Paul Mattick
El comunismo de consejos
Índice
III
Sólo es una paradoja para el observador superficial que el
declive del movimiento obrero europeo fuese acompañado por un
nuevo brote de organizaciones obreras en los Estados Unidos. Esta situación
indica sólo la tremenda fuerza y reserva que todavía posee
el capitalismo en América. No obstante, también es una
expresión de debilidad del capitalismo americano comparado con
el capitalismo más centralizado de los países europeos.
Siendo tanto una ventaja como una desventaja, la situación obrera
americana actual ilustra meramente los intentos de utilizar la ventaja
para ayudar a eliminar la desventaja.
La centralización de todos los poderes económicos y
políticos posibles en manos del Estado (que, debido a la economía
decadente, está impelido a participar en luchas internas y externas
más grandes) se encuentra todavía en los Estados Unidos
confrontada por intereses capitalistas poderosamente individualistas,
que temen correctamente ser víctimas de este mismo proceso. Así
surge otra paradoja: que es precisamente la fuerza persistente del capital
privado, capaz de contrarrestar las tendencias capitalistas de Estado
y de luchar contra la organización del trabajo, la que es, en
gran medida, la responsable de la existencia continuada de estas organizaciones
obreras. Pues el apoyo indirecto, pero muy poderoso, que el movimiento
obrero ha encontrado en estas políticas gubernamentales que se
dirigen contra los procedimientos capitalistas anárquicos, individuales,
en un esfuerzo por salvaguardar la sociedad presente, servirá
inevitablemente sólo al Estado. El Estado habrá entonces
hecho uso aprovechable de la organización obrera, no la organización
obrera del Estado. Cuanto más el gobierno sostiene los intereses
del trabajo, tanto más los intereses obreros desaparecen, más
estas organizaciones obreras se hacen ellas mismas superfluas. El ascenso
del movimiento obrero americano experimentado recientemente no es sino
un síntoma velado de su declive. Como se indicó en la
primera convención del CIO celebrada recientemente, los obreros
organizados están completamente subordinados a la dirección
sindical más eficiente y centralizada. De esta completa castración
de la iniciativa de los trabajadores dentro de sus propias organizaciones
a la subordinación completa del conjunto de la organización
al Estado hay sólo un paso. No sólo el capital, como Marx
decía, es el que cava su propia tumba; también las organizaciones
obreras, donde no son destruídas desde fuera, se destruyen a
sí mismas. Y se destruyen a sí mismas en el mismo intento
por convertirse en fuerzas poderosas dentro del sistema capitalista.
Adoptan entonces los métodos necesarios bajo las condiciones
capitalistas para crecer en importancia, y por eso, a su vez, fortalecen
continuamente aquellas fuerzas que finalmente las "harán
suyas". No hay, por lo tanto, ninguna oportunidad de beneficio
a partir de sus esfuerzos, ya que, en último análisis,
los poderes reales de la sociedad deciden lo que permanecerá
y lo que será eliminado.
Tampoco hay esperanza alguna de que, en reconocimiento de los servicios
prestados a la sociedad explotadora, los organizadores obreros y sus
seguidores encuentren su propia recompensa en un sistema económico
completamente controlado por el Estado, pues todos los cambios sociales
en la presente sociedad antagónica ocurren por medio de la lucha.
Una armonización de los intereses entre dos clases diferentes
de burocracias es posible sólo en casos excepcionales, como en
el caso de que estalle una guerra antes de que el sistema totalitario
esté completado; de otro modo la apropiación del viejo
movimiento obrero por el sistema estatal deja a los viejos dirigentes
en las calles, o les lleva a los campos de concentración, como
se demostró de modo tan competente en Alemania. Tampoco el reconocimiento
de que tal futuro es probable pudo hacer que los dirigentes obreros
evitasen prepararlo, como no se le da al presente movimiento obrero
no revolucionario otra posibilidad que allanar el camino hacia él.
La única alternativa, la actividad revolucionaria, excluiría
todos esos aspectos de la actividad obrera que son aclamados como las
victorias dolorosamente ganadas de una larga lucha, y significaría
el sacrificio de todos esos valores y actividades que hoy hacen que
valga la pena trabajar en organizaciones obreras, y que inducen a los
obreros a entrar en ellas.
Si el reciente desarrollo del llamado trabajo "económicamente"
organizado en América es, él mismo, una indicación
del declive general del movimiento obrero mundial --y está contundentemente
ilustrado por laa reciente declaración de John L. Lewis de que
su organización está lista "para apoyar una guerra
de defensa contra Alemania", o, en otras palabras, que él
y su organización están listos para luchar por los intereses
del capitalismo americano--, no hay ni siquiera la necesidad de probar
el declive del viejo movimiento obrero en el campo político de
los Estados Unidos. Dado que factores históricos y sociales específicos
excluyen el crecimiento de un movimiento obrero político con
alguna consecuencia en América, un movimiento obrero político
americano no puede declinar, dado que no existe. Con la excepción
de un número de movimientos espontáneos que han desaparecido
tan rápidamente como emergieron, lo que hasta ahora se ha experimentado
en la forma de un movimiento obrero político en este país
no era de ninguna importancia. La ausencia total de conciencia de clase
en los movimientos "económicos" aquí es tan
bien reconocida que es superfluo mencionar este hecho de nuevo. Con
la excepción de los Industrial Workers of the World (I.W.W.),
las organizaciones obreras de la historia reciente se han considerado
siempre como complementarias al capitalismo, como uno de sus recursos.
El observador objetivo debe admitir que todas las masas trabajadoras
organizadas y desorganizadas están aún bajo la autoridad
del capitalismo, porque allí se desarrolló con el capitalismo
en expansión no un movimiento obrero, sino un movimiento capitalista
de trabajadores.
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