Helmut Wagner
El anarquismo y la Revolución española
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Modo de producción bolchevique versus modo de producción
comunista
Comunismo significa producción de acuerdo con las necesidades
generales de las masas. La cuestión de cuánto puede consumir
un individuo y cuántas materias primas y bienes intermedios deben
distribuirse entre las diferentes fábricas no se puede resolver
por medio del sistema monetario capitalista. El dinero es la expresión
de cierto tipo de relaciones de propiedad privada. El dinero asegura
una parte relativa del producto social a sus propietarios. Esto vale
tanto para los individuos, como para las empresas. Sin embargo, en el
comunismo no existe la propiedad privada de los medios de producción,
aunque cada individuo tendrá derecho a una parte de la riqueza
social para su consumo, y cada fábrica deberá contar con
las materias primas y los medios de producción necesarios. Cómo
llevarlo a cabo, es algo a lo que los sindicalistas responden vagamente
escudándose en los métodos estadísticos. Pero ahí
radica uno de los mayores problemas de la revolución proletaria.
Si los trabajadores dejasen simplemente la determinación de la
parte que les corresponde a la "oficina estadística",
crearían un poder del cual perderían el control. Por otro
lado, la regulación de la producción es imposible si se
asigna una cantidad cualquiera de bienes a los trabajadores en las fábricas.
Queremos, pues, abordar el siguiente problema: ¿cómo
es posible unificar, poniéndolos de acuerdo, ambos principios,
a primera vista contradictorios, todo el poder para los trabajadores,
lo que significa un federalismo concentrado, y la regulación
planificada de la producción, que conlleva el más
alto grado de centralismo? Solamente podemos contestar a esta doble
cuestión teniendo en cuenta el fundamento real de la producción
social en su conjunto. Los trabajadores aportan a la sociedad una sola
cosa: su fuerza de trabajo. En una sociedad sin explotación,
como la sociedad comunista, no hay otra unidad de medida para determinar
el consumo que la fuerza de trabajo individual.
Durante el proceso productivo, las materias primas se convierten en
mercancías mediante la adición de la fuerza de trabajo.
Una oficina estadística sería hoy por hoy totalmente incapaz
de determinar la suma de trabajo incorporado en un producto cualquiera.
Este ha pasado por muchas manos, a las que hay que añadir un
inmenso número de máquinas, herramientas, materias primas
y productos semielaborados que han intervenido en su elaboración.
Aunque una oficina estadística central pueda recopilar los datos
necesarios para realizar un cuadro claro, comprendiendo todas las ramas
del conjunto del proceso productivo, las fábricas individuales
o las empresas están en mucho mejores condiciones de determinar
la suma de trabajo cristalizado en los productos acabados, mediante
el cálculo del tiempo de trabajo incorporado en las materias
primas y el tiempo necesario para la producción de nuevos bienes.
Puesto que todas las empresas están interconectadas en el proceso
productivo, es fácil para las empresas individuales determinar
la suma total de trabajo necesario para un producto acabado a partir
de los datos disponibles. Además, es realmente sencillo calcular
el promedio del tiempo de trabajo socialmente necesario dividiendo la
suma total de tiempo de trabajo utilizado por la suma de productos obtenidos.
Para conseguir un producto, bastará con demostrar que se ha entregado
a la sociedad, bajo una forma diferente, la suma de trabajo cristalizado
en el producto de consumo que se demanda. Con ello se excluye la explotación.
Cada uno recibe lo que ha dado; es decir, la misma cantidad
de tiempo de trabajo socialmente necesario. En el comunismo, no
hay sitio para una oficina estadística central con libertad para
determinar "la parte" del producto social que corresponde
a las distintas categorías de trabajadores.
El consumo de cada trabajador no se determina desde "arriba";
cada trabajador por sí mismo determina por su propio trabajo
lo que puede pedir a la sociedad. No hay otra opción en el comunismo;
al menos, no durante su primera fase. La oficina estadística
solamente puede servir con fines administrativos. Esas oficinas pueden,
por ejemplo, calcular los valores sociales medios a partir de los datos
obtenidos de las fábricas, pero esas oficinas han de ser consideradas
como empresas, igual que las otras. No tendrían ningún
privilegio. El comunismo no existiría donde una oficina central
ejerciese funciones ejecutivas; en tales circunstancias, solamente existiría
explotación, opresión, capitalismo.
Queremos subrayar dos aspectos: 1º, que en la medida que surgiría
otra dictadura, ésta no podría desvincularse de los principios
de producción y distribución sobre los que se asienta
la sociedad; 2º, si el tiempo de trabajo no es la medida de la
producción y distribución, sino que la actividad económica
está regulada por una "oficina estadística"
que determina la "ración" que se destina a los trabajadores,
entonces esa situación sería un sistema híbrido
de explotación.
Los sindicalistas son incapaces de responder de forma adecuada a la
cuestión de la distribución. Solamente en una ocasión,
dentro de la discusión sobre la reconstrucción económica
en L'Espagne Antifasciste (11 de diciembre de 1936), se aborda:
"En el caso de introducir un medio de cambio que pareciese a
la moneda actual y que funcionara solamente con el fin de facilitar
los intercambios, esos medios de intercambio serían administrados
a través de un 'consejo para el crédito'."
La necesidad de una unidad de cálculo para llevar a cabo la
evaluación de las necesidades sociales que sirva, al mismo tiempo,
como unidad de medida para el consumo y la producción se ignora
totalmente. Los medios de cambio, en este caso, cumplen únicamente
la función de simplificar los intercambios. Cómo se llevará
a cabo, es algo que permanece en el misterio. Tampoco se hace mención
alguna a la unidad de medida para calcular el valor de los productos
en esos medios de cambio. No se señala cómo averiguar
las necesidades de las masas, si a través de las organizaciones
de consejos de consumidores, o través de los técnicos
de las oficinas administrativas. Por otro lado, el equipo técnico
del aparato productivo ha sido abordado con detalle. De este modo, para
los sindicalistas, los problemas económicos se convierten
en problemas técnicos.
Existe una estrecha relación entre los sindicalistas y los
bolcheviques en este aspecto: su interés principal se centra
en la organización técnica de la producción.
La única diferencia entre ambos es la mayor ingenuidad de los
sindicalistas. Pero ambos eluden la cuestión de la formación
de nuevas leyes para el funcionamiento de la economía. Los bolcheviques
solamente son capaces de responder concretamente a la cuestión
de la organización técnica, lo que se traduce en la total
centralización bajo la dirección de un aparato dictatorial.
Los sindicalistas, por su parte, en su deseo de "independencia
de las unidades empresariales" no consiguen resolver ni siquiera
este problema. En realidad, cuando se enfrentan a este problema,
sacrifican el derecho a la autodeterminación de los trabajadores
al intentar resolverlo.
El derecho a la autodeterminación de los trabajadores sobre
las fábricas y las empresas, por un lado, y la centralización
de la dirección de la producción, por otra, son incompatibles
en la medida que los fundamentos del capitalismo, el dinero y la producción
de mercancías no son abolidas y un nuevo modo de producción,
basado en el tiempo de trabajo socialmente necesario, los sustituye.
Para la consecución de estos objetivos los trabajadores no
pueden contar con la ayuda de los partidos, sino solamente con su propia
acción.
Helmut Wagner, 1937.
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