El verso con métrica y rima

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      J. J. VÉLEZ OTERO      

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DIRECTORIO DE ESTE AUTOR

su obra 1

su obra 2

                 SU OBRA 2          

    En esta página encontrarás las siguientes poesías:




EL ÁLBUM DE LA MEMORIA

Estos días azules y este sol de la infancia.
                                       (A. Machado)

Las hojas del almanaque
son cangilones de noria
que van susurrando al agua
las voces que al viento copian:
la parra verde en el patio,
las sombras de las magnolias,
la flor del higo en la tuna,
los nidos de la parroquia...

Sobre la mesa, olvidado,
el álbum de la memoria.





         UNO (fragmento)

Volverás en verano
y encalaremos juntos la fachada del tiempo
                           (Aurelio González Ovies)

Ha bajado la noche a las moreras
y a las piedras regadas de la calle,
ha bajado la noche calurosa
con su paño de añil oscuro y grande.
Noche plena de grillos y naranjos,
noche clara de estrellas y azahares,
embrocada en los muros de los patios
cada estío que anima los portales.
Noche alta. Dibujos de la infancia
guardados en los pliegues de la tarde.




Los veranos en el pueblo
tienen color de amapola
y el aroma del enebro.

Cartago, Roma y Atenas,
lecciones en la ventana,
madreselva y yerbabuena.

El verderón en la jaula,
el pozo, brocal y soga,
el pozo, frescor de agua.




Ese olor a melón que endulzaba la casa
en las tardes de agosto, en las siestas calladas,
era un sueño ovalado, era mudo fantasma
que llenaba alacenas, las alcobas, la nada.
En aquella penumbra silenciosa escuchaba
las palomas del patio, los rumores del agua
y un sonido redondo de costura en la sala.
Ese olor a melón aún me anida en el alma.




El escalón de mi puerta
es de mármol. En verano,
rompiendo la siesta, pasa
el carro de los helados.
Luz de leche en las paredes,
luz de cobre en los navazos,
luz de azufre derramaba
el sol sobre los tejados.
Barquillo dulce. La tarde
tiene postigos cerrados
y un silencio caluroso,
un olor tibio y callado.
El escalón de mi puerta
es de mármol.
                        En verano
oigo la flauta dormida
del afilador lejano.




   
DOS (fragmento)

Fuera, el otoño piensa su elegía violeta,
y prende en el ocaso un recuerdo amarillo...
                                       (J. R. Jiménez)

Octubre llega —silencio—
envuelto en el gris de siempre,
difuso como el recuerdo.

Octubre llega y parece
que ya lo ha notado el viento
que sopla contra las hojas
y tallos amarillentos.

Octubre llega, silencio,
tan triste como un poema
leído en un libro viejo.




Me gusta cómo huele la tarde en los plumieres,
la luz que desde el atrio se asoma a las ventanas
y baña los pupitres, los mapas, los cuadernos,
los libros de hojas gruesas y pastas ya gastadas
por años casi eternos; son libros del hermano
que ya pasó de clase y estudia la pisada
historia de este pueblo. Me afligen esas letras,
de hielo y leche, escritas en la pizarra amarga:
son símbolos cansados de niños silenciosos,
tan tristes como el Cristo que cuelga sobre el mapa.
Me gustan los colores, las líneas de los ríos,
los montes, los países que viven en el atlas.
Me angustia lo del tiempo, lo eterno, irretornable,
y el miedo que no entiendo por qué me aprieta el alma.




Niebla de las soledades
duerme entre los pinos blanca:
fantasma del cementerio,
sudario para las almas.
Uno de noviembre. Fiesta
del ave negra en las dalias.
Lluvia gris, muda garúa,
silenciosas las pisadas
del tiempo sobre las tumbas,
sobre la tierra y sus larvas.




Cuando las primeras lluvias
llegaron a las albercas
se marchaban las cigüeñas
ya, lentas, por las dehesas.
Llegaron nubes oscuras
esparciendo el agua fresca
que reclamaban los campos
para la paz y la siembra.
Llegaron nubes cenizas
mojando nuestras cabezas:
templos de sueños agraces,
templos de sol y calendas.
Cuando llegaron las lluvias
se hicieron tristes las siestas.




Aquellos días viven en un álbum
que huele a chocolate y pegamento,
a estampas de otros mares y a almanaques
que andan de puntillas por el tiempo.
Aquella tarde, alcoba del otoño,
tenía una penumbra de colegios
y un silencio de mosca solitaria
y un pulso de campanas en el viento.
Un nido de cuartillas en la mesa:
la vez primera que doliera un verso.
La tarde era un cristal. Sentí un poema
caer como una hoja sobre el sueño.





