Paul Mattick
Marxismo: ayer, hoy y mañana

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Superar el bolchevismo: una necesidad para el avance revolucionario de la clase obrera en el futuro]

Claro está que las economías mixtas no se trasformarán por propia voluntad en sistemas de capitalismo de Estado. Y aunque los partidos de izquierda han descartado por el momento sus objetivos de capitalismo de Estado, esto podría no impedir revueltas sociales de escala suficiente como para anular los controles políticos de la burguesía y de sus aliados en el movimiento obrero. Si tal situación se diera, la identificación actual del socialismo con el capitalismo de Estado y una recuperación forzada de las tácticas bolcheviques originarias por parte de los partidos comunistas podrían desviar hacia el capitalismo de Estado cualquier sublevación espontánea de los trabajadores. Igual que las tradiciones de la socialdemocracia en los países centroeuropeos impidieron que las revoluciones políticas de 1918 se convirtieran en revoluciones sociales, así las tradiciones leninistas podrían impedir la realización del socialismo en favor del capitalismo de Estado.

La introducción del capitalismo de Estado en los países de capitalismo avanzado como resultado de la II Guerra Mundial muestra que este sistema no tiene por qué quedar circunscrito a las naciones de capitalismo subdesarrollado, sino que puede existir en todas partes. Tal posibilidad no fue prevista por Marx, para quien el capitalismo sería reemplazado por el socialismo, no por un sistema híbrido que contiene elementos de ambos dentro de las relaciones de producción capitalistas. El fin de la economía competitiva de mercado no tiene por qué ser el fin de la explotación capitalista, que también puede tener lugar en el marco del sistema de planificación estatal. Esta situación históricamente nueva indica la posibilidad de un desarrollo caracterizado por un monopolio estatal de los medios de producción, no como periodo de transición al socialismo sino como forma nueva de producción capitalista.

Las acciones revolucionarias implican una ruptura general de la sociedad que escapa al control de la clase dominante. Hasta ahora, tales acciones solo han ocurrido en momentos de catástrofe social tales como situaciones de derrota bélica y turbulencia económica asociada. Eso no significa que tales condiciones sean un requisito absoluto para la revolución, pero sí indica la extensión de la desintegración social necesaria para que se desencadenen revueltas sociales. La revolución implica la rebelión de la mayoría de la población activa, cosa que no se produce por adoctrinamiento ideológico sino como resultado de la pura necesidad. Las actividades resultantes producen su propia consciencia revolucionaria, en concreto la comprensión de lo que hay que hacer para no ser destruido por el enemigo capitalista. Pero por el momento, el poder político y militar de la burguesía no está amenazado por disensiones internas y los mecanismos para orientar la economía tampoco están agotados. Y a pesar de la competición internacional cada vez mayor por las ganancias decrecientes de la economía mundial, las clases dominantes de los distintos países todavía se apoyarían unas a otras para suprimir los movimientos revolucionarios.

Los obstáculos enormes interpuestos en el camino a la revolución social y a una reconstrucción comunista de la sociedad fueron terriblemente subestimados por el movimiento marxista originario. Por supuesto, la flexibilidad y la capacidad de adaptación del capitalismo frente a condiciones cambiantes sólo podía descubrirse al intentar destruirlo. Pero a estas alturas debería estar claro que las formas que adoptó la lucha de clases durante el ascenso del capitalismo no son adecuadas para su periodo de declinación, en el que la única posibilidad es su derrocamiento revolucionario. La existencia de sistemas de capitalismo de Estado también muestra que no puede alcanzarse el socialismo por medios que ya fueron insuficientes en el pasado. De todas formas, esto no demuestra el fracaso del marxismo sino tan solo el carácter ilusorio de muchas de sus manifestaciones, como reflejos de las ilusiones creadas por el desarrollo del capitalismo mismo.

