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POR DONDE EL RÍO DIAMANTINO

Valle del nacimiento del río Segura

© José Gómez Muñoz. Si copias me gustaría saberlo
 

 El contenido de esta página es parte del texto de un pequeño

       libro titulado:          "Río Segura".           Si         

pincha en este enlace puedes verlo en la editorial y tienda online.   

 

 

 Nace el río junto a mi aldea
y  sus aguas de cristal,
son como del viento, la esencia
que acarician al pasar
y, como del rocío la  transparencia
y de la nieve, su  azahar,
son los borbotones del río
que me mira al despertar.

Nace el río junto a mi aldea
y su canción al brotar,
es como un canto de luna
que se quiebra al brillar
por entre las nogueras verdes
y los rosales silvestres
que adornan el pedregal
y mientras se desliza dulce,
mi blanco río de pedernal,
¡cómo me besa amoroso
y nos abraza  al pasar!

Nace el río en la noche clara
cerca de donde yo a jugar,
vengo con la luz del alba
y casi en la misma cuna
que al nacer, me vio llorar
y por eso, este río esmeralda,
es de Dios, reflejo y paz
donde yo tengo mi aldea
y cien  sueños en libertad
floreciendo en mi corazón,
que como el río diamantino,
nunca deja de soñar.
 

TARDE DEL DÍA PRIMERO 28-2-97  

Pontón Alto, Nacimiento del río Segura

        Hoya de Era Empedrá, Viejos Lavaderos
 

                                               ASin otra luz y guía

                                                     Que la que en el corazón ardía@ 
         Los primeros tiempos 

        Vino a nacer donde brota el Segura y las aguas corren limpias. Un poco escondido por las rocas que le rodean, otro poco aplastado entre la fina hierba que le acuna y el resto arropado por las nubes que le coronan. Lo ves y te parece  como si no fuera pueblo de tan chico y su silencio y menos parece aún cuando lo cubre la nieve. Por eso querías  decir que de tan poco cosa, casi ni se nota que duerme junto al cauce hasta que lo pisas. Es lo que te sucedió aquella tarde-noche cuando por el lugar pasaste y es lo que te ha ocurrido después cada vez que por el rincón has vuelto. Y como por el rincón se concentra la luz más pura y la transparencia más azul del infinito, pasado el tiempo, te has dado cuenta que es gran cosa a pesar de ser casi tan nada.

 

 Te sorprendió aquella primera vez, no sabes si por su resplandor de belleza intocable o por su aureola de secretos bien guardados y desde entonces andas buscando el momento de conocerlo mejor. Mil veces ya te has dicho que tienes que venirte por aquí y recorrerlo. Otras mil veces te has dicho que tienes que hablar con sus gentes, muchos de ellos ya buenos amigos tuyos y otras mil veces más te ha dicho que será bonito acariciar, siquiera levemente, la belleza fresca que brilla en su cara. Esto te has dicho ya un montón de veces y mientras tanto que dentro de tu alma va tomando cuerpo la idea y las fibras se tensan para el momento oportuno, algo has caminado  hacia su encuentro.   

 

Lo viste la otra noche y estaba allá: perdido entre los profundos bosques de aquellos primeros tiempos.  No había casas por el rincón.  Todavía no estaban ni la carretera ni los postes de la luz eléctrica. Sólo un silencio grande que cubría las cumbres, una niebla tenue que lenta avanzaba por los valles y un gran puñado de arroyuelos que limpios caían por las laderas. Las riberas resplandecían de hierba húmeda y por las colinas se apiñaban los árboles milenarios. Por las hondonadas se amontonaban las nieves y bajo su capa de escarcha dura, se recogían las lagunas de aguas purísimas. Por entre los agujeros de las peñas brotaban los manantiales y en los charcos remansados, color de cielo e hierba tierna, bebían los animales.

 

Una de aquellas blancas mañanas, cuando el campo estaba en calma, casi de puntillas llegaron ellos. Buscaron un rellano junto a las corrientes nítidas y donde el bosque tenía su claro y las rocas ofrecían un refugio, decidieron construir su nido. Sólo tres eran y tú los viste con toda claridad: la niña color amapola, el hombre y la mujer. Nada más llegar, revisaron el  lugar, se sentaron sobre la roca y mientras pensaban cómo y de qué modo levantaban la morada, la primera vivienda humana que tuvo forma en el rincón-paraíso de este concreto trozo de sierra, la niña se fue con su juego.

- Por el río subo a ver si doy con la fuente.

Le dijo a la madre.

- Y yo me voy por el bosque a ver si encuentro un tronco recio que sirva para la viga de la entrada.

Dijo el hombre.

- Mientras, yo limpiaré de piedras la tierra para preparar el lugar.

Contestó la madre.

 

Y al poco, cada uno se ocupó en sus sencillas cosas. Cuando ya caía la tarde, la casa, la primera casa que se reflejó en las aguas translúcidas del gran río Segura, se alzaba hermosa. Nada espectacular: sólo cuatro palos, unas ramas cortadas en el denso bosque, tres piedras algo ordenadas, la cueva tallada en la roca y el resto, ellos tres. La niña con sus juegos, el padre en sus tareas,  la madre con sus otros quehaceres, a un lado y otro, el bosque lleno de seres vivos, los valles solitarios, las fuentes cantarinas y las nubes surcando el limpio cielo. Así fue y surgió aquella primera mansión y aquellos fueron los primeros que tomaron posesión de las riveras donde el dulce río surge a la vida.  

 

Luego que ellos fueron un poco dueños del paraíso, uno de aquellos días, subieron por la ladera buscando el collado pequeño.

- En cuanto terminemos de coronar veréis el barranco que a ese lado se abre.

Decía el padre.

- Y el río ¿por dónde va?

Preguntó la niña.

- Frente a nosotros lo veremos cruzando el valle.

- ¿Y los charcos que decías?

- Ya pronto aparecerán. En lo hondo de  las tierras del collado que vamos a remontar es donde se remansan.

- ¿Ahí brota el manantial que es fuente de la vida?

- Lo primero que se ve es el río cayendo y remansándose en los charcos. Tiene más remansos que corriente y entre las piedras grandes, un trozo de cascada. Por el lado de abajo se extiende la arena y de un lado a otro se abre un lago limpio. Ahí mismo, en el centro de ese charco, es donde brota el manantial.

- ¿Y a qué se parece ese manantial?

- Yo sólo sé decirte que surge en borbotones redondos, como si estuviera hirviendo, cada vez más grandes y sin parar en ningún momento. Por el mismo charco los borbotones se duermen y en olas arrugadas, las aguas se alargan hasta que rebosan y caen por la corriente del cauce que sigue bajando.  En cuanto terminemos de subir y lleguemos al collado, ya veréis qué barranco y el río corriendo  por su centro.

 

Esto hablaban los tres aquella mañana mientras recorrían la tierra  subiendo por la ladera.   Apartaban el monte con sus manos porque no iban por senda alguna.  Todavía por la sierra de este ahora Parque Natural, nadie había trazado caminos.  Al  rato, ya estuvieron sobre la ondulación del collado. El aire fresco que subía del río, los acarició y las profundidades de los bosques, los llenó de asombro. El barranco, por donde se remansaban los charcos claros  y el borbotón  surgía, era hondo. Estaba lleno de silencios y el río lo bañaba por su centro. Lo contemplaron durante un instante y luego siguieron bajando. Como no tenían caminos, trazaron varios zigzags mientras  descendían por la ladera y enseguida estuvieron en las orillas de las aguas.   

 

Sobre la arena, se quedan quietos y durante un rato observan el movimiento del venero. A sus pies rebosa el charco, un poco más abajo, la corriente se ciñe por entre las rocas y algo más adelante, ya surca el valle y tras los oscuros cerros del fondo, se pierde el río. Según se aleja, cae más en picado buscando la parte baja del valle grande, por donde ya  no se ven nada más que sombras densas. Lejanías borrosas que levemente dejan adivinar los grandes cortes de rocas en las laderas y los bosques más apretados a un lado y otro. Más cerca de ellos y del charco donde surgen el borbotón, la tierra llana de las orillas del cauce, rezuma humedad. Es buena tierra ésta y por eso ya la han observado despacio.

- Un día, nos pondremos a trabajar en ella y sembraremos las cosechas.

Le decía el hombre a la mujer.

 

Pero ahora que ya estamos junto a las aguas, voy a meterme en el charco a coger los peces que por ahí nadan.

- Pero el charco, según se vez, es profundo. Te hundirás en él y puede que de esas aguas no salgas más.

- Eso es lo que parece viéndolo desde fuera. Yo voy a meterme y ya verás que conforme vaya entrando, las aguas me empezarán a llegar primero por la rodilla, luego subirán hasta la cintura y cuando ya esté pisando el manantial, lo más que me cubren es hasta el cuello. Hasta ese punto quiero llegar porque es donde los peces son más grandes.     

 

Durante un rato más,  los seguiste viendo y descubrías como casi sin esfuerzo, iban tomando posesión de la tierra y de los frutos que la tierra  ponía ante  ellos para que cogieran y comieran.

 

Dedicatoria   ir al índice

Justo cuando empieza a caer la tarde del día primero,  te acercas a las primeras casas de la aldea. Tienes las ideas claras pero como otras tantas veces, nos sabes por dónde empezar ni cómo. Donde el río Segura ha cortado la cuerda rocosa y empieza a abrir en gran surco para despeñarse por las sierras en busca del río madera, donde la carretera da una curva y han cortado las rocas para que ésta pase, a la izquierda según vienes, hay una salida y un reducido letrero lo indica: APontón Alto@. Un trozo de carretera asfaltada y enseguida intuyes que si te vas por ahí, llegarás al centro de las casas.

 

Nunca en tu vida has venido a este núcleo de viviendas a pesar de haber pasado por el lugar más de mil veces. Siempre has mirado y te has dicho: AAquí está Pontón Alto, que seguro son unas cuantas casas que se despegan de aquel gran núcleo de abajo. Un día tengo que venirme por aquí y dedicarme a conocerlo a fondo@. Esto es lo que más o menos siempre te has dicho pero hasta hoy no te has dispuesto para venir de verdad y meterte por las calles del pequeño pueblo. Aunque todavía  ni siquiera deberías decir que es pequeño porque ni lo conoces.

 

Nada más entrar por la estrecha carretera que permite llegar a las casas, a la derecha, ves un coche y en sus chapas unas letras escritas: AFotos Palomares@ Frente se encuentra la casa y en ella el letrero que anuncia que ahí es donde se hacen esas fotos. A¡Mira, el mismo apellido de mi amigo el pastor de Fuente Segura, Amador Palomares@. Te dices y enseguida te fijas en el hombre que toma el sol un poco más adelante de la casa de foto. AA él le pregunto@. Te vuelves a decir y en cuanto te acercas, te paras y lo saludas.

- ¿Pero usted qué busca por aquí?

Te pregunta él.

- A una familia que tiene una hija estudiando en Úbeda.

- Esa familia debe ser la de la casa nueva. ¿Es así cómo se llama el padre de la zagala?

- El padre, que es amigo mío, se llama así  y me han dicho que tiene su casa a la entrada del pueblo.

- Tan en la entrada no pero te lo voy a decir enseguida. Aunque a lo mejor yo le puedo servir en aquello que usted necesite.

 

Al oír esta proposición te entra la duda y como ya sabes bien que al moverte por entre la gente de esta tan gran tierra siempre es bueno ser sinceros, lo más sincero posible con cualquiera de ellos, piensas que lo mejor es contarle la verdad desde el primer momento. Y como enseguida él te facilita las cosas preguntándote:

- ¿Qué es lo que de verdad busca usted?

Respondes diciendo:

- Es que vengo  con la idea de escribir.

- ¿De qué se trata?

- Ni siquiera lo sé. Tengo ganas de escribir  porque me gritan las cosas de esta tierra y su gente y hoy me he puesto en marcha. Ahora mismo ni siquiera sé cómo empezar ni qué decir pero necesito escribirlo.

- Lo de escribir está bien pero quizá usted, lo primero que tendría que tener en cuenta es que por aquí todo el mundo escribe.

- ¿Cómo es eso?

- Lo que quiero decir es que de un tiempo a esta parte, mucha de las personas que vienen por esta tierra, lo primero que se le ocurre es escribir un libro. Por lo que estoy descubriendo, usted es otro.

 

Lo que acabas de saber, te duele porque en el fondo  no quieres ser otro de esos. No quieres ni parecerte a ninguno de los muchos que por aquí desean escribir, porque, además, tampoco en el fondo pretendes escribir un libro. Deseas y buscas otra  realidad. Intentas explicárselo y entonces te dice:

- Acláreme usted las cosas para que yo las entienda.

- Es que ni siquiera sé aclararlas.

- Pues es un lío. Resulta que pretende escribir un libro de las cosas y la gente de por aquí y ni siquiera sabe cómo lo va a hacer. ¿Y a quién le va a dedicar ese libro suyo, si es que eso si lo sabe ya?

- Bueno, eso si lo tengo un poco precisado: la primera dedicatoria de este libro mío, si es que soy capaz de sacarlo a flote, es para dos personas de la aldea de Poyotello. ¿Las conoces?

- Sólo las conozco de vista. Sé que son tres hermanas y que la mayor ya está casada. Las que usted ha nombrado, estudian ahora mismo en Santiago de la Espada.

- Pues a ellas les quiero dedicar el libro, además de a otros amigos míos.

- ¿Y cuales son esos amigos?

- Casi todos los pastores de esta gran sierra de Segura. Aunque quiero decir, todos los pastores, sus hijos a hijas. Pero también principalmente a los que conozco y ahora mismo estudian en la Safa del pueblo de Úbeda. Son de la Matea, Los Teatinos, El Cerezo, Fuente Segura de Abajo, Pontón Alto y Pontón Bajo  y así podría seguir hasta nombrar una lista largísima con casi todas las aldeas y pueblos  tanto de Segura como Cazorla y Pozo Alcón.

- ¿Y por qué ésta tan curiosa dedicatoria de su libro y a estas personas, si no es mucha curiosidad?

- La juventud de estos rincones son para mí personas muy interesantes. Por lo generosos, los sencillos, limpios y nobles de corazón, es por lo que desde siempre me cautivaron y por eso ahora que tengo la oportunidad, quiero tener un detalle con ellos. Se lo merecen y mucho más. ¿Tú qué opinas?

 

- Opino que está bien esto que usted quiere hacer pero que eso de Poyotello, no lo veo tan claro.

- Con más calma, te lo explicaré luego en otro momento. Son para mí como el símbolo de algo que ni siquiera sé explicar y allí en aquella aldea tan menuda y bella. Por eso es como si tuviera la necesidad de poner en sus manos un presente bonito y original. Luego te lo explicaré.

- Pues entonces siga y ahí, donde esta carretera llega a las primeras casas que pegan al río por el lado derecho según se sube, verá una rampa con una baranda de hierros pintados en verde. La remonta y nada más caer, frente verá una fuente.  Deje su coche ahí mimos. Cruce el puente y la primera casa que vea enfrente, esa es. ¡Ya verá que personas más buenas la familia entera! Me alegro que sea sus amigos  y me alegro que venga por aquí con un proyecto tan original. Aunque no lo conozco, le deseo toda la suerte del mundo y de corazón, que su libro salga bonito. Ya lo leeremos cuando se venda por estos lugares.

 

Despides al hombre que toma el sol y sigues. Nada más avanzar un poco de frente, lo primero que te saluda es la corriente del río que cae saltando acequias, aplastado por entre los hortales y las nogueras. Más al frente te quedan las blancas casa recostadas sobre la ladera y un poco a la derecha ves bajar el barranco. No es el mismo que trae el río y esta es una de tus primeras sorpresas. Resulta que el pueblo que vienes a visitar no lo encuentras como tu creéis que era. No se alza junto al río, aunque sí, sino en la ladera que se recoge entre las tierras de un puntalillo enmarcado a un lado por el río y a otro, por el cauce de un arroyo. Primera sorpresa tuya y ello te sirve para decirte a ti mismo que a partir de ahora esto es lo que te va a suceder. Vas a comenzar a saltar de sorpresa en sorpresa para así, como tantas otras veces, una vez más descubrir que la realidad de estos rincones es muy diferente a la imagen que en tu mente tienes.

 

Remontas la rampa de las barandas pintadas en verde, vuelcas un poco y ves la fuente pegada a la pared. Un pequeño pilar de cemento donde cae un chorrillo de agua que sale por un grifo y justo en el rincón y la esquina. A la izquierda te queda el puente y al frente, el surco del arroyo que baja. En cuanto te apeas del coche descubres que por el arroyo corre bastante agua y también descubres que el pueblo, las sencillas, blancas y bonitas casas recogidas en este silencioso rincón, está solidario. Ni una persona se ve por las calles. 

 

El encuentro   ir al índice

Miras despacio y la primera casa que ves, te dices que es la suya. La puerta está abierta, aunque con la cortina cubriéndola. Cruzas el puente, te acercas, descorres la cortina y al mirar hacia dentro, los ves sentados en la mesa camilla. Son cuatro: la amiga, la hija, su madre y el padre. Al verte se alegran, te piden que entres, los saludas, te piden que te sientes y al rato, ya estáis organizando la salida por las calles del pueblo. En un principio es el padre el que te acompaña pero sucede que nada más salir a la calle, te acuerdas que también ellas pueden venirse.

- ¿Y qué vamos a hacer nosotras?

- Nos dais compañía y si llega el caso, habláis de aquellas cosas que vayan saliendo.

Les dices. Se animan y en unos segundos ya andáis por las calles con un rumbo fijo: se trata de ir al nacimiento del río Segura. Crees que para empezar esta puede ser una bonita ruta y por supuesto, también crees que puedes encontrar cosas interesantes. 

- Pues padre, cuéntele usted aquello de la vaca que reventó.

Expone  la hija nada más empezar a moveros por la calle. Al oírla, preguntas:

- ¿Qué fue lo de la vaca?

El padre te mira y dice:

- Un hecho positivo: había unos huertos ahí con alfalfa y esta planta es muy mala cuando está mojá. Entonces vino el señor, le dio careo a las vacas y una comió tanto que reventó. Cayó precisamente ahí en la misma calle. La desollaron y ahí mismo acudió la gente a comprarle la carne al vecino para ayudarle a fin de que no fuera tan grande la pérdida para el pobre hombre. Esto puede servir para ver el apoyo que las personas de por aquí  siempre se han prestado entre sí. 

 

Ya estáis en la puerta de la casa. Y como el arroyo que corre por la puerta te tiene intrigado, le preguntas.

- El Canalón es como se llama este puente que estamos viendo aquí mismo.

- ¿Y el arroyo?

- Esto es la Rambla que baja de Majá la Caña.  Por debajo de este puente, otras veces y de esto hace ya mucho, pasaban las caballerías. Quiero decir que entonces no existía este puente. Las caballerías pasaban por la corriente y para que las personas pudiera cruzar, se valían de dos vigas de madera que iban de un lado a otro. En aquella época, que como te decía fue hace mucho, vino una crecida y se llevó todas las vigas y parte de los pisos estos bajos.

 

Allí enfrente, crecía una noguera tan grande como esta que vemos aquí. Tuvieron que arrancarla para que si algún día bajaba otra avenida grande como aquella, no creara problemas en el barrio. Fue por aquellas fechas cuando hicieron los muros estos que  encauzan el agua del arroyo que tenemos ahora mismo delante.

Comenzáis a bajar, ya con la ruta clara y como desconoces hasta los nombres de las calles, le preguntas:

- La que recorremos ¿Cómo se llama?

- Esta calle es ahora mismo la venida de Andalucía. Antes tuvo el nombre de Calvo Sotelo.  Esta casa que estamos rozando fue en otros tiempos, un grupo escolar.

Miras y descubres que es la casa contigua a la que vive  la hija.

- ¿Te acuerdas quienes fueron los propietarios?

- Todo esto era de mi abuela. Todo el barrio entero.

- ¿Y qué pasó?

- Que como fueron siete hijos, cada uno se llevó un trozo.

 

       Giráis un poco y al fondo, hacia donde corre y se siente el río, se ve otra calle.

- Esa se llama El Pajarete. Podemos salir por aquí.

- Y la que subimos ahora ¿qué nombre tiene?

- De siempre por aquí  la hemos conocido por la calle de la Escuela.

- ¿De dónde le viene eso nombre?

- Es que aquí hubo otra escuela.  Seguramente todavía estarán ahí dentro los pupitres aquellos de madera con sus agujeros para meter los tinteros.  Me acuerdo yo que aquellos tinteros parecían de china.

A la derecha os queda la calle Alta. Subís una cuesta con el firme de cemento y te das cuenta que como está muy pendiente, le han trazado unos escalones.

- Esto no son escalones. Nosotros le llamamos estrías y su finalidad es para que las caballerías tanto al subir como al bajar, no resbalen.  Esta calle antes se llamaba del Médico. Lo que pasa es que ahora han cambiado todos los nombres. No sé por qué será.

- ¿Por qué antes se llamada de esa manera?

- Es que aquí vivía un médico que era hijo del pueblo.

 

Os paráis y al volveros para atrás, al frente se ve el monte que queda al otro lado del río, por donde más lejos y detrás, adivinas Cañá Manzano.

- ¿Cómo se llama ese monte?

- De siempre nosotros lo hemos llamado con el nombre del Castellón.

Miras despacio y ves que por ahí se alza una tiná para las ovejas. La calle gira y al salir a la otra, una especie de rampa al lado izquierdo y como de barandilla, rocas recogidas en las montañas y clavadas en el cemento. Unas rocas llenas de agujeros y picos tallados por  las lluvias y la nieve. Unas figuras muy curiosas y al mismo tiempo bonitas.

- Pues no te asombres por tampoco cosa porque ya verás que mi pueblo, todo entero y sus alrededor, es una pura fantasía.

Te dice  la hija.

- La que recorremos ahora es la calle de las Cuatro Esquinas. Como puedes observar, baja hasta donde se junta del río con el arroyo de Majá la Caña. 

 

La miras despacio y te das cuenta que es una calle muy curiosa. Un balcón a la derecha, enfrente como una repisa de cemento. Al fondo la Tina de los Robles o de Isidro Cuadros en todo lo alto de las rocas, según te dice el padre.

- ¿Por detrás queda Majá la Caña?

- Un poco más a la izquierda.

Te vuelves otra vez para mirar la calle por donde subís y ves que  la hija y su amiga, que van delante, se acaban de sentar frente a vosotros en una pared que le ha quedado muy a mano.

- Esto no es una pared sino una acequia. Un canal que le entra a un molino que había ahí más abajo. Todavía está de pie y nosotros le decíamos el Molino del tío Pascual. La acequia o canal, viene de allí, por donde ahora nos vamos a asomar, porque allí había otro molino. 

 

No dejas de mirar, todo extrañado y algo perdido. Descubres que ya subís por el río. A la derecha os queda la corriente del agua al fondo por donde salta llenando de música el barranco y las casas que por el barranco se alzan. En primer plano, desde donde ahora ya miráis, se levanta la figura de un enano arbolito cargado de flores blancas.  Hasta vosotros llega el olor a miel que sus ramilletes desprenden. Cercan se alzan las figuras de cinco o seis chopos. No tienen hojas porque todavía estamos en invierno pero sólo su esbelta  y larga silueta, recostada sobre el azul intenso del cielo que esta tarde arropa el rincón, llena de belleza el momento.

- ¿De quién son?

Preguntas a tu amigo.

- Son de unos vecinos que le llaman Pedro.

- Y aquí tenemos un pilar que sirve para que laven las mujeres.

Te dice ahora  la hija arrancándose ya un poco a contarte cosas de su pueblo. Miras hacia el fondo que es hacia donde ella te indica y ves el rincón. Queda al fondo, junto al mismo cauce del río y ya cerca de donde se encuentran las tierras de la huertas. Es bonito, muy bonito el puñado de tierra recogido entre el río, las casas de la aldea y los cortes rocosos de la cuerda al otro lado.

- ¿Qué nombre tiene ese tan bonito rincón?

- Eso es el centro donde ahora han hecho un hogar para los jubilados. Lo que se ve por el lado de arriba y pegado al río, es lo que antes te decía: un pilar donde, en aquellos tiempos,  iban a lavar todas las mujeres del pueblo. Luego, a la vuelta, pasaremos por allí y lo verás con más detalle y despacio.

Te aclara  la hija.

- El lavadero podría ser eso ¿verdad?

- Es que así es como nosotros lo hemos llamado siempre.

 

A la derecha os va quedando una fila de casas que van formando una calle pegando al río.

- Es que esta es la calla Alta.

- Y es grande por lo que estoy descubriendo.

- ¿A qué te refieres?

- Me refiero al pueblo que ahora mismo empezamos a tener bajo nuestros pies. Lo estoy viendo por primera vez y me doy cuenta que es mucho más grande de lo que hasta hoy había creído.

A la izquierda, otra casa abierta. La pared de la canal que os sigue acompañando y otra calle más. Esta se llama Picasso y eso lo sabes porque lo puedes leer en la placa que han puesto sobre la pared. Giráis un poco hacia la derecha despegandoos del río. A la  izquierda un bonito rincón lleno de chopos y nogales y más a la izquierda la casa de Carrucha. Una cuestecilla que sube llena de estrías y las paredes de rocas que vais dejando atrás, llenas de pequeñas plantas rupícolas. La calle sigue girando a la derecha sin dejar de remontar. Vais dirección al barranco del arroyo de Majá la Caña. Es bonito el rincón que empezáis a pisar y la vista que desde él se ve. Al fondo os queda el picón de la Piedra Horadada y el magnífico barranco por donde se va el río.

 

Otra calle más y esta se llama de los Huertos. Si miráis para atrás viereis un grupo de casas talladas en la roca por donde se adivina, corre el río.

-¡Ay que ver! ¿Verdad?

- Desde allí, desde el Collado, se ve todo perfectamente.

Te aclara. La calle sigue remontando, dando una curva más y pregunta si por aquí se acaban ya las casas de esta aldea tan bonita.

- Ahora vamos a llegar al grupo escolar y este es el actual. El nuevo de estos tiempos. Nos vamos a asomar al barranco y ya verás que visión.

Lo que remontáis es la parte alta entre el arroyo de Majá las Cañas y el río Segura. Ya pisáis el rellano y desaparecen las casas. Al frente, mirando hacia Majá las Cañas, la cumbre de un precioso monte.  Le preguntas y te dice que:

- Aquello se llama la Muela del Artuñio. Esto que pisamos ahora mismo, es mío.

Miras despacio y lo que tienes ahora mismo ante ti es la pared de una tinada, una nave y algunos huertos.  La hija y la amiga se han parado frente a la pared y se asoman al corral donde cacarean las gallinas.

- ¿También son tuyas?

- Las gallinas también son mías y algunas cabras que todavía tengo. Las ovejas las vendí ya hace  tiempo.

El gallo se ha asustado y forma una escandalera de mil demonios.

 

- Toda esta propiedad, de siempre nosotros le hemos llamado la Era del Ecino. Me refiero a este reducido trozo de tierra que pisamos ahora mismo. El rincón de arriba, pegado al arroyo, le llamamos el Corralón y frente nos queda el Covacho Paulino.

Por las espaldas baja una mujer mayor con unos cubos en la mano. La saludáis y enseguida os dice que su nombre es  Angeles. Te crees que viene de blanquear por la cal que se ves en el cubo y te equivocas. Enseguida ella te dice que viene de hacer cosas en su cochera.  Os mira un poco extrañada, saluda a la hija y como no os conoce, sigue bajando. Tu amigo, la despide diciendo:

- Luego vas a salir en televisión.

Ella se ríe y continúa con su lento caminar.

 

La presencia del pasado  ir al índice

Tienes el presentimiento que por la corriente de río que a la izquierda os queda cerca, se esconden aquellas señales que remiten al pasado y engarzan el presente para cimentarlo. Ni sabes lo que puede ser ni tienes idea en qué punto concreto se encuentran estas señales pero un presentimiento interno te dicen que están ahí. Quizá acariciadas por la limpia corriente que no deja de caer y esperando que alguien llegue y las toque. Porque ellas gritan desde su silencio diciendo que son las señas de identidad más pura de estas tierras y la gente que las poblaron y siguen en ellas. Quisieras hablar de este tema con tu amigo pero no lo haces. Ni te encuentras seguro ni sabes cómo presentarlo para que sea tangible y se pueda comprender. APuede que cuando ahora, dentro de un rato nos aproximemos a la corriente, encuentre la manera de sacarlas a la luz@. Te dices y sigues en tu silencio hondamente lleno por dentro.

 

Estáis pisando la puerta de la escuela. Y como ya, con este edificio que tenéis antes vosotros, es el tercero que has visto esta tarde y que tiene que ver con escuela y con niños, le preguntas a tu amigo:

- ¿Este se usa ahora?

- Pero solamente con cuatro niños.

 la hija y su amiga que van delante, abren la puerta que da entrada al patio. Se asoma por las cristaleras de las ventanas que miran al patio y mientras observan el interior va diciendo:

- Se ven dos puertas que son los servicios de las niñas y de los niños. Un tablón con un mapa de España. Hasta se pueden contar los niños que hay: uno, dos, tres... seis niños son los que acuden a esta escuela y eso lo digo porque estoy viendo los pupitres.

El sol de la tarde que cae, le da de lleno y aunque el edificio está solitario, se adivina la algarabía de los niños corriendo cuando salen a su recreo.

 

Por el lado que le entra el sol y da a la parte más alta de la montaña, tiene el patio que es al mismo tiempo un limitado campo de portes. Al otro lado de la alambrada que cerca el recinto escolar, ya no hay casas. Todo puro campo lleno de rocas repletas de tomillo, surcadas de una brisa templada que se pasea por la tarde, coronado por el azul brillante del cielo limpio que hoy se abre sobre estas sierras y arropado de silencio.

- ¿Que nombre tiene ese campo que se escapa hacia arriba y la tarde que se va?

Le preguntas.

- El nombre que nosotros le conocemos a esa ladera que sube y el monte que lo corona,  siempre ha sido la Monja el Fraile. Eso ya lo decimos así: AOyes, ve a la Monja el Fraile@   Y nosotros nos entendemos.

Te quedas mirando como si quisieras encontrar una explicación a tan curioso nombre y lo único que se te viene a la mente es los muchos rincones dentro de este Parque Natural que también llevan este nombre. Pero aunque son nombres iguales, todos ellos hablan de Monja o de Fraile, por separado. Y casi todos se refieren a gruesas columnas de rocas clavadas en las cumbres de las montañas y en las laderas con la figura mas o menos parecida a la de un fraile.

 

- Y tu propiedad en este rincón ¿cual es exactamente?

Le preguntas.

- Todo esto es mío todo. To esa nava hasta aquella y pa=riba hasta el mojón aquel que se ve, toda esta entrada es mía.

Miras a  la hija y le dices que es una gran propietaria y a estas palabras el padre responde:

- Lo que pasa es que esto quisimos darlo de alta para ver si se podían hacer pisos aquí.

- ¿Y qué pasó?

- Pues que decía el alcalde que esto valía mucho darlo de alta.

- Y lo de la escuela ¿cómo fue?

- En tierras de mi propiedad se construyó. Ahora es cuando puede decir el Ayuntamiento que tiene escuela. Al principio tuvimos un poco de debate, porque como las tierras eran mías y no aparecían las escrituras por ningún sitio, fue complicado hasta que se aclaró. Las cosas que hemos estado diciendo antes de los pueblos. Había algunos por ahí que decían que esto no era de nadie, que no tenía escrituras y todo eso. Así que el Ayuntamiento ya se encontró apalancao, fue y buscó las escrituras en el registro de la propiedad y se las encontró. Mientras tanto la obra estuvo parada dos años. Al final, a mí me dieron alrededor de cuarenta mil duros por cuatrocientos sesenta y ocho metros de tierra. Eso no fue nada. Pero yo creo que a ellos les costó mucho más. Creo que tuvo que traer unos ingenieros técnicos para que vieran el terreno y lo aforaran y parece que les costó más de noventa mil pesetas.

    

Ya os vais retirando del rincón de la escuela caminando ahora por tierra llana, hacia el lado izquierdo que es por donde corre el río. A la izquierda y pegado a la senda que lleváis, una casa forrada de chapa.

- ¿Qué es?

- Es la casa de Guerrero. La tienen cubierta de chapa para que ni la nieve ni la lluvia rompan la pared de bloques con que está construida.

Al mirar descubres que este es un buen sitio para sacar una foto bonita. Llamas a  la hija y a su amiga se lo pides. Se paran ellas, vuelvan para atrás y frente al sol de la tarde que tras las cumbres peladas de rocas blancas, se oculta, se ponen. El fondo es un gran manto de cielo azul profundo que se alza desde los grandes barrancos del río Segura y sube cubriendo todo el pueblo y las llanuras que hacia las partes altas se alargan.  Más al fondo y cerca de vosotros, los tejados de las casas con sus tejas rojas y las paredes color piedra oro. Detrás, a tres metros de ellas, se alzan los almendros cargados de ramilletes de florecillas rosadas y la noguera chica. Un cuadro sencillo pero cargado de belleza tranquila y algo mágica. Te preparas, encuadras y recoges el momento para que se conserve hasta el final de los tiempos. Es lo que grita tan delicada imagen y en el fondo también tú deseas.

 

Miras al río y como el agua baja espléndida, toda ancha y llenando de música blanca tanto la tarde como el barranco por donde se quiebra, a tu mente acude el otro recuerdo. Lo viste un día, no sabes dónde y cómo y era puro como el viento amigo que acaricia estos rincones. Al encontrarte con ellos lo primero que te dijeron es lo de este río.

- ¿Qué cosa es la de este río?

Le preguntaste.

