Paul Mattick
Marxismo: ayer, hoy y mañana
Índice
[Hacia la universalización de las formas de capitalismo de Estado.
La evolución del bolchevismo y la falsa dialéctica fascismo-antifascismo]
Sin embargo, el marxismo, como crítica de la economía política
y como lucha por una sociedad sin clases ni explotación, sólo
tiene significado en el marco de las relaciones de producción capitalistas.
El fin del capitalismo implicaría a su vez el fin del marxismo. Para
una sociedad socialista, el marxismo no sería más que algo de
la historia, como todo lo demás en el pasado. Ya la descripción
del "socialismo" como sistema marxista niega la autoproclamada naturaleza
socialista del sistema de capitalismo de Estado. La ideología marxista
sólo funciona en este sistema como intento de justificar las nuevas relaciones
clasistas como requisitos necesarios para la construcción del socialismo
y así ganar la aquiescencia de las clases trabajadoras. Como en el viejo
capitalismo, los intereses específicos de la clase dominante se presentan
como intereses generales.
A pesar de todo ello, el marxismo-leninismo era originariamente una doctrina
revolucionaria, ya que se proponía sin ningún género de
duda la realización de su propia idea de socialismo por medios directos
y prácticos. Esta idea no implicaba más que la formación
de un sistema capitalista de Estado. Esa era la concepción habitual del
socialismo a comienzos de siglo, de manera que no se puede hablar de una "traición"
bolchevique de los principios marxistas de la época. Por el contrario,
el bolchevismo hizo realidad la transformación del capitalismo de propiedad
privada en capitalismo de Estado, lo cual era también el objetivo declarado
de los revisionistas y reformistas marxistas. Pero éstos ya habían
perdido todo interés en actuar según sus creencias aparentes y
prefirieron acomodarse en el status quo capitalista. Los bolcheviques hicieron
realidad el programa de la II Internacional por medio de la revolución.
Sin embargo, una vez en el poder, la estructura de capitalismo de Estado de
la Rusia bolchevique determinó su desarrollo ulterior, ahora generalmente
descrito con el término peyorativo de "estalinismo". Que adoptara
esta forma concreta se explicaba por el atraso general de Rusia y por su situación
de cerco capitalista, que exigía la centralización máxima
del poder y sacrificios inhumanos por parte de la población trabajadora.
Bajo condiciones distintas como las existentes en las naciones de mayor desarrollo
capitalista y relaciones internacionales más favorables, se decía,
el bolchevismo no tendría que adoptar por fuerza los métodos drásticos
que se había visto obligado a utilizar en el primer país socialista.
Quienes mostraban una disposición menos favorable hacia este primer "experimento
en socialismo" afirmaban que la dictadura del partido tan solo era expresión
del carácter todavía "semiasiático" del bolchevismo,
y que no podría repetirse en las naciones más avanzadas de occidente.
El ejemplo ruso fue utilizado para justificar las políticas reformistas
como única forma de mejorar las condiciones de vida de la clase obrera
en occidente.
Sin embargo, las dictaduras fascistas de Europa occidental pronto demostraron
que el control del Estado por un partido único no tenía por qué
restringirse a la situación rusa, sino que era aplicable a cualquier
sistema capitalista. Podía servir tanto para mantener las relaciones
de producción existentes como para su transformación en capitalismo
de Estado. Por supuesto, el bolchevismo y el fascismo siguieron siendo distintos
en cuanto a estructura económica, aunque políticamente llegaron
a ser indistinguibles. Pero la concentración de control político
en las naciones capitalistas totalitarias implicaba una coordinación
central de la actividad económica para los objetivos específicos
de las políticas fascistas y, de esta manera, una aproximación
al sistema ruso. Para el fascismo esto no era un objetivo, sino una medida temporal,
análoga al "socialismo de guerra" de la I Guerra Mundial. Sin
embargo, era la primera indicación de que el capitalismo occidental no
era inmune a las tendencias al capitalismo de Estado.
