LA IMPORTANCIA DE LA INVESTIGACIÓN
Y LA AMENAZA DE LOS MITOS
Benjamin Radford
Además de trabajar en las revistas The Skeptical
Inquirer, como redactor y editor, y Pensar, la Revista
iberoamericana para la ciencia y la razón, como Editor Jefe, en los últimos 10
años me he dedicado a examinar afirmaciones inusuales. He pasado noches en
casas encantadas, he enfrentado a videntes falsos, he buscado respuestas a
fenómenos misteriosos. Esta es una profesión curiosa. Mi amigo y co
investigador Joe Nickell y yo a veces encontramos difícil explicar exactamente
qué es lo que hacemos.
Por ejemplo, en muchas oportunidades viajamos a Canadá.
Investigamos círculos de maíz (crop circles), otras veces examinamos a un
estigmatizado (una persona que supuestamente exhibe las heridas de Jesús);
también viajamos al Lago Memphremagog, en busca de un monstruo que
presuntamente merodea por allí.
Los guardias fronterizos siempre nos preguntan el
propósito de nuestra visita, y nos miran extrañamente. Cuando explicamos que
vamos a ver a una mujer que sangra por las heridas de Jesucristo, generalmente
surgen más preguntas y, si tenemos suerte, ¡¡podremos evitar que nos revisen de
arriba a abajo!!.
Ahora quiero hablarles de lo que he aprendido durante
esta última década, y por qué creo tan firmemente que es tan importante lo que
estamos haciendo este fin de semana.
En la pseudociencia acechan peligros reales. Es fácil
desestimar la importancia de algunas creencias como los secuestros alienígenos.
A veces me preguntan “¿Qué importa si la gente cree en cosas que no son
verdaderas?” Si alguien quiere creer que seres provenientes de lejanos planetas
visitan la Tierra, ¿qué problema hay?. Pero, ¿y si esa persona cree que hay
voces le dicen lo que debe hacer? ¿Y si cree que un remedio ineficaz le salvará
la vida, y por lo tanto no busca asistencia médica?
Si una mujer cree en la astrología o visita a
quirománticos y tarotistas en la calle, es su elección. ¿Pero qué pasa si toma
decisiones basándose en lo que le dijeron? ¿Qué ocurre si decide no continuar
con una relación o carrera o educación a causa de un comentario hecho por un
adivino?. No estoy diciendo que todo el mundo se los tome en serio, pero sé que
algunas personas sí lo hacen. He conocido a muchas de ellas personalmente.
Algunos rumores y mitos son inofensivos, otros no. En el
último ejemplar de Pensar, escribí un artículo sobre los peligros de las
leyendas de extranjeros que secuestran y matan niños latinoamericanos.
Periódicamente aparecen artículos sobre niños a los que se les roba las córneas
u órganos para venderlos a norteamericanos o europeos ricos. Circulan rumores
que los hombres blancos son pishtacos, likichiri o sacaojos.
Estos cuentos causan miedo y alarma pero, al investigarlos cuidadosamente,
resulta que son falsos.
Hay un fuerte sentimiento antinorteamericano en toda
América Latina y entiendo por qué. El gobierno de los Estados Unidos tiene gran
parte de la responsabilidad, con su vergonzosa historia de explotación
económica y manipulación política. Pero los ciudadanos norteamericanos comunes
no son el enemigo y no están secuestrando a los niños. Varios norteamericanos,
europeos y japoneses inocentes han sido golpeados severamente y aún matados por
turbas furiosas y temerosas que creían que los extranjeros venían a secuestrar
o matar a sus hijos.
II
La creencia es parte central de lo paranormal, ya
que nunca se ha podido probar ningún fenómeno de este tipo. A los botánicos
no se les pregunta si “creen en” la fotosíntesis, ni a los físicos si “creen
en” la gravitación. Pero a los escépticos se les pregunta frecuentemente si
“creen en” la astrología o en los OVNIs, y a los ateos y agnósticos si creen en
dios. Para los escépticos, igual que para los no creyentes, el punto crucial no
es la creencia sino la evidencia.
