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ENSUEÑO  DE  CRISTAL

RÍO  BOROSA

© José Gómez Muñoz. Si copias me gustaría saberlo.

  ÍNDICE                                           

          

 El contenido de esta página es parte del texto de un pequeño

       libro titulado:    "Ensueño de cristal, río Borosa".     Si         

pincha en este enlace puedes verlo en la editorial y tienda online.        

 

   El bloque de rutas que siguen  están  elaborada  en  una versión literaria y siempre matizadas desde lo más hondo del alma para que la fragancia eterna que de la sierra mana  fluya y aparezca y así no sea sólo recorrer los paisajes por el deseo de conocer rincones nuevos y coleccionar estampas.

 

           Ruta - 92

                 1- GRANDES RUTAS

           POR LA SIERRA PROFUNDA. Río Borosa.

           Piscifactoría, Cerrada de Elías, Salto de los Órganos,

           Túneles, Nacimiento de Aguas Negras, Lagunas,

           Collado del Haza, Cortijo del Haza. 16- 5 - 98.

           Carril y vieja vereda. Andando. Zona restringida.

 

           La distancia.

           Tomando como punto de partida la cadena que corta la pista en la piscifactoría  y la meta final en el Nacimiento de Aguas Negras, las distancia a recorrer, en ida y vuelta, son de unos veintidós kilómetros.  Si se incluye la subida al Collado y cortijo del Haza y a la Laguna de Valdeazores, unos cuatro kilómetros más.

 

    Desde la cadena al Charco de la Junta:           1      Km.

    Al puente de los Caracolillos:                            2      Km.

    Al Vado de los Rosales:                                    3,3   Km.

    Desde la cadena a la Cerrada de Elías:           4      Km.

    Desde la cadena hasta la Central:                    7,5   Km.

    Desde la central hasta el embalse:                   3      Km.

    Desde el embalse a la Laguna:                        1      Km.

    Desde el canal al Collado del Haza:                 0,8   Km.

    Sendero de la Cerrada de Elías:                      1      Km. 
 

    El comienzo de esta ruta se sitúa sobre unos seiscientos cincuenta metros y va discurriendo entre los novecientos a mil para alcanzar los mil trescientos metros, poco más o menos.

 

        El tiempo.

        Dependiendo del ritmo o las paradas y contando que se van a recorrer las rutas a la Laguna de Valdeazores y la del Collado y cortijo del Haza, el tiempo empleado puede ser de ocho a nueve horas, desde la salida hasta la vuelta. Una jornada muy completa y de aquí que, en épocas de pocas horas de luz, nos falte día por arriba y por abajo. 

 

        El Camino.

        Desde la entrada a esta ruta por la pista que recorre el río Borosa hasta la casa de la Central Eléctrica, siete kilómetros y medio, es una pista forestal de tierra en buen estado, excepto los charcos y el barro en los días de invierno. Para recorrer la grandiosa Cerrada de Elías, en el Vado de los Rosales, se desvía una senda que se interna por el mismo cauce del río y después de atravesar varios puentes y luego la hermosa cerrada, se une otra vez a la pista por la parte de arriba. Tiene este sendero como un kilómetro.

 

    Desde la casa de máquinas sube una senda, buena a tramos y más estropeada en algunos trozos, que asciende siempre pegado al curso del río y va ofreciendo pequeños miradores naturales sobre las grandiosas cascadas y los profundos charcos azules y transparentes.  Para salvar el gran desnivel del Salto de los Órganos, gira hacia el levante y después de elevares por entre las tierras de una pendiente repisa que se encaja entre dos grandes voladeros, se interna por los túneles para coronar a la parte alta del Salto de los Órganos.  Da una gran curva siguiendo siempre el borde del canal que recoge el agua para la central, atraviesa otro túnel menor y ya descansa sobre el muro del primer embalse.

 

    Desde este punto la senda sube al nacimiento de Aguas Negras y luego continua hasta la Laguna de Valdeazores y desde ahí sigue ascendiendo en pista forestal hasta coronar el Collado Bermejo.  Un delicioso recorrido que no tiene más dificultad que su gran distancia, puesto que los caminos son buenos y los paisajes  esplendorosos.

 

    Para subir al Collado del Picón del Haza, entre el primer y segundo túnel, hay que girar a la izquierda, si subimos por el río, y por entre  monte de bujes y escaramujos, en una pendiente repentina pero muy bella, coronamos a las tierras de este grandioso collado. Desde aquí mismo ya se ven las llanuras donde estuvo el cortijo y todo el esplendor de la grandiosa cuerda de las Banderillas, con el Cinto de las Higueras, Castellón del Haza de Arriba, Tranco del Perro, el Fraile de las Banderillas, Collado de Roblehondo y el Calarejo de los Nevazos. Esta enorme muralla rocosa es la que da origen al gran río Borosa y los espléndidos saltos de agua que los conforman.  

 

    El Paisaje.

    Nada más arrancar, a la derecha, nos sorprende el grandioso Charco de la Cuna, siempre rebosante de azul y las cascadas saltando los muros de las placas rocosas. Una entrada al río llena de sencillez pero majestuosa por la estrechura de la cuerda que el cauce por aquí ha cortado y las dos laderas tan repletas de vegetación y en su profundo silencio.

 

    Unos metros y el claro chorro de la Fuente de los Astilleros, nos saluda con otro encuentro agradable mientras la corriente del río comienza a darnos compañía por la derecha. El camino sube bastante bien y llano y en una primera curva, por el lado derecho se nos cuela la preciosa cascada del arroyo de Las Truchas que salta limpia y se derrama en el azul Charco de la Gracea. Por arriba se abren las profundidades del largo barranco de Roblehondo y un poco al frente y en este mismo lado, la gran cuerda del Castellón del Moro que durante un largo trecho nos irá acompañando.

 

    Por la izquierda se nos levantan las laderas de la Cuesta del Topaero, todas ellas pobladas de romeros, carrascas, madroñeras casi milenarias, durillo y mucho lentisco enredado con las hiedras que se agarran a las grandes rocas calizas que  por un lado y otro afloran.  En un día como el de hoy y después de lluvias intensas, de estas laderas chorrean caños de aguas limpias que se adornan con las florecillas  abiertas y el canto de muchos pajarillos.

 

    En el primer puente que da paso a la pista hacia el lado derecho y es justo donde se aparta la que sube para el barranco de Roblehondo, al lado izquierdo, los caprichos de las rocas nos saludan enredadas entre el monte y curvadas en forma de uve invertida. Son las blancas rocosas que por aquí ha ido cortando la corriente  y al quedar al descubierto muestran dibujos realmente bonitos. Anticlinales que parecen dibujos realizados en el desorden y libertad más limpia y de ahí su gran belleza.  De este fenómeno  tectónico es de donde le viene al puente su nombre. El de los Caracolillos.

 

    Mientras el río ahora nos sigue acompañado por la izquierda, en un juego dulce de olas, charcos y cien rocas lavadas por las aguas, por el lado de la derecha nos aplasta la grandiosa vegetación que chorrea desde la misteriosa ladera que nos corona.  Es este uno de los bosques más bellos de todo el parque por estar todavía poco alterado y guardar entre, su espesura, las mejores sabinas, enebros y madroñales, encinas y robles que se dan en todo el territorio.

 

    La travesía de la Cerrada de Elías, sí es por la mañana y cuando todavía hay poco personal por aquí, resulta un momento de profundo placer por la frescura que desprende la vegetación que la arropa, los mágicos charcos que en el río se remansan, las blancas cascada casi de juguete, las peñas depositadas en el surco del río y las bellas laderas que a un lado y otro nos escoltan. La misma cerrada, con sus rocas repletas de florecillas, helechos, caños de agua que rezuman por cualquier grieta   y la corriente del río entre remansada y violenta, nos deja una grata impresión de limpieza y gozo sobre el espíritu.

 

    Ya saliendo de la cerrada y otra vez por la pista, mientras no dejamos de cruzar puentes que nos van dejando a una orilla y otra del río, empiezan a darnos compañía los grandes picos rocosos que sobresalen desde la cuerda de las Banderillas. El Puntal de la Cerrada y la gran solana de Roblehondo de los Villares, por el lado izquierdo con las morras. Por el lado derecho, el picón de la Lancha de los Pinos y al poco, nos metemos en  otra de las impresionantes cerradas de este mágico río Borosa: Cerrada de Puente de Piedra y a continuación la pequeña llanura de Huelga Nidillo que nos sale al paso por el lado izquierdo y donde todavía se pueden ver las higueras que sembraron aquellos serranos, las parras y la senda que, cruzando el cauce por un vado de cristal, ascienden hacia el cortijo de Roblehondo.     

 

    La Cerrada de Puente de Toba, unos metros más adelante. Dos grandes y profunda gargantas que no han sido adaptadas para introducirse por ellas y por eso conservan toda su belleza primitiva. Al dar la curva, la pista, hacia la derecha para enfilar más recto hacia el sur, una repentina subida, una llanura, las crestas de la gran cordillera que parecen desplomarse sobre nosotros y entre olor de tomillo y mejoranas, la casa de máquina de la central eléctrica.

 

    Se termina la pista y la senda nos ofrecen su mejor amistad para irnos colocando sobre los deliciosos miradores naturales frente a las cascadas y los charcos de este río.  Al frente y por la derecha, la gran ladera de la escarpada Lancha de Pilatos y Poyo de los Cerezos por donde se escalonan las rocas y en sus repisas, las milenarias encinas entre pinos y robles. ¡Qué impresionante concentrar la mente en los secretos y bellezas de este agreste monte!

 

    Mientras vamos alcanzando la estrechura del río para enfrentarnos con la cascada final o primera, según queramos situarlo, las praderas de hierba, las oscuras rocas, los enredados bujes y zarzas y las blancas espumas de las aguas nos acompañan de asombro en asombro hasta dejarnos sin aliento frente al escalón y tranco final. La caída de este dulce salto nos refresca el alma al tiempo que nos contagia el ánimo para continuar remontando y después de atravesar los dos túneles, seguir anonadados y aplastados en el asombro. La visión de las plácidas aguas del Embalse de la Feda y los borbotones del manantial de Aguas Negras, nos dejaran hondamente satisfechos y más limpiamente abiertos al infinito y con ganas de gritar un sincero gracias.

 

    Desde este rincón, conquistado no sólo por el placer de conocer sino por la necesidad de descubrir la grandiosidad de la creación de la que somos parte y arte,  el horizonte se nos presenta coronado de cumbres oscuras, algunas por la vegetación que cubre las laderas y blancas o color caramelo, otras por las rocas lavadas de nieves e hielos. Siempre arriba, el profundo cielo azul, lleno de nubes con formas de vellones de algodón o negras como la misma lejanía de lo que aún se intuye y no se ve.  

 

    Lo que hay ahora.

    A las ocho y cuarto de la mañana, el sol está un poco remontado sobre el Calarejo de los Villares.  Como estos días de atrás, ha llovido tanto, la naturaleza se encuentra empapada y chorreando por todos sitios. Y como ahora está haciendo buen tiempo, por la noche, la hierba y el monte se cubre de rocío y al amanecer, el vapor de agua, empieza a elevarse desde los barrancos, velando todas las laderas y las hondonadas de los arroyos. Es como si fuera una niebla fina que al no tapar por completo, deja transparentar las figuras de las montañas y el disco dorado del sol que se alza.  Y al mirar, se ve como un grandioso mundo brumoso que pareciera querer despertar de un sueño profundo y largo sin dejar traslucir cual será el resultado final. 

 

    Y el alma se queda embelesada frente a esta mágica visión y tampoco sabe distinguir la realidad exacta y clara del universo que tiene ante sí.  Esta es, en toda su amplitud, la sensación que transmite la profunda sierra y la turbación que experimenta el pobre humano que la pisa con el deseo de encontrar y encontrarse para  saber, siquiera un poco, cual es el lugar que le corresponde y el trozo que le pertenece.  Y lo primero que aprende, en la mañana cálida y hermana, es el sentimiento de humildad, por la pequeñez frente a lo que por los ojos se cuela y la necesidad de pedir perdón al tiempo que agradecer desde lo más hondo del corazón. ¿De quién son estas sierras, sus caminos, sus ríos y sus montes junto con el palpitar de tantos como por aquí vivieron luchando con la tierra y cruzando las veredas?

 

      Son las ocho y media de la mañana. Me pongo en movimiento con el deseo de recorrer los caminos y, algo los secretos, de este río llamado Borosa. En la explanada ya hay algunos coches parados y al verlos pienso que hoy tampoco no voy a ser el primero. Es sábado dieciséis de mayo de mil novecientos noventa y ocho. Es fiesta en Madrid y por eso ayer me enteré que en la sierra, este fin de semana, hay muchas personas.

 

    Está el campo húmedo. Cae agua por las cascadas de la izquierda nada más arrancar por la pista. Si miro, conforme voy caminando, por este lado de la izquierda me queda la primera pared de piedra que voy a rozar hoy. Tiene madreselvas florecidas y muchas matas de lino blanco. Me asomo un poco, por el lado de la derecha, y se ve la cascada de este río Borosa.  Hoy el río trae mucha agua y por eso esta primera cascada se ve grande, azul y muy ampulosa.  Charco de la Cuna se llama este rincón y al mirarlo, lo que más sorprende en él, son las placas rocosas que la corriente va limando y como todavía no ha podido romperlas, se les enfrentan en forma de pequeños muros que quieren sujetar la corriente.  No lo consiguen y por eso el agua se arremolinar, salta, se hace espuma, se quiebra lanzando su lamento  de viento herido y al llegar a la parte más honda, se remansa plácida al tiempo que se viste de azul verde y muestra su transparencia más fina. 

 

    Podría ser este el puro espejo del humilde río que acaba de bajar de las cumbres. O también podría ser el resumen de la grandiosa sinfonía de donde ha nacido y llega. Podría ser el puñado de esencia que contiene todos los demás perfumes y podría ser el poema redondo y menor que expresa todo lo sustancial y ya no hay modo de poderle añadir ni quitar, porque alcanza la perfección suprema.

 

    La hierba que bordea la pista se ve chorreando de gotas blancas de rocío.  Bañado en pura agua que es casi vapor, se ven las matas de las zarzas y las de las cornicabras. Ya va dando el sol por la ladera que me queda frente y a mi derecha.  La otra ladera gemela que me queda por la izquierda, al mirarla, descubro que muestra un terreno áspero y quebrado por donde los pinos sobresalen y hasta cuelgan hacia el barranco. Las siluetas de estos árboles y de las encinas, junto con las madroñeras y los durillos, se ve recortadas contra la luz del sol que les llega por detrás, del lado del Calarejo.

 

    En la primera curva de esta pista que recorre el río, es donde se forma la cascada  de esta cuna del río. La corriente hoy le entra amplia, alegre como quizá pocos días del año y al rebosar por las rocas que quieren sujetarla, se transforma en espuma que más parece pura nieve. Si lo miro detenido descubro que no es una cascada: todo el río se abre en un inmenso abanico de agua cristal que juega con las piedras mientras se despeña y canta la melodía más dulce de cuantas músicas, los oídos humanos, puedan percibir.

 

     De aquí mismo arranca el canal que coge el agua para la piscifactoría. Hoy tiene tanta que rebosa generosamente.  Ya doy la curva hacia el arroyo de Ruejo. Un letrero que dice: “Toma de agua piscifactoría. No bañarse”. Una pequeña represa  y al remontar la corriente por encima, se abre en un abanico transparente al tiempo que se riza en encajes primorosos. Lo miro surco arriba y lo veo bajar, todo abierto, suave por algunos tramos y más revolucionada al chocar con las piedras y las raíces de las plantas.  Multitud de olas con crestas de espumas inmaculadas y muchas matas que se mecen casi al ritmo de la corriente.

 

    Es esta una mañana muy tranquila aunque creo que por delante de mí, van ya muchas personas. Esto es lo que creo. La tierra del camino como peinada por las corrientes de agua que ayer mismo bajaron por aquí.  Y por los indicios, las lluvias han sido abundantes.  Miro detenido y no se ven pisadas humanas ni rodadas de coches.