Hoy igual que ayer, el análisis de Marx de la producción capitalista y de su evolución peculiar y contradictoria por medio de la acumulación es la única teoría que ha sido confirmada empíricamente por el desarrollo capitalista. Hablar del desarrollo del capitalismo solo es posible en los términos marxianos. Por ello el marxismo no puede desaparecer mientras exista el capitalismo. Las contradicciones de la producción capitalista, aun modificadas en gran medida, también existen en los sistemas de capitalismo de Estado. Como todas las relaciones económicas son relaciones sociales, las relaciones clasistas que siguen existiendo en esos sistemas implican el mantenimiento de la lucha de clases, aunque, en principio, solo en una forma unilateral bajo el dominio autoritario. La integración inevitable y progresiva de la economía mundial afecta a todas las naciones independientemente de su estructura económica concreta y así resta base a los intentos de encontrar soluciones nacionales a los problemas sociales. De manera que, mientras haya explotación clasista, habrá oposición marxista, aunque toda la teoría marxista haya sido suprimida o sea usada como falsa ideología para apoyar una práctica antimarxiana.

Ciertamente, son los pueblos los que hacen la historia, por medio de la lucha de clases. La decadencia del capitalismo —indicada por la concentración del capital y la centralización cada vez mayor del poder político, y también por la anarquía cada vez mayor del sistema, a pesar y a causa de todos los intentos de organización social más eficiente— podría resultar muy prolongada. Lo será a menos que lo acorten las acciones revolucionarias de la clase obrera y de todos los que no sean capaces de asegurar su existencia en un marco de empeoramiento de las condiciones sociales. Pero actualmente el futuro del marxismo es muy oscuro. La superioridad de las clases dominantes y de sus instrumentos de represión ha de ser contrarrestada por un poder mayor que el que las clases trabajadoras han sido hasta ahora capaces de generar. No es inconcebible que esta situación se prolongue y condene así al proletariado a sufrir penalidades aun mayores por su incapacidad para actuar en función de su propio interés de clase. Además, no puede descartarse que la resistencia del capitalismo lleve a la destrucción de la sociedad misma. Como el capitalismo sigue siendo susceptible de crisis catastróficas, las naciones tenderán como en el pasado a recurrir a la guerra para salir de las dificultades a costa de otras potencias capitalistas. Esta tendencia incluye la posibilidad de una guerra nuclear y, a juzgar por la perspectiva actual, la guerra parece incluso más probable que una revolución socialista internacional. Las clases dominantes son muy conscientes de las consecuencias de un conflicto nuclear, pero solo pueden intentar prevenirlo mediante el terror mutuo, o sea, por la expansión competitiva del arsenal nuclear. En la medida que solo tienen un control muy limitado de sus economías, tampoco ejercen un control real de sus asuntos políticos, y sus intenciones de evitar la destrucción mutua, sean cuales fueren, no afectan demasiado la probabilidad de su ocurrencia. Esta terrible situación impide cualquier confianza similar a la del pasado en la certeza y éxito de la revolución socialista.

Como el futuro permanece abierto, aun determinado por el pasado y por las condiciones inmediatas dadas, los marxistas han de actuar en el supuesto de que el camino al socialismo no está aún cerrado y que todavía hay una posibilidad de superar el capitalismo antes de su destrucción. El socialismo aparece ahora no sólo como objetivo del movimiento obrero revolucionario, sino como única alternativa a la destrucción total o parcial del mundo. Esto requiere, por supuesto, el surgimiento de movimientos socialistas que reconozcan las relaciones de producción capitalistas como origen de la miseria social cada vez mayor y del riesgo de evolución hacia un estado de barbarie. Sin embargo, después de más de un siglo de agitación socialista, esto parece una esperanza baldía. Lo que una generación aprende, la siguiente lo olvida, empujada por fuerzas que escapan a su control y por tanto a su comprensión. Las contradicciones del capitalismo, como sistema de intereses privados determinados por necesidades sociales, no solo se reflejan en la mente capitalista sino también en la consciencia del proletariado. Ambas clases reaccionan al resultado de sus propias actividades como si éstas se debieran a leyes naturales inalterables. Sujetos al fetichismo de la producción de mercancías, perciben el modo de producción capitalista, históricamente limitado, como una situación eterna a la que todos han de adaptarse. Por supuesto, como esta percepción errónea asegura la explotación del trabajo por el capital, es fomentada por los capitalistas como ideología de la sociedad burguesa y el proletariado es adoctrinado con ella.

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