Se trate de fantasmas ocultos, seres de otros planetas
jamás vistos, o deidades invisibles, la pregunta fundamental es por qué la
gente cree en ellos. Las creencias en lo paranormal y en las afirmaciones
religiosas constituyen, en el fondo, un tema psicológico. La mente humana está
diseñada para buscar patrones, y lo hace tan bien que a menudo ve cosas donde
no las hay. Por ejemplo, un jugador quizá cree que tiene suerte cuando la
verdad es que el azar le ha brindado una buena racha, o un peregrino puede ver
una imagen religiosa que aparece milagrosamente en la corteza de un árbol o en
la borra del café. No hay que burlarse o considerar tontas las creencias de la
gente. Éstas son el resultado de errores de pensamiento naturales y comunes.
Ambos sistemas de creencias, el paranormal y el
religioso, contienen una insatisfacción subyacente con respecto a la condición
humana y su potencial. No estamos contentos con nosotros mismos o con nuestras
habilidades y entonces buscamos adivinos para que nos reaseguren el futuro, dándonos
la sabiduría a la cual supuestamente tienen acceso. Astrólogos y videntes
tienen la misma relación con el mundo de lo oculto que curas y rabinos.
Lo paranormal, igual que la religión, frecuentemente pone
a algunas personas en un nivel más alto que las demás. Eso hace pensar que unos
pocos elegidos tienen acceso a habilidades o conocimientos especiales. El campo
paranormal abunda en autores, gurúes, “expertos” y guías espirituales que
pretenden tener conexiones esotéricas y poderes que los demás no tenemos. En
contraste con ello, un principio fundamental del escepticismo es que todos
estamos al mismo nivel y nadie posee poderes psíquicos o herramientas de
adivinación vedadas al resto. Nadie es “mejor”, excepto en lo referente a
nuestro comportamiento y a nuestro intento por mejorar.
El escepticismo, como la incredulidad, sugiere que las
respuestas a nuestros problemas y preguntas no reside en las estrellas, ni en
libros místicos o dioses ocultos, sino en nosotros mismos. Lo que nos une son
nuestras muy humanas habilidades, y el escepticismo nos muestra que debemos
medirnos con nuestras cualidades únicamente humanas, falibles, y no con
nuestras ideas ilusorias sobre poderes místicos.
III
Me gusta pensar en la mente como un jardín. Es un jardín
bellísimo con fuentes y flores y enredaderas. Pero como cualquier jardín, hay
que cuidarlo y arrancar las malas hierbas. Porque entre las frutas deliciosas y
flores llenas de colores hay plantas peligrosas e inútiles. Cada mentira que
aceptamos es una mala hierba que nos quita los nutrientes necesarios
provenientes de la tierra, y la luz del sol. Estas decepciones y mitos
desordenan nuestros pensamientos y nos llevan a tomar decisiones equivocadas,
porque las decisiones deben estar basadas en la verdad. Cultivar los jardines
de nuestra mente no es fácil, pero es un deber moral importante. Tenemos que
mantenernos alertas. Algunas personas no se preocupan si su jardín está plagado
de hierbas. Para algunos, si una creencia es reconfortante, entonces la verdad
no importa. Ése es su error. No podemos imponer el poder de la razón, la
ciencia y la racionalidad a quienes no están dispuestos.
IV
Quiero contarles un par de experiencias personales que me
recordaron la importancia de lo que hacemos. Un día, en 2000, recibí una llamada
de un hombre que hablaba desde una cabina telefónica de Arizona.
El hombre tenía una voz suave, parecía tener unos
cincuenta años y quería información sobre un artículo que había leído hace
tiempo en el Skeptical Inquirer. No sabía la fecha ni el año de la
publicación. “Es un artículo escrito por Martin Gardner”, me dijo. “Es sobre
una secta”. Le dije que trataría de encontrar ese artículo y que le pasaría la
llamada a la recepción, donde podría comprarlo si quería. “No, no —dijo él— por
favor, lo necesito ahora. ¿Puede mandármelo por fax?”
Aunque lo quería ayudar, su pedido me sonó como una
exigencia. Yo debía dejar lo que estaba haciendo, revisar los ejemplares de los
últimos dos años, localizar el artículo y mandárselo por fax, en una llamada de
larga distancia, pagando los gastos. Además, no me parecía que un teléfono
público pudiera recibir un fax: Y aparte, ¿cuál era la urgencia?