 

    En la misma curva del arroyo Ruejo, se mira al río y se le ve hasta unos cincuenta metros hacia arriba y baja sereno, amplio y todo rebosante.  Parece un rey sin que deje de ser espejo y al mismo tiempo el más sencillo de todos los ríos por el privilegio de aguas tan puras.  El arroyo me queda a la izquierda con su muro menor de contención para sujetar la tierra que arrastran las corrientes de la ladera y en el mismo centro, cinco o seis agujeros para desaguar y sólo por uno de ellos, sale un grueso caño.  La Fuente de los Astilleros vertiendo agua por su caño de hierro y por todas las grietas de las rocas.

 

    Con la pista, la fuente como punto de arranque y el arroyo que lo besa, desde aquí el río se alarga casi recto hacia el arroyo que le entra por el lado derecho.  Sin una sola curva al menos en veinte o treinta metros.  Antes de la fuente, por la izquierda brota un manantial de entre las raíces de una jara.  Toda esta pared rocosa llena de agua y unos metros más arriba, un gran caño cristalino que fluye de la misma tierra y con la fuerza de lo salvaje. Es como si el cerro entero estuviera hueco y en su centro se remansara un gran lago y por estas grietas hoy estuviera  echando sus aguas al río.

 

    Pero no caen directamente al cauce mayor, sino a la cuneta por donde corre paralela a la pista hasta encontrar el mejor paso para vaciarse sobre el río. Pasando la fuente, un muro de contención para sujetar la ladera que se está cayendo hacia el río. De aquí mismo y por dos puntos distintos, arranca la senda que viene desde el Tranco del Perro, pasa por las ruinas de la Aldea de los Villares y cae por esta cuesta llamada del Topaero. Es este camino o senda, otra de las profundas rutas que bordeando al río, se llega hasta las más elevadas crestas del Tranco del Perro y de las Banderillas para volcar a los Campos de Hernán Pelea.

 

    Treinta metros pasado la fuente, la corriente baja algo más torrencial, como jugando al esconder con las rocas que sobre el lecho están clavadas y las raíces y ramas de las plantas que en el lecho crecen. Se remansa en charcos no muy grandes ni profundos y al quebrarse el agua, surgen los remolinos y de los remolinos, nacen una y cien olas de crestas blancas.  El agua es azul transparente.

 

    En las orillas y donde no llega la corriente, crece mucha hierba que hoy muestra su mejor verde por el rocío que le ha regalado la mañana y la luz del sol que ahora mismo empieza a besarla. Las zarzas están brotadas también y florecidas las retamas con sus flores amarillas oro nuevo y de las encinas cuelgan los zarcillos de trama color oro algo viejo. Las hojas nuevas que ya les han nacido, muestran un tono verde claro para contrastar con las viejas que se tiñen de verde oscuro casi negro. Las madroñeras también estiran sus tallos nuevos, algunos ya de diez y hasta quince centímetros y mucha madreselva  con su mejor traje de primavera. Porque la primavera de este año, está siendo y será una de las más esplendorosas que se han conocido por aquí.  Todavía el romero conserva algunas de sus flores y los tomillos menudos cuelgan por las torrenteras cargados de diminutas flores rosáceas y blancas.

 

    Pino pequeños y a la izquierda, pues espesura de monte que al mirarlo, agrada mucho porque sus tonos verdes son deliciosos.  Contrastan mucho el de las nuevas hojas que ha dejado por aquí la presente primavera con el de las viejas hojas que se tostaron al sol de los veranos pasados.  Sobre el lecho del río, aflorando los estratos de la roca que forman como escalones rotos donde al llegar, el agua pierde su serenidad y se distorsiona en arrugas blandas e irregulares.  Todo ello y la mañana, pertenecen al mismo juego que me trae este cauce para ir entreteniendo a las mariposas que ya empiezan a revoletear y a los absortos ojos de los humanos que por aquí caminamos en busque de no sabemos qué paraíso perfecto.

 

    Un coche parado con la inscripción de Junta de Andalucía y algunas personas que parecen pescar. Había pasado unos minutos antes de comenzar esta andadura mía  en este día y por este río. Un rosal silvestre mostrando sus rosas blancas a la inmaculada luz de la mañana e impregnadas de rocío.  La hierba que le nace por entre sus tallos, se ve toda empapada de este rocío que son como gotas diminutas  muy limpias, parecidas a diamantes pero si las tocas, se espachurran. Al pisarla, tiemblan en las curvas o puntas de las hojas y al chocar unas con otras, se crecen y con el peso, caen al suelo. Otras se mecen como no queriendo desprenderse del verde donde han nacido por la noche y al temblar, relucen besadas por los rayos del sol que les va trayendo la mañana.

 

    Y la ladera que va quedando por el lado derecho del río, es un bosque inmenso de pinos no muy grandes, que se alargan desde la tierra donde clavan sus raíces  y por el tronco, los abraza el espeso bosque de matorral.  Muchas madroñeras son las que acompañan a estos pinos y durillo ya también brotado y por eso mostrando su traje verde de vida nueva. Y como también el bosque está sembrado de infinitas gotas de rocío y lo mismo las ramas de los pinos, al darle el sol que por la cumbre del Calarejo viene subiendo, pues relucen como en un revuelo de perlas recién talladas para la mejor fiesta.

 

    Por la parte que me va quedando entre la pista y las aguas del río, donde hace unos años construyeron un muro para que las aguas no se comieran la pista, otro rosal silvestre y este tiene sus flores más frescas y teñidas de un rosa vivo y puro. De entre ellas surgen algunos tallos de zarzas que tienen casi un metro de largo. Esta vegetación es de la que sembraron por aquí cuando terminaron la construcción del muro para que el trozo quedara lo más natural posible. Zarzas, rosales, jaguarzos, retama, algún pino y el amplio tapiz de hierba que ha nacido por su cuenta.     

 

    Por la ladera  de enfrente, la derecha que es donde viene dando el sol, se empieza a levantar la niebla. Como los rayos del sol la ilumina, al tiempo que se empieza a levantar por entre los pinos y las madroñeras, pareciera que estuviera ardiendo sobre un mar de hojas verdes y gotas de rocío. Pero la iluminación que le llega desde el lado del Calarejo, es tan bonita, que brillan las nieblas mientras juegan con la brisa de la mañana y se escapan por entre las ramas de los pinos hacia el azul del cielo que arropa.

 

    Un poco antes del arroyo de las Trucha, el río que siguen mostrando los filones de rocas que emergen desde la tierra y quieren sujetar al agua que baja.  Ya se ven las crestas de las olas que saltan desde la cascada del arroyo del Las Truchas. Me voy acercando y aunque la tengo gozada de otras muchas veces, siempre me pasa igual: la presencia de este chorro de agua cayendo por  esa canal de rocas calizas  y lavadas pulcramente, se me clava en lo más hondo del espíritu quemándome con su belleza transparente.  Las miro como queriendo quedarme mientras paso y descubro que sobre las piedras de los bordes que sujetan el profundo charco azul, saltan algunas personas afanada en su pesca.

 

    Al cruzar y quedar frente total con el arroyo que llega, se le ve asomar por entre la profunda lejanía que no lo es tanto, sino que la espesura del bosque la tiñe de sombras y de rincones densos y oscuros. Este arroyo es casi un segundo río porque su cuenca de recepción, además de ser muy amplia, cae desde toda la gran cordillera del Calarilla.  En esa altiplanicie se acumulan las nieves del invierno que luego al fundirse, se hacen manantiales claros que van alimentando a los arroyuelos menores que dan vida a este bellísimo arroyo de las Truchas. Algunos de esos arroyos nacidos entre las grietas de las rocas mejor esculpidas, como el Castellón del Moro, Majá Izquierdo, Voladeros del Campanario, Calarilla, Poyos de Guadahornillos, Barranco de las Iglesias, Puente de Guadahornillos, tienen también nombres preciosos. Fuente de la Umbría, Arroyo de la Gracea, arroyo de Guadahornillos, arroyo del Tejar y así hasta quedar en este grandioso que ahora mismo se funde con las aguas de este río.

 

    En los último metros queda, este arroyo, encajonado y aprisionado entre los pliegues de las rocas que le salen al paso y saltando de un escalón a otro, la corriente se estrella hasta encontrar su descanso, después de la última cascada, en el charco llamado de la Gracea. Al caer, se forman las olas de espuma y al dormirse durante unos segundos, sobre el cristal del hermano mayor, se viste de azul y verde bosque y ya sigue, todo uno, con el Borosa.

 

    Al Puente de los Caracolillos.       Ir al índice

    El primer puente que tiene este río, me sale al encuentro por el lado derecho y aunque algunos no le dan categoría de puente, lo es atravesando el cauce elegantemente y se apoya, en este lado, sobre el muro de la pista y en aquel, sobre una roca algo modificada con cemento y con unas vigas sujeta las tablas para dar paso. Lo conozco bien y lo tengo cruzado hasta incluso en sueño y cuando aquellos días de ilusión inmaculada.  Tiene una baranda de hierro pintados de verde y las cadenas colgando para que se puedan sujetar las personas.

 

    Otro letrero: “Toma de agua piscifactoría, no bañarse, Ama”.  La pista gira hacia la derecha y con ella el río y quizá sea al revés y a la derecha, un puntal con unos cuantos pinos negros que resaltan por entre el monte y en todo lo alto, uno seco y tumbado hacia el barranco del río. Precisamente el sol le da de frente y como arriba está el cielo azul, queda recortado con una figura mágica.

 

    Otra curva hacia la izquierda siempre adaptándose al cauce y pegado al muro de contención que le hicieron por aquí, una higuera a la derecha y a mi lado izquierdo, una gran pared de rocas por donde se ven los pliegues con claridad. Chorrean agua  casi a lo redondo.  Pasando la higuera, dos pinos clavados entre el muro y el río. Un arrendajo que se arranca desde las aguas del río hacia los pinos de la izquierda y traza su vuelo por la espesura del bosque.  Un pino seco caído hacia las aguas  y verdes, un grupo de doce o catorce que se clavan en las mismas piedras que bañan las aguas de la corriente.  Del beso que le ha dado esta noche el río, todavía tienen sus troncos mojados.

 

    El trébol y las margaritas, también tienen sus florecillas abiertas y cada una con sus gotas de rocío correspondiente.  Y ello como si alguien quisiera decir que tanto lo grande como lo pequeño, tiene el traje y las joyas que les corresponde sin que ninguno se repita ni sea menos bello que el otro.  Los álamos, algunos por aquí, ya se han vestido con sus nuevas hojas y en la mañana soñolienta, se lavan tanto en las puras aguas que se le pasean por su sombra como en las frágiles gotas que, al rozarlos, la niebla les ha prestado.

 

    A la derecha, una curva y ya frente se ve y muy remontado, el puntal de lo que sería la prolongación del Castellón del Moro. Por entre la espesura de ese bosque, remonta la pista que atraviesa Roblehondo y llega hasta Linarejos. Se muestra elevado en el centro del bosque y frente al sol de la mañana que lo va llenando de niebla. Por detrás de esta elevación pero muy adentro, se alza el Castellón del Moro y un poco más abajo y volcando al río, el lugar donde estuvo el cortijo de Guindas. Por ahí también sube una media senda que remonta hasta las altiplanicies del Calarilla.

 

    Una parra silvestre enredada en el tronco de pino justo en la curva que traza la pista cuando ya sobre pasa el puntal que cae.  Un charco grande que llena toda la pista por donde sale el agua que viene por la cuneta.  Esta zanja se presenta como un río menor de tanta agua como ha venido recogiendo de toda la ladera esta de la izquierda. Sobre ella tiembla una vieja madroñera y al pararme, porque la gota de agua, condensada del rocío, que cuelga de cada madroño me reclama la atención, siento necesidad de beberme tan tierna transparencia y de comerme tan verde fruto y lavado con esencia tan fina.  Ya están bastante garitos, casi como huevos de gorrión.  Y ahora caigo en la cuenta que los madroños tardan un año entero en madurar. Se abren sus flores en los meses del otoño y hasta el otoño del año siguiente, no maduran, justo cuando la planta vuelve a tener nuevas flores.

 

    La pista se estira bastante llana, casi a nivel del río y entre éste y el camino, pequeñas praderas de buena tierra y con mucha hierba esponjada de rocío. Una hilera de pinos negros, algunos que se doblan hacia el río y el bosque espeso de romeros, lentiscos, majoletos y zarzas. Rosales silvestres también y mucho bujes.

 

    Todavía no da el sol en este barranco porque a estas horas de la mañana, los picos del Calarejo de los Villares, me lo viene tapando por este lado. De la izquierda, por la pared esta de rocas que me escoltan, de entre un mechón de juncias  y helechos, brota un caño de agua grueso como una pierna. Es esto un macizo de rocas negras y todo rezuma agua y en su centro, el borbotón mayor. Llevo andando sólo quince minutos.

 

    Un arroyo menor que muere sobre la pista por el lado izquierdo y a la derecha, otro puntal que cae del gran castellón y un pliegue que es un anticlinal perfecto. Dibuja una uve invertida y se ve todo roto por el fiero bocado que le ha pegado el río a lo largo del tiempo. La corriente se estrecha mucho porque la comprimen los pliegues rocosos por un lado y otro. Salta en una cascada grande y un poco más arriba, muchas rocas que han rodado y al tropezar el agua con ellas, se abre paso locamente sin llegar a formas cascadas.

 

    En el mismo firme de la pista, dos rocas grandes que han rodado desde la ladera de la izquierda. Casi cortan el paso. El puntal por donde se abre paso la pista que atraviesa Roblehondo, por aquí ya se le ve la cara mejor. Le da el sol y como arriba emerge un espigón rocoso, deslumbra con sus tonos color café con leche y brilla por entre el verde del bosque. En todo lo alto, varias encinas y dos o tres pinos secos recortados sobre el cielo.

 

    Una tabla escrita que pone: “Acotado de pesca sin muerte”. La pista traza otra curva hacia la izquierda y al frente veo el vuelo del amplio recodo que dibuja la ladera justo donde se encuentra el puente de los Caracolillos. Lo contiene toda la grandiosa ladera de la izquierda que sube hacia las tierras de Los Villares. Toda esa ladera se muestra a arropada por la sombra porque el sol viene saliendo desde ese lado y por eso se ve como brumoso por la niebla que arranca desde el río aunque se distingue la vegetación de romero y cornicabras, muchas encinas, algunos pinos y resaltando, los pliegues de las rocas.

 

    Es este uno de los sitios donde más claramente se ven los pliegues de las rocas que conforman a estas sierras. Si ahora mismo siguiera la pista que sale por la derecha, antes de llegar a la casa forestal de Roblehondo, justo al cruzar el arroyo del Barranco de las Iglesias, también me la encontraría descarnada donde los pliegues se presenta claramente.  Y estoy pensando que por las cumbres de Caga Sebo, justo en el macizo del Cabañas, hay una cuerda enormemente bella por la figura que presenta las curvas de los pliegues allí visibles. En otros muchos puntos de este gran espacio natural, se ve este fenómeno pero desde luego, en este recodo del Puente de los Caracolillos, se muestran especialmente bonitos.

 

    Desde el puente hacia la cumbre, se le ve formando como una uve invertida, cerca de la pista, hay algunos que se les han roto la mitad de la uve y por eso son sinclinal sin llegar a ser desmantelado. Este rincón desprende un encanto especial no sólo por la figura que presentan los pliegues de las rocas sino también por la vegetación, la amplitud del recodo y la clara corriente del río besándolo en los pies.

Casi todo son encinas, algún pino muy salteado, romero y lentiscos brotando de las mismas rocas.

 

    Hasta este primer puente del dulce río, la distancia es de dos kilómetros más o menos y el tiempo empleado han sido veinticinco minutos.  Justo al cruzar el puente, por la derecha sale la pista que sube hacia el profundo barranco de Roblehondo y  coronando el Puerto del Calvario, sigue hasta el arroyo de Linarejos. Un largo recorrido pero muy bello por la soledad y la grandeza de los paisajes.  Tiene esta pista su cadena y al mirar hacia este barranco que hoy no voy a recorrer, lo veo con una anchan franja de niebla que lo parte por la mitad y al darle el sol, se refleja y mana como un borde de arco iris.

