El verso con métrica y rima

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      VICENTE MAYORALAS      

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comentarios a su obra

            DIRECTORIO DE ESTE AUTOR

su obra 1

su obra 2

                 SU OBRA 2          

    En esta página encontrarás las siguientes poesías:

POEMAS DESCRIPTIVOS-COSTUMBRISTAS

AL CRISTO DE LA BUENA MUERTE

Me llago en tu dolor y en tu tristeza,
y venero tu imagen dolorosa
donde la pena íntima reposa
sobre el llanto sublime que te reza.

En ti sangra el amor y la pobreza,
el sueño de otra vida más gozosa,
la fe inquebrantable y generosa
que te ayudó a morir con entereza.

Te siento tan cercano, tan adentro,
que brota en mí la sed de tu creencia
y en duelo el corazón al recordarte,

pues soy un pecador que va a tu encuentro
en busca del perdón y la indulgencia
que me procura el hecho de mirarte.





LA FUENTE DE LA ERMITA

Como un otero anclado a la llanura
la fuente de la ermita se levanta,
de sequía el venero se atraganta,
los caños carraspean su amargura.

El óxido que adorna su estatura
es recuerdo, no más, que se agiganta
con el paso del tiempo. Ya no canta
el agua sobre el suelo, ni murmura

el viento melodías sobre el lecho
silvestre de otras hierbas, satisfecho.
Ahora se dormita en el secano

y todo en derredor monotonía,
el agua, la fragancia... lejanía...
Recuerdo de un paisaje castellano.





  
ÁNGELUS DEL YUNQUE

En el prisma acerado de tu orgullo,
encajado en soporte de madera,
recibes del martillo la secreta
melodía del verso que está oculto
en esa percusión, como recurso
poético de acero, donde riela
la mano del herrero en sinalefa
con el temblor metálico y agudo
de ese cuerpo, forjado en lo inflexible,
y que paciente espera el nuevo golpe
para escribir después la melodía
que brota del trabajo, y que permite
la forja del poema en un derroche
de lírico dolor: como la vida.





                       
BEATA

Menuda en su presencia, casi breve,
una brizna de incienso en el sagrario,
una reliquia asida a su breviario
que llora cuando reza y se conmueve.

Una sombra entre sombras, frágil, leve,
un destello de luto rutinario,
letanía de rictus lapidario,
esbozo de lo humano, sin relieve.


Yo la veo a menudo, como en trance,
en un arrobamiento tan completo
que ingrávida parece su figura.

La miro desde el coro, y en el lance
de ir a comulgar, no la concreto:
es alma toda, el cuerpo conjetura.





          
TORO Y TORERO

Toro y torero. Mano a mano. Frente
a frente. Expectación en el tendido.
El tiempo en la retina, suspendido
a ras de volapié. Calla la gente.

Emoción contenida que se siente
a pase de muleta. Y el latido
en el pecho, y el miedo producido
ante el lance supremo. Lentamente

la imagen se desliza, estoque en mano,
hasta la herida abierta de la gloria.
Un grito sesga el aire, lastimero,

en la tarde fatal de aquel verano.
Arte y muerte fundidos en la historia.
Mirándose y en paz: toro y torero.





                
EL CIPRÉS

Altivo centinela que vigilas
soledades de olor a crisantemo;
fantasma de la noche que en extremo
acaparan las sombras tus pupilas.

Los sueños y los miedos espabilas;
posada de misterios sin baremo;
tu cima vegetal mira al “Supremo”
en eje vertical que en cielo afilas.

Austero penitente de otras almas
que vagan por el éter del abismo
en busca del edén de su quimera.

Prior del camposanto y de sus calmas,
testigo de fervores e histerismo,
estatua magistral de eterna espera.






LA MUERTE DE MI AMIGO

En la plaza solariega,
junto al recuerdo angostado,
un campesino se entrega
a imaginaria fanega
junto a la yunta y arado.

