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El Simposio:
El venerable discurso de
Sócrates

-¿Y cómo, feliz Erixímaco, no voy a estarlo -dijo Sócrates-, no sólo yo, sino cualquier otro, que tenga la intención de hablar después de pronunciado un discurso tan espléndido y variado? Bien es cierto que los otros aspectos no han sido igualmente admirables, pero por la belleza de las palabras y expresiones finales, ¿quién no quedaría impresionado al oírlas? Reflexionando yo, efectivamente, que por mi parte no iba a ser capaz de decir algo ni siquiera aproximado a la belleza de estas palabras, casi me hecho a correr y me escapo por vergüenza, si hubiera tenido a donde ir. Su discurso, ciertamente, me recordaba a Gorgias, de modo que he experimentado exactamente lo que cuenta Homero: temí que Agatón, al término de su discurso, lanzara contra el mío la cabeza de Gorgias, terrible orador, y me convirtiera en piedra por la imposibilidad de hablar. Y entonces precisamente comprendí que había hecho el ridículo cuando me comprometí con ustedes a hacer, llegado mi turno, un encomio a Eros en su compañía y afirmé que era un experto en las cosas del amor, sin saber de hecho nada del asunto, o sea, cómo se debe hacer un encomio cualquiera. Llevado por mi ingenuidad, creía, en efecto, que se debía decir la verdad sobre cada aspecto del objeto encomiado y que esto debía constituir la base, pero que luego deberíamos seleccionar de estos mismos aspectos las cosas más hermosas y presentarlas de la manera más atractiva posible. Ciertamente me hacía grandes ilusiones de que iba a hablar bien, como si supiera la verdad de cómo hacer cualquier elogio. Pero, según parece, no era éste el método correcto de elogiar cualquier cosa, sino que, más bien, consiste en atribuir al objeto elogiado el mayor número posible de cualidades y las más bellas, sean o no así realmente; y si eran falsas, no importaba nada. Pues lo que antes se nos propuso fue, al parecer, que cada uno de nosotros diera la impresión de hacer un encomio a Eros, no que éste fuera realmente encomiado. Por esto, precisamente, supongo, remueven todo tipo de palabras y se las atribuyen a Eros y afirman que es de tal naturaleza y causante de tantos bienes, para que parezca el más hermoso y el mejor posible, evidentemente ante los que no le conocen, no, por supuesto, ante los instruidos, con lo que el elogio resulta hermoso y solemne. Pero yo no conocía en verdad este modo de hacer un elogio y sin conocerlo les prometí hacerlo también yo cuando llegara mi turno. La lengua lo prometió, pero no el corazón. ¡Que se vaya, pues, a paseo el encomio! Yo ya no voy a hacer un encomio de esta manera, pues no podría. Pero, con todo, estoy dispuesto, si quieren, a decir la verdad a mi manera, sin competir con los discursos de ustedes, para no exponerme a ser objeto de risa. Mira, pues, Fedro, si hay necesidad todavía de un discurso de esta clase y quieren oír expresamente la verdad sobre Eros, pero con las palabras y giros que se me puedan ocurrir sobre la marcha.

Entonces, Fedro y los demás le exhortaron a hablar como él mismo pensaba que debía expresarse.

- Pues bien, Fedro -dijo Sócrates-, déjame preguntar todavía a Agatón unas cuantas cosas, para que, una vez que haya obtenido su conformidad en algunos puntos, pueda ya hablar.

-Bien, te dejo -respondió Fedro-. Pregunta, pues.
Después de esto, comenzó Sócrates más o menos así:

- En verdad, querido Agatón, me pareció que has introducido bien tu discurso cuando decías que había que exponer primero cuál era la naturaleza de Eros mismo y luego sus obras. Este principio me gusta mucho. Ea, pues, ya que a propósito de Eros me explicaste, por lo demás, espléndida y formidablemente, cómo era, dime también lo siguiente: ¿es acaso Eros de tal naturaleza que debe ser amor de algo o de nada? Y no pregunto si es amor de una madre o de un padre -pues sería ridícula la pregunta de si Eros es amor de madre o de padre-, sino como si acerca de la palabra misma "padre" preguntara: ¿es el padre padre de alguien o no? Sin duda me dirías, si quisieras responderme correctamente, que el padre es padre de un hijo o de una hija. ¿O no?

- Claro que sí -dijo Agatón.

