2do. CONGRESO IBEROAMERICANO DE
PENSAMIENTO CRÍTICO
Marco Aurelio Denegri (*)
En 1958, el
sociólogo inglés Michael Young publicó un libro titulado The Rise of
Meritocracy, esto es, La Aparición de la Meritocracia. (Este libro
ha sido traducido a nuestro idioma, pero en la versión española le han puesto
un título equivocado, a saber: El Triunfo de la Meritocracia. Rise no es triunfo sino aparición, surgimiento, nacimiento.)
La meritocracia
es el gobierno o la regencia o la rectoría de una élite intelectual o intelligentsia
que ha logrado elevarse y prevalecer por sus méritos, o sea por haber sumado el
talento y el esfuerzo. La suma del talento y el esfuerzo equivale al mérito.
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(*) Marco Aurelio Denegri, De esto y aquello. Décima Octava
Serie. Lima, Asociación de Estudios Humanísticos, 2006, c. 19.
Ahora bien: sobre la
base de lo antedicho, creo que podemos hablar de una mentirocracia en
relación con la vida sexual. En el mundo del sexo gobierna la mentira y
prevalecen las falsedades y patrañas. Recordemos lo que nos decía Nietzsche:
“Hasta ahora, lo
único que se ha prohibido siempre, por principio, ha sido la verdad.”
La mentira
principal, la mayor de las mentiras y la más nefasta, es que el placer por el
placer mismo es malo e inadmisible. El goce sexual, como fin per se, lo
que se llama la lujuria, es la primera ofensa a la castidad, según el Catecismo
de la Iglesia Católica, en cuyo sentir el placer sexual es inseparable de
las finalidades de procreación y de unión, y en consecuencia es moralmente
desordenado cuando es buscado por sí
mismo.
Esta posición niega
de plano el carácter independiente de la función sexual y no admite que el sexo
sea, como de hecho es, un poder autónomo. La Iglesia Católica dice que el ejercicio
sexual por puro placer, sin fin procreativo, sin unión marital y sin amor, es
completamente vitando. Mentira colosal y demostrativa de que la Iglesia
Católica sigue diciendo y proclamando necedades.
Otra mentira
clamorosa es la mentira masturbatoria, es decir, la creencia en cuya
virtud la masturbación daña y muchísimo. Trátase de una patraña del siglo XVIII
y en la que desgraciadamente sigue creyendo cualquier cantidad de gente, lo
cual es indicativo de que la estupidez reina soberana.
Falsa también,
falsísima, es la creencia según la cual a las mujeres –a todas– les gusta la
penetración. Sépase de una vez que sólo al treinta por ciento de ellas les
gusta. (Por falta de tiempo y por no ser tampoco el tema fundamental de esta
ponencia, no puedo entrar en detalles acerca del disgusto que causa la
penetración a las más de las mujeres, pero estoy en condiciones de fundamentar
debidamente el caso.)
El terreno sexual
está minado de mentiras. De esto no cabe duda ninguna. La pregunta es:
¿podremos desminarlo? Aparentemente, no; y me expreso así no sólo porque
a la gente le gusta mentir y se complace en la mentira, sino porque desde la
década de 1940, como ha demostrado Sir Peter Brian Medawar, la
inteligencia está disminuyendo en el mundo y consiguientemente está aumentando
la estupidez. Y con gente estúpida, ignorante y bruta no se puede combatir la
patrañería sexual.
Los cimientos de
la mentirocracia sexual
Las bases o los
fundamentos de la mentirocracia sexual son cuatro:
1) Ignorancia
2) Miedo
3) Querofobia
4) Heteronomía ética
1) Ignorancia.- Las pautas y
creencias de una mentirocracia sexual son generales. Ocurre, sin
embargo, que no se puede hablar de la conducta sexual de las personas en
general. Sabemos que ello es así no bien advertimos las siguientes
variables:
1.
