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Y
DEMÁS/Historia
Tiempos
olímpicos en guerra fría
Un país que
hoy ya no existe fue un protagonista de la justa cuatrianual
durante casi cuatro décadas. Un repaso a los lodos de
aquellas ideologías
Versión impresa
AGOSTO, 2008. La
primera vez que la Unión Soviética participó en unos Juegos
Olímpicos fue en 1952, en Helsinski, Finlandia, país que
alguna vez fue territorio ruso. Siete años después de
finalizada la Segunda Guerra el país atravesaba el mejor
momento de su historia, con un flamante arsenal nuclear
cortesía de sus servicios de espionaje que le permitía
hablar envalentonadamente como si fuera el tipo del
vecindario que asume una actitud altanera tras sacarse el
premio grande de la Lotería. La intelectualidad mundial
escribía loas a Stalin y se pensaba que Moscú dominaría al
resto del mundo antes de finalizado el siglo XX.
Irónicamente, los soviéticos habían llegado a Helsinski con
la abierta intención de politizar el acontecimiento tal y
como lo habían hecho los nazis en 1936. El principio de
superioridad racial fue reemplazado con el de superioridad
ideológica. Los atletas ya no gritaban Heil Hitler
antes de cada competencia, pero sí enviaban sus parabienes
al Señor que vivía en el Kremlin. El Comité Olímpico
Internacional, por cierto, dijo sí a todas las exigencias
soviéticas: sus atletas deberían estar separados en todo
momento del resto, y sólo saldrían de sus aposento para
competir, recibir su medalla si la había y enseguida
regresar a sus habitaciones, como si fueran galgos de
carreras. Una actitud similar ocurrió con otros países del
flamante bloque oriental, como Polonia, Yugoslavia y
Hungría.
No faltaron porristas, por supuesto, quienes recalcaron que
la URSS se había convertido en potencia deportiva, lo cual
era relativamente cierto, pues en las últimas que participó
como Rusia, en 1912, tuvo un papel notable. Serían los
primeros y últimos juegos presenciados por la dictadura
estalinista; al año siguiente murió el Gran Líder pero las
cosas, además del proceso de "desestalinización", cambiaron
poco o nada para los atletas, incluida la exigencia del
extinto de que toda medalla de sus atletas pasaba a ser
propiedad del Estado. La consigna era callar y ganar, o
viceversa.
Cuatro años después, en Melbourne, el Comité Olímpico ni
siquiera bostezó ni pidió explicaciones al enterarse de la
sangrienta invasión que el ejército soviético había hecho en
Hungría para defender a un gobierno títere que estaba a
punto de caer. De cualquier manera el país invadido logró
tres medallas de oro del boxeador Lazzlo Papp. Fueron
también unos juegos donde la guerra fría alcanzaba un punto
máximo. Lo mismo puede decirse de los Juegos efectuados en
Roma en 1961. Los atletas soviéticos comenzaron a usar
sudaderas con la siglas CCCP y ya contaban con sus clubs de
fans, como el Partido Comunista Italiano que mandó un
continente a recibirlos al aeropuerto y les deseó que
obtuvieran más medallas incluso que el anfitrión. ¿Cuál
habría sido la reacción si se hubiera hecho algo igual con
la delegación norteamericana, por ejemplo?
Con los Juegos de Tokio 1964 se completaban los tres países
del "Eje" derrotados en la Segunda Guerra que recibían a los
atletas de todo al mundo, incluidos los soviéticos, quienes
desde el principio mostraron una actitud tersa, despótica
incluso, hacia sus anfitriones, pero conforme avanzó la
justa la situación se distensó un poquito, sobre todo cuando
la ucraniana Larysa Latynita, completó 18 medallas de oro en
cuatro juegos. Asimismo comenzaba a destacar Cuba.
En los Juegos de México las cosas pintaban mucho mejor al
bloque oriental frente a un Estados Unidos emproblemado con
la guerra de Vietnam y con el fresco asesinato de Martin
Luther Kennedy y Robert Kennedy de modo que los atletas
estadounidenses llegaron a la justa olímpica bastante
desmoralizados, aunque la Primavera de Praga, aplastada por
los tanques rusos parecía existir en otra galaxia para los
miembros del COI quienes decían "estar ausentes de toda
cuestión política", algo que no impidió que expulsaran a
Sudáfrica en 1964 por su política de segregación racial. El
black power, que coqueteaba con los incesantes
graznidos de Radio Moscú, se manifestó cuando dos atletas
norteamericanos levantaron su mano izquierda con un guante
en el puño al momento de subir al podio a recibir sus
preseas.
