Anton PANNEKOEK
Revolución mundial y Táctica comunista

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V - [El papel contrarrevolucionario de los sindicatos]

Así como la actividad parlamentaria encarna el dominio espiritual de los dirigentes sobre las masas obreras, del mismo modo el movimiento sindical encarna su autoridad material. Bajo el capitalismo, los sindicatos forman las organizaciones naturales para el reagrupamiento del proletariado; y Marx acentuó su importancia como tales desde el principio. En el capitalismo desarrollado, y más aun en la época del imperialismo, los sindicatos se han convertido en enormes confederaciones que manifiestan las mismas tendencias de desarrollo que el Estado burgués en un periodo más temprano. Ha crecido dentro de ellas una clase de funcionarios, una burocracia, que controla todos los recursos de la organización --los fondos, la prensa, la designación de funcionarios; frecuentemente tienen incluso poderes de mayor alcance, así que han cambiado de ser los servidores de la colectividad a hacerse sus amos, y se han identificado con la organización--. Y los sindicatos también se asemejan al Estado y a su burocracia en que, a pesar de las formas democráticas, la voluntad de los miembros es incapaz de prevalecer contra la burocracia; cada revuelta se quiebra en el aparato cuidadosamente construido de regulamientos y estatutos antes de que pueda sacudir la jerarquía. Sólo después de años de tenaz persistencia puede a veces una oposición registrar un éxito limitado, y usualmente esto se reduce a un cambio en el personal. En los últimos años, antes y desde la guerra, esta situación ha dado lugar frecuentemente, por consiguiente, a rebeliones de los miembros en Inglaterra, Alemania y América; han luchado por iniciativa propia, contra la voluntad de la jefatura o las decisiones del propio sindicato. Que esto deba parecer natural y ser tomado como tal es una expresión del hecho de que la organización no es simplemente un órgano colectivo de los miembros, sino como si fuese algo ajeno a ellos; que los obreros no controlan su unión sindical, sino que ésta permanece por encima de ellos como una fuerza externa contra la cual pueden rebelarse, aunque ellos mismos sean la fuente de su fuerza --una vez más, como el Estado mismo--. Si la revuelta se apaga, el viejo orden se establece de nuevo; sabe como afirmarse a sí mismo a pesar del odio y del amargor impotente de las masas, puesto que él cuenta con la indiferencia de estas masas y con su falta de visión clara y de propósito unitario y persistente, y se sostiene por la necesidad interna de la organizacion sindical como el único medio de encontrar la fuerza numérica contra el capital.

Fue por medio de combatir al capital, combatiendo sus tendencias al empobrecimiento absoluto, poniendo límites a este último y haciendo posible de este modo la existencia de la clase obrera, como el movimiento sindical cumplió su papel en el capitalismo, y esto le hizo un miembro de la propia sociedad capitalista. Pero, una vez el proletariado deja de ser un miembro de la sociedad capitalista y, con el advenimiento de la revolución, deviene su destructor, el sindicato entra en conflicto con el proletariado.

Se vuelve legalista, un partidario abierto del Estado y reconocido por este último, hace de la «expansión de la economía antes que la revolución» su consigna, o en otras palabras, el mantenimiento del capitalismo. Hoy, en Alemania, millones de proletarios, hasta ahora intimidados por el terrorismo de la clase dominante, están fluyendo a los sindicatos sin mezcla alguna de timidez y militancia incipiente. La semejanza de las confederaciones sindicales, que ahora abarcan casi a la clase obrera entera, con la estructura estatal, está volviendose aun más íntima. Los funcionarios sindicales colaboran con la burocracia estatal no sólo usando su poder para someter a la clase obrera en nombre del capital, sino también con el hecho de que su «política» equivale cada vez más a engañar las masas por medios demagógicos y a asegurar su consentimiento de los tratos que los sindicatos han hecho con los capitalistas. Y los métodos empleados incluso varían según las condiciones: por medios ásperos y brutales en Alemania, donde los jefes sindicales han desmovilizado a los obreros con el trabajo a destajo (piece-work: trabajo por piezas) y largas horas de trabajo; por medio de la coerción y la decepción hábil, sutil y refinada en Inglaterra, donde los mandarines sindicales, como el gobierno, dan la apariencia de permitirse ser empujados a regañadientes por los obreros, mientras en realidad están saboteando las reivindicaciones de los últimos.

