LA PRENSA

En esta sección colocaré algunos artículos o fragmentos de artículos con contenido antitaurino que pueda encontrar. Si posees algún artículo interesante y crees que podría estar en esta sección, puedes mandármelo por e-mail y lo colocare aquí próximamente. Gracias!

Toros seréis... // Quinto mandamiento: No matarás // Lúdica Hispania // Sangre // El Placer del Toro // Ruth Toledano // Piedad por los Animales // Otra Vez


Periódico: Diario Liberación (Perú)

Título: Toros seréis...

Autor: César Hildebrandt

Fecha: ??

Fuente Web: La Torotura

 

Un tipo me escribe una carta llena de insultos porque dice que así responde a los que he proferido en contra de la tauromaquia y de los taurófilos. ¿insultos?

Pero si apenas he llamado Bestia rugiente y multicéfala a la que puebla las graderías del matadero.

No, mi querido embajador de la Bestia: a quien puedo haber insultado con la implícita comparación es a los animales, que son la vida misma, sin predicados ni apellidos, ni hipocresías ni maldades culturosas.

A ustedes, Bestia de mil caras y una sola hemofilia, Bestia cursi que se ampara en el ballet para poder matar y en la muerte para ejercerla en contra de un toro, a ustedes, mis queridas Bestias, apenas las he descrito con insuficiencia y palidez.

Porque ustedes son, en verdad, indescriptibles.

Hijos de la burguesía que perdió todas las guerras y traicionó todas las causas, hijosdalgos en la imaginación, no vienen ustedes -es verdad- sólo de la hispanidad retorcida. Vienen del antropocentrismo más chusco, de la deificación del hombre, de la conversión de la humanidad en especie impune. Y todo eso puede conducir a muchas cosas: a una carta como la que he recibido, al nazismo, a la tauromaquia y, en general, al cretino concepto de que la crueldad nos es intrínseca, los "animales inferiores" carecen de alma (y teológicamente, por tanto, de derechos) y que la tradición es, por lo general, respetable.

Yo sólo le pido al azar (a la providencia, al destino, vamos, al que corta el jamón en donde quiera que esté) que los católicos taurófilos que creen en los misterios de la fe y, desde luego, en la reencarnación, se reencarnen, por Dios, en un toro Miura.

Y que salgan un día a la arena de Acho creyendo que van a jugar, convencidos de que ya van a comer, furiosos por los golpes recibidos y con la vista borrosa por la vaselina.

Y quiero que después les claven unos arpones de marica, con blondas, que les ablandarán la musculatura del lomo. Y que después venga un caballo disfrazado de Rocinante en feriado con un caballero disfrazado de Sancho usurpador (tan bien disfrazado que apenas tiene dientes) y que les claven esa lanza que terminará de sangrarlos. Pero que se las claven con ganas: arriba, abajo, hacia el costado, rompiendo, abriéndose paso entre los tendones.

Y que después los mareen unos valientes que llueven sobre mojado y gritan y provocan porque son varios y no hay como atacarlos a la vez.

¿A quién cargar? ¿A quién responder?

Ya estaréis cansados, reencarnados del alma.

Pareceréis torpes, bovinamente torpes, torilmente torpes. Y cómo duele.

Pero no. Que el asunto recién empieza, reencarnados. Que ya viene la estrella, el valiente muchacho de Extremadura que leía "Mortadelo y Filemón" y veía las pornos de Canal Plus, el extraordinario Niño de Algo hará sus quecos para que Alonsito Alegría escriba una de esas crónicas que no habría firmado el genial Ciro Alegría (por lo huachafas, no por lo taurófilas), tirará su cintura para que algún marqués pase a cuchillo el idioma que Azorín convirtió en densidad y Lope en magia, moverá el culo para que la Bestia aplauda y luego, tan pronto como pueda, apenas pueda, sacará la espada y la hundirá todo lo que pueda ( que por lo general es hasta la mitad).

Y allí estará la espada que no es de Arturo, vibrando sobre el lomo que será el suyo, reencarnado, sobre el lomo púrpura, irisado del color del dolor. Vibrando quedará la espada atascada en un hueso, colmenar de nervios, en un pasadizo de fibra muscular.

Aúlla el universo cuando ustedes aplauden esa infamia.