Anda errante por rastrojos
con su paso vagabundo,
mientras cosecha despojos
detrás de aquellos matojos
florecidos en su mundo.

Sonríe al alba naciente
y mira orgulloso el cielo
como cristiano y creyente,
pues lleva sobre la frente
a Dios prendido en el suelo.

Fantásticas mariposas
dibujan su vuelo leve
sobre aguas milagrosas
que se vierten fabulosas
en un sueño que conmueve.

Con sus manos acaricia
la tierra que cava y ama
y trabaja con pericia,
por la que grita justicia
y con su sudor proclama.

Desnudo el pecho bravío,
la mirada en la llanura,
soporta el calor y el frío,
la sed de tanto vacío
sobre tan larga premura.

Sabe que todo es un sueño,
mas despertarse no quiere.
La vejez lo hace pequeño.
El tiempo terco en su empeño
le recuerda que se muere.

Se levanta. Anda lento.
Siente que su plaza llora.
Todo quietud y momento.
Sólo el murmullo del viento
acompaña su demora.

Se siente cansado y viejo,
cansado de sus verdades
que penden sobre el pellejo,
arrugas que son reflejo
de aquellas otras edades.

—De nada vale luchar—,
dice una voz de lo arcano,
—hay que saber esperar—,
pues por mucho madrugar
no amanece más temprano.

¡Y qué soledad más triste!
La plaza como testigo.
El sol de luto se viste
y entre gorriones y alpiste
halló la muerte mi amigo.





EL SUEÑO DE LA VIDA

En esta noche indolente
la sangre reposa en calma;
la mirada indiferente;
el tiempo sobre mi frente
y el misterio sobre el alma.

El elixir de la vida
se evapora poco a poco
por la llaga de mi herida,
del corazón bendecida
con voz y canto de loco.

Noto penumbra en mis huesos
y el tuétano de ese frío
procede de los excesos
de todos esos sucesos
que son de carne y vacío.

¡Qué horrible fiebre la mía
que no cesa ni un momento,
siendo su sudor sequía
en mi garganta vacía
sin saliva y sin acento!

Muerden recuerdos lejanos
emociones pasajeras,
mitad divinos y humanos,
unos llenos, otros vanos,
sin medida ni fronteras.

Noto el temor a lo oscuro
y tiemblo de pena y miedo:
de pena por el futuro,
pues no me siento maduro,
de miedo por si me quedo.

En esta noche indolente
yace a mi lado la vida
por antojo o accidente.
La contemplo y, de repente,
queda a sueño reducida.





      
AMAR DUELE

Una tristeza me ahonda
tan adentro, tan profunda,
que del dolor soy su sombra
y de la pena su musa.

Duele, que me duele tanto,
y es tanto lo que me duele
que el mismo dolor traspaso
con la herida que me crece.

Cavo un hoyo en el barbecho
que se extiende por el alma,
y en el alma encuentro huesos
que en mis entrañas se clavan.

Qué siniestra mordedura
la del amor cuando ama
y cuánto odio en la excusa,
y cuánta verdad se llaga.

Ni a sol ni a sombra me deja
la pena que me persigue,
sus ramas cuanto más secas,
más húmedas sus raíces.

Medio corazón comparto
con la tierra y con el cielo:
medio se lleva el fracaso,
el otro medio el exceso.

Un surco de cicatrices
lleva el silencio en su frente,
en los costados los grises
de las palabras ausentes.

En el jardín del lamento
sembré semillas de llanto
y lágrimas florecieron
en los ojos del pasado.



El presente viste luto,
no es una pena cualquiera,
es el grito sordomudo
del dolor en la quimera.

Como olvidarlo no puedo,
y en cada intento fracaso,
por más que sufra, confieso
que seguiré enamorado.

 


AUTÉNTICA POESÍA - Herrera/Muñoz - 2001

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