La insistencia de Marx y de Lenin de que el modo en que el Estado está organizado evita su uso como un instrumento de la revolución proletaria, a pesar de sus formas democráticas, debe también aplicarse por consiguiente a las organizaciones sindicales. Su potencial contrarrevolucionario no puede destruirse o disminuir por un cambio de personal, por la substitución de los dirigentes reaccionarios por dirigentes radicales o «revolucionarios». Es la forma de organización la que vuelve a las masas casi impotentes y les impide hacer del sindicato un órgano de su voluntad. La revolución sólo puede tener éxito destruyendo esta organización, es decir, revolucionando tan completamente su estructura organizativa que se vuelva algo completamente diferente. El sistema de soviets, construido desde el interior, no sólo es capaz de desenraizar y abolir la burocracia estatal, sino igualmente la burocracia sindical; no sólo formará los nuevos órganos políticos para reemplazar el parlamento, sino también la base de los nuevos sindicatos. La idea de que una forma organizativa particular es revolucionaria ha sido ironizada despreciativamente en las disputas de partido en Alemania, sobre el fundamento de que lo que cuenta es la mentalidad revolucionaria de los miembros. Pero si el elemento más importante de la revolución consiste en que las masas toman sus propios asuntos --la dirección de sociedad y de la producción-- en sus propias manos, entonces cualquier forma de organización que no permita el control y la dirección por las masas mismas es contrarrevolucionaria y dañina, y debe por tanto ser reemplazada por otra forma que sea revolucionaria en cuanto que capacite a los obreros mismos para determinar todo activamente. Esto no quiere decir que esta forma haya de ser estructurada dentro de una fuerza de trabajo todavía pasiva, atendiendo al sentimiento revolucionario de los obreros para actuar dentro de ella en el futuro: esta nueva forma de organización sólo puede ser estructurada en el proceso de la revolución, mediante la intervención revolucionaria realizada por los obreros. Pero el reconocimiento del papel jugado por la forma actual de organización determina la actitud que los comunistas tienen que tomar con respecto a los esfuerzos que se están haciendo ya para debilitar o reventar esta forma.

Los esfuerzos por mantener el aparato burocrático tan pequeño como sea posible y por volver la vista a la efectivad de la actividad de las masas han sido particularmente marcados en el movimiento sindicalista, e incluso más aún en el movimiento de las uniones «industriales». Esta es la razón de que tantos comunistas se hayan pronunciado por el apoyo a estas organizaciones contra las confederaciones centrales. Sin embargo, mientras tanto el capitalismo permanezca intacto, estas nuevas formaciones no pueden asumir ningún papel comprensivo --la importancia del IWW americano deriva de circunstancias particulares, a saber, la existencia de un numeroso e inexperto proletariado, en gran medida de extracción ajena a las viejas confederaciones. El movimiento de comités de fábrica y el movimiento de los delegados de fábrica en Inglaterra están mucho más próximos al sistema de soviets, en tanto que son órganos de masas formados en oposición a la burocracia en el curso de la lucha. Las «uniones» en Alemania están aun más deliberadamente modeladas según la idea del soviet, pero el estancamiento de la revolución las ha dejado débiles. Cada nueva formación de este tipo, que debilita las confederaciones centrales y su cohesión interna, remueve un impedimento a la revolución y debilita el potencial contrarrevolucionario de la burocracia sindical. La noción de mantener juntas todas las fuerzas opositivas y revolucionarias dentro de las confederaciones con objeto de que se se apropien finalmente de esas organizaciones como una mayoría y las revolucionen es ciertamente tentadora. Pero, en primer lugar, es una esperanza vana, tan fantasiosa como la referida noción de tomar el partido socialdemócrata, porque la burocracia ya sabe cómo tratar con una oposición antes de que llegue a ser demasiado peligrosa. Y en segundo lugar, la revolución no procede según un programa uniforme, sino que las explosiones elementales por parte de grupos apasionadamente activos siempre juega un papel particular dentro de ella como una fuerza que la conduce hacia delante. Si los comunistas fuesen a defender las confederaciones centrales contra tales iniciativas, fuera de consideraciones oportunistas de ganancia temporal, reforzarían las inhibiciones que más tarde serán su obstáculo más formidable.

La formación de los soviets, de sus propios órganos de poder y de acción, por los obreros, en sí misma significa la desintegración y disolución del Estado. Como forma de organización mucho más reciente, y creada por el propio proletariado, el sindicato sobrevivirá durante mucho tiempo, porque tiene sus raíces en una tradición mucho más viva de experiencia personal, y una vez se haya zafado de las ilusiones en el Estado democrático, exigirá en consecuencia un lugar en el mundo conceptual del proletariado. Pero dado que los sindicatos han emergido del propio proletariado, como productos de su propia actividad creativa, es en este campo donde veremos las más nuevas formaciones como continuos intentos de adaptarse a las nuevas condiciones; siguiendo el proceso de la revolución, se construirán nuevas formas de lucha y de organizacion sobre el modelo de los soviets, en un proceso de constante transformación y desarrollo.

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