- ¿Y no ocurre lo mismo con la palabra "madre"?
También en esto estuvo de acuerdo.

- Pues bien -dijo Sócrates- respóndeme todavía un poco más, para que entiendas mejor lo que quiero. Si te preguntara: ¿y qué?, ¿un hermano, en tanto que hermano, es hermano de alguien o no?

Agatón respondió que lo era.

¿Y no lo es de un hermano o de una hermana?

Agatón asintió.

- Intenta, entonces -prosiguió Sócrates-, decir lo mismo acerca del amor. ¿Es Eros amor de algo o de nada?

Por supuesto que lo es de algo.

- Pues bien -dijo Sócrates-, guárdate esto en tu mente y acuérdate de que cosa es el amor. Pero ahora respóndeme sólo a esto: ¿desea Eros aquello de lo que es amor o no?

- Naturalmente -dijo.

¿Y desea y ama lo que desea y ama cuando lo posee, o cuando no lo posee?

- Probablemente -dijo Agatón- cuando no lo posee.

- Considera, pues -continuó Sócrates-, si en lugar de probablemente no es necesario que sea así, esto es, lo que desea aquello de lo que está falto y no lo desea si no está falto de ello. a mí, en efecto, me parece extraordinario, Agatón, que necesariamente sea así. ¿Y a ti cómo te parece?

- También a mí me lo parece -dijo Agatón.

- Dices bien. Pues, ¿desearía alguien ser alto, si es alto, o fuerte, si es fuerte?

- Imposible, según lo que hemos acordado.

- Porque, naturalmente, el que ya lo es no podría estar falto de estas cualidades.

- Tienes razón.

- Pues si -continuó Sócrates-, el que es fuerte, quisiera ser fuerte, el que es rápido, ser rápido, el que está sano, ser sano ...-tal vez, en efecto, alguno podría pensar, a propósito de estas cualidades y de todas las similares a éstas, que quienes son así y las poseen desean también aquello que poseen; y lo digo precisamente para que no nos engañemos-. Estas personas, Agatón, si te fijas bien, necesariamente poseen en el momento actual cada una de las cualidades que poseen, quieran o no. ¿Y quién desearía precisamente tener lo que ya tiene? Mas cuando alguien nos diga: Yo, que estoy sano, quisiera también estar sano, y siendo rico quiero también ser rico, y deseo lo mismo que poseo, le diríamos: Tú, hombre, que ya tienes riqueza, salud y fuerza, lo que quieres realmente es tener eso también en el futuro, pues en el momento actual, al menos, quieras o no, ya lo posees. Examina, pues, si cuando dices 'deseo lo que tengo' no quieres decir en realidad otra cosa que 'quiero tener también en el futuro lo que en la actualidad tengo' ¿Acaso no estaría de acuerdo?

Agatón afirmó que lo estaría. Entonces Sócrates dijo:

¿Y amar aquello que aún no está a disposición de de uno ni se posee no es precisamente esto, es decir, que uno tenga también en el futuro la conservación y mantenimiento de estas cualidades?

- Sin duda -dijo Agatón.

- Por tanto, también éste y cualquier otro que sienta deseo, desea lo que no tiene a su disposición y no está presente, lo que no posee, lo que él no es y de lo que está falto. ¿No son éstas, más o menos, las cosas de las que hay deseo y amor?

- Por supuesto -dijo Agatón.

- Ea, pues, recapitulemos los puntos en los que hemos llegado a un acuerdo. ¿No es verdad que Eros es, en primer lugar, amor de algo y, luego, amor de lo que tiene realmente necesidad?

- Sí -dijo.

- Siendo esto así, acuérdate ahora de qué cosas dijiste en tu discurso que era objeto Eros. O, si quieres, yo mismo te las recordaré. Creo, en efecto, que dijiste más o menos así, que entre los Dioses se organizaron las actividades por amor de lo bello, pues de lo feo no había amor. ¿No lo dijiste más o menos así?

- Así lo dije, en efecto.

- Y lo dices con toda razón, compañero. -dijo Sócrates-. Y si esto es así, ¿no es verdad que Eros sería amor de la belleza y no de la fealdad?
Agatón estuvo de acuerdo en esto.

¿Pero no se ha acordado que ama aquello de lo que está falto y no posee?

- Sí -dijo.

- Luego Eros no posee belleza y está falto de ella.