- El paseo en forma de ruta que desde las casas finales del pueblo sube por el valle del paraíso bello.

- ¿Y qué cosa ese valle del paraíso con su paseo de ensueño?

- Pues precisamente eso: el paseo de ensueño que sube por el río, rozando las aguas y acariciando el perfume que mana de los tomillos pequeños.

- ¿Pero por dónde va ese tan delicado paseo?

- Ya le hemos dicho que sube rozando el río y lo que tiene de original es precisamente el agua que desciende por esa corriente tan limpia que parece viento.

 

Usted la mira, mientras sube lento por el camino de tierra y en todo momento va sintiendo la sensación de un juego de espejos líquidos mezclados con viento, la luz fina que rebota en las rocas y el verde pradera de la hierba que por las riberas se mece.

- Pues según me lo pintas, ese paseo o ruta que lleva al nacimiento, podría se el espejo del río Segura en los rincones de su cuna chica.

- Eso es lo que queríamos decirle pero con otras palabras y más rotundamente.  Es como un reflejo de muchas luces transparentes donde se mecen las rocas de las orillas y las hojas de los álamos y aunque es espejo y al mismo tiempo viento, no es nada de eso ni tampoco agua que se quiebre según desciendo por entre la arena fina y los álamos esbeltos.  El espacio que ocupa el río al pasar por aquí y la pista de tierra subiendo por su borde, es como un edén alargado que surge desde el suave terciopelo del espíritu y se pierde un poco más arriba entre la ternura del alma que descansa en la hierba del recodo silencioso. ¿Lo entiendes?

- Quiero entenderlo pero me quedo sólo en la intuición.

- De todos modos es igual. Usted quédese sólo con una realidad sencilla.

- ¿Y cual es esa cosa sencilla?

- Que este recodo del río no es tal cosa sino el paseo chico del espejo. Las aguas del río recién nacido, el viento, el silencio de la tarde y las rocas asomadas, eso es lo que gritan. El paseo del espejo, es como debería llamarse para que la gente lo comprenda un poco.

- Si fuera así y debería serlo por lo que encierra, según me cuentas, el nombre que me dices, le cuadraría bien a este rincón no para que las personas lo comprendieran un poco, sino para que unos y otros dieran gracias al Padre eterno por una maravilla como esta. Sería como tener aquí mismo y al alcance de la mano el mejor bálsamo para deleitar el alma y de la manera más sencilla y en silencio.

 

Luego aquella tarde seguiste preguntando, porque aún querías ahondar un poco en el tan recogido secreto del río Segura en esta curva leve de las rocas y las huertas y ellos te dijeron que:

- Lo de los patos nadando por estas corriente azules también fue real.   

- ¿Y cómo de real?

- Contártelo casi te puede parecer un sueño por el contraste entre lo que ahora mismo se ve por aquí y lo que en mi mente tengo de aquellos tiempos pero te repito que fue  cierto.

- Dame sólo dos pinceladas a ver si lo entiendo.

- Fue tan normal como sencillo es en esta  tarde el paso del viento que nos roza. Los patos, en bandadas de cinco, diez y hasta veinte, subían desde los barrancos. Al caer las tardes se les veía surcando el espacio cielo arriba desde lo más hondo y luego aterrizar por los charcos de la curva del  río.  Se les sentía graznar y chapotear en el agua y de vez en cuando se le volvía a ver remontando el vuelo para acercarse más a donde brota el gran venero. Yo vi el nido de muchos de ellos escondido entre la hierba y el pasto de las orillas de la corriente y luego vi como gracioso nadaban en cuanto salían del cascarón.

- ¿Y no les temían a los humanos que por aquí trajinaban?

- Eso era otra cosa: a unos y otros se les veían yendo por la corriente de las aguas cada uno ocupado en sus cosas y hasta parecían que mutuamente se necesitaban. Alguna vez ellos se asustaban pero nunca tenían que abandonar la orilla del río. Los patos, en aquellos tiempos, eran como una  necesidad palpable fundidos con la corriente y el rincón. Quiero decir que el río no hubiera sido lo que era sin aquellas aves silvestres que tan fundidas y parte, eran del paisaje de estos mágicos espacios.

 

- Según lo que ahora estoy oyendo de ti caigo en la cuenta que es verdad aquello de que el tiempo rompe y borra muchas cosas pero esto de los patos, su vuelo de viento claro y su chapoteo por los charcos remansados de este río, nunca debería haber desaparecido. No lo veo pero me imagino lo hermoso que en estos días sería ese juego de patos silvestres revoloteando por el rincón.  Pero en fin, ahora que estamos moviéndonos por aquellas tardes lejanas tan cerca en estos momentos y tan repletas todavía de las realidades más hermosas, quería preguntarte otra cosa.

- ¿Qué es lo que querías preguntarme?

- Aquello de los árboles milenarios y en particular los avellanos por la orilla de este río. ¿Qué sabes tú?

- Sé que fue cierto.

- ¿Qué es lo que fue cierto?

- Los árboles crecían por las laderas de estos montes y eran grandes como bosques enteros. Sus troncos retorcidos se curvaban hacia los barrancos y sus ramas espesas se movía empujadas por el viento y aquello parecía un mar de sombras meciéndose con la solemnidad de lo que no tiene fin.

- ¿Y los animales?

- Todos eran silvestres y llenaban los bosques de las laderas y las llanuras, donde dormían a lo largo del día para, al caer la tarde, salir a los rasos y orillas de los ríos, a pastar y beber. Abundantes eran los animales y de todas clases pero sobre todo aves y cabras monteses. También los peces. Lo sabes mejor que nadie y todavía lo saben los que por estos días pueblan las tierras aquellas: las aguas claras que corren por este río siempre estuvieron repletas tanto de truchas como de otra clase de seres vivos. Los peces por aquí fueron tan abundantes como los árboles de los bosques y eso era maravilloso.

- ¿Y lo de los avellanos?

- Fueron los árboles más bonitos que por las riveras de este río, crecieron.  Lo llenaban todo. Desde las laderas umbrosas, cubiertas por las sombras y el musgo hasta las mismas orillas de las aguas de este río. Por aquí mismo, los fresnos, los robles y las encinas, se apiñaban contra los avellanos y aquello era un gozo supremo cuando los frutos estaban maduros. Las ramas se doblaban empujadas por el peso y luego las bellotas y las avellanas se abrían al sol doradas como la miel más pura.

 

En pocos días, cuando aquellas avellanas resbalaban de los tallos maduras y repletas de sabores, el suelo se llenaba de frutos, las oscuridades de las sombras se poblaban de pequeños animalitos y los aires se saturaban de aves ligeras. Unos y otros y también los humanos, acudían en busca del festín generoso que el bosque derramaba y aquello era un placer verlo y tocarlo.

- Pero los avellanos, ¿dónde estaban?

- Ya te he dicho que principalmente ellos llenaban la orilla de este río. Clavados en la tierra fértil que junto a las corrientes se amontonan, crecían robustos y espesos y otros por las laderas del cerro que sube. Sus largos tallos cimbreantes, sobresalían por entre la espesura del bosque y algunos eran tan viejos, que tenían troncos parecidos a los de los robles.  Estiraban las ramas hacia el barranco y su sombra cubrían medio mundo.

 

Penetrando en el rincón   ir al índice

Al oír lo que has oído, sientes como si aquel pasado todavía estuviera presente por el rincón a pesar de los años. Sientes que muchos de los rumores, sombras y luces que ahora mismo se proyectan por entras las piedras blancas que desde las cumbres caen hacia lo hondo del valle, fueran aquellas mismos impregnadas de aquella esencia del pasado, todo presente de estos días y cuajadas con de secretos y gozo a punto de florecer en los días que están a punto de llegar. En compañía de tu amigo, su hija  y la amiga, seguís la ruta que esta tarde habéis trazado rumbo al palpitar de la fuente y el misterio de día que cae y al pasar por el sitio, miras y ves:

 

A la derecha te queda el depósito del agua.

- ¿Es sólo para abastecer a Pontón Alto?

Le preguntas a tu amigo.

- Es el mismo para los dos pueblos pero que esto se llama Pontón Alto. 

Camináis por un rellano que al mismo tiempo que sube en la dirección en que se encuentra el nacimiento del río, corona la cuesta que habéis recorrido. Uno de los viejos molinos os queda a la izquierda, algo metido en lo hondo cerca de la primera gran curva que traza el río.

- Si queréis podemos acercarnos a verlo y así dejamos que mi amiga beba agua.

Os pide  la hija.

- Sí, vamos a verlo.

Le dices enseguida porque en el fondo esto es lo que quieres. Para esto has venido hoy por aquí.

- ¿Dónde se encuentra el molino?

- Llegamos a él siguiendo una de estas viejas y estrechas calles.

Miras y como el rincón te parece además de bonito, emocionante, les dices:

- No importa perder todo el tiempo que sea necesario porque lo que pretendo es empaparme del latido de cuanto por aquí respira. ¿Se puede subir luego por ahí para arriba?

- Sin problema ninguno.

Responde enseguida el padre al tiempo que te informa de la casa que os va quedando a la izquierda.

 

- Es la casa de la Pitusa que se encuentra en el Collado de los Huertos.

- ¿Cuál es ese collado?

- Este que vamos pisando ahora mismo.

Y el río que se ve al fondo, alargado y bajando lleno de aguas limpias y escoltado por las paredes de las rocas al otro lado. Justo en su orilla crecen los álamos y por entre ellos, las tierras llanas de las huertas.  Vuelves a preguntar y tu amigo insiste que todo el rincón de las huertas y el morro del cerro que habéis coronado, llama el Collado de los Huertos. Que algo más arriba hay un sitio que le dicen la Huerta Larga. Aquí en este lado, otro rincón que tiene por nombre el Corralón.

- En fin, que a lo mejor en ese mismo trozo hay dos o tres nombres.

Estáis mirando y de pronto, por una senda estrecha que remonta desde el río, ves a un hombre avanzar cuesta arriba. Sube lento porque ya es mayor y al veros se retiene un poco. Trae acuesta un excavillo y una cesta en la otra mano. Os paráis frente a él esperando a que se acerque.

- Espera que llegue para saludarlo.

- Lo vamos a esperar, sí.

Y en cuanto se acerca le preguntas por el nombre.

 

- Pues yo me llamo Isidro.

- ¿Y de dónde vienes tan solo?

- Pues de cavar unos Aajuchos@ que tengo.

- ¿Habrá buena cosecha este año?

- Ya veremos a ver la primavera como viene. Hasta ahora Apaece@ que no viene muy buena. Como no llueva, las tierras se van a secar.

- Pero con el agua que corre ahora mismo por el río,  no tendrás problemas.

- Para regar si hay agua pero el campo necesita lluvia para que no se seque la hierba que es lo que da vida a las ovejas.

Caes en la cuenta que precisamente estás en la tierra de las ovejas. Ellos necesitan del campo para que su ganado tenga vida, la principal fuente de riqueza en la zona.

- ¿Y qué otra cosa siembras en el huerto?

- Pues patatas, habichuelas, tomates... en fin, lo que le paece a uno.

- Algo ayudará en la economía de la casa.

- Así es como siempre hemos vivido.

 

Tu amigo lo sigue mirando y ahora le pregunta:

- ¿No has ido todavía a la revisión?

- Dentro de unos días me voy.

Al oírlo le preguntas:

- ¿Que te pasa?

- Pues ahí el estómago y la angina de pecho que tengo.

- Pues la cuesta que vienes subiendo no es buena para eso.

- Tengo que subirla despacio.

Lo despedís y seguís vuestra ruta. Subís a un rellano pequeño y ya por aquí no hay casas. Algunas cocheras.

- El APiadao@, le decimos nosotros y esto es porque a la madre le decían Piadá.

Por detrás de la cochera os vais y empezáis a caer hacia el río siguiendo una leve senda tallada en la roca. Tu amigo piensa que vas a irte recto hacia el río y al mirar te dice:

- Por ahí no podemos tirar.

Y es porque de frente lo que os sale al paso es un pequeño corte rocoso.

- Tenemos que dar la vuelta para ir al molino del tío AJarcinto@.

Lo sigues y mientras avanzáis por la estrecha senda tallada en las rocas vivas, vas gozando de la visión que destaca al fondo. El río surcando la tierra, una gran chopera que destaca potente surgiendo del barranco. Las rocas al otro lado, caen en picado tajando la muralla.

 

A tu mente acude la imagen de los niños cuando aquel día iban por aquí. Los viste montados en su mulo y eran tres. El mayor ocupaba la parte primera en el lomo del mulo y llevaba en sus manos el cabestro. Descendía cómodamente por la senda y conforme se aproximaban a la corriente los pequeños les decían:

- En cualquier descuido de estos resbalamos y caemos al suelo.

- No tened miedo que yo llevo firme las riendas de este mulo.

- Pero como el mulo tropieza, ya verás a donde vamos a ir todos nosotros.

- El mulo no tropezará porque es un buen animal y ya nos conoce. El se siente orgulloso de llevarnos en su lomo.

- Y cuando lleguemos a la corriente ¿Cómo nos la vamos a arreglar?

- Este mulo también es valiente.  Ya conoce esta corriente por las muchas veces que por aquí ha pasado. Viereis como en cuanto llegue, ni se para. Tal como va en este caminar seguro, se meterá por las aguas y antes de que nos demos cuenta estará en el otro lado.

- Ojalá sea así, porque  fíjate lo crecida que hoy va esta corriente.  Si el mulo no quiere pasarla ¿dime  como nos las vamos a arreglar nosotros?

- El mulo la pasará y como otras tantas veces, nos llevará hasta donde tenemos que ir sin problemas de ninguna clase.

 

Esto iban ellos comentando mientras se acercaban a la corriente del río como también tú lo haces ahora. Aquel día, tal como decía el hermano mayor, ellos pasaron al otro lado sin percance de ningún tipo y como aquel día y la tarde, era tan bella en medio de este rumor de aguas que corren, lo recuerdas  ahora con el gusto de la añoranza y la belleza. Y, además, mientras os vais acercando al molino, a tu mente acude otro recuerdo.

 

Es ahora el de tus amigos de Úbeda, Mariana y su marido Luis. Ellas es hija de pastores que viven en la aldea de los Teatinos y desde que se casó hace ya casi dos años, anda con la ilusión de encontrar un buen trabajo. Por fin un día se vino a Úbeda y como no puede olvidar las tierras de donde procede, le da vueltas a la idea. En más de una ocasión ha pensado comprarse algunas casas de estas viejas que ahora se caen por aquí y después de acondicionarla, dedicarla a lo que ahora llaman turismo rural. Ellos lo comentan contigo y otros amigos que tienen precisamente de este pueblo y unos y otros pensáis que  el proyecto puede ser bueno.

- En los próximos años, es seguro que aumente mucho el turismo por estas sierras. Los que se preparen y sepan montar las cosas pensando en esos próximos años, pueden encontrarse con resultados buenos.

- Eso es lo que me dice mi amigo. El quiere comprarse algunas casas y luego trazar rutas para así aprovechar, igual que otros muchos, aquellas cosas buenas que traiga el turismo.

 

Le dices que sí, que puede ser una gran realidad este sueño y al mismo tiempo piensas en estas sierras. Lo que unos y otros están liando por aquí con el dichoso turismo. Mapas por un lado, libros por otro, casas rurales, rutas en caballo, bicicleta y todo terreno, rutas a pie a los rincones más apartados, restaurantes, hoteles, coches y más gente.  Todo el mundo quiere sacar dinero de estas sierras y de los turistas que a ellas acuden. Todo el mundo tiene proyectos y todo el mundo sueña en futuros deliciosos. Por eso, ahora una vez más, recuerdas que es lo que hace ya años empezó a germinar y todavía no ha parado. Todavía no se han encontrado ni los modos adecuados ni la manera más certera, en bien de la naturaleza y de los turistas, para realizar los proyectos adecuados y justos.

 

Vais ahora por una pequeña calle encementada sin dejar de bajar rumbo al molino que  la hija te quiere enseñar. Si miras hacia la izquierda, se ve el pueblo completo. Ya estáis muy remontados y casi fuera de las casas. Se ve el río y algo más abajo, la junta de los dos cauces. La del río y la del arroyo que baja por aquel lado de la casa de tu amigo. Otra calle más os sale al paso y de nuevo exclamas:

- ¡Qué bonito es esto! No lo creéis pero por lo que estoy descubriendo, es tan grande como Pontón Bajo.

- Es más grande.

Y ahora caes en la cuenta que las casas empiezan justo donde el río brota. Junto a lo que por aquí llaman ALa Fuente@, es donde principian las casas de este esturreado pueblo. Fuente Segura de Arriba, se llaman las primeras. Las que siguen Fuente Segura de Enmedio y las otras Fuente Segura de Abajo. Luego continua con estas casas de Pontón Alto y ya más adelanta, Pontón Bajo. Un sólo núcleo de población muy desparramando junto a las aguas de los primeros metros de este río. ¿Por qué salió este bello pueblo con esta configuración y no con otra?

 

Tienes claro que ellos se fueron acomodando lo más cerca posible de la corriente del río y allí donde existía un trozo de tierra bueno para cultivar. Y como todo surgió en tiempos tan remotos, ni siquiera pensaban en otra cosa que no fuera construirse la vivienda y labrar un trocillo de tierra. Conforme pasaron los años, los que iban llegando o naciendo, seguían levantando casas sin otro fin que poder cobijarse el algún rincón para guarecerse tanto de las nieves, el frío y las lluvias como de los días calurosos en verano. El pueblo, todas las casas que por este rincón se concentran junto a la corriente, salió así y es ahora cuando ya los humanos sienten la necesidad de ordenar y clasificar  las cosas. Pero queda claro que desde aquellos tiempos esto salió así y aunque hoy las casas se estiran y derraman por aquí y por allá, no cabría decir que lo de arriba tiene un nombre porque son unos y los de abajo tienen otro nombre porque son otros. El río, las riveras de tierra fértil, las nubes que coronan el cielo y las rocas blancas de las soledades de estos campos,  los une a todos en un sólo pueblo algo desparramado. Ellos lo vivieron así desde aquellos tiempos llamándose entre sí Ahermanos@ y todavía siguen sintiendo tal unión en lo más profundo de su ser.

 

Por la calle que ahora pisáis camino del viejo molino, otro rinconcillo te sale al paso. Otro precioso rincón recogido entre las últimas casas de pueblo y embellecido con una buena colección de piedras curiosas rebuscadas por los montes cercanos. Te asombras un poco más mientras dócil sigues a tu amigo. Se termina la calle y al frente ya te quedan las paredes del viejo molino. Pero en este momento lo que más te llama la atención es la casada que de pronto aparece ante ti. Salta al final de la curva que el río ha trazado y por detrás del molino. Te asombras al verla y así se lo manifiestas a tu amigo.

- ¿Te lo esperabas ton bonito?

- Ni por equivocación. ¿Cómo se llama tan asombrosa cascada?

- A esto nosotros siempre le hemos llamado el Chorreón.

Y al oír tal nombre, recuerdas que en las sierras de este Parque Natural has encontrado unos pocos rincones que se llaman igual que este. Quizá el principal de todos, el de tu amigo Angel Robles: el Molino del Chorreón en la cola que el Pantano del Tranco tiene cerca del pueblo de Hornos. Ya no existe porque lo derribaron cuando la construcción de tal pantano. Pero las ruinas y la caída de la casada del Chorreón siguen ahí, ahora ya abandonada y en silencio. Otro chorreón se da por el arroyo del Cerezuelo, en la Sierra de las Lagunillas. En el cauce del río Borosa, casi nadie sabe que también existe una caída que se llama el Chorreón y un cuarto, sabes que corren por las sierras de Segura, cerca de las tierras del pueblo de Miller. Al menos cinco o seis son los chorreones que  conoces aunque intuyes que son más y en muchos sitios de estas extensas sierras.

 

Este que tienes aquí delante ahora mismo, te llama la atención por lo impresionante y bonito además del rincón oscuro que lo acoge y la hondonada. Es una cascada precisa precedido de una vieja noguera justo donde el espigón de rocas se mete hacia el río obligando a éste a trazar una curva ampulosa. La primera gran curva del río Segura por lo pronunciada y cerrada al mismo tiempo. Le preguntas a tu amigo y te dice que:

- Yo no puedo recordar cuando nació este nogal por la sencilla razón de que cuando yo nací ya estaba lo mismo de grande que lo vemos ahora.

- ¿Quieres decir que tiene más de trescientos años?

- No sería eso ninguna cosa del otro mundo.

- ¿Desde cuando lo recuerdas?

- Ya te he dicho que desde siempre y lo mismo de grande y grueso que lo vemos ahora.

- ¿Y qué era lo que me decías que había al fondo de la calle a la derecha?

- Eso quería decirte: aquí se alzaba una construcción que le llamábamos la tiná de la hermana Barbina.

 

Miras y sigues observando lo mismo: tanto en el  nogal como las ruinas de la tiná están en el puntalillo que se mete hacia el río. Tanto te entusiasmas que en estos momentos te quieres meter hasta el centro de la misma cascada.

- ¡Que por ahí no tenemos salida!

Te indica tu amigo.

- Pero encuentro tan bonito todo lo que por aquí veo, que me entran  ganas de hacer una foto.

Se lo dices a  la hija y a su amiga y empezáis a iros hacia donde corre la cascada.

- Pues veniros porque este caminillo que llega hasta el mismo Chorreón.

Te dice tu amigo. Lo seguís y otra vez le preguntas por el nombre de los sitios. Te responde diciendo que esta senda se llama el caminillo que lleva a la misma puerta del Molino.

- El camino del Molino es su nombre.

 

Os acercáis a la construcción y como a pesar de tanto y tanto, sigues siendo un gran ignorante de mil cosas y muchas más por estas sierras, crees que la puerta de esta ruina es el molino. Te asombras de tanta y tanta belleza a pesar de la soledad y el abandono y entonces tu amigo te orienta diciendo:

- El molino está allá en lo hondo.

- Entonces esto que tocamos ¿qué es?

- Esta parte de aquí es la vivienda. Ven por aquí y verás.

Te conduce por la estrecha veredilla y te lleva a lo que él llama Ael Cáncamo@. Una reguera muy estrella, sin agua ahora mismo, por donde en aquellos tiempos del molino entraba la corriente.

- Ese agujero que se ve ahí al final es por donde caía en picado la corriente.  Como está en pendiente, tomaba fuerza y de ese modo movía las piezas que ponían en funcionamiento toda la maquinaria del molino.

 

Miras y ves el agujero y en él, unos hierros que lo atraviesan.

- Eso era para sujetar los palos o cualquier otra cosa que arrastrara el agua.

Ya estás viendo que hoy no corre agua por este abandonado canal. Hoy no entra el agua ni por el agujero de la rejilla ni tampoco mueve las piezas del molino que adivinas encerrado en el edificio que tienes delante.  Ha pasado el tiempo y al igual que otras muchas cosas en estas sierras, casas y tierras, se ha parado. Pero desde tu deseo de penetrar en la realidad de lo que ahora es puro silencio, te adentras por el agujero siguiendo la cascada del agua que cae y llegas hasta el corazón del viejo molino. Lo ves moviéndose al ritmo que el agua cae y también las poleas y las piedras. Los granos de trigo entran por un lado y salen por otro y la harina cae.

 

Vigilantes y atentos, ellos se mueven por entre las descoloridas máquinas y los que vienen de las tierras, descargan sus costales tanto de centeno como de trigo y cebada.

- ¿Cuándo me toca a mí?

Preguntan al molinero.

- Si te esperas un poco, lo molemos ahora para que te puedas llevar al menos un costal de harina.

- Es que mi mujer quiere amasar mañana.

Y los granos gordos que tienen el color de los rayos del sol cuando por las tardes se oculta tras las montañas de rocas blancas, son bañados por el agua limpia que baja por el río. Luego pasan a los otros costales, las piezas del molino que los transportan hasta donde serán machacados y la harina que brota. Todo sencillo, lento sin parar ni un instante y lleno de amor. Como un juego para llenar las horas de los largos días y al compás de la corriente que no se detiene. ¡Ay que ver qué cosas aquellas, ellos y sus trajines y aquí en este rincón tan grande!

 

Al tiempo que repartes tu interés en las instalaciones de este viejo molino no dejas de buscar curiosidades. Ahora te llama la atención el tapiz de musgo que cubre todas las rocas de la entrada del molino y el espigón entero que cae hacia la curva. En la misma puerta de la vivienda, descubres una fuente con su grifo y todo pero por donde no corre agua.  En la parte de abajo, donde debía caer el chorro cuando sale agua por el grifo, ves el agujero tallado en el cemento para encajar el cántaro mientras se llenaba. Lo mismo que viste aquel día en la vieja fuente de la desaparecida aldea de Bujariza.   la hija se te acerca y te dice:

- Como puedes comprobar, el molino se encuentra al final de un breve puntal que cae hacia el río. Porque el puntal es grande y además de pura roca, el cauce del río tiene que irse hacia aquel lado hasta encontrar un resquicio entre la pared de aquella cuerda y la tierra blanca de la rivera, para abrirse paso y seguir su rumbo. Eso está claro porque a la vista lo tenemos pero por el gran rodeo que el cauce da es por lo las aguas trazan la elegante curva del Chorreón o del Molino de Jacinto.

 

Fíjate si se concentra cosas en este punto. El espigón que cae y ya hemos dicho que es pura roca, el molino construido en esta pura roca para que sus cimientos queden firmes, las nogueras que aprovechan la poca tierra que entre las rocas se acumula y crecen robustas, con cara ya de milenarias, la cascada del Chorreón, la curva que en cuanto gira hacia el pueblo, como puedes ver, se convierte en torrente, el corralón de la pared rocosa al otro lado, el bosque de álamos y en lo poco que queda, las tierrecillas que los habitantes de este pueblo mío, labran desde hace siglos. Fíjate en tan poco cosa cuanto es lo que se concentra y al mismo tiempo tan lleno de vida y misterio. ¿Te das cuenta?

La miras y quieres decirle que intentas darte cuenta pero que te sucede como otras tantas veces: la realidad presente y tangible eclipsa levemente ese otro mundo, donde dentro del alma, las cosas adquieren la dimensión de lo trascendente.  Descubres que es grande y bello cuanto ante tus ojos tienes ahora mismo pero no lo sientes con la fuerza y claridad que quisieras. Quizá tenga que suceder como también tantas otras veces: será necesario la lejanía y con ella la añoranza, para así medio darte cuenta que aquí se concentra la vida en su estado más puro.

 

El molino y las violetas   ir al índice

Tu amigo se te acerca y en ese deseo de llenarte de las cosas sencillas de su tierra, te dice que algo más abajo está la era del tío Genaro. También te dice que por entre estas rocas, unas de las florecillas que más abundan, son las violetas.

- Pero no esa que llaman de Cazorla, sino la otra. ¿Sabes qué nombre es el suyo?

- Será la Violeta adorata, que quiere decir rojo morado. ¿La habéis usado vosotros alguna vez para curar enfermedades?

- Que yo recuerde, nunca. ¿Es que esa flor cura cosas?

- Yo sé que los antiguos la usaban como vomitiva. En un libro muy gordo que se llama Dioscorides se dice que: AEste vocablo purpúreo, significa unas veces el color roxo escuro, cual se ve en la sangre cuajada y en las piedras llamadas ematites. Y otras nos dan entender el morado. Tiene la violeta virtudes de mitigar los dolores que proceden de causa calientes. Provocan sueño, molifica el vientre, refrena la cólera, mitiga la sed, son útiles a todo género de inflamación, ablanda el pecho, adelgaza las asperezas de la garganta y administrada útilmente, el dolor del costado. Hácese un jarabe solutivo y muy excelente para las enfermedades del pecho con la novena infusión de las moradas violetas. Se usa también como sudorífica. Las hojas se consideran emolientes y la raíz tiene principios vomitivos a causa de su contenido en saponinas. A pequeñas dosis se da como expectorante@.           

- ¿Para todas estas cosas, según ese libro, sirven las violetas?

- Esto es lo que ahí se dice.

 

En estos momentos,  la hija se te acerca y te dice:

- Pues para que coste y se sepa, para lo único que yo he visto usar estas florecillas diminutas en este pueblo mío, es para decorar las casas y llenarlas de perfume.

- ¿Tú has visto eso?

- Lo he visto muchas veces porque cuando yo era todavía una niña, una cría pequeñuela que para lo único que servía era para jugar y pasármelo bien, mi madre me las cogía del campo. Hacía un ramico con ellas, me las ponía en un tarrico en mi casa para adornarla y para que el ambiente se llenara de perfume. A ella le gustaba esto mucho porque se sentía feliz viéndome a mí alegre con aquellas florecillas. Siempre me decía que su hija, que por supuesto era yo, se parecía a una de aquellas flores moradas. A¿Por qué dices eso, madre?@ Le preguntaba yo a lo que ella me respondía: AEs que no hay, en el mundo entero, una niña tan bonita, cariñosa y buena como tú. Estas florecillas son como un detalle de mi amor por ti ya que no puedo otra cosa@. A¿Y qué esa otra cosa quisieras?@  Le seguía preguntando a mi madre. Ella me respondía diciendo: APues lo que yo quisiera es poderte abrazar a todas horas hasta comerte enterica. Quisiera que fueras para siempre el mismo latido de mi corazón y la misma sangre que corre por mis venas@. A¿ Y eso por qué es, madre?@. APor lo que ya antes te he dicho: te veo tan delicadamente bonita y dulce que sólo comiéndote toda enterica me saciaría de ti para siempre@

 

       Luego mi madre seguía diciéndome cosas y más cosas, todas bonitas y grandes y claro: como yo era tan renacuaja, ni me enteraba de la importancia que aquellas palabras tenían. Pero de lo que sí me daba cuenta era que aquello me gustaba a mí. Me dejaba un sabor alegre y dulce por dentro que me tenía contenta y llena de felicidad todo el día. Así me crié yo: enredada  en un puro juego de amor y repartiendo a todo el mundo sonrisas y simpatía. ¡Qué cosas aquellas y qué madre la mía, con sus florecillas y las expresiones de cariño para con su niña del alma!

Al oír lo que has oído también  ahora exclamas:

- Desde luego qué cosas  tan bonitas y en este rincón lejano donde, hasta muchos piensan, que la vida es casi imposible. Que la vida es simple y vacía de fuerza que la trascienda.

 

Mientras por tus ojos han ido entrando los colores brillantes de las diminutas violetas escondidas y aplastadas por entre los huecos de las rocas, recorres el puntalillo que busca el río. El asombro te desborda y por eso no sabes ni dónde pararte ni a qué sensación agarrarte.  Te has quedado casi encerrado por la corriente que baja, rodea el puntal, vuelve y sigue bajando. Las nogueras te arropan y las rocas de la ladera de enfrente te aplastan. ¡Qué nogueras las que en este rincón crecen! Te vienes, desde el puntalillo, un poco para el lado izquierdo por donde se ha quedado tu amigo con la intención de enseñarte el lugar y al bajar de las rocas y cruzar la sombra de la noguera, te tropiezas con el rellano.

 

- Esta es la era que antes te decía. Lo que ves en aquel lado, son las tierras de las huertas, el castellón lo tenemos un poco más abajo, aquí mas cerca las curvas y las cascadas del río que avanza como puede y lo que ahí retumba, con los sonidos de mil cristales que se rompen, es la gran cascada del Chorreón. ¡Fíjate que grandioso es esto a pesar de no aparentar nada!

Lo escuchas y como la cascada la tenéis al alcance de la mano, os movéis un poco hacia ella. Os paráis en lo alto de unas piedras que sobre salen y despacio la contempláis. Las zarzas arrancan desde vuestros mismos pies, el agua de cauce casi os salpica y la hondonada de canalón se os mete por los ojos.

- ¿Qué vivencias me decías que tienes desparramadas por este rincón?

Le preguntas.

- Lo que antes te decía es que ahí, en ese mismo charco donde la cascada se derrama, yo me he bañado muchas veces. Nosotros le decíamos el Charco del AZurrión@.

- ¿Cuándo fue eso?

- Pues era todavía un niño. Y como ya sabes las cosas de los niños, nos juntábamos al caer la tarde y nuestras diversiones era venirnos a este charco a bañarnos. Eran épocas en que el río llevaba menos agua. Por eso nos metíamos por completo debajo del chorreón que cae y aquello era un gozo tremendo.

 

Lo escuchas atento al mismo tiempo que asombrado contemplas despacio cuanto antes tus ojos se abre. De un lado sientes bienestar por la belleza que de esto y aquello mana y por otro lado siente como un poco de pena. Cuando ellos venían a este rincón a bañarse, seguro que incluso estaba hasta más bonito. No habría tantas zarzas y los caminos estarían más claros. Seguro que las personas llenarían, ocupados en sus tareas, todas las riveras y sendas de este río y aquello daría gusto. Ahora, en este mismo momento, la orilla del río, el borde del charco, las sendillas que van y vienen, las casas y calles del pueblo, se ven solitarias. Muchas de las tierras ya no se cultivan y por eso las zarzas avanzan tapando caminos y llenando el ambiente como a ausencia un poco amarga. Ellos, y  ni los conoces, ya no son lo que eran. Se han ido de estas tierras suyas y por eso ahora se ve tan impregnada de soledad a pesar de su belleza.  Por eso por aquí se palpa la presencia de aquella ausencia, pincelando el ambiente como de una soledad desconsolada.

