Paul Mattick
Marxismo: ayer, hoy y mañana
Índice
[La derrota del viejo movimiento obrero y la corrupción reformista
del marxismo]
Por supuesto, no es sólo el control ruso del movimiento comunista internacional
a través de la III Internacional lo que explica su capitulación
al fascismo, sino también la burocratización del movimiento que
concentró todo el poder decisorio en las manos de políticos profesionales
que no compartían las condiciones sociales del proletariado empobrecido.
Esta burocracia se encontró en la posición "ideal" de
ser capaz de expresar su oposición verbal al sistema y, a la vez, participar
en los privilegios que la burguesía otorga a sus ideólogos políticos.
Estos no tenían una razón perentoria para oponerse a las políticas
generales de la Internacional Comunista, que coincidían con sus propias
necesidades inmediatas como líderes reconocidos de la clase obrera en
una democracia burguesa. La apatía de los trabajadores mismos, su falta
de disposición para buscar una solución propia independiente a
la cuestión social también explica esa situación y su evolución
final al fascismo. Medio siglo de marxismo reformista bajo el principio de liderazgo
y su acentuación en el marxismo-leninismo produjeron un movimiento obrero
incapaz de actuar basándose en sus propios intereses, incapaz así
de inspirar a la clase obrera en su conjunto para que intentara impedir el fascismo
y la guerra mediante una revolución proletaria.
Como en 1914, el internacionalismo y con él el marxismo, quedaban otra
vez ahogados en la marea nacionalista e imperialista. Las políticas coyunturales
se basaban en las exigencias de las alianzas imperialistas cambiantes, que llevaron
primero al pacto Hitler-Stalin y luego a la alianza antihitleriana entre la
URSS y las potencias democráticas. El resultado de la guerra, predeterminado
por su carácter imperialista, dividió el mundo en dos grandes
bloques que pronto volvieron a enzarzarse en una pugna por el control mundial.
El carácter antifascista de la guerra implicaba la restauración
de regímenes democráticos en los países derrotados y con
ello la vuelta a la luz de los partidos políticos, incluso los de connotación
marxista. En el Este, Rusia restauró su imperio y le añadió
esferas de intereses y un jugoso botín de guerra. El hundimiento del
dominio colonial creó las naciones del "tercer mundo", que
adoptaron el sistema ruso o una economía mixta de tipo occidental. Surgió
un neocolonialismo que sometió a las naciones "liberadas" a
un control más indirecto pero igualmente efectivo de las grandes potencias.
Pero la expansión de los regímenes de capitalismo de Estado parecía
la difusión mundial del marxismo y la lucha contra ella se presentaba
como lucha contra un marxismo que amenazaba las libertades (indefinidas) del
mundo capitalista. Estos tipos de marxismo y antimarxismo no tenían conexión
alguna con la lucha entre trabajo y capital concebida por Marx y por el movimiento
obrero originario.
En su forma actual, el marxismo ha sido un movimiento regional más
que internacional, como apunta su debilidad en los países anglosajones.
El resurgimiento de partidos marxistas en la posguerra se dio sobre todo en
naciones como Francia e Italia, que habían de hacer frente a dificultades
económicas concretas. La división y la ocupación de Alemania
impidió la reorganización de un partido comunista de masas en
la zona occidental. Los partidos socialistas finalmente repudiaron su propio
pasado, todavía teñido de ideas marxistas, y se convirtieron en
partidos burgueses o "populares", defensores del capitalismo democrático.
Sigue habiendo partidos comunistas legales o ilegales en todo el mundo, pero
sus posibilidades de influir en el rumbo político son más o menos
nulas por el momento y en el futuro previsible. El marxismo como movimiento
revolucionario de los trabajadores se encuentra actualmente en su momento histórico
más bajo.
Lo sorprendente es la respuesta sin precedentes del capitalismo al marxismo
teórico. El nuevo interés en el marxismo en general y en la "economía
marxista" en particular se circunscribe casi exclusivamente al mundo académico,
que es prácticamente el mundo de la clase media. Hay una enorme producción
de literatura marxista. La "marxología" ha resultado ser una
nueva profesión y hay escuelas marxistas de economía "radical",
historia, filosofía, sociología, psicología y así
sucesivamente. Quizá todo eso no sea más que una moda intelectual,
pero aunque sólo fuera eso, el fenómeno sería indicio del
presente estado de decadencia de la sociedad capitalista y de su pérdida
de confianza en el futuro. En el pasado la integración progresiva del
movimiento obrero en la estructura social del capitalismo implicó la
acomodación de la doctrina socialista a las realidades de un capitalismo
en auge. Parece ahora que, de manera inversa, hubiera múltiples intentos
de utilizar los hallazgos teóricos del marxismo para propósitos
capitalistas. Este intento de reconciliación desde ambos lados, al superar
al menos en parte el antagonismo entre la teoría de Marx y la teoría
burguesa refleja la crisis tanto del marxismo como de la sociedad burguesa.
