Paul Mattick
Espontaneidad y organización

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[ 7. Hacia un reenfoque de la cuestión de la espontaneidad y la organización ]

El totalitarismo, no obstante, ya no está restringido a las ambiciones políticas de nuevas organizaciones, sino que es fomentado por todas las fuerzas políticas activas. Para competir internamente contra los fascistas y las tendencias bolcheviques, las organizaciones predominantes deben, ellas mismas, adaptarse a los métodos totalitarios. Debido a que todas las luchas internas reflejan las rivalidades imperialistas, los preparativos de guerra empujan a la sociedad aún más allá en el sentido del totalitarismo. Debido a que el Estado controla más y más actividades sociales y económicas, la defensa de los intereses privados y monopolistas requiere del fortalecimiento de sus propias inclinaciones centralistas. En resumen, las fuerzas sociales que fueron liberadas en las dos guerras, y que están intentando encontrar soluciones dentro del status quo, tienden todas a apoyar y desarrollar un capitalismo totalitario.

Bajo estas condiciones, un reavivamiento del movimiento obrero tal y como ha sido conocido en el pasado, y como todavía existe en forma castrada en algunos países, está claramente descartado. Todos los movimientos exitosos, bajo cualquier nombre, intentarán adherirse a los principios autoritarios. Tanto si la dominación social es ejercida en la forma de alianzas monopolistas-estatistas, del fascismo o del capitalismo de partido, el grado de poder puesto en manos de los controladores significa el fin del laissez faire y la extensión del capitalismo totalitario. Por supuesto, es improbable que el capitalismo alcance alguna vez una forma totalitaria absoluta; nunca había sido un sistema de laissez faire en el pleno sentido del término. Todo lo que estas "etiquetas" designaban eran las prácticas predominantes en organización que estaban de acuerdo con la práctica dominante, dentro de una variedad de prácticas y diferenciaciones sociales. Está claro, sin embargo, que, los nuevos poderes del Estado, el capitalismo altamente concentrado, la tecnología moderna, el control de la economía mundial, el período de guerras imperialistas y así sucesivamente, hacen necesaria, para el mantenimiento del status quo capitalista, una organización social sin oposición, una dominación centralista comprehensiva de las actividades socialmente efectivas de los hombres.

Si el fin del viejo movimiento obrero dejo sin significado la cuestión de la organización y la espontaneidad, tal como fue vista por ese movimiento y tratada en sus controversias, la cuestión puede todavía tener significación en un sentido más amplio -un sentido completamente aparte de los problemas específicos de las organizaciones de la clase obrera del pasado-. Como las explosiones revolucionarias, las crisis y las guerras tienen también que considerarse como acontecimientos espontáneos. No obstante, existe más información, y se ha acumulado una experiencia mayor, a respecto de las crisis y las guerras que a respecto de la revolución.

En el capitalismo, el ordenamiento de los requisitos fundamentales de la sociedad, concernientes a la producción y la regulación del trabajo social para la satisfacción de las necesidades sociales, es dejado, en gran parte, al automatismo del mercado. Las prácticas monopolistas interrumpen el mecanismo; pero, incluso sin tales interferencias, esta forma de práctica socioeconómica sólo puede servir a las peculiares necesidades "sociales" del capitalismo. El tipo de relación indirecta entre la oferta y la demanda, establecido por el automatismo del mercado, se refiere a, y está determinado por, la rentabilidad del capital y su acumulación. Los aspectos de "ordenamiento" consciente que presentan los monopolios, preocupados como están exclusivamente de sus propios intereses especiales, incrementa la irracionalidad del sistema como un todo. Incluso la planificación capitalista de Estado sirve, ante todo, a las necesidades particulares y a la seguridad de sus grupos dominantes y privilegiados, no a las necesidades reales de la sociedad. Debido a que las acciones de los capitalistas están determinadas por los requerimientos de beneficio y por intereses especiales, no sociales, los resultados efectivos de sus decisiones pueden diferir de sus expectativas; el resultado social de diversas decisiones, determinadas individualizadamente, puede perturbar la estabilidad social, y frustrar las intenciones que están detrás de tales decisiones. Sólo algunas consecuencias sociales de las acciones individualistas, no todas, son conocidas por adelantado. Los intereses privados prohíben una organización social que pudiese proporcionar una certeza razonable acerca de las principales consecuencias de sus acciones. Esto implica un desarrollo social con crecientes fricciones, desproporcionalidades y reorganizaciones diferidas, que conduce a choques violentos entre los viejos y los nuevos intereses, a crisis y a depresiones, que parecen ser acontecimientos espontáneos debido a la falta de organización para tratar la sociedad desde un punto de vista social, no clasista.