 

No se ven caminando por las calles del pueblo ni tampoco se ven caminando por las sendillas ni cultivando sus tierras. Y sabes que a pesar de todo, muchos ahora vienen por aquí pero notas que no es lo mismo. Los que son de aquí, si ahora vuelven, en el fondo no son ellos mismo y los otros, los que vienen en avalanchas buscando no se sabe qué por estas tierras y por eso no son de aquí, no les prestan ninguna verdad a estos paisajes y por eso ni siquiera le dan lo que a ellos les falta. Los turistas son otra realidad porque siempre serán de fuera y vendrán por aquí como de paso y apoderándose de esto y aquello.  Intentas sacar fuera de ti una hebra de este sentimiento y al captarlo tu amigo, como no sabe decir más, porque él si lo entiende todo, te dice:

- ¡Ea! Las cosas son así.

- Pero  fíjate lo solos que estáis ahora y las casas con sus calles.

- Mejor lo sé yo que, a pesar de todo, aquí me mantengo fiel.

- ¡Qué tremendo, verdad y qué impotencia!

- Y más lo es aún cuando ves que este río, los álamos que se mecen y las florecillas que brotan, sigue casi con la misma imagen limpia y dulce de aquellos días. Como si nada hubiera cambiado a pesar de los días transcurridos y lo mucho que algunos hemos envejecido.

 

Su presencia y la tierra    ir al índice

Sin decir una palabra más, dejáis el pedestal que os ha sostenido frente a la cascada. Dais media vuelta y comenzáis a subir por las tierrecillas que por el lado derecho, según se va hacia el nacimiento, quedan extendidas junto al cauce. Remontáis un puntalete y como la ruta sigue aguas arriba, en lugar de volver por la misma senda, os metéis por las tierras de un pequeño hortal. Estas sí están labradas y, además, sueltas. Al pisarlas te hundes y entonces notas lo buenas que son estas tierras.

- Es que como puedes intuir, se han labrado desde tiempos lejanísimos. Y como también sabes , por aquí todo el mundo tiene ovejas. A estas tierras, el único abono que de siempre se la ha echado ha sido eso: basura de los rebaños. 

 

Y en este momento, te parece verlos, enredados por entre el tiempo que se ha ido y por eso allá lejos pero presentes y llenos de vida por entre las tierras que siempre les pertenecerán. Están viviendo días agitados por culpa de los que por aquí han llegado  deslindando fincas y trazando planos. Los que son tus amigos se reúnen cerca de las aguas del río porque aquí es donde ellos tienen su trabajo y están ocupados en las labores de la tierra, cuando lo ven a él que se acerca por el caminillo que baja del otro lado.

- ¡Ya veréis a lo que vienen hoy!

Comentan ellos mientras esperan que llegue el que se acerca. Por un lado ellos esperan que les traiga buenas noticias, porque eso es lo justo y lo que les pertenece y por otro lado, como ya los conocen, temen lo contrario. Pueden llegar con otra noticia de expropiación o más denuncias.

- No os asustéis, personas de poca confianza.

Les decía al acercarse a ellos.

- Nosotros no estamos asustados, señor. Como puede ver, estamos aquí labrando estas tierrecillas y como lo hemos visto venir nos hemos puesto a esperarle porque nos alegramos verlo.

- Eso será verdad pero según estoy viendo en vuestras caras, estáis preocupados por algo. ¿Acaso seguís pensando que no os voy a pagar lo que  debemos?

- Nosotros no hemos dicho nada de eso pero ya que usted lo saca, desde luego que nos hubiera dado una buena alegría si ahora mismo hubiera traído el dinero en sus manos.

- ¿Veis como no me equivoco? Sois personas de poca confianza. Siempre estáis pensando en que no vais a recibir ni un céntimo por las tierras que os hemos quitado.

- Pues es verdad que lo pensamos porque aunque usted y sus compañeros nos lo han prometido una vez y otra, el tiempo pasa y las palabras no se hacen realidad. ¿Cuándo va a pagarnos usted?

 

- Vuelvo a deciros que sois personas de poca fe y menos paciencia. Ya os he dicho mil veces que no os preocupéis porque os vamos a pagar y crecidamente, todas las cosas que os pertenecían. Como comprenderías ahora mismo no puede ser porque el dinero no lo voy a llevar en el bolsillo.

- ¡Claro! Eso lo comprendemos pero es que son ya más de mil veces siempre repitiendo lo mismo.

- Vosotros tranquilos que se cumplirá todo lo que se ha dicho. Ahora lo que necesito es beber un trago de ese agua fresca que tenéis por aquí, y seguir.  Todavía me queda un largo camino y claro, no me voy a estar con vosotros todo el día.  Dejad que beba porque tengo que seguir y ya veréis como se pagará todo lo que se debe.

- Usted puede beber todo lo que necesite y luego puede irse a donde tenga que irse, porque nosotros no se lo vamos a impedir pero ya sabe la inquietud que tenemos dentro. Creemos que por lo menos tenemos derecho a sentir esta inquietud pero también creemos que así no se puede aguantar toda la vida. Algo más de consuelo y paz es lo que en el fondo deseamos.

- ¡Que os pagaré hombre, que os pagaré! No seáis personas de poca fe.

 

Y  viste como el que mandaba en estas tierras por aquellos días, bebió del agua fresca que ellos le dieron y luego siguió su camino. No se sabe ni a dónde iba ni qué era lo que tendría que hacer. Según él, eran cosas importantes en beneficio de estas tierras y sus gentes y al poco se perdió por los caminos que ya les habían arrebatado a los serranos.  Te dio un poco de pena los hombres que allí se quedaron y te desesperó también un poco aquella tan larga espera suya. Sentiste que era un poco amargo aquel vivir sin esperanza y en el fondo también asustados.

 

Y estabas allí mirándolos como si en el fondo buscaras la manera de echarle una mano, cuando viste que por el mismo camino que se había perdido el que ahora hacía de dueño, apareció otro montado en su caballo.  Los hombres lo miraron y al verlo con aquella facha y con los animales de la montería allí colgando en las bestias, se dijeron:

- Este es otro como aquel.

Y en cuanto estuvo a cerca de ellos también les pidió de beber.

- Agua sí le podemos dar, señor. Es lo único que nos sobra mucha en estas tierras nuestras.

- Es que vengo muerto de sed después de trotar tantas horas por el monte.  Un día entero para matar dos animales tal como estáis viendo y ni siquiera son grandes. No es justo una suerte como la mía.

A estas palabras, los amigos tuyos allí presentes, no quisieron decir nada. El tema aquel les venía largo y más aun los hombres que a él se dedicaban.

 

- ¿Es que no os gustan las piezas que hemos cobrado?

Preguntó el que había llegado. Los hombres lo miraron y algo temerosos dijeron:

- Es que estamos viendo algo muy extraño, señor.

 - ¿Qué es lo que estáis viendo?

- Pues que ese animal que usted lleva ahí y cree que acaba de matar en su magnífica montería, no está muerto del todo. Ese animal aún respira.

El que había llegado miró a los hombres de la tierra y ya un poco enfadado dijo:

- Vivo no puede estar ese animal porque le acaba de dar tres tiros.

- Usted mírelo despacio ya verá como respira. 

- Bueno y aunque respire ¿qué pasa?

- Pasar no pasa nada pero da un poco de pena ver sufrir de este modo a un animal tan bello como ese.

- ¿No querréis que me baja ahora del caballo y me ponga a pegarle tiros aquí mismo para rematarlo?

- Lo que usted podría hacer es bajarse del caballo y en lugar de ponerse a pegar tiros, soltar ese animal para que se vaya a su mundo.  Ya está viendo que respira y eso es un sufrimiento inútil al mismo tiempo que cruel.

- Y de esta manera tan tonta, echo a perder todo un día de caza y me arriesgo que luego los amigos me digan esto y lo otro. No pensáis con lógica y por eso ya me voy.  No sé por qué me he parado aquí con vosotros.

 

Viste, como tantas otras veces, que los de la tierra una vez mas fueron despreciados por los que habían venido de fuera. Viste como se quedaron tristes por las cosas que aquellos otros hacían y decían y ni siquiera eran escuchados. Como si ni siquiera tuvieran nada que decir siendo ellos los más grandes y dueños de los rincones que pisaban.

 

Esta otra tarde de primavera adelantada caminando por la orilla del río limpio, sigues los pasos de tu amigo. Cruzas las tierras que todavía riegan ellos y a cada instante va exclamando admiración. No vais por senda alguna, sino resto río arriba porque él sí conoce a fondo el lugar. Junto a los álamos blancos que aunque sin hojas aún, se mecen elegantes, se para  la hija. Os espera y cuando ya estáis cerca pregunta:

- ¿Padre, que dice mi amiga que si puede beber agua en este río?

- Que sí mujer. ¡Pues anda que no está limpia esta corriente!

Al oír la opinión del padre, las dos se agachan frente a la corriente.  Lavan sus manos y beben del líquido cristal que desde los montes bajan. Al verlas y oírlo, para ti te dices que es un riesgo. El agua se presenta pura, cristalina como el viento que por la tarde se pasea pero en estos tiempos las cosas no son igual que en aquellos tiempos. Piensas que es un riesgo beber agua en la corriente de este río aunque sea a cien metros de donde tiene su fuente principal.

 

No les dices nada y sigues en tu asombro. Descubres que habéis salido otra vez a la misma corriente después de atravesar el barbecho de una de las huertas y ahí mismo aparece otra vez el camino. Os subís al borde de una acequia y por ahí camináis.

- Es este el canal que llevaba el agua al molino que hemos visto antes.

Te aclara tu amigo.

- De aquí mismo cogían el agua y como puedes ver todavía crecen por aquí los chopos.

- ¿Cómo le llaman a este rincón?

- Siempre nosotros le hemos llamado la Chopera del tío Jacinto por lo que ya te he comentado antes.

Hay aquí, como una corta cerrada y por el lado que subís, se acumula un pequeño puñado de tierra. Justo de este punto arranca el canal y crecen los árboles. Miras a la corriente y además de verla cristal, grandiosa y señorial, la descubres cuaja de vida. Los berros crecen espesos bajo el agua que pasa y como brillan tan verdes, le preguntas a tu amigo si se comen. Bueno, tú sabes que los berros sí son comestibles pero en el fondo lo que deseas es saber si ellos se los han comido alguna vez. Te refieres a todos los serranos y no a uno concreto.  El te responde diciendo que:

- Nosotros nunca hemos sido amantes a las hierbas del campo.

 

En la misma curva, otra más leve que el río traza por aquí, en las rocas de la derecha, descubres un covacho.

- La Presa del tío Jacinto se llama esto incluyendo el covacho, la tierra de la huerta, la cerrada, la curva, los álamos y el canal que lleva el agua al molino. Ahora mismo no va agua por esta acequia porque todavía nadie riega los huertos pero en cuanto avance más la primavera, empezarán a usarla.

Desde la cueva subís un poco y el primer huertecillo te dice él que es suyo. Unos rústicos escalones tallados en las rocas y remontáis al caminillo que antes habíais dejado en el collado de los Huertos. Te acercas a la amiga de  la hija y entusiasmado le preguntas a ver qué siente lo que de verdad crees que debe sentir.  Ella es tímida y muy parca en palabras haciendo así hornos al carácter de las personas de Canaria. Tarda en responder y cuando comienza lo hace lento y profundo:

- ¡Hermoso! Esto no lo he visto nunca en Canarias. Me han gustado los molinos, los huertos y sobre todo, el agua en tanta cantidad y tan limpia.

 

Por el camino se acera un hombre que viene de las partes altas. Conduce un rebaño de ovejas y sobre los hombros trae cien cuerdas de plástico. En sus manos sujeta una soga trenzada. Mientras baja detrás de su rebaño, la viene confeccionando. Al verlo  la hija, coge la cámara y le hace una foto. Os paráis frente a él y le preguntas por el nombre.

- Es que yo no sé si decirte a usted el mote o el nombre.

- Tú dile las dos cosas para que se entere bien.

- Pues mi mote es el de ATomatero@ y el nombre el Ramón.  

- ¿De Pontón Bajo?

- De allí soy yo, sí señor.

- Y esto que traes entre manos ¿qué es?

- Una soga que trenzo para atar una yegua.

- ¿De los sacos del abono son esas cuerdas que llevas liadas por los hombres?

- No, esto son guitas de la paja, de la alfalfa y de to esas cosas.

- Y el perro ¿cómo se llama?

- Yo no lo sé. Perro y ya está. 

- Y ovejas ¿cuántas tienes?

- Ahí alrededor de quinientas hay pero no son mías. Yo no tengo ninguna, como acaba de decir tu amigo.

- ¿Y cómo es que no te las has llevado a Sierra Morena?

- Antes han estado sin ir, cinco o seis años y ahora se fueron dos años seguidos pero no les fue  muy bien y por eso ya llevan dos años sin salir de aquí.

 

Lo despedís y seguís el camino que avanza frente a la tarde que empieza a desplomarse tras las cumbres rocosas de los montes altos.

- Todavía caminamos por lo que ya te decía antes se llama El Collado de los Huertos y vamos con dirección a Las Veguillas.

Oír el nombre los recuerdas a todos y ellos son la familia Ojeda. Un grupo más de buenos amigos tuyos repartidos por estas tierras que tan dentro llevas. Y los recuerdas porque una de las muchachas, la más chica de las tres hermanas, en más de una ocasión ya te ha dicho que las tierras de sus huertos las tiene junto al río Segura en un rincón que se llama Las Veguillas. En más de una ocasión ella, en nombre de sus padres y otros hermanos, te ha regalado tomates, habichuelas pintas, manzanas, nueces, y hasta  pepinos criados en estas tierras y regados con estas aguas. Una delicia de alimentos y más delicia aún por ser un regalo de ellos. AEstos tomates, los he sembrado yo. Luego los he regado a lo largo de todo el verano y después los he cogido con mis propias manos@. Te ha dicho  la niña más de una vez en el momento de ofrecerte tan delicados presentes.

 

Y , como los quieres a ellos y sabes, no mucho pero sí lo suficiente, de la pureza de sus corazones, la transparencia de los aires y aguas de este río y la soledad de las tierras que ellos aman, valoras mucho detalles tan únicos. Se lo agradeces sinceramente porque sabes también la gran nobleza con que lo ofrecen y siempre te dices que tan grande es esa acción sencilla de ellos, que merecen mucho más que esas palabras de agradecimiento. En más de una ocasión te has dicho que un día tendrás que hacer algo para pagarle lo que tanto valor tiene y tan generosamente te dan.

 

¡Qué personas estas y qué alma tan grande la que en sus cuerpos llevan! Porque además, ahora recuerdas que todavía hay mucho más. Ellos tienen contigo muchos más detalles colmados hasta el límite de sencillos trozos de vida. A¿Cómo se los podré pagar un día?@ Es lo que ya te has preguntado mil veces y por eso, ahora esta tarde, al pisar las tierras donde ellos siembran sus tomates y habichuelas y al sentir el rumor del agua purísima con las que ellos empapan los surcos de su huerta, te alegras al tiempo que también te emocionas.  Sabes que por aquí han pasado llenando el aire de su perfume y sientes que por entre este rincón que la tarde va llenando de oro eterno, laten casi convertidos en viento limpio.  Un poco más arriba tienen su casa, en Fuente Segura de Abajo, y aunque esta tarde no los veas por aquí, porque en estas fechas están con sus rebaños en Sierra Morena, no importa. Sólo con pisar las tierras y los caminos que conocen de sus pasos, te sentirás dichoso al mismo tiempo que premiado y afortunado. Esperas con emoción el encuentro y esto hace que la tierra que ahora tienes bajo tus pies sea más importante.

 

       El rincón de sus sueños   ir al índice

Al oír el nombre de este rincón de labios de tu amigo, preguntas:

- ¿Es por aquí donde ellos tienen sus tierras?  

- Tiene tierras y algo más arriba tiene la casa y la nave para sus ovejas. Luego llegaremos.

Y este ALuego llegaremos@ te suena como un premio lleno de esperanza. Te dices que luego volverás a estar con ellos otra vez y justo donde ellos tienen su cuna amada y ahora te dedicas a lo inmediato.

- Lo que ahora mismo vamos viendo, al lado izquierdo del río, se llama La Era Empedrá.  Más arriba también hay un sitio que le dicen la Tiná El Collao. Otro sitio más le dicen la Hoya El Portillo. Todo eso de ahí para allá hasta Fuente Segura, Poyo La Iglesia. María Aznar es del río para allá.  Esto decían que antes era todo de la Marina. Pero luego se ve que las cosas cambiaron.  Mi abuelo hablaba de un sitio que le dicen Bragas, que por lo visto todo eso y lo que ahora estamos viendo, eran propiedades. Y dicen, mi padre lo decía, que vino un señor un día, hace cien años o muchos más, que no lo sé cierto. Se acercó a la gente y les preguntó: ADecidme por donde va el lindero de vuestras tierras@.

 

Como la gente, por aquel entonces, estaba tan cohibida por no decir asustada, pensaron que lo mejor era decir que el lindero iba por el río. ADel río para allá del Estado y del río para acá propiedad de los vecinos que vivimos en estas sencillas casas@. Le dijeron.  Ellos se dieron cuenta de aquel fallo y se aprovecharon.  Dijeron que bueno y así trazaron las lindes. Al poco tiempo, los de aquí, se dieron cuenta del gran error y de la trampa que les habían tendido pero ya era tarde. Las tierras se las habían quitado sin darles ni siquiera una peseta. Unos y otros, desde aquel día, vivieron tristes pero ¿qué iban a hacer? Contra el Estado ¿quién diputa? 

 

De este tema, sí tienes  algún conocimiento y sabes que en el Pueblo de Santiago de la Espada, se redactaron muchos documentos. En las paginas de algunos de ellos se dice: ALa iniciación de los deslindes, provoca  los primeros incidentes de que hay constancia entre el Estado y los particulares. Con ello se crea un clima de continuado malestar, abundante de acusaciones contra la Administración tales como la de que ésta se había aprovechado de la ignorancia e incomunicación de los vecinos y había despreciado sus protestas. El volumen de la disconformidad es tal que da lugar a una ley que ordenaba la formación de una Comisión que dictaminase sobre las reclamaciones habidas en Santiago de la Espada y Pontones contra deslindes en montes del Estado. Pese a que las órdenes citadas propugnaban benignidad y clemencia, nada se resolvió con ellas@. (Informe sobre dificultades existentes entre el Patrimonio Forestal del Estado y el vecindario de este término municipal y sus posibles soluciones.  Diciembre de 1.961)

 

El joven, el que es símbolo para ti a lo largo y ancho de esta inmensa sierra, lo tienes bien metido entre las cosas que en tu alma llevas y en una ocasión más lo viste.  Por uno de los rincones de este espacio estaba un día y, como tantas otras veces, vivía su momento de incertidumbre y rebeldía.  Aquella mañana, del grupo de los que mandaban, vino la orden: AQue se venga para acá porque lo necesitamos para un trabajo que hay que hacer urgente@.  La orden la recibió el padre y como el joven aquella mañana estaba trabajando en las tierras de su huerta, el padre habló con la madre. AAcércate y dile que se prepare y se vaya a donde ellos tienen el tajo. Ya ves que aquí piden que acuda pronto porque le quieren encargar un trabajo. A estas personas hay que atenderlas con rapidez y  educación porque de ellas vamos a depender en el futuro. Si les servimos bien, ellos tendrán consideraciones con nosotros. Nos pondrán entre el grupo de sus amigos y eso nos conviene. Con los de arriba siempre hay que estar bien para que te favorezcan@.

 

La madre se puso en acción y se fue para las tierras del hortal a cumplir el deseo del padre. Cuando llegó a donde el joven trabajaba, cavando y regando las habichuelas, los tomates y los pimientos, lo llamó. Le dijo que el grupo de los que mandaban preguntaban por él para encargarle un trabajo y que era bueno que acudiera cuanto antes. APero madre, si ahora mismo tengo yo aquí mucho trabajo. Tú sabes que cuando termine de regar este huerto me tengo que ir con las ovejas que las tenemos solas en el monte y están pariendo@.  La madre lo miró y como sabía que el joven no sentía mucha simpatía por aquellos que mandaban, con suma delicadeza le dijo: ATu padre me ha nombrado intermediaria para animarte a que realices este encargo. Es necesario que vayas y ahora mismo porque tanto él como yo, creemos que es bueno complacer  a esas personas@.

 

El joven no dijo nada más, por el cariño y el respeto que le tenía a la madre. En ese mismo momento dejó el escavillo, salió de las tierras de la huerta, se acercó a donde tenía el zurrón con algunas cosillas que había llevado para comer y cogiéndolo, se sentó en la roca. La madre se puso allí al lado y comenzó a prepararle algunas cosas. ALímpiate el barro de esas esparteñas, lávate esa cara y las manos, ponte esta ropa que te traigo y espabila que vas a llegar tarde@. APero madre, ¿por qué tengo que prepararme tanto para presentarme a ellos@. ATú sabes, hijo mío, que son personas importantes, que tienen estudios y mandan ahora en estas tierras. Hay que tratarlos con elegancia y presentarse  con toda la decencia. A ellos les gusta que se les trate así y por eso es bueno que lo tengamos en cuenta@

 

Siguió el joven atendiendo a la madre, no del todo convencido y por eso guardó silencio, haciendo así honor al respeto que los serranos han sentido siempre por sus mayores. Se ocupó en las cosas que ella le iba pidiendo hasta que llegó un momento que no pudo más. Se levantó de la roca, miró fijo a la madre y no enfadado contra ella o el padre, sino lleno de rebeldía contra ellos, habló diciendo: A¡Se acabó, madre! Ya no sigo más con esta pantomima@. La madre lo miró y preocupada le preguntó: A¿Pero qué te pasa hijo?@ AQue estoy harto y lleno de rabia por dentro@ A¿Harto de qué estás tú, hijo?@  AEstoy harto de ellos, de sus cosas, de este teatro que estamos viviendo y de este montaje que ahora tenemos que realizar para tenerlos contentos a fin de que nos sean propicios@ APero es que a nosotros nos convienen que las cosas sean así. No podemos discutir con ellos ni poner en dudas sus órdenes ni tampoco contrariarlos. Eso sería lo último y lo más malo para nosotros, las tierras y las demás cosas que por aquí tenemos@

 

APues por eso mismo estoy harto. Desde que llegaron nos hemos quedado sin libertad, nos hemos sentido humillados a parte de maltratados, nos están quitando las tierras y hasta nos hemos convertido, un poco, en esclavos y peleles  de ellos que bailamos al son que nos tocan. ¿Y sabes lo que te digo, madre?@  A¿Qué me dices?@ AQue nosotros no  nos  merecemos un atropello tan grande como el que estamos sufriendo@.

 

Al oír la madre las palabras que el hijo decía, por un momento guardó silencio. Despacio miró a la corriente del río que saltaba limpia y pensativa se dejó ir  por entre la espuma de las alegres cascadas. Y mientras nadaba sin irse y volaba sin moverse del lugar, para sí se dijo: A¿Qué hago con este hijo mío y qué le digo yo a su padre para que comprenda una cosa y otra y no haya disgustos entre nosotros? Y vuelvo a preguntarme:  ¿Qué hago y con la duda de si él tendrá razón o no? ¿Será bueno que le obligue o será bueno que atienda sus razonamientos?@ Estas y otras preguntas cruzó por la mente de la madre mientras se dejaba acariciar por el perfume de la delicada corriente y veía como el hijo, se sentaba junto a la lumbre que ardía.

 

Lo miró otra vez, llena de amor, y acercándose le preguntó: A¿Qué es lo que piensas hacer ahora mismo?@ Extendió el muchacho sus manos hacia las llamas y con calma dijo: AEn este momento me voy a quedar aquí, sentado al calor de esta lumbre, mientras descanso un rato.  Y si lo que me quieres preguntar es si me preocupa la reacción de ellos, te voy a decir que sí pero no me importa. Me siento libre y soy dueño de mis decisiones aunque en el fondo tema por vosotros. Pero dime madre: ¿es mejor que nos sometamos a los caprichos que a ellos se les ocurra y estemos todo el día bailando al son que les apetezca tocarnos o es mejor plantarnos y decir que hasta aquí hemos llegado?@ A esta pregunta la madre no respondió. Todavía, durante un rato más, siguió mirando a la corriente que hermosa bajaba al tiempo que pensaba en la reacción del padre cuando supiera que el hijo se había revelado contra aquellos que ahora mandaban.

 

       Los tres tesoros y la hija    ir al índice

Ahora, en esta limpia tarde de primavera ya un poco adelantada, mientras subís por el camino que lleva a las Veguillas, por un momento lo has visto en el mundo de tus sueños. Pero como ahora, esta tarde, la realidad parece otra aún siendo muy hermana y también los paisajes, vais en vuestras cosas cuando ves que en dirección contraria a la que lleváis, baja un coche. El que conduce os viene mirando y al acercarse se para al lado del tu amigo. Se saludan mutuamente y después de hablar dos palabras de sus cuatro cosas, hablan de las canales. Como es algo que  no entiendes ni sabes de qué va, los escuchas en silencio sin tomar parte en el tema. Cuando ya se despiden y seguís vuestra ruta, le preguntas a tu amigo:

- ¿Qué es eso de las canales, que yo me entere?

- Eso es que vamos a canalizar una acequia que tenemos ahí más arriba. Que como ha habido tantos años que no ha llovido, se han podrido las raicillas de Auña en gato@ y de otra clase que había en la acequia. Por lo visto se ve que eso se ha secado y se ha podrido. Por lo sitios que iban esas raíces, nos calculamos que es así, se filtra el agua e inunda las tierras. En ese rincón tenía yo sembrado, el año pasado, unas pocas patatas y se me enguachinaron todas. Porque ya hice una sangría para que saliera al río, que sino, se me pudren todas. Tanta agua se colaba por los agujeros de esas raicillas que aquello era imposible de pode gobernar.

 

Hasta que ya dije: AEn vez de gastarme el dinero en cemento para cubrir la acequia voy y compro canales@.  Las encargué en Cortijos Nuevos y allí las tengo esperando que vaya a recogerlas un día de estos.

- ¿Y eso te sale más barato que el cemento?

- ¡Claro hombre! Porque ochenta y seis canales, que es lo que yo tengo pedido, dos hombres lo ponen en un día y les sobra tiempo. Con un saco de cemento le cubren las juntas y así se me queda a acequia de dulce. Conque ese es el significado de las canales.

Como en el fondo no te estás enterado de la mitad de las cosas que te está diciendo, le propones que cuando lleguéis al lugar, te lo explique bien.

- No te preocupes que si podemos colar el río hasta aquel lado, te voy a llevar a donde tengo el pedazo de tierra.  

 

Y al terminar de pronunciar estas palabras te das cuenta que estáis en el valle. Vais ya caminando por las tierras que lo conforma y por eso, dentro de tu alma, comienza a danzar lo que tanto te habían dicho. Y lo que te habían dicho es que cuando uno pisa el valle, lo primero que siente es como el temblor de tres grandes estremecimientos.

- ¿Y eso por qué?

Preguntabas.

- Porque en el valle, esas tierras semi llanas que recorren el barranco desde las partes altas y se alargan suaves hacia el otro barranco hasta perderse en las lejanías y entre la espesura de los bosques, es como un sueño que se presenta con la fuerza de tres grandes tesoros.

- ¿Y cuales son esos tres tesoros, los tesoros del valle, que es como propiamente se les podría decir?

- La verdad es que el valle contiene más de tres tesoros pero entre todos ellos tan únicos y tiernamente aplastados en el vientecillo que por ahí se mueve, resaltan tres rasgos característicos y hermosos. ¿Quieres que te los diga?

- Te estoy pidiendo que me los digas y ello es por el deseo que me has despertado desde el primer instante en que más has hablado.

- Pues los tres grandiosos tesoros del valle son: el camino silencioso que lo atraviesa y recorre desde arriba, el cauce saltarín del río que también lo atraviesa y viene casi dándose la mano con el camino y el otro río: el que no se ve porque corre bajo la tierra que tapiza el valle. Ese es el río de las aguas subterráneas, tan caudaloso o más que el que va por las tierras doradas del valle que  podemos tocar.

 

Al oír la descripción  y reflexionar en lo que te acaban de descubrir, piensas que en el fondo puede ser verdad pero que eso es casi lo mismo que existe en todos los valles de estas sierras.

- Pero no es igual.

- ¿Cómo me lo demuestras para que yo me convenza de que es distinto?

- El camino es como la columna limpia que da forma y contenido al valle. Le entra por la parte alta, como ya te decía, y lleno de la majestad más grande que uno puede contemplar por este suelo, baja solemne y bello. Se curva sin violencia ni prisa, un par de veces según desciende las cuestecillas empedradas de rocas blancas y se viene derecho al río. Como si no quisiera rozar la tierra para no herirla y como si al mismo tiempo deseara fundirse con ella para hacerse uno con la tierra que recorre. Yo le llamo a eso el abrazo de hermano, porque cuando lo miras despacio, te das cuenta que camino y tierra no son dos cosas, sino una sola que existe precisamente porque la dos son.  Es decir: que ni el camino sería él si no fuera por la tierra del valle ni tampoco el valle sería tal sino fuera por el camino que lo recorre. ¿No sé si me explico?

- Algo quiero comprender aunque no penetro en el matiz que noto deseas presentarme.

- Pues que para llegar a más tienes que hacer la prueba.

- ¿Qué prueba?

- La prueba de la emoción más grande que el alma humana pueda experimentar.

- Explica a ver qué es eso.

 

- Le entras al valle por la parte de abajo, por donde asciende tan fundido con la tierra, como ya te decía, que ni siquiera parece camino. Avanzas por él andando al ritmo en que el camino sube y al llagar a ese punto que parece la entrada sin serlo ni parecerlo, te concentras con toda la fuerza y miras detenidamente.  Si es necesario te paras un rato y mientras miras te desparramas valle arriba por donde las tierras se ondulan y el camino se ciñe amoroso. Lo primero que descubres, al tiempo que lo sientes correr por tu alma, es la elegancia silenciosa del camino surgiendo y aplastado en su propia tierra algo roja. Sólo ya eso te deja sin aliento al tiempo que te sirve, más que suficiente para comprobar el matiz dulce que estoy intentando explicar.

- Y si avanzo un poco más y me fijo en el río que recorre el valle pegado a las tierras del camino ¿qué es lo que se siente o se ve?

- Ese es el otro temblor del que antes te hablaba: no es gran cosa, porque la corriente cae tranquila respetando la planicie de la tierra y las declinaciones que el valle va trazando según se inclina para el barranco.

 

Se duerme un poco en el remanso de la curva, se despereza luego otro poco por la tira larga y después salta y bulle como si fuera el juego que divierte al valle entero y claro, mientras te deleitas en la figura del camino y los hilillos cristalinos del río amigo, sientes y adivinas el palpitar del otro río que corre por las entrañas. En fin, un remolino de tres cosas sencillas que te envuelven y te deleitan entre ese otro puñado de latidos también pequeños que respiran por el valle. El camino, el río y el otro río, es la personalidad fina de este valle concentrado y sin apenas importancia, donde los serranos tienen su nido.

 

*Pisando las tierras del camino que entra al valle, vais vosotros y además del puñados de sueños que de él mana y dan gozo, sentís el fresco vientecillo impregnado de tomillo y el trino de dos pajarillos que revolotean. Se abre al frente el valle teñido por la luz de la tarde que cae. Ella, la hija predilecta de tu gran amigo y al mismo tiempo, el gozo más dulce de su corazón, se acerca a vosotros y os dice:

- Por aquí fue donde yo tuve aquella aventura.

Al oírla te despierta la curiosidad.

- ¿Qué aventura fue esa y cuando ocurrió?

- Era yo todavía niña y una tarde andaba mi padre por la tierra con las ovejas. Me vine con él porque eso es una cosa que de siempre me ha gustado mucho. Estaba mi hermano jugando por entre la torrentera y como en aquella edad de mis doce años, me gustaba tanto el juego, él me dijo:

- ¿Jugamos al pilla pilla?

Le dije que sí porque era el juego que de siempre más me había gustado y además porque lo estaba deseando. Y sin más preparación, dimos comienzo a nuestro gozo.

 

Recuerdo yo aquel momento, con especial emoción, como una de las cosas más tiernas de mi infancia y recuerdo que aquella tarde era la más bonita de las tardes de primavera que nunca ha brotado en estas sierras. También recuerdo el río mago, con su brillo de aguas limpias y su sinfonía de canciones mágicas. Recuerdo como las ovejas pastaban tranquilas llenando la tierrecillas de la puerta de este valle y recuerdo como empezó nuestro juego. Me acerqué a mi hermano y con la sonrisa de aquella niña traviesa, le dije: A¿A que no me pillas?@  A¿Que no, ahora verás?@ Me contestó él enseguida al tiempo que se arrancó y comenzó a perseguirme. Salí corriendo, llena de risa y con el gusto empapándome todas las fibras de mi alma chica y tan loca iba que ni siquiera me daba cuenta de lo que pisaba ni dónde me metía. ¿Y sabes, en aquella carrera alegre, a dónde fui a meterme?

- Algo me puedo imaginar pero como no lo sé y me lo estás descubriendo con tanta intriga, deseando estoy ya de saberlo. ¿Caíste a las aguas del río?

- ¡Que va!  Fue peor y más tragedia aunque también más intrigante. Bajé sin control por la ladera y de lleno fui a caer al centro de las zarzas.

 

Por mi parte, comencé a dar  gritos y llamadas de socorro de todas clases, en el centro de aquella espesa zarza, toda asustadica. Acudió mi hermano, acudió mi padre y cortando ramas por aquí y por allá, me sacaron de entre las matas. Y como sé que  ahora mismo estás pensando en si me rompí la ropa o me hice heridas, para tu curiosidad te diré que sí: salí de allí  toda llena de pinchos y con los brazos arañados al tiempo que lloraba y echaba sangre por todos sitios. Mil heridas que no fueron nada del otro mundo pero que sí tuvo su emoción al tiempo que me llenó de miedo. Aquel día fueron las cosas así y desde entonces recuerdo este rincón como el lugar donde me caí al río y me metí en las zarzas.

