2do. CONGRESO IBEROAMERICANO DE PENSAMIENTO CRÍTICO

ENFOQUE EPISTEMOLÓGICO DE LA PSEUDOCIENCIA

Carlos Alvarado de Piérola

   

                En esta ponencia analizaremos el tema de la pseudociencia desde una perspectiva básicamente epistemológica.  Como sabemos, la epistemología es la disciplina filosófica que reflexiona acerca de la ciencia y, al mismo tiempo, busca establecer criterios que nos permitan reconocer sus falsificaciones. 

            ¿Qué es la pseudociencia? 

            Decir que la pseudociencia es la ciencia falsa, es formular una tautología que, tras su aparente simplicidad, esconde un fenómeno sumamente complejo.    A esto hay que agregar el hecho de que los intentos por establecer criterios de demarcación indiscutibles para distinguir entre la ciencia y lo que no es ciencia no han dado siempre los resultados esperados y nos han conducido a conclusiones discutibles.  Al respecto, los antecedentes datan de la época de los antiguos griegos. Ellos manifestaron una preocupación, bastante justificada por cierto en quienes se encontraban  interesados en la búsqueda de la verdad, por encontrar criterios fiables que nos permitieran identificarla claramente y separarla del error.  Por eso, empezaron por distinguir entre la doxa y la epistéme.  La primera era la opinión, creencia que no ofrece pruebas ni garantías de su validez y, consecuentemente, puede estar sometida a discusión y a duda. En cambio la epistéme era auténtico conocimiento, basado en la razón, y por tanto auténtica gnosis. De allí que Parménides opuso la doxa a la vía de la verdad, como vía falsa que se apoya en opiniones de los mortales.  Platón consideró que la doxa es el tipo de conocimiento inseguro e incierto que corresponde al mundo visible, a diferencia del conocimiento científico (epistéme), que según él se remite al mundo de las ideas.  Por su parte, Aristóteles, también entendió por opinión un conocimiento o creencia más o menos fundado, pero cambiante y, por tal motivo, sin garantías de verdad; pero fue más allá, es uno de los primeros en definir el término ciencia, como el conocimiento cierto de las cosas por sus principios y causas.   A partir de esos momentos, el término epistéme servirá para designar la actividad racional por excelencia.  Y con el tiempo el hombre de ciencia será considerado como el modelo del hombre racional.

            El advenimiento de la filosofía moderna, con Descartes a la cabeza, vino acompañado, igualmente, por una preocupación similar, que se orientó a la búsqueda del método, o el novum organon como diría Francis Bacon, que nos debería permitir distinguir la verdad del error y nos conduciría a la adquisición de conocimiento genuino.  El inductivismo como teoría del método científico comenzó, precisamente, con Bacon, quien promovió la investigación científica a partir de y controlada por la experiencia, y propuso, además, criticando y mejorando la inducción aristotélica, el uso de las conocidas tablas de presencia, ausencia y grados para hallar correlaciones entre fenómenos. Grandes teóricos del inductivismo fueron también, en el s. XIX, Herschel, Whewell y sobre todo Mill, con su Sistema de lógica. En dicho siglo apareció asimismo el positivismo comtiano, que, realizó una crítica sistemática a la filosofía tradicional, en especial la metafísica, y afirmó que el auténtico conocimiento o saber es el científico, vale decir, aquel que se apoya en los hechos y nos obliga a rechazar cualquier concepción de una esencia oculta más allá de los fenómenos. En el siglo XX, el positivismo lógico, que se adhirió a la valoración positiva del método inductivo, con las modificaciones introducidas por Rudolf Carnap y Hans Reichenbach, formuló el principio de verificación como criterio de demarcación entre ciencia y metafísica.  Según este principio, si un enunciado pretende tener significado cognoscitivo, ser conocimiento en un sentido pleno, entonces debe ser verificable y, consecuentemente, identificó verificabilidad de un enunciado y significado del mismo.  El principio de verificación, fue sin embargo sometido a dura crítica por el filósofo Karl Popper, por considerar que no era un criterio adecuado de demarcación, lo cual puso en evidencia una vez más que la búsqueda de dicho criterio no era una tarea fácil. La importancia que tienen las objeciones popperianas nos obliga a dedicarle cierta atención especial.