- Necesariamente -afirmó.

- ¿Y qué? Lo que está falto de belleza y no la posee en absoluto, ¿dices tú que es bello?

- No, por supuesto.

- ¿Reconoces entonces todavía que Eros es bello, si esto es así?

- Me parece, Sócrates -dijo Agatón-, que no sabía nada de lo que antes dije.

- Y, sin embargo -continuó Sócrates-, hablaste bien, Agatón. Pero respóndeme todavía un poco más. ¿Las cosas buenas no te parece que son también bellas?

- A mí, al menos, me lo parece.

- entonces, si Eros está falto de cosas bellas y si las cosas buenas son bellas, estará falto también de cosas buenas.

- Yo, Sócrates -dijo Agatón-, no podría contradecirte. Por consiguiente, que sea como dices.

- En absoluto -replicó Sócrates-; es a la verdad, querido Agatón, a la que no puedes contradecir, ya que a Sócrates no es nada difícil.

Pero voy a dejarte por ahora y les contaré el discurso sobre Eros que oí un día de labios de una mujer de Mantinea, Diotima, que era sabia en éstas y otras muchas cosas. Así por ejemplo, en cierta ocasión consiguió para los atenienses, al haber hecho un sacrificio por la peste, un aplazamiento de diez años de la epidemia. Ella fue, precisamente, la que me enseñó también las cosas del amor. Intentaré, pues, exponerles, yo mismo por mi cuenta, en la medida en que pueda y partiendo de lo acordado entre Agatón y yo, el discurso que pronunció aquella mujer. En consecuencia, es preciso, Agatón, como tú explicaste, describir primero a Eros mismo, quién es y cuál es su naturaleza, y exponer después sus obras. Me parece, por consiguiente, que lo más fácil es hacer la exposición como en aquella ocasión procedió la extranjera cuando iba interrogándome. Pues poco más o menos también yo le decía lo mismo que Agatón ahora a mí: que Eros era un gran Dios y que lo era de las cosas bellas. Pero ella me refutaba con los mismos argumentos que yo a él: que, según mis propias palabras, no era ni bello ni bueno.

- ¿Cómo dices, Diotima? -le dije yo-. ¿Entonces Eros es feo y malo?

- Habla mejor -dijo ella-. ¿Crees que lo que no sea bello necesariamente habrá de ser feo?

Exactamente.

¿Y lo que no sea sabio, ignorante? ¿No te has dado cuenta de que HAY ALGO INTERMEDIO ENTRE LA SABIDURÍA Y LA IGNORANCIA?

- ¿Qué es ello?

- ¿No sabes -dijo- que el opinar rectamente, incluso sin poder dar razón de ello, no es ni saber, pues una cosa de la que no se puede dar razón no podría ser conocimiento, ni tampoco ignorancia, pues lo que posee realidad no puede ser ignorancia? LA RECTA OPINIÓN ES, pues, algo así como UNA COSA INTERMEDIA ENTRE EL CONOCIMIENTO Y LA IGNORANCIA.

- Tienes razón.

- No pretendas, por tanto, que lo que no es bello sea necesariamente feo, ni lo que no es bueno, malo. Y así también respecto a Eros, puesto que tú mismo estás de acuerdo en que no es ni bueno ni bello, no creas tampoco que ha de ser feo y malo, sino algo intermedio entre estos dos.

- Sin embargo, se reconoce por todos que es un gran Dios.

- ¿Te refieres a todos los que no saben o también a los que saben?

- Absolutamente a todos, por supuesto.

Entonces ella, sonriendo, me dijo:

- ¿Y cómo podrían estar de acuerdo, Sócrates, en que es un gran Dios aquellos que afirman que ni siquiera es un Dios?

- ¿Quiénes son ésos? -dije.

- Uno eres tú y otra yo.

- ¿Cómo explicas eso? -repliqué.

- Fácilmente. Dime ¿no afirmas que todos los Dioses son felices y bellos? ¿O te atreverías a afirmar que alguno de entre los dioses no es bello y feliz?

- ¡Por Zeus!, yo no.

- ¿Y no llamas felices, precisamente, a los que poseen las cosas buenas y bellas?

- Efectivamente.

- Pero en relación con Eros al menos has reconocido que, por carecer de cosas buenas y bellas, desea precisamente eso mismo de que está falto.