Así que toros seréis en su segunda vida.


Periódico: Revista Gente (Perú)

Título: Quinto Mandamiento: No matarás.

Autor: José Enrique Escardó.

Fecha: ??

Fuente Web: La Torotura

 

El ser humano puede ser uno de los bichos más miserables sobre la tierra y octubre es un ejemplo de lo mierdas que podemos ser.

¿Cómo puede haber gente que califique de espectáculo cultural a una de las tradiciones más crueles que puede existir? En las corridas de toros, el animal humano disfruta de la esencia de su perversión. Disfruta al ver cómo un noble animal, en un acto completamente inhumano, es encerrado en una plaza tratando de defenderse de un grupo de hombres morbosos que lo golpean, lo cercan, lo pinchan, lo marean, le gritan, lo aturden, lo desangran, lo pican, lo matan y luego lo pasean arrastrándolo mientras su sangre mancha la arena ante los aplausos de una multitud de nariz estirada que se asquea de los talk shows pero no nota su propia mierda.

  En el colmo de las ineptitudes mentales, la misma religión que pregona el amor al prójimo y que predice en la Biblia que en el paraíso las bestias y los hombres vivirán en paz, auspicia esta carnicería anual. "Feria del Señor de los Milagros" le dicen, como si Jesucristo el inspirador de San Francisco de Asís (quien llamaba hermanos a los animales) estuviera aplaudiendo esta bajeza humana desde su trono celestial.

  ¿Cómo puede la mente humana ser tan obtusa y no llegar a comprender que está cometiendo una barbaridad? ¿Cómo? Escudándose en la tradición, en la taradez de repetir conductas individuales y sociales sin usar el cerebro para analizar lo estúpidas que pueden ser esas costumbres heredadas de un tiempo que ya pasó y que debería dar vergüenza imitar.

  ¿Quién puede ser tan imbécil de no darse cuenta de que el pobre toro está en desventaja y de que sufre? No llegaré jamás a entender cómo alguien puede pagar una suma cualquiera de dinero para participar, alentar y disfrutar de un espectáculo tan vil y miserable como ése.

  Hay que tener el cerebro bien taponeado de mediocridad e incapacidad de cuestionamiento como para no reaccionar con rechazo a estos instintos que ni siquiera los animales más bajos tienen.

  Podemos ser unas mierdas, pero lo más vergonzoso es que pagamos por serlo, lo festejamos y nos jactamos de ser cultos por serlo. ¡No me jodan! ¿Quién es la bestia? Reaccionen de una vez por todas y dejen de inventarse excusas para participar de esta brutalidad inhumana que desgracia al género humano.

  Y si alguien tiene mejores argumentos a favor de esta destrucción de la conciencia humana, desafíenme para darme el gusto de pasear sus neuronas muertas por la plaza de la miseria humana entre los aplausos de todos aquellos que pensamos que los animales tienen el mismo derecho a vivir que tú y yo.

  ¡Para incitar a muchos a apartarse del rebaño, para eso he venido! Que así sea.


Periódico: El PAÍS

Título: Lúdica Hispania

Autor: Luis Goytisolo

Fecha: Sábado, 17 de marzo de 2001

 

...La España del siglo XVIII tiene muy poco que ver con la del XVI, pese a que apenas cien años separen a una de la otra. Y no hablo ya de la pérdida de hegemonía política sino, sobre todo, de los hábitos sociales. En el siglo XVIII la corrida de toros desplaza al teatro como espectáculo de masas, una tendencia que no hará sino consolidarse a lo largo del siglo XIX y primera mitad del XX, para empezar a decaer en la segunda. Goya nos dice que Carlos I fue aficionado a participar en tientas, juegos que posiblemente han existido siempre en la España ganadera. Pero como espectáculo no se impone hasta finales del XVIII. Lo que establece una relación entre ese auge y la decadencia española, que no me parece casual.