 

Tierras  prohibidas    ir al índice

Un poco más arriba de donde  la hija se cayó en las zarzas, brota un manantial.

- La Fuente de las Veguillas es como se le llama a ese lugar.

Te dice tu amigo. Y te sigue diciendo que este agua fue la primera que recogieron para meterla en el pueblo.

- ¿Y  sabes lo que hubo en esta vega hace un montón de años?

- Agua y tierra, seguro que había pero además de eso, ¿qué otra cosa hubo?

- Ellos plantaron por aquí un vivero de pinos, cosa que ya muy pocos recuerdan.

- ¿Y sabes la fecha en que fue?

- Creo que  por el cuarenta y cinco. El vivero era de pinos pequeños para repoblar la sierra y cogía toda esta tierra que te digo. Desde la Fuente de las Veguillas, todos esos álamos para arriba hasta la curva aquella. Donde crecen los chopos que vemos allá, a eso le dicen la molata.

 

Al oír ahora la palabra, caes en la cuenta que desde hace mucho tiempo andas  queriendo saber lo que es una AMolata@. Por eso aprovechas la oportunidad y preguntas:

- ¿Explícame lo que es?

- Pues nosotros llamamos con ese nombre a un trozo de tierra que queda encerrado entre dos hondonadas, arroyo o río, y levantado un poco, sin que sea muy grande. Algo así como si fuera un cambio de rasante. ¿Lo entiendes?

- Ya sí.

 

A la izquierda os ha quedado la tiná de una hermana de tu amigo y más para abajo, corre el río. Como todavía no ha llegado la primavera aunque la tierra está seca, los arbustos no han brotado. Las ramas de los álamos se estiran desnudas y la hierba se ve enratoná.

- Pero estos lugares, tú lo sabes, cuando llega la primavera y más todavía el verano, son maravillosos.

- ¿Y el nombre de la ladera que nos vamos dejando a la derecha?

- A todo este trozo de tierra le llamamos la Tiná de las Veguillas. Tiná de abajo y tiná de arriba, que son dos. La parte alta, el morro de ese cerro que se ve al fondo, le decimos el Morro del Sastre.

Y como por la ladera se ven algunas reducidas dolinas, también él te dice que por aquí, por los paisajes de las tierras que estás recorriendo, Ahay muchos sorviores@.

- Que eso es lo que los científicos llaman dolinas.

- Creo que sí pero nosotros siempre le hemos dado el nombre que te he dicho.

 

Por el camino, en dirección contraria a la vuestra, aparece otro hombre que baja. Tu amigo lo reconoce desde lejos y por eso te dice que se llama Narciso.

- Es el dueño de uno de los molinos que antes hemos nombrado.

- ¿Lo veremos luego?

- Sí, luego.  La última tarde del último día, vamos a ver despacio el molino de Narciso.  Te gustará por lo bonito a pesar de ser tan chico y llevar ya tantos años sin funcionar.

Al llegar a la altura del hombre que regresa al pueblo, lo saludáis.

- Seguramente a mi hijo lo conoce usted.

Te dice enseguida.

- ¿Por qué debo conocerlo?

- Estuvo estudiando en el colegio de la Safa en Úbeda.

- ¿En qué fecha fue eso?

- Ya hace tiempo y le estoy hablando de los dos hijos míos que han estudiado allí. Uno se llama Leonardo y ahora está de profesor en el Puerto de Santa María. El otro, cometió y error. Porque resulta que entonces, los profesores que había allí, le dijeron que podía dar escuela en Jaén. El dijo que no y se fue a estudiar a Alcalá de Henares donde ha estado cinco años. Vino este invierno pasado de hacer la mili y ahora ya no se engancha a trabaja porque como han cambiado las cosas, por lo visto lo que tiene hecho ya no le vale.       

 

Atento escuchas a Narciso y cuando ya os vais a despedir le dices que luego te llegarás por su molino. Te responde que allí te espera y seguís vuestra ruta.  La hija y la amiga han seguido subiendo por la orilla derecha del río y cuando acordáis, las veis allá al final. Donde el cauce traza la otra curva y se amontonan las rocas. Observas que por ese trozo de tierra, ya no hay pista. La ladera es muy escabrosa, toda pura roca y por eso desistieron de construir camino. Una pena porque es el único trozo que falta para unir las dos pistas de tierra. La que baja de las tres aldeas de Fuente Segura y la que sube de Pontón Alto, por donde habéis entrado al valle. 

 

Al mirar y verlas tan arriba, tu amigo llama a las muchachas.

- Que nosotros nos vamos por aquí.

A lo lejos y muy débilmente se les oye preguntar:

- ¿Y por dónde cruzamos nosotras?

- Seguís por ese lado hasta que nos juntemos en la cerrada del cortijo de abajo.

Sabes que ese cortijo, es la enana aldea de Fuente Segura de Abajo, donde vive tu amigo Amador. A pesar de lo bonito y amable de los paisajes que vais cruzando,  a cada instante piensas en el momento del encuentro con el rincón en que vive tu amigo. Tampoco sabes por qué pero siente dentro una fuerza dulce que te atrae hacia ese puñado de sencillas casas. Buenos y muchos recuerdos tienes tanto del trocito de tierra donde se apiñan estas viviendas como de ellos, sus animales, el puentecillo y la noguera grande. También de este amigo tuyo quieres decir cosas, y ello, desde hace mucho tiempo. Hoy puede presentarse el momento que tanto has buscado y deseado desde aquellos primeros días.

 

Dejáis el camino, porque sigue por el lado derecho del río y os vais hacia las tierras llanas de las riveras que pegan a la misma corriente.

- Por entre esos álamos del fondo, creo que podremos cruzar.

Como vas mirando y no ves ningún puente, le preguntas:

- ¿Hay piedras para saltar por ellas al otro lado?

- Lo que hay son dos palos, troncos de álamos, que pusimos nosotros para colar a la otra orilla. Si no se los ha llevado la corriente, cruzaremos sin problemas.

Miras despacio la llanura que vais cruzando y al verla tan limpia, tan sin barreras y por eso abierta a la gran libertad de la amplitud de estas montañas, los recuerdas a ellos.  También sabían de la amplitud de los campos por donde toda su vida habían navegado hasta que las cosas cambiaron.

 

Los viste una mañana y estaban sentados frente al fuego de la chimenea dentro de su humilde cortijo. Junto el uno con el otro, se calentaban del frío que por el aire corría y al mismo tiempo también se daban calor espiritualmente.  Se calentaban de los golpes que le estaban dando, los que habían llegado de fuera y se hacían dueños de las tierras. Y como ellos eran pocos, sencillos, casi sin cultura y por eso sin recursos para moverse   a fin de defenderse y reclamar sus derechos, de los golpes duros que les estaban dando les costaba mucho levantarse. Su único amparo era acurrucarse frente al fuego de la  estrecha chimenea, extender las manos hacia las llamas para recibir el calor, rumiar en silencio la pena de sus almas y dejar que el tiempo pasara, sin saber ni siquiera para qué.

 

Tú los viste aquella mañana y parecían cuatro cositas de nada. Ni siquiera respirar se les oía y sí crepitaban, de vez en cuando, los tizones de la lumbre y con ellos las chispas que saltaban. Fuera ladraban los perros y se oía el repique de los cencerros al moverse  las ovejas. Como con miedo, por el respeto que sentías hacia sus pequeñas personas, te acercaste  y después de mirarlos tiernamente, cogiste una silla y te sentaste a su lado. Durante un rato compartiste el calor que brotaba de los troncos y acariciaste la luz dorada que las llamas desprendían. De reojo los miraste una vez y luego otra vez los miraste frente a frente. Querías hablar porque deseabas oírlos pero dudabas cómo empezar no fueras a herirlos más. Ellos también querían hablar porque sentían que así se quitaban de encima un poco de aquella pena pero tampoco sabían cómo. Al fin rompiste el silencio preguntando:

- ¿Qué es lo que ahora os han roto?

- Nos han cerrado los campos.

- ¿Y cómo se pueden cerrar estos campos?

- Eso es lo que nosotros nos estamos preguntando.

 

Toda la vida trajinando por estos paisajes, surcando sus veredas, roturando las tierras para sembrar las cuatro cosillas que nos sirven de alimento y siempre los campos libres. Sin ninguna barrera que te impida ir por donde quieras y eso es un gozo. Pero ahora llegan ellos y sin pedir permiso ni avisar siquiera, van y las cierran. Y claro, te enfadas, lloras, sufres y mil veces más te repites que no te gusta porque nunca en tu vida has visto tal muralla y porque, además, te sientes pisoteado, encerrado en una tierra que, siendo nuestra,  comienza a estarnos prohibida.

- ¿Pero qué ha pasado?      

- Fue tan sencillo como duro.

 

La otra tarde subimos por las tierras húmedas de la cañada grande e íbamos tan contentos a pesar de esta dura lucha, cuando los vimos. Al asomar al collado se nos presentaron de frente y los vimos allí. No necesitamos decirte quienes eran porque  lo sabes y te puedes imaginar lo que hacían.

- Puedo adivinar quienes serían pero lo que hacían, me cuesta más trabajo.

- Pues hacían lo siguiente: en el centro de las tierras el jefe había montado lo que él llamaba una oficina. Una mesa larga, una silla y por lo alto de la mesa, muchos papeles. Desde allí miraba y dando órdenes decía: AAhora tirad para allá y clavad las estacas siguiendo aquel arroyo. Cortad ese árbol, pelad sus ramas, sacad tablas y construir la puerta. Ponedla luego en la entrada del collado y cerrarlas bien. Revisar aquel portillo y tened cuidado que por aquellas rocas no quede ningún paso@.

 

Al ver lo que allí se estaba haciendo y sentir lo que se decía, durante un rato nos quedamos quietos intentando descubrir más detalles. Luego nos acercamos y desde fuera, frente a la puerta grande que cerraban, miramos al que estaba dentro y nos atrevimos a preguntar.

- Si es que se puede preguntar.

Le dijimos.

- Sí que se puede y está bien que lo hagáis. ¿Qué queréis saber?

- ¿Pues qué son estos alambres encerrando las tierras que hemos pisado a lo largo de los siglos?

- Vuestras ovejas se comen todo lo que la tierra cría y como a vosotros os da igual que el campo tenga flores, árboles bellos o aguas limpias, la única manera de que los pinos que hemos sembrado crezcan, es cercando las tierras para que no paséis por ellas. ¿Lo quieres más claro?

Le dijimos que no, que estaba bien claro y para confirmarlo lo estábamos viendo con  perfecta nitidez.

 

Pero, aunque él nos cerró la entrada,  nos quedamos frente a aquella puerta  con el pellizco cogido en el alma y el deseo de hablar. Necesitábamos hablar de persona a persona para que ellos también notaran que aquello nos dolía mucho. A lo mejor no hubiéramos solucionado nada porque a lo mejor tampoco hubiéramos llegado a un acuerdo pero aquellas personas nos hubieran dando una oportunidad. Nos hubiéramos desahogado y puede que eso ya hubiera sido gran cosa. Habría sido un consuelo y puede que hasta hubiéramos llegado a un acuerdo razonado y humano.

 

Pero como vimos que no era posible, nos vinimos. Nos metimos en este cortijo nuestro y frente a la lumbre que estás viendo, nos sentamos. Nos pusimos a mirar las llamas que danzan y mientras en silencio dejamos pasar el tiempo, no paramos de pensar en lo que ellos han hecho con nuestras tierras. No se va de nuestra mente la imagen de esos alambres cortando el paso por los caminos  ni  la terrible puerta gritando prohibición. Cuando  has llegado hace un rato nos has preguntado por lo que ha pasado. En un momento y con dos palabras ya te lo hemos dicho. Hablar más o decir esto o aquello, no dejaría más clara la realidad ni serviría para cambiarla.

 

Ellos guardaron silencio y a su lado seguiste todavía durante un rato más. Luego saliste y al mirar y ver lo que por las riveras del río se extendía, comenzaste a comprender. Si algo tienen de grandioso estos rincones es precisamente esa gran sensación de libertad, de campos abiertos hacia infinitos profundos y eso es normal que los serranos lo conozcan. Quitarles sus tierras y prohibirles andar por los caminos llevando sus rebaños a pastar por las praderas, también es normal que para ellos sea casi la muerte.  Los que venían de fuera ¿cómo fueron capaces de aquel atropello y declarar luego que era en beneficio de los propios serranos?

 

Donde duerme el misterio   ir al índice

Ahora, esta tarde de sol dorado y de paisajes grandiosos que se despiertan para saludar tu presencia por el rincón, mientras cruzáis las tierrecillas de la huerta en busca del paso que tu amigo dice, recuerdas lo de ellos aquel día.

- Nosotros nos vamos a ver si podemos colar por aquí y ellas que cuelen por allí.

Te aclara tu amigo. Como no ves camino ninguno, le respondes:

- Por allí no van a poder colar ellas.

- Ya les he indicado que sigan y en Fuente Segura nos encontramos.

Las miras allá a lo lejos mientras te entretienes en la curva que el río traza. ¡Qué bonito es esto! Se ve la corriente aplastada, casi fundida con la tierra y lleno, el cauce, a rebosar.

- ¿Cómo se llama por donde queremos pasar?

- Esto se llama la alameda del tío Pasiano.

Dos palos puestos de un lado a otro y por ellos cruzáis al otro. A  la hija y su amiga, se les ve por la otra orilla, mucho más remontadas pero al mismo tiempo también mucho más lejos. Tendrán que dar una gran vuelta para llegar a las casas de la aldea que es donde habéis acordado juntaros.   Nada más cruzar, comenzáis a pisar la tierna hierba de la extensa pradera.

 

- Esto sería una chopera, en sus tiempos ¿Verdad?

Le preguntas.

- Era la Chopera del Rallao.  Y de aquí para abajo, de este lindazo para abajo, es donde estuvo el vivero que antes te decía. Aquí enfrente tenemos la molata y lo que se ve desde ahí para arriba, es de una hermana mía.

Miras hacia el fondo del valle, por donde habéis subido y se pierde el río, y al descubrir que habéis remontado mucho, le preguntas:

- ¿Qué distancia habrá desde las casas de la aldea hasta el nacimiento del río?

- Serán cuatro o cinco kilómetros.

- Si no podemos llegar porque se cansen ellas, nos quedamos por las casas de Fuente Segura.

- Sí llegamos, ya verás.

 

Al frente y ya cerca, os quedan las rocas que sirven de puerta al segundo valle. La primera cerrada que el río cortó para escaparse de su primer charco, justo donde surgía a la luz. Tienes también ganas de encontrarte caminando por entre este abierto y corto desfiladero por la belleza que ahí se concentra. Lo miras, mientras sigues a tu amigo y no dejas de decirte que esta imagen se parece a la que dentro llevas. Aunque la segunda es más grande, más profunda, mas llena de sombras misteriosas allá perdido en unas lejanías casi imposible de penetrar. Es el barranco hondo que para ti llamas Adonde duerme el misterio@, por ese secreto apagado que sólo contigo convive. Le has preguntado a tu amigo y te ha dicho que luego, uno de estos días, vais a bajar a ese barranco. Y esto te ha preparado el ánimo por el tiempo que llevas esperando.

 

Pero ahora, mientras camináis por las tierras de la suave  ribera del Segura sólo a unos metros donde éste nace, se te viene a la mente la imagen de aquel día ellos bajando en busca de la misteriosa aldea. Y se te viene también a la mente la imagen de ese que ahora anda recorriendo estas tierras con el proyecto de sacar un gran mapa a flote. Te lo encontraste el otro día y como le preguntaste, te respondió diciendo:

- Es el mejor mapa que nunca se ha realizado en estas sierras.

- ¿Y para qué servirá ese mapa?

- Para que los turistas vengan y al mismo tiempo que conocen las sierras, recorriendo los caminos, los cortijos y las aldeas, dejen dinero. Será un mapa único y con un trabajo de campo nunca hasta ahora visto.

- ¡Pues qué bien y qué estupendo que traigáis más turistas a estas tierras! 

Luego quisiste decirle lo que pensabas sobre este mapa y las consecuencias que en el futuro pueda traer para estas tierras pero no te atreviste por miedo a que dijera que ya estabas criticando. Pero sí le dijiste que en el fondo, aunque la idea y el proyecto es grande y bonito, no te gustaba totalmente.

- ¿Por qué no te gusta?

- Es cuestión de pequeños matices, sensibilidad y principios pero no quiero entrar en el tema. Quizá merezca la pena ese mapa y por eso sácalo adelante. Luego, ya veremos.

 

Pero lo de la aldea, su misterio y el barranco profundo por donde se esconde, no se te borra del recuerdo y por eso ahora, sin saber por qué, se te abre pletórica de fuerza. Ves una senda casi borrada, que cruzando la llanura de las cumbres, desciende por la ladera hacia la oscura brecha por donde el río corre y se pierde.  Y los ves a ellos, bajando lentos en busca de la misteriosa aldea. Hoy, con el joven, va la niña y la madre. Su propósito es llegar hasta la aldea que se aplasta al tiempo que se alza y descansa junto a las mismas aguas del río. En las tierras llanas del otro pequeño valle, bajo las rocas de la ladera y entre la espesura de los árboles. Y su propósito hoy, es llegar a la casa de su amigo para preguntarle por la abuelica.

- Dicen que está peor pero ya veréis como se anima en cuanto nos vea.

Comenta el joven.

- Pero yo creo que no llegamos a tiempo.

Responde la madre.

 

Y lo dice porque la tarde cae y las nubes negras cubren amenazantes las cumbres del otro lado.

- Llegaremos a tiempo y si luego no tenemos luz del día para regresar, le pedimos a nuestro amigo que nos dé cobijo. Dormimos esta noche en la aldea y mañana temprano salimos de regreso.

Argumenta el joven.

- Pero  sabes que la senda, al pasar por la asperilla que cae al río, se ha borrado casi por completo. Si nos quedamos sin luz del día, nos costará mucho pasarla y si, además, la lluvia cae, como parece que va a suceder en cualquier momento, ¿dime  cómo vamos a bajar hasta la aldea?

Sigue diciendo la madre.

 

*Ya han cruzado la llanura que se extiende por la cima de la cumbre y remontan la tierrecica suave que se asoma al río. Al volcar queda la ladera y mitad de ella, el cortijo de las nogueras. Más abajo ya salta la corriente y al otro lado, el otro enorme barranco oscuro. Por encima, y a un lado y otro, se levantan las rocas formando escalones hasta terminar en cumbre y entre las grietas y las repisas, crecen las encinas. Espesos bosque de encinas milenarias que cuelgan amenazantes con la belleza del vacío a sus pies y el temblor que les imprime el vientecillo que asciende del barranco.

 

Ya han cruzado la llanura que se extiende por la cima y por la derecha les va quedando la ladera del arroyo mediano. Algo más abajo se hunden ladera y cauce y por la asperilla naranja que por este lado del río se alarga frente a la aldea, se ve la borrosa senda. Una chispa de senda tallada en la pura roca y retorciéndose de acá para allá mientras caen para la rivera del río. Por ahí chorrea el agua que las nubes han derramado en las partes altas y por el arroyo que va por el centro, también se despeña la corriente.

 

Durante toda la noche la lluvia ha caído sin parar y aunque a media mañana ha aclarado un poco, cuando ya por la tarde va apagándose el día, las nubes se tornan negras y amenazan lluvia otra vez.

- Tú decides lo que hacemos pero si la lluvia cae y el día se acaba, lo mejor es que nos quedemos en el cortijo de las nogueras. Esto te lo digo porque también es bueno que lleguemos a saludar a nuestros amigos.

Dice otra vez la madre.

- También tienes razón y de este modo, si ya esta noche no llueve, al amanecer mañana  nos será fácil cruzar las rocas húmedas de la senda cuando pasa por la asperilla.

 

Y nada más terminar de pronunciar estas palabras, la lluvia comenzó a caer. Las nubes negras que amenazantes cubrían las cumbres, llenaron el barranco desde la parte alta y comenzaron a dejar sus gotas. Al sentir el agua chorrear por sus caras, los tres aligeran el paso descendiendo por la ladera con el cortijo ya a un tiro de piedra.

- Pues a pesar de esta lluvia y la luz del sol que se apaga, en cuanto lleguemos al cortijo ¿vosotros sabéis lo que yo voy a hacer?

Dice y pregunta la niña de pronto. El joven, que la lleva cogida de la mano porque Aeste ángel dulce@, como él la llama, es el gozo supremo de su alma, le pregunta:

- ¿Qué es lo que vas a hacer?

- En cuanto salude a vuestros amigos del cortijo que son también mis amigos más queridos, me voy a ir por el trozo de sendilla que baja hasta el río. Lo voy a cruzar por las piedras gordas que en la corriente pusieron y voy a subir ese otro trozo de sendilla que va por aquel lado y desde allí ¿a ver si adivináis a dónde quiero ir?

 

Como el hermano la conoce y conoce con todo detalle el rincón de la sendilla que sube, le dice:

- Adivino que  quieres ir al misterio del segundo barranco oscuro que le entra al río por aquel lado.

- ¿Y para qué crees  que quiero ir a ese barranco?

- Eso también me lo sé de memoria. Quieres hacer una visita al charco largo y verde que se esconde entre las negras sombras de los fresnos. ¿Me equivoco?

- No te equivocas y ahora que lo has mentado ¿te pregunto lo que tanto me intriga?

- ¿Qué es lo que quieres saber?

- Lo del barranco, su oscuridad, la transparencia de ese agua, la sombra de los árboles y la sendilla que por allí sube ¿qué es lo que esconde y por qué resulta tan extrañamente bello?

- Eso te lo diré luego cuando lleguemos porque aunque está lloviendo y la noche ya empieza a cubrir los bosques, yo te quiero acompañar por ese barranco.

 

Y esto se lo decía el joven por lo que tan hondo llevan en su corazón. Tantas veces había jugado ya con la niña por el barranco y el borde de aquel remanso verde oscuro,  que venir ahora por aquí y no irse con ella a repetir el juego de siempre, era algo casi imposible. ¿Qué tenía el barranco, el charco oscuro, la sombra densa y la profundidad del cañón por donde bajaba la corriente? pregunta imposible de contestar como tampoco era posible contestar qué tenía la aldea pequeña aplastada allá a lo lejos, las aguas delicadas del río y la roca sudando chorrillos limpios a un lado y otro de la senda.

 

Los viste aquel día a ellos bajando hacia la misteriosa aldea y luego apartarse del camino y, mientras la lluvia los iba empapando, irse en busca del cortijo. Viste como los granizos cubrieron la tierra que pisaban y luego viste como al llegar al cortijo, lo primero que hicieron fue pararse y mirar hacia la aldea. Viste como la vieron escondida allá en lo hondo y tan repleta de misterio, mientras la lluvia caía, la noche llegaba y la niebla se alzaba barranco arriba. Viste luego como el hermano se fue con la niña de la mano y saltaba la corriente del río limpio. Viste esto y mucho más, todo ello como en un sueño pero al mismo tiempo, tan real y dulcemente bello que luego pasado el tiempo no se te ha borrado jamás.

 

Aun los sigues viendo dentro de tu alma y lo mismo que la niña preguntaba por el misterio del barranco, tú te sigues preguntando: ¿Qué tiene el barranco, la sombra que lo cubre, el silencio que lo arropa, la senda y la aldea allí aplastada que después de la visión de aquel día, dejó tan dulce sabor dentro de tu alma? Y aun más: ¿Qué tenían ellos y aquella tierna niña, imagen de lo frágil y puro, que da  tanto gusto recordarla y a pesar del tiempo no se borra nunca?

 

Cenizas que se lleva el viento   ir al índice

En vuestro recorrido hacia el nacimiento del río, ahora andáis frente a lo que  él dice se llama el Huerto Geromo. Es justo por la hondonada en que sube  la hija y con su amiga desde aquel lado del río.

- Y el vallejo que se ve algo más arriba es el que aquel día te decía se llama El Vallejo de Valle Joroca. Como puedes comprobar, queda por debajo de Fuente Segura.

Cruzáis unas tierras labradas y ya estáis caminando por el borde de la acequia que tu amigo quiere canalizar. Miras despacio y ahora te das cuenta de lo que él quería explicarte.  El cauce del río, al salir de la cerrada que pega a las casas de Fuente Segura Bajo, se tropieza con un limitado montículo y por eso se desplaza un poco hacia el lado del poniente.  Es la primera gran curva de este río y es la que ahora mismo recorre  la hija con su amiga. Pero como el cauce se desplaza hacia ese lado, la tierra que pega a la corriente, que es el huerto de tu amigo, queda algo más baja que el cauce. Desde más arriban cogen el agua para meterla por la reguera y claro, al pasar por este trozo de terreno, sucede lo que tu amigo te ha explicado. Desde la acequia el agua se filtra e inunda las tierras de huerto. Ahora lo comprendes con claridad porque lo estás viendo.

 

A la izquierda os va quedando la pared de rocas que forma el espigón que ha cortado el río.

- Cuesta de Los Mulos, es como se llama la parte alta del monte que nos va quedando a la derecha. Por ahí va el camino que llevaba la gente para ir a la aldea de Los Centenares y por ahí hay un sito que le dicen los Corralejos que es por donde también pasaba el camino.

Para ti piensas que un día de estos tienes que ir por las ruinas de las aldeas de las Espumaredas, los Centenares y las Canalejas. Las tres quedan por ese rincón de la sierra y a las tres las tienes apuntadas en la lista de las cosas bellas, para en su momento, rescatarlas del olvido. Hoy no le dices nada a él. Seguís subiendo y cuando ya estáis casi en la entrada de portillón, te vuelve a dice:

- Desde donde yo tengo las tierras del huerto hasta este punto, todo era de mi abuelo. Y desde la huelga esa, que es mía también, empezaba otra vez el abuelo, por aquel lado y llegaba hasta allá abajo.

 

Ya habéis dado la curva siguiendo el cauce y al frente veis el corte de la cuerda que  las aguas han trazado en las rocas. Al otro lado se ven unas peñas grandes que llevan por nombro las Piedras Gordas.

- Esto que nos queda más cerca, desde siempre le hemos dicho el Charco del Tejo.

- Y el portillo por donde el río se cuela ¿cómo se llama?

- A todo esto le decimos nosotros la Huelga Carrasco. Y es porque era de uno que le decían Carrasco. Las casas que ya estamos viendo, es lo de Fuente Segura o el Cortijo Penca. Todo lo que sigue hacia allá, es Poyo de la Iglesia.

Frente, arriba y a la izquierda, en lo alto se ve una gran peña cubierta de hiedra. Un magnífico espigón que bien podría ser el aguilón que vigila al valle. 

- ¿Y estos arbustos que vemos pegados a la corriente?   

- Son mimbreras.

La primera noticias que tienes de que aquí, donde nace el Segura y a estas alturas sobre el nivel del mar, crezcan mimbreras. Plantas que ellos siempre han aprovechado para fabricar cestas y otros utensilios útiles en los cortijos.

 

*Una gran noguera al frente y los álamos un poco antes de las primeras casas. Ya estáis llegando y lo primero que se te presenta con toda fuerza no es la realidad presente sino lo que emergen desde el fondo del tiempo. Un trozo de vida, durmiendo ahora ya en el recuerdo pero lleno de vigor que navega por entre las cosas que se han clavado en tu alma. A tu recuerdo acude aquella tarde de la tienda montada junto a la corriente de este río, tus compañeros saltando y corriendo por la corriente y la niña entretenida en el charco algo más abajo. También acude a tu recuerdo, la casa, ahora aquí solitaria, llena de desconchones gritando la presencia de los que la habitaron y ya no está. Y el otro recuerdo, es el de aquel día del incendio en el monte y, al caer la tarde, los campos llenos de ceniza, humeantes y solitarios. Tres trozos grandes recortados del gran trozo de estas sierras que no mueren jamás a pesar del tiempo que ha pasado. Y parece que ello ahora se te presenta con esta claridad para que no olvides que el presente,  lo que esta tarde respira por aquí y mucho de lo que aún queda por llegar,  se cimienta sobre aquello que fue y ya pasó a lo eterno.

 

De la casa desconchada  recuerdas varias escenas hermosas. En la puerta ellos tenían unas cuantas macetas llenas de plantas que al llegar la primavera, cada año florecían. Nada importante pero aquello era el signo de la vida y daba su toque de alegría por la puerta y las paredes. Llenaba de verde las mañanas de aquellas primaveras y transmitía calor de presencia humana cada vez que las veías y a ellos trajinando de acá para allá. Cuando por la puerta los niños se entretenían en sus juegos, desde su silencio humilde, acariciadas por el sol y los chorrillos de vientecillo que pasaban, las macetas llenas de plantas, vigilaban calladas y embellecían el escenario. Cuando los mayores llegaban del campo lo primero que del hogar amable les salía al encuentro eran los tallos verdes de las macetas adornando la puerta. Casi nadie les prestaba atención porque estaban allí, crecían, florecían, se marchitaban y volvían a brotar y eran como el termómetro de la vida, marcando el ritmo de los días y de las horas, sin apenas ruido.    

 

Todo fue así de sencillo, bello y grande hasta que ocurrió lo que nadie quería. Una mañana se fueron ellos, no se sabe a dónde, o por lo menos tú no lo sabes y la casa se quedó cerrada. La puerta se quedó sin el juego y  presencia de los niños, las macetas se quedaron si manos que las regara y por eso las plantas se secaron.  El caminillo, la entrada y el río mismo también se quedaron sin la presencia de ellos. Y hasta  el montón de leña seca para la lumbre de la chimenea, que casi eterno en la puerta se veía,  desapareció para siempre. La puerta de la casa perdió su color y las viejas cerraduras se oxidaron. 

 

Por el ambiente, el aire parece que los rezuma y a todas horas grita llamándolos. Y por eso ahora, cuando acabas de penetrar en el rincón, lo primero que has notado ha sido su ausencia. Te das cuenta que las macetas se han secado y las que todavía quedan por aquí, hasta la tierra la tienen derramada y convertida en polvo. Por las paredes de la casa se ven los desconchones y por el silencio de la tarde, aun siendo hermosa y pura, los notas ausentes. Una realidad dura, sangrante y dulce al mismo tiempo que amorosamente grita sus nombres e inútilmente pide que vuelvan. Y por eso una vez más te dices que esta es tu sierra amada con su cara verdadera de lucha por la vida, la belleza siempre palpitando y a su lado, punzando el vacío de la ausencia y la muerte. 

 

El otro recuerdo que ahora se te agranda con la fuerza de lo que no muere nunca,  es el incendio de la ladera, el humo alzándose desde los barrancos y las cenizas amontonadas donde crecían los milenarios robles. Lo viste aquella tarde y para empaparte más de lo que allí ocurrió, te fuiste por la tierra de la colina. Desconcertado ibas y abrumado por lo que a cada movimiento pisabas. A un lado te quedaba la ladera que vuelca al río y sobre ella, las hondonadas repletas de nogueras.

- ¿Qué ha sido lo que ha pasado?

Le preguntaste al pastor, que había madrugado más que tú y que ya miraba desde lo más alto.

- Anoche ardió todo este monte y ahora ya lo estás viendo: ni una rama verde queda y los gruesos troncos que han resistido, lentos se los está comiendo el rescoldo en compañía de la tarde que  cae.

 

Lo miraste despacio y seguiste mirando el campo y como en tu alma sentías casi la misma tristeza que él en la suya, le quisiste preguntar cómo había sido y por qué pero no te atreviste.  Sabías lo que te iba a responder.

- Y qué importa por qué y cómo haya sido. Lo que sí está claro y ahora duele es que ayer por la tarde esto era un bosque grande, repleto de hojas verdes que se mecían al viento y más repleto de vida silenciosa.  Sólo unas horas después, ya estás viendo lo que es: tierra yelmo, negra y achicharrada, cenizas grises que se lleva el viento y chorros de humo blanquecino que trazan sendas blandas camino de las nubes. ¿No lo ves?

Te decía él al tiempo que con el puño de su mano despachurraba las perlas acuosas que le brotaban de los ojos. Y sí que lo veías y hasta querías llorar en su compañía.

- Porque ahora ¿sabes lo que dirán?

- ¿Qué es lo que dirán ahora?

- Que el monte lo hemos quemado nosotros, los pastores de estas sierras, porque estamos enrabiado por las tierras que nos quitan.

- Y a mí que soy tu amigo, ¿qué verdad es la que me cuentas?

- La misma que le diré a todo el mundo: el monte no lo quemamos nosotros, porque desde que en estas tierras caminamos, lo estamos necesitando para vivir. ¿Quién puede destruir aquello que es el sostén de su propia vida?

- Yo creo lo mismo: que nadie es capaz de destruir lo que necesita para respirar y comer pero también creo que eso es lo que dirán: Ael monte lo habéis quemado vosotros@.

- Pero ahora,  fíjate despacio y dime qué te grita lo que tenemos delante.

 

- Mirando despacio y sintiendo lo que me quieres decir, vengo todo el rato y lo que me grita, ya lo sabemos y lo sentimos. En la ladera no hay una mata verde y sí muchas piedras negras y tizones humeantes. El viento que pasa sube caliente y los pájaros que vuelan no tienen una rama donde posarse. El arroyuelo que baja desde las cumbres, corre solitario sin ni siquiera una mariposa que revolotee por encima y las cenizas, son lo que  ya me decías antes: pavesas color plomo que se van de acá para allá como buscando un sitio en el espacio para desaparecer para siempre. Esto es lo que veo y aun así, me pasa como a ti: no quiero creerlo.

