo aquí, pues, en este caso, suponemos tiempos exactamente iguales en sucesiones regulares; luego estaríamos hablando del mismo mundo y no de infinitos mundos, que sólo se diferenciarían en el nombre equívocamente asignado.

Concluimos: si negamos el eterno retorno, negamos también las premisas que conducen a él irremediablemente, a saber: 1) la existencia de partículas últimas de realidad y 2) la eternidad del universo, su no creación en el tiempo. Al negar el punto 1) posibilitamos la libertad; al negar el punto 2) presuponemos a Dios.

Epílogo 1

Todo es contingente, necesariamente. La necesidad sólo se da fuera del tiempo, sub specie aeternitatis. En cambio, en el tiempo, todo lo que no ha llegado a ser es siempre relativamente contingente, en contra del eterno retorno, por un lado, y del caos, por el otro.

El principio de causalidad es la ley, Dios el legislador. Sujeto a ella en el tiempo es, en tanto que precondición de la misma, superior a ella fuera del tiempo.

Epílogo 2

Una cosa es presuponer la infinita divisibilidad de la materia, otra la infinita causalidad. Por la primera sólo afirmamos no haber nada que limite al mundo en su homogeneidad, negamos en consecuencia el vacío. Por la segunda anulamos el movimiento mismo. La solución a esta aporía estriba en suprimir la causalidad material, cuyo principio nos resulta incomprensible, y presuponer la armonía entre substancias, al modo de Leibniz.

Epílogo 3

El Ser es, y todo es por el Ser. Todo es porque el Ser es verdad, pero no es verdad el Ser porque todo sea.



Una vez rebatida esta opción, podemos continuar con nuestros argumentos previos. Cuando estos filósofos de la sospecha se deciden a matar a Dios, el hombre pierde su dimensión moral. Deja de ser una entidad creada a "imagen y semejanza del Creador", y se convierte en unha simple célula perdida en la inmensidad del espacio. Es un número sin mayor interés ni importancia. De ahí el peligro real de que algún régimen político o religioso se avenga a utilizarlo como mero instrumento de alguna ideología, o someterlo a toda clase de purgas e incluso genocidios en pos de alguna causa más elevada, lo cual no tardaría más que unos pocos decenios en producirse con los totalitarismos nacionalsocialista y marxista.

Sin Dios, el hombre pierde su carácter de ser creado por la Entidad Divina, ser que puede llegar incluso a divinizarse, y pasa a ser un mero animal insertado en el engranaje del universo. El hombre deja de ser hombre porque nada de él lo trasciende. El hombre es un "ser para la muerte". Como diría Heidegger más tarde, "la nada es lo que caracteriza al hombre".

Pero sigamos con Nietzsche. Para Nietzsche el ideal humano está en la tierra. Siente una aversión visceral por el cristianismo, al que considera una religión de esclavos sumisos y débiles, y vuelve su mirada al ideal clásico de Dionisios, el dios del vino y los placeres sensuales, de la amoralidad y la irracionalidad, tan diferente del Dios cristiano.

Del mundo clásico rechaza de plano a Sócrates, por el carácter moral de su obra. Dionisios representa el ideal de vida Nietzscheano.

Un filósofo contemporáneo de Nietzsche fue Kierkegaard. En este autor, tiene una importancia capital su vida personal. Su padre le confiesa que en su adolescencia maldijo a Dios, y que a consecuencia de ello, una maldición se cebó en toda su familia. De hecho, esta familia murió casi toda a excepción del padre, y dos hermanos. Esto lo atribuye Kierkegaard a la Providencia divina. A partir de aquí se convierte en un fervoroso creyente, e incluso pensaba que Dios mismo lo había elegido para defender la fe. Kierkegaard se define como cristiano, pero siente antipatía por la religión mayoritaria en su país, Dinamarca. Acusa al luteranismo oficial de ser un cristianismo diluido. Se opone igualmente al cristianismo concebido como un simple pensamiento cristiano, él lo que quiere es fe auténtica.

Considera que Dios es un ser singular. Por un lado es infinito y también es infinita la distancia que hay entre Él y el hombre, pero al mismo tiempo, el hombre no tiene a nadie tan cerca como a Dios. El mismo cuadro se reproduce con la Encarnación. Dios se encarna en la historia humana, pero al mismo tiempo sobrepasa ampliamente a esta misma historia.

En los filósofos anteriores, se criticaba al Papa, a la Iglesia, a la doctrina social, etc, pero con la llegada de los "filósofos de la sospecha", el ataque se centra frontalmente contra el cristianismo. Cuando no se apoya firmemente el ateísmo, se defiende un nuevo paganismo moderno.

Para Nietzsche, Compte y Feuerbach el cristianismo no es más que un mito o leyenda, y la moral cristiana un crimen capital contra la vida. Nietzsche considera que el cristianismo es lo más opuesto que existe a la vida y por ello lo rechaza de plano. Esta misma postura, no es nueva para la Iglesia. En los primeros siglos tenemos a los filósofos paganos, en el Renacimiento a Maquiavelo, que rechazaba la moral cristiana con idénticos argumentos de "ser contraria a la vida", y los enciclopedistas de la Ilustración, con Diderot y Voltaire a la cabeza argumentaban otro tanto.

