DOCTRINA CATÓLICA

CONMONITORIO
(APUNTES PARA CONOCER LA FE VERDADERA)
SAN VICENTE DE LERINS

ADVERTENCIA DE SAN PABLO
A LOS GÁLATAS

   8. Individuos de esa ralea, que recorrían las provincias y las ciudades mercadeando con sus errores, llegaron hasta los Gálatas. Estos, al escucharlos, experimentaron como una cierta repugnancia hacia la verdad; rechazaron el maná celestial de la doctrina católica y apostólica y se deleitaron con la sórdida novedad de la herejía.

   La autoridad del Apóstol se manifestó entonces con su más grande severidad: aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un Evangelio diferente del que nosotros os hemos anunciado, sea anatema(27).

   ¿Y por qué dice San Pablo aun cuando nosotros mismos, y no dice ¿aunque yo mismo?

   Porque quiere decir que incluso si Pedro, o Andrés, o Juan, o el Colegio entero de los Apóstoles anunciasen un Evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema.

   Tremendo rigor, con el que, para afirmar la fidelidad a la fe primitiva, no se excluye ni así mismo ni a los otros Apóstoles.

   Pero esto no es todo: aunque un ángel del cielo os predicase un Evangelio diferente del que nosotros os hemos anunciado, sea anatema.

   Para salvaguardar la fe entregada una vez para siempre, no le bastó recordar la naturaleza humana, sino que quiso incluir también la excelencia angélica: aunque nosotros -dice- o un ángel del cielo.

   No es que los santos o los ángeles del cielo puedan pecar, sino que es para decir: incluso si sucediese eso que no puede suceder, cualquiera que fuese el que intentase modificar la fe recibida, este tal sea anatema.

   ¡Pero quizá el Apóstol escribió estas palabras a la ligera, movido más por un ímpetu pasional humano que por inspiración divina! Continúa, sin embargo, y repite con insistencia y con fuerza la misma idea, para hacer que penetre: cualquiera que os anuncie un Evangelio diferente del que habéis recibido, sea anatema(28).

   No dice: si uno os predicara un Evangelio diferente del nuestro, sea bendito, alabado, acogido; sino que dice: sea anatema, es decir, separado, alejado, excluido, con el fin de que el contagio funesto de una oveja infectada no se extienda, con su presencia mortífera, a todo el rebaño inocente de Cristo.

VALOR UNIVERSAL
DE LA ADVERTENCIA PAULINA

    9. Podría pensarse que estas cosas fueron dichas sólo para los Gálatas. En ese caso, también las demás recomendaciones que se hacen en el resto de la carta serían válidas solamente para los Gálatas. Por ejemplo: si vivimos por el Espíritu, procedamos también según el Espíritu. No seamos ambiciosos de vanagloria, provocándonos los unos a los otros y envidiándonos recíprocamente(29).

   Pues si esto nos parece absurdo, ello quiere decir que esas recomendaciones se dirigen a todos los hombres y no sólo a los Gálatas; tanto los preceptos que se refieren al dogma, como las obligaciones morales, valen para todos indistintamente. Así, pues, igual que a nadie es lícito provocar o envidiar a otro, tampoco a nadie es lícito aceptar un Evangelio diferente del que la Iglesia Católica enseña en todas partes.

   ¿Quizá el anatema de Pablo contra quien anuncia se un Evangelio diferente del que había sido predi cado sólo valía para aquellos tiempos y no para
ahora?

   En este caso, también lo que se prescribe en el resto de la carta: Os digo: proceded según el Espíritu y no satisfaréis los apetitos de la carne(30), ya no obligaría hoy.

   Si pensar una cosa así es impío y pernicioso, nece sariamente hay que concluir que, puesto que los preceptos de orden moral han de ser observados en todos los tiempos, también los que tienen por objeto la inmutabilidad de la fe obligan igualmente en todo tiempo.

   Por consiguiente, anunciar a los cristianos alguna cosa diferente de la doctrina tradicional no era, no es, no será nunca lícito; y siempre fue obligatorio y necesario, como lo es todavía ahora y lo será siem pre en el futuro, reprobar a quienes hacen bandera de una doctrina diferente de la recibida.

   Así las cosas, ¿habrá alguien tan osado que anun cie una doctrina diferente de la que es anunciada por la Iglesia, o será tan frívolo que abrace otra fe dife rente de la que ha recibido de la Iglesia?

   Para todos, siempre, y en todas partes, por medio de sus cartas, se levanta con fuerza y con insistencia el grito de aquel instrumento elegido, de aquel Doc tor de Gentes, de aquélla campana apostólica, de aquel heraldo del universo, de aquel experto de los cielos: «si alguien anuncia un nuevo dogma, sea excomulgado».