- Lo he reconocido, en efecto.

- ¿Entonces, cómo podría ser Dios el que no participa de lo bello y de lo bueno?

- De ninguna manera, según parece.

- ¿Ves, pues, que tampoco tú consideras Dios a Eros?

- ¿Qué puede ser entonces Eros, un mortal?

- En absoluto.

- ¿Pues qué entonces?

- Como en los ejemplos anteriores, algo intermedio entre lo mortal y lo inmortal.

- ¿Y qué es ello Diotima?

- Un gran demon [genio o espíritu intermedio entre los Dioses y los hombres], Sócrates. Pues también todo lo demónico está entre la divinidad y lo mortal.

- ¿Y qué poder tiene?

- Interpreta y comunica a los Dioses las cosas de los hombres y a los hombres las de los dioses, súplicas y sacrificios de los unos y de los otros órdenes y recompensas por los sacrificios. Al estar en medio de unos y otros llena el espacio entre ambos, de suerte que el todo queda unido consigo mismo como un continuo. A través de él funciona toda la adivinación y el arte de los sacerdotes relativa tanto a los sacrificios como a los ritos, ensalmos, toda clase de mántica y de magia. La divinidad no tiene contacto con el hombre, sino que es a través de este demon como se produce todo contacto entre dioses y hombres, tanto como si están despiertos como si están durmiendo. Y así, el que es sabio en tales materias es un hombre DEMÓNICO, mientras que el que lo es en cualquier otra cosa, ya sea en las artes o en los trabajos manuales, es un SIMPLE ARTESANO. Estos démones, en efecto, son numerosos y de todas clases, y uno de ellos es también Eros.

- ¿Y quién es su padre y su madre?

- Es más largo de contar, pero, con todo, te lo diré Sócrates. Cuando nació Afrodita, los dioses celebraron un banquete y, entre otros, estaba también Poros, el hijo de Metis. Después que terminaron de comer, vino a mendigar Penía, como era de esperar en una ocasión festiva, y estaba cerca de la puerta. Mientras, Poros, embriagado de néctar -pues aún no había vino-, entró en el jardín de Zeus y, entorpecido por la embriaguez, se durmió. Entonces Penía, maquinando, impulsada por su carencia de recursos, hacerse un hijo de Poros, se acuesta a su lado y concibió a Eros. Por esta razón, precisamente, es Eros también acompañante y escudero de Afrodita, al ser engendrado en la fiesta del nacimiento de la Diosa y al ser, a la vez, por naturaleza un amante de lo bello, dado que también Afrodita es bella. Siendo hijo, pues, de Poros y Penía, Eros se ha quedado con las siguientes características. En primer lugar, es siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello, como cree la mayoría, es más bien duro y seco, descalzo y sin casa, duerme siempre en el suelo y descubierto, se acuesta a la intemperie en las puertas y al borde de los caminos, compañero siempre inseparable de la indigencia por tener la naturaleza de su madre. Pero, por otra parte, de acuerdo a la naturaleza de su padre, está al acecho de lo bello y de lo bueno; es valiente, audaz y activo, hábil cazador, siempre urdiendo alguna trama, ávido de sabiduría y rico en recursos, un amante del conocimiento a lo largo de toda su vida, un formidable mago, hechicero y sofista. No es por naturaleza ni inmortal ni mortal, sino que en el mismo día unas veces florece y vive, cuando está en la abundancia, y otras muere, pero recobra la vida de nuevo gracias a la naturaleza de su padre. Mas lo que consigue siempre se le escapa, de suerte que Eros nunca ni está falto de recursos ni es rico, y está, además, en el medio de la sabiduría y la ignorancia. Pues la cosa es como sigue: ninguno de los dioses ama la sabiduría ni desea ser sabio, porque ya lo es, como tampoco ama la sabiduría cualquier otro que sea sabio. Por otro lado, los ignorantes ni aman la sabiduría ni desean hacerse sabios, pues en esto precisamente es la ignorancia una cosa molesta: EN QUE QUIEN NO ES NI BELLO, NI BUENO, NI INTELIGENTE SE CREA A SÍ MISMO QUE LO ES SUFICIENTEMENTE. Así, pues, el que no cree estar necesitado no desea tampoco lo que no cree necesitar.

- ¿Quiénes son, Diotima, entonces, los que aman la sabiduría, si no son ni los sabios ni los ignorantes?