No es que piense ahora censurar las corridas de toros, aunque en la práctica sea eso justamente lo que esté haciendo. Pero no por el hecho de que se de muerte al toro, ya que posiblemente llevan razón los aficionados cuando reivindican ese sacrificio -su muerte y, sobre todo, su vida previa- frente al reservado a todas esas terneras, cerdos, corderos y pollos, recluidos en la sórdida arquitectura de esas granjas tipo Auschwitz que salpican el paisaje: a lo que yo me refiero es al espectáculo en sí y, sobre todo, al efecto que ese espectáculo produce en el público, en ese aficionado como de plantilla que presencia la fiesta atornillado al puro y a la digestión pesada. O mejor, al culto que se rinde a la figura del torero, a su elevación a la categoría de modelo de conducta, conforme a una reacción instintiva que, proyectada sobre la vida pública, no podía haber tenido consecuencias más nefastas. No comparto con Michel Lieris la idea de que la obra literaria pueda ser entendida como una tauromaquia; tampoco creo que la tauromaquia tenga algo que ver con el arte, salvo que nos estemos refiriendo a la serie de grabados de Goya que llevan ese nombre, casi tan atractiva como la de Los Caprichos, Los Proverbios, o Los Desastres de la guerra...


Periódico: El PAÍS

Título: Sangre

Autora: Rosa Montero

Fecha: 12 de septiembre de 2000

 

Cada año, en Septiembre este pasado, se perpetró, un año más, una de las mayores bestialidades del reino de España: el Toro de la Vega de Tordesillas. Es una de esas salvajadas repetitivas a la que los energúmenos llaman pomposamente "tradiciones", otorgando a la palabra un carácter sacrosanto. Pero el circo romano también fue una tradición centenaria en nuestro país, y desde luego ha sido de lo más tradicional, durante siglos, el poner a los "herejes" en la picota. Solo que, por fortuna, la sociedad ha superado esa barbarie.

Sin embargo, y para nuestra vergüenza, todavía existe el Toro de la Vega, una "fiesta" consistente en que más de cien lanceros acosan al animal por el campo dándole lanzazos, hasta que el pobre bicho, chorreando sangre, acribillado, con la carne hecha piltrafas por las puñaladas presurosas, se derrumba sin fuerza, momento en el que se supone le dan la puntilla y le cortan los testículos. Esto último, a menudo, cuando aún está con vida, como han asegurado testigos presenciales. Es una tortura lenta, vociferante y tumultuosa, una sádica diversión de matarifes. Y a ese horror sin nombre llevan a los niños para que aprendan.

Esta indecencia lleva celebrándose unos tres siglos, aunque fue prohibida varios años, pero lo más inconcebible es que era ilegal hasta que la Junta de Castilla y León la legitimó en 1999. Lo cual ya me parece el colmo del reaccionarismo y la burricie política. La Asociación Nacional para el Bienestar Animal ha pedido al menos la "humanización de la fiesta", y ha entregado como prueba un documento en el que el Ayuntamiento de de Tordesillas solicitaba que se permitiera el Toro de la Vega, prometiendo que la humanizarían y que no herirían ni golpearían al toro de ningún modo. Luego ellos mismos han admitido que la tradición no exige el alanceamiento del animal. Por otra parte, no hay tradición que valga frente a una crueldad tan monstruosa que contraviene toda la legislación vigente (incluido el reglamento taurino), además de la compasión y cordura. Pobre Toro de la Vega (y otros toros que como en Arcos de la Frontera, Coira, etc., corren la misma suerte) que huele a dolor y sangre en esta España tenebrosa e inmovilista.


Periódico: Babelia, El PAÍS

Título: El Placer del Toro

Autor: Antonio Caballero

Fecha: 30 de junio de 2001

Nota: He colocado aquí este 'ensayo' porque es casi un artículo antitaurino. Escrito por un taurófilo, tal es la estupidez de sus razonamientos que solo puede ser el fruto de una mente enferma.  Este es un magnífico ejemplo de la lógica y razón taurina.

 

Hace 15 días escribía aquí mismo Esther Tusquets, defendiendo el derecho de los animales a no ser maltratados por la prepotencia de los seres humanos: "Pero ¿se le ocurre a alguno de los aficionados (a las corridas de toros) que el toro se está divirtiendo?".

No a alguno, sino a muchos. Sin ir más lejos, se me ocurre a mí. Quien haya ido una (buena) vez a una plaza, o una (cualquiera) vez a un tentadero en el campo, se ha dado cuenta: el toro se divierte, porque le gusta pelear. El toro bravo es un animal de pelea (como el hombre, entre otros), y para él la pelea es un placer. Lo cual puede ser censurable desde un punto de vista filosófico, o al menos de "corrección política". Pero es un hecho cierto de la naturaleza.