Nietzsche fue posiblemente el filósofo más peligroso de la época moderna para la religión. Las consecuencias de su filosofía fueron catastróficas. Su desprecio por el débil, el enfermo, y el servil, y su aprecio por la fuerza, el poder, etc, parecen haber influido notablemente en los regímenes totalitarios del siglo XX.

Habría que preguntarse si buena parte de la culpa de todo esto no será de los propios cristianos, que predican el Evangelio sin ilusión ni alegría, y así difícilmente pueden extender el Mensaje al resto de la sociedad. La propuesta más válida consiste en volver al Evangelio. La filosofía cristiana no es una moral de esclavos, como dice Nietzsche sino la del amor. Es este punto el que debe primarse.

El paso siguiente es el análisis del positivismo de Auguste Comte.

Este filósofo se caracteriza, como los anteriores, por su aversión al cristianismo. Comulga con Feuerbach en que la religión no es más que un producto humano, pero, más realista, y sabiendo que existe una religiosidad natural en el hombre, Comte no aspira a eliminar la religión, sino a sustituirla por una nueva de corte humanista: la religión de la humanidad.

Comte afirma que la humanidad pasa por tres estadios de desarrollo: el teológico o ficticio, el metafísico o abstracto y el científico o positivo. En este último estadio, aparece una nueva forma social "científica", la sociología, en el que los sabios construirán un nuevo poder social.

Comte estaba completamente convencido de lo que escribía, e incluso llegó a fijar una fecha para la extinción total de la religión en 1860. Es fácil advertir en este filósofo un gran alejamiento de la realidad, e incluso se llega a percibir en algunos pasajes de sus libros algo semejante al trastorno mental.

Las religiones para Comte no fueron más que instituciones espontáneas de la humanidad para encontrarse, en su infancia, guías imaginarios que la clase preponderante no podía encontrar en otro lado. Se pasa de la adoración de fetiches a las religiones más complejas.

El paso siguiente, la metafísica, no es más que un sucedáneo de la religión, una religión de transición entre la teología y la ciencia, cuya utilidad principal es precisamente acabar con el estado de "infancia" que para la humanidad supone el régimen teológico.

Las explicaciones de Comte son poco científicas, cuando no totalmente imaginativas. Afirma que las religiones pasan de un estado politeísta inicial al monoteísta posterior. Pero no logra explicar satisfactoriamente el caso del monoteísmo judío.

Más que ateo, Comte era agnóstico. No trata de fundamentar su no religiosidad, simplemente le parece una cuestión inútil. Dice que tratar de explicar la existencia de Dios es como explicar la existencia de Apolo, de Júpiter, etc, dioses a los cuales nadie pregunta por su existencia. Simplemente ignora la cuestión por parecerle banal.

Afirma, no obstante, que es necesario crear una nueva religión cuyo nuevo dios será la humanidad. Dice que es imprescindible tener un objeto de adoración, pues considera que tal tendencia existe desde siempre en el hombre, que necesita algo o alguien a quien adorar.

Considera que el Cristianismo es antisocial en un doble sentido por su doctrina de la salvación y por su actitud práctica, ambas son demasiado "individualistas", pues fomentan que el hombre busque por sí mismo la salvación lo que en la práctica supone también una praxis individualista. Pues la fe en Dios lo separa de su prójimo. Frente a esto propone un tipo de religión más comunitaria, centrada en el culto a la sociedad.

Comte llevó tan a rajatabla su intención de fundar esta nueva religión que incluso llegó a crear un calendario basado en los nombres de científicos y grandes personajes históricos, entre los cuales, por cierto, no figura Jesucristo, aunque sí San Pablo. Sostiene que este Apóstol es el verdadero fundador del dogma católico, siendo Jesucristo un simple profeta del pasado que el Apóstol de los Gentiles, muy astutamente, supo ensalzar oportunamente para crear una nueva religión, absteniéndose de endiosarse él mismo por una cuestión de humildad. Aunque esta teoría pueda parecer ridícula, como otras de este filósofo, él las tomaba realmente en serio, lo que hace suponer algún tipo de trastorno mental, además de un evidente alejamiento de la realidad.

Siente una gran admiración por el sacerdocio católico, y lo imita en su nueva religión positivista. Atribuye al catolicismo la virtud de hacer entrar la moral en la política, cuando hasta entonces había sido justamente al revés, estando la moral sujeta a la política. También aprecia el hecho de que supiese diferenciarse claramente religión de política, una fórmula primitiva de la moderna división de poderes.

Vaticina la muerte del Catolicismo por "incoherencia", de hecho incluso llega a afirmar que en el 1800 ya estaba muerto.