   Pero vemos cómo se eleva el croar de algunas ra nas, el zumbido de esos mosquitos y esas moscas moribundas que son los pelagianos*. Estos dicen a los católicos: «Tomadnos por maestros vuestros, por vuestros jefes, por vuestros exégetas; condenad lo que hasta ahora habéis creído y creed lo que hasta ahora habéis condenado. Rechazad la fe antigua, los decretos de los Padres, el depósito de vuestros mayores, y recibid...» ¿Recibid, qué? Me produce horror decirlo, pues sus palabras están tan llenas de soberbia que me parece cometer un delito no ya el decirlas, sino incluso refutarlas. 

POR QUÉ PERMITE DIOS
QUE HAYA HEREJÍAS EN LA IGLESIA

   10. Pero alguien dirá: ¿Por qué Dios permite que con tanta frecuencia personalidades insignes de la Iglesia se pongan a defender doctrinas nuevas entre los católicos?

   La pregunta es legítima y merece una respuesta amplia y detallada.

   Pero responderé fundándome no en mi capacidad personal, sino en la autoridad de la Ley divina y en la enseñanza del Magisterio eclesiástico.

   Oigamos, pues, a Moisés: que él nos diga por qué de tanto en cuando Dios permite que hombres doc tos, incluso llamados profetas por el Apóstol a causa de su ciencia(31), se pongan a enseñar nuevos dogmas que el Antiguo Testamento llama, en su estilo alegó rico divinidades extranjeras(32). (Realmente los here jes veneran sus propias opiniones tanto como los pa ganos veneran sus dioses).

Moisés escribe: Si en medio de ti se levanta un profeta o un soñador -es decir, un maestro confir mado en la Iglesia, cuya enseñanza sus discípulos y auditores estiman que proviene de alguna revelación-, que te anuncia una señal o un prorligio, aun que se cumpla la señal o el prodigio... (33).

   Ciertamente, con estas palabras se quiere señalar un gran maestro, de tanta ciencia que pueda hacer creer a sus seguidores, que no solamente conoce las cosas humanas, sino que también tiene la prescien cia de las cosas que sobrepasan al hombre. Poco más o menos esto es lo que de Valentín*, Donato, Fotino, Apolinar y otros de la misma calaña creían sus respectivos discípulos (34).

   ¿Y cómo sigue Moisés? y te dice: vamos detrás de otros dioses, que tú no conoces, y sirvámoslos. ¿Qué son estos otros dioses sino las doctrinas erróneas y extrañas? Que tú no conoces, es decir, nuevas e inau ditas. Y sirvámoslas, o sea, creámoslas y sigámoslas.

    Pues bien, ¿qué es lo que dice Moisés en este caso?: No escuches las palabras de ese profeta o ese  soñador.

   Pero yo planteo la cuestión: ¿Por qué Dios no im pide que se enseñe lo que El prohíbe que se escuche?

   Y Moisés responde: Porque te está probando Yavé, tu Dios, para ver si amas a Yavé con todo tu cora zón y con toda tu alma.

   Así, pues, está más claro que la luz del sol el mo tivo por el que de tanto en cuando la Providencia de Dios permite maestros en la Iglesia que predi quen nuevos dogmas: porque te está probando Yavé.

   Y ciertamente que es una gran prueba ver a un hombre tenido por profeta, por discípulo de los profetas, por doctor y testigo de la verdad, un hombre sumamente amado y respetado, que de repente se pone a introducir a escondidas errores perniciosos. Tanto más cuanto que no hay posibilidad de descu brir inmediatamente ese error, puesto que le coge a uno de sorpresa, ya que se tiene de tal hombre un juicio favorable a causa de su enseñanza anterior, y se resiste uno a condenar al antiguo maestro al que nos sentimos ligados por el afecto.

EJEMPLOS DE
NESTORIO, FOTINO, APOLINAR

   11. Llegados a este punto, alguno podrá pedirme que contraste las palabras de Moisés con ejemplos tomados de la historia de la Iglesia. La petición es justa y respondo a continuación.

   Partiendo, en primer lugar, de hechos recientes y bien conocidos, ¿podríamos alguno de nosotros ima ginar la prueba por la que atravesó la Iglesia, cuan do el infeliz Nestorio se convirtió repentinamente de oveja en lobo, comenzó a desgarrar el rebaño de Cristo, al mismo tiempo que aquellos a quienes él mordía, teniéndolo aún por oveja, estaban así más expuestos a sus mordiscos? 

   En verdad que difícilmente podía pasarle por la cabeza a nadie que pudiese estar en el error quien había sido elegido por la alta judicatura de la corte imperial y era tenido en la mayor estima por los Obispos.