Con la deseada pero a la vez inesperada consolidación del régimen
bolchevique y la coexistencia —relativamente tranquila hasta la II Guerra
Mundial— de los sistemas sociales en conflicto, los intereses rusos exigieron
la utilización de la ideología marxista no solo para objetivos
internos sino también externos, para asegurar el apoyo del movimiento
obrero internacional a la existencia nacional de Rusia. Por supuesto, esto implicó
solo a una parte del movimiento obrero, pero esa parte pudo romper el frente
antibolchevique que incluía a los viejos partidos socialistas y los sindicatos
reformistas. Como esas organizaciones ya se habían deshecho de su herencia
marxista, la supuesta ortodoxia marxista del bolchevismo se convirtió
prácticamente en la única teoría marxista como contraideología
opuesta a todas las formas de antibolchevismo y a todos los intentos de debilitar
o destruir el Estado ruso. No obstante, al mismo tiempo se intentaba asegurar
la coexistencia mediante concesiones al adversario capitalista y se mostraban
las ventajas mutuas que podían obtenerse del comercio internacional y
otros tipos de colaboración. Esa política de dos caras servía
al único objetivo de preservar el estado bolchevique y asegurar los intereses
nacionales de Rusia.
El marxismo fue así reducido a un arma ideológica que servía
exclusivamente los intereses de un Estado concreto y un solo país. Ya
privada de aspiraciones revolucionarias internacionales, la Internacional Comunista
fue utilizada como instrumento de política limitada para los intereses
especiales de la Rusia bolchevique. Pero, ahora, esos intereses cada vez incluían
en mayor medida el mantenimiento del status quo internacional para asegurar
el del sistema ruso. Si al principio había sido el fracaso de la revolución
mundial el que había inducido la política rusa de atrincheramiento,
la seguridad rusa exigía ahora la estabilidad del capitalismo mundial
y el régimen estalinista se esforzaba en contribuir a ella. La difusión
del fascismo y la gran probabilidad de nuevos intentos de encontrar soluciones
imperialistas a la crisis mundial ponía en peligro no solo la coexistencia
sino también las condiciones internas de Rusia, que exigían cierto
grado de tranquilidad internacional. La propaganda marxista dejó a un
lado los problemas del capitalismo y el socialismo y en forma de antifascismo
concentró su ataque en una forma política particular de capitalismo
que amenazaba desencadenar una nueva guerra mundial. Esto implicaba, por supuesto,
la aceptación de las potencias capitalistas antifascistas como aliados
potenciales y la defensa de la democracia burguesa contra los ataques desde
la derecha o desde la izquierda, tal como ilustró lo ocurrido durante
la guerra civil en España.
Ya antes el marxismo-leninismo había asumido la función puramente
ideológica que caracterizaba el marxismo de la II Internacional. No se
asociaba ya con una práctica política cuyo objetivo final fuera
el derrocamiento del capitalismo, aunque solo propusiera como socialismo la
patraña del capitalismo de Estado; ahora se contentaba con su existencia
en el seno del sistema capitalista, de la misma forma que el movimiento socialdemócrata
aceptaba como inviolables las condiciones dadas en la sociedad. El reparto del
poder a escala internacional presuponía lo mismo a nivel nacional y el
marxismo-leninismo fuera de Rusia devino un movimiento estrictamente reformista.
Sólo los fascistas quedaron como fuerzas realmente aspirantes al control
completo sobre el Estado. No hubo ningún intento serio de impedir su
ascenso al poder. El movimiento obrero, incluida su ala bolchevique, confiaba
únicamente en procesos democráticos tradicionales para hacer frente
a la amenaza fascista. Esto significaba una pasividad total y una desmoralización
progresiva y aseguró la victoria del fascismo como única fuerza
dinámica operante en la crisis mundial.
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