Sus divagaciones alcanzan tal extremo que llega incluso a imaginar una santa alianza entre su religión y los Jesuitas, a los que él prefiere llamar Javieranos, para evitar mencionar el nombre del Mesías. Por supuesto, resultó todo un fracaso completo.

Su religión de la humanidad está completamente reglamentada, establece cultos, consagraciones, celebraciones, etc. Afirma que tras esta vida existe una vida eterna en unión al Gran Ser, pero de la personalidad humana ha desaparecido lo peor, sólo queda lo mejor. Admite las oraciones a los familiares y amigos muertos, pero sólo para el propio autoconsuelo. Su dios es la propia humanidad. Y la nueva trinidad se compone del espacio, la tierra y la humanidad.

Aspira a convertir su religión en lo mismo que fue el Catolicismo en la edad Media. Por supuesto, Comte sería el sumo pontífice de su nueva religión.

El sacerdocio de esta religión está compuesta por hombres de vida contemplativa, que guían a la sociocracia que dirigirá a la humanidad.

Rechaza la democracia, y rechaza también que haya derechos en su nueva sociedad positiva, donde todo será perfecto. Los individuos deben aceptar naturalmente todas las normas justas que se les impongan, sólo deberán obedecer, es una especie de tiranía total, a manos de una secta. Comte es estrictamente lógico en la negación de todo derecho. Esto no es más que una consecuencia de la negación previa de Dios. Si se suprime a Dios como rector del mundo, no queda nada sobre lo que se pueda asentar la noción de un derecho que permita al individuo reivindicar derecho alguno por el hecho de ser hijo de Dios. El hombre no sería más que otro animal de la creación, una simple célula de un organismo vivo.

Concibe la ciencia de una forma estrictamente utilitarista. Debe ser útil y esa utilidad tiene que ser inmediata. En este punto llega a afirmar que es suficiente con que la astronomía estudie el sol y la luna, el resto del universo no importa, ya que es inútil su conocimiento.

Con este filósofo sobran los comentarios sobre la cuestión cosmológica. De la misma forma que no se plantea la cuestión de Dios, por parecerle una pérdida de tiempo, tampoco se plantea la cuestión de la existencia del cosmos, por idénticas razones.



Hablaremos a continuación de un gran escritor con ideas propias. Dostoievski fue un novelista del siglo XIX que trató la interacción del hombre consigo mismo y con Dios.

Fue contemporáneo de Nietzsche, pero recibió poca influencia de él debido a su militancia cristiana. Sostiene que el amor a la humanidad es algo completamente imposible sin la fe en la inmortalidad del alma.

Siempre estuvo atormentado por la cuestión de la existencia de Dios. Sostiene que el sufrimiento convirtió a los rusos en ateos, quienes dicen que si Dios existiera no podría por menos que evitar el sufrimiento humano.

Para esta cuestión, no encuentra respuesta, simplemente dice que Cristo vino y cargó el mal del hombre sobre sus hombros y se lo llevó con Él.

Es opuesto a Nietzsche. Éste dice que eliminando a Dios, el hombre puede convertirse en un super-hombre que sea como Dios, el novelista ruso, por el contrario, busca al Dios hecho hombre.

En su juventud perteneció a una banda de nihilistas, fue arrestado, conducido a prisión y tuvo que padecer un simulacro de fusilamiento. Fue deportado a Siberia, y allí encontró de nuevo la fe. Afirma que el hombre anda errante por la tierra, y que sin Cristo como guía, se perdería al momento. Cuando se rechaza a Dios, el espíritu humano puede llegar a los más asombrosos resultados. Rechaza a Occidente precisamente por perder a Dios.

Rechaza el socialismo, del que dice que por su ateísmo copiado de Occidente trata de construir una sociedad sin Dios. Lo compara a una Torre de Babel. Esta sociedad sin Dios, basada en la lógica científica, sólo conduce a la esclavitud y a la violencia. En esto fue un auténtico profeta, pues fue precisamente ésto lo que sucedió en su país durante la etapa comunista. Da la impresión de no tener fe alguna en el hombre, sostiene que una sociedad sin Dios sólo engendrará tinieblas, caos y debacle total. Sostiene que al matar a Dios, se mata al hombre mismo. Se pregunta en que se convierte el hombre en este caso. Todo se vuelve tristeza, orfandad e intrascendencia. Se pregunta por qué ha de amar a la humanidad futura, a la que nunca conocerá, y que a su vez desaparecerá sin dejar el menor rastro ni recuerdo, lo mismo que sucederá con todo el planeta tierra en algún momento. El hombre sin Dios no es más que un absurdo.

Sin embargo, el ateísmo se defiende con fuerza. Se ha construído su propio mundo, y afirma que fuera de él no hay nada. Sin embargo, Dostoievski afirma que el hombre, sin fe en la inmortalidad, ni siquiera tendría fuerzas para continuar viviendo en el mundo.

Afirma que vivir sin Dios es imposible. El hombre no puede vivir sin arrodillarse. Si mata a Dios, se arrodillaría ante un ídolo cualquiera.