   Rodeado del afecto profundo de las personas pia dosas y del fervor de una grandísima popularidad, todos los días explicaba en público la Sagrada Escritura, y refutaba los errores perniciosos de judíos y paganos. ¿ Quién no habría estado convencido de que un hombre de esta clase enseñaba la fe orto doxa, que predicaba y profesaba la más pura y sana doctrina?

   Pero sin duda para abrir camino a una sola here jía, la suya, era por lo que perseguía todas las demás mentiras y herejías. A esto precisamente es a lo que se refería Moisés, cuando decía: Te está pro bando Yavé, tu Dios, para ver si lo amas.

   Mas dejemos de lado a Nestorio, en el que siempre hubo más brillo de palabras que verdadera sustan cia, relumbrón más que efectiva valentía, y al cual el favor de los hombres, y no la gracia de Dios, hacía aparecer grande ante la estimación del vulgo.

   Recordemos mejor a quienes, dotados de habilidad y del atractivo de los grandes éxitos, se convir itieron para los católicos en ocasión de tentaciones no sin importancia.

  Así, por ejemplo, sucedió en Pannonia en tiempos de nuestros Padres, cuando Potino intentó engañar a la iglesia de Sirmio. Había sido elegido obispo con a mayor estima por parte de todos, y durante un c ierto tiempo cumplió con su oficio como un verdadero católico. Pero llegó un momento en que, como el profeta o visionario malvado del que habla Moisés, comenzó a persuadir al pueblo de Dios que le había sido confiado de que debía seguir a otros dioses, es decir, a novedades erróneas nunca antes con ocidas.

   Hasta aquí nada de extraordinario. Mas lo que lo h acía particularmente peligroso era el hecho de que, p ara esta empresa tan malvada, se servía de medios n o comunes.

   En efecto, poseía un agudo ingenio, riqueza de doctrina y óptima elocuencia; disputaba y escribía abundantemente y con profundidad tanto en griego como en latín, como lo muestran las obras que com puso en una y otra lengua.

   Por fortuna, las ovejas de Cristo que le habían sido confiadas eran muy prudentes y estaban vigi lantes en lo que se refiere a la fe católica; inmedia tamente se acordaron de las advertencias de Moisés, y aunque admiraban la elocuencia de su profeta y pastor, no se dejaron seducir por la tentación. Desde ese momento empezaron a huir, como si fuera un lobo, de aquel a quien hasta poco antes habían se guido como guía del rebaño.

  Aparte de Fotino, tenemos el ejemplo de Apolinar, que nos pone en guardia contra el peligro de una tentación que puede surgir en el seno mismo de la Iglesia, y que nos advierte de que hemos de vigilar muy diligentemente sobre la integridad de nuestra fe.

   Apolinar introdujo en sus auditores la más doloro sa incertidumbre y angustia, pues por una parte se sentían atraídos por la autoridad de la Iglesia, y por otra eran retenidos por el maestro al que estaban habituados.

   Vacilando así entre uno y otro, no sabían qué es lo que convenía hacer.

   ¿Era, quizá, aquél un hombre de poco o ningún relieve? 

   Al contrario, reunía tales cualidades, que se sen tían llevados a creerlo, incluso demasiado rápida mente en gran número de cosas. ¿ Quién podía hacer frente a su agudeza de ingenio, a su capacidad de reflexión y a su doctrina teológica? Para hacerse una idea del gran número de herejías aplastadas, de los errores nocivos a la fe desbaratados por él, basta recordar la obra insigne e importantísima, de no menos de treinta libros, con la que refutó, con gran número de pruebas, las locas calumnias de Porfiro*.

   Nos alargaríamos demasiado si recordásemos aquí to das sus obras; merced a ellas habría podido ser igual a los más grandes artífices de la Iglesia, si no hubiese sido empujado por la insana pasión de la curiosidad a inventar no sé qué nueva doctrina, la cual como una lepra, contagió y manchó todos sus trabajos, hasta el punto de que su doctrina se convirtió en ocasión de tentación para la Iglesia, más que de edificación.


NOTAS

  • (27) Gal, 8. (volver) 

  • (28) Gál 1, 9. (volver) 

  • (29) Gál 5, 25-26. (volver) 

  • (30) Gál 5, 16. (volver)
  • (31) Cfr. 1 Cor 13, 2. (volver)
  • (32)  32 Cfr. Dt 13, 2.
  • (33)   Dt. 13, 1-3. (volver)
  • (34)  El autor habla de Patino y de Apolinar en el apartado siguiente. Para Valentino y Donato, ver el «Breve léxico de con ceptos y nombres», al final de la presente edición.  (volver)
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