 

El joven y el chotillo    ir al índice

Este es tu segundo gran recuerdo al pisar las tierras de la aldea pequeña y a pesar de todo, te dices que el paraíso late por aquí. Al ver el rincón y las casas de la escondida aldea tan cerrada, hablas con tu amigo y le dices:

- Sin verlo, sé que en otros tiempos estas tierras de la rivera del río estarían todas bien cultivadas y sembradas con toda clase de hortalizas y legumbres ¿me equivoco?

- No te equivocas porque es verdad. En otros tiempos no había dinero pero tampoco había hambre entre las personas que por aquí vivíamos. ¿Por qué? Eso estaba claro: el que no recogía para el año entero, recogía para nueve meses y lo que le faltaba, se lo prestaba el otro. En estas tierras nunca hubo hambre: venía la gente de Villanueva, de Torafe y otros muchos sitios a pedir aquí. Dinero no había pero un trozo de pan que llevarse a la boca, siempre hubo y al que le faltaba, se lo daba el otro.

 

Todas estas tierras que desde aquí para arriba hacia donde nace el río, estamos viendo, siempre estuvieron sembradas. Las laderas que nos quedan frente y al otro lado, también se sembraba. La gente, hasta con los Aazaones@ excavaba para mover la tierra y sembrar lo que pudiera. Las umbrías que estamos viendo a ese lado del valle, yo las he conocido sembradas de centeno. Ahora viene por aquí la gente y se lo dices y lo primero que te responde es que eso no puede ser. Pero yo te digo a ti que pudo ser porque con mis ojos lo he visto.

 

Estáis cruzando la cerrada que el río ha tallado conforme fue cortando las rocas del espigón para escaparse de su primer valle. Por donde se pone el sol os queda un gran picón y arriba, sabes que crece la noguera.

- Es ahí donde se encuentra la Loma de las Eras.  En el mismo centro crece la noguera que antes me decías y te decía.

Por lo hondo del valle, vais pasando por entre las nogueras y los chopos. Miráis para atrás y las veis a ellas acercarse.

- A la derecha, según vamos subiendo, nos encontramos la casa de Bernardo y de Longino que son los propietarios y ya por aquí para arriba, la de Amador, Ignacio, la hermana Frasia,  la Elisa  y otros vecinos más. 

- ¿Y la casa de uno que hace tiempo conocí y se llama Enrique?

- Esta que tenemos casi al final, es.

Las que han subido por el otro lado del río, se acercan a vosotros. Os alegráis de verlas otra vez y al preguntarle,  la hija te dice:

- De chica, yo he venido mucho a esta aldea.

- ¿Y a qué se debían tantas visitas?

- Venía a ver a Ana, nada más. Desde chicas, Ana y yo hemos sido buenas amigas. ¿ Lo sabías?

- Sabía yo algo, porque eso se ve pero hasta dónde y cómo es esa amistad, si  no lo explicas ¿cómo se puede conocer?

- Es que para mí no es fácil decirlo con palabras y si, como dices ya se ve, ¿de qué otro modo lo puedo poner más claro?

- Sólo tú lo tienes dentro y lo sientes. Las palabras serán torpes pero siempre que se habla desde el corazón, surge el  lenguaje de la verdad más limpias. Eso se entiende aunque se diga torpemente. Habla  con esa verdad para que tu amiga lo sepa. ¿No merece vuestra amistad un gran puñado de flores frescas para que se regocije y goce?

 

Tienes que aclarar que Ana, además de ser la amiga de  la hija, es la segunda hija de tu amigo el pastor y hermana de la niña. Esta hija suya estudia magisterio en el mismo colegio de la Safa de Úbeda y es también otro tesoro, como tesoros son cualquier serrano, viva donde viva.

- ¿Y desde Pontón venías andando hasta aquí sólo para ver a tu amiga?

- ¡Claro! Por aquí, por donde hemos entrado hoy, me echaba yo siempre.  Cuando no  era para verla a ella, me venía con mi tía al huerto que tenía ahí más abajo. Mientras ellos excavaban las patatas yo me dedicaba a jugar con la corriente del río y con la tierra de los surcos. Esta de la farola, es la casa de la Ana. Fíjate como se adentra en las rocas de la ladera y lo bonita que es.

 

Ni su familia ni ella hoy están en la casa. Cada año, al llegar el invierno, se van con las ovejas a las tierras de Sierra Morena. Por esto hoy la casa está cerrada y la aldea un poco más sola. Como tantos otros pastores por estas tierras, hasta mediado de mayo, no empezarán a regresar. En invierno se van de aquí para librarse de las nevadas y en verano acuden porque es cuando las tierras de estas montañas presentan sus mejores praderas para el ganado.

- ¿Qué le decimos Ana, desde aquí y ahora mismo?

- Como  sabes, yo la veo todos los días pero piensas bien creyendo que ahora que pasamos por la puerta de su casa y en esta tarde solitaria, es bueno tener un recuerdo para ella. La veo ahora mismo allá en Úbeda, liada con sus libros.  Y esto me indica, una vez más, que mi amiga es la muchacha más trabajadora que he conocido en mi vida. Tiene las ideas claras y como desde hace mucho tiempo se ha propuesto, escaparse de estas tierras y el sistema de vida que hasta ahora por aquí se da, lucha fuerte para enfrentarse a la realidad que persigue. Y ella lo conseguirá. Desde aquí y ahora, yo la animo para que no decaiga hasta que logre lo que en su alma sueña.  Mi amiga se lo merece y por esto valores y el rincón tan bonito donde vive, es por lo que tiene dentro de mí, el mejor trocito de lo que yo soy. Ella es ella y por eso nada ni nadie la puede cambiar dentro de mi corazón.

 

   También te alegras ahora de oír a  la hija paseando, el cariño que siente por su amiga, por las tardes de estas sierras.  Te alegras de pisar las piedras que les pertenecen a unos y a otros y para llevártelas un poco más contigo, en el corto puente que cruza el río, os paráis un rato para hacer dos fotos con el fondo de las rocas que se visten de hiedra, ahí, donde parece que se remansa ese borbotón azul que un día dará consuelo a tu alma.  Te acercas a la corriente y al rozarla, porque pretendes que salga un trozo en primer plano, se te viene al recuerdo aquella mañana, el joven saltando por  la otra corriente y rescatando de ella un choto de cabra montés. Los viste como subía por la estrecha senda que se empina loma arriba. Y enseguida, lo primero que pensaste, es preguntarla a dónde iba.

- ¿Es que no lo sabes todavía?

- Lo intuyo pero si lo oigo de ti, perece que me deja como más repleto.

- Pues voy sediento y busco la fuente que calme mi sed.

- Ahora ya lo entiendo y por eso un poco también me voy contigo.

- A cada instante veo un reflejo de ese manantial, siento un trocito de su melodía, intuyo las praderas por donde nace pero no lo encuentro del todo y como sé que está ahí, lo busco porque tengo sed y quiero saciarme hasta morir.

 

       Viste como alcanzó el bloque de rocas que se clava un poco ya donde el collado se remansa, y se fue por el lado del poniente.  Atravesó el espeso bosque de carrasca y al coronar el collado, se vino hacia el lado norte siguiendo la senda. Desde este punto, el caminillo  corta la ladera en busca del barranco al tiempo que sube paralelo al cauce del arroyo. Sólo que el cauce baja y la senda sube  buscando el rellano donde se juntan los barrancos, las fuentes manan y el arroyo nace.

 

Tanto él tiene recorrido este trozo de sierra, que hasta con los ojos cerrado se siente capaz de subir y llegar al final. Y por eso conoce a fondo no sólo los árboles que junto a la senda crecen, sino las piedras gordas que a un lado y otro se alzan y hasta los chorrillos de aguas limpias que por aquí y allá van surgiendo.

- ¿No son estos, parte de esos chorros que buscas?

- Son parte o más bien reflejo que me encandilan y nunca puedo ni tocar en plenitud ni tampoco saciarme hasta lo hondo. Estos  chorros de agua brotando de entre las peñas que caen por la ladera, es lo que siempre me ha fascinado al tiempo que en más de una ocasión me han complicado el paso. Cuando llega el invierno y caen las lluvias o las nieves se amontonan por las partes altas, la ladera y las hondonadas que la senda va cruzando, se convierte en un puro manto de agua que brota sin parar.  Y hoy es uno de esos momentos. Tres día lleva ya lloviendo y cuando esta mañana las nubes han despejado el cielo,  el agua corre a raudales por cualquier trozo de tierra o roca. El arroyo que acompaña a la senda, baja tan repleto que más parece un río desbordado o una cascada sin fin que lo que en el fondo es. La corriente salta, despeñándose de charco en charco y al tiempo que salpica el aire de espuma brillante, llena el ambiente con su bramar ronco y transcendente.

 

Pero lo que al joven le preocupa es la senda que va recorriendo. Sabe que al final, cuando ya se aproxima a la llanura donde confluyen los manantiales y se forma el arroyo, se complica mucho. La pendiente se pronuncia peligrosamente y las losas de las rocas, pavimentan todo el suelo. Por ahí brotan mil veneros más y como precisamente no tiene por donde ir, casi se funde con las lastras, el agua de los chorrillos y las ondulaciones del terreno.

 

El sabe que pasar por este trozo de tierra cuando la ladera escupe tanta agua, es tan difícil como peligroso al tiempo que también muy duro.

- ¿Cómo te las vas a arreglar con lo encharcado que estoy viendo la tierra y tan abundante como baja el arroyo?

- Me agarraré a las rocas y si es preciso, me dejaré caer pendiente abajo.

Ya está pisando veneros, charcos y caños de agua que no paran de brotar, correr y caer.  Y va él todo preocupado por el manto de agua que desciende bañando las rocas que relucen como espejos y la senda que se le va perdiendo, cuando ante sus ojos se le presenta la realidad  más incomprensible. Una cerca de alambres que bajan desde la cumbre y cortando la ladera y la senda por su centro, se adentra hacia el arroyo, lo atraviesa y sigue por la otra ladera.

- ¿Y esto qué es?

- ¿No lo sabías ?

- Nunca he visto por aquí esta cerca pero ya quiero comprender.

 

- Te lo diré para que lo sepas: los que ahora mandan en estas tierras han sido los que han instalado la cerca que tiene ante ti y eso es por el deseo de proteger el monte de las ovejas y los pastores. No hacen dos días que lo han montado y como está sucediendo en tantos otros lugares, ni siquiera han respetado la senda natural que asciende desde el río y lleva hasta el cortijo de la hoya en las partes altas.

- Aunque sea capaz de cruzar las lastras y el agua limpia que las baña, en cuanto llegue a los alambres, sé que no podrá seguir.  Es una cerca de alambres recios, espesos y tan altos los han puesto que ni siquiera saltarlos por arriba se puede.

 

Junto a la roca naranja que se apoya en el puñado de tierra retenida cerca de la senda, se para y preocupado está observando a ver cómo encuentra una salida, cuando al mirar hacia el arroyo, lo ve. Es un choto de cabra montés. La cría, todavía pequeña, ha  resbalado por la ladera, la ha empujado el agua y al querer escapar barranco arriba, se ha tropezado con los alambres de la cerca. Te mira y como espera una respuesta, le dices que:

- Ahí tienes parte de la verdad que vas buscando. La vida enredada en la muerte y tu alma que se quema  de sed en medio de este mar de borbotones. ¿Ahora qué piensas hacer?

- Pienso dejarme caer detrás de este agua que se despeñas y pienso cogerla en mis brazos y sacarla de entre ese remolino que se la traga. Pienso, luego seguir subiendo en busca de la fuente que busco y cuando me canse de pisar agua y atravesar campo, me pararé frente al valle y el día que se alza para respirar profundo y llenarme un poco más de la vida que me falta.  Pero al mismo tiempo pienso que esta barrera es absurda porque está impidiendo la vida y corta la senda que de siempre me llevó a la cumbre. ¡Dios del cielo, cuánta torpeza y mezquindad movida por el egoísmo ciego!

 

El paraíso de la niña   ir al índice

En vuestra excursión, esta tarde, en busca de la fuente que también quita la sed, aunque de otro modo, ya vais saliendo por las últimas casas de la que es aldea de Ana y, desde que nació, paraíso de la niña. Y como, aunque no sabes de qué modo explicarlo, ahora andas recogiendo trozos para recomponer el gran cuadro bello que desde tu infancia llevas dentro del alma, recuerdas que por aquí se derrama otro cachito de esa excelsa imagen.

- ¿A qué te refieres?

Pregunta ese trozo de primavera que tu amigo tiene por hija.

- Estoy pensando en la hermana de tu amiga. La niña, que es como era cuando yo la conocí.

- ¿Y qué es lo que pasó?

- Sólo fue como un sueño y se nos presentó en forma de visión  divina cuando la tarde se iba apagando y el río que transporta pura esencia, comenzaba a llenar de rocío las últimas hojas de hierba de la pradera que ahora pisamos. 

 

- Pues si después de tanto tiempo, todavía la recuerdas con la fuerza que estás diciendo, cuando aquella tarde fue, tuvo que presentarse como una magia dulce o como el vuelo de una mariposa que acaricia el aire. ¿Te atreves a contarlo?

- Me atrevo a decir que en aquella ocasión no era una bonita mañana de primavera sino una cálida tarde de agosto. Veníamos nosotros de recorrer la sierra entera y como ya habíamos oído hablar mucho del nacimiento de este río, al pasar por aquí, decidimos quedarnos. En aquella ocasión éramos cinco y como todavía no eran Parque Natural los paisajes que ahora pisamos, creímos que no sería ningún problema acampar en estas riveras.

- Pero por aquí ¿dónde?

Preguntó uno de los compañeros.

- Vamos mirando y donde se vea un trozo de tierra libre, lo más pegado posible a las aguas del río, nos ponemos.

 

Y fuimos mirando según recorríamos el tramo de carretera que lleva al nacimiento y al cruzar por lo que tu padre dice, se llama el Collado de las Minas, vimos lo que buscábamos. Bueno, primero descubrimos  un rebaño de ovejas pastando por las partes altas, las cuatro casa de la aldea de tu amiga y tres personas caminando por los cortos trozos de estas callejuelas.

- Allá abajo se ve una pradera junto a las aguas.

- Pues ese es el sitio.

Buscamos el camino que da entrada a este rincón que como sabes es también ese viejo trozo de carretera que desde el Collado de las Minas viene aquí. Ni siquiera sabíamos dónde nos metíamos y mucho menos conocíamos a  las personas que por aquel entonces vivían en estas escondidas casas.

- Pero es igual. Así tendremos la oportunidad de conocerlos y quien sabe si hasta de hacernos amigos suyos.

 

 Atravesamos el enclenque puente donde acabamos de hacer la foto, cruzamos el trozo de calle que hemos recorrido y enseguida vimos que los vecinos salían a recibirnos, más movidos por curiosidad que de otra cosa. Con bastante timidez, los saludamos y después de preguntarles,  no dijeron que ahí, cerca de las aguas que por el río pasan, podíamos poner la tienda.

- Aunque eso sea propiedad, ahora mismo no está sembrado y sobre la hierba que crece, dos días una tienda, no estorba a nadie.

Fue lo que nos dijo Enrique que era, por aquella tarde, como el alcalde de la aldea. Dejamos el coche frente a estas mismas casas viejas y nada más reconocer el terreno, nos pusimos a montar el reducido campamento. Dos tiendas que levantamos justo al borde mismo de las aguas y mirando hacia los pinos que se amontonan por la ladera que en aquellos tiempos criaba centeno.

 

Ya se estaba poniendo el sol y vimos que las ovejas comenzaban a subir buscando la tinada. Los vecinos, asomados a las puertas de sus casas, no paraban de mirar y de pronto vimos, que de una de estas casa, salió una niña. Se vino primero hacia el coche, cogió por la veredilla que lleva al río y cuando ya se acercaba a las tiendas que tensábamos, se apartó a la izquierda y en la corriente se paró. Durante un rato, miró fijamente a los que por entre las tiendas nos movíamos, a las tiendas mismas y a las cosas que por allí íbamos soltando. La vimos nosotros también y lo primero que pensamos es que si se venía a nuestro lado, nos iba a gustar mucho. Una niña serrana, con el color de la cara parecida a los rayos del sol de la tarde y la sonrisa tan fresca como el rocío de los valles, era cosa grande para celebrar el encuentro, en aquel momento y trozo de paraíso.

 

La miramos desde aquella distancia y como ella  sentía vergüenza, lo único que hizo fue ponerse a jugar con el agua al tiempo que canturreaba una canción sin ritmo y de vez en cuando metía sus pies en la corriente limpia.

- Si se atreviera a venir y nos saludara, fíjate qué gozo.

Dijo uno. 

- ¿No te parece un sueño?

Comentó un segundo.

- Yo la veo como la mariposa reina por el paraíso donde el río nace.

Dijo un tercero.

- Y es como un premio, como el saludo más limpio que esta joya de río nos ofrece.

Decía un cuarto. Y ella no dejaba de estar con su juego al tiempo que miraba la tarde, yéndose por las cumbres y acariciaba el agua que alegre corría. 

- ¿Quién será que tan sueño se le ve y se funde tanto con la luz que cae y el viento que pasa?

- ¿Y por qué no se viene y se trae su juego a nuestro lado?

- Si es un hada o una mariposa vestida de primavera ¿cómo va a venir a darnos compañía? Además, si se acerca ¿qué le decimos?

- Yo le preguntaré su nombre y si me dice que para qué quiero saberlo, le diré que para llevármelo conmigo y no olvidarla más. Si quiere, le cortaré flores blancas para tejerle una corona y si no se asusta, le diré que siga sonriendo. Si ella me pregunta para qué tiene que seguir sonriendo, le diré que entre su gracia clara hemos visto  enredada la esencia más suprema del valle donde nace el río y como eso es puro gozo, nos gusta su sonrisa.  

 

Luego aquel día, se fue la tarde y la niña, que después supe se llamaba  así, se marchó  a su casa dejando su perfume desparramado por el río y la tristeza de su ausencia temblando en las sombras que la noche trajo. Así  fue aquello y no hubo más. Dos días más tarde nos vinimos de la pradera verde y al despedirnos, ya era nuestra amiga en la forma y esencia en que lo habíamos soñado y deseado. Su madre nos dijo cómo se llamaba y hasta nos la vistió de primera comunión para que le hiciéramos una foto. Luego nos regaló una talega llena de chorizo y morcillas y después nos dijo que allí teníamos su casa para cuando la necesitáramos. De este modo fue nuestro primer encuentro con el rincón que da la primera forma al río Segura y con los serranos que se anidan entre el rumor del borbotón de aguas claras. Fíjate qué sencillo y dime: ¿no es para que se clave en el corazón de una forma fija y honda? 

 

Y al amanecer, el valle que surcaba el río y nosotros habíamos pisado por primera vez, rezumaba una primavera nueva. Una verdad dulce que desde la pura tierra, recogía al alma entre su viento limpio y la transcendía hasta la eterna luz del gozo Grande. Así lo sentimos nosotros y por eso al mirarlo y mirarnos, quisimos hablar de aquello que no tenía forma pero llenaba el valle,  manando desde lo más hondo del corazón y el manantial gigante que da cuerpo al río.

- ¿Pero cómo se llama y qué decimos?

- Se llama Dios y decimos que es presencia inmaculada abrazando a los humildes y belleza gozosa que se les permite ver sólo a los pequeños y limpios de corazón.

- Pues si ya está dicho, que así quede. 

Desde entonces, el lugar donde nace el río Segura, tiene un nombre nuevo que sólo nosotros conocemos: El paraíso de la niña.

 

Congelado en el tiempo   ir al índice

Mientras has recordado el encuentro de aquella entrañable tarde,  no habéis dejado de caminar. Vais ya saliendo por las últimas casas del lado de arriba y en estos momentos, sientes que antes de alejarte, con más calma tienes que echar una mirada al rincón. Es como si una necesidad oculta te dijera que tan levemente no puedes pasar por aquí. Por esto detenéis la marcha y os paráis  frente a las casas, con el deseo de ver o sentir lo que en la realidad no existe.  Nadie respira ahora mismo por el lugar. Cerradas están las puertas, bien encajadas las ventanas, las calles solitarias, los cortos caminos cubiertos por la hierba y las chimeneas sin su hebra de humo blanco alzándose silencioso.  Las cuatro viejas casas de la aldea pequeña, están ahí: Aplastada contra el puntal rocoso que cae, varadas un poco a la orilla del río como si éste las hubiera dejado depositadas en ese punto y  asombradas otro poco, mirando mudas como la corriente pasa. 

 

Y desde su silencio, parecen gritar que su valor, ese orgullo oculto que les mantienen en pie y se le ve subiendo por las paredes en forma de gallardía, le viene de ellos: Los humildes serranos que desde tiempos remotos se acurrucan entre sus muros.  Si se mira despacio y desde lo hondo del corazón, se ve que  lo que sobre estas rocas se cimienta, no son tres pobres casuchas desconchadas. Aplastadas y envueltas  entre la brisa dulce que por el valle pasa, Fuente Segura de Abajo es como un puñado de  pequeños palacios de reyes grandes. Personajes sin títulos ni coronas de brillantes pero como a ellos no les importa, se saben nobles por lo que dentro  llevan y eso les basta. Mejor que los llamados  grandes del mundo, saben que el valor de las cosas no está en lo material sino en lo invisible y de aquí que se tengan por reyes verdaderos en el palacio de sus sencillas casas.

 

- Y por encima de todo, fíjate que bonitas.

Comenta la hija de tu amigo.

- Eso es precisamente lo que me retiene. Tan poco cosa y tan escondidas y al mismo tiempo tan blancas, tan gritando el juego de los niños que no están y la alegría de los  mayores que también se fueron.

- Si las miras despacio al tiempo que piensas, tampoco desprenden tristeza aunque se les vea tan solas.

- Es lo que también iba a decirte, porque en el fondo parece como si hubieran hecho un pacto con el tiempo, el sol que les da de frente y el viento que las acaricias, para en esta espera sin final, no perder su lozanía nunca.

- ¿Y qué es lo que según tú, esperan?

- Tampoco lo sé pero esperan. Esto se nota en tantos matices que por eso se les ve como antes decías: colmadas de brillo y bonitas como joyas recién lavadas. Mira qué sol más reluciente le entra por arriba y mira como parecen que se vistieran con el mejor traje de oro fino.

 

       Todavía, durante unos minutos más, seguís contemplando las cuatro viejas casas de este Fuente Segura de Abajo que se cae,  y luego ya las despedís, sin iros ni despedirlas. Al darles las espaldas te dices que quizá otros no lo entienda pero tú bien lo comprendes  aunque sólo sea en ese silencioso mundo del alma. Ahí las llevas y los llevas, puede que sólo para ti pero eso te basta.   Pisáis las tierras del rincón en que pusisteis las tiendas aquel día y comenzáis a remontar el camino que conduce a las aldeas de arriba.

- ¿Y qué edad tenía por entonces, tu niña, si se puede saber?

- Creo que no llegaba a los once.

- Si hacemos la cuenta, descubrimos que desde aquella primera tarde, ya han pasado muchos años ¿Se puede saber cómo fueron las cosas desde aquel día?

- Aunque lo resumiera mucho, saldría una historia larga pero como las cosas fueron de belleza en más belleza, lo voy a intentar.

 

 Después de aquel juego, la vi solo una vez, un día que su madre estaba comprando en el mercadillo de Úbeda. Lo primero que hice fue saludarla y luego agradecer a la madre las morcillas tan buenas que nos regaló.

- Son las cosas sencillas que tenemos en la sierra.

- Pues nos las comimos aquel mismo día, cuando recorríamos la Sierras de las Cuatro Villas. Al pasar el Raso de la Honguera, por la Cueva del Peinero, en la fuentecilla que corre junto a la carretera de la umbría, nos paramos. Abrimos la talega y con un trozo de pan, nos comimos las morcillas. ¡Qué sabor a sierra y qué sustancia a sana, tenían aquellas morcillas!

Y estando hablando esto, caí en la cuenta que esta familia a mi no me conocía de nada. Solo una vez me habían visto y la segunda ya tenía grandes cosas que agradecerle. Pero primero ellos se habían acercado y sin interés ninguno.

- Usted no tiene nada que agradecer.

Decía la madre cada vez que le repetía su buena acción.

 

Desde aquel día, el tiempo corrió y unos años, quizá cuatro o cinco, después de la tarde dorada junto al río, se presentó en Úbeda. Se apuntó a internado de la Safa y se puso a estudiar lo que ya no podía en su pueblo. Ni siquiera lo supe hasta que no la vi y aquello fue como la primera vez. Sin anuncios ninguno y casi de puntilla.   Tampoco sé cómo fue pero cuando acababa el curso, los padres nos dijeron que tenían un cordero preparado para una buena comida el día que quisiéramos ir a su casa. Aquello fue también como de puntilla, y sin quererlo y, no sé por qué, tomé nota de las cosas.

 

Puros manantiales de amor    ir al índice

Lo que fue después hasta completar el día, luego en su momento lo iremos sacando. El caso ahora, era recordarte el encuentro y seguir con el plan que esta tarde hemos puesto en marcha.

- Pues más adelante  ya me contarás y en todo caso, cuando la veamos a ella, le pedimos que nos complete lo que falte.

- Pues que sea así.

 

En estos momentos, ya vuestra subida se remonta hacia las casas de las aldeas de arriba. Una delicada hondonada os sale al paso y al preguntarle a tu amigo te dice que:

- Esto se llama la Loma y es porque hay dos arroyuelos que bajan ¿No los ves? Lo que queda en el centro lo conocemos nosotros como la Loma o los Praos de la Loma.

- ¿Por dónde cae la Fuente de las Guijas?

- ¿Por qué me lo preguntas?

- Es que la tengo muy oída y de ese tanto sonarme, he deducido que tiene que ser algo importante.

- Quizá  Adesajere@ un poco pero yo creo que después del verdadero nacimiento del río, el otro manantial importante, es el de esta fuente.  Y está allá enfrentico, en esta dirección y es precisamente de donde se coge el agua para el pueblo.

Miras y guardas silencio pero para ti te dices que un día, sería estupendo recorrer los manantiales que brotan en el  río, desde este primero y grande hasta donde se deshace con el Madera. Sabes, y lo has descubierto por ti mismo, que por lo menos cuatro, existen. El gran primero, el de la Fuente de las Guijas, el del Molino de Loreto y el que brota por entre la ancha boca de la Cueva del Agua. Pero ¿habrá más? Seguro que sí y esto sería bonito comprobarlo.

 

A la derecha os va saliendo, de entre la curva de la loma, la figura de una construcción. Le preguntas y te dice que esta es la nave de tu amigo Amador.  También te dices ahora que otro día sería bueno recorrer más despacio las sendas que desde las casas de estas aldeas parten y remontando lomas y barrancos, se pierden por el espeso monte en busca de otros lugares habitados por serranos.  la hija se te acerca y sin más te pregunta:

- ¿Cuál es esa otra interrogante que me decías?

- Arranca desde lo hermoso y por eso me gusta tanto pero tiene difícil concreción.

- Pero si como antes me contabas, es real y claro ¿cómo no sabes expresarlo?

- Es que tampoco la respuesta es sencilla, aunque   tienes razón: lo siento natural como  el viento que nos roza y por eso se me mete tanto por las rendijas del alma.

- Aunque sea torpemente ¿no te atreves a decirlo?

- Por decir puedo empezar contando que como aquella tarde clara del mes de agosto, otros días y otras mañanas, más de mil veces el alma se me ha detenido entre los dedos invisibles del viento que eterno acaricia las rocas de estas cumbres. ¿Has entendido el juego de la niña aquella tarde junto al río?

- Hasta donde puedo, creo que fue como una ráfaga de primavera recién brotada y por eso os gustó tanto.

 

- Lo que es igual a muchos racimos de belleza limpia y eso ya lo hemos dicho antes. También irradiaban mucha belleza las personas que absortos nos miraban desde las puertas de sus casas. Si sumamos una imagen a la otra, ya estamos preparados para acercarnos al mundo de los pastores caminando por los montes de estas sierras. Y lo que te quería decir es eso: que cuando te encuentras con alguno de ellos, y más aún si te paras a charlar con él, siempre te sucede casi lo mismo que aquella tarde con la niña en su paraíso. Lo miras y te dices que son hermosos los paisajes que pisa, las ovejas que guarda, su perro negro, la forma en que cuenta las cosas, su postura limpia ante la vida y como abarcándolo todo, su corazón sincero. Te asombra en ellos esa lucha densamente callada, la alegría frente al valle repleto de nieve, la soledad que cada día los baña y por encima de todo, el orgullo con que caminan.

 

- ¿Y de dónde sacáis vosotros tanta sabiduría sin apenas haber leído un libro y de ahí que tengáis que condensar la vida en tres palabras?

Le he preguntado muchas veces y también muchas veces, a esta pregunta ellos me han respondido:

- Ya la estás viendo: aquí nos pasamos la vida acompañados de los animales, las nubes que pasan, el manantial que brota, los caminos que surcan las tierras, el brillo de las estrellas en las noches claras, el aleteo de las mariposas surcando las primaveras, el perfume de mejorana saturando el aire, los rayos del sol que nos tuestan, la canción de la cascada que retumba alegre,   el canto de las tórtolas al amanecer y el balar de los corderillos mientras retozan por la pradera verde. Pero si tú lo que quieres es preguntar de dónde sacamos nosotros el cariño que ponemos en las cosas, pues eso no tiene respuesta. La realidad que nos rodea forma parte de lo que somos y como nos pertenece desde lo más íntimo, le damos el mismo trato que a nuestro propio ser.

 

- Yo quería preguntar exactamente lo que me acabas de responder pero además, deseo ir un poco más adelante: ¿De dónde sacáis vosotros el amor que ponéis en vuestros hijos para que se les vea tan pura sonrisa, en cualquier hora y momento y también se parezcan tanto a los manantiales limpios que brotan por los barrancos? Y esto te lo pregunto por lo que ya antes te decía: si apenas sabéis leer ¿cómo os las arregláis para criar hijos tan alegres, tan delicadamente limpios en su corazón, tan dulcemente buenos en su alma y tan noblemente humanos para con todo el mundo, que cuando los rozas, más que retoños de humanos, los ves puñados de ángeles venidos del reino de la luz a recoger esencias de la sierra para en cualquier momento arrancar vuelo y remontarse  al edén de la belleza eterna?

 

Y a esta pregunta, casi siempre ellos me han mirado extrañados, como no sabiendo qué responder. Y luego,  al rato,  han rota su densa pausa para decir:

- Pues la realidad está ahí: ¿Cómo se consigue? Puede que encaje algo con lo que antes decías: al no tener palabras con qué argumentar la verdad de las cosas, nos concentramos con todas las potencias en demostrar que lo importante son los hechos  reales y no las teorías bonitas. ¿No has oído el refrán que dice que obras son amores y no buenas razones?

- Lo he oído y aunque  también tú dices verdad,  no me quedo del todo satisfecho.

- De todos modos, las cosas no son tan complicadas. Se trata de coger la vida en la forma que ésta se vaya presentando, poner cada día en su sitio aquel grano de arena que te corresponda, irse libremente con las nubes o la corriente que pasa y nada más. Lo que falta hasta completar ese colmo que tú admira, lo pone el cariño, el sincero amor por el que siempre hemos estado unidos.   

 

Un hijo, es tesoro grande para cualquier ser humano y eso se sabe y se siente así aunque no se haya ido a la universidad. Tampoco es necesario grandes estudios para reconocer y abrazar la pura presencia de lo divino en los paisajes que a diario recorremos. Y lo que quiero decirte es que si tanta presencia de Dios nos envuelve por todos sitios ¿no puede ser normal que sepamos algo de ese amor para transmitírselo a nuestros hijos?

- Seguro que será tal como tú me dices pero como en lo hondo de mi alma, la verdad que acabo de preguntarte, me resuena con tanto gozo, creo que existe algo más. 

- ¿Y qué es ese algo más?

- Pues ese invisible y nuevo código de amor que sutilmente os abraza entre sí, en una verdad limpia, y  que no se da en el resto de la humanidad. Como bien tú me has dicho, no hay palabras para decirlo pero los resultados saltan a la vista. Y quizá por esto, desde hace tanto tiempo, os veo como puros manantiales de amor que no paráis de brotar para que vuestros hijos crezcan empapados de la sabia que da la mejor vida. 

 

Los papeles     ir al índice

Otra cosa es lo del joven aquella tarde con sus ovejas y el río rebosante de agua limpia. Subía él por la hondonada camino ya de la tinada y repleto en su corazón del día que tan dentro se le había metido. Junto a la corriente y por las rocas que la protegen, estaban ellos midiendo tierras y tomando apuntes. Tres o cuatro eran y mientras iban de un lado para otro, soltaban sus papeles en cualquier sitio. En la tierra del camino, en los troncos de los árboles o en las piedras gordas que rodeaban el río.

 

Pasaba el joven por allí porque iba con sus ovejas camino de la tinada y tan contento que ni siquiera se dio cuenta de su presencia. Tampoco sabía que sobre aquellas rocas ellos tenían puesto sus raros papeles.  Y claro, menos todavía las ovejas sabían que aquellos papeles eran cosas grandes, según decían ellos, aunque los animales no tuvieron culpa alguna. Subían parsimoniosas camino de su tinada y antes que alcanzaran las rocas donde los papeles se apoyaban, la ráfaga de viento bajó por la cañada. Dobló las copas de los pinos, se llevó por delante las ramas secas de los cardos cucos y también el montón de papeles que ellos habían soltado en lo alto de las piedras. El joven ni lo advirtió pero ellos sí los vieron volando por los aires e ir a caer justo en el centro de las aguas que el río llevaba.

- Los hemos perdido y ha sido por culpa de este patoso pastor.

Dijeron enseguida sabiendo con certeza que aquello no era verdad.