Si Dios no existe, todo está permitido, y al mismo tiempo todo es indiferente.

Tiene una especie de éxtasis epilépticos que explica como una especie de arrobamientos místicos. Son sólo unos instantes en los que le parece estar en la gloria.

La razón y la ciencia sólo pueden ofrecer soluciones secundarias, ningún pueblo del mundo se ha organizado sin dioses. Piensa que la fuerza que mueve a todos los pueblos es precisamente la búsqueda constante de Dios. La ciencia sólo ofrece soluciones brutales.

La fijación de Dostoievski sobre la muerte puede deberse a los ataques epilépticos ya descritos, que son como una especie de anticipo de ese momento, y al simulacro de fusilamiento que tuvo años atrás, una experiencia fuerte que sin duda lo dejó marcado. Es como si volviese de esa muerte, y enfocase la vida de una forma más lúcida. La fe en Cristo y el Evangelio hicieron lo demás para su conversión.

En un autor tan centrado en la fe, es difícil no encuadrarlo en una cosmología creacionista. Aunque en su época ya se conocían las teorías darwinistas, no parece probable que se dejase influir por teorías científicas novedosas, dada su aversión por la ciencia, a la que consideraba una nueva forma de esclavitud del hombre con sus soluciones parciales y utilitaristas. Su concepción cosmológica es, evidentemente, la de un Dios Creador del universo.

Con la llegada del siglo XX, con el descubrimiento de la energía nuclear, el hombre tiene por primera vez en la historia la posibilidad de destruirse a sí mismo y al mundo entero.

La Gran Depresión de 1929 fue el caldo de cultivo ideal en el que surgió el fascismo.

En la ciencia moderna, el siglo XX ve el fin de la física de Newton y Descartes.

Hay una tendencia al subjetivismo, quizás como reacción al racionalismo anterior. Sartre subraya en El Ser y la Nada, que: "Es inútil que se intente un escamoteo... nunca lo objetivo saldrá de lo subjetivo, ni la trascendencia de la inmanencia, ni el ser del no ser... La subjetividad pura fracasa al trascenderse para establecer lo objetivo".

Los temas centrales del existencialismo nacen de la crisis profunda, y profundamente vivida, de un mundo en desconcierto, en el atolladero, absurdo, pero también de la rebeldía contra esa absurdidad, de la afirmación del poder invencible del hombre de arrancarse al caos, de darle un sentido, de rebasarlo. Nace después de la Segunda Guerra Mundial.

El propio Sartre describe el proceso: "cuando hacia 1880, algunos profesores franceses intentaron constituir una moral laica, dijeron poco más o menos esto: Dios es una hipótesis inútil y costosa, nosotros la suprimimos, pero sin embargo, para que haya una moral, una sociedad, un mundo civilizado, es necesario que determinados valores sean tomados en serio y considerados como existentes a priori... Dicho de otro modo: nada cambiará si Dios no existe... Al existencialista, por el contrario, le parece muy molesto que Dios no exista, pues con Dios desaparece toda posibilidad de hallar unos valores en un cielo inteligible... Dostoiewski había escrito: "Si Dios no existiese, todo estaría permitido". Ése es el punto de partida del existencialismo".

En tanto que para Hegel, el individuo no existe sino por su relación con el todo, Kierkegaard se niega a ser considerado como una parte de un todo.

En un mundo que se desarrolla según sus propias leyes, no hay sitio para Dios, dice Kierkegaard. Por eso excluye de su filosofía la naturaleza, la sociedad y la historia de una y de otra. "Como consecuencia del enmarañamiento del individuo con la idea del Estado, y de la colectividad, y de la comunidad, y de la sociedad, Dios no puede ya alcanzar directamente al individuo."

La negación de la sociedad y de la historia entrega al individuo a una absoluta soledad y a la desesperación. Sólo queda, en lo más íntimo de la conciencia, la conversación privada entre el solitario y su Dios.

Pero este Dios -Jesucristo- aparece en un momento de la historia, y Kierkegaard experimenta la paradoja de una verdad eterna nacida en el tiempo.

Para Kierkegaard sólo existe en el sentido riguroso de la palabra lo que es experimentado con intensidad en la experiencia interior vivida.

La existencia auténtica del hombre es ajena a la historia: "Cuanto más se desarrolle el hombre éticamente, menos se preocupará de la historia".

La derrota de 1918 dejó en Alemania grandes ruinas morales. Un nihilismo radical preparaba los espíritus para la embriaguez hitleriana, con su irracionalismo profundo, su exaltación del instinto y el mito.

Martin Heidegger se haya entre un cielo vacío y una tierra en desorden, la vida del hombre aparece desprovista de perspectivas y de salidas. De lo que era la situación de los hombres de la Alemania burguesa, Heidegger hizo la condición humana, la característica trágica de toda existencia.

De cara al hombre ya no hay Dios que le guíe, ni valores estables, ni verdades, el mundo le es incongnoscible y ajeno. El hombre está frente a la nada. La nada.