 

    Cruzo el puente y ya el río me queda a la izquierda, muy hundido en el surco rocoso por donde lo veo saltando, todo espumeante y rebosante como pocas veces  lo he visto. Entre las piedras que bañan las aguas, unos álamos que están cubiertos de hojas y en la mañana se estiran serenos con la majestad de lo hermoso. Y si desde este punto, nada más cruzar, miro hacia la otra ladera, los pliegues que ya he dicho, se me cuelan por los ojos con la fuerza de lo tangible y lo claro.  

 

    Al Vado de los Rosales     Ir al índice

    Al dar la primera curva después de cruzado el puente, me encuentro con Faustino, mi buen amigo y el último habitante de los    viejos cortijos que poblaron las profundas sierras de este rincón del Parque. Vive él el cortijo de Roblehondo de los Villares y lo conozco y también a sus tres hijos y al suegro Manuel, porque varias veces he pasado por la vereda que corona el Tranco del Perro precisamente un poco más arriba de donde se alza su cortijo.  Gran persona este hombre y parece que resignado a vivir en lugar tan apartado y donde tan lejos coge de la civilización y la carretera y también, por donde tantas nevadas caen en invierno.

 

    Pues me ha dicho que Manuel, ha estado internado en el Hospital de Úbeda, con problemas intestinales. La mujer de este hombre, es sorda muda y hay que ver dónde viven ellos y lo malo que es de andar la ladera que hay antes de llegar a su cortijo. Faustino me dice que ahora trabaja en el jardín botánico de la Torre del Vinagre y que todos los días baja y sube, desde ese lugar, hasta su cortijo.  Pues casi cinco kilómetros desde la parta alta de la Cerrada de Elías y algo más de uno más, hasta llegar a su cortijo en la mitad de la ladera entre el Calarejo de los Nevazos y el surco del este río.

 

    La pista aquí, da una curva muy ampulosa adaptándose al río, por donde se estrecha también. Le obliga a ello un espigón por la izquierda y otro por la derecha. Dos grueso pinos negros entre el río y la pista. Es bonita esta hondonada y a estas horas de la mañana, cuando todavía no hay nadie por el lugar y sí la niebla, desde el río, sube rozando la punta del monte que cubre las laderas. Los rayos del sol la va alcanzando y los colores de luz y sombras, alegran y animan.

 

    Al dar la curva, muy cerrada, a la corriente se le ve entrar violenta, toma un respiro de serenidad nada más avanzar unos metros y enseguida arremete con fuerza contra las piedras del lecho del río.  Tan bello es el espectáculo que desde luego, contarlo es una cosa y verlo, otra muy distinta.  Justo entre el río y la curva, entre el río y la pista, crece un árbol grande que no puedo decir a qué especie pertenece por encontrármelo todo desnudo de hojas. Creo que es un almez. Lo miro porque le tengo gran cariño y hasta dudo si se habrá secado por lo desnudo  que me lo encuentro.  Al volver me voy a parar un rato junto a él.

 

    Una lata de refrescos, papeles de paquetes de pipas y bolsa de plástico por aquí tiradas. Algunas personas no son muy cuidadosas con la belleza de este río. Al final de esta curva, el cauce se estrecha otra vez y gira un poco a la derecha. Enseguida aparece una recta de unos cien metros y el camino se pega a la corriente.  Muchos charcos y el segundo puente que ya se ve. Va de una orilla a otra aprovechando que el surco por aquí se comprime obligado por las placas de rocas que por la izquierda se le clavan.  Una de estas placas es muy gruesa y justo donde descansara o tuviera su apoyo, es donde le han puesto el puente.

 

    Antes de llegar al puente, al frente, por la derecha, barranco arriba, donde ya da el sol y el bosque es espeso, sobresalen los troncos de cuatro o cinco pinos secos. Y también por la derecha un gran corte de rocas donde muchos de los que por aquí pasan, dejan escrito su nombre y hasta la fecha.  Los que no lo graban con navaja  o alguna otra herramienta, lo dibujan con pinturas.  Dos kilómetros quinientos metros hasta este segundo puente si no contamos el pequeño de tablas que hay junto al Charco de la Gracea. Son las nueve y diez de la mañana.

 

    Lo cruzo y observo que va de un lado a otro de un sólo tirón.  Lo refuerza, por los lados, dos vigas de madera y en el centro, tablas sacadas de los pinos de estas sierras.  Ya voy ahora por la izquierda del río.  Cantan los pajarillos y como la mañana ya viene alzada por las cumbres, todo parece anunciar que hoy no va a llover. El durillo con sus nuevas hojas abiertas y alguna que otra mata de tomillo y mejorana.

 

    Por la izquierda me va quedando una pared de rocas por donde han tenido que meter la pista cortando, porque aquí el río es muy estrecho y llega un punto en que el espigón rocoso casi arropa por completo a la pista. Cae como una visera y se ven como unas cuevas por el espacio que han dejado unas placas y otras. La gente sube y el agua que chorrea en cantidad.

 

    Los helechos comunes también están ya brotados, bastante altos algunos y el olor que sale de la tierra, ahora que la va calentando el sol, pues es a humedad y a primavera y a fresco y a mañana tranquila. Y por esto me digo que hoy es como si fuera el día corazón de la primavera. Y lo digo porque de aquí para atrás no ha hecho tanto calor y entonces la naturaleza no estaba tan brotada.  De aquí para delante ya hará mucho calor y la naturaleza se irá desplegando hasta su máxima capacidad. Ahora mismo, como ha llovido mucho y el tiempo se presenta templado, la vegetación está brotada, tierna, florecida por muchos rodales y por eso a hoy le llamo el día corazón de la primavera.  Dentro de unas semanas ya estará todo más crecido y más seco y unas semanas atrás, estaba todo en su letargo invernal.

 

    Se estrecha la pista obligada por la vegetación que le crece a los lados y un gran chorro de agua que en forma de cascada, cae por la torrentera hasta la cuneta.  Por ella baja formando arroyuelo hasta que encuentra por donde escaparse hacia el río. Según voy dando esta curva aquí metido entre la vegetación y el río remansado,  que aparece por un claro, profundo y rebosante, azul verde y a la derecha y arriba, el Castellón del Moro.  Como dos grandes bloques de rocas que sobresalen clavados en lo más alto de la cumbre por donde se amontonan los pinos y la luz del sol cayendo sobre las rocas. Desde allí hacía el río, el bosque espesísimo y verde. Muchas encinas, madroñeras, cornicabra y lentiscos.

 

    Por el lado izquierdo y, no muy lejos de aquí, se aparta una vieja senda y siguiendo un poco paralelo al arroyo que baja desde el Calarejo, sube a la aldea de Los Villares. No la conozco bien porque nunca la usé pero sí tengo referencias de ella. A esta vieja aldea, hoy inexistente porque ya la derribaron, se le llega por aquella vereda que dijimos sales desde la Fuente de Los Astilleros. También he subido a ella por lo que hoy es un jorro y baja pegado al arroyo de los Villares, justo donde la Cerrada de Elías logra que la pista que remonta este río, se eleve por el lado derecho. En la misma curva que da la pista en ese puntal rocoso, sale la senda y remonta arroyo arriba que es por donde bajaban y subían aquellos serranos. Hoy se ha borrado casi por completo esta senda aunque es fácil descubrirla y seguir por ella. 

 

    Una curva hacia la izquierda y ya veo arriba la cumbre del Banderillas, toda llena de  los rayos del sol que le entran desde la parte del Nacimiento del río Segura. Otra vez que me da el sol al tiempo que se derrama sobre la corriente que viene saltando en su juego eterno y la espuma blanca que la corona mientras su música me envuelve hasta lo más hondo.  Muchos charcos sobre la tierra de la pista. Son las nueve y veinte.

 

    Antes de llegar al claro del Vado de los Rosales, una suave cuesta, el río que me queda abajo, abierto por entre mucha vegetación y rocas y la pista que remonta para irse por la ladera de la izquierda para así salvar la Cerrada llamada de Elías. A la derecha y no despegándose mucho del río, la senda que lleva a la cerrada.

 

    El Raso de lo Rosales se me presenta desde su silencio, con una blanca llanura, un contenedor para que las personas puedan depositar la basura, unas piedras amontonadas en el centro de esta llanura y una tabla donde han escrito: “Precaución, senda peligrosa”.  En otros tiempos también se podía leer el nombre de este rincón y hasta creo que la distancia del sendero de la Cerrada.

 

    A la Cerrada de Elías       Ir al índice

    Por entre una espesura de encina, madroñeras y quejigos se mete la senda.  Desde el Puente de los Caracolillos y con el segundo puente en la mitad del trayecto hasta este Vado, un poco más de un kilómetro.  El paso avanza colgado casi en la misma torrentera que cae en picado hacia el cauce. Por entre la espesura de los troncos se van las aguas del río y como trae mucha espuma, blanquean a la luz de la mañana.

 

    Muchas hojas secas de estas encinas y robles por la senda y charcos. Todo embarrizado por lo usada que está de tantas personas como pasan por aquí. Sobre este limpio rocío que la mañana muestra derramado en la hierbecilla y el musgo de las rocas, se ven muchas pisadas de personas. Baja un poco y casi se toca con la corriente sin llegar porque los bujes y las zarzas se ponen por en medio.

 

    El rumor de la corriente es por completo amplio y denso y sobre su espeso concierto de notas bravas, el solo de un pajarillo que parece como si me acompañara a lo largo de todo el recorrido. No es el mismo pero como continuamente estoy oyendo a uno o dos, lo parece. La sombra espesa de esta senda atravesando este bosque, sobrecoge un poco y más cuando es tan temprano y con la única compañía de la corriente.

 

    Una pequeña llanura en forma de playa, con su puñado de arena, muchas piedras y tierra y las plantas rupícolas que la arropan. Es como un breve respiro en la senda y enseguida otra vez el bosque escoltando a un lado y otro. Una encina, a la derecha entre el río y en la torrentera, con no más de medio metro de alta y el tronco grueso como la pierna de una persona.  Es enana y por eso resulta más singular y bella.

 

    Sube y baja la senda, con charcos donde el agua se ve turbia de pisarla y chorreando por completo por todos sitios: el monte, las piedras, la hierba y la tierra.  El rocío es mucho y se junta con el agua que rezuma de cualquier sitio de esta ladera. Una curva muy cerrada por la presencia de las rocas y el primer puente que se ve ya. De tablas y colgado de un lado a otro del río.

 

    Antes del puente, como una llanura y dos pinos, a unos quince metros uno del otro, de troncos negros y entre el río y en camino. Y por el puente se ve, bajando recto desde arriba, el agua clara de esta copiosa corriente.  A mi presencia,  alza vuelo una lavandera cascadeña y al verla remontar recuerdo que en este río también se da el mirlo acuático y la nutria, a parte de las truchas y en algunos tramos, el cangrejo y otros seres vivos.

 

    A la izquierda, la pared de rocas con tomillo florecido, una higuera que arropa a la senda que sube un poco, piedras en el firme del camino y ya, el puente.  Da una curva menor y para cruzar a la derecha del río, el recogido puente de tablas. Me paro antes de entrar y lo veo prolongado de roca a roca, de un lado a otro. Los mismos hierros verdes y las cadenas en forma de comba de un hierro a otro para que las personas puedan sujetarse y no caigan al cauce.

 

    Miro a una encina que crece entre el puente y el río y está toda ya llena de hojas nuevas pero como se encuentra tan empapada, las hojas caen lacias hacia abajo cada una con su gotita de agua, que es rocío transparente y puro. Al pasar el puente, aquí el río muy remansado y si miro hacia arriba, una cascada y un pino caído que atraviesa la corriente de un lado a otro.

   

    La nueve y media en punto y aun me queda como la mitad hasta la cerrada desde el Vado. Se interna la senda y la oscuridad se hace más densa. Muchos papeles de lo que por aquí pasan. Al otro lado, la izquierda del río según subo, cae como una ladera arropada por la sombra de la mañana y tapizada de mucha hierba. Es ese un rincón por donde existen unas cascadas grandes o mejor, las señales por donde en otros tiempos caían estas cascadas ahora sólo adivinables por la cantidad de rocas tobáceas que ahí quedan colgando.

 

    Otra playa menor, con su arena fina y las rocas rodeándola donde las personas se paran a comer y al irse, dejan sus papeles y los plásticos, entre otras cosas. Y lo repito: como voy muy temprano siendo un día tan especial hoy, no me encuentro con nadie. Solitario por completo este hermoso rincón del río, lleno de mucha humedad, mucha frescura y vida para las plantas que reflejan primavera y una soledad grande. Lastima por tantas señales de los que por aquí pasan.

 

    La senda sube por unas rocas grandes por donde chorrean gotas, hilillos y charcos  transparentes. Le da el sol a la hierba y al monte y como también tienen sus gotas de rocío, brillan hermosas. Las hojas de la hierba se doblan hacia la senda, escurriendo el agua y como detenidas en un mágico sueño. El romero lo mismo, las zarzas, los tallos nuevos de las retamas, la madreselva, el durillo y la flor de la viuda. Todas estas plantas y otras muchas, por aquí van colgando de las rocas mientras paso sigiloso como si temiera despertarlas.

 

    El río me queda a la sombra y ello no impide que me llame la atención los profundos charcos azules. Este trozo de senda es muy hermoso. Mucho musgo que  por aquí tapiza a la roca  y el boj que también se dobla por el peso de las gotas de agua.  Los helechos comunes ponen una pincelada más de belleza a este entrañable rincón.

 

    Sube la senda tallada en la pura roca sin dejar de tener su chorro de agua limpia corriendo por el centro. Muchos charcos menores, a cada paso y las cascadas de juguete que caen por la derecha. El rezumar del agua a veces es  gota a gota y otras veces, en hebras continuas que parecen viento líquido. Y es que la naturaleza se muestra como si esta noche alguien hubiera cogido una inmensa manguera  y a lo largo de muchas horas,  la hubiera estado regando. Y claro, ahora al amanecer, pues se le ve toda empapada y soltando agua por cualquier punto y roca.

 

    Una curva y entre el río y la cascada, una amplitud y desde el suelo, surgiendo una gran roca en forma de monolito.  Por la parte de arriba un gran charco remansado, arropado por varias higueras y el pecho de enfrente, un espigón con mucha hierba que nace desde las cascadas secas que se desploman hacia el río. Algunas de esas grandes rocas, se han quebrado y están clavadas en el mismo centro de la corriente.  Por aquel lado, como covachas, mucha hierba adornándolas y las rocas quebradas.

 

    El gran charco se encuentra remansado justo donde se alza el cuarto puente si no contamos el de las tres tablas en la junta del arroyo de las Truchas. Azul profundo y por el lado de las rocas cubiertas de hierba, como chorrea el agua y cae sobre la superficie del charco remansado, la visión es como un juego de gotas que al chocar con la superficie, rebotan y se quiebran produciendo una música enormemente triste y dulce a la vez. Me paro porque me fascina tan singular espectáculo y durante un rato dudo si mi presencia por aquí es real o puro sueño.

 

    Son las diez menos veinticinco. El puente igual a los otros: de un lado a otro, con unas paredes de obra que le han hecho, varios hierros pintados de verde con las cadenas y de tablas.  Si subido en él miro hacia abajo, en el centro, otro charco remansado con su espuma navegando a la deriva hasta llegar a la cascada de la higuera donde se vuelve a convertir en espuma para caer al gran charco azul. Si miro hacia arriba por donde baja el río encajado en una cerrada, veo otra cascada por una enorme roca que lo cierra. Pasa con violencia y emitiendo un fuerte bramido  al tiempo que la espuma danza como buscando su lugar entre la corriente.

 

    Cruzando el puente, en la misma pared y entre la juncia que cae desde la derecha hacia el río, muchas raíces de estas plantas y por entre ellas, manando agua en cantidad. Enseguida piso otro chorro de agua que es como un río menor que nace aquí mismo. Se eleva unos metros hacia la derecha despegándose del río y por aquí cae un arroyo. Veo dos caños de agua grandes y arriba, una pared grande con su espigón rocoso y en todo lo alto, una roca apoyada como jugando al equilibrio y en lo alto, una gran planta verde.  Todo, como si fuera el más extraño capricho y, además, a lo grande y en lo más salvaje.