  

Enfadados dejaron el trabajo que tenían entre mano y rápido se vinieron hacia el camino que el muchacho recorría. Le cortaron el paso por la parte de arriba y frente a él se pusieron amenazantes.

- ¿Tú has visto lo que ha pasado?

- Ni siquiera sé de qué me habláis.

- Los sabes porque han sido tus ovejas las culpables de que la corriente se lleva nuestros documentos y con ellos el trabajo de un mes entero.

- Pero lo animales ni siquiera van por el campo. Como estáis viendo, suben tranquilos por el camino en busca del rincón donde duermen.

- Si ahora nos ponemos en nuestro sitio y exigimos que se pague el daño que acabas de hacer, luego empezareis a decir que somos malos.

- Pero es que no sé todavía de qué me estáis hablando.

- Pues para que te enteres, tendrías que venirte con nosotros hasta la orilla del río, asomarte a las rocas grandes que rodean el agua, tirarte desde allí a la corriente y mientras no nos devuelvas los papeles que hemos perdido, no dejarte en paz. La culpa ha sido tuya y por eso sería normal que fueras tú el que nos devolviera el tesoro que acabamos de perder.

 

No lo vamos a hacer pero si fuéramos tan malos como vosotros decís, eso sería lo normal. Por hoy y ahora sólo se queda en una advertencia y mucho cuidado con decir luego por ahí que te hemos obligado a meterte en el río. Porque eso es otra cosa que también tenéis. Cualquier tontería que os digamos enseguida la proclamáis a los cuatro vientos añadiendo que lo que pretendíamos era  tirarte al río para ahogarte.  Sólo te hemos saludado y nos aguantamos la trastada que nos has hecho.

 

Aquella tarde, siguió el joven detrás de su hato de ovejas pero ahora ya triste.  La alegría que a lo largo del día había recogido de los campos, en unos minutos, ellos se la convirtieron en pesadumbre. Porque aunque ellos no hicieron nada más que decir lo que dijeron, directamente fueron a lo más central de la dignidad humana. Lo hicieron culpable y por eso su alegría se transformó en pena.

 

El otro mundo    ir al índice

Vuestro recorrido se acerca al nacimiento del gran río que es donde esta tarde tenéis puesta la meta. La tiná de Amador va tomando forma cada vez más cerca y clara. Por el lado de abajo del camino que recorréis, pasta un rebaño de ovejas. Quieres también saber algo de ellas y por eso él te aclara que el trozo de tierra que llenan, se llama Ael Humedal@.

- ¿Recuerdas tú que vivió por aquí un señor que se llama Juan Paco?

Le preguntas de pronto.

- ¡Claro que lo recuerdo!

- Un día recorrí con él las ruinas de la desaparecida Bujaraiza y fue entonces cuando me dijo que por este rincón de la sierra, sus antepasados tenían una casa.

- Ahí un poco más arriba estaba esa casa. Ese era Juan el de la Hermana Remedios.

- ¿Lo conociste?

- Sin ir más lejos, el otro día me saludó en Villanueva. Es familia de Narciso, el que hace un rato nos hemos encontrado. En Villanueva le dicen el poeta.

 

Mientras camináis y dais pequeños repasos a esto y aquello, de fondo os va dando compañía el rumor del río que baja, algún que otro trino de pajarillo y  el valido de las ovejas que empiezan a subir por el camino en busca de la tinada ya cerca de las casas de la aldea. Por el lado de arriba y a la derecha, van apareciendo las casillas del cortijo de Enmedio. Tampoco en este chiquitillo y bellos cortijo de Enmedio, vive nadie. Aunque es mejor decir que sí viven algunas familias pero al igual que en el cortijo de abajo, ahora están en las aceitunas, unos y con las ovejas, otros.

 

Al mirar y ver los edificios tan remontados y alzados sobre el valle, te acuerdas de aquel día y ellos. Fue uno más de tantos, esplendoroso en los paisajes y la luz que la mañana derramaba por los campos. El valle relucía de verde nuevo y las laderas se alzaban majestuosas bien manchadas de sombras tiernas. No corría nada más que un leve viento fresco y por la hondonada que el arroyo atravesaba, sólo existía rumor de charcos derramándose y trinos de ruiseñores cantarines. El valle del gozo profundo, es como le habían llamado de siempre y el lugar donde el corazón sentía el calorcito más recogido junto a la vida más palpitante.  De ahí que el placer fuera tan sabroso y el rincón tan querencioso por los que a lo largo de los años lo habían sentido como tierra y casa propia.

 

Ellos subían por la senda vieja llevando en su conversación las cosas de siempre  mientras caminaban sin prisa porque conocía bien el terreno. Era por la mañana y lo que tenían pensado era llegar al cortijo cuando el día alcanzara más o menos su mitad. Por esto iban tan metido en lo suyo prescindiendo de lo que, en las otras partes del mundo entero, ocurría.  Tú los viste pisando la arena blanca de las orillas de las aguas y pararse frente al charco largo para mirarlo despacio.

 

- Por ahí tenemos que cruzar esta corriente.

Indicaba el joven señalando al vado anchuroso que tenían delante y por donde la corriente se aplastaba deslizándose casi sin pasar. Al sentir lo que decían, miraste movido por la curiosidad y descubriste que por donde pretendían atravesar, no había puente.  No había ni piedras gordas para saltar de una a otra ni tampoco trancos secos que se apoyaran de lado a lado.  A¿Y de qué modo vais a pasar la corriente por ahí si  según estoy viendo, no hay nada más que profundidad color cielo y verde bosque y arena fina a un lado y otro?@ Les quisiste preguntar para salir de la duda que te envolvía. APor ahí, se atraviesa de este modo@, te dijeron ellos al tiempo que se ponían en movimiento sin miedo alguno.

 

  Viste como guiados por el joven que ahora se había puesto al frente del grupo, sin titubeos de ninguna clase, pisaron las aguas limpias que por entre la arena se deslizaban. Chapotearon por aquí y por allá y aunque las aguas empezaron a llegarle primero a las rodillas y luego casi a la cintura, siguieron adelante y en dos minutos ya estaban en la otra parte del cauce. A¿Ves que fácil?@  Te dijeron otra vez y como tú los estabas viendo dijiste que sí pero que aquello no era moneda corriente y menos con la naturalidad y valentía que ellos lo habían hecho. AEsto ocurre sólo en los cuentos de hadas y por eso es tan pura fantasía. En la vida real no se ve nunca, porque aunque es tan sencillo como ahora mismo me habéis mostrado, nadie lo hace@.

 

Ellos ya no te hicieron caso y desde la arena crujiente que les acogía al salir del agua, reemprendieron su caminar valle arriba. A la derecha se les quedaba el chapoteo de la corriente, a la izquierda la segunda ladera espesa y tupida de verde negro y al frente se les iba abriendo la gran entrada del valle mágico que recorrían.

- Y la casa que nos decía, construyeron en las mismas rocas ¿dónde queda?

Preguntó uno al joven.

- Enfrentico mismo de esas rocas la tenemos. Fíjate en las piedras blancas que allí en la curva, lava el río. Fíjate en la senda que en forma de repisa se ciñe al cinto rocoso que recorre la ladera, fíjate en aquella hondonada que se pierde por entre la espesura de los enebros, fíjate y verás como allí, donde el terreno se remansa un poco, se ve una parata de piedras perfectamente puestas, pues allí mismo, si os fijáis bien, veréis la casa chiquitilla.

 

Sólo una covacha abierta en la misma pared rocosa que vamos recorriendo ladera adelante, en la entrada dos trocitos más de paratas levantadas con las piedras sueltas de la ladera y la puerta mirando al valle.

- Me he ido despacio detrás de lo que acabas de contarme y donde me dices, se alza la casa que es un agujero en forma de cueva abierto en las rocas y lo que por ahí estoy viendo no es una casa sino un refugio chiquitillo. ¿Cómo pudieron vivir en ese sitio?

- Ya te he dicho que le entraban por la sendilla estrecha que acaso hecho tallaron en las rocas. Se metían en esa casa, que a pesar de todo era vivienda y desde ella miraban a la vida siempre frente al valle. Esa fue su vivienda y ahí sigue todavía aunque el monte y las piedras la hayan tapado ya casi por completo.

 

También tú sabes dónde está la casa de las rocas y conoces la senda por dónde se le llega. La has visto mil veces y unas pocas, aunque no muchas, has estado en su interior. Y de siempre, lo que más te llamó la atención de esta morada, fue su posición dentro del  valle. Desde la senda que le llega y desde las paratas que sujeta su entrada, se abre el mejor balcón frente a los paisajes. Tan bueno es que al amanecer se ve toda la anchura de la aurora cubriendo el cielo, toda la luz que el sol derrama cuando sale, todas las nubes que pasan por los montes cuando por la sierra hay nubes, toda la lluvia que caen en los campos cuando llueve y todos los copos de nieve que atraviesa el viento cuando nieva. Luego, al caer la tarde, se ven los cien manojos de rayos dorados que el sol desparrama por los bosques, se oyen los mil trinos de los pájaros que cantan y se ve el fabuloso valle atravesado por su río claro.

 

De siempre, esto ha sido lo que más te ha fascinado de la casa y por eso ahora, la ves con ellos mientras lentos suben recorriendo su camino. Van dando un repaso a las cosas de la tierra, metidos por completo en su mundo y sueños y olvidados del mundo de los humanos más lejanos. Sin embargo, desde lo alto de la cumbre que a las espaldas les va quedando, los que habían llegado de fuera y querían hacerse dueños de las tierras,  se encargaron de recordarle que el mundo no era sólo aquello que los del valle llevaban en sus pensamientos. De pronto sintieron un disparo y enseguida el silbido de la bala rebotando en las rocas de la izquierda del camino.

- ¡Tened cuidado que nos matan!

Exclamó de repente el joven  sobresaltado por el hecho y sorprendido por lo extraño del fenómeno. De piedra se quedaron quietos en el centro del camino al tiempo que buscaban a ver de dónde surgían aquellas balas. Otra explosión sonó allá en lo alto y el proyectil pasó gimiendo y casi rozando sus cabezas.

- ¿Pero quien diablos son y por qué nos atacan de este modo?

Volvió a decir el joven al tiempo que empujaba a sus compañeros hacia la torrentera del arroyo.

 

- Aplastaros contra la tierra y no mover ni la cabeza pero mirad fijos a ver si los descubrimos.

Y claro que lo descubrieron en un momento: a lo lejos, sobre el monte y en lo más alto de las rocas de la cumbre, se alzaban impresionantes empuñando los rifles y dominando el valle.

- ¿Quiénes sois vosotros?

Gritó el joven dando una  voz fuerte para ver si aclaraba lo que tan extrañamente de repente se había presentado.

- Estamos cazando y os habéis metido en el centro del peligro.

Contestaron los que dominaban la situación desde la cumbre.

- No tened  miedo que contra vosotros, serranos de este valle, no son nuestros tiros. Es sólo un aviso para que cuanto antes abandonéis las tierras. Os damos un tiempo, no muy largo y si no desaparecéis de estos lugares, seguiremos disparando.   

Siguieron avisando los de la cumbre.

 

Los del valle, con el corazón en un puño, se levantaron. Asustados volvieron al camino y con la tristeza choreándole por el alma, recorrieron el trozo de senda que les quedaba para coronar y volcar a los otros barrancos. Era la primera vez en la vida que habían sentido tanto miedo al cruzar su valle. La primera vez en la vida  que se notaban echados de las tierras de sus raíces,  huyendo de ellas con la dignidad machacada y por eso se sentían como vulgares malhechores.

 

El camino y la meta    ir al índice

Atravesando la tarde que va cayendo sobre el valle donde nace el río, seguís vosotros, remontando la pista que une las aldeas.  Giráis en la curva, un poco antes de  las tapias del último puñado de viviendas. A la derecha os van quedando las casas y a la  izquierda, la gran primera vega del Segura.  Los chopos extienden sus ramas peladas y el viento que pasa mudo, las zarandea.  Ya no estáis lejos de donde brota el rey de los manantiales y por eso se ve todavía con más claridad la preciosa  tierras. ATierras de mucho rendimiento@ aunque  estos días, sólo produzcan hierbas silvestres para las ovejas. 

- ¡Esto es una pena ahora!

Exclama tu amigo.

 

Y al oír sus palabras,  parecidas a un quejido doloroso que sale de lo más hondo del alma, tu espíritu es invadido por una extraña ráfaga de perfume, mezcla de mil sensaciones que palpitan llenas de fuerza. Detrás  de las olorosas matas de tomillo, que por las tierras crecen, salta, camina y se esconde, la fina tristeza que duele.  Amorosamente  rocía el valle y desde el silencio del vientecillo que acaricia, se viste de soledad y grita: ALo que importa no es el camino que se recorre sino el final que existe donde termina la senda@. Alguien, quizá el alma que lucha y se agarra a esa brizna de vida que intuye al otro lado del tiempo, pregunta: A¿Y cómo puedo llegar a ese final si hasta el viento que necesito para respirar y andar el camino, me lo están robando?  Lo mismo que yo, tú estás viendo que se me quedan trozos del cuerpo tirados en el polvo, puñados de ilusiones esparcidos por las piedras, ríos de sueños evaporados por las nubes y montañas de deseos, rotos en las cuestas. ¿Cómo puedo llegar hasta el final si veo que los otros pasan y me apartan, me empujan y me tiran y hasta se ríen orgullosos y me dicen que mi vida es necia?@

 

Y la fina tristeza que llena el valle vestida de soledad, responde: ATú sabrás cómo te las arreglas para llegar hasta el final pero no hay más verdad que aquella de la meta última. El camino es sólo un medio y como tal debes entenderlo@.  El alma se queda muda y siente que está sola, respira el limpio viento que pasa y como intuye  que el final allá muy lejos queda, quisiera morir para así no caminar más con el peso de esta tristeza hueca. Por el camino que sube, ajenos a los que pasaron antes atropellando la alegría de los que ahora quedan, también palpita el juego de los niños. Corren arrastrando sus juguetes de palos secos, cortados en las montañas y ríen a sus anchas. Tampoco esta tarde ya se les ve por aquí  y por eso el silencio de su ausencia y la fina tristeza disfrazada de soledad llenando el valle, envuelve como en un remolino invisible de viento añejo que aprieta  hasta casi dar la muerte.  Pero no es la muerte lo que por aquí se palpa, sino la vida y como falta tanto de aquello que en otros tiempos fue gozo, lo que el alma llora, es el vacío de su ausencia en medio de tanta presencia bella.   

 

Las piedras no hablan pero ahí están gritando y dicen que desde que aquello dejó de ser, ya nada tendrá el sabor de la tierra y aunque broten mil limpios manantiales y de nuevo vuelvan las primaveras, ese bullir de la vida como en aquellos tiempos era, no será nunca más. Y aunque las tardes siguen pasando y, al germinar las florecillas, de una a otra las mariposas revolotean, ellos rompieron para siempre la vida en este valle y desde entonces se está a la espera. Ahí, un poco más abajo hierve el río, brota el agua limpia y fiera y tú lo sientes, lo palpas, lo pisas y hasta por su corriente chapoteas y por eso te dices convencido que aquí está la vida verdadera. Pero la voz del alma que dentro llevas te vuelve a repetir otra vez que al final está la meta. Que nada de lo que ahora pisas vale tanto como para que siempre permanezca y que tampoco sirve para nada llegar a lo más alto de la cumbre si vacías las manos llevas. AAsí que avanza, grita, pisa, llora, sufre y pelea pero no te des por satisfecho sólo con alcanzar la meta. Si no  hay pisadas firmes y mil piedras una a una, en su sitio bien puestas, mucho será pura pavesa y eso no es una obra que valga aunque muchos, en el fondo, lo crean@

 

Ellos y su manantial    ir al índice

- Lo que pasa es que la gente joven se va y los mayores que vamos quedando, nos apañamos con las pocas ilusiones que todavía tenemos, la casa donde vivimos y las tierrecillas aunque ya no las sembremos.

Te aclara  tu amigo. Por el camino que remontáis, van las ovejas y como vuestro caminar va más rápido, alcanzáis al pastor que las sigue. Lo saludáis y enseguida le pregunta por qué no se ha ido, como los otros, a las tierras de Sierra Morena.

- Es que nosotros tenemos pocas ovejas y preferimos no meternos en esos trastornos.

- ¿Cómo era antes el lugar donde brota el río?

- Un agujero grande como el que ahora ahí se ve pero sin el bordillo que tiene. Ese muro lo hicieron para conducir el agua por la canal que atraviesa el Collado de las Minas y lleva a Cañá Manzano.

- ¿Cuántos vecinos viven ahora en esta aldea de Fuente Segura de Arriba?

- Pues diez o doce.

- ¿Todos de aquí o sumados a los que vienen de fuera?

 - Los que ahora estamos, somos familias que hemos vivido siempre aquí.

- ¿ En cual de las tres aldeas vive más gente?

- En  la de arriba.

- Ahora ¿cuántos estáis?

- Sólo cuatro. Nosotros, la hermana Anica, Esteban y Elías.

- ¿Y les gusta a ellos que los nombremos por sus apodos?

 

Tu amigo te dice que no importa.

- El padre de este muchacho, pastor que vamos acompañando camino de la última aldea, le dicen AEl Coraje@ y a ese que ha dicho Quico, le dicen AEl Campanero@. ¿A ver cómo le dicen a los otros de apodo?

Pregunta tu amigo al muchacho que sigue a sus ovejas y acompañáis mientras os acercáis a las casas. Francisco o Quico, que es como se llama el joven, responde:

- Los otros es que no tienen apodo. Estebilla no tiene apodo.

- ¿Y a vosotros no os molesta si os nombran por el  apodo?

- ¡Que va!  Si nos lo han dicho de siempre. Lo puede usted poner en un libro o donde quiera que no pasa nada.

Tu amigo interviene otra vez diciendo:

- La familia del Coraje, de siempre han sido íntimos amigos míos, personas muy correctas y nobles donde los haya. Cuando entre nosotros hablamos, decimos: aquella, la mujer del Coraje y por eso nadie se enfada.

 

 Son buenas gentes que caminan, laboran, sufren y esperan, tal como tú siempre los has soñado y ahora por la tarde los encuentras. Tienen su trozo de paraíso donde el rey de los manantiales brota a la vida y aún en los tiempos en que vivimos se muestran tímidos, nada, cuando con ellos te tropiezas. Pero el río, su río, el río grande que surca sierras, tú lo viste la otra noche desde el sueño y no se parecía nada al que conocías de antes y ahora corre por el valle. Subiste por la llanura e ibas preparado porque sabías que los manantiales ya habían reventado y por eso ellos te dijeron que:

- Hoy no cruzas tú por esa senda.

- Si como pensáis el agua es tanta, no me importará meterme por ella y ponerme chorreando.

 

Y el agua era tanta. En cuanto remontaste un poco viste toda la tierra cubierta  por un puro manto de agua transparente que brotaba y corría, llenaba los barrancos y tapaba las piedras.   En el recodo de la senda te quedaste parado y aunque con tus propios ojos lo estabas viendo, no te lo creías. Los borbotones claros brotaban a lo largo de toda la llanura y desde cada uno de ellos corrían pequeños arroyuelos llevando la alegría en su saltar juguetón y las transparencia del mismo viento. Mudo, contemplaste durante un rato la visión mágica y aunque dentro de tu corazón te gustaba mucho, para ti comenzaste a decirte: A¡Madre mía! ¿Cómo podré atravesar tanta agua y a lo largo de esta porción de tierra?@ Nadie te respondió y como a pesar del reparo que daba aquel mar de agua blanca cubriendo el suelo, estabas decidido seguir andando y atravesarla,  te echaste a adelante.

 

Pisaste los primeros veneros limpios y el manso  líquido crujió bajo tus pies. Seguiste avanzando y la corriente siguió quebrándose a cada paso que dabas al tiempo que la cantidad de agua aumentaba y se hacía profunda. Te empapaste los pies, las rodillas y al rato, ya la humedad te llegaba hasta la cintura.  Pero no te importó porque en el fondo, sentía  gozo. Satisfacción de pisar tanta agua clara justo en el mismo punto en que ésta surgía por los veneros. Te sentía feliz porque ocurría lo que tantas veces has soñado a lo largo de tu vida: te fundías con la tierra que tanto amas y con el agua que de la tierra brota. Una inclinación que no sabes explicar pero que llevas contigo unida a la esencia misma de lo que eres y  no es mala porque transmite gozo.

 

Cuando terminaste de cruzar la llana tierra cubierta por la fina agua, te volviste para atrás y frente al grandioso manantial, te paraste.  Te sentaste en la roca y desde allí, durante un rato contemplaste el espectáculo. Un bonito espectáculo lleno de música dulce, matizado de transparencia nítida y saltando armonioso por la tierra en busca de su río profundo. Así viste la otra noche en manantial rey de todos los manantiales y te pareció precioso. Sencillo, claro, frágil como la sonrisa de un niño pero fuerte y ancho como la misma vida.   

 

La niña y el juego    ir al índice

Frente a las casa de la última aldea antes de llegar al nacimiento, se alza el cerro pelado, algo redondo.  Ya estáis llegando a la que podría ser entrada a la aldea y como el monte os queda casi encimas, tu amigo pregunta a Francisco, el joven pastor al que acompañáis:

- ¿Cómo se llama el cerro ese que estamos viendo por completo enfrente y tan alzado.

- El Cerrillo, le hemos llamado siempre nosotros. Las tierras llanas que vamos dejando a la izquierda, por donde corre el río y se ven las alamedas, es La Vega de Fuente Segura.

 

Las ovejas que caminan por delante, al rozar las paredes de las primeras casas,  se paran. Aquí mismo y a la sombra de la tarde, se ve un grupo de personas. Mientras os vais acercando, no dejan de mirar y eso te indica que al menos tú, eres desconocido para ellos. Recuerdas la escena porque es lo que en cada pueblo y aldea de estas sierras tantas veces has visto y por eso no te extraña aunque sí te duele algo. Tampoco aquí esta tarde se ven jóvenes. Son los de siempre: un puñado de mayores que esperan a que vuelvan los que se han ido a la aceituna y los que están en Sierra Morena con las otras ovejas. Esperan que llegue el verano y vuelvan los que se fueron hace tiempo y con ellos, alguna juventud y los turistas.  

 

El sol de la tarde, ya casi tapado tras el monte y las cumbres que por encima quedan, tiñe de oro los tejados del grupo de casas. Las calles están solitarias y aunque la tierra y los camino se notan pisados, falta la sonrisa de los niños y ese perfume alegre que ellos dejan siempre que juegan. Algo así como el de aquella niña tierna durmiéndose en su juego, la tarde aquella. Quizá fue tras las paredes de una de estas sencillas casas o quizá fue a la sombra de los álamos que se mecen por la vega. A ti te lo contaron y como te pareció bonito lo escuchaste con atención.

 

Estaba el hermano tumbado, respirando el aire fresco que por la tarde corría y como ella correteaba cerca, le dijo:

- A que no te comes mi nariz.

La niña, que todavía era pequeña y por eso apenas tenía palabras para decir las cosas, miró al hermano y como vio que esperaba que fuera, se echó sobre él.

- Me como tu nariz ahora mismo.

Y con su cara de rosa recién abierta a la primavera, se puso a reír al tiempo que buscaba la cara del hermano para comerse la nariz.

- Lo que yo me como ahora son tus carrillos y así ya termina el juego.

Y al rozar el hermano con su boca, la piel algodonosa de  la dulce niña, esta ríe y se muere de gozo. Se curvaba en el aire y seguía riendo y de esta forma  decía que era bello el juego.

- Y en cuanto me coma tu cara,  te quedarás dormida y ya se acaba el juego.

 

La niña que era pequeña y sentía mucho deleite enredarse en aquel remolino, se aplasta contra las carnes del hermano. Se deja comer los carrillos de la cara y cuando intentaba rebullirse para entrarle al juego por el lado contrario, se queda dormida en cima del compañero. Dormida como la noche cuando se cierra en tinieblas y tierna como el rocío al rayar el día. Enseguida el muchacho nota que la felicidad se ha convertido en mañana derramada por los campos y por eso llama a la madre.

- ¿Qué quieres?

Le contesta ésta pendiente de los dos y de las tareas que tiene entre manos.

- La niña se ha dormido encima de mí. Ven y te la llevas. Ponla en su cama, tápala con su manta y déjala que sueñe hasta que la despierte la aurora.

La madre vino y al llegar y ver lo que vio, se paró frenada por la escena y la belleza limpia que aquello desprendía. Su alma entera estaba allí en forma de criatura frágil, abrazada por el sueño y derramada sobre su otro trozo de alma que sonría al viento.

- Cógela y te la llevas porque ya ves lo que ha hecho: Quería destrozarme comiéndome a bocados y en cuanto se ha descuidado, le ha entrado el sueño. Nos hemos quedado sin niña, porque aunque todavía tiene labios color caramelo y  mofletes suaves parecidos a las rosas cuando se abren al viento, ahora sólo respira y es puro sueño.  Cógela con cuidado no la vayas a romper o se quiebre su pelo. Luego iré a buscarla por si quiere seguir el juego.

 

Los vecinos de la aldea   ir al índice

Al llegar a los que esperan sentados y os miran despacio, los saludáis.

- ¿Cómo va la vida?

Pregunta  tu amigo.

De las tres mujeres que pegado a la pared descansan,  una responde y a la vez pregunta a tu amigo:

- Bien y tú ¿has venido ya de por ahí?

- Ya volví y ahora estamos dando un paseo por la tarde y el rincón.

 La hija y su amiga que han llegado antes, se acercan y dicen:

- A estas si las puedes sacar en el libro.

- ¿De qué libro hablas?

- De uno que estamos escribiendo esta tarde y ya le he dicho yo que os saque a todos. Por eso venimos a veros.

- Pues valientes personajes van a salir en ese libro. Ni leer sabemos y lo más que podemos contar es que toda la vida hemos estado por estas tierras guardando ovejas, sembrando tierras y pisando nieve. ¿Qué valor pueden tener estas cosas?

- Vosotras contad que el valor ya se lo dará aquí el escritor.

- ¿Y tú qué eres la ayudante o directora?

- Yo soy la acompañante y la que va diciendo cómo se llaman los sitios de estas sierras.  Porque este libro es muy distinto a los otros libros, ya lo veréis vosotras, y por eso tengo yo que venir explicando los paisajes y las historias.

 

Algo más arriba, están sentados los hombres y al verlos le dices a  la hija que los llame.

- Es que son viejos y nos tenemos que ir a donde están ellos.

Avanzáis unos metros y al acercaros, tu amigo te lo presenta:

- Este señor es El Coraje que antes te decía.

Lo saludas y en estos momentos  la hija pregunta:

- Y la moza ¿dónde la tienes?

- Ahí, en el Mazarrón ese, trabajando. ¿Y tú, estudiando?

- En Úbeda estamos.

 

Al oír el sonido de Mazarrón, se te viene a la mente algunas de las cosas que del  lugar sabes. Y sabes que es un rincón que cae por la parte del levante, pegando a Murcia. Por estas tierras, según te han dicho porque por ti mismo no lo conoces, siembran muchos tomates.  Los jóvenes de las aldeas y pueblos de esta parte de la sierra, acuden a esa región en busca de trabajo. Por esta tierra suya no hay trabajo y por eso van donde existe pero en Mazarrón, el trabajo que encuentran es recoger tomates y alguno que otro, se reparten por los hoteles. Ganan dinero, según dicen ellos y en cuanto pueden vuelven pero después vuelven otra vez a los tomates y tanto van unos y otros, que hoy en día, para la juventud de los pueblos y aldeas de estas sierras, Mazarrón es su  meta, su futuro y hasta se puede decir que su ilusión.  Algo que en lo hondo del alma te duele porque bien sabes que ellos se merecen otra cosa. Sin embargo, eso es lo que ellos también se dicen. Y claro, siempre responden preguntando: A¿Y dónde está esa otra cosa?@

 

Ya estáis  rodeados de un par de hombres y tres mujeres, los únicos habitantes ahora mismo en la aldea.

- Venid para acá y organizamos las cosas para que todo salga bien.

Sigue indicando  la hija dispuesta a que todas ellas entren en el libro.

- Tú di cómo te llamas.

- Pues yo me llamo Lola, mi amiga, María y a la compañera todos la conocemos como a la hermana Quica.

- Pero dile también los años que tienes y dónde naciste.

- ¡Hija mía! Es que no me acuerdo. No te lo puedo decir porque no lo sé.

- ¿Y tú tampoco sabes tu edad?

- Yo sé que nací en el año doce y por eso tengo ochenta y cinco años.

- Dile si siempre habéis vivido aquí.

- Es que eso lo sabes tú. Nosotros no hemos salido de aquí nada más que para ir al médico o a recoger aceitunas a las campiñas esas. 

- Y en aquellos tiempos, cuenta: ¿cómo eran estas tierras? ¿Había muchas ovejas?

- Menos que hoy pero gente había más, lo que pasa es que ya se han muerto y como los jóvenes se van fuera, nos estamos quedando sólo los cuatro viejos.

- Ahora decidle quién es la mayor de todas las que  vivís aquí.

- Pues que eso también lo sabes tú: la hermana Anica, que tiene su casa detrás, en la parte de arriba.

 

Tu amigo te dice que esta mujer mayor, es la madre de la mujer de Amador.  Al oír la noticia te alegras. Aclaras que ahora, quieres llegar a verla porque también crees importante hacerle una foto.

- Eso dentro de un rato. Todavía estamos con estas tres grandes protagonista que nos hemos encontrado aquí tomando la sombra.

Expone  la hija por momentos más y más entusiasmada con la idea del libro y las cosas interesantes que ellas puedan dejar sobre las páginas de éste.

- Así que seguimos: Tú ven para acá y dile cuantos hijos tienes.

- ¡Ay Jesús hija! Si esto parece la tele. ¿Los hijos también tienen que salir en este libro?

- Los hijos y muchas más cosas. Luego ya veréis como os gusta. Así que venga, mano  a la obra.

- Pues yo tengo cuatro hijo y como también sabes, todos están fuera. Una hembra en Villareal y los otros  los tengo en Burriana.

- Ahora te toca a ti.

- Yo tengo cinco y están aquí con migo los cinco. Ninguno se ha tenido que ir de esta tierra.

- ¿Pero tus hijos han estudiado?

- Sabes que no porque como son mayores, en su juventud no había tanta facilidad para estudiar como ahora. Aunque si han estudiado algo. Entonces venía un hombre a las casas y por la comida, enseñaba lo que podía. Era un hombre que se estaba por aquí medio año, lo manteníamos entre los vecinos y él enseñaba a leer y escribir a los muchachos. Cada día comía en la casa de uno y así. Pero mis hijos, después a las escuelas y eso, no fueron suerte que sí tienes tú. En aquellos tiempos, si se aprendía las cuatro reglas y leer un poco, ya se sabía mucho.

 

Y claro, si ahora lo que quieres es saber si nosotras sabemos algo, te vamos a decir que no. Nosotras Asemos@ antiguas y por eso sólo aprendimos a luchar con los animales, las tierras y las otras luchas que ya sabes porque aquí siempre hubo.

- Y si te pregunto si ahora queréis salir de aquí ¿qué me dices?

- Que no. De aquí no queremos salir ni amarradas. Estemos agusto o no ¿a dónde vamos a ir nosotras ya?

- Pues por ejemplo: si tu hijo se compra un piso, os vais allí a la ciudad con él.

- Pero una que está acostumbrada a estar siempre en estos campos, sin más problemas que los animales, la nieve cuando cae, la lluvia o el frío ¿qué va a pintar en una ciudad tan llena de cosas modernas? Que se la guarden los que la inventaron y que a nosotros nos dejen vivir en paz los días que nos queden. Y te digo esto, porque según yo oigo decir, lo de la ciudad y todos sus adelantos, no deber ser bueno del todo, porque fíjate como en cuanto pueden, unos y otros, vuelven. Tú dirás que vuelven de vacaciones pero yo sé que algunos quisieran quedarse por aquí ya para siempre, si pudieran y eso será por algo.

 

- ¡Ojo! que el escritor de este libro piensa como tú, así que ten cuidado.

- ¿Y qué es lo que piensa?

- Que la tierra esta, es muy bonica, que la gente de por aquí es muy buena, que el aire que se respira vale mucho, que el agua de los arroyos es limpísima y todas esas cosas y muchas más. Por eso le gusta tanto estas tierras nuestras y hasta si pudiera se venía a vivir aquí para siempre. Tú sin quererlo le estás dando en su gusto y eso va a salir en el libro, ya verás.

- Pues esas cosas no son malas y el que se sepa, tampoco es malo. Ya noto yo que lo que ahora mismo estás dirigiendo será algo que le gustará a la gente de nuestra tierra.  Pero ahora te voy a hacer yo una pregunta a ti.

- Pregunta lo que quieras que todo se responderá, si es que se puede. ¿Qué deseas saber?

- Lo que yo quiero es que me digas cuando se escribe un libro ¿para qué sirve?

- Eso depende. Hay libros de muchas clases y cada uno tiene su utilidad.

- Este que escribís vosotros ¿Para qué servirá?

- Este habla de los montes, los ríos, los caminos, la gente y sus cosas pero fundamentalmente quiere servir para dignificar a la gente.  Es decir: para contar las cosas buenas de la gente sencilla de estas tierras. En el fondo, todos los libros del mundo deberían ser para eso: para dar gloria a Dios que es el creador de todo y llenar de dignidad a los humildes de la tierra, que son los preferidos de Dios. Porque ya que estamos metidos en materia os tengo que decir que la primera revelación de Dios, es decir, por donde primero El se  nos muestra a los humanos  diciéndonos que existe y que quiere ser nuestro amigo, es a través de la naturaleza.  Así que fíjate ¿no te parece bonito?