Resulta muy interesante este concepto de Heidegger. El hecho de que alguien se interese por la nada, el vacío, es un buen punto de partida para preguntarse por la razón de la existencia del cosmos. Heidegger, sin embargo, parece que no se decidió a dar el paso hacia la Divinidad Creadora, y prefirió quedarse en la indiferencia del agnosticismo. Una postura, por cierto, que parece más próxima a la nada que tanto parecía atraerle.

En La Náusea, Sartre pone en tela de juicio sus razones de vivir, se pregunta lo que él es y lo que es el mundo que le rodea, para que le invada un sentimiento de angustia, y de absurdidad, la náusea. La náusea es el sentimiento que se experimenta ante lo real, cuando se cobra conciencia de que lo real está desprovisto de razón de ser, es absurdo.

Los vínculos entre las cosas y el espíritu están rotos. No estando ya nada dominado por el significado, todas estas cosas "innombrables" empiezan a fluir sin justificación: todo es gratuito, incluso la misma persona que lo piensa. Cuando uno se da cuenta de eso, se le revuelve el corazón y todo empieza a flotar... He ahí la Náusea.

Ésta es la experiencia metafísica que es la náusea: el descubrimeinto del Ser puramente contingente. Pero al mismo tiempo se cobra conciencia del poder de dar un sentido a las cosas haciendo de ellas instrumentos de un porvenir que nosotros nos creamos. La náusea es la conciencia de existir a la manera de las cosas, tan pronto como, dándoles un sentido, dejamos de tomar perspectiva en relación a ella.

Ante este descubrimiento, puede haber diferentes respuestas en función de la personalidad de cada cual.

Los puercos de Sartre son los burgueses satisfechos, para quienes hay un orden, una verdad, unos valores, y ningún problema. Para ellos todo está regulado y nada sujeto a revisión. Ignoran la náusea y la angustia.

Otro tipo es el hombre de la "mala Fe", el comunista, ha pasado por la experiencia de la náusea. Ha experimentado la angustia. Pero se ha desembarazado de ellas lanzándose a creer unas verdades independientes de la subjetividad, establecidas como cosas. Tiene "espíritu de seriedad"; por miedo a su propia libertad, se ha entregado al engranaje del mundo objetivo. Cree que su misión está inscrita en las cosas. Ha alienado su libertad.

El otro tipo de personajes de sus obras es la del hombre que ha dejado escapar su libertad para librarse de toda situación: "Mi libertad es un mito... Y mi vida se construye por debajo de ella con un rigor mecánico. Una nada, el sueño orgulloso y siniestro de no ser nada, de ser siempre otra cosa distinta de lo que soy".

Sartre expresa así lo fundamental de la libertad: "el hombre es tal como quiere ser y como ha proyectado ser en el porvenir. No es nada más que aquello que él se hace." Tal es el primer principio del existencialismo.

Esta situación de absurdidad y náusea hace del existencialismo una filosofía-puente. Unos han acabado por dejarse arrastrar por la trascendencia hacia el misticismo, y otros por la historia hacia el marxismo. Es decir, la búsqueda del cielo en la religión o del cielo en la tierra marxista.

Con el tiempo Sartre modificó su posición sobre el marxismo. En 1956 escribía que la cuestión capital de los intelectuarles de su generación era definirse en relación al marxismo.

Sartre se opone al marxismo en la dialéctica de la naturaleza.

Si existe una ley general de la naturaleza, de la historia, del pensamiento, de ello se derivarían dos consecuencias: la primera que toda vez que la historia se consuma fuera de nosotros y sin nosotros, ya no nos queda más que contemplarla, o por lo menos, contar con la complicidad de la historia y de las cosas para alcanzar nuestros fines.

Y la segunda es que el hombre ya no es en tal caso más que un ser de la naturaleza, instrumento de esa dialéctica objetiva y no autor de sus propias acciones, y, por consiguiente, incapaz de arrancarse del encadenamiento natural de las cosas para darles un sentido.

Es decir, sería volver al mecanicismo.



Jean Wahl medita sobre la angustia. Ésta es, en Kierkegaard, profundamente religiosa; es la experiencia fundamental del pecador ante Dios. Y, para él, la existencia se define por este desgarramiento, esta tensión entre lo finito y lo infinito. Wahl hace suya la frase de Jaspers referente a Kierkegaard y a Nietzsche, que dice: "en ellos, el mundo moderno cobra conciencia de su fracaso".

El existencialismo no puede ser más que un lugar de paso para ir a otra filosofía. O bien se pondrá el acento sobre la trascendencia, y entonces el existencialismo es insostenible, hasta que esta trascendencia sea rebasada por una participación en el ser y en el valor, el existencialismo conduce entonces a la filosofía católica. O bien se pondrá el acento en el porvenir, sobre la historia humana, y entonces el existencialismo es insostenible hasta que esa historia, sin subestimar el momento de la subjetividad y de la libertad, se exprese en una dialéctica racional. Entonces el existencialismo conduce al materialismo o/y al marxismo.