No pretendo antropomorfizar de manera abusiva los sentimientos de un toro: es que lo he visto. Y su pelea en el ruedo con un hombre (con muchos hombres, y además perdida de antemano, como suelen ser las peleas que organizan los hombres, incluso entre ellos mismos) es visiblemente placentera para él: le gusta. No se trata de un combate de exhibición sexual, necesario para la reproducción de la especie, como los choques rituales de los ciervos en celo, o las batallas fingidas de los pavos reales, o las luchas a muerte de ciertos escarabajos. Ni es tampoco una pelea territorial o de dominio, como las de los propios toros entre ellos en el campo, o las de los perros domésticos por su sitio o su plato. La del toro bravo en la plaza, contra un hombre (o muchos hombres), surge del puro gusto por la pelea. Vayan a verla. Eso se nota.

Se nota igualmente en las vacas: no hay aquí "perspectiva de género". En la placita de tientas de una finca ganadera ve uno cómo una tierna vaquita de dos años carga y carga otra vez contra la puya del picador que la sangra, y vuelve y vuelve a volver a la muleta del torero que la engaña. Hay vacas que, de lo bravas que son, acaban muriendo exhaustas por no dejar de embestir: por no dejar el placer y la excitación de la pelea. A los toros en la plaza les sucede lo mismo. Algo menos, quizá: porque como son más viejos y más pesados se cansan antes; y porque, como son machos, son mucho más perezosos que las vaquillas de tienta. Pero un toro bravo, mientras le dan las fuerzas, mantiene la pelea y se crece en ella. Por eso regresa una y otra vez al castigo tremendo de la pica en el caballo que se le clava en el morrillo, o la muleta del torero que le quebranta el espinazo a cada pase: porque quiere pelear.

Y pelea "divirtiéndose", para usar la expresión antropomórfica de Esther Tusquets. Esa pelea es un juego. Doloroso, claro. Pero no masoquista. No viene del gusto por el dolor, que es un rasgo nada animal, propio de algunos humanos; sino que viene del entusiasmo del combate, que incluye el dolor y ayuda a superarlo: rasgo animal de muchos humanos. De los toreros, por ejemplo. Los coge el toro y se levantan aturdidos y sangrantes para ponerse de nuevo ante los cuernos. Y no es que no les duela la cornada (aunque debe de ser cierto, como ellos dicen, que el dolor físico sólo empieza a sentirse unos minutos más tarde); ni es que se sobrepongan al dolor por vanidad o por orgullo. Es que las ganas y la rabia y el placer de la pelea van antes.

Si ese entusiasmo de pelea no lo tuvieran los toros, no habría corridas de toros. Del mismo modo, si existen las carreras de caballos es porque a los caballos les gusta correr: si no, no correrían. Por mucho que se empeñen los hombres y por mucha crueldad que utilicen, palos, pinchos, espuelas, guindillas ardientes introducidas por el recto, no es posible organizar una carrera de burros: porque a los burros eso de correr no les gusta. Si se pueden hacer peleas de toros con hombres, y eso es lo que son las corridas, es porque a los toros les gusta pelear con los hombres. Si no, no pelearían.

Hablo, claro está, de los toros bravos. Y no todos lo son.


Periódico: El PAÍS Comunidad de Madrid

Título:  

Autora: Ruth Toledano

Fecha: 11 de mayo de 2001

Fuente: Sandra

 