            Popper realizó agudas observaciones que pusieron en evidencia las limitaciones de la verificabilidad, algunas de ellas puestas ya de manifiesto por los mismos positivistas lógicos. Sostuvo que es imposible verificar una hipótesis, así como las leyes científicas.  En su lugar propuso la falsación.  Una teoría es genuinamente científica cuando es falsable.  Y una teoría es falsable cuando a partir de ella pueden deducirse predicciones que puedan servir de contraejemplos.  Popper consideró que éste debería ser el único criterio válido de demarcación que nos permitiera distinguir entre ciencia y pseudociencia.   Si las ciencias son sistemas de teorías científicas, y éstas deben concebirse como aproximaciones a la realidad, como «redes», que lanzamos para comprender el mundo, para racionalizarlo, explicarlo y dominarlo, entonces es obvio que deben tener un correlato en la experiencia. Y, si es así, deben darse situaciones en las cuales dicha teoría no se confirme.  Es decir, las teorías científicas deben ser, en principio, susceptibles de falsación.[1]  Otro aspecto es el concerniente a los enunciados universales.  Dichos enunciados no son verificables.  Y puesto que las hipótesis y teorías son universales, pues entonces tenemos que llegar a la necesaria aunque embarazosa conclusión de que no son verificables.  ¿Qué cabe hacer, entonces?  Eliminar de la ciencia las hipótesis falsas sometiendo sus enunciados universales a contrastación buscando su falsación. 

            Precisando esta tesis, señalaremos que tratándose de enunciados universales, es explicable que Popper afirme que la confirmación de hipótesis es irrelevante para establecer la verdad de una teoría, dado que un enunciado universal no es lógicamente verificable.  En cambio, basta un solo caso de refutación para rechazar como falso un enunciado universal.  Por eso, señaló nuestro autor, miles de pruebas que confirman que «los cisnes son blancos» no hacen verdadero a este enunciado; en cambio, basta un solo caso de cisne negro para rechazarlo como falso. Por este motivo, debido a esta evidente asimetría entre confirmación y falsación, en la metodología científica no debería interesarnos la confirmación de las teorías y de las hipótesis científicas, pues no hay una razón lógica para ello.  Nunca podrá demostrarse de modo concluyente que una teoría científica es verdadera, pero es posible rechazarla como falsa. Y, consecuentemente, el interés deberá estar dirigido a eliminar todas las teorías falsas sometiéndolas a intentos de falsación.[2]    En cuanto a las teorías no falsables éstas pasaban al campo de la pseudociencia.

            La reflexión filosófica sobre la ciencia cambió de perspectiva en virtud de estas tesis. Mas no dejaría de generar ardientes polémicas y contrapropuestas.  Efectivamente, como suele suceder en filosofía, para un refutador habrá siempre otro refutador.  En el caso de Popper, hubo varios, en especial uno denominado Imre Lakatos.  Éste criticó lo que denominó el falsacionismo ingenuo de Popper, basándose en que ignora la notable tenacidad de las teorías científicas.  Los científicos –escribió- tienen la piel gruesa y no abandonan una teoría simplemente porque los hechos la contradigan.  Y cuando enfrentan una situación como esta, inventan las llamadas hipótesis de rescate.  Pero, adhiriéndose a la tesis Duhem-Quine, señaló además que, desde un punto de vista lógico, una hipótesis o una teoría solas nunca pueden someterse a contrastación, sino que hay que tener en cuenta más bien cuerpos de teorías. Por lo tanto, es imposible que puedan hacerse experimentos cruciales para decidir entre la verdad de dos hipótesis rivales.  Consecuentemente, propuso que la unidad descriptiva de los grandes logros científicos no es una hipótesis aislada sino más bien lo que él denominó un programa de investigación: un núcleo duro, protegido contra las refutaciones por un “cinturón protector” de hipótesis auxiliares, que posee también una heurística, descrita como una poderosa maquinaria para la solución de problemas.  El distintivo del progreso científico no son, pues, ni las verifiaciones triviales ni las llamadas “refutaciones” al estilo popperiano.  Por el contrario, lo que realmente importa son las predicciones grandiosas, dramáticas, inesperadas.  Cuando la teoría conduce a descubrir hechos nuevos hasta entonces desconocidos, entonces nos encontramos con un programa de investigación progresivo; cuando sucede lo contrario, será regresivo. [3]   En lo concerniente a la pseudociencia, estaba claro que no podía constituirse en un programa de investigación.

