De Xavier Villaurrutia presento los siguientes poemas:
1997
Nocturno de los ángeles
Si cada uno dijera en un momento dado,
Hay recodos y bancos de sombra,
El río de la calle queda desierto un instante.
Pero una nueva pulsación, un nuevo latido
¡Son los Ángeles!
Tienen nombres supuestos, divinamente sencillos.
Sonrien maliciosamente al subir en los ascensores de los hoteles
A Agustín J. Fink.
Se diría que las calles fluyen dulcemente en la noche.
Las luces no son tan vivas que logren desvelar el secreto,
el secreto que los hombres que van y vienen conocen,
porque todos están en el secreto
y nada se ganaría con partirlo en mil pedazos
si, por el contrario, es tan dulce guardarlo
y compartirlo sólo con la persona elegida.
en una sola palabra, lo que piensa,
las cinco letras del DESEO formarían una enorme cicatríz luminosa,
una constelación más antigua, más viva aún que las otras.
Y esa constelación sería como un ardiente sexo
en el profundo sexo de la noche,
o, mejor, como los Gemelos que por primera vez en la vida
se miran de frente, a los ojos, y se abrazarán ya para siempre.
De pronto el río de la calle se puebla de sedientos seres,
caminan, se detienen, prosiguen.
Cambian miradas, atreven sonrisas.
Forman imprevistas parejas...
orillas de indefinibles formas profundas
y súbitos huecos de luz ciega
y puertas que ceden a la presión más leve.
Luego parece remontar de sí mismo
deseoso de volver a empezar.
Queda un momento paralizado, mudo, anhelante,
como el corazón entre dos espasmos.
arroja al río de la calle nuevos sedientos seres.
Se cruzan, se entrecruzan y suben.
Vuelan a ras de tierra.
Nadan de pie, tan milagrosamente
que nadie se atrevería a decir que no caminan.
Han bajado a la tierra
por invisibles escalas.
Vienen del mar, que es el espejo del cielo,
en barcos de humo y sombra,
a fundirse y confundirse con los mortales,
a rendir sus frentes en los muslos de las mujeres,
a dejar que otras manos palpen sus cuerpos febrilmente,
y que otros cuerpos busquen los suyos hasta encontrarlos
como se encuentran al cerrarse los labios de una misma boca,
a fatigar su boca tanto tiempo inactiva,
a poner en libertad sus lenguas de fuego,
a decir las canciones, los juramentos, las malas palabras
en que los hombres concentran el antiguo misterio
de la carne, la sangre y el deseo.
Se llaman Dick o John, o Marvin o Louis.
En nada sino en la belleza se distinguen de los mortales.
Caminan, se detienen, prosiguen.
Cambian miradas, atreven sonrisas.
Forman imprevistas parejas.
donde aún se practica el vuelo lento y vertical.
En sus cuerpos desnudos hay huellas celestiales:
signos, estrellas y letras azules.
Se dejan caer en las camas, se hunden en las almohadas
que los hacen pensar todavía un momento en las nubes.
Pero cierran los ojos para entregarse mejor a los goces de su encarnación misteriosa,
y cuando duermen sueñan no con los ángeles sino con los mortales.
Amor condusse noi ad una morte
Amar es reconstruir, cuando te alejas,
Amar es una cólera secreta,
Amar es escuchar sobre tu pecho
Amar es absorber tu joven sabia
Amar es una envidia verde y muda,
Amar es provocar el dulce instante
Amar es una sed, la de la llaga
Amar es una insólita lujuria
Pero amar es tambien cerrar los ojos,
Amar es una angustia, una pregunta,
una suspensa y luminosa duda;
es un saber querer todo lo tuyo
y a la vez un temor de al fin saberlo.
tus pasos, tus silencios, tus palabras,
y pretender seguir tu pensamiento
cuando a mi lado, al fin inmóvil, callas.
una helada y diabólica soberbia.
Amar es no dormir cuando en mi lecho
sueñas entre mis brazos que te ciñen,
y odiar el sueño en que, bajo tu frente,
acaso en otros brazos te abandonas.
hasta colmar la oreja codiciada,
el rumor de tu sangre y la marea
de tu respiración acompasada.
y juntar nuestras bocas en un cauce
hasta que de la brisa de tu aliento
se impregnen para siempre mis entrañas.
una sutil y lúcida avaricia.
en que tu piel busca mi piel despierta;
saciar a un tiempo la avidez nocturna
y morir otra vez la misma muerte
provisional, desgarradora, oscura.
que arde sin consumirse ni cerrarse,
y el hambre de una boca atormentada
que pide más y más y no se sacia.
y una gula voraz, siempre desierta.
dejar que el sueño invada nuestro cuerpo
como un río de olvido y de tinieblas,
y navegar sin rumbo, a la deriva:
porque amar es, al fin, una indolencia.
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La fuente documental del poema es:
LA POESIA: SIGLOS XIX Y XX.
Presentación, selección y notas de José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváís.
Promexa, México. 1992. Págs. 500 a 501.