Esta trascendencia fundada en la nada arrojaba al hombre fuera de sí mismo, pero al vacío. El hombre no podía aspirar entonces más que a una participación en la realidad que ya no sea la de lo dado.

Maurice Blondel, que publica su primera obra -Acción- en 1893, sostiene esta idea: el hombre no pude realizarse más que rebasándose, y sólo Dios puede llenar el vacío que el hombre halla en sí y alrededor de sí. "Esta única necesidad está a la entrada y al término de todas las avenidas en las que el hombre puede entrar; al extremo de la ciencia y de la curiosidad del espíritu, al extremo de la pasión sincera y atormentada, al extremo del sufrimeinto y de la diversión, al extremo de la alegría y de la gratitud; en todas partes, ya descendamos al fondo de nosotros mismos o ascendamos a los límites de la especulación metafísica, renace la misma necesidad. Nada de lo que es conocido, poseído, hecho, basta ni se aniquila. Es imposible mantenerse en eso; es imposible renunciar a eso".

Gabriel Marcel analiza la situación del mundo:

Hay tres caracteres esenciales en el mundo actual:

-el hombre es identificado con su función

-la técnica se converite en técnica de envilecimiento

-el espíritu de abstracción engendra el terror y la desesperación.

El hombre se degrada al reducirlo a un haz de funciones vitales y sociales. El individuo se hace semejante a una máquina, un material.

Este mundo deshumaniza, desvitaliza las relaciones sociales, las hace formar parte de un sistema mecánico en que no tienen otro significado que el de su rendimiento.

La democracia es el reino del "uno", de lo abstracto y de lo impersonal, de la opinión que no está fundada en una experiencia. Marcel denuncia la alianza entre las ciencia y los poderes estatales, el nacionalismo de un lado y la revolución industrial de otra. El hombre entonces queda como un elemento de la gran maquinaria totalitaria de un Estado y ya no existe sino en función de esa totalidad.



El personalismo es un movimiento y no un sistema filosófico. La inspiración general que lo anima se expresa en filosofías diferentes, y todo lo más que se puede definir es la orientación que es común a ésta e ilustrar el tema con el ejemplo de una de las figuras más representativas del personalismo. La orientación general la aporta Jean Lacroix, el animador del mismo fue Emmanuel Mounier.

El personalismo quiere enlazar las filosofías del sujeto para sumergirlas de nuevo en el mundo físico y social.

La preocupación central de la filosofía personalista es doble: establecer la responsabilidad del sujeto y expresar su situación en la naturaleza y en la historia.

El personalismo se desarrolla a partir de 1930, un tiempo en que debe confrontar constantemente sus investigaciones con las del marxismo, que le aporta en particular un análisis profundo de la situación del hombre, y con las del existencialismo, que es sobre todo una reflexión sobre la autonomía y la responsabilidad del sujeto.

Jean Lacroix afirma que la historia y el mundo tienen un sentido. "Dios es el sentido del mundo y el mundo el lenguaje de Dios". Pero este sentido no se impone a nosotros pasivamente. Para salir a la luz requiere nuestro compromiso. No hay una evidencia compulsiva que se desprenda del objeto, naturaleza o historia. La naturaleza no está consumada ni la historia tampoco.



El Padre Teilhard de Chardin fue en su tiempo acusado de filomarxista, pero para los marxistas queda más acá del marxismo.

Afirma que el hombre está en el vértice de la evolución: como decía Engels, la naturaleza que toma conciencia de sí misma.

Para Teilhard la historia entera de la natruraleza adquiere su sentido por el hombre, en quien se cumple y continúa conscientemente.

A pesar de ser un clérigo católico, niega la existencia de una creación, y afirma que no existe para la materia "un comienzo temporal registrable". Su evolucionismo provocó que la mayor parte de su obra permaneciera impublicada hasta su muerte.

Sobre la década de 1950 se descubre como pudo hacerse el paso de lo mineral a lo vegetal y animal: en las profundidades de los tibios océanos de la tierra juvenil, la vida pudo nacer del conjunto de las condiciones cósmicas existentes entonces.

De hecho, como ya se ha dicho, con una mezcla de metano, amoníaco, vapor de agua e hidrógeno se han obtenido algunos aminoácidos en las condiciones que reproducen con bastante exactitud las condiciones que reinaban en la tierra primitiva.

Para Teilhard, como para Marx, el hombre es "la evolución que ha llegado a ser consciente de sí misma". Una postura realmente curiosa, porque no explica la procedencia de la materia sobre la que tiene lugar la evolución, y porque esa evolución da lugar a unas criaturas superiores a ella misma, al menos en su faceta consciente.

Teilhard conocía poco y mal el marxismo, y sus alusiones a él son caricaturescas. Imagina que el marxismo predice a la humanidad una felicidad construída sobre la ciencia y la técnica, mediante una progresión automática de la historia, y que así niega la especificidad del hombre y de su espíritu.