            Por supuesto, la cosa no terminó con Lakatos.  La discusión sigue abierta, como lo sabe cualquier estudioso de la epistemología.  Ya Frederick Suppe escribió al respecto, en 1973: “Durante más de cincuenta años, la filosofía de la ciencia se ha dedicado a la búsqueda de la comprensión filosófica de las teorías científicas; hoy todavía sigue buscando”.[4]  Y esto es así porque la filosofía es búsqueda permanente, característica que comparte con la ciencia.   Esto puede parecer una desventaja, pues estamos acostumbrados a pensar que la verdad, de la cual esperamos nos proporcione completa seguridad, debe ser siempre concluyente y definitiva.  Y, cuando vemos que no es así, experimentamos cierto desconcierto y hasta desilusión.  No siempre reparamos que este relativismo puede ser una ventaja.  Por ejemplo, la falibilidad de la ciencia le abre la posibilidad de desarrollar sus propios mecanismos de autocorrección y mantenerse en permanente proceso de autocrítica.  Esto no sucede, en cambio, con la pseudociencia, que asume una actitud dogmática, no se cree falible y no realiza la saludable tarea de adoptar una actitud escéptica con respecto a sus propios resultados.  Pero, eso sí, lo que no debemos hacer es absolutizar este relativismo y decir, como a veces se ha hecho, que la ciencia es sólo un cementerio de verdades. Lo cierto es que, gracias a esta capacidad de autocrítica, la ciencia puede avanzar.  Conviene recordar que nuestro conocimiento refleja la realidad, pero de una manera incompleta, sólo dentro de determinados límites.  Por eso incluso las leyes científicas se cumplen solamente de manera aproximada y encierran verdades parciales, lo que Federico Engels llamaba el “grano de verdad”.  Sin embargo este conocimiento se va profundizando a medida que avanza el proceso cognoscitivo.  Por otra parte, esta característica es también la piedra de toque que nos permite distinguir la ciencia de sus manifestaciones espurias.  

            Pero, todavía no creemos haber concluido nuestra tarea de responder a la interrogante: ¿qué es la pseudociencia?

            Creo que la respuesta a esta pregunta no puede construirse pasando por alto el aporte del filósofo argentino Mario Bunge, quien ha dedicado especial atención al estudio de este fenómeno, sobre todo a sus manifestaciones cotidianas.  Nuestro autor la define como "(...) disciplina (o indisciplina) que se hace pasar por ciencia (o por tecnología) sin serlo."[5]   Bunge nos dice, además, que es un campo de creencias, no de investigación;[6] que es una falsificación de la ciencia;[7] un cuerpo de creencias y prácticas cuyos cultores desean, ingenua o maliciosamente, dar como ciencia, aunque no comparte con ésta ni el planteamiento, ni las técnicas, ni el cuerpo de conocimientos.[8]