TRES (fragmento)

Sube y baja el invierno en su trineo
                            (Rafael Alberti)

Este tiempo de hojas y amapolas dormidas,
esperando en la sala las cigüeñas lejanas
y las yemas macizas de la parra desnuda
a través de la fría, siempre turbia ventana.
Ese frío callado de las aulas oscuras
anhelando vencejos en palmeras y tapias
y un tumulto de alas y libélulas rojas
en la brisa nerviosa que alborota las cañas.
Este invierno cansado, de ponientes nubosos,
en la lluvia postrado, tan antiguo en las aguas,
es un musgo paciente, ceniciento y opaco,
encorvado en el tiempo que enmohece a la plata.




Hoy la calle no tiene el rumor de otros días
ni andan niños jugando a la luz de la tarde,
hoy la calle es un pozo de silencio en la lluvia
y es el tiempo un balcón como espuma en el aire.
Tiene voz este invierno de semilla enterrada
y una música oscura de reló en los cristales.
Cuervos negros se ocultan en las torres perdidas.
De la tierra mojada nace un río incesante
de futuros recuerdos, de pretéritas noches
y de días que irán oxidando las llaves.





           CUATRO (fragmento)

ya canta
la primavera en el huerto
                  (Luis Rosales)

Despierta del olvido de las cañas,
despierta ya del sueño de la cera.
Florecen semidioses y abanicos
de flores amarillas. Por las sendas
del barro vienen guerras y manadas
de insectos agridulces y cerezas.
Despierta de la noche del invierno,
asómate al balcón de las estrellas,
arranca en el silencio nuevas hojas
del limo verdiazul de las agendas.
Dormiste en el establo del recuerdo
e hiciste de la leña blanca hoguera
donde quemar las nubes del invierno,
donde extinguir las ascuas de la pena.
Levántate, no duermas. Son los días
más largos, no más bellos. En las hiedras
anidan las crisálidas de marzo,
clarean los cristales de la espera.
No duermas que te llaman las acacias.
Esta tarde otra vez la primavera.




Como se abre una puerta
con una llave de viento
se ha abierto la primavera.

Me desperté amaneciendo:
un libro sobre la cama,
la flor del sueño en los huesos.

Tiene un aire la mañana
de golondrinas de patio
y de campana olvidada.

Mi libro es como un armario
con mapas, tratados, guerras
y monasterios y atrios.

Sombra blanca de la escuela,
por el camino del miedo
en mi corazón abierto
revienta la primavera.




La yema de la viña
viene anunciando
su parto a la albariza,
que llega marzo.

Pasó febrero.
Se mustia en los almendros
la flor de enero.




Porque tienen las calles esquinas transparentes
y pasan bicicletas con sonidos de siesta,
porque son más enormes las paredes del patio
y hay un ramo de sol reflejado en mi mesa.
Porque van las muchachas con las piernas desnudas
y los brazos al sol como estatuas inquietas,
y hay más luz en el aire y más aire en la carne
y más fuego y ardor en la flor de las venas.
Porque hace una tregua el vacío en mis ojos
y en mi lengua renace un sabor a planeta.
Porque tiene la tarde otra luz y otro cielo,
porque huelen los parques como en días de fiesta.
Porque suena la savia y se encienden las noches
con farolas de voces y cristales de menta.
Porque habita en mi cuerpo un tumulto de insectos
y se hunde en el gozo este alma que tiembla.




Muere el sol —naranja rota—
ahogando de sangre al mar.
Picotea la gaviota
la herida crepuscular.

La tarde —antes mañana—
enterró su juventud
en los pinos de Doñana.

El pueblo, silencio y sombra,
monótono en su vivir,
se tiende como una alfombra
a pies del Guadalquivir.




De cuando en cuando vienen los colores
tiñendo los recuerdos: primaveras
pasadas, luminosas, verdaderas,
grávidas de campanas y de flores.

Memorias que son plumas o rumores
regresan manejando mil esferas
de días transcurridos en quimeras,
de tiempo aprisionado en los tambores.

No queda al mecanismo más que espuma
del mar que, muerto, permanece atado
al fósil del metal y de la bruma.

No queda en el reloj más que pasado,
cristal espectador del tiempo; en suma:
pasado en el presente anquilosado.




Aire, nube, tiempo, luz
en la alcoba de mi alma.
El aire se fue vencido,
la nube se fue descalza
con el tiempo, sin ruido,
la luz se la lleva el alba
mientras duermo.
                                 No la veo
tras el muro de  la infancia.
Brisa, sueño, lengua, voz,
paisaje, murmullo, agua.
La brisa se hizo viento
que al sueño apagó sus ascuas
donde crujían cien lenguas
sin voz, sin murmullos ni alas
que batieran por paisajes
engañados de agua.
                                    Nada.





               
PIGMALIÓN

Te haré de mar, de céfiro, hojas tiernas,
de pétalo y cristal. De dulce arcilla
haré -de piedra y fuego- la sencilla,
caliente geometría de tus piernas.