 

    El arroyo que cae es el de la Oradá que nace al lado del levante del Castellón del Moro pero mucho más arriba de su collado.  Por la cabecera de este arroyo sube una senda, ya muy rota, que lleva hasta las altiplanicies del Calarilla. La senda por aquí escoltada por fabulosas macetas de juncia y varios chorros de agua que salen de aquí mismo. Se encharcan, corren unos metros y caen al río.

 

    Al frente pero por la derecha y al otro lado del río, otro gran espigón rocoso que corona y anuncia la presencia de la Cerrada de Elías. En todo lo alto, varias encinas. A dos pasos ya de mí, el quinto puente que es el último antes de la Cerrada. Sube una escalera, crece un álamo a la izquierda y lo mismo: varias rocas formando escalones, los hierros, las cadenas y las tablas. Nada más cruzar, al frente, un chorro de agua que surge de entre el musgo y un letrero sobre la típica tabla: “Extreme la precaución. Máximo, quince personas”.

 

    Esta es la puerta de la gran cerrada del río Borosa. Me voy aproximando y veo que le entra el sol desde arriba y por eso la pared de la derecha, según subo, está iluminada a trozos y brilla el agua que por ella chorrea dando la sensación de un auténtico espejo cristalino. El largo charco que se remansa de un lado a otro de esta cerrada, arropado por la sombra que se rompe sólo por algunos rayos de sol y el puente de tabla adosado a su pared, como extrañado y constreñido en el lugar que no le corresponde. Pero es verdad que el rincón es mágico. Gotea el agua desde las ramas de los árboles y las rocas.

 

    Son las diez menos veinte.  Hace una hora y diez minutos que salí de la cadena que cruza la entrada a este río. Desde el Vado de los Rosales, unos ochocientos metros.  Antes de atravesar la angosta garganta de este entrañable y hermosísimo rincón de Elías, me remonto en un pequeño murete que hay aquí y miro: a la derecha me queda una covacha por donde cae una higuera y en el suelo, un montón de helechos.

 

    En la pura roca, han tallado una fuente artificial, le han puesto un tubo de hierro y por él sale un caño de agua cristal y fresca como el hielo. Cae a la pileta casi de juguete que de cemento también le hicieron y desde aquí, el chorro corre por una estrecha reguera buscando la senda y desde aquí, al río. Otro caño menor con su tubo de hierro a sólo unos metros del primero pero más pegado a la cerrada.

 

    La senda que sigue por lo alto de la superficie rocosa y según comienzo a penetrar por la sombra que llena la cerrada y las mil gotas de agua que me mojan al caer desde todos los puntos de la pared que me queda por el lado derecho. Aquí también le pusieron cemento para señalar la senda y que, de algún modo, se pueda pasar más cómodamente.

 

    Los helechos que cuelgan de la pared, culantrillo o cabellos de Venus, están secos algunos, otros algo brotados con sus tallos tiernos y la pingüicula florecida. En la parte alta le da el sol de la mañana, está húmeda y de aquí que se presente con su mejor vestido. Es esta una pequeña planta insectívora que nace precisamente en las paredes rocosas y donde hay mucha humedad como es el caso de este rincón. Miro para un lado y otro y para arriba, y las paredes que me escoltan, sólo rezuman agua que en forma de gotas o hebras menores, chorrean y me mojan mientras avanzo.

 

    El agua que baja por el río y llena los charcos de esta cascada, azul, muy serena y como le entran algunos rayos de sol desde arriba, brilla con el color de la pureza. Cuento y me salen cinco escalones hasta remontar a las tablas de la pasarela que aquí le han clavado para que la senda siga.  Las tablas estas las han puesto nuevas y también los hierros que sujetan la cadena. Hace unos años, precisamente en Navidad, como llovió tanto, la riada se llevó por delante las viejas y podridas tablas que conformaban esta pasarela y por eso la han reparado.

 

    Mientras avanza, traza cuatro o cinco curvas porque se viene adaptando a la figura de la pared rocosa y pasa totalmente por encima de las aguas que se remansan en el charco. La última curva es la que más se mete en el río. Las aguas de la corriente por aquí se estrellan con la fuerza de un torrente mientras las tablas se apoyan en una gruesa roca, se curvan y después de ceñirse otra vez a la pared, trazan una pequeña pendiente, viene la última curva donde las tablas se allanan y ya salen a tierra firme.

 

    Y aquí, lo que de verdad sobrecoge, es la corriente del río que cae en una cascada impresionante obligada por las gruesas rocas que quieren sujetarla. Todo el gran caño se convierte en un puro borbotón de espumas que dibujan remolinos y se retuercen buscando su calma en la placidez del charco, unos metros más abajo.  Dos álamos verdes que crecen rectos, chorreando del rocío de la noche y totalmente serenos. No se mueve ni una brizna de aire. Es hoy un día impresionante de bello.

 

    Saliendo de la cerrada, sube la senda por unas rocas, el mismo letrero otra vez y los charcos recogido en sus “cucones”.  Una curva ancha, se abre más el río, aparece como una playa en pequeño pero sembrada de piedras blancas y el agua no se remansa.  Se estrecha el paso porque los bujes crecen espesos, arropados por los pinos y los rodales de tierra, repletos de helechos comunes. Todo sigue chorreando y muchas zarzas que caen intentando buscar un espacio entre la espesura. Sólo a rodales llega el sol y lo demás, nieblina y sombra húmeda.

 

    Justo por donde ahora avanzo, si miro a la derecha, veo el puntal que baja con el curso del arroyo que viene desde la aldea de Los Villares. Por ahí traza la pista su curva para salvar la garganta de esta cerrada. Por ahí cae otra bella cascada, porque ese arroyo viene muy repleto y por ese barranco arriba es por donde se llega a las vírgenes tierras del rodal que en aquellos tiempos acogió a la aldea.

 

    Si uno se enfada o siente cierto disgusto al encontrarse con tanta basura tirada por aquí,  ¿haber para qué sirve? Porque aquellos que la han tirado ¿dónde están ahora mismo?  Y aunque yo me enfade, a ellos ni les va ni les viene porque ni lo saben ni los conozco. Y a los que podría acudir para pedir ayuda ¿me van a escuchar a mí o a cualquier otro que como yo se sienta molesto?

 

    Por la izquierda ya veo la pista que baja desde el arroyo de Los Villares buscando otra vez el río.  Y aquí está el otro puente.  Justo donde la senda vuelve a encontrarse de nuevo con la pista. Antes de salir de entre la espesura de los bujes, baja desde una moderada altura, como unos escalones de rocas y caen ya a la llanura de la pista que la recibe en suavidad y entre hierba teñida de rocío blanco.  Otra tabla clavada y escrito en ella: “Cerrada de Elías”.

 

    Hasta este punto y, desde la cadena de entrada a la pista que recorre este río, la distancia aproximada es de cuatro kilómetros y medio.  Y desde aquí hasta la central nos quedan unos tres kilómetros. Pero si el paseo recorrido ha sido hermoso, lo que el profundo cañón de este río Borosa nos reserva, es de ensueño.  Son las diez menos diez de la mañana.  Y si hago la cuenta descubro que el tiempo invertido ha sido sólo de una hora veinte minutos.

 

    En el mismo puente, una cerrada por el lado de arriba y por abajo, remansada como casi todos los puentes que vienen jugando con este río. A los lados, las paredes rocosas que han sido cortadas por la corriente y la majestad del bosque arropándolas. Por la derecha del río avanza la pista y sube llana siempre con el chorro de agua corriendo por su centro.  Otro letrero que pone: “Peligro, desprendimiento”.

 

    A Huelga Nidillo.    Ir al índice

   Sube la pista ahora ya por la izquierda y enseguida, como una visera de rocas arropando al camino que pasa por abajo. Otro arroyuelo que entra por la izquierda  con su buen caño de agua. Remonta un poco hacia un puntal suave y al mirar al río, un inmenso charco, totalmente transparente, azul verde y la cascada que le entra por arriaba, se le clava con tal fuerza que toda el agua se hace espuma para enseguida quedar nadando y comenzar la danza de apagarse frente al beso que la mañana le regala.

 

    Miro hacia arriba desde esta arruga del terreno y se ve todo el río lo mismo: grandioso, una cascada saltando por las rocas y la sementera de remansos en la danza de llenarse y vaciarse. Se allana algo la pista después de haber bajado y a la derecha, un puntal largo remontado y en línea recta hacia arriba y en todo lo alto, una roca en forma de columna pintada con dos franjas color caramelo.  Y la ladera llena de encinas, robles y algunos pinos.

 

    Una curva más y justo sobre un peñasco casi cuadrado y enorme que ha encontrado su cama por aquí y desde su base, emergiendo el tronco viejo de una  gruesa encina. Le dan compañía varias cornicabras y las matas verdes de unas cuantas hiedras. El musgo cubre la piel árida de la fría roca.  Por el río, el agua remansada porque en este punto se estrecha otra vez y en el momento que recojo mi vista hacia el camino que recorro, dos o tres bolsas de plástico y papeles de aluminio. También muchos papeles de chicle y de caramelos. Claro que no costaría mucho trabajo recogerlos y depositarlos en el contenedor que hay sólo unos metros más abajo.

 

    La jara blanca con su flor rosa abierta a la luz amiga de la mañana y teñida de rocío. Creo que todavía tardarán unas cuantas horas hasta que se seque el agua que empapa a la vegetación. Una nueva llanura que se agradece por lo suave que se va y en el momento en que todo parece como prepararse para un encuentro mágico.  Se presenta el otro puente, ya sí el penúltimo sobre la pista que recorre este río y es justo aquí donde un trozo de pista, que es jorro, se va por el lado de la derecha como buscando subir hacia el Castellón del Moro.

 

    Conozco este rincón y sé que esta pista que aquí aparece tan buena, en cuanto sube unos metros por la ladera, se rompe mucho y luego se pierde pero no antes de volcar a un barranco quebrado donde crece un pino de la dimensión de los gigantes. Es un ejemplar de laricio o pino blanco que hasta incluso lo tienen bien podado para que siga creciendo y alcance las proporciones de lo excepcional.  Está muy malo de andar ese barranco.

 

    El puente, pues lo mismo que los otros: con dos troncos de pinos a los lados, los hierros pintados de verde y las cadenas en forma de pasarela. Lo miro un minuto y busco, por el lado izquierdo y pegado a la corriente, la veredilla que Faustino, el que habita el cortijo de Roblehondo, anda todos los días para subir y bajar de su escondida vivienda serrana. Dos veces he hecho esta vereda que no siquiera llega a esta categoría y por eso puedo decir que más que senda, es una subida casi escalando y agarrándose a las ramas del monte.

 

    El agua por aquí muy remansada y ya estoy otra vez en la derecha del río. Miro el reloj y veo que son justo las diez de la mañana. Durante un trozo largo, la pista remonta suave, mostrando un buen firme y las raíces de los pinos que se han salido de la tierra y de pisarlas, están machacadas. A la izquierda, entre el río y la pista, un gran manto de helechos.

 

    Ya sube buscando el gran recodo que la va a dejar sobre la cerrada de Puente Piedra. Es algo largo este trozo y al comienzo resulta un poquito monótono y sobre todo, después de haber saboreado el exquisito paraíso de la cerrada primera. Al frente, veo la cumbre del Castellón del Haza de Arriba. No se distingue con nitidez porque las nieblas que suben del barranco lo vela un poco y como el sol se le acerca desde el otro lado, hacia mí queda en sombra.

 

    Un arroyuelo que entra por este lado derecho y como los otros, con su buen borbotón de agua transparente.  La pista, ahora sube porque busca cortar un elevado puntal rocoso que baja desde las cumbres del Calarilla.  Y como por aquí el paso es estrecho, la pista tiene que seccionar un pronunciado voladero y todavía se queda elevada sobre el surco del río, bastantes metros.

 

    Al otro lado del río y por donde, arriba, estaría el cortijo de Roblehondo, como una  gigantesca columna de rocas que tendrá casi cincuenta metros, que cae desde lo alto y es la parte gemela de la que por aquí corta la pista. En el centro, queda el río con un profundo surco y la vegetación de pinos y encinas, que no lo dejan desnudo  en ningún trayecto.

 

    Una mariposa que revolotea al sol de la mañana. La cornicabra brotada porque aquí es solana y tiene las hojas, pues color café con leche oscuro. Se allana al subir, baja un poco y busca la otra parte de esta larga y majestuosa cerrada que hasta resulta más espectacular que la de Elías porque se goza desde lo alto. La zamarrilla también florecida y el tomillo.

 

    En la curva que ahora ya es el final de la cuesta y la llanura que comienza, si se mira hacia abajo, queda una torrentera casi en vertical y con más de treinta metros  hacia el cañón por donde se despeña el río.  Porque más que correr, se precipita en forma de cascada larga y muy recogido entre un puro surco de rocas.

 

    Conforme ahora voy bajando, desde esta curva diviso arriba el gran Tranco del Perro sobre la mole de piedra naranja que le presta la cumbre del Banderillas y destacando, el famoso fraile. Pero sigue siendo como una figura brumosa y recortada sobre un globo de luz que le sale desde atrás.  Tan poco el cielo es azul, sino blanco y el barranco hacia el cual voy penetrando, un espeso mundo de sombra fría que parece como esperar a que llegue.

 

    Después de bajar, da una curva, adaptándose al río y para que no se desmorone, la han sujetado con unas vigas de hierro y un muro de cemento. Queda casi colgada en la mitad del voladero rocoso y la ladera, en un equilibrio de nivel con las tierras llanas de Huelga Nidillo, unos metros más adelante.  Ahora  descubro con claridad que esta es una gran cerrada y por eso la pista tiene que cortar la roca bastante elevada sobre el río.

 

    La otra ladera de enfrente, como un gran escaparate de rocas quebradas y unos espigones inmensos  por donde se desploma el agua entre la vegetación de pinos  y las milenarias sabinas. Cuatro álamos en lo hondo del surco que acoge al río y la cascada que se rompe preciosa y emitiendo un quejido atronador. La pista que remonta otro poco y al cortar por aquí las rocas, se ven con nitidez las placas tumbadas y entre una y otra, como un escalón y un hueco amplio que se puede confundir con una cueva.  Caen las gotas de agua desde la parte alta y el tajo que la pista le ha pegado al cerro para abrirse paso.

 

    El rumor del agua del río, es tan fuerte y amplio que al quebrarse con el frontón de esta pared de roca, se produce eco. Al atravesar yo por su centro recibo el ruido que llega de la corriente y el que amplificado, rebota hacia el barranco y este fenómeno hace que casi no sepa distinguir la fuente primaria. Una sensación curiosa al tiempo que agradable y tenebrosa por cuanto me anuncia la grandiosidad  del rincón hacia el que voy avanzando.

 

    Justo al remontar otra vez es donde me encuentro la estrechura máxima de la cerrada. Me paro un poco y me asomo al río en una roca que sobresale tanto que casi queda colgada en el vacío y entonces observo el asombro: la cascada abajo por completo en vertical desde donde estoy, caudalosa y brava saltando  por el tremendo laberinto de rocas que por ahí emergen desde las montañas y las que han rodado por las laderas hasta quedar atascadas en lo hondo. Y lo que por el surco del río se concentra son cascadas, torrentes, mucha espuma temblando, charcos profundos donde se reflejan el verde del bosque y el azul del cielo, muchas curvas retorcidas y las gruesas olas que se estrellan sin encontrar el descanso ni siquiera en los cristalinos charcos que se forman en los recodos de las rocas. De fantasía parece el rincón por el asombro y belleza que de él mana.

 

    Al frente total de donde me encuentro, un espigón que sostiene en todo lo alto, un trozo de roca esculpida en forma de maceta. Desde ahí bajando en niveles, las placas rocosas, unas más gruesas y otras más delgadas, y cayendo en vertical hacia el río. Entre placa y placa, algunas repisas donde crecen las sabinas y las carrascas.