- Hasta para un niño es ya evidente que son los que están en medio de estos dos, entre los cuales estará también Eros. La sabiduría, en efecto, es una de las cosas más bellas y Eros es amor de lo bello, de modo que Eros es necesariamente amante de la sabiduría, y por ser amante de la sabiduría está, por tanto, en medio del sabio y del ignorante. Y la causa de esto es también su nacimiento, ya que es hijo de un padre sabio y rico en recursos y de una madre no sabia e indigente. Ésta es, pues, querido Sócrates, la naturaleza de este demon. Pero, en cuanto a lo que tú pensaste que era Eros, no hay nada sorprendente en ello. Tú creíste, según me parece deducirlo de lo que dices, que Eros era lo amado y no lo que ama. Por esta razón, me imagino, te parecía Eros totalmente bello, pues lo que es susceptible de ser amado es también lo verdaderamente bello, delicado, perfecto y digno de ser tenido por dichoso, mientras que lo que ama tiene un carácter diferente, tal como yo lo describí.

- Sea así, extranjera, pues hablas bien. Pero siendo Eros de tal naturaleza, ¿qué función tiene para los hombres?

- Esto, Sócrates, es precisamente lo que voy a intentar enseñarte a continuación. Eros, efectivamente, es como he dicho y ha nacido así, pero a la vez es amor de las cosas bellas, como tú afirmas. Más si alguien nos preguntara: ¿En qué sentido, Sócrates y Diotima, es Eros amor de las cosas bellas? O así, más claramente: el que ama las cosas bellas desea, ¿qué desea?

- Que lleguen a ser suyas.

- Pero esta respuesta exige aún la siguiente pregunta: ¿qué será de aquel que haga suyas las cosas bellas?

Entonces le dije que todavía no podía responder de repente a esa pregunta.

- Bien. Imagínate que alguien, haciendo un cambio y empleando la palabra 'bueno' en lugar de 'bello', te preguntara: 'Veamos Sócrates, el que ama las cosas buenas desea, ¿qué desea?'

- Que lleguen a ser suyas.

- ¿Y qué será de aquel que haga suyas las cosas buenas?

- Esto ya puedo contestarlo más fácilmente: que será feliz.

- Por la posesión de las cosas buenas, en efecto, los felices son felices, y ya no hay necesidad de añadir la pregunta de por qué quiere ser feliz el que quiere serlo, sino que la respuesta parece que tiene su fifn.

- Tienes razón.

- Ahora bien, esa voluntad y ese deseo, ¿crees que es común a todos los hombres y que todos quieren poseer siempre lo que es bueno? ¿O cómo piensas tú?

- Así, que es común a todos.

- ¿Por qué entonces Sócrates, no decimos que todos aman, si realmente todos aman lo mismo y siempre, sino que decimos que unos aman y otros no?

- También a mí me asombra eso.

- Pues no te asombres, ya que, de hecho, hemos separado UNA ESPECIE PARTICULAR DE AMOR y, dándole el nombre de TODO, la denominamos amor, mientras que para las otras especies usamos otros nombres.

- ¿Como por ejemplo?

- Lo siguiente. Tú sabes que la idea de 'creación' [poíesis] es algo múltiple, pues en realidad toda causa que haga pasar cualquier cosa del no ser al ser es creación, de suerte que también los trabajos realizados en todas las artes son creaciones y los artífices de éstas son todos creadores [poietaí].

- Tienes razón.

- Pero también sabes que no se llaman creadores, sino que tienen otros nombres y que del conjunto entero de creación se ha separado una parte, la concerniente a la música y al verso, y se la denomina con el nombre del todo. Únicamente a esto se llama, en efecto, 'poesía', y 'poetas' a los que poseen esta porción de creación.

- Tienes razón.

- Pues bien, así ocurre también con el amor. En general, todo deseo de lo que es bueno y de ser feliz es, para todo el mundo, EL GRANDÍSIMO Y ENGAÑOSO AMOR. Pero unos se dedican a él de muchas y diversas maneras, ya sea en los negocios, en la afición a la gimnasia o EN EL AMOR A LA SABIDURÍA, y no se dice ni que están enamorados ni se les llama amantes, mientras que los que se dirigen a él y se afanan según una sola especie reciben el nombre del todo, amor, y de ellos se dice que están enamorados Y SE LES LLAMA AMANTES.