La intensidad del impulso sexual no es igual en todas las personas: varía,
y a veces considerablemente. Por esta sola razón es un disparate querer
normar o reglar la frecuencia de la actividad sexual.
(Mahoma
recomendaba cohabitar una sola vez por semana. Lutero, hasta dos veces. Zoroastro,
cada diez días. Solón, cada quince días. Clemente de Alejandría, teólogo
cristiano de origen griego, tuvo la ocurrencia de decir que cuando el marido
hace la siembra, esto es, cuando embaraza a su mujer, no deberá volver a
cohabitar con ella hasta después de la cosecha, o sea hasta después del parto.
Clemente de Alejandría condenaba, pues, al pobre marido a una abstinencia
sexual que duraba casi un año. Por estos ejemplos se comprueba fácilmente que
todos los que han querido normar la frecuencia coital, han desbarrado
inevitablemente.)
2.
Dije, en primer lugar, que la intensidad del impulso sexual varía, y mucho.
Digo ahora, en segundo lugar, que la actuación sexual, lo que en inglés
se llama sexual performance, depende de la edad. No es lo mismo
el ejercicio sexual a los 15 años que a los 70.
3.
En tercer lugar, debemos tener en cuenta el sexo al que pertenece la
persona. La sexología de los últimos 40 años nos ha enseñado que la
sexualidad femenina no sólo es cuantitativamente distinta de la masculina, sino
cualitativamente. Aún más, y para decirlo de una vez: la sexualidad
femenina es mejor que la masculina, es más rica y diversa. De suerte que lo
conveniente para un varón, no tiene que
serlo necesariamente para una mujer. Un varón puede satisfacerse con un solo
orgasmo; pero hay mujeres que sólo se satisfacen con diez orgasmos, o con
muchos más.
4.
Y por último, en cuarto lugar, cuando se habla de la conducta sexual humana hay
que considerar los factores sociales y culturales que la favorecen o
desfavorecen. Una cosa es el sexo en una sociedad fundamentalista del mundo
islámico, y otra muy distinta es el sexo en la Polinesia o en una sociedad
prosexual y erotofílica como la de los murianos de la India.
2) Miedo.- El otro
fundamento de la mentirocracia sexual es el miedo o perturbación
angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario.
El
gran satírico norteamericano Henry Louis Mencken (1880-1956), en un texto de
1920, dice:
“La
única emoción permanente del hombre inferior, así como de todos los mamíferos
simples, es el miedo: el miedo a lo desconocido, a lo complejo, a lo
inexplicable. Lo que el hombre anhela más es la seguridad. Sus instintos lo orientan
hacia una sociedad organizada que lo proteja de todos los riesgos; no sólo de
los peligros físicos que se ciernen sobre su pellejo; también de las embestidas
que apuntan a su inteligencia, como son la necesidad de enfrentar
problemas incomunes, evaluar ideas, pensar por sí mismo en tales o cuales
asuntos, explorar las trivialidades que cimientan la reflexión cotidiana.”
(Mencken, Prontuario, 114.)
El
miedo sexual ha sido muy útil para quienes han sabido aprovecharlo. Tanto es
así que podemos hablar de una rentabilidad del miedo. Que lo digan, si
no, los sacerdotes, los charlatanes, los médicos y muchos educadores y padres
de familia y en general los creadores de angustia.
3) Querofobia.- El tercer
fundamento de la mentirocracia sexual es la querofobia; del griego chaírein,
alegrarse, disfrutar, gozar, y phobos, temor, aversión, rechazo. El
disgusto morboso de la alegría y del placer de los demás se llama querofobia.
El
ejercicio sexual, rectamente entendido, sin temores ni aprensiones, regocija y
alegra. Pero hay quienes no se alegran ni regocijan, puesto que no ejercen el
sexo, y no porque no quieran, sino porque no pueden. Aludo a los creadores de
angustia y a los censores, que sólo ven en lo sexual un manadero de culpas.