El hombre me explicó que temía que su hermano menor
estuviera involucrado en una secta. Él iba a ir a verlo y con desesperación
trataba de pensar cómo hacerlo razonar. Recordó que Martin Gardner había
escrito una columna sobre esa secta hace años y esperaba que la información
pudiera proveerle datos escépticos y críticos. El hombre llamaba de un teléfono
público que estaba afuera de un negocio de fotocopias y tenía el número de fax
del negocio para recibirlo allí. Quería encontrarse con su hermano llevando
información. Revisé los ejemplares en mi oficina, hice fotocopias de las
páginas requeridas y se los envié por fax. Esta es quizá la parte más
gratificante de mi trabajo, porque aunque enseñar ciencia al público es
importante, puedo ayudar a la gente que no tiene a quién recurrir.
Algunos años después, tuve otra oportunidad para
demostrar el costado útil y práctico del escepticismo. Recibí una llamada de
una mujer que creía que su casa estaba poseída por espíritus de los muertos.
Ella, su esposo y su joven hija habían huido de su casa la noche anterior a
Halloween y no querían volver, excepto durante breves períodos durante el día.
Estaban aterrados, parando en la casa de su madre, y necesitaban ayuda
desesperadamente. Previamente habían llamado a un vidente que tenía un programa
radial. El vidente les dijo que la casa estaba “llena de fantasmas”, pero se
negó a ayudarlos. Accedí a su pedido de ayuda y, en el transcurso de dos
semanas, pasé varias noches y fines de semana investigando dichos fenómenos
inexplicables. Aunque se trataba de un caso complejo, fui capaz de explicar el
encantamiento y tranquilizar a la familia. Se mudaron de nuevo a la casa en una
semana, y no hubo más disturbios. Este es al menos un buen ejemplo de cómo la
ciencia y los escépticos pueden calmar los temores y solucionar un caso cuando
fallaron los exorcismos y los “videntes” no pudieron o no quisieron ayudar.
V
Cuando se permite que prospere la superstición, cuando el
rumor tiene el mismo valor que la verdad, cuando la opinión substituye a la
evidencia, nos perjudicamos todos. Los mitos, la pseudociencia y los dogmas
conviven con nosotros. A veces ello resulta decepcionante y abrumadora la
constante corriente de disparates y basura que nos inunda. Pero cuando me
siento cansado, agotado por la batalla, recuerdo la frase con la que comienza
el libro de Carl Sagan, The Demon Haunted World: “Es mejor encender una
vela que maldecir la oscuridad”.
Para mí, es un esperanzador llamado a la acción; no
debemos sólo protestar y quejarnos sobre cómo las hierbas están contaminando el
jardín. Es un llamado para comprometernos y hacer algo.
Así como examinamos las creencias de otros, tenemos que
examinar también las propias. Ninguno de nosotros es infalible. Todos cometemos
errores, todos albergamos creencias para las que no tenemos suficiente
evidencia. El hombre que piensa que no puede ser engañado ya se ha engañado a
sí mismo.
Los invito a unirse conmigo, a unirse con otros en este
salón, científicos, escritores y educadores. Únanse con los hombres y mujeres
de la calle para que ellos sean jardineros de sus mentes y de la mente pública
por medio de la razón y la discusión. Decir la verdad aplicando la razón
requiere valentía y también desafiar a los que repiten mitos por malicia o
ignorancia.
Separados, somos voces solitarias gritando contra una
avalancha de información falsa de desinformación y misticismo. Pero juntos
nuestras voces se pueden unir en un grito, en un clamor. Un clamor que
espantará a aquellos que abusan de nuestra fragilidad intelectual, y a aquellos
que se engañan a sí mismos. Aquellas mentiras perpetradas en la televisión por
estafadores con amplias sonrisas, por tramposos gobernantes, por tramposos
pasquines horoscoperos.
Este no es un problema limitado a los Estados Unidos o a
Europa. Este es un problema global que todos nosotros tenemos que enfrentar.
Nuestra presencia aquí hoy, la suya, la mía y la nuestra, es un importante paso
y les doy las gracias a todos por estar aquí.