- Por lo que estoy descubriendo, creo que sí es bonito y hasta parece distinto.

- Eso también es verdad: este libro es otra cosa. Pero bueno, ya lo tendréis en vuestras manos y entonces juzgareis. Ahora nos vamos porque queremos saludar a la hermana Anica. Luego volvemos.

 

La hermana Anica   ir al índice

Las despedís y empezáis a remontar las cuestecillas que  las callejuelas trazan por la ladera donde el pueblo vino a nacer . Miras ahora despacio y ves que Fuente Segura de Arriba es una aldea bonita, donde las haya. Remontada en esta media cumbre, es todo un balcón singular frente a las tierras del valle largo donde viene a brotar el rey de los manantiales. Por lo hondo corre el río escoltado de árboles y huertas, por las tierras de la ladera pastan las ovejas, cerca de los caminos que llevan a las casas, se sientan ellos a tomar la sombra de la tarde y por las esquinas de las casas, según vais subiendo las callejuelas, se aplastan los  gatos a tomar el sol que cae mientras ellos te miran.

 

Estás dentro de su mundo y parece como si te dijeran que tendrías que venir y comportarte más en consonancia con la realidad que pisas. Por la parte de arriba, donde ya no hay casas, los almendros han florecido y extienden sus ramas cuajadas de flores diminutas llenando de perfume la sombra que empieza a cubrir las casas. Esta aldea pequeña, es bonita como pocas y además, la acaricia el viento más limpio y la perfuma el aroma fino del tomillo silvestre.

 

Al volver una esquina, arriba y en la otra calle, se ve un hombre. Al veros, se esconde y como sigue notando que vais hacia donde se encuentra, remonta las cuestecillas y sube para la parte alta.

- Ese es el hijo de la hermana Anica.

Te dice  tu amigo. Para ti piensas que al mismo tiempo es el tío de la niña. Tu amigo da una voz y lo llama.

- ¡Juanjo!  Que venimos a saludar a tu madre.

Juanjo se vuelve, baja la rampa de  la calle última que ya sale a los almendros en flor y pregunta si queréis algo.

- Sólo ver a la abuela.

- Pues entrar que aquí se encuentra.

 

Su casa está a la izquierda de un rincón sin salida y mirando no hacia el valle por donde se pierde el río, sino hacia las cumbres por donde se pone el sol.  Su calle es cortita y como ahora ya la cubre la sombra que va llegando, parece solitaria y un poco recogida entre el viento de la tarde que no pasa y el misterio del tiempo detenido.  Su presencia está ausente  y aunque la frialdad del cemento que pisas, transmite la voz de  un saludo alegre, no se le ve y la tarde entera es toda ella.  No querías decirlo pero tu corazón se regocija y de pronto sientes como si por fin estuvieras a punto de entrar por la puerta de uno de los palacios más bellos de la tierra y que tanto,  a lo largo de siglos, ha soñado. A la hermana Anica, tú no la conoces ni ella a ti tampoco pero ahora que te acercas a su casa, tiemblas y es por la emoción de verla. Su puerta está abierta y como tu amigo sí se siente en confianza, la llama, entra y le dice:

 

- Que venimos a saludarla ¿Cómo está usted?

La hermana Anica, más que sentada, recogida en su silencio largo y en su ancha casa, os mira extrañada  al tiempo que se levanta y dice que está bien. Que no quiere nada, que se alegra de veros y que aunque ya tiene pocas fuerzas.

- Si os puedo servir en algo, decidlo que aquí me tenéis. 

- ¿De qué nos va a servir usted? Lo único que deseamos es verla y como este amigo mío anda ahora por aquí recogiendo cosas de la tierra, al saber que este era el palacio de la hermana Anica, no quiere irse sin verla, porque también dice que usted es una reina.

- Pues vaya palacio el mío y vaya reina que soy yo. ¿Dónde está mi corona de joyas finas y dónde las carrozas que me lleven de paseo por los jardines reales?

 

Te mira, con esa mirada que es pura gloria por estar toda ya agotada de tanta vida como ha pasado por ella, y como no te conoce, sólo sigue mirando como si esperara a que le hables. Claro que quieres hablarle y preguntarle muchas cosas. Quieres oír su voz que suena al  sonido de mil tardes de lluvias condensadas y sobre todo, deseas conocer su mundo. Ya se lo estás viendo en su cara.

 

Porque aunque su cara es algo redonda, con las arrugas de los años plasmada en ella y parecía a la de su nieta, por esos surcos casi centenarios, chorrean la esencia pura de la sierra más virgen. Quisieras oírla despacio mientras cuenta la vida que por entra los caminos y piedras de estos montes, en cachitos pequeños se le ha ido quedando. Las horas en silencio desde la ventana de esta casa suya, frente a la nieve cayendo y las tardes cuajadas de niebla cubriendo el valle de este río, que por nacer aquí, es eternamente viejo y al mismo tiempo nuevo cada día.

 

Quisieras oírle de su boca las tardes de aquel invierno con el rebaño pastando y las mañanas de aquella primavera con los arroyos corriendo. Quisieras que te contara cómo fue aquella primera comunión suya, sus cosas de mozuela, su boda, cuando nacieron sus hijos, por qué escogió el nombre de Juana María para esa hija suya, cómo fue aquella alegría de su primera nieta, la ilusión de aquella tarde cuando la nieve se estaba derritiendo y el juego de aquel otro día cuando andaba por las tierras de la huerta.

 

Quisiera que te dijera también por qué ahora esta otra nieta suya que estudia en Úbeda, tiene el mismo nombre que ella y hasta la cara refleja la misma bondad. Y por qué la otra hermana de esta nieta suya, se llama como se llama y se parece también tanto a su abuela.  Por qué añora tanto los días de su niñez si a pesar de todo, ella es ahora casi ángel esperando remontar vuelo al reino supremo de la verdad grande. La miras, la remira, la tocas, la besas y como también te das cuenta que ella no puede decir, en un momento y así de pronto, ni siquiera un puñado de esas cosas que tú deseas, te limitas a preguntarle si recuerda cuando nació.

 

- Pues yo nací el primero de agosto. Me pusieron dos nombres porque antes así era y me casé de veinticinco años.

- ¿Y te acuerdas de la fecha de tu nacimiento?

- Eso no me lo recuerdo pero si te puedo decir que estoy metida en los ochenta y seis.  ¿Es que sirven para algo mis años?

Al oírle esta pregunta siente la tentación de decirle que sí, que sus años sirven para engarzar la corona de perlas que a ella le corresponde como reina grande. Sirven para  derramarlos en las páginas de la excelsa historia que tiene vivida y también como títulos sagrados arrancados al tiempo, para que se sepa que ella ha cursado la mejor carrera en la universidad más noble.

 

- Porque tú eres, además de reina, doctora perfecta.

- Si yo, hijo mío, lo único que tengo es este rincón pequeño, mis hijos que me quieren, mil sendas por la sierra pisadas por mí y el valle del río que cada día se me apaga un poco, porque ya, ni lo oigo correr ni lo veo con claridad porque hasta la vista estoy perdiendo. 

- ¿Pero después de ti ¿quién nació?

- Uno que se llamaba Juan de Matas. Lo mataron en la guerra. A mi madre, eso le costó la vida. Por esto se murió la pobretica.

 

- ¿Y después de casada?

- Pues yo, trabajando mucho. En las aceitunas, con las ovejas, en los pinos.

- ¿Qué pinos?

- Los que ahora crecen en las laderas que desde el nacimiento del río suben para las cumbres de Mariasnal, los pusimos nosotras. Esas tierras antes estaban sin pinos.  Mi primer hijo vino a los seis años de estar casada. Estaba mala y tuve que ir al Villanueva. El médico me reconoció y me mandó medicinas. Me mandó cuarenta y cuatro baños de sol.  Baños de sol en el vientre. Primero, media hora y luego, cada día un minuto más. Me dijo el médico que cuando me diera el baño de sol, que me tuviera un poco a costá. Me faltaron cuatro y ya nació mi primer hijo. Vino mi parido, que el pobre se dedicaba a lo que podía, se estuvo unos días y se fue.

 

- ¿Y cómo fue que echasteis ovejas?

- Pues que se las compramos, Bernardo y nosotros, a un hombre que venía de Sierra Morena. Había llovido mucho por aquellos días y el río bajaba crecío. Los animales no querían cruzar la corriente. Precisó a las ovejas y una que tenía que era mansa, se metió en las aguas para cruzar. Cuando el hombre vio que la oveja no podía pasar el río y  que se le ahogaba, se tiró a por ella y como la corriente era tan fuerte, los arrastró a los dos. Pero el hombre achuchó a la oveja, la echó fuera de las aguas y se salvó. Él luchó con la corriente pero no pudo salir. Se ahogó. La oveja mansa se salvó y pastor perdió la vida por sus ovejas. Algo parecido a como Jesús dejó dicho en el Evangelio. AEl buen pastor, da la vida por sus ovejas@. ¡Tú te crees!

 

Entonces las ovejas las trajeron aquí y las vendieron.  Nosotros las compramos y también aquella oveja mansa. Era como el oro de bonica y buena.  Pero fíjate cómo son las cosas: se lucha por lo que se tiene hasta dar la vida y luego, mira en lo que queda todo.

- Quizá el Jesús del Evangelio, aquel día, no estaba lejos del pastor para salvarlo a él también.

- Eso es lo que yo he pensado muchas veces pero el pobretico...

 

Quisieras decirle que no se apene, porque ella sabe mejor que nadie que hasta el grano de trigo más sano, tiene que morir para que nazca la espiga más dorada y grande. El amor que desde niña lleva acunado en su corazón, con toda certeza que ya ha germinado allá en el reino de la Verdad Suprema. Y por allí corre el río más limpio de todos los río y brillan los campos más verdes que nunca existieron.  Para gozo de ella y porque se lo merece, sus oídos volverán a escuchar las mil dulces melodías que desprende este río y su fuente y sus ojos verán, los millones de flores que por las praderas crecen.

 

Quisieras decirle esto y algunas cosas más que intuyes y ves pero en el fondo te callas. Porque, si se le mira despacio, entre su silencio apagado y su cuerpo menudo ¿no condensa ella toda la gran sabiduría del mundo? ¿No es más sabia que el más sabio de esta tierra y a pesar de ello, ni se le nota? ¿Quién eres tú para venir y decirle que es grande si ella lo sabe y ni siquiera le da importancia?

 

- ¿Y en qué sitio de estas sierras naciste?

- En la casa del otro cortijo. Cuando me casé fue cuando me viene a Fuente Segura de Arriba.  Y de nevadas grandes, ya lo creo que he conocido muchas.

- ¿Qué pasó de la que hizo historia?

- Ya no me acuerdo de eso, mire usted.  Pero sí me acuerdo de aquel día que fuimos a la Cerrá Montero. Entonces a los marranos los comprábamos, los engordábamos y así los teníamos.  Las matanzas eran muy chicas.

 

La Virtudes y yo, fuimos a llevar una marrana al Abarranco@ al cortijo de la Cerrá. Las dos solicas. Fíjate tú con lo lejos que cae eso desde aquí.  Tuvimos que dormir allí y a otro día por la mañana, cuando ya se cubrió la gorrina, nos vinimos por esos caminos otra vez las dos solas.  Luego parió los lechones y los vendimos.

 

Y como le preguntas también si se acuerda de cuando pequeña, a igual que su nieta, se iba con las ovejas por el campo, te dice que ya han pasado muchos años. Que  la memoria también se la apaga y que ya las cosas no son como eran. Te dice que ahora sólo espera, desde este silencio suyo que es perfume grande, que la mece junto al río que ella siempre amó.

- ¿Es que vas a ver a mis  nietas?

- Las veré mañana mismo. ¿Qué les llevo de tu parte?

- Dile que las quiero mucho, que estoy  Amejol@, que vuelvan pronto y que aunque los estudios les  sean duros, eso es lo que a ellas las hará distintas a lo que yo he sido.  Diles que estudien para que siempre sean buenas personas con todo el mundo. ¡Juana, os quiero mucho a todos! ¿Cuando vais a venir?

 

Sin decirte más, entiendes como si esto fuera ya la despedida y entonces saca la máquina y le pides que se ponga.

- Quiero llevarme un recuerdo tuyo.

- Pero si yo ya estoy muy vieja.

- Eso lo sé y por ello eres tan importante.  En tu corazón y en el alma, ya han madurado los frutos que la vida y Dios, puso en tus manos aquel día que naciste.

- ¿Pero a quien le va a gustar ver una foto mía?

- Una será para el libro, otra será para mí, como recuerdo de este breve encuentro contigo y la otra se la vamos a mandar a tu hija Juana. ¿Te gusta?

- Eso último si me gusta mucho, aunque lo que siento es no poder hacer nada por vosotros.

- Pero si según me dicen todos, la hermana Anica, lo que más hizo en su vida fue cosas por los otros.

- Lo que me enseñaron mis padres.

- ¿Es por ese cariño y las cosas buenas, por lo que todos te nombra con el título hermoso de AHermana Anica@?

- Eso es que aquí fue siempre así. Ahora ya se va perdiendo pero entre los mayores, todavía nos queda este respeto.

 

- ¿Y aquella oración?

- Es que si la oí y no la aprendí, ya veréis los que sos conviene.  Yo la digo todos los viernes del año y ayer mismo la dije tres veces.

- ¿Y cómo es?

- A ver si me acuerdo. Tengo mala cabeza... ¡Ah, ya!

 

Jesucristo salió del huerto

vestido de mil colores,

llegó a la puerta del alma

y el alma no le responde.

- Respóndeme esposa mía

regalo de mis pasiones

que por ti bajé a la tierra

y por ti me hicieron hombre.

Aquí en la mano derecha

traigo una corona hecha

y encima de la corona

traigo un monumento armado

y encima del monumento

traigo un cordero sagrado,

todo herido de los pies

todo herido de las manos

y la sangre que derrama

cae en un cáliz sagrado.

Todo aquel que lo bebiera

será bienaventurado

y en este mundo será rey

y en el otro coronado.

Las carnes me están temblando

de estas palabras que he dicho,

quiero volverme cristiano

por servir a Jesucristo.

Jesucristo fue nacido

de la hija de Santa Ana

mandó a recoger a su gente

por sus discípulos llama.

Diciendo de esta manera:

- ¿Cual de vosotros amigo

morirá por mí mañana?

 

Unos a otros se miran

ninguno respuesta daba

sino San Juan el Bautista

que predicó en la montaña:

- Yo moriré por mi Dios,

mi muerte no será nada.

 

A otro día por la mañana

Jesucristo caminaba

con una cruz en los hombros

de oliva verde y pesada.

Cada vez que paso echa

mi buen Jesús desmayaba.

No desmayes Jesús mío

que cerca está la posada

que allí en el Monte Calvario

las tres marías te aguardan.

La una, la Magdalena

la otra, su hermana Marta

y la otra, la Virgen pura

la que más duelo llevaba.

 

Una le limpia los pies

otra le limpia la cara

otra recoge la sangre

que mi buen Jesús derrama.

El que esta oración dijese

todos los viernes del año,

sacará a un alma de pena

y la suya de pecado. 

 

El que la sabe y no la dice

Jesucristo lo maldice

y el que la oye y no la aprende

el día del juicio sabrá

lo que le conviene.

Ya no quieres insistir más pero para ti y por si alguien le interesa, te dices que este título de AHermana@, es precisamente lo que ella le da la grandeza que tiene. Todos por aquí la conocen y llaman con ese nombre y hasta has notado que cuando lo pronuncian, le dan tal solemnidad y categoría, que suena a cariño, a respeto y a reina soberana. Única entre muchos por sus años de lucha, la bondad de su corazón y la limpieza de su alma. Por eso a ti también te suena bien y por eso ahora, a despedirla, se te queda media alma entre sus manos recogidas, en la mirada pura que rocía por el viento y en su cara de oro, reflejo limpio de la fuente de este río y del gran Dios de universo. Viéndola a ella, tan poca cosa y tan gran verdad, ¿quién no eleva el espíritu al Padre Bueno y exclama como S. Juan de la Cruz: AMil gracias derramando, pasó por estos sotos con presura, y yéndolos mirando con sola su figura vestidos los dejó de su hermosura@.

      Nota: 
1-  Un año más tarde del encuentro que se ha narrado, acudí a la casa que una de las hijas de la hermana Anica tiene en Fuente Segura de Abajo.  Era la época de la matanza y allí estuve para hacer algunas fotos, gozar del cariño de personas tan buenas y de paso, celebrar el nacimiento de  una biznieta de esta hermosa abuela.   Este día estuve comiendo chuletas de pavo asadas en las brasas junto a la hermana Anica sentada frente a la lumbre.  Luego seguí compartiendo con ella las horas de la tarde mientras no paraba de tostar mollas de pan para las morcillas, picar perejil o probar bodrios para dar su aprobación diciendo que estaban buenos.  Aquel día del primer encuentro y este de la matanza fue para mí una experiencia tan agradable, fina y humana, que nunca olvidaré. La hermana Anica y su familia son las personas más buenas que he conocido. Ahora les doy las gracias y les digo que a todos los quiero y por eso no los podré olivar.
 

La fiesta del pastor    ir al índice

    Por la estrecha calle que ahora se inclina hacia la parte en que corre el río, volvéis vuestros pasos. En silencio,  un poco, porque ha de pasar el rato suficiente para regresar y seguir andando. En la esquina, donde el camino se funde con la calle y hace un rato dejasteis al resto de los vecinos de la aldea, os esperan.  Como ya no tenéis qué decir o al menos, ahora mismo no sale, le anunciáis la despedida.

- Pues nos vamos.

- ¡Ea! Que vuelvan pronto por aquí y nos traigan el libro.  Ya tenemos ganas de verlo aunque sea tan poco lo que hemos escrito. Tendríamos que haber dicho más.

- Claro, porque también se puede hablar de aquella fiesta del pastor que hace años se celebró en el nacimiento de este río. ¿Qué fue de ella?

 - Eso lo quitaron ya.

- ¿Qué pasó?

- Pues que resultó un abuso.

- ¿Por parte de quién fue ese abuso?

- De todos y más de los que la organizaban y no ponían nada.

- ¿Se puede saber cómo se dio aquel abuso?

 

- La fiesta consistía en matar borregos y con su carne, hacer  paellas y asar chuletas para celebrar una gran comida. Tanto los borregos como el dinero, lo poníamos los pastores de estas tierras.   Si hacían, por ejemplo, cuenta de ochenta plazas, se juntaban doscientos y por ahí empezó el abuso.

- ¿Es que no había control?

- Lo que pasaba es que más ellos que nadie, se juntaban con sus amigos y les decían: AAnda vente que tenemos una fiesta con los pastores para comer cordero sin que cueste nada@. El otro iba y le decía lo mismo a sus otros amigos y así, cuando acordabas, ya digo que ellos más que nadie, traían por aquí cien personas más, a comer sin poner una peseta. Aquello ya era una vergüenza y lo peor no acababa allí sino que a todos aquellos señores que se presentaban por aquí, como ni siquiera eran conocidos nuestros, luego te los encontrabas por algún pueblo o ciudad, y ni adiós te decían. ¿Tú te crees que a eso había derecho?

- Yo me creo que no.

- Y tan que no. Resulta que pagábamos cada uno de los pastores que por aquí estamos, ellos traían a sus amigos y cuando, pongamos por caso, se escapaba algún favor, no era para nosotros sino para aquel amigo que habían invitado a comer gratis. Fíjate tú qué gracia tan bonita y lo bien que lo montaron.

- ¿Y quién o de quién salió lo de poner en marcha esta fiesta?

- Eso ya no lo sé yo. Lo que si te puedo contar, es que la fiesta ésta, ha sido ahora nueva y parece que salió de los que mandaban en el Parque  porque antes no se celebró por aquí nunca. 

- ¿Y a vosotros os pareció bien aquella fiesta?

- Nos parecía bien, porque en el fondo era bonita pero como nos trataban como a imbéciles, que nos sacaban los corderos, los dineros y luego hasta se aprovechaban en  nuestras narices. Eso es lo que ya no vimos bien. Si se hacía seiscientas o setecientas mil pesetas, luego se repartían por ganadero. Se hacía por oveja. Si yo tenía cien ovejas, pagaba por cada una lo que saliera. Pero ya te digo: el abuso de los que nada ponían, llevó al desanimo de todos nosotros y por eso se quitó.

 

Recuerdas tú ahora, que cuando en aquellas fechas se puso en marcha esta fiesta del pastor, lo anunciaron en todos los periódicos. Fue algo así como la feria comarcal  de los pueblos del Parque Natural. La idea y las primeras subvenciones, vinieron de fuera y por eso los primeros años salieron bien las cosas. Los segundos, ya no  tanto  y en  los terceros, hubo muchos disgustos entre los pueblos y la gente.  Al final, se acabaron las ferias porque ya no llegaban ni las subvenciones ni tampoco eran fiestas que hubieran salido de las raíces de los pueblos. Habían venido desde fuera de estas tierras, impuestas por los que mandaban y al no pertenecer ni a la cultura ni al cariño de las gente de la zona, murieron.   

 

Su recuerdo    ir al índice

Los despedís diciéndole que de verdad lo sientes y mientras empezáis a caminar por el trozo de pista que baja desde las casas blanca de la  aldea hacia el lugar del nacimiento, durante un trozo de pista, os acompaña El Coraje padre.  Cojea un poco y ello es porque le duele un pie.  Te cuenta que fue una herida que se le hico entre los dedos y que lleva ya mucho tiempo de médicos.

- Y no aciertan. Hay días que me encuentro mejor pero otros empeoro.

- Ya irá curando poco a poco.

Te sigue contando cada detalle con éste y aquel médico y  en el hospital de Úbeda.

 

Mientras habla, no dejáis de caminar porque queréis llegar al nacimiento. La tarde se está apagando y  aunque ahora quisieras quedarte por aquí tres horas más, tienes otros planes. Pero lo del Coraje, te gusta. Por lo que estás notando, él sí tiene mucha vida dentro y eso sería bueno para lo que tú quieres. A lo mejor sabe tantas cosas que sólo de lo que él diga sale un libro entero. Sería bueno hacer la prueba aunque tenga que ser en otro momento. Sí, quizá en otra ocasión vuelvas por aquí y lo busques. Quieres que te enumere, con detalle y en profundidad, las costumbres y otras muchas  experiencias de sus vidas. También piensas en tu amigo Amador y por eso, para ti te dices, que otro día tienes que volver y ponerte a escucharlos hasta que se les agoten las vivencias y los recuerdos. Piensas que podrá salir un bonito libro de las cosas que ellos saben.

 

Por el lado de abajo de la pista que vais recorriendo, todavía en compañía del Coraje, pastan las ovejas que hace un rato subían delante de vosotros. El rumor del agua que brota por el manantial, ya se oye cerca y las casas de la aldea también ya se van quedando atrás. La miras, como si fuera la última mirada de la tarde mientras no dejas de escuchar lo que Coraje dice y ahora piensas en las nevadas grandes del invierno. Cuando caen y cubren las amplias tierras de esta sierra y en estas alturas y lugares, mucho más, ¿cómo será la imagen de este humilde pueblo, con ellos metidos en sus casas junto a la lumbre? ¿Cómo será el paisajes que ahora tanto resalta verde y la actividad de ellos?

 

       Quizá ni siquiera sea realidad a pesar de reventar de vida. El camino que pisas con dirección a donde nace el río, rezuma el mismo chorro de eternidad que el que va por el collado del barranco que se parece a este.  Las huellas de sus pasos no se ven porque el tiempo las ha borrado pero se palpan grabadas en la tierra fría. Suben desde el barranco formando una hilera indeleble y como es para arriba, vienen trazando curvas menores que ni siquiera se saben dónde llevan. A¿Y quienes fueron ellos que hasta las huellas de sus pisadas son diferentes a las que por aquí han trazado después?@ 

 

Te preguntas sin esperanza de hallar respuesta a esta duda tuya. Quizá ellos fueron los que por aquí comenzaron la vida y como ocurrió hace tanto y por eso tan poca cosa eran, ni tenían conciencia de trazar camino ni de dejar señales que latieran para siempre. Subían desde el río que ya era fuente de toda vida, comienzo del mundo y casi principio de la creación y pisaron la tierra en busca del paraíso grande. Pero como siempre algo se queda estampado en el firmamento sin luz del tiempo que nos va rozando, su figura, su olor, el rumor de su movimientos y las huellas de sus pasos remontando desde la vida hacia el edén del gozo limpio, por aquí se fijó y permanece intacto. A¿Quienes son y por qué el tiempo los ha dejado con tanta fuerza presentes para que aun se les vea tan vivos?@

 

   Algo así como la imagen que tienes del barranco que se parece al que ahora pisas. Si miras a la derecha, la ladera rebosa llena de majestad. Y si miras atento, en ella se esconde la belleza inmaculada. Cae el bosque por las tierras que se inclina y como crece tupido y en esta ocasión se le ve tan verde, ni siquiera se distinguen ya, las sendas de aquellos tiempos. Adivinas que deben ser igual por ahí que por otros sitios porque noticias sí tienes de ellas y por eso mientras dejas correr la mañana de luz algo apagada, te recreas en la visión mágica.

 

 Algo más abajo, donde la ladera tiene su collado y en el centro la pequeña llanura solitaria, el bosque emerge denso. Sabes que por ahí se cruzaban las sendas y hasta se les nota a ellos todavía caminando y la manada de animales esturreados por las tierras. Unas son cabras negras que se estiran monte adelante, hermosas como la gran luz tenue del día que se abre y ajenas a los que por un lado y otro van subiendo. Tres parecen que bajan desde más arriba y aunque no se sabe ni a dónde van ni cuanto será el camino que tienen que recorrer, descienden y se funden con los paisajes sin más intención que pasar.

 

Pero si desde aquí se les mira y aunque ya el tiempo los tenga recogidos en la dimensión del recuerdo, respiran presentes y son grandes. Son semejantes a reyes con riquezas infinitas que no es materia sino gozo interno que los transforma. Son casi trozos fundamentales y dentro de los paisajes que chorrean por la ladera y por eso expanden tanta alegría aunque se les vea desde la distancia y ya no estén. Pasan rozando las cabras también blancas que van por el monte y como ellos, ellas y los bosques siempre fueron tan uno en este respirar de la vida, se saludan, se acarician, se abrazan un poco en el lugar del espíritu y siguen su camino.

- Esta es la sencilla alegría de la vida.

Comenta uno

- La alegría y el gozo de Dios.

 

Algo más abajo se ve la presencia del cortijo viejo ya color roca. Silencioso como las lastras alargadas que le orlan y sin ni siquiera un chorrillo de humo que mane de él y se lo lleve el viento. Como si desde tiempos lejanísimos estuviera clavado en el rincón esperando no se sabe qué. Lo roza la luz algo nebulosa que baña la ladera y lo acaricia el viento que se pasea por el barranco pero uno y otro, indiferentes a las tejas rojas y paredes gruesas del gran cortijo que se cae. Lo arrulla por arriba la cascada brillante que baja de la cumbre y lo embelesa por abajo la corriente del río transparente que no deja de correr. Lo abraza por un lado la tierra ocre de la loma que se apea de la cumbre y por el otro, se escapa hacia la libertad.

 

Desde el lado abierto que tan luminosamente misterioso se presenta, es desde donde les llega las veredas, los amigos que se recogen en el otro cortijo de más arriba, las avalanchas de bosques que sólo reflejan tonos verdes y la alegría que mana de la creación condensada. Pero el cortijo, aun siendo uno más entre los miles repartidos en las ampulosas tierras de este mundo, refleja quietud conformada entre la tristeza de las paredes que se desconchan y las rocas naranja que parecen caérsele encima. ¡Qué bello es el cortijo a pesar de la soledad que desprende y tan hundido en los paisajes!

 

Sobre el puntal que más abajo se asoma al río, ni se ven ya los pasos de ellos ni se oye el gorgojeo de aquellos juegos limpios ni sus cuerpos se reflejan en los charcos de de la corriente.  Pero ahí jugaron, por la misma tierra llana que ahora cubre la hierba y bajo la sombra indiferente de los robles que también se mueren. Recorren la sendilla que ya tapa el monte y acarician las rocas que ahora el musgo cubre. Bebieron en la fresca fuentecilla que mana entre los majoletos de más arriba y volvieron al cortijo menor que también se come el tiempo más al comienzo de la hondonada que forma el valle.

 

Ellos, tampoco están ya pero al mirar despacio la tierra que ahora sólo alimenta bosques densos, algo te dice que sí viven. Que aunque el tiempo haya pasado y en el centro de su chorro largo, sepultado hayan quedado tantas cosas, su presencia quedó pura. En no se sabe qué región eterna, siguen latiendo incluso con la alegría que desprendían cuando estaban. Por el trozo de senda que desde la llanura del puntal se acerca al río, se les ve pasando sin acabar nunca de subir ni tampoco de bajar. Como si detenidos estuvieran en ese pedazo de tierra sagrada donde hasta el viento se ha parado pegado a la sombra tibia y el perfume de las madreselvas. El río que raja el barranco, los mira asombrados y como tanto se reflejan en sus aguas de cristal, también ya son trozos de su espejo. A¡Quien no pudiera diluirse en el vapor de la esencia que llena el barranco para así estar más cerca de ellos y beber sin descanso el gozo que desprenden!@  Es lo que te dices mientras los sigues mirando y el dolor de muerte te corre por las venas. Porque luego más arriba se ve el otro cortijo, la senda que le llega, el arroyo corto y las zarzas negras.

           

Frente a la Fuente   ir al índice

Ya casi pisáis las tierras que saben del rumor del agua que brota por el gran manantial. Junto a vosotros todavía camina uno de los vecinos de las casas de Fuente Segura de Arriba. Se llama Modesto García y como ves que tiene ganas de contar cosas, le preguntas:

- ¿Por dónde queda la que llaman Cueva del Nacimiento?

- Debajo de aquellos pinos que se ven allí, donde el peñón hace una poquilla sombra, abajo está.

- ¿Y la que se ve más arriba?

- Esa es otro suplemento de cueva pero la importante es la de abajo.

- Y la de la pintura antigua ¿cuál es?

- Si hay alguna es en la de abajo. Es que hay una galería que se mete para adentro. Que por cierto, el otro año vinieron por aquí unos extranjeros y me pidieron que me metiera yo con ellos pero lo que me pasa a mí es que en cuanto me meto en algún lugar cerrado, me apuro. Y ya le dije Amétanse ustedes que yo no entro@. APero entre usted que aquí dentro hay unas achuras grandes@. Así que ahí serán donde están las pinturas que dicen, porque afuera no están.

 

Decid adiós a este buen amigo vuestro y comenzáis a centraros en las aguas que corren y el rumor que por el aire van dejando. La pista que baja, es nueva y el surco por donde se van las aguas, añejo como el tiempo.

- Es que la pista esta la han hecho no hace mucho.

Te aclara  tu amigo. Se ve una buena vega de tierra, las ovejas comiendo metidas en una cerca, para arriba se extiende la Solana de Fuente Segura, algo más arriba destaca el Cerrillo y por la Loma del Risco, en lo alto, la cueva de la Terrera. Por las tierras de la vega crecen los chopos que ya tenéis casi al alcance de la mano.

- La madera de los álamos estos ¿se vende?

- Antes sí, ahora se ve que vale poco.

- ¿Y eso?

- Es que dicen los maderistas, y tendrá razón, que cuando un chopo de estos se corta,  los brotes que salen, no son buenos para la madera. Por lo visto salen ahí unas púas y eso se ve que es malo para la madera. Una vez que se secan por esos nudos las tablas se rompen con facilidad. Por eso dicen que valen tan poco.

 

La pista baja desde la aldea, se junta casi con la corriente que este año, ahora lo estás comprobando, es grande. Mucha cantidad de agua tiene el río Segura ahora. Son las cinco y media de la tarde. Por el camino sube otro pastor que al cruzarse con vosotros lo saludáis. Al preguntarle os dice que se llama Cleofé Castillo Alguacil.

- ¿Has visto al vecino?

Pregunta a  tu amigo.

- No estaba en la aldea.

- Pues que quería saber cómo le va con las ovejas. Me han dicho que las tiene malas casi todas y también los borregos.

Al tener noticias te quieres enterar y preguntas.

- ¿Y eso de qué?

- Es una enfermedad que le llaman el Pedero. Se les hincha la pezuña y como se les hace crónico,  no hay manera de cortarle tal enfermedad. He estado yo con ese hombre cuatro años. Mis ovejas la cogieron también pero me puse un día y a todas les limpie la pezuña con la nava, las inyecté y al poco se me curaron y aunque me gasté trescientas mil pesetas, curaron.  Pero claro, no es lo mismo tener trescientas ovejas como tenía yo que mil y pico como tiene este hombre.

 

- ¿Y de dónde viene esa enfermedad?

- De las aguas que son muy malas. Cuando llueve o nieva, los animales se pasan los días con las pezuñas mojadas y heladas y por eso en esta época es cuando la enfermedad se le acentúa. Ahora en verano, nada. Recuerdo que hace dos años que le estuve ayudando a este amigo nuestro, fue una pena. Para llevar cuatrocientas ovejas desde la carretera a los cerrados aquellos, por pocas no las lleva. Allí las metieron y el pastor nada más que curarlas y echarle de comer y que no podían andar. Todo el día con la rodilla hincadas en el suelo. Y esto no se ve que esté muy claro de cortar.   Y lo malo es que ya se le pega hasta a los borregos. Así que esto es un problema.

 

Durante un rato lo escuchas atento y cuando os alejáis de él caes en la cuenta que este problema junto con otros, son sus luchas, sus Apenareos@ como dicen ellos. Antes de llegar a la corriente, a la izquierda os sale al paso una construcción de cemento.

- Esto es para curar a los animales.