 

    Baja otra ve la pista, nada más terminar de atravesar la gran cerrada y ahora caigo en la cuenta que a este cañón no le hicieron pasarela colgada sobre las aguas del cauce. ¿Por qué será?  Es difícil hacer una obra de esta característica por aquí pero como en tantos otros sitios, si se lo hubieran propuesto, lo habrían logrado.

 

    Mientras bajo algo descansado por haber superado este asombroso paso, miro y al frente, me saluda grandioso, el Castellón del Haza, la amenazante silueta del Tranco del Perro y el Fraile.  Destacan potentes sobre la inmensa cumbre que es la gran falla donde se origina el tranco que en este río, ha dado lugar al Salto de los Órganos.

 

    Nada más comenzar a bajar, a la derecha, un arroyo que cae por la descarnada roca donde se ha originado una canal y para que no rompa la pista, le han construido un muro de cemento que rebosa desde la alcantarilla para sujetar la potencia del agua y que esta se vaya por el paso de la alcantarilla. Es este el arroyo del Tejo que baja de Majá Izquierdo, parte alta de la cuerda que sostiene al Castellón del Moro.

 

    Unos metros y también por este lado, una fuentecita con su caño de agua recogida de la que por este arroyo corre. Tanta agua mana por aquí que el tubo de hierro sale lleno y también las grietas de las piedras que le rodean. Cae a una pila,  desagua en otra pileta que es la alcantarilla que atraviesa la pista de tierra que vengo recorriendo.  Muchos helechos aquí mismo, entre las piedras de la fuente y el monte, la flor de la viuda y las espesas ramas de los bujes que arropan el rincón. Tanto las hojas de los helechos como las otras plantas, por completo llenas de gotitas de aguas transparentes.

 

    El río otra vez se torna sereno y la pista casi se encuentra con él. Donde ya llega a la llanura y vuelve a subir levemente, un gran charco y al frente, por donde parece que sube un trozo de pista y no es así, una torrentera y un pino y desde ahí, a un lado y otro, saliendo unos chorros de agua impresionantes. Muchos juncos, zarzas y rosales y el agua que se abre bañándolo todo e inundando la pista y rebosando luego hacia el río.

 

    Son las diez y cuarto de la mañana cuando ya estoy pisando los bordes de las tierras llanas de Huelga Nidillo. La hierba fresca y verde cubriendo la tierra y toda blanca de tanto rocío como tiene encima. Si esta mañana me hubiera metido andando por el monte, con la cantidad de hierba que ahora hay, lo alta y espesa que ya se muestra y lo empapada de rocío que está, me habría puesto chorreando sin remedio.

 

    Avanza la pista suave adaptándose al río porque aquí está Huelga Nidillo que es como un vado menor. Por este remanso del río es por donde cruzan los habitantes de los dos cortijos que se mantiene vivos en al barranco de Roblehondo de los Villares. Cuando tienen que acarrear paja o grano para los animales que ellos poseen, bajan por una senda que desde   los cortijos cae casi en picado hasta este vado. Lo cruzan con los mulos y desde esta pista lo recogen, que es el punto más próximo hasta donde puede llegar un camión o un coche. Hay que cruzar por el agua, porque no existe puente y si remontamos, por encima de   los cortijos, enganchamos con la senda que viene desde Los Villares y corona hasta el Collado de Roblehondo y luego al Tranco del Perro.

 

    El agua se ve totalmente remansada, dando muchas curvas por entre bastante vegetación de zarzas, fresnos, rosales silvestres y majuelos. Aquí se ve la sendita que se aparta para cruzar justo por el vado que es la parte más cómoda. Sigue la pista subiendo no demasiado pronunciada y mientras la recorro me voy entreteniendo en observar la llanura que me queda entre el río y mi camino. Fue esto una huerta de tierras buenas que sembraron durante mucho tiempo, los serranos que por aquí poblaban la sierra.

 

    Todavía sigue con su nivel llano, sin más vegetación que algunos rosales silvestres, en el centro una piedra gorda con una higuera que le da compañía ya casi comida por las zarzas y toda la llanura como una preciosa pradera por completo cubierta de hierba y está impregnada de rocío fino. Le da el sol y brilla con el encanto de lo misterioso y la caricia de lo que es dulce gozo callado.

 

    La llanura se alarga río arriba entre la pista y el cauce y entonces, veo que la tierra dibuja como pequeñas terrazas sujetadas con las paratas de piedra. Toda esta tierra fue de labor en otros tiempos y por eso todavía siguen vivas otras cuatro o cinco higueras más y entre las zarzas, algunas parras. El sol se cuela por las fallas que presenta las cumbres del Banderilla y como esto es tan quebrado, parecen rayos de luz que intentan transmitir calor al rincón que voy pisando.

 

    A la central eléctrica.

    Una subida no muy pendiente pero sí larga y como ya se ha andado bastante, pues resulta un poco pesada. Otra vez el río que forma como un charco grande sin llegar a la categoría de cerrada pero sí muchas rocas amontonadas en el surco del cauce y esto da lugar a que la corriente sea una cascada continua. Una higuera dando compañía a una vieja cornicabra y aquí mismo, un enebro piramidal desprendiendo su verde denso.

 

    La pista traza su última curva hacia la derecha y al frente, un espigón de rocas que se quiebra según cae al barranco y de él, aflorando las placas rocosas. Por lo alto, es por donde sube una senda que sale desde la central eléctrica, roza lo que se llama el Cenajo de los Toros  y asciende hasta coronar a   los cortijos de Roblehondo.  A la derecha y arriba, me queda el picón de la Piedra de Los Hornos con 1114 m. que es la elevación que al caer al río, da lugar a que la pista trace esta cerrada y última curva y el cauce, se estrecha y por eso, justo en este punto se le conozca con el nombre de Cerrada de Puente de Toba.

 

    Al rebasar esta curva, arriba y al frente, el grandioso Picón del Haza por cuyas entrañas perforaron el túnel para el canal que trae el agua hasta la central. Ya veo el tubo cayendo desde la mitad de ese gran cerro hacia la casa de máquinas. Aquí mismo, un cataclismo de rocas por donde el río parece que se divide en dos y no es así. Es que desde aquel lado le entra un gran arroyo que caen desde el Castellón del Haza de arriba y trae mucha agua. Recuerdo yo ahora que lo crucé aquel invierno cuando fui a estar unas horas con Manuel, el  del cortijo de Roblehondo.

 

    A la derecha mía, todo roca viva, con grietas profundas y de donde brotan varias cornicabras muy gruesas. Las encinas también colgadas en la ladera y ahora caigo en la cuenta que toda la pendiente sube hasta las altiplanicies del Calarilla. Un paisaje  muy agreste por ser casi pura roca y donde sólo crecen las cornicabras, las sabinas, los enebros y viejísimas encinas que hunden sus raíces en las quebradas rocas.

 

    Una recta de casi doscientos metros como si preparara el encuentro con la central. El río vuelve a ser suave sin perder la furia en su corriente.  La vista a los lados es grandiosa tanto por la inmensa vegetación que brota por estas laderas y barrancos, tan chorreando de sol y rocío, como por las crestas altísimas que coronan. Un álamo aquí clavado vestido con su nuevo traje de hojas y le da compañía el un rosal florecido.  Pienso ahora que  esta ladera de la derecha, si por alguna circunstancia tuviera que andarla, sería muy mala.  Es todo como una sola pieza de roca que bastante en picado cae desde las cumbres. Y como se ha roto  tantísimo, lo que más destaca son las grietas abiertas y los trozos desprendidos y amontonados por aquí y allá.

 

    Esta solana da vida a una vegetación muy dura y ahí tiene que adaptarse y vivir con la poquísima tierra que encuentre. En cambio la umbría de la izquierda que es por donde se prolonga el Cinto de las Higueras hacia el Tranco del Perro, pues también se le ve muy pronunciada pero tiene mucha tierra y la vegetación vive con mas holgura. Algunos rodales de tierras en las repisas, en ellos mucha hierba, encinas y también cornicabras.

 

    Según voy avanzando, miro hacia el río y todo esto que está casi llano dirección a la central, le da el sol a la tierra y a la hierba y de ella se va evaporando el rocío y entonces se ve saliendo la niebla de ella. Se podría creer que estuviera ardiendo y es sólo una señal de la vida palpitando. Rellenando a este prado de tan fresca hierba, muchas matas de mejorana por completo toda ya brotada. Y junto a estas  perfumadas plantas, unos manojos de hierba alta que crecen en forma de macetas enanas pero muy bellas. Más pegado al río, varias higueras y fresnos. Pajarillos que cantas y los enebros con sus tallos nuevos que se doblan hacia abajo porque todavía no tienen la fuerza necesaria para tenerse erguidos. Son tallos tiernos y el peso de las gotas del agua que en ellos  se traban, hacen que se doblen.

 

    Desde la ladera ha rodado una buena roca y ha venido a quedarse quieta justo en el centro de la pista. Un espigón rocoso donde en todo lo alto crece un gran pino laricio y la pista la han tenido que meter cortando, en forma de trinchera, estas rocas.  Por la ventana que me presta ese hueco, al frente, el tubo que cae a la central que se ve recto y luego traza un par de zigzags y destaca blanco entre el espeso negro verde de la gran ladera que recorre.  Negro verde y el color de las rocas que son naranjas y también manchadas de agua y musgo.

 

    Las diez y media en punto y ya no estoy lejos de la casa de esta central. Al rebasa la trinchera, el camino toma la forma de llanura y como me siento más cómodo avanzando, no dejo de mirar al frente que es por donde se me parece desplomar la gigantesca figura de la montaña. Por encima de la casa de la central y donde se clava el voladero de la pared rocosa, veo la construcción del Cenajo de los Toros. Es esa una ladera coronada por una grandísima pared rocosa y a partir de la raya en que se asienta la pobre construcción del cenajo, cae más suave porque se retiene la tierra. Según miro, afloradas veo las curvas de las placas rocosas.  Y al configurarse con rasgo de una ese, se forma el   puntalillo que es la parte más alta del anticlinal.

 

    Pero entre placa y placa, se refugian algunas repisas, donde la hierba ha nacido en abundancia y las encinas en ese puñado de tierra. Descubro que son muy grandes algunas y están mezcladas con robles, cornicabras y  pinos. Es justo por esa ladera por donde avanza una pobre sendilla que saliendo desde la misma casa de la central, la recorre y después de atravesar varios arroyos, corona hacia   los cortijos de Roblehondo. Las personas que habitan estos cortijos casi nunca pisan esta senda porque dan mucha vuelta y, además, es muy peligrosa por la enorme inclinación de la pendiente.

 

    Vuelve otra vez, la pista, a tomar llanura y sin dejar de remontar suavemente, acompaña al curso del río. Queda a la izquierda mucha mejorana y algunas matas, con sus florecillas abiertas y exhalando su esencia al vientecillo de la blanca mañana.  Por la derecha, entra un arroyo que trae su caño de agua y justo desde este punto, diviso la central. Por una de las chimeneas que coronan el tejado, sale humo y esto indica que hay personas dentro. Algunos tienen la suerte de poderse venir a pasar los fines de semanas a estas casas.

 

    Traza una curva menor, una llanura de pura tierra porque no hay rocas por la pista y a unos metros, el puente.  El último puente construido sobre las aguas de este río para que la pista lo cruce. Veo el edificio bajo la espesura de un par de álamos y en el rinconcito por donde cae el tubo. De aquí sale una línea eléctrica con tres cables hacia el Castellón del Moro.

 

    Estoy ya encima del puente y veo que es amplio, construido de cemento, con tablas al final y un letrero que a la izquierda, dice: “Acotado de pesca sin muerte.  A mosca. Ama. Vedado de pesca”.  Una baranda de hierro por la derecha para que las personas puedan seguir la ruta sin tener que entrar por las casas ni la nave donde giran las turbinas. Un gran canal que sale de esta nave que es por donde se sienten funcionando estas turbinas y el caño de agua clara que termina de empujar a las aspas de estos artilugios. Sale con una fuerza tremenda y después de unos metros, cae al cauce del río justo por el lado de arriba del puente.

 

    Por entre la baranda que pega al río y la alambrada que protege a la central, pasa la senda y se tropieza con una fuente de cemento, con su tubo de hierro por donde sale un fuerte caño de agua. Es para que beban las personas que recorren esta ruta. Aquí una higuera, espesura de ramas, el cauce de un arroyo con poca agua y la senda que empieza a subir.  Se ve donde están refugiado los coches de las personas que ahora ocupan estas casas, muchas higueras arropando a un lado y otro, la cascada pequeña que cae por donde baja el tubo y el humo brotando de la chimenea.

 

    Remonta un poco, atraviesa un puente enano y se roza con el tubo blanco que cae desde lo alto.  Cruza un brazo del río y sube hacia un espigón que hay al frente de rocas tobáceas.  Otra tabla con su letrero correspondiente: “Camino muy peligroso, desprendimientos”.  Y en la misma tabla, los que suben, que ya han escrito  cada uno su mensaje. Remonta la senda, porque la pista muere justo a los pies de la central, metida entre rocas, zarzas y adaptándose al cataclismo del barranco que me dispongo recorrer.

 

    Las once menos cuarto y esto indica que son dos horas quince minutos lo que he tardado en recorrer estos casi ocho kilómetros que me separan de la cadena de entrada. El primer tramo arremete bastante empinado por entre unas higueras y no es otra cosa que el cauce del arroyo que cae desde las tierras llanas del viejo cortijo del Haza, remontado por encima de la inmensa pared que se me cae encima. Muchas piedras sueltas y recién lavadas por la corriente.

 

     A unos cien metros, me paro y echo una ojeada hacia el barranco que acabo de recorrer. Veo el Calarejo de los Nevazos, algo más abajo, el cortijo de Roblehondo, la central a dos pasos de mí y el río saltando en su monotonía de juego claro. Una curva a la izquierda para tomar altura por encima de las casas y enseguida hacia la derecha como buscando el cauce del río. Puras rocas sueltas y lavadas por el agua, es el camino que voy pisando. No dejan de darme compañía las higueras y los rosales silvestres con sus menudas flores abiertas.

 

    Ya he remontado a un singular mirador natural y como lo conozco de aquel día que fui a la casa de Manuel, me aparto para hacerle una visita detenida. Veo que me acoge una pequeña pradera de hierba justo encima de una enorme roca tobácea, con una higuera clavada casi en lo alto  y al fondo, la impresionante cascada. La conozco de aquel día porque me la lleve en una preciosa foto y hasta creo recordar que me dijeron se llama Cascada de la Caída.   Es la primera enormemente grande y su charco azul, que muestra este río desde aquí para arriba.

 

    Esto parece fuera una era porque la llanura y los bordes que la recortan, me lo está proclamando. Y como me gusta tanto y ya está bien alzada la mañana, me digo que después de este regular paseo y todavía sin presencia humana que me enturbie los paisajes que vengo gozando, es necesario que me pare un rato y coma. Debo desayunar para tomar fuerzas a fin de arremeter el tramo que el río me reserva hasta alcanzar los túneles. Además, como deseo seguir en la soledad que a lo largo del recorrido, he disfrutado, desde este mirador de lujo, tengo bajo el control de mis ojos, un buen trozo de la pista que sube justo por debajo de la casa de la central. 

 

    Si alguna persona se acerca, que seguro subirá y más en un día como el de hoy, la tengo que ver al pasar por el trozo de pista que bajo mi control mantengo. Antes de que llegue a donde ahora me encuentro, me habrá dado tiempo de recoger mi comida, cargar con mi macuto y seguir la ruta para no sentir la incomodidad de llevar, delante de mí, a personas que me vayan despertando la naturaleza que tanto se me recoge en el corazón y tan dulce me la estoy encontrando en esta singular mañana.

 

    Antes de sentarme, miro hacia abajo y me sorprende la central ahí aplastada al socaire de las rocas negras y arropada por la espesura de las higueras y los álamos. ¡Lo que liaron aquí y por la necesidad de un poco más de corriente eléctrica!  Miro  mi reloj y veo que son las once menos diez. Me descuelgo el zurrón y sentándome sobre la hierba, me dispongo a tomar un bocado. Traigo tortilla de patatas, algo de fruta, leche condensada y un zumo de Solán de Cabra.  Y mientras voy sacando estas cosas de mi macuto, me digo que la mañana, el rincón  tan cerca del río con su natural concierto de cascadas y la hierba con sus perlas de rocío, es como un regalo que el cielo me da por puro amor para conmigo y nada más. 