Las ideas de Marx sobre la cosmología son francamente infantiles. No contento con afirmar la tradicional teoría del universo eterno e increado, va más allá y afirma que: "a la creación le ha dado un duro golpe la geognosia, es decir, la ciencia que ha representado la formación de la Tierra como un fenómeno de generación espontánea. La generación espontánea es la única refutación práctica de la teoría de la creación".

Parece increíble que un filósofo cuyas ideas tuvieron tanta trascendencia histórica pueda proponer algo tan ridículo como esto. Supongo que la "generación espontánea" del universo será para Marx el equivalente a la generación espontánea de las setas, antes del invento del microscopio y del descubrimiento de las minúsculas esporas por medio de las cuales se reproducen estas plantas. Hablar de generación espontánea, sea del cosmos o de cualquier otra cosa va contra dos leyes fundamentales de la física: el principio de conservación de la materia y la energía y el principio de la causalidad. La ciencia está hoy de acuerdo en que no es posible crear ni siquiera un átomo por "generación espontánea", o sea, de la nada.

El marxismo, a la lectura científica del hecho de la evolución cósmica y biológica, añade una afirmación metafísica, que rebasa los datos de la experiencia de una manera infinita, hay que decirlo, puesto que el marxismo enseña: "que la materia es increada, eterna e infinita en el espacio y en el tiempo, que el proceso de la Evolución cósmica es eterno, indefinido, y tiene en sí mismo con qué justificar su existencia y su desarrollo evolutivo infinito". A una lectura positiva y científica de la experiencia, que efectivamente nos descubre un universo en régimen de evolución, el marxismo añade esta tesis, que trasciende los datos de toda experiencia y de toda ciencia, no solamente actual, sino posible, a saber, que la Evolución cósmica es eterna y ontológicamente suficiente. Esta tesis no es una tesis científica, sino una tesis metafísica, y una tesis metafísica que ninguna experiencia funda ni justifica.

Establece una afirmación que no está contenida en lo dado, sino que lo trasciende: establece una afirmación metafísica, por no decir mística.

Constatar el hecho de la materia y de su evolución, estudiar esa evolución y esas leyes, es una cosa. Afirmar que esa evolución es infinita, eterna, ontológicamente suficiente; en otros términos, conferirle los predicados reservados en la teología a lo Absoluto, es otra cosa enteramente distinta.

Afirmar la eternidad de la materia, la eternidad del universo, afirmar que la materia no ha tenido comienzo ni tendrá fin, es una tesis lícita, siempre que al sostenerla se reconozca que es una tesis metafísica, la cual, además, no descansa en ninguna experiencia científica real ni posible, pues nunca tendremos una experiencia cientíica de lo eterno ni de lo infinito. De hecho, hoy conocemos un universo sobre una porción de tiempo de algunos miles de millones de años. Nada nos permite afirmar que el Universo, es decir, que el Tiempo, sea eterno. Es una afirmación metafísica que excede los datos de la experiencia científica.

Un universo finito, temporal y espacialmente, no es en modo alguno impensable en el estado actual de la Astrofísica.

Pero hay algo más grave que esta afirmación de la eternidad del universo, y es la tesis de la suficiencia ontológica del proceso cósmico, tesis que equivale a decir que el universo, la materia, el proceso cósmico son lo Absoluto, tesis que equivale prácticamente a divinizar el Universo y la Evolución, puesto que al Universo y a la Evolución les son atribuídos los predicados de lo Absoluto, la suficiencia ontológica, la eternidad, la capacidad de crear.

Engels sostenía que "O bien nos hace recurrir al Creador, o bien estamos obligados a concluir que la materia prima incandescente de los sistemas solares de nuestro universo-isla ha sido producida naturalmente, por trasformaciones del movimiento que son inherentes por naturaleza a la materia en movimiento y cuyas condiciones, por consiguiente deben ser reproducidas por la materia, aún cuando sólo sea en millones y millones de años y más o menos al azar, pero con la necesidad inherente al azar".

Engels quiere decir que la materia, "ilimitada en el tiempo" no debe poder sólamente una vez en "su eternidad" "desplegar la entera riqueza" de aquello de lo que ella es capaz, es decir, la vida y la conciencia.

Es decir, según los marxistas, la materia -por naturaleza- es capaz de crear partiendo de sí misma la vida y la conciencia.

Esta tesis equivale a divinizar la materia, a concederle una potencia, unas virtudes y recursos tan ocultos y mitológicos como le conferían las arcaicas religiones naturalistas, en las que se divinizaba la materia, la energía, la fecundidad, etc.

Marx afirma que "un ser no es suficiente... más que si debe su existencia únicamente a sí mismo. Un hombre que no vive sino por la merced de otro, debe considerase como un ser dependiente. Pero yo vivo totalmente por la merced de otro si no solamente le debo la continuación de mi vida, sino que sobre todo, él ha creado mi vida; él es la Fuente de mi vida, si mi vida tiene necesariamente semejante fundamento fuera de sí misma, si no es mi propia creación. La creación es una representación que es muy difícil de vencer en la conciencia popular. El ser por sí mismo de la naturaleza y del hombre le es incomprensible porque contradice todos los hábitos de fabricadión de una vida práctica. La creación del mundo ha recibido un terrible golpe con la geognosia, es decir, con la ciencia, que presenta la formación de la Tierra, el devenir de la Tierra, como un proceso, como una auto-formación".