Ayer recibí un e-mail en el que un amigo me decía: 'Torear la conciencia del dolor es, en mi opinión, el fin de la existencia'. Mi amigo ama a los animales y abomina de la crueldad; detesta, en consecuencia, la fiesta taurina. Es curioso que, en esa máxima de trascendencia última ('... el fin de la existencia ...', dice), mi amigo utilice la imagen del toreo como un arte vital para evitar, para esquivar, para burlar el dolor. Acababa de leer las declaraciones de Manuel Vicent en relación al libro Antitauromaquia, una recopilación de artículos del autor sobre la lidia, que publica en Aguilar junto al dibujante Ops (El Roto). Había leído también recientemente su última columna publicada al respecto en este periódico, titulada Más toros, en la que Vicent relata con sensible precisión el proceso por el que atraviesa el toro desde que pace tranquilamente en el campo hasta que es empujado al coso: se trata, en sentido estricto, del pavoroso relato de un secuestro.
Aquel texto me recordó, a su vez, un cortometraje que vi hace algunos
años y del que lamento no disponer de los datos suficientes para
identificarlo, aunque el impacto que me produjo le hace merecerlo. En
él, el espectador asistía sobrecogido a una serie de violentísimas
imágenes, estremecedores sonidos, angustiosas oscuridades, que
transmitían la tortura y el pánico al que estaba siendo sometido alguien
que no podía reconocer. Hasta que la pantalla se volvía una luz cegadora e hinchada de clamor humano y veíamos cómo unas puertas que dejaban paso a ese estruendo eran las del toril por el que aparecía, con un desconcierto desorbitado, el ser que así había sido arrastrado hasta allí: un toro.
Dice Vicent, manifiestamente antitaurino pero cultivado acaso o curtido por la experiencia: 'No, ya no me enfado por nada; además yo no quiero que se prohíban los toros (...), yo lo que quiero es que se fomente lo demás'. Y se escandaliza de que el rito haya 'elevado la crueldad a costumbre' y que 'metamos a los toros en la categoría de cultura, de arte'. A mí, menos cultivada acaso o menos curtida por la experiencia, no sólo me sigue enfadando esta práctica brutal en la que se tortura vilmente a un animal, sino que quiero, por supuesto, que sea terminantemente prohibida. En lo que al supuesto arte respecta, he de decir que me avergüenza que Madrid sea una de las plazas por excelencia de una de las tradiciones más perversas que se pueda imaginar: aquella que disfraza de belleza el dolor infligido a un animal, aquella que tilda de cultural el maltrato a un ser inocente. Y he de decir que me desconcierta, o mejor (porque aún no he alcanzado el estoicismo mediterráneo de Vicent), que me indigna que los medios de comunicación democráticos y progresistas sigan reservando un espacio para cubrir la atrocidad de esa fiesta: este periódico, sin ir más lejos; nunca lo entenderé.
En el prólogo de esa Antitauromaquia, Vicent reflexiona:
'La vida te va despojando de todos sus elementos irracionales y quedas a merced de una desnuda inteligencia laica, sin adherencias mágicas. En efecto, la ecología, el amor a los animales, es una clase de laicismo de la naturaleza. O si se quiere, una mística nueva basada en una unión con ella, no contaminada por violencia alguna. Creo que no tenemos derecho a gozar imaginando que hacemos sufrir a los animales, pero, sobre todo, creo que no se puede sustentar como espectáculo la muerte festiva de un toro que un día también podría ser nuestra muerte. En esto se basa esta antitauromaquia. No es un arte de torear al revés, sino una apuesta por no torear nada ni a nadie salvándonos de la crueldad'.
Entonces volví a recordar la máxima vital del e-mail de mi amigo y me di cuenta de que sí, de que lo único que hay que torear es el dolor, o su conciencia, y que, en una paradoja que quisiéramos para siempre erradicar, torero es el toro. Intenta ser torero ante esas bestias que le
secuestran, le humillan, le dan puyazos, le clavan banderillas y espadas, le arrodillan, ensangrentado y exhausto. Cómo intenta el toro torear el dolor, consciente ya del fin (y del final) de su existencia. A partir de ahora, cuando oiga ese epíteto, ¡torero!, que se exclama ante el valiente, ya no sentiré la repugnancia que me producía esa identificación, sino la tristeza por esa innecesaria y cruel torería que se le exige al toro.