  

    Al Salto de los Órganos      Ir al índice

    A las once en punto arranco. Ya parece como si estuviera preparado para seguir atravesando esta sierra a lo largo del día sin parar. Veo que no sube nadie por la pista y sé que por delante de mí no va gente.  La mañana se abre y por lo que ya tengo consumido de ella y del camino, se me confirma lo que había intuido: es un día especialmente bonito para hacer la ruta que recorro. Y como tengo tiempo y veo que por aquí todo está tan tranquilito, voy a subir sin prisa para gozar calmadamente de las cascadas que por aquí tiene el río, de la espléndida  mañana  y de los paisajes tan repletos de primavera fresca.

 

    Por donde cae el tubo que le entra a la central, un gran pino laricio y otro dos o tres algo más arriba, clavados en la dura ladera. Por ahí se despeña un chorro de agua y observo que para sujetar el tubo, tuvieron que construir como una especie de puente.  Se me presenta el arroyuelo y mientras lo voy cruzando veo que tiene mucha agua. Si hoy cayera una tormenta, seguro que sería difícil andar por esta senda. Las aguas llenarían a estos arroyos menores y cruzarlos, no sería fácil.

 

    Una gran cornicabra a la derecha con el tronco grueso como el cuerpo de una persona. Observo que por aquí sube un camino ancho, como si fuera pista abandonada o que intentaron construirla y la dejaron a medias. Cantan los pajarillos y todavía sigo recibiendo la sombra de la cuerda que me rebasa por la izquierda.  Cinto es como los serranos llaman a estos robustos paredones y también voladeros. Parece que el que ahora mismo me encierra por este lado izquierdo se llama Cinto de las Higueras, por las muchas plantas que de estas especia, crecen por entre estas rocas.

 

     Remonta la senda al segundo espigón, gemelo del que me ha servido de mesa para este desayuno mío y abajo, siento el fuerte rumor del río estrellándose. Una encina clavada en una gran roca y se dobla hacia la corriente del río, por donde se estrecha y al pasar, brama.

 

    Sin dejar de remontar, la senda ahora mismo, no sube demasiado empinada. Cuando aparezca el gran Salto de los Órganos, seguro que la torrentera será mucho más fuerte.  Me he retirado bastante de la corriente que la voy viendo por mi derecha, saltar brava por entre rocas tremendas y surcos oscuros. Abierta en dos cascadas se despeña en la curva donde unas rocas la encajona perfectamente y una encina vieja, desde aquel lado, se tumba como si quisiera arroparla.

 

    Ya me da el sol pero como hace fresquito y voy subiendo suave, ni siquiera sudo ni siento la necesidad de jadear. Este singular trozo del río Borosa, es para hacerlo  con esta calma a fin de gustar hondamente.  Otro pequeño arroyuelo con un endeble hilo de agua. Al otro lado del río, por la derecha según remonto, se ve como una meseta o una era amplia de tierra fértil, llena de hierba y abajo descubro una construcción de algo. Y luego para arriba, una lancha totalmente pelada de vegetación por ser toda ella pura roca. Dos o tres encinas, por algunos rodales y lo demás, cornicabras.

 

    Huele a mejorana y es que por aquí, ni el tomillo ni la hierba tienen rocío y parecen que al sol que les va dando, se abren y exhala su perfume más puro. El camino sube bien tallado y claro sobre la ladera con el firme empedrado de trozo de piedras blancas.

 

    Por el lado de la derecha, ya coronando las rocas que veía hace un rato, cayendo en forma de losa, muchas repisas menores repletas de hierba. Y en el río, se remansa un inmenso charco azul en una curva que traza la senda. Cae la cascada y el charco se expande profundo y grandísimo. Y otro charco oscuro y transparente en otra cascada algo más arriba. Muchas higueras por aquí entre la senda y el río. Otro arroyuelo menor sin agua ahora mismo pero como muchísimas piedras sobre lo que en este tramo ahora es lecho de la senda y también de este cauce.

 

    Algo más arriba, varios caños de agua deslizándose por entre las piedras y en lo alto, despeñándose tres o cuatro chorros.  Por el lado derecho del río, después de remontar la roca esta de la lancha, existe una ladera que se derrama hacia el río, mucho más suave y por ella se ven piedras sueltas, mucha hierba y algunas encinas grandísimas. En el rodal de tierra que cubre el vuelo de sus ramas, se ve sin hierba. Como si estuviera muy pisado por haber sesteado ahí alguna manada de ovejas, cabras o muflones. Se ve toda la tierra muy pisada, color ocre y sin una mata de hierba.

 

    Por la senda que piso, se ven muchos excrementos de ciervos o cabras monteses. Vienen siguiendo la senda desde donde yo. Remonto hasta una curva donde hay como un entrante hacia el río. Un balcón natural de tierra que lo aprovechan los que por aquí suben para asomarse al cauce. Por la ladera de enfrente se ve un cascajal de rocas blancas y por abajo y como escondido, pasa el río, aquí otra vez suave. La tierra de este cerrete y toda la que vengo pisando, por completo empapada, como si ayer mismo hubiera llovido y en cantidad. Ya veo al fondo algunas de las grandes cascadas que desde el gran salto para abajo, tiene este tramo del río. También comienzo a ver algunos trozos de la montaña haciendo la ruta dos, complementaria de esta.

 

    Miro un poco más cerca y sigo gozando de la presencia de muchas matas de mejorana hermosamente verde y si miro a lo lejos, me reconforto con el azul del cielo que la mañana me va presentando. Sólo algunas nubes altas que son de la niebla que ha surgido de estos barrancos y la sombra ya, pues sólo a rodales porque el sol lo tengo bastante alto. Intuyo que esta tarde se puede desencadenar alguna tormenta. Son las once y cuarto.

 

    Avanzo ahora por un tramo que es todo tierra, llano el terreno y dando una moderada curva. Atraviesa como el surco de un arroyo y justo aquí pierde su anchura como de pista y se queda en una senda más real, muy usada pero estrecha. Le entra o le baja desde la izquierda, como una trinchera por donde se despeñan las trombas de agua en los momentos de lluvias torrenciales que por aquí son  frecuentes.  Cruza y enseguida otro rellano menor en forma de mirador  hacia el río y las cascadas que brillan al frente.

 

    Se hace amplia, con un hierro clavado en algo de cemento y me asomo al Borosa. Tres o cuatro cascadas rebosantes de espuma y de belleza y los charcos  nítidos que las recogen. Ninguna de estas es el salto por excelencia. Por la izquierda se me va acercando la enorme pared que en forma de muralla se hunde hacia la cerrada del Salto de los Órganos. Entre esta gran pared y otra mucho mayor que emergen más en lo alto, queda una repisa de tierra que es por donde asciende la senda en su último tramo antes de la entrada a los túneles.

 

    Observando tan tremenda caída pienso que si alguna persona, al recorrer ese tramo de senda que precede al primer túnel, resbala y rueda, caería volando por encima de este primer escalón rocoso que ahora intento rebasar. Sería una caída de consecuencias fatales por la tremenda altura que tiene este voladero. Y lo que sucede es que justo cuando se recorre el trozo de senda que acoge la repisa entre un voladero y otro, ni siquiera se aprecia visualmente la grandiosidad y peligro que presenta este gigantesco farallón.  Nunca ha ocurrido nada pero el peligro es real y además de gran dimensión.

 

    Baja la senda un poco como buscando la que creo sería la segunda gran cascada desde la central hacia arriba. Entre esta y la del final, el gran salto, quedan tres o cuatro más, algunas de excepcional belleza. Me aproximo y veo que cae abierta, con dos caños grandes, uno más grueso que el otro y dos más a los lados, como encerrando a los mayores. Donde se remansa, existe un charco tan profundo que ni siquiera parece claro por el azul tan oscuro que desprende.  Las rocas que la corriente ha arrastrado, se han quedado paradas en el borde del charco por donde este rebosa y hacen de muro para retener el agua y que el charco sea más grande.

 

    Al caer al baso que la acoge, se levanta como una nieblina y esto la reviste de más asombro y misterio. Pero esta cascada concentra su belleza en que no es ella sola sino que tiene una hermana menor en el nivel de arriba.  Una impresionante caída con dos niveles donde entre la segunda caída se retiene un charco también grande y al rebosar de ese cuenco, se forma la segunda cascada que presume de un charco mayor. Las rodean algunas higueras y le dan compañía multitud de piedras negras porque son tobáceas.  Al otro lado unos cuantos pinos laricios, preciosos, muchos bujes aquí abajo y un viejo árbol que tiene todas sus ramas secas y el tronco, hasta la mitad, verde del musgo que le cubre.

 

    A la izquierda una avalancha de las piedrecillas que caen por la pared que me sobresale. Más higueras, una hondonada con pinta de dolina,  muchas zarzas y la gran roca que es pared elevadísima, cubierta por la hiedra que se agarra a ella e intenta taparla por completo. Este macetón de hiedra tiene un núcleo espeso y alto y luego por los bordes, se muestra más delgado porque son los tallos nuevos que se alargan abriéndose camino roca arriba.  La contemplación de esta expresión de la naturaleza, asombra al tiempo que deja un dulce gozo en el alma porque es muy bonito el adorno que la hiedra le ha puesto a la dura roca.

 

    Y aquí pasa la senda justo por donde cae la segunda cascada. Se abre mucho y se despega de las rocas cayendo a un tremendo cataclismos de peñascos amontonados. Por entre este laberinto, empieza a remontar la vereda y es justo el paso o punto de la primera pared a la repisa que se recogen en medio que al morir en el surco que corta el río, se hace ancha y es ahí donde se concentra un buen puñado de cascadas, cuevas, surcos tremendos, desconcertantes charcos, densa y salvaje vegetación y un peñascal infernal, por donde todavía queda lugar para delicadas praderas de hierba y grandiosos pinos laricios a un lado y otro.

 

    Las rocas que voy pisando son todas tobáceas que se han ido rompiendo y quedándose por donde han podido. La vegetación de zarzas e higueras, ha crecido mucho y sus raíces van rellenando las grietas al tiempo que las sujeta y las cubre.  El ruido de las cascadas que me van quedando por la izquierda y se despeñan rebosantes, se estrella contra la pared que voy rebasando y se origina el mismo fenómeno que cuando subía por la pista, después de Huelga Nidillo. El eco devuelve el rumor y la cascada le vuelve a empujar y para mis oídos es como una confusión porque no acaban de saber si estoy en el mismo corazón de tal concierto o es que me envuelve desde todos los puntos. Un fenómeno curioso pero original y por eso placentero.

 

    Mucha hierbecilla que ya tiene sus flores abiertas. Una covacha a la derecha mostrando lo que en otros tiempos fueron sus estalactitas. Me llega un olor desagradable y al asomarme, descubro que este refugio natural ha sido usado como retrete para depositar excrementos humanos. ¡Qué cosa!

 

    Remonta y aquí se pega por completo a la gran pared que me ha llegado desde el lado izquierdo y tengo que rebasar para encajarme en la parte central que es la repisa donde se retiene el puñado de tierra.  Miro en la línea que me viene llegando esta sobrecogedora pared y veo que es un voladero de casi doscientos o más metros de caída por completo en vertical. Hacia arriba se origina otra covacha donde crecen muchas pingüicula, un buen puñado de helechos, ortigas y una higuera que les da compañía y en la base, unos charcos claros donde se retienen las gotas que caen desde lo alto.  La cantidad de vida que la sierra ofrece hasta en los sitios más complicados, escondidos y duros.

 

    Giro un poco a la derecha, buscando el río y ya veo por aquí, chorreando otra cascada. Sigo remontando y la senda va buscando el surco del arroyo para meterse por él y poder subir.  Y sí que pasa pero cogiendo cada uno de los surcos que el agua ha tallado al correr. Parece como si para alcanzar el descanso de la repisa  entre las dos paredes,   no existiera otro paso que el que ha esculpido el cañón del río y por eso por aquí todo se constriñe y es mutuamente compartido. Y claro, deduzco que cuando el río venga muy lleno o en algún momento caiga una fuerte tromba de agua, por aquí bajara mucha corriente y eso hará imposible el paso. Pero también deduzco que como estas laderas son tan pura roca, las escorrentías son muy fuertes y por eso no tarde tanto tiempo quedar desocupados estos regajos.

 

    Las rocas que me voy encontrando son de dos clases: unas tobáceas que son las que se formaron en las corrientes de las aguas y luego, por alguna causa, se rompieron y ahora ruedan o se amontonan por esta garganta. Las otras son puras calizas y por eso blancas que también por alguna causa se han roto de las grandes paredes  y al caer, han reventado quedando en trozos de todos los tamaños. Las corrientes arrastran a unas y a otras y donde se atascan, se quedan amontonadas esperando otra nueva avalancha para seguir cayendo.

 

    Llego a la altura y al ver la cascada, descubro que se abre por entre varios canales tallados en las rocas y cae asombrosamente ampulosa. Me aproximo con el asombro latiéndome hasta en el respirar y en cuanto estoy frente al charco, miro detenido. La grandiosa imagen la tengo brillante entrándome por los ojos y a sólo unos metros de mi cara pero ¿cómo explicar la maravilla que es esto?.

 

    Desde donde estoy, al frente y en el montón de rocas que atraviesa la corriente, se abre como la boca oscura y ancha de lo que pudo ser una cueva. Lo es sólo a medias y del techo le cuelga como el medio tronco de lo que también en otros tiempos pudieron ser magníficas estalactitas y se ve que fueron muy irregulares. Redondas, aplastadas, achatadas...  Y por entre algunos canales o grietas de lo que pudo ser el techo, la corriente del río se abre paso y cae impetuosa en un chorro que empieza delgado y cuando se derrama en la superficie de grandioso charco, es como la parte ancha de un embudo pero blando y del color de la leche. Como una mágica cabellera de brillantes copos de nieve que eterna se abre y se recoge.

 

    Y no se derrama en un sólo caño sino en cinco o seis que primero vienen como en la dirección en que estoy y luego se desvían en varias direcciones, aprovechan un charco grande en la mitad de la caída y después se derraman otra vez. Me arrodillo en la orilla del lago tallado en la portentosa roca y me dispongo a sacar una foto para llevarme conmigo, al menos una fina brizna de este ensueño.

 

    Sigo y aquí la senda sube ahora casi escalando una torrentera, que es el nivel que esta cascada está superando y rota por completo. Ya remontado miro hacia atrás y como me encuentro casi nivelado con la parte más alta de la pared que he superado, ahora y desde aquí es cuando distingo las proporciones de este farallón.  De un volumen que pasma. Con trozos negros por donde rezuma el agua y otros rodales color caramelo y muchas covachas poco profundas.  Los troncos de algunas higueras que brotan por las grietas y el portentoso mechón de hiedra que la va cubriendo.

 

    Aquí, una llanura breve y otra cascada más que siendo tal no lo es porque vengo observando que este tramo del río, desde lo alto hasta la central, es cascada sin interrupción. Pero es verdad que al rebosar por los escalones que le va presentando el tremendo desnivel de la cuerda de esta montaña, se originan cascadas mucho más singulares. ¿Cuántas son en total? No las vengo contando pero creo que entre seis o siete incluyendo la principal de todas que es el Salto.

 

    Me aproximo y el charco palpita sereno, porque es muy grande y el río que lo colma, se desploma por en medio de dos fabulosas rocas que presentan unas figuras con semejanza a los cuencos de unos ojos vacío.  Y es que este frontal rocoso se parece a una deformada calavera y no es exactamente eso.  La blancura del chorro se hunde en la profundidad de la masa azul emitiendo un bramido ensordecedor y enseguida se abre con la belleza de una grandiosa flor que quisiera ser besada por la luz del sol y al mismo tiempo, no ser rozada.

