Paul Mattick
La hez de la humanidad

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[Empobrecimiento y revolución]

Si el empobrecimiento que tiene lugar entre las masas en el curso del desarrollo capitalista fuera uniforme y afectara al conjunto de la clase obrera de manera uniforme, el resultado sería equivalente a la concientización revolucionaria de las masas. Los "lumpenproletarios" serían tantos que la existencia del lumpenproletariado resultaría imposible. Las actividades lumpen de los individuos sólo podrían expresarse de forma colectiva. La existencia individual parasitaria o la expropiación individual se eliminarían por sí mismas, ya que no es posible que una mayoría viva de gorra o del robo sin quebrar por completo las bases mismas de la sociedad. Que el lumpenproletariado sólo sea posible como minoría es muestra también de su carácter trágico. Como resultado de esa existencia minoritaria sólo queda para los lumpenproletarios el vivir del cuento o de la delincuencia. En países en guerra, por ejemplo, donde incluso a pesar de la diversidad de ingresos la escasez cada vez mayor de comida produce un nivel de vida más o menos uniforme entre las grandes masas de la población, es más probable que se produzca una situación revolucionaria que en tiempos y situaciones en los que el empobrecimiento tiene lugar por etapas y mediante saltos bruscos. En tanto que el lumpenproleariado surge no sólo indirecta sino también directamente de las relaciones existentes, el factor predominante en cuanto al empobrecimiento ha de asignarse a las leyes ciegas que lo hacen surgir. El lumpenproletariado tomó forma por el empobrecimiento inicialmente asociado a la expansión del sistema económico y el fin de esa expansión lo condena a permanecer como minoría, aunque pueda ser una minoría creciente, por mucho tiempo. Como la fase de auge social es muy rápida y la de declinación es muy lenta, una parte de la población trabajadora resulta expuesta a consideraciones de inmiseración a las que sólo puede responder de forma lumpen y a las que debe someterse. Estas son las primeras "víctimas" de un lento proceso de derrocamiento social que de entrada no empuja a los individuos a transformarse en revolucionarios sino más bien en fuerzas principalmente negativas. En lugar de soluciones revolucionarias las salidas que aparecen como posibles son individuales y necesariamente antisociales. De forma que el lumpenpropetariado puede liberarse a sí mismo de su situación sólo mediante su crecimiento, que es al mismo tiempo un índice del proceso de avance revolucionario que se difunde en la sociedad. La forma de vida del lumpenproletariado ha de convertirse en modo de vida de una parte de la humanidad tan grande que no haya posibilidad para el individuo de mantener ningún tipo de vida, ni siquiera en el lumpenproletariado.

Como ya se dijo, la apariencia superficial parece desmentir la teoría del empobrecimiento. Considerando simplemente la actitud psicológica de los desempleados, por no hablar ya del lumpen, produce horror la penuria espiritual de estos elementos (a menos que el observador se autoengañe, lo que a menudo parece considerarse adecuado, a efectos de agitación). Liberados de la fatiga embrutecedora, resultan todavía más incapaces que antes de desarrollar una conciencia revolucionaria. Sus conversaciones versan sobre los temas más triviales -sucesos y deportes- y no tienen relación alguna con su situación actual. Se apartan casi con temor del reconocimiento de esa situación y de sus consecuencias políticas.

El efecto que tiene el empobrecimiento sobre los desempleados puede dividirse en grados. Un pequeño porcentaje no se viene abajo ante la nueva situación. Todavía no han estado apartados del trabajo suficiente tiempo o resultan protegidos del hundimiento por algunos ahorros. Se alzan sobre sí mismos una y otra vez, se empeñan en encontrar trabajo y todavía tienen esperanzas en el futuro del que esperan una mejora en su situación. La intensidad con la que se esfuerzan en no hundirse excluye a este grupo más o menos totalmente de la actividad política. Más que previamente, se ven obligados a dedicarse a sus más estrechos intereses, no tienen posibilidades de dedicar sus energías a varios campos simultáneamente. Sin embargo, la gran masa de los desempleados -que como consecuencia del tiempo que han estado sin trabajo han dejado el primer nivel mencionado- vive en el más profundo estado de resignación y falta de energía. No esperan nada de la vida. Ni la fantasía misma les permite tener esperanzas. Nada suscita su interés, ni son capaces de implicarse en nada. Han dejado a un lado las características de la humanidad viviente, vegetan y son conscientes de que poco a poco se están hundiendo. De esa enorme masa gris surge el pequeño porcentaje de los completamente desesperados que se integran en el lumpen o en poco tiempo desaparecen de la vida. La desesperación y la amargura limitan con la locura y las víctimas o se arrastran o se enzarzan en furiosas peleas como animales aterrorizados. Tan pronto como la sociedad se libra de ellos sus vacantes son ocupadas por elementos procedentes de la masa gris de los resignados que a su vez son reemplazados por los procedentes de los aún íntegros.

Independientemente de lo que pueda decirse de la teoría del empobrecimiento, todos los argumentos se vienen abajo ante el empobrecimiento que actualmente está teniendo lugar y al que no se puede poner freno en el contexto de la sociedad actual. Si la teoría del empobrecimiento es falsa, también la revolución es improbable. Sin embargo, todavía es mucho más probable que el empobrecimiento hasta ahora haya permanecido sin consecuencias revolucionarias visibles sólo porque siempre afectó sólo a minorías. Una gran masa de empobrecidos por mera razón de su magnitud debe convertirse en una fuerza revolucionaria. Y esto, la abolición del proletariado como tal, es al mismo tiempo el fin del lumpenproletariado, a pesar de que no sea una desaparición inmediata. Sólo el terreno para su desarrollo resulta eliminado. La ideología lumpen que surge como resultado del modo de vida lumpen todavía se manifestará por mucho tiempo como una de las herencias indeseables del proletariado, hasta que las nuevas relaciones hayan cambiado la humanidad suficientemente como para que las tradiciones ideológicas sólo se hallen en los libros de historia y no en las cabezas de los seres humnanos.

Por todo ello hay que afirmar que el empobrecimiento es una condición previa para el derrocamiento revolucionario y al mismo tiempo hay que combatir en la práctica ese empobrecimiento. Esto no es contradictorio, ya que precisamente por intentar dentro del marco del capitalismo disminuir el empobrecimiento realmente este se incrementa. Pero entrar en esta paradoja nos llevaría al campo de la economía. Dejémoslo pues simplemente en la afirmación de que en el lumpenproletariado los trabajadores solo pueden ver la cara de su propio futuro, a menos que sus esfuerzos por cambiar las relaciones de producción existentes procedan a mayor ritmo. Solo la estrechez de miras de la pequeña burguesía puede señalar con desprecio al lumpenproletariado. Para los mismos trabajadores, "la hez de la humanidad" es sólo la otra cara de la moneda que suele admirarse como civilización capitalista. Sólo el final de esta traerá consigo el final de aquella.

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