          Sin embargo, de esta definición se puede decir que es, en el fondo, una caracterización negativa de la pseudociencia: nos dice lo que no es, pero no lo que es.   Consciente de ello, nuestro filósofo agrega que la pseudociencia (sc) es una decatupla constituida por los siguientes elementos:

            1)  Una comunidad de creyentes, no de investigadores;

            2)  Una sociedad anfitriona, en la cual prospera, que la apoya  por motivos prácticos (p. ej., porque sc es un buen negocio, o porque refuerza a la ideología imperante; o simplemente la tolera, aunque la exilia de la ciencia oficial;

            3)  Un dominio o universo de discurso que contiene ítems imaginarios, tales como influencias astrales, pensamientos desencarnados, superegos, memorias ancestrales, voluntad nacional, destino manifiesto, objetos voladores no identificados, y similares, a los que todos los miembros de sc les asignan existencia real;

            4)  Una concepción general del mundo o filosofía, que incluye:

            a)  una ontología que admite la existencia real de entes o procesos inmateriales, tales como fantasmas, o

            b) una gnoseología que admite argumentos de autoridad, o modos paranormales de conocimiento accesibles sólo a los iniciados, o a los entrenados, o a los entrenados para interpretar ciertos textos canónicos, o 

            c)  un ethos que, lejos de ser el de la libre búsqueda de la verdad, de la profundidad y de la sistematicidad, es el de la defensa obstinada del dogma, si es necesario, con ayuda del engaño o la violencia;

            5)  Un fondo formal que no siempre respeta la lógica;

            6)  Un fondo específico muy pequeño cuando no vacío: una seudociencia aprende poco o nada de otros campos de conocimientos, y contribuye poco o nada a ellos;

            7)  Una problemática que incluye problemas mal planteados (por tener supuestos falsos) y típicamente (aunque no siempre) prácticos más que cognoscitivos;

            8)  Un fondo de conocimientos acumulado que es pequeño, está estancado, y contiene numerosas hipótesis incontrastables o incompatibles con hipótesis científicas bien confirmadas (leyes); en particular no contiene leyes propiamente dichas;

            9)  Ojetivos que son típicamente prácticos, antes que cognoscitivos, como corresponde al carácter predominantemente práctico de su problemática, por lo que no contiene los objetivos característicos de la investigación científica: la búsqueda de leyes, sus sistematización en teorías, y la utilización de éstas para explicar y predecir;

            10)  Métodos que no son contrastables ni justificables: sc no hace experimentos ni admite la crítica.

            Como se puede apreciar, esta caracterización, que es muy completa, cubre no sólo los aspectos epistemológicos sino también otros muy importantes. Incluye manifestaciones diversas de pseudociencia que tienne mucho que ver con los intereses cotidianos de los seres humanos, situados más allá de las discusiones académicas, y van desde la denominada rabdomancia hasta la parasicología, pasando por el autodenominado creacionismo científico.  Asimismo, su principal virtud, a nuestro entender, reside en el hecho de que enfoca el problema de la pseudociencia considerándolo en sus múltiples facetas.  Y es que sc es un fenómeno que presenta diversas aspectos y, por eso, nos hace recordar a ese monstruo mitológico, la Hidra, de múltiples cabezas, al cual se enfrentara Hércules.  Un detalle interesante que agrega nuestro autor es que  sc no tiene, por decirlo así, parientes próximos, salvo quizá otra seudociencia, con los que pueda interactuar fructíferamente.  En otras palabras, la pseudociencia está prácticamente aislada: no existe un sistema de pseudociencias paralelo al de las ciencias.[9]  

            Sin embargo, tratándose de un fenómeno tan complejo, que, como ya lo hemos señalado, muestra diversas facetas, posee, además,  orígenes arcaicos y parece estar profundamente enraizado en la naturaleza humana, no es suficiente el análisis epistemológico.  La mejor manera de combatir a un enemigo es conocerlo cada vez mejor y en todos sus aspectos.  En este caso, el objetivo será logrado sólo si consideramos que la pseudociencia tiene raíces no sólo gnoseológicas, sino también de otra índole: psicológicas, filosóficas y, sobre todo, económico-sociales. 