Periódico: Babelia, El PAÍS

Título: Piedad por los Animales

Autor: Entrevista a Jesús Mosterín por Javier Rodríguez Marcos

Fecha: 9 de junio de 2001

Fuente: Sandra

 

Jesús Mosterín (Bilbao, 1941) habla siempre de nuestra relación con los
otros animales. Además, recuerda que lo que hay que preguntarse no es si pueden pensar, sino si pueden sufrir. A este catedrático de Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Barcelona no le cabe ninguna duda respecto a ese sufrimiento ni a la necesidad de mitigarlo. Sin caer en un radicalismo ingenuo, Mosterín habla con la seguridad de quien ha meditado mucho sobre algo que, es consciente, durante años ha movido menos a la reflexión que a la risa: los derechos de los animales. Es tan consciente de ello como de que la epidemia de las vacas locas ha transformado en mueca más de una risa. Libros suyos como Animales y ciudadanos (Talasa), en colaboración con Jorge Riechmann, o ¡Vivan los animales! (Debate) son el fruto de una preocupación sostenida por pensar en las relaciones entre el ámbito humano y animal, considerados excluyentes durante siglos. 
PREGUNTA. En una viñeta de El Roto, una vaca decía: "La mierda que nos habéis dado de comer está llegando a vuestros platos". ¿Sólo a partir de un caso así hemos empezado a preocuparnos por los derechos de los animales?
RESPUESTA. Hemos aplicado en nuestra relación con los otros animales una moral mafiosa que sólo respeta al propio grupo y los hemos hecho sufrir hasta un extremo tal que empieza a repercutir en nuestra salud. Cada especie tiene una naturaleza codificada en su genoma. En virtud de la capacidad humana de hablar tiene sentido pedir la libertad de expresión. Las gallinas, por ejemplo, están genéticamente programadas para escarbar en el suelo y para estirar sus alas. Evidentemente, no tiene sentido pedir la libertad de expresión para las gallinas, pero sí lo tiene pedir que se les otorgue el derecho a estirar las alas y a escarbar, que es lo que hacían en los corrales. Cuando se las apretuja en unas baterías en las que tienen las patas llagadas porque escarban donde sólo hay alambre y en vez de alas tienen muñones, su vida es un infierno, y no porque no tengan un modo de vida humano, cosa natural, sino porque no tienen un modo de vida gallináceo. Cuando a las vacas se las alimenta con cadáveres, abrimos la caja de Pandora. Por supuesto, no digo que haya que tratar a los animales como a nosotros mismos. Basta con no obligarlos a ir contra su naturaleza.
PREGUNTA. ¿Esa explotación responde a intereses económicos o forma parte de una tradición de desprecio a los animales?
RESPUESTA. Las dos cosas. La tradición occidental tenía una autoconciencia muy falsa. Le gustaba pensar que los hombres estaban separados del resto de la naturaleza como hijos de Dios, algo que se manifiesta en la filosofía europea no sólo en las épocas de mayor influencia clerical, está también en Descartes y en su contraposición entre espíritu puro y materia mecánica. Mientras teníamos un pensamiento mítico eso estaba más o menos bien porque es un mito bonito, pero ahora, con todo lo que sabemos de biología, somos conscientes de que, por ejemplo, compartimos con los primates el 99% de los genes. La tradición de aprecio a los animales ha estado más desarrollada en Oriente. En el budismo se considera que todas las virtudes morales se reducen a una, la ahimsa, la no violencia, que consiste en no causar daño a ninguna criatura viviente.
PREGUNTA. ¿Cuáles serían los derechos de los animales?
RESPUESTA. Existe un proyecto llamado Gran Simio, que se basa en que mientras no concedamos derechos a todos los animales, empecemos al menos por los que más se nos parecen, los primares, y les otorguemos tres derechos fundamentales: el derecho a la vida, el derecho a la libertad y el derecho a no ser torturados. Yo creo que no es pedir mucho. No se pide ni el derecho al voto ni ninguna locura similar. 
PREGUNTA. ¿Dónde estaría el mínimo del respeto?
RESPUESTA. En su viaje a la Tierra del Fuego, Darwin se sorprendía de que los indígenas fuesen tan cariñosos entre ellos como crueles con las otras tribus. Llegaban incluso a dar los prisioneros a los niños para que
jugasen con ellos sacándoles los ojos. Él decía que cuando la gente se sensibiliza empieza a tener compasión del vecino, y que el círculo de la compasión se va extendiendo. Darwin se preguntaba: "¿Cuándo se cierra ese círculo?". La respuesta es: cuando alcance a todas las criaturas capaces de sufrir, porque compadecerse significa etimológicamente "padecer con". Sin llegar a plantear cuestiones extremas como si hemos de hacernos vegetarianos o dar la libertad a todos los animales, tenemos dos obligaciones hacia aquellos a los que hemos hecho prisioneros para comérnoslos: tratarlos como miembros de la especie a la que pertenecen y que, cuando los matemos, lo hagamos sin dolor.
PREGUNTA. ¿Cuándo empieza a manifestarse el interés por esos derechos?
RESPUESTA. A raíz de los progresos de la ciencia. Después de la teoría de la evolución ya no cabe duda de que somos el producto de los mismos procesos evolutivos de mutación y de selección natural que las demás especies.
PREGUNTA. Un interés reciente.
RESPUESTA. Mucho. En Occidente tenemos una historia intelectual de 2.500 años y esta temática no se ha desarrollado hasta el siglo XX. Ahora, no obstante, está muy activa. En el último congreso mundial de filosofía, en Boston, había una exposición con todos los libros de filosofía publicados en inglés en los últimos dos años. En el área de ética, la mitad se refería a temas o bien de ecología o bien de la consideración moral de los animales.
PREGUNTA. ¿Qué papel juega esta discusión en la ética actual?
RESPUESTA. En Princeton se acaba de crear una cátedra de bioética y después de buscar por todo el mundo se la han dado a Peter Singer, un filósofo caracterizado por su defensa de los derechos de los animales. La ética es algo cambiante. En un momento dado lo que se produce es un consenso moral sobre ciertas cuestiones. Hasta hace dos siglos, a todo el mundo en Occidente le parecía bien la esclavitud. Eso, que provocó una discusión tan virulenta que llevó incluso a guerras, hoy está superado. Lo mismo cabría decir del papel de la mujer. Cuando las sufragistas pedían el voto para la mujer despertaban la hilaridad general. No obstante, aunque ahora se habla más que nunca de nuestra relación moral con los animales, no hay consenso. Al menos el tema ya no es tabú.
PREGUNTA. Hay quien dice que el interés por los animales conlleva un desinterés por los seres humanos.
RESPUESTA. Es al contrario. Antes hablábamos de la religión budista, que ha sido muy pacífica en comparación con el islam o el cristianismo. Ahí está también el caso del doctor Schweitzer, que se dedicaba a cuidar a los más pobres y mostraba un respeto escrupuloso por los animales. O, en la propia tradición católica, san Francisco de Asís frente a santo Domingo de Silos, al que representa Berruguete quemando herejes en una hoguera.
PREGUNTA. ¿Y en la literatura?
RESPUESTA. El interés crece. La declaración de los derechos de los animales la escribió Marguerite Yourcenar. Y ahí esta Gerald Durrell. O, en España, Esther Tusquets, Rosa Montero o Manuel Vicent, que acaba de escribir una antitauromaquia. Y ahí está el libro sobre los animales de Coetzee. También en ese terreno vivimos un periodo de transición. Hace cien años, el tema no interesaba prácticamente a ningún escritor o filósofo. Dentro de cien, preocupará a todos. Hoy, no obstante, sigue habiendo gente que justifica la crueldad amparándose en la tradición.
PREGUNTA. ¿Como las corridas de toros?
RESPUESTA. Sí. Todas las culturas tienen aspectos crueles en sus tradiciones, pero el progreso consiste, precisamente, en que estas ideas se vayan abandonando. En África, por tradición, se les corta el clítoris a las mujeres, y en Estados Unidos existe la tradición de llevar armas. Cuando planteas el tema te dicen: "Forma parte de nuestro modo de vida tradicional. Tú eres europeo y no puedes entenderlo". Las corridas de toros, por otro lado, no fueron exclusivas de España, pese a que algunos las consideren la fiesta nacional, las hubo en toda Europa, incluido el Reino Unido, hasta el siglo XIX.
PREGUNTA. ¿Cómo se explica que hayan generado tanto arte y tanta literatura?
RESPUESTA. En el caso de Hemingway, por ejemplo, responde a su propio retrato: 