El único momento feliz de los Juegos para los
norteamericanos --y quizá de todo 1968, el cual ya rogaban
que se acabara-- fue el descomunal salto de 8.90 metros de
Bob Beamon que se mantuvo vigente por 36 años. Un dato
adicional que desafío la "gelidez" de los atletas del bloque
oriental se tuvo con la gimnasta checoslovaca Vera Kaslavska,
quien luego de una gran actuación optó por quedarse en
México y casarse con un compatriota
Se agudiza la guerra fría olímpica
Cuba, el benjamín de la dictadura soviética, empieza a
levantar medallas, algo que servirá para entusiasmar a no
pocos latinoamericanos sobre las virtudes del "experimento
socialista". Teófilo Stevenson es la figura cubana que
consigue una medalla de tres tres que consigue ese país en
boxeo. El secuestro y posterior muerte de 11 atletas
israelíes y dos terroristas palestinos agudiza las tensiones
de la guerra fría. Estados Unidos exige "detener
indefinidamente los juegos" (por lo menos cuatro atletas
masacrados habían nacido y vivido en territorio
norteamericano) pero el COI sólo concede 36 horas que
terminan reducidas a 24 para no alterar más el calendario
olímpico.
No fue el único disgusto estadounidense. Las delegaciones de
Alemania Oriental y la URSS recibieron estruendosa ovación
el día de la inauguración mientras hubo rechiflas para los
norteamericanos, aunque ya el 30 por ciento de sus atletas
eran de color. Los jueces hicieron poco en ocultar ese
desprecio, como quedó evidente en basquetbol: en el partido
contra la URSS hubo sospechas de favoritismo, más que
confirmadas cuando a los soviéticos se les permitió repetir
tres veces un tiro de castigo que resultaría decisivo y
terminaría con el reinado de Estados Unidos en esa
disciplina, aunque por otro lado mantuvieron la supremacía
en nado varonil con Mark Spitz, quien se llevó 8 medallas de
oro. Spitz era judío e incluso estuvo a punto de emigrar a
Israel a mediados de los 60 pero optó por terminar la
universidad en su país de nacimiento. De haberlo hecho quizá
jamás habría logrado esa proeza.
Para 1976 se contemplaba por primera vez la ausencia
norteamericana en los Juegos; con un presidente caído en
desgracia, una guerra de Vietnam de la que salieron huyendo,
derrotados y una situación económica con olor a inflación de
dos dígitos el espíritu olímpico no era precisamente el que
se respiraba en ese país. Sin embargo era también el año del
Bicentenario, además que, de no asistir, la URSS sería la
protagonista de los Juegos. Por su parte, en la francófila
Montreal no sorprendió la anglofobia local que no recibió
son silbidos, pero sí fríamente, a sus vecinos del sur
mientras que los soviéticos fueron recibidos con aplausos.
Pero ellos no fueron los héroes de los juegos sino una
muchachita de 14 años, rumana, a la que incluso se le
compuso un tema musical. Nadia Comanecci logró tres 10, algo
insólito. Como premio a su dedicación --y a haber entregado
sus medallas al Estado-- el tirano Ceaceuscu le dio un
privilegio, algo que sólo podían disfrutar los miembros de
la nomenklatura rumana: un departamento con agua
caliente.
Para los siguientes Juegos en Moscú sí se concretó la
ausencia norteamericana, El presidente Carter promovió un
boicot contra la URSS por la reciente invasión a Afganistán.
El único miembro de la OTAN que no hizo caso fue Francia y
envió a su delegación. Previsiblemente, la Unión Soviética
barrió en casi todas las categorías en que participó. En
realidad esa justa olímpica fue una repetición de las
Espartaquiadas, aquellos juegos que organizaba el
desaparecido bloque oriental. Fue la última participación
cubana hasta 1992. En Los Ángeles no asistieron por apoyo a
Moscú, y en 1988 en protesta porque Corea del Norte fue
excluida en la organización.
Cuatro años después y con una razón francamente baladí,
Moscú emitió un boicot contra la organización de los juegos,
aunque la delegación rumana decidió asistir debido a sus
altas posibilidades de obtener medalla en gimnasia. Esta vez
los norteamericanos barrieron en buena parte de las
categorías. Un efecto positivo para México del boicot es que
le dio oportunidad de alcanzar cuatro medallas ante la
ausencia oriental.
Los últimos Juegos Olímpicos donde oficialmente participó la
URSS fueron los de Corea del Sur. Aunque la perestroika y la
glásnost parecían perder fuerza, los atletas soviéticos
mostraron otro actitud, e incluso sonreían al público y a
las cámaras. Pero pese a las promesas, hubo atletas que
desertaron. Lo que nadie imaginaba es que Seúl 88 sería la
última vez en que veríamos las sudaderas con CCCP a las
espaldas en una justa olímpica. Casi un año después cayó el
Muro de Berlín y 13 meses más tarde le siguió todo el
imperio soviético.
Para 1992, y ante la premura, la nuevamente llamada Rusia
envió una delegación denominada Federación de Estados
Independientes, que participaría por primera y única vez
como tal en una justa olímpica. Meses después, y con la
resurrección de los nacionalismos locales, Lituania, Estonia
y Georgia, que habían sido parte de esa delegación, se
independizaron de Moscú y crearon sus propios comités
olímpicos.
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