Están los tales, a un tiempo, privados y agobiados; privados del goce por su
inejercicio, y agobiados por el disgusto soberano que les produce el ejercicio
y disfrute sexual de los demás. Suman, pues, a su impotencia su querofobia. Son
impotentes querófobos. Y desde luego subscribirían muy complacidos la siguiente
frase infelicísima de Cicerón:
“Nihil
esse tam detestabile tamque pestiferum quam voluptatem.”
Es
decir:
“No
hay nada tan detestable ni tan funesto como el placer.”
4. Heteronomía ética.- El
cuarto pilar o soporte de la mentirocracia sexual es la heteronomía ética.
La heteronomía es la norma de otro, la dependencia de leyes que no son
mías, sino ajenas; las del Decálogo, por ejemplo, o la virtud teologal
de la caridad, que es el mandamiento nuevo que nos trajo Jesús. Las del
Decálogo, o la caridad, son normas que no son resultado de mi autonomía, sino
manifestaciones obligantes de la heteronomía ética.
La autonomía
es la autolegislación, la autodeterminación. Es la capacidad de darse cada cual
su propia ley. El sujeto es autónomo en cuanto es libre y establece los
principios de su conducta. En la heteromonía, estos principios ya están
establecidos y lo único que tenemos que hacer es acatarlos.
Para que se entienda bien este asunto de la autonomía
y heteronomía en lo tocante a la ética, ejemplifiquémoslo. Se
trata de lo siguiente:
El problema ético
que enfrenta el discapacitado en materia sexual cuando ingresa en un hospital,
es que en éste rige una deontología médica, o tratado de los deberes,
que es, por supuesto, clara manifestación de heteronomía. Si la ética
del paciente es autónoma, entonces colisionará con la ética
heterónoma de la deontología vigente. La heteronomía ética está más
dispuesta a tratar la sexualidad del paciente hemipléjico que mantenga una relación
estable de pareja, preferentemente marital. La heteronomía ética
privilegia lo marital y desfavorece o llanamente desaprueba lo no-marital.
Cerciórense de ello revisando la última edición del Catecismo de la Iglesia
Católica, que contiene la doctrina oficial de la Iglesia.
La discordancia
entre la ética heterónoma y la ética autónoma, humanística y situacional, es
más patente cuando la heteronomía es institucional, como en el caso de un
hospital o de un centro de rehabilitación. Hay juramento médico de por medio,
juramento hipocrático, deberes que deben ser acatados y cumplidos por los
médicos. Yo no digo que sea imposible pero sí muy difícil profesar la ética
humanística en una institución en la que rija la ética heterónoma.
El Orden
Establecido, o el Sistema, o el Statu Quo, o el Establishment,
concuerdan con la ética cristiana, particularmente católica, y discuerdan de la
ética autónoma y situacional del Humanismo.
El Orden Establecido
no aprueba el ejercicio sexual per
se. El Catecismo llama a
esto lujuria y dice que es una “ofensa a la
castidad”. La ética humanística deja el asunto en manos del interesado y éste se
fija en el contexto y aprecia la situación; delibera consigo mismo (si acaso fuese necesario) y luego toma la decisión y hace lo que cree
que debe hacer. Si se
equivoca, entonces asume, responsable y completamente, las
consecuencias de su equivocación. Si acierta, entonces disfrutará de su
acierto. Como ha dicho Jean-Paul Sartre, en nuestra época la inocencia es absurda.
Es muy fácil, en la ética
heterónoma, transgredir el código y después, si el transgresor es creyente,
ir donde el confesor para que éste lo perdone y le imponga una penitencia. Bien
dijo Kant que la heteronomía es la fuente de todos los principios inauténticos
de la moralidad.
En la ética
humanística los actos son autodeterminados e independientes y el agente
asume completamente la responsabilidad de ellos. Éste es el punto en que la
ética alcanza, por decirlo así, su mayoría de edad. La ética heterónoma, contrario sensu, es una ética para menores de edad.
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