 

    Miro el reloj y son las once y media de la mañana. La senda sigue remontando y aquí hay como una entrada hacia una leve plataforma que hace de mirador frente al charco azul. Parece como si esta roca la hubieran tallando aquí expreso para situarse en el mejor punto y gozar del remanso. Sigo la ruta y con la senda me pego a la pared para poder pasar al nivel alto, por completo entre espesuras de zarzas y muchas gotas que bombardean desde arriba.

 

    Ahora veo que por debajo del charco este de la gran cascada, sale una rota pista hacia el otro lado. Pienso que este ramal de camino tan viejo y confuso, puede atravesar la pronunciada ladera que me viene quedando por la derecha y después de remontar, enganchar con los caminos que bajan desde las llanuras del Calarilla.  No lo veo claro y aunque miro fijo para ver qué descubro, me parece que la sierra por este punto, es tan quebrada que casi resulta imposible que esta pista avanza por ella.

 

    Unos metros más remontado y ya veo arriba, la otra parte de la pared que el otro día nosotros rozamos y que va desde el mismo Salto hacia las cumbres del Calarilla. Al río se le ve por aquí muy cerrado por lo mucho que lo han encajonado los espigones rocosos y al mismo tiempo, discurre suave. No queda mucho para la cascada final. Todo lo que me acoge y acompaña parece como si se prepara hacia el punto núcleo.

 

    La senda mejora porque discurre como por una repisa de tierra. Muchas rocas al otro lado, muchos pinos laricios clavados en la ladera y muchas hiedras cubriendo estas rocas. Les da el sol y su presencia es grandiosa coronada por el vuelo de los cuervos que la surcan por encima. Algunas nubes blancas que empiedran el azul lejano del puro cielo.

 

    Otra cascada retorcida y en forma de ese y muy estrechita para cortar el espigón de rocas que le presenta la lancha que caen desde la ladera. Tiene también en lo hondo un gran charco azul y de él, remonta vuelo la florida lavandera cascadeña. La senda remonta ahora casi en línea vertical con el charco que tengo frente a mí y la pared de rocas. Y es que no tiene otro espacio para seguir subiendo. Es arroyuelo cuando corre el agua pero también senda.

 

    Sigue muy empinada, se encajona entre una trinchera de rocas tobáceas y adivino que en cuanto asome, me tropiezo con el Salto. En la pared de rocas que me protege por la derecha, una como ventana que da vista al cauce. Un arce colgando por completo de la roca pero elevado sobre la corriente. Da una curva y vuelve como si fuera en busca del túnel pero aprisionada por la trinchera que le hicieron para que pudiera avanzar. Me asomo a la derecha esperando ver lo que intuyo y no.  Este no es el salto total.

 

    Un par de covachas por la derecha donde se paran a dejar sus señales en forma de suciedad los que visitan estos lugares. Son bonitas, las covachas pero ¿quién resiste el mal olor que de su interior sale? ¡Válgame Dios!

 

    Sigo y las piedras que comienzo a pisar son los trozos que sacaron del túnel y tiraban por los agujeros que le hicieron en forma de ventanas y también para iluminar. Una curva más y ahora si espero que se me presente la emoción. Me queda frente total y por el otro lado, el lomo rocoso que nosotros recorrimos hace unos días cuando descendimos hacia el rincón de esta cascada.

 

    Se allana la senda con tierra negra y fértil y con mi emoción, busco lo que tanto espero. Unas praderas menores tupidas de hierba verde y al dar la curva, la gran cascada. Me paro y la veo cayendo desde lo alto y ya el paredón por donde perfora el túnel y uno, dos, tres agujeros que fueron las ventanas cuando lo abrían.

 

    Y lo primero que me llama la atención es que el trozo de tierra que rodea la gran cascada, no me lo esperaba tan llano. Miro al frente y lo que veo lo puedo describir como un escalón de unos 180 metros, partido por el centro por el cauce del río y desde ese surco, el chorro de agua cayendo casi a plomo. Según viene cayendo, el chorro se abre porque tropieza con salientes rocosos y toda el agua que se torna espuma. Al alcanzar el descanso, lo hace sobre tierra y piedras que arrancan desde la base de este gran espigón rocoso, se remansa brevemente en sus charcos, que no son espectaculares, con trozos de praderas sembradas de mil rocas de toba, muchos bujes y muchos helechos y retoma su bajada por el surco que el río le va ofreciendo.

 

    La subida hasta este encuentro, con esta tranquilidad con que yo la he hecho y sin nadie que perturbe la mañana ni los paisajes, es realmente gratificante.  Una pequeña repisa antes de la cascada, el agua que se ve negra por aquí, el chorro que se despeña que no es tan grande porque al río le han quitado mucha agua para el canal que alimenta a la central eléctrica pero sí es alta y bonita. Son las doce menos diez de la mañana.

 

    Termino de remontar al cerrillo y bajo. No tiene apenas charco esta cascada. Aquí es muy llano esto, se esturrea el agua por entre las piedras y sigue bajando. Hasta casi el mismo fondo de este redondel porque deseo hacer una buena foto aunque tenga el sol de frente y la pared por donde cae el agua, a la sombra. Descubro ahora que por la parte de abajo, existe como restos de un muro. Recuerdo que en otros tiempos, por este chorro de agua, tiraban traviesas de madera para arrastrarlas por la corriente hasta el Embalse del Tranco. Como es tan alto este salto, tuvieran que hacerle una buena rampa y como la caída era larga, las traviesas, al llegar al final, venían ardiendo. Le construyeron esta pequeña represa para sujetar el agua y que al caer a ellas, las maderas se apagaran.

 

    Si este pantano estuviera lleno, ahora mismo, yo estaría metido en el fondo de sus aguas. Y es que la quiero gozar desde lo más cerca posible y por eso descubro que de ella brota como una nieblina, al quebrarse el agua, y al atravesarla los rayos del sol que caen desde arriba, hasta se dibuja el arco iris. Tengo que decir que es realmente bonito este rincón y más, cuando el encuentro es como el mío esta mañana.

 

    Al muro del Embalse de la Feda.    Ir al índice

    Me despido y sigo la ruta ya buscando los túneles.  Traza aquí la senda una airosa curva y se va dirección al Tranco del Perro pero subiendo empinada por la pendiente repisa que se ha retenido entre los dos altísimos trancos. A la izquierda me queda un rellano sembrado de muchos helechos. Miro para atrás y se me cuela por los ojos el robusto espigón gemelo del Picón del Haza. Le da el sol y como el agua le chorrea por toda la cara, brilla hermoso.

 

    El firme que va sosteniendo a la senda, son trocitos de la roca que tuvieron que triturar cuando abrían el túnel.  Fueron arrojando por los agujeros que le abrieron para que entrara la luz y por esta ladera se quedaron desparramados y otros muchos, rodaron hasta lo más hondo.

 

    Ya he remontado un buen trozo y veo abajo, todo el terreno quebrado y el voladero que he venido sorteando. Sé ahora mismo que si en estos momentos tuviera un tropiezo y rodara, iría a caer por lo alto de ese enorme voladero que acabo de remontar. Mi cuerpo se haría añicos.  Por eso decía que es muy peligrosa esta senda.

 

    Acercándome a la entrada del túnel y aquí, las peonías florecidas y el Calarejo de Los Villares al fondo por donde se remontan las nubes blancas. Esta tarde puede haber tormentas. Desde la cascada grande, este trozo de senda, es bastante duro  por elevarse mucho en un tramo corto. Hay que alcanzar hasta la mitad del segundo  gran escalón rocoso que es donde se abre la puerta del túnel.

 

    Los últimos metros, pues todo un puro cascajal. Una torrentera de rocas sueltas, en trozos pequeños  y blancos. Cae esta pendiente casi en vertical y por eso cada piedra que rueda, salta por lo alto del primer voladero y se estrella por donde también sube la senda y yo subía hace unos minutos.

 

    La senda, bastante bien pero estrechita y rota por muchos sitios porque no la arreglan.  Traza la última curva antes del túnel por donde sí le pusieron una pequeña pared de piedra por el lado de abajo para sujetarla. Todavía está. Ya me encuentro casi por encima del pico que recorrimos el otro día. Veo la pradera con su ejemplar pino en el centro y las nubes blancas surgiendo por encimas de las cumbres y el azul del cielo.

 

    Muchos bujes y algunos rosales silvestres ya casi rozando el agujero del túnel. Veo que las personas por  aquí, incluso hacen atajos para llegar antes, lo cual es mucho más peligroso.  Ya en la entrada del túnel, miro hacia atrás, y al frente por donde he subido, todo el gran macizo del Calarejo, las llanuras donde estuvo la aldea de Los Villares y el pronunciado barranco de Roblehondo con los    viejos cortijos todavía ahí refugiados.

 

    Por la izquierda según miro ahora hacia el profundísimo y lejano surco por donde, desde mí, se aleja el Borosa, la impresionante lancha de rocas y encinares, con muy pocos pinos, que cae desde el Calarilla. Tremenda ladera esa, dificilísima de andar  y de atravesar por no existir, en ese terreno, ni un sólo camino. Coronando al fondo, las nubes y más lejos, la sierra de las Cuatro Villas, que en este caso son las solanas de la Torre del Vinagre.  Una grandiosa vista desde este punto.

 

    Una piedra justo a la entrada del túnel, un chorrillo de agua que cae por aquí y la boca que se ve abierta por donde sale el canal que viene repleto de agua.  Y este trozo de ruta, llana por completo porque fue trazada así para que el agua, por el canal, corriera  suave hasta la entrada al tubo que las despeña hacia la central. Son las doce y cuarto de la mañana y creo que lo recorrido se acerca a los once kilómetros o quizá algo más.

 

    Me vengo para la izquierda siguiendo el trozo de canal que busca la entrada al tubo. Peligroso este paseo porque va clavado por completo en lo más inclinado de la torrentera y casi por el pie mismo de esta pared de roca, la segunda y que es por donde ha penetrado el túnel.  Va una modesta senda pegado al canal.  Camino ahora dirección al Tranco del Perro y veo que el día se ha abierto y muestra un esplendor grandioso.

 

    La reguera, al llegar al primer puntal, se mete en un pequeño túnel de cemento. El puntal ofrecen como un balcón menor que queda por completo colgado en el vacío de esta asombrosa caída. Da una curva y las aguas afloran otra vez corriendo por su canal. Quisiera saber por dónde cae esa cascada que aquel día me sorprendió cuando desde el Tranco del Perro miraba hacia este barranco. A trechos, se le ven agujeros a estos como tubos de cemento por donde han metido la reguera para que las piedras que rueden no caigan dentro.

 

    En un tramo que se queda al aire libre, le han puesto como una alambrada tumbada hacia la pared que corona, para que las piedras que ruedan no caigan dentro. Y es que quiero llegar hasta donde ya las aguas se meten en el tubo y se despeñan hacia la central. No recomiendo a nadie este paseo a pesar de lo hermoso por la vista que va mostrando.

 

    Doy una curva y siento el rumor de una cascada que cae. Y ahora que me acerco, descubro lo que es la cascada que aquel día vi desde aquellas sierras lejanas: al llegar al final, el canal se remansa como en una alberca alargada y se ve que cuando desde la central, le cierran la entrada del agua por el tubo, desde esta alberca, que tiene un aliviadero, rebosa toda el agua que llega por la canal.  Cae por la ladera y después de abrirse como un abanico, en un salto de más de cien metros, se desparrama justo por donde sube la senda.

 

    Desde aquí se ve el río allá en todo lo hondo y es tremendamente sobrecogedor por la fabulosa extensión de sierra que se domina y desde una altura tan rotunda.  Mucha hierba por aquí y muy mojada toda la ladera. Por la pista que sube por el  Borosa, ahora ya si veo venir a muchas personas. Es lo que me esperaba en un día como el de hoy.

 

    Y la última curva donde ya se remansa en la alberca alargada, se presenta la entrada del tubo, la línea eléctrica que remonta desde la casa de máquina y el fantástico mirador clavado en el corazón de esta ladera y frente a la sierra más grande. Estoy en todo lo alto de la central, recto por completo en una caída tremenda,  y por la parte de arriba, veo la explanada donde están las ruinas del aquel extraordinario cortijo del Haza.

 

     Me he vuelto para atrás y recorro este trozo de reguera hasta la entrada del túnel que me dejará sobre el Salto de los Órganos. Entro al túnel y me voy siguiendo el pequeño pasillo que le dejaron junto al canal. Por aquí y, entre el canal y el pasillo que sirve para continuar la ruta, hace unos años pusieron unos hierros y desde uno a otro, unos cables de acero para que las personas se agarren y no caigan a las aguas. Enciendo la linterna porque la oscuridad es total y muchas gotas de agua que caen desde el techo y en el pasillo que recorro, muchos charcos remansados. No se puede andar con comodidad al menos en fechas como estas.

 

    Enseguida una primera ventana con unos hierros atravesados para impedir que las personas se asomen y puedan caerse hacia el profundo vacío que presenta el barranco por donde sube la senda.  Otra segunda ventana o agujero de aquellos que hicieron para ventilar, iluminar y arrojar los escombros que sacaban de este túnel.  Una tercera ventana y aunque la distancia de una a otra no es mucha, quedan en penumbra total algunos trozos de este túnel.  Y la cuarta ventana es tan grande que parece una puerta abierta al vacío del tremendo barranco. La vista, desde ella, es grandiosa por lo hondo que queda y lo escabroso que se ve todo.

 

     Ahora viene el tramo más largo que ya da salida a la parte alta de este gran voladero que es justo donde el río vuelca hacia la gran cascada del Salto de los Órganos.  Un agujero menor para que entre la luz pero abierto en un espeso muro porque da la casualidad que por esta parte el túnel ha sido perforado muy dentro del macizo rocoso.  Otra nueva ventana y esta queda justo en lo alto del gran charco azul hundido por donde he subido. Dos ventana y estas juntas y ya el final.  En total, son siente los agujeros que abrieron desde el túnel para respirar y que la luz entrara.

 

    Según me acerco a la salida el agua que corre por la canal, mete mucho ruido y esto es porque la corriente baja con mucha fuerza. A la salida de este primer túnel mi reloj marca las doce y veinticinco. Creo que este recorrido tiene más de cien metros. La visión es muy espectacular porque de pronto se sale a lo más llano de este río antes de saltar el tremendo escalón que le ha presentando la cuerda de esta elevada montaña.  Un gran pino laricio y el río remansado.

 

    Ya desde aquí, sólo una ampulosa curva, que sigue la línea del curso del río y por supuesto, la del canal, se adentra en el segundo túnel y al salir, sólo unos metros y el muro del pantano.

 

    Al Collado del Picón de Haza.     Ir al índice

    En la airosa curva que traza la senda, siguiendo el borde de la canal, entre el primer y segundo túnel, es donde se coge hacia la izquierda para remontar, campo a través hacia el Collado del Picón del Haza. Si voy atento, descubro sendas de animales que me ayudan para remontar la empinada ladera que tengo que recorrer.

 

    Mucho buje, mucha zamarrilla y mucho tomillo florecido. A mitad, más o menos, de la cuesta, un enorme pino laricio. Tiene su agujero en el tronco y quemado como si queriendo lo hubiesen hecho. ¿Para sacarle la resina o para qué? Aquí mismo y pegado a una piedra grande, entre las conchas secas de las ramas de este pino y las hojas viejas, una cama de jabalí donde esta misma noche han dormido.

 

    Ya estoy casi coronando y por eso digo que la subida no es muy larga pero sí muy fuerte.  Dos grandes pinos laricios ya casi en todo lo alto. Miro y veo muchas nubes por las partes altas del pico Empanadas, el más alto de las sierras de este Parque Natural y por eso me digo que esta tarde puede haber tormentas.

 

    Estoy a cien metros del collado y lo que veo es el cielo azul, las nubes blancas avanzando sobre él, mucha hierba sobre la tierra del collado y comiendo en tan hermosa pradera, una solitaria cabra montés.  Me ha visto y sin asustarse, porque me tiene dominado, se mueve tranquila hacia las rocas de la pared del Picón del Haza.

 

    Ya estoy en lo alto y lo mismo que desde tantos tramos de esta bella ruta: una vista impresionante, una pradera tupida de hierba fresca, un chorro de aire también tibio que sube desde la hoya  del cortijo del Haza y el cielo sangrando azul. Desde aquí lo estoy viendo claramente, aunque sólo sean ruinas y los árboles frutales florecidos y solitarios por entre las verdes praderas que rodean a tan tristes ruinas.