No hay posibilidad alguna, dentro del status quo, de organizar las actividades sociales según los intereses de la sociedad como un todo. Las nuevas organizaciones son sólo expresiones de posiciones de clase que se desplazan y que dejan intacta la relación de clase básica. Las viejas minorías dominantes son reemplazadas por nuevas minorías dominantes, la clase proletaria es fragmentada en diversos grupos por status, desaparecen capas de la clase media, otras alcanzan mayor influencia. Dado que toda actividad práctica, concreta, si es absolutamente social lo sólo es sólo en efecto y no por designio -lo es por "accidente", por así decirlo-, no existe fuerza en la sociedad cuyo propio crecimiento continuo ponga límites a la "anarquía" social y desarrolle una conciencia más completa de las necesidades y oportunidades sociales, que podría conducir a la autodeterminación social y a una sociedad verdaderamente social. En cierto modo, entonces, es el número y la variedad de organizaciones en el capitalismo lo que impide la organización de la sociedad. Esto significa que no sólo las actividades descoordinadas y contradictorias tienen que acabar en crisis esperadas o inesperadas, sino también que las actividades de toda la gente, tanto organizadas como desorganizadas, son más o menos "responsables" de las explosiones espontáneas en la forma de crisis o guerra.

No hay ninguna manera, sin embargo, de desandar el proceso que llevó a la crisis o a la guerra en todos sus detalles importantes, y de explicar de este modo, a posteriori, cuáles actividades particulares, con sus disposiciones respectivas dentro de los procesos de desarrollo, determinaron la catástrofe. Es más fácil, y para los propósitos capitalistas suficiente, seleccionar arbitrariamente un punto de partida, como el de que la guerra llevó a la crisis, y la crisis a guerrear; o, menos sofisticadamente, apuntar a las idiosincrasias de Hitler, o al hambre de inmortalidad de Roosevelt. Las guerras aparecen tanto como explosiones espontáneas como como empresas organizadas. La culpa de su estallido yace ante la puerta de las naciones, los gobiernos, los grupos de presión, los monopolios, los cárteles y los trusts particulares. Con todo, echar toda la culpa de las crisis y las guerras a organizaciones específicas y políticas particulares, significa pasar por alto el problema real aquí involucrado, e indica una incapacidad para encontrarlo eficazmente. Apuntar a los elementos organizativos implicados, sin enfatizar sus limitaciones dentro de la "anárquica" escena social total, promueve la ilusión de que posiblemente "otras organizaciones" y "otras políticas" podrían haber impedido tales catástrofes sociales, incluso dentro del status quo. El status quo, sin embargo, es sólo otro término para las crisis y las guerras.

Había, es verdad, cierta clase de "orden" observable en el capitalismo, y una tendencia de desarrollo definida basada en este "orden". Éste era proporcionado por la creciente productividad del trabajo. La productividad incrementada, empezando en una o más esferas de la producción, llevaba a una modificación general del nivel productivo de la sociedad y a alteraciones consecuentes en todas las relaciones socioeconómicas. Los cambios se reflejaban como relaciones políticas alteradas y conducían a una relación modificada, más o menos contradictoria, entre la estructura de clases y las fuerzas productivas de la sociedad.

¿Qué son las fuerzas de producción? Obviamente, el trabajo, la tecnología, y la organización; menos obviamente, las fricciones de clase y, por consiguiente, las ideologías. En otras palabras, las fuerzas productivas son acciones humanas, no algo separado que determina las acciones humanas. Por lo tanto, no se tiene que seguir, necesariamente, una línea de desarrollo previa. Pueden frenarse situaciones sociales, o pueden crearse condiciones que destruyan lo que ha sido previamente construido. Pero, si la "meta social" fuese la extensión y la continuación de una tendencia de desarrollo previa, la historia podría ser, de hecho, la historia del "progreso social", a través del despliegue de sus capacidades de producción.

Que el capitalismo viniese a la existencia presuponía un cierto crecimiento de las fuerzas productivas sociales, un incremento del plustrabajo y de la capacidad para sostener a una creciente clase no productora. Hablar en términos de "fuerzas productivas crecientes", como lo determinante del desarrollo social total, era particularmente adecuado bajo el fetichismo mercantil del capitalismo de laissez faire, pues bajo su individualismo económico parecía como si las "fuerzas productivas" se desarrollasen independientemente de los deseos y necesidades capitalistas. La insaciabilidad respecto de la acumulación, desarrollada rápidamente con las fuerzas productivas y con el perfeccionamiento de las mismas, permitió la reorganización consciente de la estructura socioeconómica y, a su vez, las reorganizaciones funcionaron como nuevos incentivos para una elevación ulterior de la productividad social. Se decía que el capitalismo, históricamente hablando, se había justificado debido a su "ciego" pero progresivo desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, entre las que el moderno proletariado industrial era considerado la mayor.

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