            El examen de uno de los casos más difundidos, el de la astrología, confirma esta aseveración.    Como se sabe, la adhesión a las prácticas astrológicas es muy antigua.  Se manifiesta ya en la remota época de los chinos, los babilonios y los egipcios.  Gozó también de gran popularidad entre los griegos, romanos y árabes.  En todos estos casos, mostrando una doble faz: la de ciencia embrionaria, precursora de lo que con el correr de los tiempos sería la astronomía, y la de culto supersticioso.  Y es bajo este aspecto que ha sobrevivido, hasta hoy, en que una apreciable parte de la humanidad la sigue tomando muy en serio. 

            No deja de ser interesante señalar que, entre sus cultivadores, se han encontrado también destacados científicos, muchos de los cuales hicieron aportes invalorables al conocimiento humano.  Un caso interesante es, por ejemplo, el del gran Johannes Kepler (1571-1634), matemático y astrónomo notable,  pero también astrólogo convencido y, además, “eficaz” en sus predicciones.   En una ocasión anunció una hambruna, una revuelta de campesinos y una guerra contra los turcos.  Las tres predicciones se cumplieron.[10]  Lo cual era de esperarse en una época en la cual hambrunas, revueltas campesinas y guerra eran casi moneda corriente. Otro caso interesante es el de los médicos.  Convencidos de que la salud de un hombre dependía de la posición de los astros en el momento del nacimiento, los médicos practicaron la astrología en el pasado.  Del médico y astrónomo Jean Fernel, del siglo XVI, se cuenta que se apasionó tanto por la astrología que dedicaba más tiempo y atención a los horóscopos que a su carrera de médico.  Similar interés manifestaron sus colegas Miguel Servet (1511-1553) y Jerónimo Gardan (1501-1576), entre muchos otros.[11]  Hay también un caso muy singular que registra la historia.  Nos referimos a Roberto Burton, autor de un libro titulado Anatomía de la melancolía.  En dicha obra, daba a conocer su horóscopo y  en éste predecía que su muerte ocurriría en 1640.   Efectivamente, Burton murió ese año, el 25 de enero, sólo que, a fin de que se cumpliera la predicción...  ¡se suicidó![12]  Aun hoy, muchos galenos, extremadamente serios y cuidadosos en lo que se refiere al ejercicio de su profesión, a la que han accedido luego de laboriosos años de preparación científica, en ocasiones, no dejan de abrir las páginas de un diario para consultar, a veces un tanto a hurtadillas, nada menos que... ¡el horóscopo del día!

            Sin embargo, la pseudociencia no desaparece.  Es más, al parecer goza de muy buena salud.  Sigue siendo practicada por millones de personas en el mundo.  Y esto, a pesar de todos sus peligros.  Y cuando afirmo esto último, estoy pensando sobre todo en algunas de las llamadas medicinas alternativas.  Lo paradójico es que esta situación se da en una sociedad que exalta la razón y la ciencia. ¿Por qué?   Tal vez, porque, como señala el ya citado Mario Bunge: a)  tiene raíces ancestrales; b) se ocupa de problemas descuidados por la ciencia; y c)  hace afirmaciones extravagantes que excitan la imaginación, y es mucho más fácil de aprender y practicar que la ciencia.[13]  Pero, también, porque en muchas de sus manifestaciones es una eficaz aliada de los poderes establecidos.  Es por este motivo, entre otros, que recibe un gran apoyo de los medios.  Éstos, además, dejan al margen las consideraciones éticas y ponen énfasis en lo espectacular porque en términos de negocio, deja muy buenas ganancias.  A esto hay que agregar un hecho importante: ocupa un lugar privilegiado en la industria cinematográfica, particularmente la hollywoodense, que ha encontrado en ella una veta inagotable de inspiración y una fuente apreciable de ingresos.  No debemos olvidar que el cine, que ejerce sobre las masas un gran poder de atracción, es un eficaz instrumento para difundir ideologías y hasta creencias absurdas.  El diablo nunca fue tan popular en los últimos tiempos como después del estreno de “El exorcista”, que generó, aparte de una buena cantidad de dólares,  una inagotable fuente de empleo para exorcistas sin trabajo.  Recordemos, los medios y el cine posee una gran capacidad para llegar al público.