- Parece que dices la verdad.

- Y se cuenta, ciertamente, una leyenda, según la cual LOS QUE BUSQUEN LA MITAD DE SÍ MISMOS SON LOS QUE ESTÁN ENAMORADOS, pero, según mi propia teoría, el amor no lo es ni de una mitad ni de un todo, a no ser que sea, amigo mío, realmente bueno, ya que los hombres están dispuestos a amputarse sus propios pies y manos, si les parece que esas partes de sí mismos son malas. Pues no es, creo yo, a lo suyo propio a lo que cada cual se aferra, excepto si se identifica lo bueno con lo particular y propio de uno mismo y lo malo, en cambio, con lo ajeno. Así que, en verdad, LO QUE LOS HOMBRES AMAN NO ES OTRA COSA QUE EL BIEN. ¿O a ti te parece que aman otra cosa?

- A mi no, ¡por Zeus!.

- ¿Entonces, se puede decir así simplemente que LOS HOMBRES AMAN EL BIEN?

- Si.

- ¿Y qué? ¿No hay que añadir que AMAN TAMBIÉN POSEER EL BIEN?

- Hay que añadirlo.

- ¿Y no sólo POSEERLO, sino también poseerlo siempre?

- También eso hay que añadirlo.

- Entonces, EL AMOR ES, EN RESUMEN, EL DESEO DE POSEER SIEMPRE EL BIEN.

- Es exacto lo que dices.

- Pues bien, puesto que el amor es siempre esto, ¿de qué manera y en qué actividad se podría llamar amor al ARDOR y ESFUERZO de los que lo persiguen? ¿Cuál es justamente esta acción especial? ¿Puedes decirla?

- Si pudiera, no estaría admirándote, Diotima, por tu sabiduría ni hubiera venido una y otra vez a ti para aprender precisamente estas cosas.

- Pues yo te lo diré. Esta acción especial es, efectivamente, UNA PROCREACIÓN EN LA BELLEZA, tanto según el CUERPO como según el ALMA.

- Lo que realmente quieres decir necesita adivinación, pues no lo entiendo.

- Pues te lo diré más claramente. Impulso CREADOR, Sócrates, tienen, en efecto, TODOS LOS HOMBRES, NO SÓLO SEGÚN EL CUERPO, SINO TAMBIÉN SEGÚN EL ALMA, Y CUANDO SE ENCUENTRAN EN CIERTA EDAD, NUESTRA NATURALEZA DESEA PROCREAR. PERO NO PUEDO PROCREAR EN LO FEO, SINO SÓLO EN LO BELLO. La unión de hombre y mujer es, efectivamente, procreación y es una obra divina, pues la fecundidad y la reproducción es lo que de inmortal existe en el ser vivo, que es MORTAL. Pero es imposible que este proceso llegue a producirse en lo que es incompatible, e incompatible es lo feo con todo lo divino, mientras que lo bello es, en cambio, compatible. Así pues, la Belleza es la Moira y la Ilitía del nacimiento. Por esta razón, cuando lo que tiene impulso creador se acerca a lo bello, se vuelve propicio y se derrama contento, procrea y engendra; pero cuando se acerca a lo feo, ceñudo y afligido se contrae en sí mismo, se aparta, se encoge y no engendra, sino que retiene el fruto de su fecundidad y lo soporta penosamente. De ahí, precisamente, que al que está fecundado y ya abultado le sobrevenga el fuerte arrebato por lo bello, porque libera al que lo posee de los grandes dolores del parto. PUES EL AMOR, SÓCRATES, NO ES AMOR DE LO BELLO, como tú crees.

- ¿Pues qué es entonces?

- Amor de la generación y procreación en lo bello.

- Sea así.

- Por supuesto que es así. Ahora bien, ¿por qué precisamente de la generación? Porque la generación es algo eterno e inmortal en la medida en que pueda existir en algo mortal. Y es necesario, según lo acordado, desear la inmortalidad junto con el bien, si realmente el amor tiene por objeto la perpetua posesión del bien. Así, pues, según se desprende de este razonamiento, necesariamente EL AMOR ES TAMBIÉN AMOR DE LA INMORTALIDAD.

Todo esto, en efecto, me enseñaba siempre que hablaba conmigo sobre cosas del amor. Pero una vez me preguntó:

 

Continuación y final del diálogo de Sócrates

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