"Me gustan la caza mayor, los toros y las guerras civiles", decía. En esa frase está su vida.
PREGUNTA. ¿Y Goya? ¿Y Picasso?
RESPUESTA. En Goya forman parte de los horrores que retrató. A Picasso, es cierto, le gustaban. Yo, no obstante, no estoy contra la representación de la crueldad, sino contra la crueldad misma.
PREGUNTA. Usted ha advertido contra ciertos experimentos de laboratorio.
RESPUESTA. De nuevo, no se trata de oponerse radicalmente a todo, sino de recordar que el sufrimiento de los animales debe ser el mínimo. 
PREGUNTA. ¿No siempre es necesario para el progreso científico?
RESPUESTA. No. Uno de los experimentos más frecuentes en las pruebas de cosméticos es el test de Draize, que consiste en aplicar dosis exageradas de champú en un ojo a un conejo inmovilizado hasta que se le producen llagas y úlceras. Entretanto, el otro ojo se deja sano para observar las reacciones.
PREGUNTA. ¿Y en el caso de la medicina?
RESPUESTA. No siempre los experimentos son útiles, porque los medicamentos no reaccionan igual en sistemas inmunológicos diferentes. De hecho, medicamentos probados con éxito en animales han causado estragos al aplicarse a los seres humanos. Fue el caso de algunas medicinas que alteraron masivamente la gestación de las embarazadas hace unas décadas. Por supuesto, ciertos experimentos con animales vivos son imprescindibles, y eso plantea un conflicto moral irresoluble. El conocimiento es un bien, pero el sufrimiento es un mal. Por eso la curiosidad debe ser matizada por la compasión.
PREGUNTA. Usted critica la separación tradicional entre cultura y naturaleza, otra de las causas de nuestro distanciamiento de los animales.
RESPUESTA. Temas como la genética humana o los derechos de los animales no seremos capaces de enfocarlos con las humanidades tradicionales. Una cultura que excluye la economía, la sociología o la biología es poco más que un adorno, como aquella antigua educación para señoritas. No se puede pensar que un persona culta, en el sentido actual de la palabra, sea alguien cuyos conocimientos se limiten a la literatura, la pintura y la música. Si el genoma no es parte de las humanidades no sé qué idea de humanidad es ésta.