 

    Sin duda que fue un paraíso este rincón  del cortijo del Haza por la tierra tan fértil que le rodea, los chorrillos de agua que desde estas laderas manan y cruzan las praderas y la buena extensión de tierra que tenían solo para ellos. Lo malo, y lo voy a decir sin haberlo vivido, serían las tremendas nevadas que en estas alturas caerían por aquellos tiempos y las tormentas a parte de la inmensa soledad por lo lejos que estas personas estaban de cualquier núcleo de población.

 

    Distingo claramente el gran espigón de la cuerda de las Banderillas, las partes altas y los cortes que caen hacia la central y veo por donde se eleva el Tranco del Perro, el espigón del Fraile de las Banderillas y el macizo del Haza de Arriba.  Muy tranquilo esto y una enorme vista hacia infinitos sobrecogedores. ¡Qué gran día el de hoy y qué gran excursión y cuánta necesidad de dar gracias por creación tan fabulosa!  Por aquí, todas las florecillas de estas hierbas, abiertas, revoloteando algunas mariposas y cantando por entre los majuelos, varios pajarillos.

 

    Son las dos menos veinticinco de la tarde. Acabo de recorrer la ruta del río más bello de la tierra.  El de aguas inmaculadas y rincones misteriosos donde lo que, por encima de todo destaca, es la sensación de un camino que conduce hacia el corazón mismo de la belleza que da consuelo a toda alma humana. Y lo que más me ha parecido, porque en la región de mis sentimientos así lo he saboreado, es que este camino levemente comienza donde hoy yo he terminado. Así que, de entre toda la emoción, lo que claramente destaca, es el fluir de corriente tan nítida proclamando que es sendero que desde la tierra arranca y se conecta con la eternidad.  De aquí que ahora no esté saciado sino, aunque hondamente repleto, con más hambre que al comienzo, esta mañana. 

 

    Nota: para continuar con la ruta del río Borosa hasta el Collado Bermejo, ir al final de la ruta número 3, desde Aguas Negras para arriba.  

 

    La fragancia eterna.      Ir al índice

    Subo hasta el centro del collado donde está verde la hierba y al mirar al frente,  veo la llanura de las encinas viejas y el arroyo de las zarzas y ahora lo recuerdo:

 

    Aquel día ya caía la tarde y ahí mismo comían sus cabras y, como desde el puntal  a él les cogía lejos, mandó a su perro a por ellas y una, la negra, sí se vino corriendo hasta la parte de arriba que era por donde ya la noche se asomaba pero las otras, allí se quedaron comiendo y al volver su perro, recuerdo que habló y le dijo:

- Lo que siempre es bueno es que nunca se borre tu presencia sino que aunque breve, sea  y real para que ahí, donde has estado, dejes tal perfume que todos te amen y quieran que vuelvas.

 

    Y sigo mirando y al frente los veo bajar con sus manojos de espárragos y a los otros buscando sus bellotas justo donde la fuente serena y luego los veo saltar y diciendo:

- Pues llegará un momento en que muchos buscarán a un pastor al ir por los caminos de estas sierras porque tendrán necesidad de consultar la verdad de la gran realidad de estos montes en el silencio de la tierra.

 

    Y como estoy sobre el collado, mirando al frente y caminando con ellos y por aquella senda, en esta mañana seductora y ya de bien madura primavera, para mí solo me digo: “¡Quién no pudiera ahora mismo saber los nombres y  ciencia que conocía aquel pastor y quién no supiera llegar y estar y callarse y luego irse a tiempo para dejar por el lugar tal esencia que todos sintieran vivo mi recuerdo  y, en el fondo de sus corazones, a todas horas desearan que volviera!”.

 

    Algunos nombres por la zona.     Ir al índice

    - Al final del filo del Calarejo, en una morra que hay con muchas vistas hacia los barrancos del río Borosa, estaban las casas de la Aldea de los Villares. Mucha agua que había allí y muchos animales. Había también muchas huertecillas y con estas cuatro cosas y el aire limpio, vivíamos bien, muy bien.

- ¿Cómo se llamaba la fuente aquella?

- La Fuente del “Royico”.  Aunque por allí hay mucho manantiales. Más para acá, conforme se está en los Villares, a la derecha está el royico y a la izquierda se  encuentra la Tejadilla. El Bonal se ve al frente, al pie de la risca, la Fuente del Bonal.

 

    A la derecha del Bonal hay un sitio que se llama el Castillico. Desde allí se abre una hermosa vista sobre todo el valle del Guadalquivir. Aquello parece un castillico. Lo bautizaron así y acertaron mucho porque de verdad parece un castillo pequeño.

- ¿Por donde está la casa forestal de los Villares?

- Por encima. Eso: el Castillico. Más allá se encuentra el Prao de la Solana y si seguimos caminando para allá, a la derecha nos encontramos el Puntal de la Solana y se llega al Collado de la Cierva.

- ¿Que es donde nace el arroyo?

- Eso.  El arroyo de Los Villares, que se llama. En  Collado de la Cierva empieza toda la vertiente. Por ahí se pasa uno al Collado de los Nevazos, por un sitio que se llama otro Calerejo. El Calarejo de los Nevazos y del Calarejo de los Villares. Todo eso es término de Santiago de la Espada.

 

    Por ahí... ¿”ande” quieres que nos cambiemos ahora?

- Ya que vas con los nombres, sigue adelante.

- Pues entonces te iba a decir que el Calarejo de los Nevazos parte, por un sitio que se llama el Puntal del los Borregos, propiedad de un señor de Santiago que le dicen: “los Cuchareros”. A la derecha nos queda el terreno del estado y a la izquierda parte esa propiedad y aquello se llama la Campana. ¿Te suena?

- Sí que me suena y en la lista de un millón de cosas que de esta sierra esperan ser conocidas, pisadas y amadas por mí, la tengo.

- Pues entonces se sigue y a la derecha tenemos el Tranco del Perro, a la izquierda los Pardales, la Cuesta “El Muerto” y el Collado de la Basura. Desde allí mismo, recto nos encontramos la Banderilla Grande y la Banderilla Chica, la Soga está “entremedias”.

 

    De las Banderillas para acá, tenemos los Carasolillos, donde hay una salida que lleva a Viñuela. Al Collado de Viñuela. Al salir a este collado nos encontramos un sitio que se llama los Tejos.

- Espera un poco, porque tan aprisa vas, que no te sigo. Me estoy perdiendo. ¿Los Tejos quedan por la parte de la cumbre del Banderillas? 

- Lo que estamos recorriendo ahora mismo es precisamente eso, la cumbre. Estábamos en los Tejos y desde aquí mismo, arriba, tenemos el Fraile.

 

    Siguiendo la cordillera desde el Fraile para abajo llegamos a un sitio que se llama la Pasá del Maguillo. Desde aquí seguimos recto para abajo. Esto quiere decir que lo mismo es de Santiago lo que hay por el lado de allá que lo que estamos nombrando por este lado. Todo es término de Santiago de la Espada. Pasamos y llegamos al Puntal del Águila, a la derecha porque a la izquierda se nos queda la Pasá del Maguillo. Un poquito más abajo a la derecha, el Puntal del las Cabras. A continuación, el Recoblar, el Castellón del Haza, la Fuente de la Montellina que se encuentra próxima al Castellón. Un poco más adelante, la Majá Martín y recto para abajo, por la Cruz de la Mala Mujer, al nacimiento del Borosa que se llama Aguas Negras.

 

    A la izquierda del nacimiento, subiendo por encima, se encuentran los Puntales de Carpio y Covacho del Infierno.  A la salida del Covacho del Infierno está el Pozo de los Brígidos. A continuación, Cañá la Fojas y el Risco. Para abajo, Rambla Seca que viene a juntar otra vez al nacimiento. Ahora nos vamos a venir nombrando lo que queda río abajo hasta juntar con aquel tope. Cuando nos juntemos con aquel tope, nos colamos a la otra vertiente. ¿Vale?

- Sí que vale.

- Pues como hemos terminado en el nacimiento del Borosa desde Rambla Seca para abajo, nos venimos hasta la Huelga del Nidillo.  Nos encontramos también con la Lancha Pilatos, Poyo Cerezo, el Canalón de la Víbora, las Rozas, las Cocotas, el Barranco de la Tabarrera, la Lancha del Espartal, Loma En medio, la Central Eléctrica y el Cenajo de los Toros. Para abajo, a juntar aquí con la Piedra de los Hornos, la Bradá, el Castellón, cortijo de Guindas de la Cueva Infante al lado del castellón, a la izquierda.

 

    Por ahí recto para abajo hasta el Vado de los Rosales. Pero ahora, como nos hemos dejado un poquito de rincón, lo vamos  a aprovechar para arriba para cubrir hasta la Central. Se sale al puntal de la Cerrá. Desde ahí al Covacho o Cueva del Chorreón, Puntal de los Arredraeros, cortijo de la Asomaica, Roblehondo y desde ahí para abajo, a la Piedra del Nidillo. Desde este punto salimos por la Lancha del Cornicabral y a la izquierda de los Villares nos queda el Collado Santos, los Collados, el Collado Volante, que aunque parezca esto raro, es un nombre. Tenemos luego la Roza el Rabilargo, que tampoco sabemos este nombre por qué pero que existe desde hace mucho.

 

    Seguimos y tenemos la Canalica, el Collado del Lobo y a la derecha, la Tripa, que eso ya linda con ese coto que  hemos nombrado. Por aquí nos tiramos para abajo a la Cueva del Puntal, recto Loma de María Ángela a las Juntas del Borosa.

- Y si ahora nos volvemos y nos vamos por la senda que sale desde la Fuente de los Astilleros ¿qué nos encontramos?

- Lo primero el Ruejo, que fueron unos cortijos y unos trozos de tierra que se cultivaban. Pasamos por el Barranco del Coro y llegamos a Pedro Cano y  torcemos hacia un sitio que se llama la Morra del Pesquesión que ya sale a los Villares. Pero antes nos ha quedado el Barranco Oscuro, a la izquierda la Laguna y a la derecha tenemos el Ruejo.

 

    Siguiendo el río Borosa para arriba tenemos el Charco de la Cuna, el royo las Truchas, El Robliar, los Caracolillos, la Tabla del Vado, la Loma del Tejuelo, la Cerrada  de Elías, el Canalón de los Pinos Blancos, Huelga Nidillo y la Central con el Salto de los Órganos que no lo hemos dicho antes porque ese punto lo conoce todo el mundo. Es lo más popular porque aquí y entre los turistas. ¿Ahora ya podemos nombrar lo que nos queda por este lado?

- Podemos nombrar todo lo que tú recuerdes y te guste nombrar.

- A la derecha de la carretera que sube para Guadahornillos, nos encontramos con el Pecho de las Instancias, la Loma del Tejuelo, las Cabrerizas, el Castellón, la Plaza de Arma y la Cueva de la Sepultura.

 

    Siguiendo para arriba nos encontramos con el Royo de la Cabricuerna, que sale a la Fresnedilla. A partir de ahí, los Cabezones, el Royo de la Cueva de Higuera, los Poyos del Betún, el Barranco del Tío Lobera, cortijo Forestal de Roblehondo, Puente de Guadahornillos, Cueva del Agua o Cueva del aire, la Fuente de la Umbría que esta arriba, en el saliente. Las Navillas de Capa Azul, en lo alto, la lancha de Valdeazores, el Caballo de Valdeazores y la Cerrada entre Lanchas.

- ¿Eso dónde está?

- Eso se encuentra al terminar la Lacha de Valdeazores, donde hay una cerrada. Allí se encuentra también la Cueva de la Cerrá de la entre Lanchas.       

 

    - La Cruz de la Mala Mujer ¿Por dónde se encuentra?

- Bajando por que lo que he dicho antes de la Pasá del Maguillo. Al salir justo del Castellón del Haza. Allí hay un pino grande y no sé por qué le llaman a este lugar de este modo.

- ¿Hay allí una casa o algo parecido?

- Aquello nada más que la Cruz de la Mala Mujer. Que tenía el pino una cruz. Tenía yo entonces catorce o quince años cuando empecé a oír tal nombre. Seguro fue una pobre mujer que se heló, la mataron o sería una mujer perdida que tuvo algún mal tropiezo. De la cruz me recuerdo yo de verla en el pino. Algunas veces preguntaba: “¿Bueno y eso qué fue?” y todos me respondían: “Pues na, que na más que conocemos la Cruz de la Mala Mujer. No sabemos lo que allí pasó”.

 

    - Por encima del Castellón del Moro hay un collado muy bello que desde hace tiempo me tiene intrigado. ¿Cómo se llama?

- Es justo por donde pasa la línea eléctrica que sale de la central de los Órganos. Ese collado se llama precisamente el Collao del Castellón. Y saliendo para arriba se sale a Majá Cerbá, luego el Collado del Hombrazuelo, Majal Izquierdo, las Praeras de Fuente Corrales, las Navillas de Capazul, Fuente de la Umbría, la Peña, al volcar la Cerrá de Entre Lanchas, que también la hemos dicho, una senda que va a salir a Fuente Bermejo.

 

    Saliendo por el cortijo de Guindas se llega a un sitio que se llama la Bradá y desde ahí al Collado de la Bradá.

- ¿Ese es el que está arriba en todo lo alto donde se junta dos caminillos?

- ¿Tú has ido por ahí?

- Lo conozco un poco pero no sé los nombres.

- ¡He dado más pasos yo ahí!

 - Si nos venimos para abajo por el arroyo que viene a salir a la Cerrada de Elías, entre este arroyo y el siguiente, pegando a la casa de máquina ¿qué nombres hay?

- El segundo arroyo se llama Royo de las Pretinas y el primero el Royo la Bradá.

- ¿Y el puntal grande que queda en medio?

- ¿El puntal que se ve grande ahí en medio?

- Sí.

- Se llama la Piedra de los Hornos. Queda a este lado del Royo de las Pretinas. Por debajico hay  un puente de madera y ya se cuela el río. El Puente Piedra es ya cuando se sale a la Huelga Nidillo.

 

    - ¿Y el otro?

- Puente de Toba. Queda yendo para arriba, a mano izquierda más abajo de la central. Hay allí unas tobas y aquello fue un saltador. Por ahí baja otro arroyillo que viene del Castellón del Haza.

- ¿Cómo se llama ese arroyo?

- Su nombre es Royo el Jorro.

- ¿Pero no es el que viene desde el Collado de Roblehondo?

- No, ese es el de la Tinaica. Que viene justamente desde el Collado de Roblehondo para abajo. Es que ahí hay tres o cuatro arroyos. El que cae por lo alto de las riscas al pasar la central, se llama el royo de las Nogueras porque hay unas nogueras en lo alto. Algunos también le dicen el royo del Castellón porque nace allí mismo.

- Cae justo casi en lo alto de la central.

- Sí. Está aquí la tubería y el arroyo cae así.

 

    Y siguiendo para lo alto hay otro sitio que se llama el Collado del Castellón pero este es el del Haza. Por debajo viene un camino que se llama también la Pretina. Por arriba, por el collado mismo, ya sale el camino a los Charcones, por la Cruz de la Mala Mujer. Lo sé todo. Al frente del Castellón del Haza, un puntal que hay por encima de la retención de las aguas de la presa, se llama el Puntal de Mateo. Por encima queda la Morra del Pinar. Para este lado de la laguna nos queda la Lancha de Valdeazores, que es todo ese espolón que se ve donde hay una casilla por la derecha. Por encima de la laguna hay un sitio que se llama la Hoya del Corral y ya se sale arriba a la Lancha de Valdeazores.

- ¿Es lo mismo la lancha que el caballo?

- No porque es que el Caballo de Valdeazores es por donde ya llega a la Cerrá de las Entre Lanchas. Está aquí el Caballo, por las Navillas de Capazul hace así la senda, por la Cerrá de las Entre Lanchas y queda aquí el Caballo.

  Principal                                                            Nota del autor:  Este trabajo continúa pero en estas páginas concluye aquí.

 

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