En este texto Marx expresa el horror que le da la dependencia ontológica. Pero la realidad es que no nos hemos creado a nosotros mismos. La vida no es una creación humana.

Marx afirma que el pueblo no acepta el fin de la creación porque fabrica objetos, de ahí la idea de un Fabricante del mundo.

El marxismo presenta la evolución como una autocreación. El hombre de ciencia no puede aceptar esta afirmación metafísica. La evolución existe, pero no está en absoluto demostrado que sea una evolución creadora o auto-evolución.

El marxismo diviniza la materia y la evolución, una tesis que no está fundamentada por ninguna ciencia. El científico debe estudiar el hecho, no hacer afirmaciones metafísicas.

El concepto científico de evolución no se opone de ninguna manera al concepto metafísico de creación. Por el contrario, el concepto científico de evolución representa, para el filósofo cristiano, el anverso experimental del concepto teológico de creación: la evolución es la creación que está haciéndose ante nuestros ojos y en la que participamos, si queremos.

La idea de creación no está ligada a esa imaginería. La idea de creación significa esencialmente que el mundo no es lo absoluto, que lo absoluto no es el mundo, que nosotros no somos parcelas ni fragmentos de lo Absoluto, sino que la creación del mundo representa un don del Creador, que trata de elevar hasta su Vida a otros seres, llamados a convertirse como Él, a su imagen, en creadores.

La creación del hombre tampoco constituye un problema en la perspectiva de la evolución. El texto bíblico que abre el libro del Génesis expresa, como es normal, la idea de que Dios ha creado al hombre, según los términos de que disponía un narrador de la época, con la imagen del alfarero que modela una estatuilla.

El hombre tomó conocimiento del bien y del mal, de la diferencia que hay entre el bien y el mal, he ahí la desgracia del hombre.

Adán, en hebreo, significa el hombre, no es un nombre propio sino un nombre común que debe traducirse en toda la Biblia, salvo una sola excepción, por el hombre, la humanidad, o los hombres.

Esto no tiene ningún problema con respecto a la evolución y al pecado original. Constatamos que el hombre hace el mal, desde hace mucho tiempo. El hombre es el que hace el mal. El hombre es libre, es creado libre, y es él quien hace el mal desde que existe.

El hombre, por el hecho de ser un animal racional, está dotado de una conciencia que le permite una reflexión sobre sus actos. El león que se come a la cierva no comete una culpa ética. Se alimenta. El hombre que oprime, mata o tortura al hombre no está ya situado en el plano biológico natural, comete un acto ético: hace el mal.

La evolución biológica no disminuye en nada este otro hecho de que el hombre hace el mal.

La Biblia no habla de una sola pareja. Excepto en Gen 4, 25 la palabra Adán es tomada por un nombre común, que significa simplemente el hombre, la humanidad en sentido colectivo. Hacia el siglo primero antes de Cristo, el judaísmo produjo algunos comentarios en los que Adán era tomado como un nombre propio (el hebreo no se hablaba desde el siglo III a. C, reemplazado por el arameo) y montó una exégesis del texto del capítulo III del Génesis a través de esa óptica. Así los traductores griegos de la Biblia hebraica tradujeron a veces Adán por "los hombres", pero a veces dejaron en el texto griego la palabra hebrea Adam, como si fuese un nombre propio. De ahí la representación personificada de Adán y Eva (Hava en hebreo significa la Vida).

La Iglesia (encíclica Humani Generis de Pio XII) no rechaza el evolucionismo, pero sí rechaza que la humanidad proceda de varios troncos biológicos diferentes (polifiletismo) que podría dar lugar a graves problemas de tipo racista. Afirma el monofiletismo o sea que el género humano es una sóla especie y que las razas sólo constituyen variantes superficiales de esa unidad fundamental. Esto mismo es lo que afirma hoy la ciencia.

Por consiguiente, no hay una oposición entre la Iglesia y la evolución, como sugieren muchos ateos.

Para terminar, sólo puedo decir que todos los filósofos anteriores apenas aportan algo nuevo a las dos teorías tradicionales sobre la cosmología. La creación por un Dios omnipotente sigue vigente como teoría válida y no refutada; y la eternidad del universo puede también aceptarse siempre que se llegue a explicar algún día su origen, pues ya no es válida la premisa de decir que "siempre estuvo ahí". El Big Bang nos demuestra al menos una cosa, y es que el universo tuvo un principio. La teoría de la muerte térmica del universo parece demostrar que también tendrá un final. De seguir sosteniendo que el universo es eterno, es necesario atenerse a las leyes que lo rigen y explicar su causa, de lo contrario, esta teoría no pasa de ser una mera opinión sin base real alguna.





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