De Memoria. Estrechando
manos en un taxi
por Vicente Battista
Le decían el Taxi de la Cordialidad y circulaba por las calles de Buenos Aires a fines de los sesenta. Hasta cierta medianoche de otoño pensé que ese taxi era otra mentira porteña. Esa medianoche estaba junto a dos amigos enredado en una discusión en la que faltaban fundamentos y sobraban insultos. Alguien dijo que se había hecho tarde y paró a un taxi. Subimos y nos disponíamos a continuar con la pelea cuando advertimos que en el interior de ese coche se respiraba un clima diferente. Canjeamos los insultos por palabras amables. No me pregunten las razones de ese cambio. Sólo sé que había viajado en el Taxi de la Cordialidad.
"Canjeamos los insultos por palabras
amables. No me pregunten las razones de ese cambio"
La vida me llevó a otras calles y a otros viajes. Hoy para andar en taxi hay que cumplir con ciertos códigos. Los hombres de fe, ruegan no ser asaltados; los agnósticos, controlan que las puertas estén herméticamente cerradas. El Taxi de la Cordialidad es un grato recuerdo.
El lunes 17 no había sido uno de mis mejores días. A la medianoche paré un taxi. No bien subí descubrí que estaba en un clima diferente, similar al de aquella otra medianoche de treinta años antes. El taxista ignoró mi cara hosca, dijo que se llamaba Rodolfo y comenzó a hablarme de "Estrechando Manos", la fundación que él presidía. Dijo que se había creado con el solo propósito de ayudar al otro, aunque sólo fuese con una palabra y una sonrisa. Y así fue: durante el viaje me explicó que no todo estaba perdido: "Estrechar la mano es un primer paso -dijo-, simplemente hay que darlo". Esa noche dormí en paz, como hacía mucho no dormía.
Esto que cuento no es un sueño. La Fundación Estrechando Manos existe y el taxi de Rodolfo anda por las calles de Buenos Aires como alguna vez anduvo el de la Cordialidad. Tal vez un día de estos también usted tiene la suerte de tomarlo.
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