            Por si fuera poco, junto a la pseudociencia está la anticiencia.  Ésta aparece incluso en el seno mismo de la epistemología.  El filósofo Paul Feyerabend, autotitulado “el anarquista de la epistemología”, ha llamado a derrocar a la razón y a la ciencia del sitial en donde han sido colocadas por la humanidad.  En su provocadora obra, Contra el método. Esquema de una teoría anarquista del conocimiento, sostiene la no existencia de un criterio de demarcación entre ciencia y pseudociencia, considerando, además, dicha separación como artificial.[14]  Por eso, considerando todo lo anterior, no llama la atención que, en palabras del Dr. Paul Kurtz, nos encontremos “confrontados hoy día con una forma de rectitud moral y anti-intelectualismo –con frecuencia bordeando la histeria- que enjuicia la ciencia como deshumanizante, brutalizadora, destructiva de la libertad y el valor humanos”.[15]

            Finalmente, quisiera concluir con estas palabras: el hombre tiene la tendencia a buscar lo maravilloso.  Pero no repara que esto no se encuentra en los extravíos de la razón, sino en el mundo que nos rodea.  Sólo hay que saber observar.  Y siempre, por principio, debemos esforzarnos por buscar las raíces terrenales de lo aparentemente sobrenatural.

 

   

                                                             BIBLIOGRAFÍA

   

Bunge, Maario                                             La investigación científica. Barcelona, Ariel, 1981.

------------                                                         Pseudociencia e ideología.  Madrid, Alianza editorial, 1985.

Feyerabennd, Paul                                     Contra el método.  Buenos Aires, Hyspamérica, 1984.

Haggard, Howard                                    El médico en la historia.  Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1952.

Kurtz, Paul                                                    Defendiendo la Razón: Ensayos de   Humanismo Secular y Escepticismo.  Edición on line.

 

 

Lakatos, Imre                                              La metodología de los programas de investigación científica.  Madrid, Alianza Editorial, 1993.

 

Popper, Karl                                                 La lógica de la investigación científica.  Madrid, Tecnos, 1980.

 

-----------                                                          Conjeturas y refutaciones.  Buenos Aires, Paidós, 1983.

 

Thuillierr, Pierre                                             Las caras ocultas de la investigación científica. Madrid, Alianza editorial, 1990.  Vol. I.

   

   

   

   

   



[1] Cf. Karl Popper, La lógica de la investigación científica.

[2] Ibíd..

[3] Cf.  Imre Lakatos, La metodología de los programas de investigación científica.

[4] Frederick Suppe, La estrctura de las teorías científicas, p. 17.

[5]  Seudociencia e ideología, p. 68.

[6]  Ibíd., p. 30.

[7]  Ibíd., p. 64.

[8]  La investigación científica, p. 54.

                [9]  Seudociencia e ideología, pp. 69-70.

[10]  Cf. Pierre THUILLIER,  Op. cit.

[11]  Cf. Pierre THUILLIER, Las caras ocultas de la investigación científica, I.

[12]  Cf.  Howard HAGGARD,  El médico en la historia.

[13]  Mario BUNGE, Seudociencia e ideología., p. 70.

[14] Cf. Paul Feyerabend, Contra el método.

[15] Paul Kurtz, Defendiendo la Razón: Ensayos de Humanismo Secular y Escepticismo.  Edición on line.

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