Es una pequeña cerca, una pila alargada de cemento y una rampa.

- Se llena de agua con líquidos que curan enfermedades, se les empuja a los animales por aquí, se meten y salen por allí chorreando. De este modo se les bañan por completo para curarlas. Esto lo hizo la Junta de Andalucía. Tú habrás oído hablar de aquello de la sarna en las cabras monteses y los ciervos. Pues por entonces se hicieron estas pilas para curar a las ovejas no fueran ellas foco de contagio de aquella sarna. Como se  empezó a echar la culpa a ganado doméstico,  se puso en marcha este mecanismo.

 

Miras las instalaciones y miras a través del tiempo. Por las laderas que suben del río, hermosas tierras repletas de encinas, robles y madroñeras, se desparraman las ovejas tomando los pastos finos mientras también suben. Ellos las van acompañando por el lado en que se pone el sol porque las quieren recoger hacia la llanura que se extiende al volcar la loma. Por el otro puntal largo que baja desde los barrancos que van cruzando el rebaño, te ves caminando en dirección opuesta. Busca las tierras del monte espeso que pega al río porque por la senda que por ahí va, quieres irte hasta llegar a los manantiales de lo hondo. Al verlos a ellos, allá a lo lejos, los saludas y ves como te corresponde al tiempo que, a voces, te dicen:

- Luego volveremos para enseñarte lo que buscas.

- Necesito que volváis porque sin vosotros estoy perdido.

Le contestas también a voces y ellos te responden:

- Tú tranquilo que no te vamos a dejar sin apoyo. Sabemos que nos necesitas y como tu búsqueda no es sólo de caminos y fuentes, sino de la raíz y sabia que alimenta al alma, te vamos a echar una mano.

- Os espero con la impaciencia del niño que lo aguarda todo del padre. Me muero de sed y siento como si sólo vosotros pudierais mostrarme el manantial para beber. 

 

Los vuelves a saludar y al mirarlo ahora más despacio, se te derrite el alma del gusto que contagia la belleza que de ellos y las tierras que pisan, mana. El verde pálido de la hierba que empieza a secarse y cubre las laderas que pisan, es esplendoroso y más cuando la tarde cae. Es deliciosa la imagen del rebaño tomando las tierras cuando también la tarde cae y la sombra alargada que los robles  proyectan hacia el barranco. Es mágico el barranco que van cruzando, la espesura de las encinas por la ladera que sube hacia el río, el otro barranco más alto, las recias cumbres más arriba y el sol cayendo por detrás de ellas. Es también dulce el aire fresco que avanza por las tierras tan saturado de perfume profundo y el balar de los corderos mientras se recogen por las tierras llana que el arroyo baña.  Ya te sientes mejor sabiendo que los has visto y pensando que vendrán para unirse a ti.   

 

Esta tarde, ya estáis tocando la fuente.  Al frente, por la derecha, os queda el Barranco de la Puerca, en el centro los puntales del Risco y la hondonada que baja desde Cañá la Cruz. Por la derecha se ve una constricción sin pinta de tinada.

- Es una casa que está en venta. Igual querrá un dineral o a lo mejor no piden mucho. Conozco yo a los dueños y son mayores los dos. El hombre tenía unos dineros y los empleó en hacer nueva esta casa creyendo que le iba a sacar beneficio o que alguno de los hijos podría vivir de esto.  Los hijos todos están casados cada uno por su sitio. Los hijos no le han visto a esto futuro y se han ido por Barcelona, Venisa y otros sitios. A lo mejor ahora dice de vender esto y los hijos no quieren, porque en un sitio de estos, puede tener futuro pero claro, no se sabe. Por eso decía que igual no pide mucho. El edificio es grande y el sitio, aquí junto al mismo nacimiento, no creas que es una cosa mala.

 

Al llegar al lugar donde mana la fuente una de las cosas que más destaca, son los caminos.  Los que de verdad fueron caminos en otros tiempos y hoy, aunque lo siguen siendo, toman la forma de pistas o carretera. La que habéis traído y que llega desde la aldea grande, no muere pegado a la fuente, sino que sigue. Aunque también podría ser que llega y aquí se prolonga al tiempo que se divide.

 

La que sube y es la principal porque por ella llegan los coches, muere un poco al lado de arriba de la fuente y junto al pequeño rellano nacen las que continúan y ya son pistas de tierra. Un trozo baja rozando el agua que empieza a correr y se va por los lugares que vosotros acabáis de pisar. Y es importante porque lleva a las casas de ellos y porque también se queda lo más pegada al río. Pero ya no es el camino que fue sino otro. De la que muere, nacen nuevos ramales y entre ellos, el que más destaca, es el que sube. También perdió su categoría antigua y ahora es pista de tierra que lleva a muchos puntos de la sierra profunda, si es que la sierra profunda no es esta fuente y aquella, la otra parte de la sierra.

 

Y si se miras despacio siguiendo el camino que sube, además de ver las tierras descarnadas y el barranco largo, un poco oscuro en los días de nubes sobre la sierra, se adivina la realidad que fue. Y por lo que se intuye, lo que más destacaban eran los grandes robles, los recios pinos y la tierra repleta de musgo por la espesa sombra que le arropaba. El camino era sólo una tortuosa senda que al cruzar el bosque, se hundía en el barro de la tierra mojada y se topaba con cada tronco de roble milenario. La tierra, a pesar de lo que ahora se ve, era buena y por eso el bosque se mostraba denso. Espeso como la misma sombra oscura que las negras nubes siempre proyectan sobre las tierras  y húmeda, como si la lluvia estuviera parada eternamente en el bosque.

 

Por la senda que subía, más o menos siguiendo el trazado que ahora lleva el ramal de la pista, además del barro escupiendo agua, las raíces ceniza de los árboles y las curvas ásperas ciñendo la ladera, se les veía a ellos caminando. Empapados también de lluvia, manchados de barro hasta la cara y helados casi como la misma nieve. Pero sin dejar de pisar la senda que se pierde por el bosque. Una lucha callada como el mismo silencio de las sombras que acaricia el viento pero firme como los cimientos de la tierra que aman. AAgárrate a ese árbol@. Se les oye decir al subir por la senda y resbalar en la tierra que la lluvia ha convertido en barro. ASi es que me hundo, ya lo estás viendo y apenas puedo dar un paso@ ATú agárrate y tira para adelante que ya queda poco@.

 

       Os acercáis algo más y ya estáis frente a la poza donde brota el borbotón de las aguas transparentes que dan vida al río Segura. En esta ocasión si es un borbotón con todas las de la ley a parte de otras mil realidades todas concretas y tan nítidas como el mismo líquido que de la tierra mana. Por eso lo miras despacio y aunque lo conoces de otras veces, ahora te parece nuevo, único e íntimo. Lo miras y enseguida sientes como se te inundara la mente con la presencia de la imagen más real y clara: es rotunda y nítida la abundancia verdadera del agua pura surgiendo del venero.

 

Es cierto que esta poza limpia es fuente de la vida, comienzo del principio y por lo tanto, origen de la creación entera. Y por encima de todo, el lugar del nacimiento de este río no tiene nada que ver con el de aquel río llamado Guadalquivir y esto te lo indica dos cuestiones sencillas: aquel nacimiento, a parte de no ser verdadero, ya en su origen y desde tiempos remotos, está rodeado de lo oficial y para demostrarlo, la casa forestal y otros detalles que la historia tiene recogidos. Por esto para ti te dices que aquel nacimiento es de ellos y para ellos y de ahí que ya esté falseado en su mismo comienzo. Este nacimiento está rodeado de pastores, símbolo de sencillez y pureza de corazón además de ser los que han estado siempre al comienzo de toda vida grande. La Biblia así lo recoge y a pesar de que algunos y otros más, afilen sus armas y den a luz argumentos diferentes, la historia lo tiene registrado de este modo y  desde el comienzo de los tiempos.

 

La primera postura que toma el río sólo nacer es la de niño pequeño que no sabe andar y por eso pide perdón y balbucea la fuerza de la humildad. Surge de dentro, desde el núcleo del corazón y sin fuerza brava que anuncie su nacimiento.  Como si no quisiera llamar la atención de su llegada ni parecer soberbio porque su intención es traer vida real al regazo de los pastores que le esperan y no asombrarlos desde la prepotencia.

 

Los pastores no saben de la soberbia que sitúa por encima del otro ni de orgullo altanero. Y comienza su andadura, de la manera más suave y callada para seguir pasando entre ellos con la humildad que merecen, sin dejar de balbucir su perdón, por si en algo los daña o molesta. AHe nacido y ahora debo irme porque este es mi sino pero como tengo que rozaros en este mi primer trozo de camino, ni siquiera deseo cascadas de espumas blancas para que no creáis que me presento desde lo grande.

 

Quiero que toméis de mí lo que necesitéis para vuestras cosas, que con gusto os lo doy y como debo seguir mi curso, os pido perdón por pasar delante de vuestras casas  y os doy las gracias por el detalle de haber asistido a mi nacimiento@.  Les dice el río a los pastores. AEs que eres tú el que ha venido a nacer donde nosotros teníamos el nido@. Le contestan ellos y entonces les surge la duda de si el río ha nacido porque ellos están o ellos han venido porque él ha nacido. Pero lo que sí está claro es que el amor es mutuo y el cariño sincero y por eso se piden perdón por si acaso se hieren sin querer.

 

Así que, frente a la fuente clara que da vida al río que te corre por el corazón,  te dices que las tres realidades rotundas de este nacimiento son: manantial verdadero, origen de la vida y pastores en su comienzo.

 

Manantial verdadero   ir al índice

Tú, aunque no serías capaz de explicar hasta dónde ni cómo, lo sabes. Te hierve dentro de tu ser más profundo y como lo ves con claridad aceptas que ellos fueron los primeros en casi todas las verdades rotundas que ahora tiemblan por aquí. Y entre esas realidades estaba la del manantial que da vida al río que comienza su andadura. Ellos fueron los primeros en establecer que la fuente fuera real y en este punto concreto. Y lo fundamentaron así no porque la ciencia y estudios de las cosas le llevaran a esa conclusión sino porque desde la intimidad, sin saberlo, les empujó la nitidez de la realidad que sus ojos palpaban claramente.

 

Cuando subían o bajaban por el camino que lleva a los otros rincones de la tierra que aman, en su corazón destacaba con fuerza la imagen del venero.

- Al llegar a la fuente, descansamos para beber y comer algo.

- Y desde la fuente ¿cuánto queda todavía?

- Medio día para el cortijo de la umbría pero desde la fuente a las casas del río, el camino es corto.

Y todavía se les ve remontando el cerrillo que desde este lado, abre la visión hacia la fuente y las aguas transparente que avanzan por la vega. Se les ve asomar y al ver lo que ante sus ojos se presenta, se les oye comentar el nombre de esto y aquello y luego decir:

- Ahí mismo, donde los robles derraman sus sombras frescas y el agua baña la hierbecilla tierna de la ribera, nos paramos. Necesitamos un descanso porque lo pide el cuerpo pero, además, también el espíritu.

- Es que parece que venir por el camino y pasar de largo por la fuente sin quedarse un rato, no deja satisfecho. 

 

Como al frente, sobre la pequeña elevación del terreno, se alzan las casas donde también viven sus amigos, por las tierras que bajan a la corriente, se han venido los niños. Junto a las aguas limpias que se rizan en olas de luz recién nacidas, se han puesto a jugar y como les gusta tanto y les divierte tan sinceramente su juego, ríen. Apenas se les vez porque los árboles espesos y el monte bajo que por su sombra crece, los tapan pero se les oye desde lejos, como en una cascada amplia y repleta de algarabía transparente. Tres gritan corriendo detrás de los otros y los que se esconden gritan más porque la emoción les llega desde el aire fresco que los acaricia y el perfume que mana de la ladera que pisan.

 

Un poco más en lo hondo, pastan las ovejas sumidas por completo en el repelar de la hierba esmeralda y fundidas con el gorgojeo de las crías humanas. Ni siquiera se asustan cuando corren por entre ellas ni tampoco huyen cuando sus voces retumban por la cañada de las piedras blancas. La corriente blanda que diez metro más en lo hondo corre y corre y eternamente fluye, anunciando vida y reflejando la plenitud del tiempo que pasa sin irse, tampoco les presta mucha atención. Pero pasa y sin hablar, grita generosamente el gozo que es ellos allí tan cerquita entretenidos en sus juegos y la belleza clara que sin saberlo, concentran sus caras.

 

Algo tan sencillo y tan rotundamente verdad y por eso ni siquiera ellos ni ella lo saben pero la realidad tiene sólo una cara: en este amanecer del día grande para todos los seres vivos que pueblan el planeta tierra, la corriente del río menor que sabe a viento blanco, no sería tal si los niños no estuvieran corriendo tras sus juegos por la ladera que vuelca al barranco. Tampoco los niños serían ellos ni sus juegos, si la corriente no fuera la transparencia que lleva en sus remolinos ni la ladera estuviera tan gozosamente callada. Esta es una verdad que de tan fina, se palpa y deja tanta satisfacción como la realidad del cielo azul que los arropa y el amplio campo que los abraza, por donde late el Origen  de la vida y Los Pastores en su comienzo.

 

Del nacimiento a Pontón Alto    ir al índice

Pues mirando al chorro  de agua que brota como de las entrañas de la tierra y ahora corre por la canal para regar los pedazos, el padre me aclara:

- Hace unos años, cuando esta fuente dejó de echar agua, decían que la habían estropeado esos buzos que vinieron por aquí y se metieron para explorarla hasta no sé dónde. Pero claro, no había agua porque ya sabemos los años de sequía que hemos tenido.

- ¿Cómo conociste tú este manantial?

- A nivel de la corriente que se va por el río. Lo que pasa es que hace unos cuarenta años o más, ponían aquí sacos llenos de tierra y arena para que el agua se remansara y pudiera irse por la canal que le sale hacia el Collado de las Minas. Luego ya pensaron hacer una muralla fuerte con el fin de que se encauce el agua para allá sin problema ninguno.

- ¿Y era cierto que este manantial tenía truchas?

- Claro que las ha tenido y durante mucho tiempo. No dejaban pescarlas y es que este río Segura, de siempre ha sido muy nombrado por las grandes y buenas truchas.  Y aquí en la misma fuente había pero muchísimas.  Tenían su rejilla ahí para que no se salieran ni para que pasaran para abajo tampoco.

 

Esto estaba muy adornado con aquellas truchas tan bonitas. Tenía otro encanto. Porque tú sabes que las truchas necesitan agua limpia, fresca y corriente.  Así que si miras bien, esta es el agua de ellas. Pero claro, cuando no hay agua, como ha pasado en estos últimos años, no se pueden venir ni para arriba ni para abajo. Entonces, pues el manantial de este río Segura, ha quedado totalmente derrotado. Como no sea que echen, como yo digo, esas de los criaderos, pues otro paso más perdiendo. Pero que esto ha sido una maravilla, aunque lo sigue siendo, aun bastante venido a menos.

 

Por la parte de arriba, coronando el rincón donde nace la gran fuente, las rocas donde se abre la cueva del Nacimiento y más en lo alto, los pinos meciéndose al viento.

- Pues detrás y hacia los lados hay muchísimas hoyas de tierra buena que no están repobladas y nadie las siembra porque se lo prohiben.

Ya vamos bajando por la carretera, ahora remontados sobre el valle por donde corre el río. Al otro lado, las casas de la dulce aldea de Fuente Segura de Arriba, son besadas por el sol que cae. Por las tierras llanas de la vega, pastan las ovejas y por entre los álamos que nos quedan entre la corriente del río y la acequia que sale desde la gran fuente y atravesando el Collado de las Minas, lleva el agua a las tierras de Cañá Manzano, se ven varias personas. Un hombre con un hacha, corta las ramas secas de un árbol caído y cerca, juega una niña, mientras espera y el vientecillo que mana del río, remueve el pelo rubio de su cabellera. ¡Qué gran momento y de cuanto secretos y belleza está lleno, así como la tierra y lo que por la tierra crece y revolotea!

 

Mirando la acequia que nos corre por la izquierda, un poco en la ladera y remontada del río, me dice:

- Hay uno, en el pueblo, que dice  ha visto los documentos y comenta que esto está construido por el año 1777 o así.  Lo de las minas y esto lo mismo. Así que ya sabes: hace más de doscientos años.

Y le contesto:

- Esto está bien pensado porque el agua va, por su propio pie, hasta las tierras  de la parte de abajo.

- ¡Claro! Aunque también dicen que en tiempos más remotos, el rincón fue una hermosa laguna.

- ¿Y los nombres de la ladera?

- A esto le llaman la Cuesta de las Majaicas. Arriba hay una hoya, que era nuestra.  También le dicen la Hoya de las Majaicas.  A la izquierda se abre una sima profunda que le dicen la Sima de las Majaicas.

 

Que por cierto cayó uno ahí, que venía de caza y había nieve y cuando se enteró ya estaba hundido. Gracia a que se le cruzaron los cañones de la escopeta  y agarrándose a las piedras, pudo salir.  Y ahora a todo ese poyo que se ve ahí, se le llama Poyo Rubio. Que todo eso ha sido terreno de labor.

- ¿Y Hoya Maranza?

- De aquí a Hoya Maranza se echa una hora.

- ¿Y el barranco?

- Ese rincón está ahí al final de las nogueras esas.  Y allí, por donde el árbol este, hay una cueva que le dicen la Covacha Poyo Rubio.  Y otra tenemos ahí que le dicen la Cueva del Puntal.  Que eso es el Puntal de la Tala.  Y luego va teniendo otros nombres: que si la Hoya de la Marcelica, que si el Agüerico...

 

A la derecha y según la tarde va cayendo, nos van quedando las tierras de Cañá de Manzano. Se ve que son tierras buenas y por eso crees que no sólo ahora sino en aquellos tiempos y mucho antes, ellos las sembraron.  Se lo preguntas y te dice:

- Eso ha estado sembrado desde siempre, de centeno, trigo, panizo y otras cosas.

Por la tierra de la ladera se ven muchas piedras y sólo en la parte más llana,  las tierras labradas.

- Pues de los pinos para abajo, todo ha estado roturado.

- ¿Y las nogueras esas que se ven?

- Hasta hace muy poco han estado cultivadas y todavía tiene sus dueños.

 

Eran de un médico que había aquí antiguamente y se lo vendió a uno de  Fuente Segura y por eso sigue teniendo propiedad. Me voy a referir al nogal y si no han cambiado las leyes, porque hoy las cambian de la noche a la mañana. Hoy son de una forma y mañana de otra. ¿Que le quiero decir? ahí tenemos una finca suya y pongo un nogal aquí, a tres metros. Si pasan veinte años y usted no me ha denunciado a mí el nogal, por derecho, al nogal le corresponde el rodal de tierra que quepa en un círculo que tenga un radio de veinte metros. Esa tierra ya le pertenece y nadie se la puede quitar.

 

En Royo Azul, a donde sí me gustaría mucho ir, un hermano mío tenía un nogal en la hoya de su pedazo y se juntaron el dueño y él allí. Se fue al secretario que había en el Ayuntamiento y le dijo que como el árbol tenía más de veinte años y no lo había denunciado, el nogal seguía siendo suyo más veinte metros de tierra a su alrededor. Tiene su derecho. Pues por esto te decía que estos nogales que estamos viendo en la ladera de enfrente los puso el médico este que mataron para la guerra.

 

Y como mientras me cuenta sus cosas según vamos regresando para las casas del pueblo, ya pisamos la tierra que me tiene intrigado desde hace mucho. Le pregunto y me dice:

- Esto se llama El Collado de las Minas.  Y Cañá Manzano de aquí para abajo. El caminillo este que vamos andado es el que va al Collado de las Minas. Esa construcción que se ve ahí es la tiná del Collado de las Minas. Entonces ahora dices: Aoye mira que te espero en la Tiná del Collado@. Y ya se sabe.

 

Nos desviamos hacia la izquierda dejando la carretera asfaltada que sube buscando el nacimiento, a la derecha.

- A esto le llama la Morra de Cañá Manzano.

Y como me resulta nuevo el camino a parte de bonito y muy recogido por lo alto de la cuerda y perfectamente tallado, digo:

- Pues esto no lo conocía yo.

- ¡Sí hombre! En la sierra nuestra los caminos van siempre buscando las querencias y acortando terreno para llevar al lugar necesario. Cuando siembran el pedazo de estas tierras que vamos viendo, por aquí se meten las máquinas a segar. Es que precisamente aquí hay un portillo. Se llama el Portillo del Collado  de las Minas. Y ahora ahí tenemos un sitio que tiene un corral de piedra.

 

Sube aquí la cuestecilla desde Cañá Manzano, por el caminillo tallado en las piedras y remonta buscando la querencia del pueblo. Este era el camino que andaban aquellas bestias cargadas con las cosechas de la tierra y con ellos sobre sus lomos. Una pequeña llanura con su hierba fresca y como la altura es atractiva, al pueblo se le siente como más grandioso aunque encajado en el río y en su silencio.

- ¡La sierra es que tiene rincones muy bonitos!

Te dice.

 

Volcando el portillo del Collado de las Minas, se abre una hoya pequeña que es preciosa. Uno sube por el río o sube por la carretera del asfalto que viene al nacimiento y ni siquiera se da cuenta que sobre este puntal existe un rincón tan bello.

- Por eso a esto también le dicen el Portillo de la Hoya. Porque claro: hay un portillo y una hoya. Es esto precioso, grande y, además, de buena tierra. De aquí para acá es el portillo y de ahí para allá, Poyo de la Iglesia. Y ahora todo este trozo donde están los árboles, la Era Empedrá.

- ¿Y por aquí ya baja para el río y se llega al pueblo?

- ¡Que va!  Por aquí no se baja al río porque las rocas se tajan en un pronunciado voladero.

 

De la tierra mana el perfume y  recuerdo el momento: venía el joven aquella tarde montado en su yegua y en el corazón traía el gozo de la sencilla vida que le estaba prestando la tierra y en su cara, la caricia del aire fresco que desde el río se alzaba y perfumado con la esencia de lo eterno, lento pasaba besando las piedras del largo cerro y, además, él tría en sus manos el sudor de la tarea bien hecha y, en las aguaderas que descansaban sobre el aparejo de la yegua, la carga fresca de cerezas y ya asomaba por la vereda que atraviesa el cerrillo y venía, en el fondo, más que satisfecho.

 

Y al coronar la altura y atravesar el portillo, sobre la tierra llana tapizada por la hierba y la soledad de la tarde, se encuentra con su amigo.

- Aquí que estoy con el rebaño que toma la hierba y al tiempo que respiro la tarde,  voy contando los borregos y ayudando para que las madres los amamanten.

Le dice y el muchacho que llega con sus cerezas:

- Pues si necesitas que te ayude ahora mismo me paro y cogemos a las ovejas para que los borregos mamen.

- Sólo me queda coger a la que estás viendo con la ubre llena y después, ya me siento sobre la roca que mira al río y me dejo empapar por el beso que llena la tarde.

 

Y el de la yegua detiene sus pasos y ayuda a su amigo a coger a la oveja de la ubre redonda y en cuanto el borrego enclenque ha mamado la leche que le da la vida y la fuerza, otra vez en libertad la deja y para celebrarlo, el que ha llegado de la tarde cargado con sus cerezas, las derrama sobre la hierba y los dos se sientan frente al río y mientras se las van comiendo y siente el placer en el alma entera, el que ha llegado y viene contento, comenta:

- Este año, los cerezos de la aldea que se baña en las espumas del arroyo, están cargados de fruta buena y por eso vengo tan contento y al verte, ahora para mí, no hay alegría más grande que sentarme aquí contigo y, con el beso que nos da la tarde, comernos estas cerezas.  

 

Y nosotros, seguimos atravesando las tierras silenciosas de la cumbre que corona al pueblo y como me voy diciendo que estas son de esas rutas bellas que todavía no recorren muchas personas, mientras avanzamos me voy quedando en las piedras frías que tanto guardan y en el viento que nos acaricia. Caminillos antiguos que pasan por sitios muy bonitos y que teniendo tanto o más encanto que aquellas grandes rutas, según dicen y escriben, a nadie se le ocurre recorrer para llenarse  de la esencia más fina que contiene estas tierras. Y estos rincones pequeños, son más bonitos que todos los otros proclamados.

 

- Aquel cerro que tenemos enfrente, le dicen Cerro Cortao. Y es que como se puede ver, está cortado por los cuatro extremos. En aquellos tiempos, los viejos decían que aquello era paradero de los moros y que había cosas escondidas.

- ¿Y se ha descubierto algo en alguna ocasión?

- Que yo sepa, nunca se descubrió nada. Pero eso era lo que siempre se decía de ese cerro. Claro que era antes cuando la gente soñaba con los tesoros. Dicen que un día por el lugar pasaron tres hombres con tres petates y dijeron: AEsto aquí nos lo dejamos. Si volvemos, nos lo llevamos y si no volvemos, aquí tienen ustedes su fortuna@. A lo mejor aquellas personas eran de aquellos que llevaban una carga de oro y de joyas pero hoy en día eso ya no es así.

 

Junto al camino que vamos recorriendo se ven las piedras muy bien puesta.

- ¿Cómo le llaman a esto?

- Es lo que antes te decía: La Era Empedrá. Y es que ahí, por donde van las muchachas, hay una era.

Las muchachas caminan con la urgencia de la tarde que cae y como ellas, aunque son de aquí, tiene ahora el corazón en otro lugar, pasan por la tierra dejando el perfume y sembrándola de belleza y casi no la sienten. Así son las cosas, tantas y tantas veces, en esta vida que los humanos bebemos al paso por esta suelo.

 

- Pero las piedras estas que veo por aquí tan bien puestas ¿cómo lo llamáis?

- Nosotros llamamos a esto Majanos. En otros sitios le llaman olma. Pero nosotros aquí le llamamos parata a las piedras que vas viendo puestas por ahí y a lo que se elevan como pequeños montones, majano.

Descubro que majano es un montón de piedras que ha resultado de recoger las que por el terreno ruedan. Se limpia la tierra para sembrarla y las piedras  se amontonan en el centro o a un lado.  Conozco otros montones de piedras como estos con el nombre de Villares.

- Yo le digo muchas veces a mis chiquillos: AMirad, todo esto lo hicieron a brazo, con mucho sudor y larga paciencia para sacarle a la tierra un puñado de trigo o de centeno@.  Porque entonces no había ni carrillos de mano. Porque hoy coges un carrillo y la piedra la llevas a donde sea pero entonces todo era a pura sangre y a veces, casi sin fuerzas.

 

Pisamos Era Empedrá. Miro despacio y veo que es una auténtica era que está empedrá.

- Una era donde en aquellos tiempos se trillaba y se aventaba para separar la paja del grano, como se dice.  La lucha de aquellas personas que se dieron la mano con los que todavía respiramos por el rincón.  Ahí un poco más abajo y sobre el lomo de este poyo, mira y verás aquellas paredes.

Y respondo:

- Sí que las veo.

- Aquello era la Tiná de la Abuela. A mí me contó mi abuela que un año hicieron  fiestas en el pueblo y en esta tiná corrieron las vaquillas. Entonces mandaban los de izquierdas y trajeron las vaquillas a esta tiná para que la fiesta fuera más divertida.

 

 Y aquello que se ve frente, le llaman la Tiná Cañá Royo. Es que hay una cañá allí grandísima que da vista a Pontón Bajo por un sitio que le dicen los Picones.  Que antes cuando no había dinero, hacían las fiestas en la plaza y los chiquillos, las mujeres y muchos más que no podían pagar una peseta porque no la tenían, nos subíamos a Los Picones y desde allí veíamos las fiestas gratis.

 

Las dos muchachas ya se nos han perdido.

- Es que no me he dado cuenta por dónde se han ido.

Vamos nosotros bajando por el poyo, frente al molino del tío Jacinto  el lado derecho del río, según avanzamos y como no estoy seguro si por aquí podremos cruzar la corriente, le pregunto:

- ¿Hay algún puente?

- Esto ya es la Tiná del Castellón y esto de aquí, la Molata.

Miro y ahora ya comprendo lo que es una Molata, según el modo de expresarse de los serranos. Como un montículo de tierra o rocas que se queda como recogido entre la curva del río. Me voy por lo alto pisando la tierra que casi es pura roca y me asomo a la corriente.  Traza por aquí una gran curva.   ¡Qué hermoso es esto!

 

Por el portillo de la Molata del Molino de Jacinto, pasa la vereda y cae buscando el río. Que es por donde venían aquellas personas con sus bestias, al  pueblo. Lo ingenieros que eran estos serranos de antes y de ahora haciendo las cosas que les servían para moverse por la tierra y sacar de ella el alimento que necesitaban. Caemos al río y lo primero, a la derecha, una construcción grande y algo nueva.

- Es el centro del Jubilado. Está funcionando y como ves se enclava al mismo borde de las aguas del río claro.

Hay aquí una acequia pequeña que viene al centro y una fuente con un caño de agua que por supuesto, es buena. Y voy entusiasmado con la corriente del río, la vegetación que derraman las nogueras y el agua que no deja de sonar, cuando a mi izquierda descubro los lavaderos del pueblo. ¡Claro! me digo, la acequia coge el agua de la corriente y por entre zarzas la trae hasta estos lavaderos. ¿Cómo iba a ser de otra forma teniendo ellos como tienen aquí un río tan caudaloso y  limpio.

 

Las llamo a ellas para que vuelvan y me lo expliquen y entonces me dicen:

- Pues aquí están las losas. Las mujeres mojaban la ropa, le echaban el jabón y después de restregarla, la enjuagaban y luego la tendían en las piedras o hierba que ves por los alrededores. Como antiguamente no había agua en las casas, todo el mundo venía aquí a lavar su ropa.

Un sencillo puente se tiende para dar paso a las aguas del río y ya estamos en la plaza del pueblo. A la izquierda otra fuente con agua buena.

- En esta plaza se celebra el final de la procesión donde se reparte cuerva.  Y desde este rincón ya se llevan otra vez la Virgen.

A la izquierda y junto al río, la construcción del molino de Pascual.  Un poco más lejos, el de Jacinto. Un poco más abajo se ve otro que le dicen el molino del Lidio.  - Lo que nos queda frente, es la Piedra Horada y debajo hay otro molino que es el número cuatro, algo más abajo tenemos otro que es el número cinco y el seis lo tenemos también en el mismo río pero antes de llegar al pueblo de Pontón Bajo.  Todos estos molinos se juntaban en este río en aquellos tiempos y todos tenían trabajo y funcionaban.

 

Las muchachas se me acercan y me dicen:

- El nueve de agosto se celebra la fiesta de la Virgen del Rosario, porque es la época que coincide con la presencia de más visitantes y veraneantes. La iglesia está en Pontón Bajo desde donde se sube a la Virgen en procesión, siempre andando y cantando y se montan dos altares: uno aquí donde ahora mismo estamos y otro siguiendo la calle, al fondo. Allí se celebra la misa y después se trae la Virgen a este rincón, se reparte cuerva gratis, los músicos tocan y baila todo el mundo. Quiero aclara que la cuerva es un licor que se hace con vino, miel y frutas y ya, a unos y a otros, pues se le sube el calor por el cuerpo. Se vuelven a llevar a la Virgen a la iglesia de Pontón Bajo y dan comienzo las fiestas, que son vacas, verbenas y más alegrías.   

 

El rincón se llama el Pajarete.  Es una pequeña plaza, casi cuadrada, y en cada uno de sus lados tiene unos asientos en forma de poyetes. Son bancos de cemento pintados en verde a donde los ancianos, los jubilados, se vienen a tomar el sol en sus ratos libres que son muchos. Me acerco a la fuente y al beber, percibo que el agua está frío. Al preguntar, la hermana buena, dice:

- Cuando vienen los visitantes y beben casi siempre preguntan que si dentro, esta fuente, tiene una nevera.

 

El padre se me acerca y aclara:

- El batán, que ya sabes lo que es, estaba allí. Tomaba el agua de la acequia.  Y caía precisamente donde está el árbol aquel.  Hacia unas pesas pero de madera aquello, que tenía abajo como unos martillos que  tendría más de un metro de largo por cuarenta de ancho. Aquello hacía rodar a una rueda que había abajo para limpiar las mantas. Las mantas las llevaban los bataneros, que todavía existen, a la casa de mi abuela que vivía ahí. Es que aquí, antiguamente, había una fábrica de lana. Una fábrica para hacer mantas de esas de sierra que se llaman y para hilar la lana.

 

Las mantas las limpiaban con greda. Quiero decir que desde la fábrica traían las matas hasta este chorro de agua, las lavaban y desde aquí se la llevaban a la casa de mi abuela donde estaban el tiempo que fuera necesario. Pero esto era un batán acreditado con todas sus escrituras y demás. El agua la cogían del río, por la acequia aquella y la fuerza de esta corriente era lo que le hacía funcionar. Yo vi muchas veces cómo funcionaba aquello pero ahora no sabría contarlo. Sé que abajo había una rueda como las de los molinos y como te digo, la cosa de la limpieza no sé cómo era pero ahí caía el agua a presión y esto era lo que le hacía moverse. Seguramente hace más de cincuenta años que se paró este artilugio.

 

En el Pontón de Abajo, que luego lo veremos, un edificio que hay antes de colar y a mano derecha, es donde estaba la fábrica de la lana.  Y en Santiago de la Espada había otra. También en este pueblo de Pontón Alto, había muchos telares de esos que tejían. Una cuñada mía se llevó uno para tejer jarapa de esa que pone encime de las camas y las mesas. Existen todavía porque aquí había muchos telares de esos. Ya no se fabrican ni los trabaja nadie.

 

Principal                                      Nota del autor:  Este trabajo continúa pero en estas páginas concluye aquí

 

 

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