Aunque el marxismo abarca la sociedad en todos sus aspectos, presta atención
sobre todo a las relaciones sociales de producción como fundamento de
la totalidad capitalista. Siguiendo la concepción materialista de la
historia, el marxismo se centra en las condiciones económicas y por tanto
sociales del desarrollo capitalista. Hace ya mucho que la concepción
materialista de la historia fue plagiada por la ciencia social burguesa, pero
hasta hace poco no se sacó partido de su aplicación al capitalismo.
Es el mismo capitalismo el que ha forzado a la teoría económica
burguesa a considerar la dinámica del sistema capitalista y de esta manera
a emular en cierta forma la teoría marxista de la acumulación
y sus consecuencias.
Hay que recordar aquí que la trasformación del marxismo de teoría
revolucionaria a teoría evolucionista radicó —en lo teórico—
en la cuestión de si la teoría de la acumulación de Marx
era también una teoría de la necesidad objetiva de colapso del
capitalismo. El ala reformista del movimiento obrero afirmaba que no había
razón objetiva para la decadencia y destrucción del sistema, mientras
que la minoría revolucionaria mantuvo la convicción de que las
contradicciones intrínsecas del capitalismo llevan inevitablemente a
su fin. Basando esta convicción en las contradicciones en la esfera de
la producción o en la esfera de la circulación, la izquierda marxista
insistía en la certeza del colapso final del capitalismo, en forma de
crisis cada vez más devastadoras que traerían consigo una disposición
subjetiva del proletariado a acabar con el sistema por medios revolucionarios.
La negación por parte de los reformistas de los límites objetivos
del capitalismo hizo que dejaran de prestar atención a la esfera de la
producción y comenzaran a atender más a la de la distribución.
De esta manera se olvidaron de las relaciones sociales de producción
para centrarse en las relaciones de mercado, que constituyen el único
interés de la teoría económica burguesa. Los trastornos
del sistema se consideraban ahora generados por las relaciones de oferta y demanda
que causaban innecesariamente periodos de sobreproducción por una falta
de demanda efectiva debida a salarios injustificadamente bajos. El problema
económico se reducía a la cuestión de una distribución
más equitativa del producto social, lo que superaría las fricciones
sociales dentro del sistema. Ahora se decía que, a todos los efectos
prácticos, la teoría económica burguesa era de mayor relevancia
que el enfoque de Marx. Por lo tanto, el marxismo no debía ser ingenuo
y tenía que acudir a las modernas teorías del mercado y de precios
para ser capaz de adoptar un papel más eficaz al orientar las políticas
sociales.
Se propugnaba ahora la existencia de leyes económicas que operarían
en todas las sociedades y que no habrían de ser objeto de la crítica
marxista. La crítica de la economía política solo se ocuparía
de las formas institucionales bajo las cuales las leyes económicas eternas
se afirmarían por sí mismas. Cambiar el sistema no cambiaría
las leyes económicas. No se podrían negar las diferencias entre
el enfoque burgués y el enfoque marxiano de la economía, pero
habría también similitudes que ambas partes tendrían que
reconocer. Se decía ahora que el mantenimiento de la relación
capital-trabajo —o sea, el trabajo asalariado— en las sociedades
socialistas autoformadas, su acumulación de capital social, su aplicación
del llamado sistema de incentivos, que dividía la fuerza de trabajo en
varios escalones de ingreso, e incluso otras cosas, eran necesidades inalterables
que las leyes económicas obligaban a cumplir. Estas leyes exigirían
la aplicación de los instrumentos analíticos de la economía
burguesa para que pudiera llevarse a cabo la consumación racional de
una economía socialista planificada.
Esta clase de marxismo "enriquecido" por la teoría burguesa
pronto vino a encontrar su complemento en el intento de modernizar la teoría
económica burguesa. Esta teoría había estado en crisis
ya desde la gran depresión que sobrevino a las postrimerías de
la I Guerra Mundial. La teoría del equilibrio de mercado no podía
ni explicar ni justificar la prolongada depresión y así perdió
su valor ideológico para la burguesía. Sin embargo, la teoría
neoclásica vino a tener una especie de resurrección en su modificación
keynesiana. Había que aceptar que el mecanismo hasta entonces admitido
del mercado y del sistema de precios ya no funcionaba, pero ahora se decía
que podía lograrse su funcionamiento con un poco de ayuda del Estado.
El desequilibrio debido a la falta de demanda podía ser contrarrestado
por el impulso estatal de la producción para el "consumo público",
no sólo en el supuesto de condiciones estáticas sino también
en condiciones de desarrollo económico, equilibrando la situación
por medio de medidas monetarias y fiscales adecuadas. La economía de
mercado, ayudada por la planificación gubernamental, superaría
así la susceptibilidad del capitalismo a las crisis y depresiones y permitiría,
en principio, un crecimiento constante de la producción capitalista.
Siguiente >>
|