Te haré de rosa y luz para que ciernas
la flor constante y leve en la mejilla.
Haré nacer de ti la buganvilla
que cubra de color tardes inviernas.

De pájaros el vientre y nieve el cuello,
de cal el sonreír, vid en los ojos.
Al pelo la negrura con que lidio

daré; sobre la frente el rizo bello
caerá de tu manera a los antojos.
El alma nacerá con mi suicidio.





A MANUEL NÚÑEZ RODRÍGUEZ
                 In memoriam

A muerto; la campana toca a muerto.
Ha muerto con la tarde y sin billete
de vuelta. Beberá pronto del Lete
cubierto de serrín y pez, cubierto.

Navega el ataúd destino a un puerto
de sombras, carne muerta en el grumete;
golpea hacia el vacío triste ariete,
golpea hacia la nada, en el desierto.

La vida en su destino es el destierro
salvaje, culminado cual si fuera
un baile de relojes el entierro.

Callado funeral de nieve y cera,
qué golpe de azahar, de flor y hierro
morir naciendo ya la primavera.




Dejado de la mano de la Ira
aquí me ves, perfecto abandonado,
mascando soledad y deshojado,
temblando ante el otoño que me mira.

De nuevo la tristeza me suspira
puñales al oído, y a mi lado
un baile de esqueletos ha empezado
a armar los fundamentos de mi pira.

Oh, tiempo, soledad, vacío, muerte
proclaman sin cesar la danza eterna
de arena en los relojes, negra suerte.

Postrado de huracán y de galerna
aquí me ves dormido, frío, inerte,
soñando que la aurora en mí se cierna.




Levanta el sol su luz de blanca cuna,
y joven, de la aurora va surgiendo
lozano y a las sombras persiguiendo,
atado con el día a la Fortuna.

Las horas, lentamente, una a una,
ansioso hacia el cenit va consumiendo.
Las puertas del ocaso resistiendo
le esperan tras el monte en tumba bruna.

Si larga la mañana, lenta y verde,
¡qué presto el declinar hacia la sierra!
Si alegre fue subir, ¡cómo ahora muerde

del tiempo el corazón! La luz se aferra
al último rincón y al fin se pierde
lo mismo que el humano hacia la tierra.





Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;...
                                 (J. R. JIMENEZ)

¿Adónde van los sueños, la sonrisa,
adónde la ilusión, dónde los años,
adónde la pasión, la voz, los caños
de luz y de color van tan deprisa?

¿Por qué la ola abrupta se hace lisa
y empiezo ya a contarme los peldaños
del tiempo y desempolvo los antaños
que ordeno como un viejo en la repisa?

Agarro con la voz y con los dientes,
agarro como un loco agonizando
los prados de mi tiempo y las corrientes.

Cualquiera que me oiga: estoy bramando;
mañana seré polvo entre vivientes.
Se quedarán los pájaros cantando.




La tarde, mitad fuego, mitad cera,
transforma el carnaval que suena dentro
en huero funeral. Varado entro
al laberinto atroz de mi quimera.

Florecen amapolas a mi vera,
de sangre la color, de luto el centro.
En todo el derredor, cegado, encuentro
señales de ebullente primavera.

¿Y qué es, si no, la vida silenciosa?:
constante primavera que inventamos
huyendo del otoño que prorroga

la horca disfrazada y sentenciosa
que acecha a nuestro cuello. Recelamos
la firme meretriz, postrera soga.




Disfruta, sí, los zumos de Sileno,
la miel sabrosa y dulce de Aristeo,
no duermas mientras dure el apogeo
de címbalos y flautas sobre el heno.

Oh, goza de la ménade su seno,
da mano, sí, ¡evohé!, libre al deseo,
que el vino, ciegas aguas del Leteo,
arrastren la conciencia al negro cieno.

Oh, bebe de la vid gozosa fuente,
oh, liba sin cesar del vientre nuevo,
oh, brinca con la ninfa en la corriente.

Y piensa que si hoy eres efebo,
los días pasarán severamente;
mañana dormirás en el Erebo.




Si el hombre es soledad, carne y cadenas
atadas a peñascos de la tierra,
si libra sin cesar perpetua guerra
con ansias y temor a manos llenas.

Si son sus sueños cantos de sirenas
que llaman al lugar que siempre yerra
y al fin de tanto errar sus ojos cierra
cumpliendo la más ruin de las condenas.

Si es tiempo lo que mide su existencia
fugaz, etérea, apenas perceptible,
desde el primer sollozo en decadencia.

Si al polvo tornará toda su esencia,
a qué temer la Dama Imprevisible
si no es más que el final de la advertencia.

 

 

 

 


AUTÉNTICA POESÍA - Herrera/Muñoz - 2001

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