Periódico: El PAÍS

Título: Otra Vez

Autor: Rosa Montero

Fecha: 17 de Septiembre de 2002

 

Ha pasado un año y hemos llegado de nuevo a la repugnante fiesta de los bárbaros. Hoy vuelve a celebrarse en Tordesillas el Toro de Vega, esa aterradora diversión consistente en que una horda de energúmenos se dedican a acosar y alancear a un toro hasta la muerte de una manera lenta y sádica. Cientos de tipejos persiguen, pinchan y atraviesan al animal con lanzas de verdad (con hojas de 33 cm. de longitud) o incluso improvisadas, cuchillos de cocina atados a palos de escoba, instrumentos de martirio confeccionados alegremente en el hogar para tajarle las entrañas al pobre bicho; no hay nada mejor que enseñarle a los propios hijos a ser verdugos, compartir el suplicio de un ser vivo sin duda une mucho y la familia que tortura unida permanece unida ( y probablemente pega unida a las mujeres, y maltrata a los ancianos y a los niños; no se puede ser tamaño miserable impunemente).

Quizá justamente en estos momentos, mientras lees estas líneas, se este produciendo la carnicería, esa apoteosis de perversidad en la que los verdugos hurgan en las vísceras del animal, con parsimonioso gozo, durante mucho tiempo. En el año 2000, a un pobre bicho llamado 'Centello' le atravesaron de parte a parte: el palo le entraba por el flanco, cerca de la barriga, y le salía por la espalda. Así ensartado aguanto vivo 35 minutos más, intentando huir (ese palo destrozándole por hay dentro con cada movimiento) mientras vociferantes bestias seguían hincando hierros en su carne. Los de Tordesillas se divierten así (no todos pero muchos, demasiados). Me angustia pensar qué le estarán haciendo a 'Morenito', el toro de este año. Es tan espantoso que da vértigo.

Pero hay algo peor, porque siempre ha habido tarados en el mundo capaces de disfrutar con el sufrimiento de un ser vivo; lo verdaderamente terrible es que un Estado democrático del siglo XXI lo ampare y lo consienta. Y así, los primeros culpables son Milagros Zarzuelo, la alcaldesa, y esa Junta de Castilla y León que hizo la aberración de decretar que era un 'espectáculo tradicional', y el partido (el PP) que apoya todo esto; y el Gobierno central, que no reacciona. Todos ellos son indignos de su responsabilidad histórica y política.

Es la España negra y me avergüenzo de ella.


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